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alrededores del desamor
uno
nunca escribí sobre esto
por penoso
deseaba que no quede nada
inútil deseo
permanece adherido
como musgo al sur
años
intensos y bellos
que se desmorona
de a poco
lo cotidiano te mete en la maquinaria
y no sabes cuándo
comienza la desaparición del amor
luego viene la negación
no se acepta
y aparece cierta omnipotencia
se insiste
insiste
insiste
dos
se enamoró
le pregunté cómo es ella
dijo
joven
rubia
ojos claros
inteligente
miré mis manos lívidas
no hubo gritos ni discusiones
solo un desarmarse
y que se vaya a vivir su nueva historia
en cinco meses volvió
y dije sí
tres
largos y agónicos tránsitos
y el silencio
que teje la gran muralla
y su esperanza sigue insistiendo
que no ve
que no quiere
ver
inventa cenas con velas música
él llega enciende la luz y la televisión
pero insiste
insiste
insiste
cuatro
suceden cosas peores
como una explosión
inmensa
arrasadora
ciega sigue
insistiendo en salvar
¿qué?
cinco
un buen día cierra los ojos y ve
tiene que lograr derrotar la química del cuerpo
no puede irse hasta que su cuerpo haya pasado del deseo
es una propuesta (¿desafio?) que se hace a sí misma
dejar de amarlo
no dejarse poseer por ese amor
desposeerse
resistir mirando la pared de noche y no tocarlo
y con los ojos cerrados
ver la película de los últimos tiempos
seis
se caen las torres gemelas
esa imagen derroca también su mundo
allí también se caen las torres
efecto dominó
un lunes se va de ese barco
así se lo dice
no se lleva nada
consigo misma es suficiente
siete
colorín colorado
nacer a los cincuenta
el musgo permanece
pero no duele
anapaulinelli
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Campo semántico
búsqueda
busca
'búsqueda' aparece también en las siguientes entradas:
averiguación - batida - busca - búsqueda - cacería - caza - demanda - encuesta - examen - exploración - indagación - investigación - persecución - pesquisa - prospección - rastreo - registro - seguimiento
El que busca halla pero no medalla.
Así decía mi mamá. Y yo no lograba descifrarlo. Se ve que no me importaba mucho porque no recuerdo haber preguntado.
Más de grande comprendí la cosa del significado escondido en la rima. Y a pesar que no lo entendía creo que lo debo haber aprendido igual. Quizás era algo que se nos inculcaba mucho. Buscar, perseguir, indagar, permanentemente. Y no por el premio. Sino solo por el placer de lograr algo en el rastreo. Allí estaba el logro.
Soy la menor y eso cambia mucho las cuestiones, cuando yo tenía dos años nació un bebé sietemesino y a los dos meses murió a causa de una meningitis. El sexto. Y yo tan pequeña, mis padres habrán hecho el duelo conmigo. A puro mimo. Claro que tristes caricias.
A los mayores se les exigía más. Mi hermana venía con sus diez en la libreta y le decían: no has hecho más que cumplir con tu deber.
Luego mi papá andaba mostrando la libreta a los amigos para presumir.
Pero qué ando buscando ahora…
Qué demando a los días
oportunidades de hacer algo nuevo
Qué rastros busco en la naturaleza
Exploro cada cosa viva que veo
¿Será que allí creo que se esconde el secreto?
Si me tengo que definir, diría:
buscadora
Sin dudarlo,
hay en mí una fuerza que me bate hacia la vida
salgo en persecución,
vivo de cacería
y arremeto contra todo
aunque no lo será
contra la muerte
ana paulinelli
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Mosca

Mi animal menos favorito siempre fue aquella mosca que se encontraba a la espera de que llegara a casa para meterse entusiasmada antes que yo cuando abría la cerradura de la entrada.
Era esa ráfaga que esquivaba el vaivén de la puerta, era esa vecina chusma que se balanceaba con la caída de las cortinas, era esa alarma poco perceptible pero constante proveniente de su descarado desplazar por la sala, que al igual que una visita no deseada no sabe cuando irse aún cuando la salida está despejada.
Tito.
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las tres primeras líneas son parte de la consigna. se completa con el título que luego es empleado al final.
Penumbras y cenizas
UNO
Me recibió vestida de negro, entre muebles que parecían enfermos de gravedad. Las lámparas daban una luz tan tenue que las ventanas se desvanecían, como si sólo sirvieran para mirar hacia adentro.
Nos miramos largamente. Sin movernos. Frente a frente.
No parecía que ninguno de los dos pudiera romper el hielo del momento.
Como atrapados en una burbuja macilenta hasta nuestros contornos se desdibujaban y pienso que se nos vería como dos muebles más muriendo ahí mismo.
En eso sonaron las campanas del viejo reloj. Doce tajos en el aire. Lentos como un color que va tiñendo el agua.
No pude contener el estado sacral. Y me eché a reír. Pero creo que era más producto de los nervios que otra cosa.
Sin decir palabra me dio una cachetada. Reaccioné con la seriedad del caso. Me disculpé y le dije que estaba dispuesto a escucharla finalmente.
Cambió la proporción, ella enhiesta como un álamo y yo una simple hierba.
DOS
Hacía frío y no podía dejar de mirar el fuego. Y el mar. El mar y el fuego.
Una escapada. Una siesta, una tarde y basta. Así hacíamos. Un rato juntos. Caminábamos, leíamos, hacíamos el amor, jugábamos algo, no nos faltaba la sorpresa de algo rico, que siempre era yo el que preparaba. Un buen vino y llegaba la hora del basta.
No más recreo.
Otra vez a vivir la vida que teníamos para el resto del mundo.
Inocentemente abrevábamos de la risa, del mar inmenso, del viento, de la soledad del paraje. No hablábamos de nuestras vidas. ¿Acaso hacía falta?
Compartíamos familia en Buenos Aires. Éramos familia. La vivíamos. De qué íbamos a hablar si solo nos importaba recuperar el aire, fantasear con la libertad corriendo y jugando como locos en la arena.
No escuché las llamadas del teléfono estaba demasiado absorto.
Recién al día siguiente me enteré de todo.
Él había sufrido un accidente.
TRES
Ella había insistido desde hace meses en que debía ir para resolver algo que tenía que ver conmigo. Nunca nos llevamos bien con mi hermana y luego de la muerte de Tomas, su esposo no nos volvimos a ver.
Significaba un dolor tan grande para mí como incomprensible para ella.
Nos sentamos en los sillones, sirvió un wisky para cada uno y con la mirada perdida vaya a saber en qué foto interna, me dijo: Ignacio ha hablado. No te lo voy a perdonar nunca. Nadie comprendía que mi esposo testamentara la casa del mar para mi hermano. O sea, para vos. Para mí era algo inentendible. Reclamé al abogado, dije que debía haber un error. No comprendía la razón. ¿Porqué la casa del mar, donde pasamos nuestras vacaciones, fines de semana, los mejores recuerdos, quedaría para vos y no para su familia?
Todo dicho como un argumento aprendido y despojado. Sin clase alguna de sentimientos. Una operación quirúrgica lingüística aséptica.
CUATRO
Me sentía cada vez peor. No me entraba el aire y me daba miedo que mi vaso escapara de mis manos.
No podía decir palabra. Me había convertido en una piedra.
Estaba comenzando a transpirarme entero. La falta de luz me agobiaba. Todo se estaba volviendo pesado por fuera. Y yo me pesaba a mí mismo.
Me estaba reprochando acaso por vez primera.
En ese estado larvario y denso levanté la cabeza y la miré. Era acaso yo el culpable de este dolor que se le veía en todo el cuerpo. Una dureza de hierro en sus rasgos, en todas sus formas. ¿No debía ella haber hecho esa alquimia para poder hablar conmigo?
CINCO
Sin mirarme siguió hablando, diciendo ese monólogo aprendido y desprendido de sí.
Fue Ignacio quien me contó lo que pasaba entre ustedes dos. Me has hecho el daño más grande que nadie podría hacerme. Has ensuciado mi vida entera, no me quedará un solo recuerdo sin mancha.
Ignacio me contó que de pequeño jugaba a meterse bajo la mesa y los veía tocarse las manos. Y que él se las tomaba y le parecía hermoso que se acariciaran. Era pequeño, le parecía un juego. Luego cuando fue creciendo fue entendiendo. Siempre quiso protegerme de la verdad. Pensó que era lo mejor. Era el triángulo perfecto. Los tres nos amábamos pero yo era la única que no sabía la completud de la forma. Y vos el tío soltero, que nos acompañabas siempre en todas las aventuras. Poniendo la sal de la vida. Me siento tan idiota.
A vos te da el mar, la insondable infinitud del mar. Yo quedo en esta casa habitada por los fantasmas de todos sus ancestros. Presa. Encerrada por recuerdos que no fueron reales. Por eso necesitaba que vinieras. Para firmar. Y para que no nos veamos nunca más.
SEIS
Sentí un vuelco en el estómago, demasiado ácido en esas palabras. Otra vez a no poder levantar los ojos del piso. Veía las vetas de la madera que se desparramaban ordenadas como un río. Sentí que era como la vida que va.
Esa relación con la vida en la madera me permitió respirar hondo y como pude le dije que Tomás la había amado siempre. Que lo nuestro había sido otra parte ajena a su vida matrimonial. Como si fuéramos de corazones esquizoides, divididos en dos realidades.
No quise pedir perdón. No había nada que perdonar. El amor es un bicho extraño. Creía no haber hecho daño en el momento. Nunca pensé en consecuencias. Esto. ¿Cómo es que Tomás hace un testamento? Nunca me lo dijo. Acaso pensaba morir, creía que podía accidentarse. Todo me resultaba demasiado complejo. El sufrimiento también es un bicho extraño.
Quise irme de allí. Sentía atenazada la garganta. Necesitaba aire puro.
Me dio la dirección del abogado. Y en medio de ese velo gris que cubría el espacio nos separamos. Pensé tengo que irme al mar ya. Huir de esto tan tenebroso. Salirme de esta ciudad.
Sentí que Buenos Aires vive así, entre penumbras y cenizas.
SIETE
Y ahora sentado en la arena no hay más que verdad por todos lados. Una verdad que nos ha traído distancias y enojos. Ha trocado la risa en llanto, la compañía en soledad, la esperanza y la fiesta en acre sabor a nada.
Si vivíamos con la certeza de darnos felicidad. Acaso eso estuvo mal, me pregunto.
Estamos solos.
Los tres hemos quedado totalmente solos en distintas locaciones. Habitamos coordenadas imposibles. Entre penumbras y cenizas, quizás ya siempre.
Penumbras y cenizas
Me recibió vestida de negro, entre muebles que parecían enfermos de gravedad. Las lámparas daban una luz tan tenue que las ventanas se desvanecían, como si sólo sirvieran para mirar hacia adentro.
Nos miramos largamente. Sin movernos. Frente a frente.
No parecía que ninguno de los dos pudiera romper el hielo del momento.
En eso sonaron las campanas del viejo reloj. Doce tajos en el aire. Lentos como un color que va tiñendo el agua.
No pude contener el estado sacral. Y me eché a reír. Pero creo que era más producto de los nervios que otra cosa.
Sin decir palabra me dio una cachetada. Reaccioné con la seriedad del caso. Me disculpé y le dije que estaba dispuesta a escucharla finalmente.
Cambió la proporción, ella enhiesta como un álamo y yo una simple hierba.
Ella había insistido desde hace meses en que debía ir para resolver algo que tenía que ver conmigo. Nunca nos llevamos bien con mi hermana y luego de la muerte de Tomas, su esposo no nos volvimos a ver.
Significaba un dolor tan grande para mí como incomprensible para ella.
Nos sentamos en los sillones, sirvió un wisky para cada uno y con la mirada perdida vaya a saber en qué foto interna, me dijo: Ignacio ha hablado. No te lo voy a perdonar nunca. Nadie comprendía que mi esposo testamentara la casa del mar para mi hermano. O sea, para vos. Para mí era algo inentendible. Reclamé al abogado, dije que debía haber un error. No comprendía la razón. Porqué la casa del mar, donde pasamos nuestras vacaciones, fines de semana, los mejores recuerdos, quedaría para vos y no para su familia. Y fue cuando Ignacio me contó lo que pasaba entre ustedes dos. Me has hecho el daño más grande que nadie podría hacerme. Has ensuciado mi vida entera, no quedará un recuerdo sin mancha.
Ignacio me contó que los veía tocarse las manos bajo la mesa. Y que él se las tomaba y le parecía hermoso que se acariciaran. Era pequeño. Luego cuando fue creciendo fue entendiendo. Siempre quiso protegerme de la verdad. Pensó que era lo mejor. Era el triángulo perfecto. Los tres nos amábamos pero yo era la única que no sabía la completud de la forma. Y vos el tío soltero, que nos acompañabas siempre en todas las aventuras. Me siento tan idiota.
A vos te da el mar, la insondable infinitud del mar. Yo quedo en esta casa habitada por los fantasmas de todos sus ancestros. Presa. Encerrada por recuerdos que no fueron reales. Por eso necesitaba que vinieras. Para firmar. Y para que no nos veamos nunca más.
Sentí un vuelco en el estómago, demasiado ácido en esas palabras. No podía levantar los ojos del piso. Veía las vetas de la madera que se desparramaba ordenada como un río. Sentí que era como la vida que va.
Respiré hondo y como pude le dije que Tomás la había amado siempre. Que lo nuestro había sido otra parte ajena a su vida matrimonial. Como si fuéramos de corazón esquizoide, dividido en dos realidades. No quise pedir perdón. No había nada que perdonar. El amor es un bicho extraño. Creía no haber hecho daño en el momento. Nunca pensé en consecuencias. Todo era tan complejo. El sufrimiento también es un bicho extraño.
Quise irme de allí. Sentía atenazada la garganta. Necesitaba aire puro.
Me dio la dirección del abogado. Y en medio de ese velo gris que cubría el espacio nos separamos. Pensé tengo que irme al mar ya. Huir de lo tenebroso. Salirme ya de esta ciudad.
Buenos Aires vive así, entre penumbras y cenizas.
ana paulinelli
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Marce se copó y armó un cadaver exquisito con las sinestesias del otro viernes!!!
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Cristales
Lucía abrió la puerta sin prisa, esperando encontrarse con su padre. Sin embargo, la presencia de quien creía muerto la dejó paralizada. Un fantasma con cuerpo y existencia no cabía en su mente hasta ese momento. Recordó respirar. Era la hora en la que las personas se confunden con el paisaje y los contornos de las cosas se vuelven difusos y violetas.
Luego de unos instantes eternos, Lucía supo que Iván no había muerto. Se acercó y lo tocó, lo olió, lo recorrió con ojos y manos y se quedó en su rostro.
Miles de preguntas la atropellaron y se dejó invadir por la angustia. Un galope suave comenzó a brotar de su pecho y a convertirse en un torrente de agua salada que recorría su cara, su cuerpo, su mundo.
Iván se acercó y la abrazó. Los espasmos cesaron y lentamente se fueron convirtiendo en un suave ronroneo. Así permanecieron, hasta que la noche los envolvió con su manto de oscuridad.
Tras de sí, cerraron la puerta de madera. Lucía se acercó a agregar leña a la estufa. Iván buscó en su bolsa un regalo. Abrió la mano y una piedra casi transparente pareció destellar luz. Adentro, sus cristales acunaban historias lejanas y traían mensajes eternos.
Lucía recuperó de a poco el calor y la fuerza. Iván reconoció el espacio y el aroma de la casa. El tiempo sobraba para compartir preguntas y respuestas, o quizá era que no existía ya y que en el mundo de las almas, era posible prescindir de ese objeto que marca las horas y así solo puedan circular recuerdos.
Ceci
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Con la sangre en las plumas
Tenía que ir a su departamento. En eso quedaron cuando hablaron por teléfono.
Él dijo:
− Te venís, comemos algo por ahí, luego busco a mi hija en un cumpleaños de quince. Vos me esperás y dormimos juntos.
A ella se le ocurrió llevar una cena sorpresa. Un tuper con carne, otro con verduras al wok y pan, un vino, postre y un frasquito para hacer un té de jazmín.
Una cena completa metida en la mochila. Se puso la mini de jean que sabía que a él le pegaba mal.
Cuando llegó se abrazaron un rato largo. En medio de las caricias él dice de salir a comer algo, que no tenía nada en casa.
La aleja de sí la mira de pie a cabeza y le dice que está apetecible. Y ella dice:
− No. Prefiero que nos quedemos. No quiero que nos vean juntos.
− Pero tengo muchas ganas de comer algo. Aquí no hay nada. Todavía no tengo nada instalado en este departamento.
Callada y lenta se sienta a la mesa, pone encima la mochila y va sacando cosa por cosa.
Él no puede creer. Parece algo milagroso.
No hacen más que reir por el entusiasmo, preparan todo para la mesa y solo hay alabanzas para tantos sabores y la dedicación puesta en hacerlo.
Ella dentro de sí disfruta.
En algún departamento hay fiesta y hacen mucho ruido. Él mira hacia la ventana y dice con cierto enojo:
− Les tiraría con una botella para que se callen.
− Y…¿ qué necesidad hay de arruinar una fiesta?
Siguen comiendo callados.
A la hora del postre él la ha sentado en la falda y se pasan de boca en boca unos bombones de chocolate.
Poco a poco van cayendo las prendas camino al dormitorio.
Las sábanas son suaves, con olor a nuevas. Un detalle, de cuidado amoroso, piensa ella.
Cuando ya están fumando el cigarrillo de después surge esa pregunta que viene de tanto en tanto:
− ¿Cuándo vamos a tener la libertad o la tranquilidad de estar juntos? ¿Cuándo vas a blanquear?
− No empieces con eso. Estábamos bien. Al final va a terminar muerta. Quedate tranquila. Dame tiempo.
Le corre un sudor frío por la espalda. Ella no sabe bien lo que le está pasando. Hay alertas que se están encendiendo y no las entiende aún.
Cómo llegaron al horóscopo chino y que él era gallo y se engancha con ese recuerdo de su abuela diciéndole que mate a la pava. Y dándole instrucciones sobre el modo de hacerlo.
Movía las manos mientras le explicaba cómo había retorcido el cogote del animal que se resistía y como había terminado clavándole un cuchillo y la sangre saltaba para todos lados, pegajosa y caliente.
Describe con precisión la sensación de poder que había sentido al matar, al liquidar en movimiento, la vida que habitaba en ese animal.
En eso sonó la alarma del teléfono recordando la hora de buscar a su hija.
Ella se vistió al mismo ritmo de él.
Salieron juntos.
Ella a su casa diciendo no a todos los ruegos de él.
Que mañana un cafecito con medialunas en el bar de abajo.
− No.
Que me esperas y dormimos abrazados.
− No.
Todo no.
Siente la sangre en las plumas.
Sabe porqué no quiere.
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Ser una flor…
Era la encargada de la decoración del casamiento de mi sobrina. Llegaría al lugar unas tres horas antes y dispondría las mesitas bajas con manteles y velas. Nada más. Pero tenía que buscar flores. Había encargado por teléfono en una florería que me quedaba de paso dos ramos bien grandes de lilium blancos. El taxista, que era un conocido del barrio, no tendría problema en esperarme.
Todo estaba planificado en detalle, relojito suizo.
Era la primera vez que entraba en esa florería. Era también un vivero y se exhibían unas bellas y exóticas plantas de orquídeas.
Los dueños eran orientales, seguramente japoneses.
El señor me recibe con una sonrisa amable y medida. Le explico de mi pedido telefónico. Mira la hora en su reloj, asiente y me dice:
─ Sí. Es así. Ya se lo preparo.
Da la vuelta y busca adentro dos grandes jarrones con las flores blancas ostentosamente bellas.
Puestas sobre el mostrador comienza a trabajar. Extiende un papel con mucho cuidado, que no quede ningún pliegue, y con dedicación absoluta en cada pequeño movimiento retira la flor del jarrón. La acuesta suave acariciando su cáliz sobre el papel. Tiene manos delicadas de piel casi transparente, pero convencidas de lo que están haciendo. Son manos despiertas, atentas.
Escalona las flores con una métrica perfecta. Mover cada flor es el traslado de un tesoro.
Y yo, extasiada, me pierdo en esa danza lenta de sus manos… ¿Cómo sería ser tratada como una flor por ese hombre?
Demoró mucho más de lo que había previsto. Pero fue un tiempo como el que uno vive en clima de alcoba, sin la percepción real del tiempo marcado por las agujas del reloj. Un tiempo ajeno a las medidas.
Al estar todo listo subí al taxi, y, en el apuro, sentí que mi alma, lenta, aún seguía adentro presa del éxtasis.
Cuando mi sobrina volvió de su viaje nos juntamos a comer y yo les conté de las flores.
Me miraron asombrados.
─ ¿Qué? ¿No leíste los diarios? El dueño del vivero de las orquídeas… ¡Sí! un hombre mayor de origen japonés mató a su mujer con ciento veintidós puñaladas.
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Tiña
Me vi obligado a llenar la bacha del baño, esta vez quejándome por un inoportuno tajo en el dedo. En los segundos que tardé buscando el jabón y una toalla que no fuera blanca para limpiar la herida, me apuré en detener el chorro de agua fría de la canilla y lo logré un instante antes que rebalse.
Sumergí la mano y me detuve a ver como un serpenteante hilo color rojo salía desde el interior de mi falange. El hilo se hacía cinta, una cinta flameante. La cinta se volvió un paño, un paño que se extendía. Y el paño cubría toda la superficie del cuenco de porcelana y ocupaba el espacio del líquido. Podía ver sus pliegues, arrugas y hasta algunas terminaciones deshilachadas. El estanque cristalino ahora contenía jirones sanguíneos en todos sus bordes.
Bastó un un suspiro, un parpadeo, un leve movimiento para que se homogenicen esos tintes, en un translúcido velo que inundó todo, envolviéndome en una marea que enrosó mi vista mientras me ahogaba en su tejido.
Tito-
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