lilithapocalypse

[lilithapocalypse]

Mamacita de fuego

Ella baja con el ritmo como si el mundo ardiera bajo sus pies, con los ojos diciendo más de lo que sus labios callan. Mamacita, la llaman, pero es más que un nombre: es una advertencia.

En cada paso hay un tambor, en cada curva, una historia que nadie cuenta, porque los que la miran se quedan mudos, perdidos entre el deseo y el miedo.

Se mueve como si supiera que el mundo gira solo por ella, que la música la sigue como un perro fiel. Y yo, yo la miro desde lejos, con el corazón encendido y el alma inquieta, deseando ser la chispa que encienda su incendio.

Hay cadenas que brillan, hay promesas en cada palabra, pero ella baila sola, entre la tentación y la libertad. Y mientras otros la sueñan, yo la escribo.

Porque Mamacita no se posee. Se baila. Se respeta. Se recuerda.

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Mi vida es como...

Mi vida es como un susurro en medio del trueno, como un paso en falso en una cuerda floja tejida de dudas. Ooh, aah... respiro y tiemblo. A veces caigo, me resbalo, me pierdo en las sombras que yo misma creé.

Camino por senderos que el miedo dibuja, donde la esperanza a veces parece una broma cruel. Pero aún así, clamo. Señor, si me ves, si estás ahí, ven a mi encuentro cuando me aleje. Recuérdame que el sacrificio sigue ardiendo, aunque mis pasos se enfríen.

Hay días en los que todo es un remolino, la mente, una tormenta; el alma, una isla. Me hundo en los huesos de mi pasado y en cada grieta de mi historia susurro: "Ooh, aah", como un mantra que me impide quebrarme.

He amado, he dudado, he fingido fe mientras mis rodillas tocaban el suelo. He buscado alivio en lo que no sana, y paz en el ruido que me hiere. Pero algo más fuerte que el miedo sigue tocando mi pecho como un tambor antiguo.

Porque aún creo, en el fuego que purifica, en la mano que no se ve pero sostiene.

Mi vida es como eso: caos envuelto en oración, caída adornada de fe, ruido atravesado por una canción.

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No es un juego

La vida no es un juego, aunque a veces parezca un dado lanzado por manos rotas. Camino entre ruinas de decisiones, con el alma cargada y el dedo al cielo, como si acusar al universo pudiera salvarme.

Hay fuego en mis pasos y un rezo mal aprendido en mis labios. No busco gloria, ni paz, ni consuelo; sólo quiero que el mundo me escuche sangrar.

He mentido, he amado, he caído, he sostenido armas en sueños que ya no recuerdo. Crecí entre sombras que susurraban mi nombre y ahora soy yo quien susurra entre las sombras.

¿Dónde están los que dijeron amor? ¿Dónde los que juraron lealtad? Todos se esfumaron como humo en el viento, dejándome con el peso de mi nombre y mi historia.

Pero aún así, sigo, con los cambios comiéndome los huesos, con el alma rasgada y una canción de guerra en el pecho. Porque aunque la vida no sea un juego… yo elijo seguir jugando.

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Alinealos

Alinealos uno por uno, se terminó el juego, sonó la alarma. No hay más tiempo, no hay más excusas, es ahora o nunca, el fuego se arma.

Caminamos sobre el humo del asfalto, desde el sueño directo al asalto. Rugen sirenas, miradas en llamas, pero esta calle ya tiene nuestras almas.

¿Quién te habló del miedo? Nosotros nacimos con ritmo en el pecho. Rayos verdes cruzan el cielo, y en cada golpe crece el deseo.

Volvimos con peso, con hambre de más, tiramos verdades que nadie dirá. Rompiendo las reglas, quemando los mapas, pisando lo oscuro con fuego en las patas.

Practican el verso, nosotros lo somos, el pulso del barrio, del humo y los tonos. El tiempo se acaba, se siente en la piel alinealos todos, que empiece el papel.

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Relámpago de humo

Brilla el humo como el oro, en la noche del dolor. Y yo, que grito en silencio, ¿no escuchás mi corazón?

Aúlla el viento en mi pecho, como un lobo sin perdón. ¿Quién cruzó por esta puerta desde que dijiste adiós?

Relámpago de la chimenea, sombra de lo que quedó, te busqué por los pasillos y solo encontré tu voz.

Detén ese tren que ruge, déjala viajar sin mí. Que mi llanto ya no alcanza, pero aún late por ti.

Brilla el humo como el oro, relámpago sin final. Y en su luz tiembla mi alma, queriéndote recordar.

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"Juego cruel"

Nunca quise enamorarme, pero tus ojos eran fuego y yo siempre fui llama.

Viniste como lo hacen los sueños: con la suavidad de un susurro y la violencia de una tormenta en verano. Me enseñaste a temblar como si fuera la primera vez que alguien me miraba sin huir.

El mundo no debería girar por amor, pero lo hizo — y lo hizo para verte bailar lejos.

¿Quién inventó este juego cruel, donde los besos prometen lo que las almas no pueden sostener? Donde el deseo es un veneno lento y la piel recuerda lo que el corazón no puede olvidar.

Nunca quise caer, pero lo hice. Y el cielo era tu espalda, y el infierno, tu silencio.

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Beber gasolina

Conduzco sola por una ruta que ya no lleva a casa, en mi Cadillac de humo y recuerdos quemados. Las luces del semáforo parpadean como advertencias tardías, pero yo sólo aprieto el acelerador con los labios manchados de gasolina.

Una vez, vos llenaste mi tanque con algo más que combustible, me afinaste el alma, como si el motor de mi cuerpo pudiera andar con tu voz. Te conocí en el desierto, donde todo arde y nada florece. Me ofreciste una copa de plata, pero no era vino lo que bebía, era fuego.

Cruzamos diez mil millas de sueños rotos y aún así no encontré refugio. No hubo tormentas ni embotellamientos, sólo esta constante: tu ausencia y el crujir del metal al romperse.

Después, el motor gritó, las alas ardieron, y mi cuerpo explotó como si mi corazón fuera dinamita. Y vos, vos no estabas.

Ahora manejo entre sombras, persiguiendo un eco tuyo en cada curva, bebiendo gasolina para olvidarte, para encenderme, para dejar de sentir frío.

Éramos un viaje perfecto, un camino corto del cielo al infierno. Y en cada vuelta del volante, te sigo queriendo. Más que a una amiga. Más que a la vida.

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¿Qué harías tú?

¿Qué harías si todo cambia? Si el chico que veías en la esquina ahora vuela en autos azules y su nombre ya no cabe en sus zapatos viejos.

¿Qué harías tú si me ves brillar, después de reírte cuando caía?

Decías que soñaba muy alto, que no era para tanto, pero ahora mi sombra pesa y mis pasos suenan a respuesta.

Miran, hablan, pero no saben lo que costó. Las noches sin dormir, las traiciones, el silencio, los días en que no era nadie, más que un eco con hambre.

Y ahora que hay brillo, que hay números, que hay ruido, preguntan cómo lo hice. No entienden que no fue suerte, fue sangre. Fue perderme para encontrarme.

Así que dime, ¿qué harías tú? Si el que creíste que no valía nada ahora vale más de lo que podés contar.

No lo digo por rencor, lo digo porque sigo. Y aunque duela, no me detengo.

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Con los grandes

Caminamos sin pedir permiso, diez dedos firmes sobre el suelo, el alma alta, como si el viento supiera nuestros nombres y no pudiera ignorarnos.

Cada paso suena a historia, de esas que no están en los libros, pero se graban en la piel como cicatriz de victoria.

No buscamos tronos, los construimos. No pedimos sitio, lo reclamamos con mirada de acero y voz que rompe el silencio.

Barro en las suelas, fuego en la lengua, somos los que no se venden, los que llegan sin llamar y se quedan.

Perros grandes. Callamos más de lo que decimos, pero cuando hablamos, retumban las paredes.

Llevamos a los nuestros encima, a los que ya no están, como brasas vivas en cada verso.

No nos entierran, nos siembran.

Y florecemos en cada esquina donde se respira lucha.

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🍂 17 de abril 2020.

“Yo curo mis heridas sola, pero valoro a quien se sienta a mi lado mientras sanan”.

— That Girl Gisssy 🍂.

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Ahri

Te fuiste hoy, y la casa se siente más fría, más vacía, como si el tiempo se hubiera detenido esperando que vuelvas a ocupar tu lugar.

Catorce años a mi lado, siguiéndome en mis sombras y en mis pequeños destellos de luz. Me viste en mis peores días, cuando el mundo parecía romperse a mi alrededor, y aun así, nunca me soltaste.

Fuiste mi primera gata, pero también mi primera compañera real. No importaba qué tan hondo cayera, vos siempre estabas ahí, con esa paciencia infinita, con esa lealtad que nunca pidió nada a cambio.

Me duele pensar que no vas a recibirme más, que no vas a acurrucarte a mi lado como lo hiciste tantas veces, como si entendieras que te necesitaba más de lo que jamás admitiría.

Ahri, te busco en cada rincón, en cada sombra, en cada silencio que antes llenabas. Y aunque ya no estés, sé que nunca te irás del todo, porque el amor que dejamos en alguien es lo único que nunca muere.

Descansá tranquila, mi fiel compañera. Yo siempre te voy a llevar conmigo. 💙

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Un cambio de estación decepcionante

El frío ha vuelto, desmintiendo la promesa de un nuevo amanecer. Las calles crujen bajo pasos vacíos, llenas de excusas congeladas en el aire.

Las historias nunca terminan, solo se desgastan, como hojas atrapadas en el viento, sin raíces, sin destino.

La gente camina en su delirio, sombras que vadean la desesperación, buscando sentido en un cielo que se niega a hablar.

Debemos unirnos, compartir la cruz que otros cargan, porque el peso de la soledad es demasiado para un solo par de hombros.

Así que intentaremos no llorar cuando estemos en su lugar. Cuando el frío nos alcance. Cuando el silencio nos reclame.

¿Has oído las noticias? Oye, ¿has visto al ciego disfrazado, buscando sus ojos en los reflejos de escaparates rotos?

Oye, ¿has visto al hombre de la lluvia, con la boca llena de plegarias, rogando por un sol que ya no responde?

Los tiempos más oscuros no siempre son de noche, pero su sombra nos cubre igual.

Un hombre sostiene un cartel en la esquina, sus labios pronuncian la sentencia: "Este mundo no se sostendrá".

Todos estamos entre los que tienen miedo. Así que dime, ¿me tomarás de la mano?

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El delirio de la espera

Tarde en la noche, el brillo frío de la pantalla ilumina una habitación en sombras. Afuera, la ciudad sigue su curso: autos, luces intermitentes, pasos sobre el asfalto mojado. Pero aquí, en este rincón de la noche, el tiempo se detiene. La espera se convierte en un eco interminable, en una obsesión que late en el pecho como un tambor de guerra.

El teléfono es un abismo, un portal a respuestas que no llegan. Cada minuto que pasa estira los segundos, convirtiéndolos en horas. La mente se enreda, los pensamientos giran en círculos. ¿Eres tú el que juega o soy yo quien se aferra al espejismo?

Hay algo cruel en el silencio, en el vacío de una pantalla sin notificaciones. Es un juego de poder, un delirio donde la razón se disuelve y solo queda la necesidad. Afuera, el mundo sigue girando. Adentro, la mente construye laberintos de ansiedad, empujando los límites del autocontrol hasta romperlos.

Y mientras tanto, la noche se consume, la espera se alarga y la locura susurra al oído: “Solo un mensaje más... Solo una señal más”.

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Encaje y fuego

Llega con tu encaje puesto, cubriendo cada grieta de piel con la ilusión de pureza. La tela blanca no está protegida, pero está oculta. Te enseñaron que la prevención es la única cura, que si mantienes la postura correcta, si besas a través de ventanas sin abrir la puerta, quizás el mundo no te devore de un solo bocado.

Bebe, pequeña niña, ahoga la decepción en un sorbo tibio. Te prometieron que el amor era seguro, pero aquí estás, recogiendo las perlas rotas de tu madre con manos temblorosas. Vomita en tu plato, luce angelical. Aprende a disimular la náusea, a sonreír con los labios sellados.

Si te duermes antes de que llegue, quizás el daño no te alcance. Quizás los rezos sean suficientes. Pero las flores en llamas no piden permiso para arder. Y mientras tú esperas en encaje y cenizas, alguien, en algún lugar, sigue aprendiendo a fallar.

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Primer amor perdido

El rugido de los motores y el olor a caucho quemado eran parte de la atmósfera de mi juventud. Las noches se teñían de adrenalina, velocidad y luces fugaces en la carretera. En ese mundo de carreras ilegales, encontré a Esteban.

Era lindo, de esos que parecen sacados de una película. Su sonrisa despreocupada, la forma en que se pasaba la mano por el cabello antes de una carrera, el brillo de sus ojos cuando hablaba de autos... Todo en él me atrapó desde el primer momento. No solo me gustaba, lo admiraba. Su destreza al volante era incomparable; cuando aceleraba, parecía bailar con la máquina, convirtiendo el peligro en arte.

Nos enamoramos entre el asfalto y el viento en la cara. Me trataba con una dulzura que contrastaba con la dureza de ese mundo. Me hacía sentir segura en medio de un entorno donde la vida pendía de un hilo. Recuerdo las noches en las que, después de una carrera, nos alejábamos juntos para mirar las estrellas desde el capó de su auto. "El mañana es una esperanza, nunca una promesa", me decía, y yo reía, sin imaginar cuán cierto era.

Hasta que llegó el día que cambió todo.

Era una carrera más, como tantas otras. Pero esta vez, algo falló. Un mal cálculo, un movimiento en falso, y su auto se convirtió en un torbellino de metal y fuego. Grité su nombre, corrí hacia él, pero cuando lo alcancé, ya no quedaba nada de mi Esteban, solo un silencio ensordecedor y la certeza de que lo había perdido.

Me desmoroné. No supe cómo seguir sin él. El mundo perdió sus colores, las noches se volvieron frías, y la velocidad ya no significaba lo mismo. Mi primer amor se había ido, y con él, una parte de mí.

Con el tiempo aprendí a vivir con su ausencia, pero nunca lo olvidé. A veces, cuando escucho el rugido de un motor en la distancia, cierro los ojos y lo imagino ahí, sonriendo, listo para una última carrera bajo las estrellas.

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Me despierto a la medianoche sin saber qué hora es. El sueño se va y yo solo sigo sola en mi cuarto. Afuera, el mundo está en silencio, pero adentro hay ruido. Un eco de pensamientos que no callan, una sombra en el techo que parece mirarme de vuelta.

Me doy vuelta en la cama, pero el insomnio me atrapa como un nudo en el pecho. Respiro hondo. No sirve. Pienso en levantarme, en caminar, en hacer algo, pero mis piernas pesan demasiado. Me quedo ahí, contando las grietas del techo, sintiendo el vacío expandiéndose en mi pecho como si quisiera ocupar todo el espacio.

Pienso en las pastillas o el alcohol para sedarme y volver a dormir, pero no lo hago. El impulso está ahí, tan cerca, pero algo me detiene. Quizás sea el miedo a perderme más de lo que ya me he perdido. O tal vez sea la sensación de que, si me duermo ahora, me despertaré en el mismo lugar, con el mismo peso, solo con un parpadeo entre medio.

La tentación se disuelve como un susurro. El silencio vuelve a hacerse dueño de la habitación, pero esta vez es más pesado, más denso. Pienso que sería más fácil dejarme ir, desaparecer en el olvido de la noche. Pero la noche siempre regresa. Y yo también.

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"Dosis"

Tres pastillas, luego cuatro. El cuerpo pesa, la mente flota. No sé si quiero dormir o desaparecer un rato. Solo sé que cuando abro los ojos, el mundo sigue ahí. Inmutable. Indiferente.

Miro el frasco y pienso en números. En qué cantidad sería suficiente. En si alguien notaría la diferencia.

Pero no lo hago. No esta vez.