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Romance de la pena negra
Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. —Soledad: ¿por quién preguntas sin compaña y a estas horas? —Pregunte por quien pregunte, dime: ¿a ti qué se te importa? Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona. —Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. —No me recuerdes el mar que la pena negra, brota en las tierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. —¡Soledad, qué penas tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. —¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache, carne y ropa. ¡Ay, mis camisas de hilo! ¡Ay, mis muslos de amapola! —Soledad: lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya.
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Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza la nueva luz se corona. ¡Oh, pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola. ¡Oh, pena de cauce oculto y madrugada remota!
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Yerma, Acto III Cuadro II
YERMA El cielo tiene jardines con rosales de alegría: entre rosal y rosal, la rosa de maravilla. Rayo de aurora parece y un arcángel la vigila, las alas como tormentas, los ojos como agonías. Alrededor de sus hojas arroyos de leche tibia juegan y mojan la cara de las estrellas tranquilas. Señor, abre tu rosal sobre mi carne marchita.
MUJER 2ª Señor, calma con tu mano las ascuas de su mejilla.
YERMA Escucha a la penitente de tu santa romería. Abre tu rosa en mi carne aunque tenga mil espinas.
CORO Señor, que florezca la rosa, no me la dejéis en sombra.
YERMA Sobre mi carne marchita la rosa de maravilla.
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Yerma, Acto II Cuadro II
JUAN Con ese achaque vives alocada, sin pensar en lo que debías, y te empeñas en meter la cabeza por una roca.
YERMA Roca que es una infamia que sea roca, porque debía ser un canasto de flores y agua dulce.
JUAN Estando a tu lado no se siente más que inquietud, desasosiego. En último caso, debes resignarte.
YERMA Yo he venido a estas cuatro paredes para no resignarme. Cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las manos bien amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado.
JUAN Entonces, ¿qué quieres hacer?
YERMA Quiero beber agua y no hay vaso ni agua, quiero subir al monte y no tengo pies, quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos.
JUAN Lo que pasa es que no eres una mujer verdadera y buscas la ruina de un hombre sin voluntad.
YERMA Yo no sé quién soy. Déjame andar y desahogarme.
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Yerma, Acto I Cuadro II
JUAN Debías estar en casa.
YERMA Me entretuve.
JUAN No comprendo en qué te has entretenido.
YERMA Oí cantar los pájaros.
JUAN Está bien. Así darás que hablar a las gentes.
YERMA Juan, ¿qué piensas?
JUAN No lo digo por ti, lo digo por las gentes.
YERMA ¡Puñalada que le den a las gentes!
JUAN No maldigas. Está feo en una mujer.
YERMA Ojalá fuera yo una mujer.
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Oda a Walt Whitman, vv. 90-96
mañana los amores serán rocas y el Tiempo una brisa que viene dormida por las ramas. Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman, contra el niño que escribe nombre de niña en su almohada; ni contra el muchacho que se viste de novia en la oscuridad del ropero
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