Autor de "El espejo, identidad robada", "La última profecía mexica" y "Cuando el destino se decide en un volado". Siento, pienso, escribo y luego existo.
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Y entonces, maravillosamente las dulces gotas de agua de lluvia secaron las saladas lágrimas de sus ojos.
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La transformación es consecuencia del sufrimiento. La muerte, pues, traerá la metamorfosis más bella de nuestra efímera existencia; dispondrá nuestra materia sobre las arenas de los desiertos infértiles para convertirlos en valles, catalizada por la energía que sostiene el universo, y con un fervor inquebrantable para mantener la perfección de lo infinito.
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Un perdón auténtico emerge desde la empatía, no de la culpa; no mirando hacia dentro, sino hacia afuera.
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Él le pidió que lo recibiera de nuevo en sus sueños porque extrañaba sus besos. Ella calló y entonces él comprendió que no tenía que pedirlo, sólo bastaba con desearlo.
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Y entonces, maravillosamente las dulces gotas de agua de lluvia secaron las saladas lágrimas de sus ojos.
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Abrí los ojos y ahí estabas tú. No quería que mi mirada te despertara, porque sólo quería no dejar de ver tu rostro, así sin maquillaje, respirar tu aliento, así sin olor a menta, acariciar tu cabello, así enredado y seco; sólo quería estar a tu lado para siempre, sin que nada, ni una sonrisa, lo perturbara. Estábamos en nuestra cama, en la que habíamos tejido con nuestras fantasías, en la que todas las noches, antes de dormir y después de despertar, te hacía el amor, primero con palabras y después con caricias, con esas que atraviesan la piel para llegar al corazón.
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El agua que salía de la regadera dilataba los poros de su piel; respiraba y en ocasiones se erizaba. Se despojó de sus mantos para meterse. No pensaba, sólo sentía. El primer chorro de agua caliente que salpicó su brazo la sobresaltó, pero pensó que tenía la temperatura ideal, la que no le quemaría la piel, pero tampoco le congelaría el corazón. Se metió. Las gotas que se iban enfriando mientras escurrían por su piel la llevaron a romper la monotonía sin sentirlo. El borbotón empapó su cabello que escurrido le llegaba hasta la cintura, pero que, cuando arqueaba su cuello como cuando se inundaba de placer, le llegaba hasta el coxis. No pensaba en nada y estaba abstraída del mundo hasta que tocó con sus manos su propia piel; entonces, pensó en él. Fue tan intensa su fantasía, montada en un impresionante deseo que se materializó; ahí estaba él, detrás de ella, empapado, abrazándola y besándola… tocándole el alma con toda su pasión.
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No sé si sólo te deseo porque no te tengo. Quisiera tomarte entre mis brazos para saberlo, para sentirlo. Quizá sólo sea un momento, pero hay segundos que duran toda la vida.
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El silencio habla, pero no con voz propia, sino con la del que calla.
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El problema no es tu personalidad, sino la mía y no dejar de desear que seas como te soñé.
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No existe forma más efectiva para escudriñar el corazón y liberar el pensamiento que escribiendo.
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Cuando uno se encuentra consigo mismo, en el climax de la noche, en la cama a punto de dormir, no sólo se vulnera el cuerpo al desvanecerse las defensas; el estado de vigilia las erige. También el alma se expone, no a nuestros propios demonios, sino a nuestros deseos, pero éstos a veces no encajan con los ideales, con las expectativas de los otros ni con las propias. Aceptar los deseos exorciza la idea de que tenemos demonios; sólo tenemos deseos.
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Y aquí estoy de nuevo, intentando vomitar la ira, pero la culpa me tapa la boca; cada vez que regresa a mis entrañas se siente como tristeza.
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Un día habrás muerto.
Lo bueno: nunca sabrás que moriste.
Lo malo: jamás vivirás de nuevo.
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