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No todas las feministas hacemos huelga mañana, ni todas las que hacen huelga mañana son feministas
Hace mucho que no actualizo el blog y hoy me he indignado lo suficiente como para retomarlo ¯\_(ツ)_/¯. Agarrarse que vienen curvas…
Ha venido hoy un compañero, en tono de coña y chascarrillo, a decirme que si yo era de izquierdas y la conversación ha derivado en que cómo voy a ser de izquierdas si yo no hago huelga mañana y su mujer sí, que se va de batucada… Se supone que era en tono jocoso para que yo entrase al trapo que, al parecer, es algo bastante divertido. El tema es que detrás de una bromita o una puyita, siempre hay una indirecta y me toca las narices. Así que espera, socio, que te lo voy a explicar…
Soy de izquierdas, sí. Y mucho. Muy zurda y mucho zurda. Lo que significa que cuando yo voto, me preocupo de documentarme, educarme e ir leidita a votar para hacerlo de la manera más solidaria posible. Ser de izquierdas y tener un seguro médico privado no es incompatible. Lo que yo quiero es que todo aquel que no tenga un seguro privado, pueda tener acceso a una sanidad gratuita y universal que cubra todas sus necesidades. Sanidad que yo pago con mis impuestos aunque no disfrute. Pero se la pago al resto de españoles porque siempre habrá alguien que lo necesite más que yo.
Exactamente igual que con la sanidad me pasa con la educación. Yo voto para que todo el mundo tenga acceso a una educación gratuita y de calidad, porque eso, señoras y señores, es lo que va a asegurarle un futuro a este país – gente preparada y educada. Profesionales que sepan sacar esta patria adelante.
Igualmente, quiero que todo el mundo tenga acceso a una vivienda digna. Que viene a ser querer hacer valer la Constitución:
Artículo 47. Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos.
Ay, la Constitución… Me la pelan las banderas. El único trozo de tela que me representa lleva el blasón de la Casa Gryffindor y la única reina a la que rindo pleitesía es Beyoncé. Pero eso no me hace menos patriota que los que salen con la bandera a obligar a aquellos que quieren irse a quedarse. No, señor. Cada vez que yo voto, pienso en ellos. En sus derechos y en sus libertades. En que, si necesitan un médico, lo tengan. En que, si tienen que llevar a sus niños a un colegio público, éste sea de calidad. En que, si una mujer de su entorno tiene que pasar por el jodido trance de tener que abortar, lo haga con la seguridad de que va a hacerlo en condiciones sanitarias adecuadas y no en un sótano lúgubre y húmedo, atendida por un chamán, saliendo de allí con una infección y muriendo a los dos días de sepsis. Mi patria sois vosotros, la gente. No un trozo de tierra limitado por líneas imaginarias.
Yo soy de izquierdas y soy patriota porque pienso en todos vosotros. Incluido tú, aunque me cuestiones mis principios.
Por otra parte, soy feminista. Y mañana no hago huelga. ¿Por qué?
1) Mañana 8 de marzo es el Día de la Mujer, anteriormente conocido como el Día de la Mujer Trabajadora – que se nos ha caído el apellido. Entiendo yo que hago un flaco favor honrando el día si lo paso sin trabajar.
2) Para convocar una huelga, tienes que convocar a toda la población porque si no, sería ilegal. Ahora bien, “estáis convocados, hombres, pero no queremos que vengáis…” Cortocircuito muy fuertemente. Igual es que la herramienta de la huelga no es la más adecuada en este caso... Ahí lo dejo.
3) Mañana hay convocada una huelga laboral, otra de cuidados, otra estudiantil, otra de consumo y otra de transportes. Casi ná…
Laboral: explícame por qué, si yo voto con cabeza a gente para que luche por mis derechos en el parlamento, tengo que palmar más pasta de la que ya pago en impuestos para que éstos hagan su trabajo. Explícamelo, que se me escapa… Que hagan su trabajo como tiene que hacerse, que yo me dedicaré a hacer el mío igualmente.
De cuidados: soy una mujer soltera que vive sola. Si yo hago huelga en mi casa significa que viviré entre mierda ese día y que no comeré. Igual ha fallado algo aquí, porque no se ha pensado en todas… ¿Qué pasa con las madres solteras; con quién dejan a los niños? ¿Y con las parejas de lesbianas? Dadle una vuelta, que ellas también son mujeres. A lo mejor hay que trabajar en las políticas sociales para fomentar la conciliación familiar y eso no se hace en una batucada, se hace en el parlamento y votando con cabeza. Recordad, niños: a votar se va leído.
Estudiantil: hace nueve años que no me aplica…
De consumo: esta es la única que medio puedo entender. Dejaré el pan comprado hoy.
De transporte: no trabajo en este área. Me afectará, pero oye, darse un paseo al trabajo no viene mal…
Es decir, de cinco convocatorias: no estoy de acuerdo en dos, otras dos no van conmigo y hay una que medio entiendo pero que me da bastante igual.
4) La igualdad es un concepto al que se ha querido sacar mucha punta últimamente. Mi posición frente a todo lo controvertido es siempre la normalización, no sacarlo de quicio exponiendo su singularidad porque, entonces, se desvirtúa el concepto base. Tener un día especial para acentuar la individualidad femenina, bajo mi punto de vista, rompe radicalmente la normalización de la igualdad.
5) Mañana se van a esgrimir lemas y se van a utilizar métodos de protesta con los que no estoy de acuerdo y que no me representan.
Me jacto de mi manejo de la escritura y del idioma español – del inglés, también, pero eso queda para otra entrada. Me ha costado muchos años de educación, lectura y práctica, y no estoy dispuesta a dejar que se patee el diccionario por un falso concepto llamado “lenguaje inclusivo”. El español ya es inclusivo y lo demuestra a través de los artículos. Que se utilice un pronombre o adjetivo en masculino para denominar a un grupo o colectivo, ni me ofende ni coarta mis libertades. Que os folléis a la lengua española en defensa de un concepto erróneo, hace que pierda paz mental y que hagamos un flaco favor a las generaciones venideras que heredarán un lenguaje desvirtuado y poco práctico. Expresar los géneros con “e”, “x” o siendo redundante no hace a nadie más tolerante o feminista; le convierte en un paleto analfabeto.
Soy mujer. Y tengo la regla. Y hago caca. Y hago pis. Y me tiro pedos. E igual que no me gusta ver caca en anuncios, a un tío meando en la calle o que se tiren un pedo delante de mí; no me gusta ver cuadros pintados con sangre menstrual, ni a alguien con la cara ensangrentada porque, entre otras cosas, me mareo con la sangre.
De la misma manera que no consiento que un tipo esté sin camiseta delante de mí en un entorno que no sea la playa o la piscina, porque es una grosería de tres pares de pelotas, el top less fuera de estos dos mismos escenarios, me parece fuera de lugar. Y a tenor de las reacciones de los machirulos, no funciona y, encima, se coge frío.
¿Ponerse unas bragas en la cabeza o como un bandido a punto de atracar una diligencia? Pues oye, haz lo que quieras mientras las bragas estén limpias; de lo contrario, tenemos que hablar…
De lo expuesto hasta ahora, un segundo compañero me ha dicho que me compraba todo menos lo de “palmar pasta” y luego ha argumentado sobre los derechos ganados por trabajadores que no se podían permitir huelgas.
Es mi percepción que, en el siglo XXI, la huelga es una herramienta obsoleta. Pero lo realmente importante para mí es que soy una mujer trabajadora e independiente a la que, según la estadística, le cuesta ganar el dinero un 30% más que a un hombre. Defenderé mi derecho a la igualdad, trabajando duro para demostrar que me merezco cada euro que gano exactamente igual que cualquier hombre de mi alrededor y no cederé ni un céntimo, cobrando así, efectivamente, menos que mis compañeros este mes. NI UN CÉNTIMO. Mujeres mejores y más listas que yo, lucharon hace años para que yo esté aquí hoy trabajando, ganando mi dinero para mantenerme sin un hombre a mi lado y pudiendo pedir una hipoteca sin permiso de mi padre – que hubiera sido una risa que flipas, tú – como para que yo ceda parte de él al sistema del patriarcado. Vengastaluego.
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Yo elijo

Hay una escena en Mentes Peligrosas, en la que Michelle Pfeiffer le dice a sus alumnos que pase lo que pase, en la vida siempre tenemos elección. Lo hace con una frase pelín comprometida—primero escribe en la pizarra “nosotros queremos morir” y luego tacha “queremos” sustituyéndola por “elegimos”: nosotros elegimos morir. Su intención es enseñar a sus alumnos que incluso en ese momento, puedes elegir cómo morir. Es una de esas frases de película que se te quedan en la cabeza como el “¡Oh, Capitán, mi Capitán!” y el “Y los golpes siguen cayendo…”.
En cierto modo, Michelle Pfeiffer tiene razón. Por ejemplo, recuerdo un día que iba bajando yo por las escaleras de alumnario del instituto—sin caerme, que os veo venir—y un amigo, que estaba abajo hablando con otros miró arriba y me vio. Días atrás habíamos estado hablando de la chica que le gustaba y que se iba a lanzar y, cuando me vio, se le iluminó la cara y apareció una sonrisa de esas que deslumbran. A mí me entró la carcajada, claro, porque sabía lo que significaba: se había liado con ella ese fin de semana. Cuando terminé de bajar la escalera y me acerqué a él, que estaba tronchado de risa, me dio un abrazo de esos que se recuerdan muchos años después… Eligió darme un abrazo y compartir ese momento conmigo.
No tengo claro si antes o después de la anécdota del abrazo, recuerdo otra de una noche de viernes o sábado… Sí, tengo 31 años y la memoria me falla. A callar. ¡A callar he dicho! Estábamos respirando aire puro en uno de estos rincones erigidos a modo de jardinera, fuera del único garito del pueblo. De aquella todavía se podía fumar en los sitios públicos y lo de respirar fuera era algo necesario cada equis tiempo si no querías morir de tos, mocos y ausencia de voz al día siguiente.
Estábamos unos cuantos, entre ellos el amigo de la anécdota anterior (desde ahora Número Uno) y otro amigo que, algún tiempo después, me tuvo loca (desde ahora Número Dos). Malas lenguas decían de aquella que la que entonces le tenía loco era yo, pero jamás me lo creí. Igual el tema de reconocer indirectas y patrones amorosos merece una entrada aparte porque agüita con mi incapacidad completa en ese frente…
En fin, que Número Dos y yo estábamos hablando de algo que ahora no puedo recordar pero debió ser lo suficientemente rarito como para que Número Uno soltase una de “joder, vosotros dos vais a acabar casados. Sois igual de frikis…” En ese momento él eligió decir lo primero que se le pasó por la cabeza dejándonos a Número Dos y a mí rojos de vergüenza y mirando a todos lados menos el uno al otro. Número Dos y yo jamás coincidimos en el tiempo y nunca pasó nada, pero quedó claro ese día que Número Uno nos tenía perfectamente calados… Al menos a mí.
Tiempo después, y tras muchos años sin hablarnos, Número Uno y yo coincidimos en la fiesta de cumpleaños de una amiga. Ese día, nuestros amigos en común decidieron jugar a un juego que consistía en que, colocados en círculo, tenías que decir lo que más te gustaba de la persona de la derecha y lo que menos de la persona de la izquierda. Imagino que aposta, la cumpleañera nos puso el uno al lado del otro. Él a mi izquierda. Yo a su derecha. Él hablaba primero. Y eligió decir que lo que más le gustaba de mí eran mis mofletes. ¿Mis mofletes? ¡¿MIS MOFLETES?! Venga, coño… Yo elegí no arrancarle los ojos por ello, aun con lo mal que me sentó. ¿Mis mofletes? ¿En serio? ¿No había otra cosa que decir? Vengastaluego... Me vengué diciendo que lo que más me disgustaba de él era su nariz. Él, todo ofendido, me preguntó que por qué no me gustaba su nariz y yo le contesté que porque me gustaba más la de su hermano gemelo. Con dos cojones. Que siempre me había parecido más guapo su hermano que él. Ahí, con dignidad…
Me fliparía preguntarle ahora a qué vino lo de los mofletes o si todavía lo mantiene. Me encantaría decirle que igual me pasé con lo de la nariz... Pero a Número Uno le mataron hace hoy 5 años; un viernes 16 de septiembre, exactamente igual que hoy.
Y aquí, querida Michelle, llega la lección de hoy: no todo el mundo tiene elección. Él no eligió morir. Y ahora ya no puede elegir nada.
La elección que me queda a mí hoy es esta: elijo recordarle por los abrazos, espontaneidad y mofletes.
Descansa en paz, Héctor.
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#ErradiquemosLosMartes
No hay nada mejor para empezar el día que darle un beso en el culo a un taxista. O a lo mejor sí, yo qué sé, yo he venido aquí a hablar de mi libro…
En fin, que eso es lo que pasó hace un par de viernes. Bueno, en sentido figurado, degenerados, que sois unos degenerados. Mi forfi sí le dio un beso en el culo al taxi de verdad. Así, con violencia contenida…
Estaba yo segunda detrás de un taxi, para entrar a una rotonda, mirando atentamente a los coches que se incorporaban a la rotonda por la salida que nos quedaba inmediatamente a la izquierda. Así por el rabillo del ojo miope este que tengo, vi yo cómo el pesetas avanzaba milimétricamente cuando ya no había nadie para entrar en la rotonda y yo, todavía atenta por si se nos colaba algún listo, arranqué tambiPUM!! ¿Hola? What the fuck in the world?El jodido taxista se había arrepentido, había frenado y yo, como una Tamara Falcó cualquiera, me lo había comido de lleno.
Un parte amistoso y un par de “perdona, de verdad, que iba atenta a los que se incorporaban” después, me volví a meter en mi coche mortificada no por el golpe en sí, ni por la culpa, que también, sino porque iba a tener que llevar el coche al taller… Mátame, camión.
Y es que los establecimientos donde se hacen transacciones con el coche y yo no nos llevamos bien. No es un caso aislado de ITVs, no. Abarca todo lo que viene a ser el mundo del automóvil, concesionarios y talleres incluidos.
Todo empezó un buen día de febrero de 2013. ¿Qué día? Sí, exacto: ¡un jodido martes! Martes 19, para ser exactos. A eso de las 19:30 de la tarde entramos mi madre y yo en el concesionario para formalizar los papeles y hacerme con mi Forfi. Días antes había estado en el taller y ya había encargado el coche. Yo iba con la idea del coche que quería, porque había pasado un mes haciendo un Excel con todos los modelos de la gama, precio y características. Ganó el Forfi. El Excel no miente. Ahora bien, no ganó cualquier Forfi… Ganó el Ford Fiesta Titanium con la radio candemor chuli guay que yo quería. A ver si os vais a pensar que soy friki de palo a estas alturas… El color era secundario, eso sí. Hombre, dentro de unos parámetros de normalidad: negro, blanco, azul...
Total que el buen señor del concesionario me dijo que ellos tenían uno en el garaje, porque al ser de kilómetro cero no los tenían en la exposición, y que si quería bajar a verlo. Y claro, bajamos. Blanco era el coche. Así desde fuera, perfecto. El tema fue meterse dentro… Jijijijijijiji… El salpicadero era rosa. Vengastaluego, ¿ROSA? Sí. Rosa.
Yo miré al buen señor y le dije: “oye, ¿y en normal no lo tenéis?” El hombre vio el pánico en mis ojos y me dijo que no me preocupase, que seguro que encontrábamos uno que no diera susto al miedo. Así que pa’rriba que fuimos otra vez a llamar a las otras sucursales de la cadena de concesionarios para ver si de los 4 coches que tenían en total, ellos tenían El Forfi. Primero al que llama: blanco, salpicadero rosa. 2-0, amigo, aprieta que te quedas sin venta… Segundo: negro, salpicadero rosa. Sudaba el gachó lo que no está escrito. Tercero y último: negro… SALPICADERO NEGRO. Fuegos artificiales, confeti, volteretas laterales… “Ese, ese, rey. Tú reserva ese y que te lo traigan pa’cá ‘chando leches”.
En fin, que el martes siguiente, el maldito martes siguiente, nos presentamos en el concesionario para firmar papeles y formalizar temas. El coche, obviamente, estaba en el garaje y, por lo tanto, hacia el garaje nos encaminamos a ver a mi pequeñín, bolso, abrigo, pañuelo y chaqueta en mano. El garaje era largo y estaba oscuro, a excepción de un único punto de luz en la distancia, justo al final del interminable pasillo que se abría ante nosotros, que alumbraba un Ford Fiesta negro. Oh, mi coche…
Íbamos en una fila diagonal, donde el más adelantado era el nota del concesionario, luego iba yo en medio y, por último, mi madre. Ensimismada con la belleza deslumbrante de mi 4 ruedas nuevo, quién iba a identificar el pequeño saltito que el personaje éste dio para evitar la jodida zanja que había en el suelo del garaje… ¿Quién? Yo no. Pie dentro de la zanja y de boca al suelo, con el bolso, el abrigo, la chaqueta y mi dignidad a cuestas.
Obviamente, siendo martes, no se podía esperar una caída ridícula, un moratón y una carcajada, no. Rotura de la cabeza del radio con desplazamiento. A 0,005 mm me quedé de que me operasen… Pero yo, que a cabezona no me ganan ni los muñecos de las Fallas, pseudorecuperé la compostura, me metí en el coche, toqué un par de botones, salí, salté la zanja, subí al primer piso y, con el codo izquierdo roto, firmé los papeles de mi coche. ¿Os había dicho ya que soy zurda? JajajajajaJAJAJAJAJAJAJA… Pues soy zurda.
Salí del concesionario manteniendo la tranquilidad y le dije a mi madre “hale, vamos de paseo al hospital, que necesito un codo nuevo”. Según me metí en el coche rompí a llorar desconsoladamente y claro, mi madre, la pobre, preocupadísima: “¿tanto te duele, hija?”, y yo “NoOoOoooo…snifsnif…Es queeEeeEee…snif…¡¡YA NO PUEDO ESTRENAR EL COooOOOooOOOOoOoOoCHEEEeEeEeeeEEE!!”. Las prioridades ajustadas, coño, como debe ser.
El codo curó. Y al año siguiente tocó llevar el coche a revisión. Esta vez me negué a llevarlo a la misma sucursal del concesionario donde lo había comprado, así que me fui a una que, curiosamente, estaba más cerca de mi casa. Fue cachondísimo el momento en el que me tropecé con un socabón en el asfalto y besé el suelo, previo arrastre de mi iPhone por el alquitrán… El año anterior me rompo un codo, este año me rompo un iPhone… Señor Bendito, ¿qué será lo siguiente?
Pues mirad, no lo sé, porque desde entonces lleva mi madre mi coche al taller. Yo ya no vuelvo a arriesgar mi vida...
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Yo puedo, mamá, ¡yo sola!
Cuando era pequeña me venía arriba con cada cosa que podía. “Yo sola, mami, yo puedo…” Y tampoco os creáis que he cambiado mucho, ahora también lo hago. Y los resultados son más o menos los mismos…
De vez en cuando me dan arrebatos de libertad. Momentos en los que me da igual todo y todos, y quiero hacer algo loco o cambiar algo drásticamente. Generalmente tienen que ver con el pelo. Que dices tú, “pide hora en la peluquería y que te corten como se les ocurra…” No, mira: yo puedo. ¡Yo sola!
Y es que, ¿por qué no? A ver, que muy difícil no puede ser. Tú coges unas tijeras, pillas un mechón y cortas. Instrucciones de uso y disfrute de un botijo.
Claro, que muy hábil con las tijeras, nunca he sido, todo hay que decirlo… Es que soy zurda, ¿sabes? Y eso, de por sí, ya es un hándicap. Todo está al revés, incluidas las tijeras, por supuesto. Y eso, quieras que no, pues dificulta un poco el uso. Lo que debería ser un corte recto se convierte en un zigzag de puta madre. Vamos, que yo no necesito tijeras de estas pijas con hojas de formas raras para montarme manualidades de craft. Soy zurda, chavales, ¡viene de serie!
Pero bueno, estamos hablando de cortes limpios, vamos a ver. Que no hay que recortar el mapa de España. Zas, ¡zas! Limpio. No puede haber complicación. ¿No?
Además, que yo he estudiado biología. En mi facultad había una fauna autóctona muy curiosa. Mogollón de compañeras se cortaban el pelo ellas solas. Y salvo las que se dejaban el flequillo como una líder de la izquierda abertzale, todo bien. Bueno, el no peinarse igual también influía… Quicir, que en lo último que te fijabas era en el corte…
Bah, pero que hay cienes y cienes de influencers youtubers candemohr que suben tropecientos tutoriales enseñándote... Si ellas pueden, YO PUEDO SOLA. Claro que sí. Mujer autosuficiente, inteligente, hábil… Mujer autosuficiente e inteligente. Yo. Puedo.
En fin, ¿qué hay que hacer? ¿Cogerse una coleta? Uy, qué coñazo… Yo cojo así el pelo como para hacerme una coleta y lo sujeto con la mano. Coño, hay que ser práctica. ¿Siguiente paso? Trenza… Vengastaluego, de trenza nada que, además, se me dan fatal. Yo enrollo así el pelo, bien apretadito y listo. Vamos ya, que estoy en racha. Paso tres: corta. Ah, bueno, ¡esto es lo fácil! Pero, escucha… me ha quedado un cilindro de como 4 cm de grosor… Para cortar esto voy a necesitar una cizalla o algo… Va, mira, yo meto tijera y voy cortando porque QUÉ PUEDE SALIR MAL.
Bueno, pues muchas cosas… Para empezar, tú vas cortando pero como que hay una inclinación hacia arriba intrínseca al movimiento de muñeca que hace parezca que te ha cortado el pelo una cabra a bocados. Va, va… esto se soluciona rápido: enrollo el pelo para el otro lado ¡y vuelvo a cortar!
Error.
Vale… pues mira, hago una cosa. Cabeza boca abajo y a cortar en línea recta. Eso NO PUEDE FALLAR.
Jijijiji…
En fin, podría haber sido peor… No he cortado demasiado de largo y no se nota mucho… He saneado puntas, ole con ole.
Pero esta capa de arriba… buf, como que sigue muy larga, ¿no? A ver qué dice de las capas esta nota… 1) Seleccionas capa. Chupao. 2) Te llevas el pelo hacia delante y te haces una coleta y luego una trenza. Pero qué pesaos, tú… Enrollo y listo. Esta vez, que es menos pelo, seguro que no se me mueve nada, no como antes... Pero, espera, espera… si hago esto, me va a quedar flequillo y eso da mazo de calor y me queda fatal… ¡Pelo hacia atrás! Así, rollo Eureka, con tonito y todo. Va, paso 3) Corta. Dale.
Error.
Ahora tengo el pelo más o menos a la misma altura por delante. Correcto. Pero por la coronilla…
¡DIOS BENDITO!
Bueno, mira: a lo hecho, pecho. Yo ahora me lavo el pelo, me lo rizo así un poco con la plancha y esto se disimula… Se enrolla mechón de la capa de arriba con mechón de la capa del medio y arreglado…
Error.
Seguro que esto con el pelo liso, ni se nota. Vamos, seguro…
Error.
Joder… “Hola, ¿Raquel? ¿Qué tal? Oye, ¿tienes cita para cogerme mañana por la manaña? No, bueno… Verás, te cuento…
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Esas pequeñas cosas

Una de las cosas que tiene llegar a la treintena es que puedes decir cosas del tipo de “hace veinte años que…” y te sientes mayor, pero fardas, joder, que ya tienes una edad.
Yo tengo la suerte de poder decir que hace más de veinte años que soy amiga de mis amigas de toda la vida. Ahí es ná. Puede que no nos veamos todos los días, o todos los meses–oye, hay que hacer algo que esto va a subir a años y me da vergüenza–pero lo cierto es que cuando nos vemos es como si no hubiera pasado el tiempo. Mantenemos el contacto, eso sí, para eso están las redes sociales. De hecho, son las mayores fans de este blog, algo que se agradece cosa mala.
Lo bueno de que haga tanto que nos conocemos es que tenemos mil y una historias compartidas. Tropecientos mil recuerdos que salen del baúl a la mínima que algo te recuerda a ellas y, claro, toca escribirlas, comentarlo y morir de la risa.
Hoy Gerard Butler ha salido en la tele y eso, automáticamente, ha provocado que mi más fiel compañera de conciertos nos escribiera a su prima, la portera-karateka, y a mí en twitter con un #ZorocotrocoDelBueno. Automáticamente han empezado las risas, claro. Y es que Butler está pa darle zorocotroco a destajo…
No recuerdo bien de donde viene la palabra, pero es una de mis idas de olla. Igual es uno de mis momentos más memorables junto al lalilo y al judiíto… Veréis, yo en el instituto era muy de desahogar mi arte cantando porque todavía no había descubierto esto de contar mis movidas en la red. Así que a la mínima que surgía la oportunidad, yo aprovechaba para soltarme la melena deslumbrando a los presentes, que he de decir, que me daba bastante igual quiénes fueran. Tenía dos greatest hits entre mi repertorio: el lalilo (os dejo aquí el vídeo para ilustraros la obra maestra que es) y el judiíto (canela en rama a comprobar desde el minuto 5 de este vídeo).
Tengo una amiga, que era la capitana del equipo de fútbol donde jugábamos, que venía conmigo a clase. Normalmente coincidía con que nos sentábamos al lado o ella detrás mía y, a la mínima, aprovechaba la coyuntura para girarme y lalilo laloleilo… lalilo LALÁAAA. Más de una vez me echaron de clase por la gilipollez, pero mereció la pena: me dio para explorar territorios de los pasillos del instituto antes inexpugnados…
Y es que el tema musical entre mi grupo de amigas era un recurso frecuente. La capitana, mi fiel compañera de conciertos, la portera-karateka, otra amiga y yo éramos una panda de locas que, además de compartir la afición por el fútbol y practicarlo (algunas con más habilidad que otras) en el mismo equipo, teníamos una enfermedad muy seria por cierta boy band de los 90…
De hecho, existen documentos gráficos nuestros–que jamás verán la luz–mostrando a cinco adolescentes descerebradas, cada día en una casa, imitando sus videoclips. Recuerdo el día que nos dio por emular el de Quit Playing Games (With My Heart)… Yo era Nick, por supuesto.
Convencimos a otras dos amigas para hacer de equipo técnico con la manguera y acabamos todas un poco así:
Por mucho que parezca mentira, teníamos cosas peores como, por ejemplo, engancharnos a una telenovela. Sí, sí… Todas enganchadas durante un verano a Cosas del Amor. Aquí os dejo la intro para que la disfrutéis…
…
¿Ya? ¿Ya la habéis visto?
…
¿Sí?
Hay muchas más anécdotas con ellas. Algunas se pueden contar, otras mejor guardárnoslas para nosotras por lo que pueda pasar. Eso sí, hay algo que es innegable y es que no cambiaría el haber crecido con ellas por nada del mundo. Os echo de menos, coleguis, tenemos que vernos más.
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Yo es que...

Una de las pesquisas de hacerse mayor es que tienes un saquito que vas llenando de experiencias y, así, acabas cumpliendo el refrán de “más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
Hasta hoy mismo, yo había vivido muy tranquila sin meter el “golpe con el coche” a la buchaca… Hasta hoy. Jodidos 30…
Lo gracioso de la historia es que yo no estaba en el coche cuando ha pasado. Ni siquiera cerca de él. Ah, pero la Guardia Civil, sí... Os cuento:
Saliendo hoy de la oficina extra tarde, a eso de las 19:45, he visto que la Guardia Civil estaba haciendo un control justo en la calle de detrás de mi trabajo y, curiosamente, había dos agentes mirando mi coche. Microinfarto.
Cuando me he acercado, con un “disculpe, dígame que no me está multando que yo ya me voy, ¿eh?” un amable (y bastante mono) Guardia Civil me ha dicho “no, no, no estamos poniendo multas… Pero ¿cuál es su coche?” y, claro, ¿qué le voy a decir…? “¡El forfi!”.
Posiblemente el Guardia Civil haya pensado que estaba pelín desequilibrada, yo creo, porque me ha mirado raro y me ha dicho “¿el negro?”. Y yo “sí, agente, el forfi negro”. Y él “¿ese negro de ahí?”. Y yo “sí, agente, él único coche, negro o violeta-azul-cielo, aparcado en esta calle. Ese, el negro, el forfi. ¿Capasau?”.
Y ahí es cuando me ha dado la terrible noticia: me habían desvirgao al forfi. Su primer golpe… ¡Qué disgusto, madre mía!
Total, que en ese momento, el amable picoleto ha procedido a relatar los acontecimientos acaecidos a eso de las 18:45 de la tarde: estaban los tres eficientes agentes de la Benemérita en pleno ejercicio de sus labores oficiales cuando, repentinamente, habían escuchado un fuerte golpe. Un vehículo estacionado en paralelo, había dado marcha atrás para salir de su plaza de aparcamiento y se había llevado por delante el parachoques de mi forfi, aparcado en línea justo detrás.
Los amables agentes de la ley, viendo la escena, habían dado el alto al conductor del Daewoo que se ha trincado a mi pobre cochecito y, como ellos no están autorizados a hacer atestados en casco urbano, le habían tenido retenido UNA HORA hasta que a) llegase la Policía Local o b) llegase yo. Ha sido b.
El pobre señor, tieso como la mojama, había tenido que esperar de pie, al lado de su coche–por alguna razón no le dejaban meterse dentro–, con un frío que pelaba, a que yo llegase porque los agentes de la ley no eran capaces de localizarme. Estaba el nota cabreado como una mona pero, claro, con el culito muy apretadito.
No hacía más que decir–en bajito, como para él…–, “si yo le dejo mis datos y ya… Pero yo es que...”. Y el hombre de verde le contestaba “caballero, que se estaba usted yendo sin dejar datos ni nada…”. Aaaahhhhcabáramos, por eso no le dejaban meterse dentro... “Se estaba dando usted a la fuga, delante de nuestras narices… Que iba a dejar a esta pobre señora con el bollo y sin parte…”. ¿Ein? ¿Me ha llamado señora?
“No, no… Si yo… Bueno… Por la señora lo hago… Pero yo es que no sé si este coche está bien aparcado aquí… Yo…”.
“Caballero, el coche está bien aparcado. Es la quinta vez que se lo digo. Va usted a darle a esta señora sus datos y a firmar el parte amistosamente. Señora”, eso ya dirigiéndose a mí, “¿usted está de acuerdo?”.
“Señorita”. Sonrisa de no-me-hagas-repetirlo-. “Y sí, sí, hombre… Nada, una capita de pintura y nuevo”. ‘Ta toh pagao, Gallu…
“Bueno, yo lo tengo a todo riesgo… Pero yo es que no sé si aquí aparcado…”.
“CABALLERO, QUE YA LE HE DICHO QUE ESTÁ BIEN APARCADO Y SUERTE TIENE USTED DE QUE YO NO PUEDA HACER EL ATESTADO Y QUE LA POLICIA LOCAL NO VENGA PORQUE ¿¿DÓNDE COÑO ESTÁN LOS LOCALES?? Y SAQUE USTED EL PARTE YA Y TÚ, LLAMA OTRA VEZ A LOS LOCALES QUE LES VOY A MONTAR UN POLLO QUE YA VERÁS”.
¿Hola? ¿Has tenido un mal día? ¿Quieres que lo hablemos? ¿Desahogarte? ¿Un Valium? ¿Un médico que te mire esa espuma que te sale por la boca?
Curiosamente, y casi como si le hubieran oído, los Policías Locales han llegado en ese mismo instante. Los dos perfectamente uniformados agentes de la ley han bajado del coche y han preguntado qué pasaba y yo, casi como en una premonición he visto claramente la onda expansiva del grito que iba a pegar el del tricornio, cuando…
“Que yo no sé si este coche aquí… Y claro, que le he dado… Que yo le he dado, pero yo es que aquí aparcado…”.
“¿PERO NO LE HE DICH… ¿NO LE HE DICHO YA QUE.. ¡QUÉ SE CALLE QUE ME LO LLEVO PA’L CUARTEL QUE ES USTED UN PESADO! ¡¡UN PESADO!!”. Zas, la onda expansiva. Muy listo el nota no es…
“No, no… Que yo firmo… Yo es que sólo digo que…”.
“¡¡QUE ESTÁ BIEN APARCADO!!”. Tres picoletos y dos locales a coro. Rollo Sebastián y el coro de pulpos de La Sirenita. Qué espectáculo, niño, y me lo quería perder…
“Vale, vale… Pues… Bueno yo es que aquí una hora…”. No, en serio, colega, ¿estás casado? Cuídala, pieza, porque tienes tela, tú…
Ahí ya, temiendo otro número de película Disney, me he metido: “bueno, habrá que hacer el parte, ¿no? Mira, ya lo saco yo, que tengo uno y lo rellenamos, ¿te parece?”.
El hombre ha debido sentir la mirada de cinco agentes de la ley clavada en su nuca y, farfullando algo para el cuello de su camisa, ha asentido a regañadientes. Los dos Locales se han despedido diciendo un “bueno, ya lo tenéis todo controlado aquí, ¿eh? Venga, buenas noches” y el Civil, como que se ha atragantado un poquito y todo… “Eh… ¡EH! QUE… QUE… JODER, COÑO… VALE…”.
Jijijijijiji… Veinte minutos y dos partes ha tardado el cansino en rellenar sus datos. El Guardia ya ni gritaba… Ya había pasado a desesperación. Súplica, me atrevería a decir… “¿Pero hombre… Es que no se sabe usted su nombre, por el amor de Dios? ¡Su nombre, no el modelo del coche! ¡Así, muy bien…! Firme aquí… ¡AQUÍ, HOMBRE, AQUÍ, DONDE PONE FIRMA…! Señorita, le toca a usted…”. Casi no le he dejado terminar… Oye, yo es que mis datos me los sé, ¿sabes? Y claro, así es mucho más rápido. Bueno y que tengo sangre en las venas…
Es más, me ha tocado a mí hacer el croquis, aun no habiendo visto nada, porque el señor ha dicho una especie de “¿lo qué?” y antes de que el buen agente de la Benemérita volviese a estallar ya he dibujado yo dos rectángulos y una flecha… Mira, no, lo tengo yo ahora aquí muy cerca y no tengo ganas de que me salten las vísceras…
“Ande, tire pal coche ya y váyase de aquí… Váyase que…”.
“Si yo me voy, yo me voy… Pero yo es que…”.
Foto vía navylifeofapilotswife.com
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El tiempo pasa...

A veces la vida pasa tan rápido que no te paras a pensar dónde y cuándo los caminos que antes eran perfectamente paralelos, empezaron a virar. Y así, llega un momento en el que tienes que parar, echar la vista atrás y sopesar si te merece la pena seguir gritando a pleno pulmón para comunicarte con aquél de ahí, que cambió de vía hace años… Y hasta aquí las metáforas moñas, os cuento.
He llegado a los treinta. Y yo no sé si es la mala leche que se me pone al pensar que tengo treinta, que es año impar y eso me da mala suerte, o qué narices es, pero llevo ya dos cortes por lo sano este año, en lo que a amistades se refiere. El primero por homófobo, la segunda por una falta absoluta de inteligencia y corazón.
Allá por mayo, un colega del instituto, se descolgó subiendo una foto de dos hombretones, sin camiseta dándose un morreo a bordo de una carroza. La tituló “respeto pero no comparto”. Este señor, padre de tres hijos, a los que entiendo estará educando en el amor y la tolerancia, siguió poniéndose en evidencia comentando que eso no era normal y que “qué asco”. Los Habituales—como cariñosamente haré referencia a los tres que siempre vamos a una, como Fuenteovejuna—intentamos, entre chascarrillos, que entrase en razón, pero él erre que erre con su “¿pero es que esto te parece normal?”. Pues mira, excolega, te contesto por aquí: lo no normal sería que se estuviesen tirando a una cabra. Mientras sean dos chicos, dos chicas, chico y chica, chica y chico, chica y chicos, chicos y chica, chicos y chicas o todas las jodidas combinaciones que se te ocurran, está debuti.
Es más, verás, sigo: el mero hecho de que digas “respeto pero no comparto” ya denota que no respetas y que eres un bocachancla. Porque si respetases, te callarías la boca. Y no me vengas con que si “¿te parecen normales las fotos de dos gays, sin camiseta, dándose el palo?”, que si fueran dos tías en tetas estarías babeando y dando saltitos como un perro salchicha, con el rabo casi dislocado de la felicidad. Es más, es que en una de esas quisieras verte tú, bandido.
Pero la intolerancia de este pavo no quedó ahí. Días después, comentó un artículo sobre modelos de tallas grandes, con el titular “Quizás no somos ángeles pero también somos hermosas”, con tres palabas que le hubiera hecho comer, masticar, tragar, vomitar y repetir… “Hermosas en exceso”. Una, que está entradita en carnes, se encendió hasta el punto de cortar por lo sano con toda relación con este nota. Bastante más guapas que tú, Anacleto-piercing-no-secreto, que tienes una cara de boina y garrote de libro de historia.
¿Tú quién te crees que eres para despreciar así a nadie? ¿Para juzgar al abrigo de la falsa protección que te proporciona una pantalla de ordenador? Eres muy poco inteligente y gente como tú sobra en mi vida y, si me apuras, en mi comunidad autónoma. Eres la vergüenza de una sociedad que intenta avanzar lastrada por cobardes, homófobos y misóginos como tú.
Y claro, por esas fechas una creyó que esto era el disgusto del año… Ah, mira, pues no. A raíz de un comentario en redes sociales, otra vez de este señor, empezó un “debate” en un grupo de wasap. Al parecer, Anacleto-piercing-no-secreto, había dejado clara su postura en contra de la acogida de refugiados y, una examiga mía—a estas alturas ya—expresó su total conformidad y apoyo al comentario. Que en España hay niños que mueren de hambre, argüía… Ay, Carmela… Verás, toma nota:
a) Hay un tratado de la ONU de cooperación internacional , firmado en 1951, que dice que hay que hacerlo. Punto. Pero si quieres más...
b) El dinero sale de una partida presupuestaria específica; no van a quitárselo a ningún niño español para dárselo a un niño-no-español. Que no un alien, no… Un niño. Para que no muera ahogado con tres años y le encuentre alguien tirado en una playa.
c) Aquí no hay niños muriendo de hambre, demagoga-de-las-pelotas, hay niños que pertenecen a grupos en riesgo de exclusión social y siempre los ha habido. Es algo contra lo que hay que luchar, pero no a costa de no admitir en nuestro país a niñitos que huyen de una guerra.
c) Aquí hay bancos de alimentos, ONGs, albergues y familiares; los refugiados en su país tienen bombas, terroristas, misiles y padres desmembrados. ¿Que los bancos de alimentos están desbordados? Quizá… Pero seguro que dan más abasto que un padre sin piernas, sin brazos y sin cabeza. Igual lo pueden aprovechar para hacer morcilla, pero chica, yo es que no sé si hay cultura de cocido en su país…
d) No vienen a quitarte ni el dinero, ni el trabajo, vienen A NO MORIR. Y si no eres capaz de entender eso, es que te tienes que ir a Oz a ver al mago para pedirle un corazón.
Pero ya lo que me faltaba fue tu inteligentísima contestación: "si hubiera un tratado internacional por el cual tuviéramos que matar a todos los pelirrojos del mundo, ¿también tendríamos que cumplirlo?". A ver, Maléfica-de-palo, ¿qué te pasa? ¿Qué es? Ábrete y cuéntalo, mujer, pero lo que no puedes hacer es ser tan mala. Si tienes un problema, una duda, una inquietud o algo que te perturba, vamos a hablarlo, pero, arefavó, a debatir conmigo se viene leída.
Os digo desde ya, que en la escala de GemmaHerzios, vosotros dos estáis en negativos. Hacéoslo ver, piezas.
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Mi familia no puede tenerse en pie

Me vais a tener que perdonar por el lapso de tiempo que ha pasado desde mi último post, pero es que mi familia no se puede tener en pie. Literalmente. Mi abuelo está cojo porque tiene una tendinitis en el talón de Aquiles, mi madre se ha roto dos metatarsianos del pie izquierdo y mi tía tiene un esguince de rodilla y una tendinitis en un hombro.
Lo de mi tía es para dedicarle un párrafo porque la mujer se lesionó la rodilla jugando al limbo, olé, y el hombro tropezándose consigo misma y cayéndose dentro de su maleta… En días diferentes… Mi tía es yo dentro de 20 años…
O no tanto, porque yo me he caído hoy en la ducha... Ha sido un momento muy confuso la verdad. Estaba yo ya en la parte del gel: había terminado con una pierna y me disponía a darme con la esponja en la segunda cuando he ido a apoyar el pie en el borde de la bañera y, entre lo resbaladiza que ya es de por sí y que ya tenía restos de espuma de la primera pierna, se me ha escurrido el pie y he caído en modo terminator, a la vez que tropecientos botes de gel, champú y suavizante me caían en la cabeza—Sres. de Dove, tenemos que hablar…—seguidos de la cortina de la ducha que, inevitablemente, ha arrastrado a su colega la barra.
En medio de todo este despropósito, me he dado un golpe con el borde de la bañera en el hombro, que va a dejar un decorativo moretón adornando mi brazo este verano. Pupa Moni.
Cuando he terminado de tirarlo todo y el estruendo ha pasado, yo sólo he podido articular un “au” en bajito tras el cual la casa ha quedado en absoluto silencio, sólo pertubado por un ronquido de mi madre. ¿Hola? ¡¿Me podía haber muerto descalabrada por un bote de gel y tú ni te has inmutado?! Empiezo a pensar que lo habitual de mis caídas ha inmunizado a mi madre contra los sobresaltos que deberían conllevar…
Y es que son realmente habituales. Las hay memorables y las hay ordinarias. Casuales, obvias, por sorpresa, difíciles, de récord... Monicadas. Y de un tiempo a esta parte, siempre que me vierto me acuerdo de una amiga, que es la persona más sorprendida de la historia. ¿Que se va a vivir un año a San Francisco? Fiesta sorpresa que le monta la hermana. ¿Que cumple 25 años? Fiesta sorpresa que le monta la madre. ¿Que se va a vivir a Miami? Fiesta sorpresa que le monta la hermana… Y yo sigo siendo invitada fija que, después de todo, no deja de ser sorprendente en sí…
La primera fiesta sorpresa fue una noche, en una zona ajardinada de su urbanización. La hermana nos dio tareas fáciles a todos para decorar el entorno: a mí me tocó inflar globos. Buena idea, pónle a Mónica una tarea que podría hacer un niño de 6 años por lo que pueda pasar…
Inflé el primero y todo correcto. Hinché el segundo y bien. Empecé a inflar el tercero y… Hello? ¿Qué está pasando? Aquello parecía un globo de hormigón armado. Era imposible de llenar. Soplé y soplé y aquello no se inflaba pero yo, que soy una cabezona, tenía claro que a mí un globo no se me pone farruco. Así que seguí, afú que te afú, inflando el globo poco a poco. Despacito. Afúuu. AFÚUU… Poco a poco el globo fue tomando un tamaño considerable, gigantesco, descomunal… hasta que explotó. Yo lo vi a cámara lenta, rompiéndose y retrayéndose hasta que me dio un latigazo en el ojo derecho que casi me deja con look de pirata para toda mi vida.
El tema con este tipo de situaciones que es ni puedes disimular, ni puedes dejar de taparte el ojo con la mano al tiempo que saltas a la pata coja dando círculos alrededor de una hoguera imaginaria gritando “’au, au, au, ¡AU!”. Tú confiar mí. Así quejarse cuando latigazo en ojo. Jau.
Cuando mi amiga llegó a la fiesta y le gritamos “¡sorpresa!” yo no lo vi porque tenía los ojos cerrados y llorosos. Estuve así toda la noche y claro, mi amiga súper emocionada diciéndome “pero gordi, ¡no llores! Que sólo es un año ¡y tenemos Skype!” y yo, que las cojo al vuelo, me entregué al método, me metí en mi personaje y lloré con ella porque se iba… Todo muy equilibradamente cuerdo.
La segunda fiesta fue por sus 25. Su madre decidió organizarle una fiesta de disfraces sorpresa, con una particularidad: los disfraces tenían que ser en pareja. Puesto que era Semana Santa y yo era la única de la uni que iba a la fiesta, la primera en la frente: yo iba disfrazada de Hermione y la varita era mi pareja. #ForeverAlone.
Yo, como de [mala] costumbre llegaba tarde y tuve que hacer rally por la carretera de El Escorial, con la hermana al teléfono, diciéndome “vamos detrás de ti, ¡vuela!”. Cuando llegué a casa de los padres, sus treinta amigos estaban ya esperando y creyeron que yo era la homenajeada. “Ehh… que no…” y todos “jajaja…”. La estampa era preciosa: un salón a dos alturas, con unas escaleras a peldaño voladizo de metal en un solo tramo; sus amigos, abajo; yo, arriba; la madre de mi amiga, detrás de mí… Empecé a bajar la escalera y llegó un punto en que no sé qué paso pero mi pie cobró vida, se desmelenó y yo volé, boca arriba, como cuatro escalones, y luego bajé otros cuatro estilo tobogán. Hermione perdió la zapatilla, que no la varita, no… Ni la vergüenza. Me apoyé en el escalón superior al que estaba sentada, con el codo, y solté un “¡sorpresa!”. Se oyó un estruendo de carcajadas, mientras la madre de mi amiga me ayudaba a levantarme y el hermano, que se había tenido que meter detrás de una mesa a coger mi huidiza zapatilla, descojonado con ella en la mano, me esperaba al pie de la escalera. Yo me dispuse a bajar con todo el mundo para prepararme y recibir a la sorprendida…
…y calcetín más escalera metálica más Mónica, igual a segundo resbalón más segundo vuelo más segundo aterrizaje, esta vez al pie de la escalera. ¡¿Pero cuántos escalones tiene esta jodida escalera?!
Aquí la gente dejó de reírse para pasar a un estado de catatonia rollo amos-venga-no-me-jodas y el hermano, que se había marcado un Casillas, y estaba en posición de tírame un penalti si te atreves, me soltó la mejor frase de la historia de la humanidad: “Mónica, la primera vale, pero la segunda no la ha entendido nadie”. Es importante apuntar que yo al hermano de mi amiga no le conocía de nada. Esa fue nuestra presentación… Cuando llegaron mi amiga, su hermana y su cuñado, no podían creerse lo que les contaban y, a día de hoy, todavía me recriminan que no les esperase para hacer mi entrada.
Ese inolvidable día me lo pasé de vicio–de pie, que sentarme no pude en una semana–, y conocí a un montón de gente nueva a los que no se les olvidará en la vida la primera vez que vieron a esa-chica-que-se-cayó-dos-veces-por-la-misma-escalera…
Ahora bien, creo yo que el moretón que me tuvo durmiendo boca abajo una larga temporada, no va a ser nada comparado con el que me va a salir en el brazo…
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Las bodas
Entrar en la treintena, o estar cerca de ella, te asegura al menos un par de citas ineludibles al año: las bodas. Obviamente, si no eres la Preysler o Britney Spears, no todas las bodas son tuyas, son de amigos y familiares.
Mi abuelo siempre gasta el mismo chiste cuando alguien le dice que se casa: “¿Ah, sí? ¿Contra quién?”. Después se queja de que no le inviten a las bodas, el hombre… Y es que ¿a quién no le gustan las bodas?
No, en serio: las bodas molan. Deja a un lado el quebradero de cabeza del modelito, la pasta que supone el regalo, lo que te dejas en gasolina y alojamiento cuando son fuera de tu comunidad, el dolor de pies y la resaca. Las bodas molan.
Yo he de confesar que soy esa niña rara que no soñaba con el día de su boda, ni se hacía un velo con el papel higiénico; mi ideal de princesa Disney nunca fue Bella, ni Cenicienta, ni Ariel. Yo era muy fan de Pocahontas, que cuando le pegan un tiro a su novio y éste le dice “vente pa’ Londres, morena” ella le contesta que deje de comer setas, que tanto ver colores en el viento le está dejando pa’llá. Ella es princesa y se queda a gobernar a su pueblo. Al final ella murió de sífilis, pero ese es otro cantar…
El caso es que yo no soy la típica enamorada del día de su boda, es más, es que ni lo concibo. Pero, como soy muy peculiar yo, adoro las bodas. Sí, soy una mujer complicada: el primer paso es admitirlo. Pero cuidado, adoro las bodas clásicas, es decir, la moda esta que hay ahora de competir a ver quién es la más original y suelta a las palomas más blancas me cortocircuita las neuronas.
He ido ya a unas cuantas bodas de amigos—casualmente, ninguna por la Iglesia—y puedo afirmar, y afirmo, que la mejor a la que he ido fue la más sencilla de todas. Se casaban dos amigas mías—entre ellas, no es que fuera una boda doble—y lloré como una magdalena. Al principio de lo bonito, al final de la risa, porque el concejal de deportes que las casaba se dedicó a leer “un poema de una gran artista canaria: Lunas Rotas” con aire interpretativo. El hombre, todo motivado, iba a lo suyo mientras los invitados nos doblábamos de la risa.
Estas amigas mías no intentaron hacer llorar a nadie, se limitaron a ser felices en su día… Y por eso lloramos todos. Intentar forzar la situación con música de El último mohicano o suelta de palomas, es cutre. Lo sutil es mucho más efectivo y elegante.
Este fin de semana he estado en una boda en la que me he reído durante 24 horas seguidas. Me lo he pasado como en ninguna… ¿por qué? Porque los novios se dedicaron a ser parte de la fiesta, se integraron, se lo pasaron bien… No estuvieron 3 horas haciéndose fotos mientras los demás nos aburríamos en el cóctel, no. Estuvieron con nosotros comiendo, bebiendo, riendo, haciéndose selfies, ¡de fiesta! Fueron sencillos y naturales y, claro, el resultado fue una boda espectacular.
Obviamente, la comida y la bebida ayudaron. Y es que es un hecho: puedes adornar el evento con mil chorradas originales: luces, fuegos artificiales, fotomatones o candy bars, que como te falle la comida, la boda se va al traste. Se nota a la legua cuando una pareja se lo ha gastado todo en los “accesorios” y ha escatimado en el menú. Colega, si exiges que la peña te regale un mínimo para cubrir su cubierto, haz el favor de no servir comida congelada.
Que esa es otra: el regalo. Si te casas, lo haces por amor. La teoría esta de casarse porque es una inversión de la que vas a sacar del doble al triple del dinero invertido es espantosa. A mí no me gusta regalar dinero, me parece impersonal y frío. Me gusta pasarme días pensando en los novios, en qué les puede hacer ilusión, en qué les puede venir bien, en regalarles un capricho que vaya a ser para toda la vida o al menos, que les facilite la existencia durante la vida útil del cacharro. Tú te curras la fiesta y yo me curro el regalo… Recuerdo que era becaria cuando asistí a la primera boda de amigos. Nos pusimos de acuerdo entre 4 y les compramos una televisión plana, de plasma de jarl de flipar. La cara de mis amigas cuando la vieron… Eso debería ser un regalo y no un sobre chuperreteado.
En definitiva, menos es más. Intentar forzar situaciones para emocionar a la gente no suele funcionar, porque los invitados ya vamos emocionados de casa. Por todas las bodas a las que he ido en mi vida puedo concluir que las mejores son aquellas en las que los novios se integran entre los asistentes y se limitan a pasárselo bien, sin preocuparse de chorradas y sin obligar a la gente a ir de un lado a otro como en una yincana. Si los novios son felices, los invitados también, es un hecho. Porque, al fin y al cabo, los invitados estamos ahí porque queremos a los novios, si no, ¿de qué?
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Hijo, pronto aprenderas que la vida es una aplastante derrota tras otra hasta que acabas deseando que se muera Flanders
—Homer J. Simpson

Pocas cosas en la vida hay mejores que los vecinos, ¿verdad? Mentira.
Una de mis series preferidas de hoy y de siempre es “Aquí no hay quien viva”. Y un libro que me fascinó cuando lo leí fue “Historia de una escalera”. Al parecer el karma me ha castigado por disfrutar del mal ajeno, de una u otra manera, con unos vecinos que dejan en pañales a cualquier ficción relacionada.
Los vecinos que vivían antes pared con pared eran un matrimonio en segundas nupcias con dos hijas, una mayor del primer matrimonio de la madre y una pequeña del matrimonio actual. El mico en cuestión era un ejemplar de troglodita salvaje que no conocía los límites, no diré de la educación, si no de la propiedad privada.
Un día—llevaríamos dos semanas viviendo en la casa—me la encontré en el salón viendo la televisión. En el salón de mi casa. Viendo mi televisión. La niña había salido de su casa, había abierto la puerta de nuestro jardín, después la puerta de casa, se había metido hasta el salón y había encendido la televisión. Cuando la vi, ahí cual Caroline oyendo voces, me pegué tal susto que todavía hay marcas de mi cabeza en el techo del comedor. Jodida niña…
También puedo dar fe de los gustos musicales de madre e hija. La una era fiel oyente de Radiolé y la otra era fan de Toni Aguilar. Pusieron banda sonora a mi vida durante años porque era tal el volumen al que escuchaban estas dos energúmenas sus programas radiofónicos, que los podías oír desde cualquier habitación de mi casa. Una delicia…
Las Radiofórmula se fueron para dar paso a los Alternativos. Oh, señor, estos son mis preferidos. Él es tatuador profesional, que como buen hombre de negocios, lleva el marketing en la piel—literalmente—y ella no tengo ni la más remota idea de a lo que se dedica—ni ganas de averiguarlo, la verdad—. Vinieron con dos hijas pequeñas, expertas arrastrasillas, y acaban de tener al tercero—algo que supimos antes que nadie porque de algún modo nos hicieron partícipes de la creación. Señor bendito, qué pulmones tiene esa señora… Llegó un momento en que yo no sabía si acordarme de sus ancestros o aplaudir. Acabé decantándome por ponerme los cascos y escuchar música para dormirme que, oye, también tiene sus puntos álgidos, pero entonados…
El padre, además de tatuador, es fiel amante del bricolaje. Ejemplo de ello es su habilidad para encontrar huecos en la pared que todavía no ha taladrado, el muy hijo de una hiena, y deleitarnos con la agradable musicalidad de las brocas prácticamente todos los fines de semana. A ser posible prontito, que hay que aprovechar el día, claro que sí. Recuerdo un domingo que a las 8 am se trajo a la cuadrilla de albañiles a alicatar la habitación contigua a la mía. Qué agradable despertar. Qué gozo. Casi casi como el de su mujer… Casi…
Eso sí, son una familia cultivada en las artes. Por eso, le han comprado un piano de pared a la hija mayor, porque ¿qué es esa cutrez de comprar un teclado con entrada jack de auriculares? ¡Nada, nada! A la niña que no le falte de ná. Un piano como Dios manda. Con una acústica reverberante digna del palacio de Versalles, claro que sí. La insonorización de su salón digo yo que vendrá en la fase dos, no sé… De momento están siendo súper amables y nos están dejando compartir las horas interminables de conciertos de piano de la niña. Si, do, re, re, añsldkf. Si, do, re, añskflj. Si, do, re, re, do, añsdfhañ. Sí, do, re, re… DO, SI, LA, SOL, SOL, LA, SI, LA, SOL. ¡COÑO YA!
Vecino mío también es este señor, por cierto. ¡Jajajaja! No es coña, os lo juro.
Al final de la calle contamos con una familia de padre, madre, tres hijos y veinticinco coches. Era de esperar que con semejante flota de vehículos, el garaje se les quedase pequeño, pero lejos de darse por jodidos, estos señores ha decidido pasarse la normativa sobre pasos de carruajes por el forro de la americana y a la que pueden te aparcan delante del garaje porque “es que no tienes vado. Y yo pago por mi vado”. Un aplauso para el nota que paga el vado aparte del impuesto de paso de carruajes, por favor. Colega, estás pagando dos veces por lo mismo y no es que lo diga yo, es que te lo tuvo que decir la policía la última vez que se la jugaste a un vecino, le aparcaste en la puerta del garaje, éste pasó a decirte que retiraras el coche y tú, ni corto ni perezoso, llamaste a la policía para que se lo dejara todo “muy clarito”.
Lo que disfruté yo desde mi ventana, a las 12 de la noche, viendo como la poli le ponía la cara colorada al Aparcacoches y amenazaba a la mujer del vecino bloqueado con llevársela al calabozo si no dejaba de llamarle hijo de mamá a gritos… Me faltaron las palomitas.
Mención aparte merece mi vecino, el que saca a pasear a su gato con correa. Este no es problemático, es un vejete adorable que te saluda siempre con una sonrisa de oreja a oreja que te dan ganas de echar el freno de mano, bajarte del coche y darle un abrazo muy muy fuerte. Señor, ¡que no me falte nunca!
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“Call me Caitlyn”
Ayer #CallMeCaitlyn fue trending topic global en twitter y no era para menos. El campeón olímpico de decathlon en Montreal ’76, padre de seis hijos y casado hasta en tres ocasiones, Bruce Jenner, se presentó públicamente como Caitlyn Jenner. Con 65 años, esta mujer ha tenido los arrestos de decir “esta soy yo” y, exponiéndose a la opinión pública—no siempre agradable—, ha presentado en portada de Vanity Fair a la persona que siempre ha sido, pero que ha tenido que esconder porque la vida, a veces, es muy puta.
Por eso, en esta vida hacen falta valientes para abrir camino a los demás. Hacen falta ahora y han hecho falta siempre y yo, que tengo una especial fascinación por ellos, he desarrollado un don para identificarlos a mi alrededor. La principal culpable de esa admiración es la persona más valiente que conozco: mi madre, Doña Gemma, que un 4 de abril de 1985, se convirtió en madre soltera en el seno de una familia ultra católica y de derechas. Y es que si la valentía pudiese cuantificarse, se mediría en GemmaHerzios.
Con una madre como la mía, los pusilánimes que se conforman con lo que tienen por miedo a que en el intento por cambiar las cosas, todo salga mal, me provocan unas ganas irrefrenables de morderles un ojo y mearles dentro para que les escueza.
Los valientes, eso sí, no son sólo los que salen en portada de una revista o los que se van a una guerra. Puedes encontrar valentía en actos cotidianos y en cualquier lugar. La valentía no está ligada a la sexualidad, al género, a la raza o a la religión; la valentía es universal, como las personas. La valentía es luchar por aquello en lo que crees, perseguir tus sueños y alzar la voz contra lo injusto, aunque te mueras de miedo al hacerlo. La valentía no es la ausencia de miedo, es la fortaleza para luchar contra él.
Pero ojocuidao, no hay que confundir valentía con tener menos neuronas que un aspirador desenchufado. Es decir, Caitlyn Jenner es valiente. Leticia Sabater reconstruyéndose el himen—manda huevos que lo haya hecho antes que operarse el ojo pipa—y anunciándolo en prensa a bombo y platillo es borderline… Por no llamarla retrasada, que queda feo.
Y como no hay que confundir, queda inaugurada la sección #GemmaHerzios, donde en cada entrega, evaluaré a un o una valiente que entrará al ranking de valentía según la escala de Gemma, para sentar las bases de lo que es valentía frente a lo que es ser más simple que un cerrojo.
La escala de GemmaHerzios, vamos a poner que va de 1 a 1.000 donde 1 es nada valiente y 1.000 es Doña Gemma. De momento, Caitlyn Jenner se ha posicionado fuerte con 500 GemmaHz.
Continuará…
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¿Quieres chicle? No, que llueve

Imaginad una mañana de un martes de enero cualquiera. Lluviosa. Oscura. Gris. Estás en clase de qué se yo… ¿Zoología? Venga, por ejemplo… Y sacas el paquete de chicles de la mochila. Son los chicles de la venganza. Los llamas así porque son de eucalipto y pican tanto que, las primeras veces que los tomas, se te salta la lagrimita.
Es una gozada cuando el típico pedigüeño de turno, que jamás lleva chicles encima pero que siempre está mascando uno que ha rapiñado de algún inocente alma caritativa, te pide uno. Tú sacas el paquete, tapando cuidadosamente el envoltorio para que crea que son de menta fresquita y no vea que son de mortal eucalipto. Se lo das pensando “te vas a hinchar, chaval” y esperas la lágrima. Son los pequeños momentos…
Total, que en esa mañana de martes de enero cualquiera, sacas tu paquete de chicles, coges uno intentando hacer el mínimo ruido posible—porque claro, estás en clase—y dando dos golpecitos en el brazo de tu colega, le enseñas el paquete como diciendo “¿quieres uno?”. Él, que está muy embebido en la clase, absorbiendo con tesón las características intrínsecas de un calamar, no mira, así que te acercas a él y en bajito le dices “¿quieres chicle?”.
Tu amigo, sin levantar la cabeza del folio donde está dibujando un calamar de aquélla manera, dice como si nada “no, que llueve”.
¿Hola?
Tu mente cortocircuita, y se te queda la típica cara de los dibujos manga donde el protagonista no da crédito y le aparece una gota a la altura de la frente. Gota. Gota, gota, gota. No se te pasa… Gota… Pero te lo ha dicho de tal manera que piensas “bueno, pues tendrá su lógica…”.
¡Pero qué coño…! ¿Qué lógica va a tener? Es ese el momento en el que te das cuenta de que has acuñado una expresión que describirá los momentos más inverosímiles de tu vida: ¿Quieres chicle? No que llueve.
Este amigo mío tiene un largo historial conflictivo con los chicles. Tiempo después de la mejor negativa que he recibido en mi vida, este amigo mío dejó de fumar. ¿Su contrapartida? Una adicción a los chicles de aquí te espero. Él, muy consciente de ello, decidió poner remedio…
Otra mañana, pongamos que esta vez era jueves, volví a mi maniobra clásica de sacar el paquete de chicles y ofrecerle uno. Como apunte importante, he de decir que no llovía. Condiciones meteorológicas envidiables, teníamos.
Total, que ahí estaba yo, en clase, diciéndole en bajito a mi colega de la derecha “¿chicle?”. “Qué va, no es finde…”.
Gota. … Whaaaat?
Debió ser tal mi cara de “¿qué me estás contando?” que esta vez me miró y continuó con una explicación: “es que lo estoy dejando y sólo tomo los findes”. Bueno, mira, desisto. ¿No quieres chicle? Pues más para mí yo que sé… “Los findes”, dice…
Yo le quiero mucho, pero conflictivo es un rato… ¿O no?
En fin, que años después nos topamos de frente y sin protecciones con Zoología del Suelo a las 3:30 de la tarde. Y vosotros diréis, “¿y?”. ¡Ay…! A mí me gustaba mucho la clase, pero he de reconocer que a ratos era difícil mantener los ojos abiertos. Yo lo achaco a la hora, mi colega a que “joder, Mónica, era un coñazo…”.
El caso es que un buen día me fijé en que mi amigo estaba comiendo chicle y, a la par que alucinaba por lo nuevo de esta situación, me entraron unas ganas locas de tomarme yo uno. Busqué y rebusqué y nada, que se me habían acabado. Así que, muy a mi pesar le dije “¿me das un chicle?”. “No.”
¿PERDONA?
“Hazme caso, no quieres” … “De verdad que no quieres, hazme caso, luego te cuento…”
Mira, ya eran muchos años. Si mi colega me decía que no quería chicle y que le hiciera caso, se lo hacía, que igual me estaba salvando la vida o algo. Pero eso sí, una vez acabada la clase no hizo falta ni que le preguntara; con mi mirada lo entendió todo.
Resultó que ese chicle que comía era parte de un paquete que conservaba desde que había hecho selectividad, 5 años atrás. Los había comprado su madre y eran de una marca rara y con sabor a naranja. Al parecer, eran vomitivos. Cuando te los metías en la boca estaban duros como piedras, pero una vez los conseguías masticar, se convertían en una masa informe y harinosa que, si dejabas de masticar durante más de 5 segundos, cementaba en tu boca y corrías el peligro de tener que alimentarte por vía intravenosa durante el resto de tu vida. Eran, según él, la única manera de mantenerse despierto en clase. El peligro de una cementación inminente te mantenía alerta y concentrado, tanto en masticar, como en tomar los apuntes para olvidar el sabor horrible que te invadía la boca.
Hay que reconocerle una cosa a mi amigo, sus métodos se buscaba. Sus métodos y teorías… A día de hoy sigue manteniendo que toda chica que va a una biblioteca con minifalda y tacones está pagada por una academia porque “está claro que todos vamos a picar. Está clarísimo…”. La teoría cojea un poco, pero oye, yo la ilusión no se la quito porque ¿para qué?
Obviamente, los harinosos chicles de naranja dieron para mucho, mucho más. Duraron todo el año, porque los iba racionando. Un arma así, no podía ser utilizada libremente: todo gran poder, conlleva una gran responsabilidad…
Así que un día, una amiga y yo, decidimos ejercer esa responsabilidad con la típica maniobra del cambiazo. Cogimos uno de los chicles de GumMen y disimuladamente, mientras mi amiga distraía a una compañera muy pedante y afectada, yo se lo colé en su paquete de chicles. Era una maniobra arriesgada porque era la típica cajita de 20 unidades, que no guardaba orden ni control y que sonaba como unas maracas al mínimo movimiento. Todo esto, obviamente, mientras prestaba especial atención a la anatomía de una lombriz de tierra, claro que sí. Boca, gonóporo masculino, chicle, clitelo, ano… Verás el examen…
Fue una pena que ingiriese ese chicle de camino a casa, hubiera pagado por ver su cara… No obstante, nos lo contó al día siguiente con un “cabronas, que sé que fuisteis vosotras.” Yo juro que intenté disimular, pero la carcajada la debió oír mi abuelo en La Coruña. Lo que lloré, Dios bendito. Y sigo riéndome, ¿eh? Que es comentarlo con mi amiga, la bromista, y lloramos las dos…
Ese día, la bromista y yo decidimos que había que probar esos chicles. Que no podía pasar un día más sin que experimentásemos el riesgo de cementación bucal. ¡Cielo santo, qué horror! Pongo el chicle naranjoso ese a la altura de las judías verdes en el ranking de “cosas asquerosas que nunca más”. El riesgo de no poder volver a abrir la boca era real y, además, añado que su naturaleza harinosa hacía que albergases en tu boca trozos de chicle que, aunque quisieses deshacerte de ellos, era imposible. Se dividían y dividían y nunca eras capaz de escupirlo todo. Era una trampa mortal de la que no sé muy bien cómo salí.
El día que mi colega nos dijo que se le habían acabado los chicles de naranja, experimenté una mezcla de desazón, nostalgia y venganza satisfecha, que es muy difícil de emular.
Esos chicles quedarán en la memoria de todos, no como el clitelo de las condenadas lombrices, que he tenido que buscarlo en Google…
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Pise el freno...

Una de las glorias de conducir el coche del neolítico de tu madre es llevarlo a pasar la ITV por primera vez. La mía, no la del coche; el buguilla de mi madre pasó su primera ITV antes de que se inventara la rueda…
Esa experiencia es un festival de alegría y desenfreno. Un no parar de risas e ilusión. Una mierda.
Ese momento en el que sales de trabajar, pones el GPS—porque ahora ya no eres capaz de ir al baño de casa sin él—, te encaminas hacia lo inevitable, te comes el atasco de la carretera de La Coruña, llegas al sitio y ves que hay una cola de nueve coches por delante de ti… ESE momento. ¡Magnífico!
Recuerdo que la primera vez que pasé la ITV tenía menos de un año de carnet. No había acompañado nunca a nadie a hacerla antes y no tenía ni idea de lo que me iban a pedir. Así que cuando, después de 45 minutos, vi al amable operario decirme que era mi turno se me juntaron la emoción del momento y ese bloqueo mental que me invade cada vez que me preguntan qué coche tengo, “eh… eh… ¿uno negro? Tiene ruedas… y huele a fresa…”. Al parecer “huele a fresa” no se considera una respuesta correcta pero yo os diré que a mí me parece un toque la mar de importante.
En fin que arranqué el coche y me dispuse a aproximarme a donde me estaba indicando el nota. Despacito. Muy despacito. Calla, que tengo el freno de mano puesto. Aaaahoooora…
Llegué y el amable caballero, rojo como un tomate, lagrimita cayéndole mientras intentaba aguantar la risa, me dijo que tenía que cuadrar la rueda con una cosa que había en el suelo. ¡Jajajajaja…! Ay… Tres intentos. Ok, todo correcto.
–Abra, el capó. –¿Perdona?
–Eh… ¿eso no se hace desde ahí? –señalando la zona delantera del coche desde el asiento del conductor.
–Tiene usted una palanca o botón dentro, señora –Genial, me he convertido en una de esas señoras…
Después de abrir un compartimento que no sabía que existía, bajar el volante, correr el asiento hacia delante, hacia atrás y poner el aire acondicionado, encontré la palanquita. Vamos que nos vamos, que lo tengo todo controlado, niño.
El amable señor, ya con su cara habitual—de perro—miró no sé qué cosas debajo del capó y me dijo que llegaba el turno de mirar los frenos. No se molestó en disimular, directamente me dijo que me bajase y se puso a dar volantazos y frenazos con la patatilla arcaica de mi madre. Juro que hubo un momento en el que pensé que iba a empezar a despiezarse solo el coche… pero aguantó, claro que sí, el buguilla es así de crack.
Después se bajó y me dijo que había que llevar el coche hacia una zona donde había un agujero en el suelo, unos 5 metros delante de donde estábamos. Asumo que debió ser una mezcla de la cara que puse y la experiencia previa, pero el hombre se volvió a subir al coche y lo movió él, sin mediar palabra.
Centímetro a centímetro, metro a metro, yo veía acercarse el coche a un agujero que se iba agrandando por momentos. Pues qué crack el chaval, no se cayó ni nada…
Me dijo que me subiera, que ahora me miraría su compañero no sé qué, y le vi volver hacia atrás e indicar al siguiente coche que era su turno. Yo me quedé subida en el coche, en el asiento del conductor, mirando a todos los que estaban a mi altura. Había gente hablando con operarios, un señor gesticulando mucho mientras hablaba por su móvil, otro nota discutiendo con una chica que había acelerado de más y le había dado un golpe y voces sonando a través de altavoces. Una se sentía pequeñita en una vorágine de vidas ajenas a la suya.
Las voces seguían sonando. Daban instrucciones a alguien que debía de estar siguiéndolas.
–Pise el freno.
Yo seguía esperando al compañero que tenía que venir a mirarme el no sé qué y practicando mi manía de pisar el embrague. No sé por qué la tengo pero siempre que estoy parada piso el embrague. No falla. Aunque tenga el freno de mano puesto, oye, yo ahí, con el embrague pisado…
–Pise el freno.
Alguien tenía problemas con el freno. Y yo seguía ahí, con mi embrague y esperando al colega que no aparecía. Joder, qué pesado, que van ya 5 minutos, tronco…
–Pise el freno, por favor, el freno…
La voz sonaba ya como desesperada… Únete al club, macho…
–El freno… el del medio, el pedal del medio…
¡Otiá! Muy despacito, casi como en modo “prueba/error”, levanté el pie izquierdo del embrague y con el derecho pisé el freno… lentamente… hasta el fondo. La voz que antes había sonado a una mezcla de desesperación, resignación y súplica dijo ya aliviada, a la par que hasta las narices:
–Ese… muy bien…
Tierra trágame. Igual ese altavoz que tenía a 10 centímetros de la ventanilla del coche era para eso, para dar las instrucciones desde el foso… ¡Ahhh! Ouch.
La voz volvió a hablar y me dijo que saliese fuera, aparcase y fuese a la oficina a buscar los resultados de la revisión. Y eso hice, dando las gracias con la voz más inocente de la que pude hacer acopio. Me faltaban la coletas de colegiala porque la cara de niña tonta la llevaba puesta; madre de Dios, ¡qué vergüenza!
Cuando fui a la oficina tuve que esperar otros 10 minutos a que me dijeran que eran 35€, gracias, y que tenía que volver a pasarla porque me fallaba una luz de freno, buenas tardes.
Salí de allí mortificada, dispuesta a no volver a pasar la ITV en esa sucursal nunca más, pero claro, a las dos semanas se me pasó la tontería y me dije “bah… si no se acordarán de mí”, empeñada en no perder el tiempo buscando otro centro donde no conociesen mi historial conflictivo.
Cuando me llegó el turno, el chico que estaba indicándome que me aproximase dijo:
–¡Coño! ¡La del freno!
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“Pero mira que eres friki...”

Este tema es un clásico básico. Sale en 3 de cada 2 reuniones que tengo, no digo más… Oldie, but goodie.
Lo primero que habría que puntualizar es que la lista de aspectos diferenciadores que me convierten en “friki” se divide, a su vez, en dos grandes grupos: el que atañe a mis gustos a la hora de consumir contenidos, ya sean musicales o audiovisuales, y el que atañe a mis habilidades con los idiomas y la tecnología.
La gente que me considera un bicho raro por mis gustos, confunde el término “friki” con “geek” y no se da cuenta de que ellos también son geeks en gran medida.
La gente que me llama friki por mis habilidades me toca las pelotas.
Verás:
- Me gustan las series
Sí… y a los demás también. Igual hace 15 años era raro, cuando yo estaba enganchada a Buffy y a Embrujadas. Cuando veía Ángel y no me perdía un capítulo de Un paso adelante. Pero sin duda yo fui una de las que marcaron la ruta y abrieron el camino a los demás. Fui una pionera en la materia y ahora la gran mayoría de los millennials se han contagiado y se han puesto al día. Seguramente empezaron con Perdidos… Después vinieron The Walking Dead, Breaking Bad, Juego de tronos o Mad Men. Y por el camino no han perdido la oportunidad de engancharse a Orange Is The New Black, El tiempo entre costuras o Sin tetas no hay paraíso. Como siempre, dejamos Friends y Los Simpson a un lado, porque esas no cuentan… Esas han sido una religión para todos desde siempre.
Normalmente, hay una continuación en su argumentario: el tipo de series. Insisto: los que me llaman friki por la clase de series que veo están enganchados ahora a una serie de dragones y a una de muertos vivientes. Que me dejen de llamar bicho raro por ver una de físicos, por favor se lo pido.
- Me gusta el cine
Este es igual el punto que más gracia me hace de la lista que esgrimen los que me llaman bicho raro por mis gustos. ¿Ellos no han ido al cine nunca? Curioso, ¿no? Quizá es por el tipo de películas que veo, aunque… ¡Pero si a mí me gustan los blockbusters! Sí, sí sabes lo que significa “blockbuster”… éxito de taquilla.
Normalmente coinciden las películas que más me gustan con aquellas que pegan el pelotazo y son las más vistas del año. Entonces, ¿por qué la rara soy yo?
- Me gustan las sagas de libros
Aquí tengo que aclarar una cosa: no me gustan todas las sagas de libros, me gusta la saga de Harry Potter. Me he dado un garbeo por internet y resulta que la saga completa, obra de J.K. Rowling, es la más vendida de la historia, seguida de Pesadillas, The Tales of Peter Rabbit y El señor de los anillos. Se estiman unos 450 millones de copias vendidas de la colección completa.
La friki no soy yo, son los que no la han leído, me vas a perdonar.
Y sí, soy perfectamente consciente de que yo te puedo decir la página y el capítulo en el que Ron y Hermione se dan su primer beso, pero eso es porque presto especial atención al detalle. También es cierto que me he leído más de uno de los libros varias veces… Bueno, y escucho las canciones que me gustan más de una vez, me trago todas las reposiciones de Pretty Woman, más de un capítulo de Los Simpson lo he visto como en veinte ocasiones y cada vez que salgo me tomo un Gin-Tonic, en vez de innovar y cambiar de bebida… Soy un animal de costumbres.
Acepto que disfrazarme de Hermione en Halloween o en una fiesta sorpresa de disfraces puede parecer inusual, pero es el único disfraz que tengo, ¡hay que amortizarlo…! Vale, lo de ir al estreno con él pudo ser un exceso, pero el que se pone la camiseta de Cristiano Ronaldo para ir al Bernabéu también va disfrazado y a él no se le dice nada… Es básicamente lo mismo, piénsalo.
- Me gustan los Backstreet Boys
“¿Pero no se habían separado? ¿Siguen sacando discos?”. Sí, hija, sí…
La mayoría de la gente lo asocia a música que escuchaban en su época adolescente y por eso ven ridículo que ahora me gusten, pero el tema es que nunca se han separado y su música ha evolucionado al mismo tiempo que los demás crecíamos.
Por cierto, ¿esa canción que tanto te gusta…? Sí… Esa que ponen en Kiss FM y que no sabes de quién es… Sí, esa, hombre… Se llama Incomplete y es de los Backstreet Boys.
También me siguen gustando Bon Jovi, Bruce Springsteen, Christina Aguilera, Beyoncé y jamás me cansaré de Michael Jackson… pero con esos no se meten. Se meten con los 5 chicos guapos que cantaban “música enlatada”… Curioso, si se tiene en cuenta que desde el segundo disco ya empezaron a incluir canciones compuestas por ellos. También hay que añadir a la ecuación el que la mayoría de las canciones que ellos cantan están co-compuestas por Max Martin. Y tú dirás, ¿y quién es Max Martin? ¡Jajajaja! Ay…
Max Martin es un compositor y productor sueco, artífice de éxitos como los dos últimos discos de Maroon 5; Love Me Like You Do de Ellie Goulding; el último disco de Taylor Swift; I Kissed a Girl, California Gurls, Teenage Dream, Last Friday Night o Roar, de Katy Perry; Bang Bang de Jessie J, Ariana Grande y Nicki Minaj; That’s The Way It Is de Celine Dion o casi todas las canciones que conoces de Britney Spears… ¿Aún te sorprende que me gusten los Backstreet Boys? En su música colaboró, y sigue colaborando, el mejor productor de música pop de los últimos 20 años.
La gente debería dejarse de prejuicios y escuchar los últimos discos de los BSB. Se sorprenderían. También se sorprenderían al ver el Palacio de Vistalegre lleno hasta la bandera cada vez que vienen a Madrid… Yo no, porque nunca los consideré una moda. Siempre me ha gustado su música. Mira tú, a lo mejor tiene algo que ver con todas esas ocasiones en las que me han dicho que tengo “las cosas muy claras”.
Hasta aquí, me tendrás que reconocer que coincides en muchos de mis gustos y que, considerarme rara por esto ya no es acertado. Ahora gran parte de nuestros contemporáneos se han subido al carro y son tan “frikis” como yo y, por eso, cuando alguien me tacha de rarita por cualquiera de los motivos anteriores, me hace hasta gracia.
Pero toca el momento de hablar del apartado tocapelotas. Ahora quiero pedirte especial atención a la inclusión de términos como “mofa”, “burla” y “ofensa”.
- Veo las series y películas en VO y leo libros en inglés.
Si considero el punto del cine como el más gracioso de la lista de características que me convierten en friki, éste es sin duda el más triste. Es terriblemente preocupante que se vea como algo raro o motivo de burla el hecho de que una persona sea capaz de consumir contenidos en otro idioma.
Quizá la gente considera que lo raro es que hable inglés sin haber vivido fuera o sin haber ido a clases particulares o a un colegio bilingüe. A lo mejor lo extraño es mi habilidad con este idioma en particular. Igual mi fuerza de voluntad y mi autosuficiencia a la hora de aprenderlo… Es posible que yo sea una excepción en este aspecto, pero no debería ser un punto a meter dentro del apartado de “aspectos de Mónica que me dan vergüenza ajena”. Debería estar en el de “cosas de Mónica que me dan una envidia que me muero…” Y si alguien no lo entiende así, debería hacérselo ver.
Lo que más ojiplática me deja de todo es que la gente que me llama friki por este motivo ya no lo hace con cariño. No es la típica coña de colegueo… La gran mayoría de los que incluyen mi capacidad de hablar inglés en la lista de frikadas, lo hacen atacando y con mala baba. Se me cae el monóculo...
- Me gusta la tecnología.
Vivo en una era y en un entorno en el que casi cada persona que conozco tiene un smartphone, un portátil, una tablet, un eBook, un reproductor de DVDs, una consola, una televisión, un reproductor de música mp3, una minicadena… En fin, me vas a perdonar, pero lo normal sería saber manejarlos, si no, ¿para qué coño los quieren?
Sí, me gusta sacarle el máximo partido a los recursos de que dispongo. Eso incluye saber cosas avanzadas del instrumento con el que trabajo a diario, un ordenador.
Además, el hecho de conocer así las posibilidades de mi herramienta de trabajo, me ha permitido acceder a un empleo al que sin ello, no me hubiera sido posible ni acercarme.
Y no te creas que me olvido de lo bien que les viene a ellos, cada vez que les ahorro una pasta en servicios técnicos. Y aún así… la puyita jamás se les olvida.
Son curiosos los prejuicios de la sociedad, ¿no crees? Es interesante que me hayan hecho sentir mal, me hayan ofendido y se hayan reído de mí por lo que se considera “raro”. Si lo analizas fríamente es miedo. Miedo a lo diferente, a lo que les supone una amenaza.
Es como cuando en el instituto los “malotes” se metían con el “empollón”. No lo hacían porque él les hubiera hecho algo… Lo hacían porque no le entendían. Porque no sabían cómo enfrentarse a él de otra manera. Porque le veían como una amenaza... Yo nunca me he metido con alguien por ser inteligente o sacar buenas notas. Posiblemente porque yo también soy inteligente y este aspecto en otras personas no me supone una afrenta, si no una sensación de alivio instantánea. Es genial encontrarse a alguien con el que poder hablar de absolutamente todo.
He de confesar que he reescrito esta entrada 4 veces. Todas las versiones anteriores me parecían escritas a la defensiva y no me gustaba el tono. Lo más interesante de este cuádruple trabajo es que me he dado cuenta de que el saco de los frikis, en el que me incluye la gente que lo hace con desprecio y mofa, está repleto de gente brillante e interesante que sobresale del resto por aspectos que les diferencian del rebaño de ovejas. Las burlas y los “pero mira que eres friki” no son más que intentos fallidos de enmascarar la verdad: que mis particularidades les intimidan.
A ellos sólo tengo una cosa que decirles: bring it on.
A los que se han subido al carro conmigo y ahora son tan geeks como yo, también tengo algo que decirles: maldita Shonda Rhimes… Esto. No. Se. Hace.
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¿Qué hace una bióloga como tú ejerciendo un marketing como este?
¡Ay! La pregunta del millón. Sería rica ya si me dieran 50€ cada vez que me lo preguntan (en esta vida hay que tener ambición para todo, pedir 1€ sólo, me parece pelín ratilla).
Pues trabajar… eso es lo que hago, trabajar. El ninismo no es una opción. Pero claro, de la biología al marketing hay un salto en parapente, o eso es lo que todo el mundo cree y expone en cada ocasión que se presenta.
Yo discrepo. Mitad porque me encanta ser una follonera y mitad porque la biología tiene mucho marketing asociado. Verás:
1) Hay que ser un marketiniano de corazón para decirle a tu familia que quieres estudiar biología y venderlo de tal manera que no acaben ingresándote en un psiquiátrico. Porque, oye, hay que estar muy tocada. Vivo al límite, estudié biología.
Y es que es verdad, la biología es un campo al que hay que aproximarse con mucho cuidadito: está minado. Es preciosa, interesantísima… sí, pero y el trabajo, ¿qué? Ajá… No hay. Luego maquilla tu eso y véndeselo a tus padres con 18 añitos. Una genio del marketing, eso es lo que soy.
2) Te dedicas a vender hipótesis no contrastadas. Eso es la investigación. Propones tu hipótesis 0 y la confirmas o rebates. “Oiga usted, yo creo que la foca monje del Mediterráneo tiene una mancha ventral única e individual. Me dé usted millón y medio de euros para estudiarlo, aerfavó”.
Venga, no me digas que no te enamora y te entra la risa a partes iguales. Pues oye, proyectos como ese están financiados. ¿Por qué? Porque somos genios del marketing.
3) ¿Y qué me dices de nuestras campañas de concienciación? Marketing puro, ¡claro que sí! Intenta tú convencer a un puñado de genios de las finanzas de que los corales son animales y no plantas, y de que son la fase sedentaria de una medusa. Y que, por tanto, hay que protegerlos a los dos: coral y medusa. Y se consigue, ¿eh? ¡Claro que se consigue! Se habla poco de ello, eso sí, pero se debería hablar más porque deja a la campaña de los nombres de pila en las latas de Coca-Cola a la altura de la pizarra de menús de un bar de carretera.
Los biólogos somos marketinianos de corazón, eso es así. Luchamos contra los elementos a cara descubierta. Debatimos sobre la evolución con creacionistas compulsivos, argumentamos el cambio climático con ejemplos y teorías, nos posicionamos “Arsuaga sí”/”Arsuaga no” como si nos fuera la vida en ello y todo ello por vocación, que la profesión es pobre y los que la trabajan más. Pero es agradecida. Agradecida, motivante, excitante y, sobre todo, bonita.
Si alguien de tu alrededor siente la llamada de la biología, poco vas a poder hacer para evitar que se dé a ella. Es una vocación que te envuelve y te absorbe hasta que no puedes hacer nada para luchar contra ella. Y lo vas a pasar mal estudiándola… pero van a ser los mejores años de tu vida. Vas a sufrir… pero vas a desear hacerlo. Vas a renegar de ella… pero vas a adorar estudiarla y no lo cambiarías por nada. Es una relación complicada pero, sin lugar a duda, la relación más gratificante que vas a tener.
Y la gran mayoría vamos a acabar trabajando en otras áreas: de brókeres, o en un catering, o en una escuela de buceo… Pero nada de eso nos podrá quitar el convencimiento de que estudiamos la carrera más bonita del mundo.
¿Qué si no quiero trabajar de lo mío, dices? ¿No lo ves? Ya lo hago… Trabajo en marketing, y los biólogos somos genios del marketing.
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Los 30
–Hola, soy Mónica y acabo de cumplir treinta. –Bienvenida, Mónica. –Aplausos. Miradas de comprensión. Gestos de ánimo. Un “pos ya verás…”
Oh, sí, acabo de pasar de dígito en la decena. Del dos al tres. De joven y universitaria a adulta, trabajadora y familiar. ¿Eres tú familiar? Porque lo que es yo… Y claro, cumple tú los treinta sin novio, sin ganas de novio, sin niños, sin ganas de niños y aguanta tú a la vecina con su “¡Niña, que se te pasa el arroz!”. Señora, que es Brillante, rediós.
Y es que esa expresión es universal. La vas a encontrar en todos los lugares y te la van a soltar variopintos personajes. Y, ojo, que tu cara tiene que guardar siempre la compostura que tu interior no está guardando, porque ganas no te van a faltar de montar un cirio de cuidado; pero no, tú aguanta estoicamente, planta tu mejor expresión de ay, qué razón tienes y contesta con tu mejor “no hay prisa”.
Ese es el momento en el vas a oír el infame “ya te llegará…” Que dices tú ¡qué coño “ya me llegará”! Que yo estoy muy bien como estoy, señora. Pero la señora no está sola… Está el amigo tocapelotas, y la amiga divorciada de tu madre, Yorkshire en mano, con su “bonita, que te lo comes tó…”, y tus amigas que cuando se te acerca un chico a decirte “oye, mira, que tienes un chicle pegado en el culo” ya intentan casarte con él… Es el complot padre. Llegas a la edad en la que todo van a ser pequeñas batallas para guardar tu dignidad.
Pues yo he decidido que me planto, sí, señor. Que cumplir los treinta y darme cuenta de que estoy ya más cerca de los cuarenta que de los veinte es suficientemente traumático en si mismo, como para andar preocupándome por el arroz. A mí el arroz en paella y punto.
¿Que he cumplido treinta? Correcto. ¿Que he llegado a la edad a la que los futbolistas ya son veteranos y “están acabados”? Ay, cielos… Pero a mí no me tiene preocupada no tener novio, ni no querer niños. A mí me tiene preocupada el que con treinta tengo un trabajo precario de subcontratada, vivo con mi madre y estoy pagando un coche a plazos. Que yo a los diecisiete estaba convencida de que a los treinta sería independiente, ejecutiva y superfashion… ¡Ja!
¡Ja!
En fin, que he decidido que mejor abro un blog (porque darme a la bebida es un coñazo, para qué mentir). A falta de independencia y buen salario, era lo único gratis y suficientemente público como para quedarme con la sensación de reivindicarme a mí misma. O la Mónica que yo creía que sería a los treinta cuando tenía diecisiete, vete tú a saber.
Otra razón es que “ay, niña, con lo bien que escribes tú…” Que es la versión de mi madre de los cincuenta besos por segundo de vieja de parque.
Pero ya en serio: historias no me faltan. Y como estoy con la crisis de los treinta, pues voy a compartirlas con quien quiera leerlas, que las penas se superan mejor en compañía, ¿no?
¡Bienvenidos!
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