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Maldito Ch'aki
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malditochaki · 5 years ago
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De grafitis y monumentos. La lucha feminista frente a la fetichización del pasado
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por Ivan Reynaldo Laura A.[1]
A Malinche, feminista excepcional en la construcción del México mestizo, odiada por los triunfadores de la independencia e indígena que fue capaz de lo imposible.
Hace unas semanas se recordó el Día Internacional de la Mujer. Esta fecha se hizo clave en la agenda feminista particularmente en contextos latinoamericanos donde perviven diferentes formas de violencia contra la mujer que continuamente se agudizan. Desde el control estatal sobre los cuerpos, casos espantosos de feminicidio y hasta mecanismos más sutiles de violencia; la protesta enarboló muchas banderas de lucha y se caracterizó por diferentes matices.
Frente a ello, algunos sectores “defensores” del patrimonio y la memoria histórica calificaron este hecho como anárquico, delincuencial, salvaje, “feminazi”, ignorante y que esas “formas” de protesta no eran “las formas adecuadas”, aludiendo además que en el fondo no lograban nada frente al Estado más que encubrir sus pretensiones para un aborto legal que propicie el desenfreno sexual y el irrespeto por la vida.Este fenómeno me recordó la historia de “El experimento de los monos, la escalera y los plátanos” que en esencia narra de la aceptación ciega de las normas estatales por parte de las masas. El relato, inspirado en el estudio dirigido por G.R. Stephenson y recogido en su artículo “Cultural adquisition of a specific learned response among rhesus monkeys”, muestra a cinco monos que eran conscientes del castigo que recibirían al subir por una escalera. Sin embargo, cada primate fue cambiado gradualmente y los recién llegados obedecían la norma sin tener razones exactas del porqué pues no conocían el castigo. A tal punto llegó la situación que luchaban entre ellos para que se acatara la regla de jamás subir la escalera.Y es que a dónde quiero llegar con esto. Benedict Anderson y Norbert Lechner, cada uno desde su mirada, coinciden en algo fundamental: la identidad colectiva es una construcción. Los estados modernos desde su nacimiento se han preocupado por forjar en su población identidades comunes para así tener una nación que le permita asentarse. Producto de esto, hasta hoy se siguen construyendo determinados “lugares de memoria” que se plasman por ejemplo en museos, fechas cívicas y monumentos. Éstos llegan a ser mecanismos que le “dicen” a la gente cuál es su pasado común.La muestra más reciente de este fenómeno fue la construcción el 2017 del “Museo de la Revolución Democrática y Cultural” durante el gobierno de Evo Morales. Este sitio guarda numerosos regalos que habría recibido el, en ese entonces, Primer Mandatario (camisetas, sombreros, charangos, entre otros) como así también objetos coloniales y pre-coloniales que reflejarían las luchas de los movimientos indígenas. Este “lugar de memoria”, en esencia, también pretendía forjar una identidad común en torno a la lucha anticolonial.Si bien cada gobierno que llega al poder tiene en cierta medida el “derecho” para desplegar su programa político en la sociedad, programa por el cual fue elegido, es evidente que termina siendo tentado para instrumentalizar el pasado de sus ciudadanos del tal modo que le permita perpetuarse en su sitial de privilegio. De ese modo, se conmemoran determinadas fechas cívicas para recordarle a la gente qué acontecimientos mantener en su memoria por encima otros, se construyen museos para reforzar la mística identitaria en torno a determinados objetos y se elogian monumentos ya que esos personajes deben ser admirados, incluso imitados.No pretendo menospreciar el valor del pasado ni del conocimiento histórico, menos aún de la ciencia y la conciencia histórica, pero creo que hay que distinguir entre una labor historiográfica que colabora con los poderes establecidos y un “statu quo” que reproduce desigualdades, de otra que busca más bien ser un mecanismo de liberación social para sectores a los cuales el Estado ha tenido siempre en segundo plano. En palabras de Carlos Antonio Rojas en su Antimanual del mal historiador, la añoranza “no puede seguir siendo el relato descriptivo del pasado construido para la glorificación del presente, sino más bien el rescate crítico de la memoria y de la historia, pasadas y presente, de las luchas, las resistencias, los olvidos y las marginaciones que ha llevado a cabo esa misma historia descriptiva y complaciente que hoy queremos superar”.De nada sirve fetichizar determinadas fechas, museos y monumentos si eso no sirve para construir sociedades más justas y humanas. Cuando se critica el movimiento feminista por su “irrespeto” a los monumentos “históricos”, se asume que esos lugares de memoria son fetiches que no merecen mayor reflexión y crítica. Cuando se dice que ese “no es el modo” de protestar, se olvida que la ciencia histórica no es un experimento de química en el cual una misma fórmula es válida para todos los contextos y sociedades, pues si bien en varios lugares se han logrado enormes conquistas con medios no violentos, también en otros tantos se ha requerido del uso de la fuerza para los mismos propósitos. Cuando se critica estas manifestaciones como salvajes, ignorantes, delincuenciales, herejes, “feminazis”, faltos de creatividad, etc., pareciera usarse una lógica binaria en la cual el “otro” es el “malo” mientras el “uno” es el “bueno”, simplificando así groseramente cualquier análisis social certero. Cuando se señala que estos movimientos pretenden encubrir en su lucha el desenfreno sexual, se olvida también que el sexo esta entre las últimas manifestaciones de libertad humana que nos quedan.Quizá los aquellos sectores molestos con los gratitis al monumento del Mariscal Antonio de Sucre estarían más satisfechos con que esas mujeres protesten de manera “más creativa”, que en los hechos significa que se manifiesten en silencio, sin perturbarlos, sin molestar los fetiches de la gente “civilizada” y así nunca oírlas, pensando que de ese modo el problema que enfrentan las mujeres se acabará.Sin embargo, necesitamos una historia que nos ayude a reconocernos, a manifestarnos, a sencillamente ser, liberándonos así de cualquier tabú. Un conocimiento histórico riguroso que permita la plurihistoricidad y la mirada crítica. Requerimos con urgencia una ciencia del pasado que nos permita verlo no como una simple suma de sucesos que debe ser memorizada y recordada, sino concebirla como un arma que nos permita entender el presente. Así podremos comprender que la lucha feminista, en su diversidad de expresiones e intensidades, forma parte de la lucha de larga data por sociedades más justas que precisamente ha construido la historia que hoy tenemos.[1] Maestro e investigador [email protected]
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malditochaki · 5 years ago
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Santa Cruz de la Sierra ¿El suceso histórico más importante de la historia contemporánea boliviana?
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por José Octavio Orsag Molina
Mis inicios como historiador se dieron en las aulas de la carrera de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés en La Paz (Bolivia). Cuando se opta por una carrera en ciencias sociales o en humanidades en esta ciudad uno nota cómo algunos temas absorben el interés de la intelectualidad paceña. Los confines de la cordillera suelen atrapar los intereses temáticos de estudiantes, docentes e investigadores autodidactas, llegando en el mejor de los casos hasta las últimas estribaciones de la cordillera. Tal vez no es un problema paceño o boliviano, tal vez es el resultado de nuestras herencias coloniales. Ya la historiadora peruana Frederica Barclay reflexionaba sobre el andinocentrismo, que relega la historia amazónica y la reduce a un mero encuentro con la historia de los Andes como una frontera. Sin entrar a la historia amazónica, que ha sufrido su propio proceso de colonización simbólica como un espacio relegado a la naturaleza, en Bolivia se ha dejado también de lado de las narrativas nacionales la historia del crecimiento de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, entendiendo muy poco de su crecimiento, sus problemas y sus efectos sobre todo el departamento. Pudiendo ser este el suceso histórico más importante de la historia del siglo XX en Bolivia, resulta que comúnmente es reducido a una historia regional o regionalista. Es una historia que ha sido contada más como una reafirmación de la identidad local que como un fenómeno social, económico, cultural y ambiental boliviano.
Afirmar que el crecimiento y “desarrollo” de Santa Cruz es el suceso histórico más importante de la historia contemporánea de Bolivia puede despertar algunas reacciones. ¿Cómo es posible semejante herejía histórica?, por ejemplo, dirán algunos. ¿Cómo relegar la historia de la Guerra del Chaco, de la revolución del 52 o de las dictaduras?, dirían otros. O incluso se podría objetar ¿Cómo relegar el surgimiento del MAS? ¿Qué pasa con la Guerra del Agua con la Guerra del Gas? Pues mi respuesta sería muy sencilla, todos estos eventos históricos están conectados con Santa Cruz.Recientemente me topé con la tesis doctoral del historiador Lawrence C. Heilman, escrita en inglés y cuyo título podría traducirse como Asistencia de Desarrollo de los Estados Unidos a la Bolivia rural, 1941-1974: La búsqueda de la estrategia de desarrollo. Lo primero que me llamó la atención de este documento es que prácticamente ningún investigador de la revolución nacional lo menciona. Me llamó aún más la atención cuando el autor comenta que había trabajado en la misión de USAID en Bolivia durante los años 1967-69, es decir, como un actor más y con acceso a documentos relevantes a los intereses del país norteamericano. Uno de los párrafos introductorios de aquella tesis menciona que “la estrategia de desarrollo del gobierno de Estados Unidos se basaba en un efecto de derrame (trickle down) que estaba más interesado en fomentar el desarrollo de la agricultura en el oriente que mejorar las condiciones económicas y sociales de la mayoría de la población en Bolivia”. La hipótesis de Heilman resalta en el campo de la historiografía del MNR y de la reforma agraria. Y ocurre así, no porque se oponga a otras ideas sino porque la historiografía nacional actual no traza una relación directa entre el desarrollo agrícola del oriente a partir de la reforma agraria y el complejo proceso social que se desencadenó al mismo tiempo en el altiplano y los valles. Lo que planteo aquí es que la historia de Santa Cruz esta cercenada de la narrativa histórica nacional. Aquello ha generado que, en nuestra concepción histórica, todo proceso que incluya a Santa Cruz o toda investigación sobre el departamento deje de ser nacional y pase a ser regional.Uno de los intereses que yo tenía al leer la historia de la revolución nacional en Bolivia era entender por qué esta se había desarrollado tan favorablemente sin ninguna clara oposición de EEUU y más aun planteando una reforma agraria. Algo llamativo si comparamos esta experiencia con gobiernos como el de Jacobo Arbenz en Guatemala que derivó en un golpe de estado y la intervención directa de EEUU bajo la operación PBSUCCESS. Desde una óptica que no permite ver más allá de nuestras fronteras la respuesta es poco clara; sin embargo, desde una perspectiva transnacional la respuesta es más sencilla. Ocurre que, tras la década de los 60’s, EEUU bajo el discurso de ayuda humanitaria alrededor del mundo durante la Guerra Fría impartió una serie de políticas de desarrollo bajo la denominada Alianza para el Progreso que en el campo de la agricultura tomo la forma de la llamada Revolución Verde. El plan consistía en la repartición de créditos para maquinaria y fertilizante, el fomento a la creación de centros de investigación y la formación de profesionales para el desarrollo de variedades de alto rendimiento y una mayor producción de cultivos de exportación. Desde Latinoamérica, la Revolución Verde tiende a ser vista desde una óptica técnica más que política. No obstante, la Revolución Verde era un programa político-ideológico disfrazado tras la máscara del rendimiento y el utopismo o determinismo científico, es decir, bajo el discurso de la ciencia y el desarrollo se ocultaban una forma específica de imaginar la sociedad, de distribuir las riquezas, la propiedad de la tierra y evitar la revolución agraria en Latinoamérica.Heilman, además, describe cómo las políticas de la reforma agraria en el oriente boliviano se articularon con la estructura hacendataria cruceña y fomentaron el surgimiento de una nueva élite agroindustrial. Visto desde una perspectiva nacional, este punto cobra mucha más relevancia considerando que al mismo tiempo la revolución nacional desarticuló a las viejas élites del altiplano y los valles. ¿Qué pasa si decimos que el principal objetivo de la reforma agraria a nivel nacional no fue la repartición de tierras en el Occidente sino la conformación de una nueva élite agroindustrial en el oriente? La propuesta no es descabellada teniendo en cuenta la historia de otras regiones del planeta. Sin ir muy lejos pensemos en Brasil que, con su expansión hacia Mato Grosso y el paulatino poder que ha adquirido la élite agroindustrial en este país durante las últimas décadas, es casi un reflejo perfecto del caso boliviano. Por otro lado, si bien el éxito de la distribución de tierras de la reforma agraria es todavía un tema en el cual los autores no llegan a una conclusión definitiva, nadie puede negar que si se incrementó la producción de Santa Cruz, que se crearon canales de migración de occidente a oriente, y que se impulsó la formación de una élite económica y política sólida que desde las dictaduras fue cobrando fuerza y ganando proyección nacional.Un simple cambio en el lugar que ocupa Santa Cruz en nuestro imaginario histórico modificaría completamente la historia política reciente de Bolivia. El trabajo de Soruco, Plata y Madeiros, Los barones del Oriente. El poder en Santa Cruz ayer y hoy, es de suma importancia para comprender las aspiraciones hegemónicas de la élite cruceña. Su hipótesis respecto a la continuidad histórica de esta fenómeno y su fortalecimiento tras la reforma agraria y las dictaduras, permite entender cómo es que a inicios del siglo XXI esta élite se lanzó con aspiraciones nacionales por primera vez en su historia. Asimismo, permite entender cómo el discurso simbólico y la mentalidad de dicha élite se encuentran relacionados con esta continuidad histórica ininterrumpida. Este libro y otros, como el de Santa cruz: economía y poder, 1952-1993, han sido relegados a la estantería de historias regionales, no por el hecho de que describan o reconstruyan la historia del departamento, sino porque aquel es el lugar que le hemos asignado en nuestra mentalidad. De esta manera, la emergencia de la media luna en los años dos mil no es considerado un fenómeno de historia política nacional como la aspiración hegemónica de la élite cruceña, sino como un episodio más de regionalismo que podría haber afectado la integridad nacional.El reposicionar a Santa Cruz y su proyección en las últimas décadas permitiría que bibliografía poco revisada o poco discutida en universidades y ciertos ámbitos intelectuales sea incorporada en discusiones más amplias. Quizá una de las temáticas más dejadas de lado es el crecimiento urbano y la migración a la ciudad de Santa Cruz que, no hace falta decir, es un resultado directo de las políticas de la Revolución Verde en Bolivia. Uno de los libros que cobra mucha relevancia para discutir los últimos hechos acaecidos en el país y permite repensar los discursos polarizados en los últimos meses es Mobilizing Bolivia's Displaced: Indigenous Politics and the Struggle over Land de Nicole Frabricant. La autora relata la fascinante historia y lucha del Movimiento Sin Tierra en Bolivia durante la primera década del siglo XXI. Su libro no solo describe el origen de la mano de obra agrícola en Santa Cruz a partir de historias de migración directas que desgarran lo más profundo de la estructura socioeconómica boliviana, sino también narra el surgimiento de un discurso indianista político dentro del Movimiento Sin Tierra, que se reconstruyó en base a la memoria histórica y cultural de tierras altas y que se adaptó a las nuevas formas de explotación y segregación en el departamento cruceño. Fabricant, incluso, señala cómo este discurso habría sido adoptado por Evo Morales y el MAS y habría sido transformado en una narrativa nacional con la cual evidentemente llegó al poder, pero que sin embargo nunca transformo las condiciones económicas y sociales preexistentes. Esta posición rompe completamente con la historia intelectual y política tradicional boliviana, pues claramente no ve como origen directo o único origen a la tradición indianista en ciudades como El Alto y La Paz, sino que aboga por una nueva rearticulación intelectual alrededor de la migración rural hacia Santa Cruz.Volviendo sobre el título de este ensayo, el crecimiento de Santa Cruz de la Sierra no es el suceso histórico más importante de la historia contemporánea de Bolivia sino el proceso central que está relacionado con los más recientes cambios políticos, sociales y económicos en Bolivia. Sin embargo, desde la mayor parte de intelectualidad boliviana la historia de Santa Cruz no es percibida como parte de la historia nacional, sino como una historia regional. Indudablemente esto se vincula con los regionalismos y la construcción de sus identidades, pero también tenemos que reconocer que existe una miopía generalizada que no se debe al acceso a fuentes ni a falta de preguntas de investigación sino más bien a nuestra propia construcción mental.
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