Tumgik
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Sin embargo, puedo muy bien deciros algo que esos miserables no ignoran, y es que la amo frenéticamente, con una pasión que me hace ser el más desventurado de los hombres. Lo he intentado todo, con el fin de conseguir su libertad: la astucia, la violencia, la habilidad y la nobleza. No obstante, ni en París ni durante el viaje he conseguido nada, por lo que he resuelto seguir su camino, aunque la lleven al fin del mundo. Es mi amada, señor.
Manon Lescaut, Abate Prévost.
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Adán se sintió invadido por un profundo sopor. Y durmió, durmió largamente sin soñar nada. Fue un largo viaje en la oscuridad. Cuando despertó, le dolía el costado. Y comenzó su sueño.
Microcuento de Álvaro Menón Desleal.
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El idilio de Silas
De H.E. Bates
Traducido al español por Manon Dancleiro
-El mundo-, solía decirme mi tío Silas, -se ve distinto desde lo alto de una escalera-. Esta era una afirmación basada en años de experiencia, sobre todo porque alrededor de las décadas de los sesentas y setentas tío Silas se dedicó a ser reparador de techos.
Era un buen oficio, con mucho quehacer; y con el tiempo mi tío adquirió un viejo jamelgo “color cerveza”, una pequeña carreta de dos ruedas y recorrió las veinte o treinta millas que abarcaba el condado reparando graneros o casas, chimeneas y capillas.
Él podía subir al borde de los techos como un mono aún en el ventoso Marzo. No había nadie como él para peinar las tejas como si fuera el delicado cabello de una chica o recortar un alero rizado para que se mantuviera alineado cual concha de almeja.
En la era de los reparadores de techos él era un maestro, y como todos los maestros, firmaba su trabajo. Su firma era un gallo con una cresta de tritón, cola como un abanico de cebada y que miraba a su alrededor ostentoso y triunfante. Este gallo era tejido con paja y fijado a las cumbreras, chimeneas y cobertizos dondequiera que mi tío Silas iba.
Ese símbolo en su momento llegó a ser tan reconocido como el poste de barbero. Y, a su tiempo también, dio origen a una especie de proverbio: “La presencia del gallo alerta a las gallinas”.
Un día el tío estaba arreglando el tejado de una tienda en Bedford. En la planta baja del local podías comprar listones y calicó, materiales para vestidos y sombreros. En el piso superior había veinte costureras mozas trabajando bajo la mira de una supervisora, quien lucía, según tío Silas, como si sus pechos fueran remolachas y su corazón tan agrio como el vinagre. Era imparcial, unánime y desconfiada en extremo.
Siempre que Silas subía la escalera de mano con una carga de paja o clavijas ella cacareaba como una gallina vieja rodeada de pollos. Cuando él pasaba bajando ella se encontraba parada frente a la ventana, ensanchando su espalda para ocultar a las jóvenes gallinas. Y todo el tiempo, decía el tío, estaba tan roja que parecía que iba a poner un huevo.
Había una orden de duelo, todos trabajaban contra tiempo. Las chicas pretendían ser la viva imagen de la seriedad, como si la muerte las hubiera apagado, y no tenían tiempo para voltear a verlo.
Todas excepto una. Era una menuda criatura castaña sentada cerca de la ventana; cada vez que Silas subía o bajaba por la escalera ella alzaba su cabeza y le sonreía. Su cabello era una sombra parda-rojiza que se rizaba y esponjaba como plumas de gallina.
Una vez en que él subía la ventana estaba lo suficientemente abierta como para él que pudiera hablarle. –Buen día-, le dijo.
-Muy bueno.
Fue todo lo que ella dijo. Pero casi hizo que mi tío Silas se desmayara escaleras abajo. Era un sonido delicado y avasallador que volvió sus piernas de gelatina. Cuando volvió a pasar le dijo:
-¿A qué hora “cabeza de nabo” va a casa para comer?
-No se va. Ella come aquí.
-¿Y tú?
-Tampoco me voy. Como aquí también.
Mientras bajaba oyó estallar la voz de la vieja-nabo. –Deja de mirar por la ventana, Elizabeth, y concéntrate en tu trabajo. Necesito tener esos vestidos listos para que ser empacados a las dos.
Cinco minutos para las dos mi tío vio a “cara de nabo” salir de la tienda con un alargado paquete envuelto en papel marrón bajo el brazo. A las dos en punto volvió a subir lanzando una especie de cacaraqueo a las chicas del otro lado de la ventana, y a las dos con diez ya había atravesado el marco y jugaba perfectamente al gallo en el gallinero.
Las féminas aleteaban y gorjeaban, y no pasó mucho tiempo para que mi tío empezara a hacer un “nudo del amor” con algunas extrañas hebras de paja para la menuda criatura castaña que había estado sentada junto a la ventana.
Ella era tan dulce y atractiva que él se olvidó completamente del tejado, y las chicas, al parecer, olvidaron del todo a la supervisora. Tío Silas ya estaba trenzando “nudos del amor” para cada una de las veinte costureras en un extraño trueque de “no hay beso, no hay ´nudo del amor´”, cuando una de las chicas, que había bajado para traer un trozo de terciopelo, entró apresurada a la habitación, cerrando la puerta y diciendo que la supervisora iba para allá.
Mientras hablaba podían oír las fuertes pisadas en la escalera y en los diez segundos exactos que siguieron no hubo nada que Silas pudiera hacer más que saltar, como Falstaff, dentro de una cesta de lino.
Y desde ahí, a través de la cestería, vio a la supervisora entrar. Llegó con un fru-frú, bajó el paquete con prisa y pasó a decir a veinte costureras de aspecto inocente, la mitad de ellas escondiendo “nudos de amor” en el corpiño, por qué había regresado tan pronto.
Eran los días de costuras apretadas, ataques de soponcio e histeria general femenina frente a una catástrofe, y al parecer la madre e hija para las que habían sido hechos los vestidos de esa mañana estaban postradas por la histeria y no pudieron probárselos.
-Es por eso –concluyó la supervisora, -que he regresado. La madre es como de mi talla, y la chica es más o menos como una de ustedes. Vamos a ajustarlos lo mejor que podamos. Fanny, deshaz el paquete. Lucy, ayúdame a quitarme el vestido.
“Es cierto”, dijo mi tío Silas, “que el mundo luce distinto desde lo alto de una escalera. Pero no es nada comparado a cómo de diferente es detrás de las rendijas de una cesta”.
-Yo siempre pensé que la Roca de Gibraltar estaba bien blindada, pero lo estaba mucho más la vieja “cara de nabo”. Ella tenía más huesos que una ballena. Imagina el Sitio de Ladysmith; no era nada. Ella podría haberlo soportado por un siglo. Hasta sus piernas parecían sacos de arena.
-Elizabeth, -dijo la supervisora –quítate el vestido y pruébate el otro.
Cuando lo dijo un susurro como aleteo de plumas vino de las veinte costureras, tío Silas se rellenó la boca con retazos de telas para evitar convulsionarse y, un instante después, estaba admirando el más hermoso conjunto de ropa interior rosa sobre el que había posado sus ojos jamás.
-Así es, -suspiró el tío –interiores rosa. Y hace cincuenta años eso era una pasada total.
Siguió contándome como permaneció prisionero de la cesta toda la tarde, alternando críticas sobre blindaje con manualidades finas, hasta que su cuerpo estuvo acalambrado y entumecido, mientras sentía mil alfileres y jeringas clavadas en el corazón.
Y siguió sintiendo los pinchazos en el pecho por un largo tiempo, porque cuando finalmente salió de la cesta tras el anochecer, después de que la tienda hubo cerrado y las chicas se hubieran ido, él bajó por su escalera y casi calló en los brazos de la menuda criatura castaña que lo esperaba al pie con un “nudo de amor” prendido del cuello del vestido.
-¿Y qué pasó? –le pregunté ansioso. -¿Qué hiciste, tío?
-Chico, -me respondió –yo hice lo único que podías hacer en esa época si veías a una chica en ropa interior.
-¿Y qué era eso?
-Me casé con ella. Ahora sería tu tía si hubiera vivido.      
Y al decirlo apareció en los ojos del tío Silas una expresión no acostumbrada. Era suave, distante, pesarosa e indescriptiblemente tierna. Esto lo paralizó un momento y después recuperó su vieja personalidad burlona.
-Sí, -dijo –dicen que cuando el gato se va los ratones hacen fiesta. Pero no es nada contra lo que hacen las gallinas cuando el gallo se mete en el gallinero.
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Gracias por leer, espero que les haya gustado :3 La ilustración es del libro original ;) Se aceptan preguntas, comentarios o críticas constructivas, me haría muy feliz que los hagan :D 
Recuerden que estoy en wattpad con el mismo nombre y la misma imagen de perfil. Pronto publicaré el siguiente cuento. No olviden honrar la memoria de Bates con un corazoncito~ ˄J˄ ¿Se me nota lo wattpadera?  
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Silas y Goliat
De H.E. Bates
Traducido al español por Manon Dancleiro
Cuando yo era un niño mi tío Silas solía hablarme sobre un hombre llamado Porky Sanders, y cómo él de un golpe lo mandó al “Venga tu reino”.
-“Porky el Gorila”, solían llamarlo –contaba él. –Y era el campeón del mundo.
-¿Un boxeador?
-¿Boxeador? –replicó mi tío Silas con sorna. –Del boxeo aún no se oía nada. Te estoy hablando de los días de las luchas de apuestas. Te hablo de la época en que podías arrancar de un mordisco la oreja de un hombre sólo porque no te gustaban sus bigotes.
-¿Alguna vez le arrancaste la oreja a alguien, tío?
-Muchacho, –me dijo entonces con gran solemnidad. –yo era el campeón arranca-orejas del condado.
Y siguió diciéndome como todo ocurrió en el año de 1870. “El año en que las espigas de trigo medían casi tres metros de altura en los cuarenta acres de Deanes, los que están a la orilla del camino. Lo digo de veras, todo era más grande en esos días.”
-Imagina a un hombre como Porky. –me explicaba él. –En los tiempos que te digo él medía casi dos metros de altura y pesaba ciento treinta kilos. Seis vasos de cerveza cabían en la palma de su mano. Dos hombres entraban en una pierna de sus calzoncillos. ¡Sí señor! –exclamó. -¡Los mejores hombres eran enormes en esa época!
-Pero tú eras alguien pequeño –me atreví a decirle.
Mi tío Silas guiñó un ojo mortalmente serio, con la blanda oscuridad pícara que siempre guardaba para las preguntas y momentos incómodos.
-Sí, chico. Así es, yo era alguien pequeño. Pero siempre he tenido un gran cerebro.
Después de eso tío Silas siguió contándome no sólo como era el gran Porky Sanders y la fama que tenía, sino lo bárbaro, infernal y terrorífico que llegaba a ser. No era simplemente un hombre que peleaba, no era sólo alguien que arrancaba con los dientes las orejas de otros. Él era algo así como un dictador que caminaba aplastando a los hombres como escarabajos bajo sus pies.
Entraba a las cantinas y aventaba barriles de cerveza; si al casero no le gustaba, decía mi tío Silas, entonces lo aventaba a él. Si le apetecía una manzana, arrancaba ramas repletas de los jardines por los que pasaba. Si quería una pierna de cordero, entraba a la carnicería, tomaba las presas con una mano, daba un cinturonazo al carnicero con la otra, y salía de la tienda royendo la carne cruda como si fuera una manzana de caramelo.
Y si le gustaba una chica, sólo la agarraba y se la llevaba bajo el brazo como un cachorrito ganado en feria. Mientras, bebía de golpe un galón de cerveza y a su paso calle abajo las mujeres se escondían en sus casas y los hombres se agrupaban para protegerse.
-Creo haber conocido a un hombre llamado Sip Turner… -me dijo tío Silas. –Uno con la nariz como sacacorchos… Sí, eso fue obra de Porky Sanders. Lo tomó por la nariz y lo giró en el aire como matraca, allá en el 69, sólo porque no lo llamó “señor”. Ese tipo de persona era Porky; el mayor eructador, bravucón y canalla del condado. Un verdadero gorila.
-¿Y por qué –quise saber –lo llamaban “gorila”?
Mi tío tenía una respuesta para todo. –Fue marinero. –me explicó. –Cuando lo era quedó varado en una isla de África por dieciocho meses, en los que no comió nada más que carne de gorila. ¿Te das cuenta que eso fue lo que lo volvió tan fuerte?
Gradualmente, yo iba fijando en mi mente la figura atroz, sanguinaria, terrorífica del carnívoro, arrancador de orejas, secuestrador de mujeres Porky Sanders. Lo único que empezaba a confundirme era cómo rayos mi tío Silas había logrado mandarlo de un golpe al “Venga tu reino”.
-Ya voy a eso. –me tranquilizó. –Enseguida voy a eso. Verás, las cosas fueron así: había una chica. Una gran amiga mía. Se llamaba Vicky. Y un día, Porky se la llevó.
En ese punto mi tío Silas hizo una pausa ceremoniosa, como si ese fuera uno de los momentos más importantes de la historia nacional. –Y ahí, -dijo entonces. –fue donde él cometió un grave error.
-Seguro que lo desafiaste, tío.
-Sí. –escupió él. –Sí, chico, lo desafié. A puño desnudo. En cualquier momento. En cualquier lugar. Cada “knock-down” un round. Pelear hasta que alguno ya no pudiera ponerse de pie. Así lo reté yo. Y se rió de eso. Se quebró de la risa.
Le pregunté qué había pasado.
-Lo dejé reírse, niño. Y luego fui a trabajar. Verás, a Vicky le desagradó ser agarrada por ese gorila aún más que a las otras chicas. Lo odiaba como al veneno, pero no pudo hacer nada. Así que fui con ella primero. ”Vicky”, le dije, “juega con su orgullo”.
Entonces me habló de cómo la chica jugó con su orgullo, preguntándole si acaso estaba asustado de un pequeño pedazo de molusco como Silas, contándole que la gente rumoreaba que le tenía miedo; haciendo que tuviera muchas ganas de molerlo, de una vez por todas, como carne de salchicha. Ella lo hostigó por días, hasta que funcionó.
-Después, le pedí que lo tuviera alimentado a base de pepinos. –siguió contándome. –Hacía mucho calor, y ella le decía: ”Porky, cariño, debes mantener tu sangre fresca. Porky, cielito, lo mejor que puedes comer en este mundo son pepinos.” Redundó en eso tanto, que acabó no dándole nada más que pepinos durante una quincena completa.
-Pepinos y cerveza. –Siguió contándome cómo se arregló con el cantinero para que la cerveza fuera gratis para Porky todas las noches, pero cada gota sería especialmente alterada detrás de la barra con una cucharada de sales, una píldora o dos de un paquete de quién sabe qué adquirido del boticario. Cosas que convirtieron su estómago en fuego y agua.
-Por último -añadió con orgullo. –, que con el dolor de estómago de la cerveza y los pepinos, cuando llegó el momento de la pelea Porky se veía tan verde como una rana hervida.
-Y todo lo que tuviste que hacer, -intuí. –fue rozarlo con la mano.
-¡Mejor que eso! –dijo el tío con gran modestia. –Mucho mejor. Ni siquiera tuve que usar las.
Siempre había un momento de las historias del tío Silas en que las cosas parecían demasiado buenas para ser verdad; y ese, según yo, era uno de esos.
Él debió ver la duda naciendo en mis ojos, porque un momento después me dijo:
-Chico, ¿no te había dicho antes que yo era un tipo pequeño, pero siempre tuve un gran cerebro? Bueno, ¡no te lo dije por nada! –guiño sus ojos enrojecidos con fugaz y diabólica maldad. –La pelea fue en Vine Hills. Tú sabes, bajo los árboles, justo antes de llegar a la pendiente.
-¿Junto al río?
-Junto al río. –Según me contó, todo lo que él tuvo que hacer fue agarrar al gorila por la cintura y golpear ligeramente con su cabeza el estómago cansado y débil por cerveza, purgas y pepinos. Primero fue una especie de golpe estabilizador, luego correr y un golpe, para finalmente “a la carga” y un golpe. Cada uno produciendo una especie de grave quejido agonizante.
Me hice la imagen mental de mi tío Silas estando en medio del prado y Porky siendo  sostenido por la densa muchedumbre excitada, mientras mi tío lo abatió atacándolo como una clase de Brigada Ligera; después Porky siendo impulsado inevitablemente más y más abajo por la pendiente hasta que por fin, de un golpe triunfante y magistral, tío Silas lo lanzó de panzazo al río.
Para terminar mi tío miró despreocupadamente a su alrededor con extrema modestia. –Y así, chico, fue como de un golpe yo mandé a Porky Sanders directo al “Venga tu reino”.
-¿En verdad? –dijo una voz.
Y ambos volteamos a ver, como siempre hacíamos a la conclusión de algún tipo  de cuento atrevido, a la ama de llaves de la casa; agria, irascible, ojo de hierro, muy disgustada. –Si eso ha estado diciendo, estoy avergonzada, muy avergonzada. Contándole al niño alguna clase de descarado disparate e historias acerca de cosas que jamás sucedieron.
Por un momento tío Silas, sarcástico e imperturbable, mantuvo una apostólica compostura.
Después habló. -¿Disparates? No veo la diferencia entre una historia como esta y una acerca de una mujer que se convierte en estatua de sal o un hombre que permanece tres días vivo en el estómago de una ballena.
Y ahora que me pongo a pensar en eso, no la hay
¡¡Hola!! Este es el segundo cuento que he traducido de “Mi tío Silas”, espero que sea de su agrado :D
Recuerden que este cuento es obra de H.E. Bates :3 yo me di el tiempo de traducirlo al español porque he buscado traducciones en internet y no encontré :(   Pueden encontrarme en wattpad con el mismo nombre ;)
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Narrar no es un acto meramente ocioso, un simple pasatiempo; es la única forma de organizar y conferirle sentido a nuestra experiencia temporal.
Ricoeur, 1983
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Silas el bueno
H.E. Bates
Traducción al español de Manon Dancleiro
En una vida de noventa y cinco años mi tío Silas encontró el tiempo para hacer muchas cosas, y hubo una época en que se dedicó a ser sepulturero.
El cementerio de Solbrook está a un largo camino a las afueras del pueblo, en una pequeña colina de tierra desolada que se alza sobre el valle del rio.
Y ahí, mal vestido, mi tío Silas solía cavar, probablemente, una tumba al mes.
Él trabajaba todo el día entre el barro café-azulado sin ver a absolutamente nadie, sin más compañía que los pájaros sacando gusanos sobre el montículo de tierra recién excavada. Extremadamente feo, menudo y deforme, lucía como una estatua de piedra que se hubiera caído del tejado de la pequeña iglesia; algo así como un hombrecillo que hubiera vivido demasiado tiempo y probablemente seguiría haciéndolo, cavando las tumbas de los demás por siempre.
Un día, estaba excavando una en el lado sur del cementerio un dulce y caluroso día de mayo; el pasto ya estaba largo y profundo, con flores doradas creciendo por todas partes entre las tumbas.
Por el medio día él ya estaba lo suficientemente profundo en la tumba y había fijado las tablas a los lados. La primavera había sido seca y fría, pero ahora, a la sombra de la fosa, bajo el fuerte sol, se sentía como a mediados de verano. Era tan magnífico que Silas se sentó en el fondo de la sepultura y tomó el almuerzo ahí, comiendo su pan y carne, pasándolo todo con el té frío que siempre cargaba en una botella de cerveza. Después de comer se sintió adormilado, y finalmente cayó dormido en lo profundo del hoyo, con su húmeda, fea boca medio abierta y la botella de cerveza aun en la mano, descansando sobre su rodilla.
Había dormido un cuarto de hora o veinte minutos cuando despertó y vio a alguien parado en el borde de la tumba, mirándolo hacia abajo. Una mujer, o eso parecía.
Él estaba demasiado sorprendido para decir nada, y la mujer ahí plantada seguía mirándolo, muy enojada por algo, haciendo agujeros entre el pasto con una sombrilla grande. Era pálida y delgada, con la cara fea. Al parecer llevaba puestas unas botas de gran tamaño, y debajo de la falda de su pesado vestido negro Silas vio una inmensa pierna café, como un dirigible. 
No tuvo tiempo de echarle otra mirada antes de que lo atacara. Ella blandió su sombrilla gritando, acusándolo de holgazanería y falta de respeto.
La mujer movía su cabeza de un lado al otro y pisoteo el suelo con un pie. Por último ella exigió saber, su delgado cuello estirándose hacia abajo para verlo, por qué él estaba tomando cerveza ahí abajo en espacio sagrado, en un lugar que debería estar consagrado a los muertos.
Ahora más que en otros momentos era difícil para mi tío Silas, con hinchados labios maduros, ojos y nariz roja, no lucir como un marinero borracho. Pero había una sola cosa que él tomaba en el trabajo, y esto era té frío. Es verdad que era siempre té frío con un toque de whisky en él, pero la base seguía siendo, principalmente, té.
Silas dejó a la mujer hablar por casi cinco minutos, y después alzó levemente su sombrero diciendo, “Buenas tardes, señora. ¿No son bellas las flores?”
“¡Así que no está satisfecho con comportarse así en terreno sagrado,” dijo ella, “sino que encima está borracho también!”
“No señora.” respondió. “Ojalá lo estuviera.”
“¡Cerveza!” escupió. “¿No podía dejar la bebida en paz aquí, de todos los lugares?”
Silas alzó la botella de cerveza. “Señora,” dijo, “lo que hay aquí no dañaría ni una mosca. Menos la dañaría a usted.”
“¡Es responsable de la ruina de miles hogares en toda Inglaterra!” exclamó.
“Té frío.” Dijo Silas al fin.
Ella dio un grito de indignación y pisoteo de nuevo. “¡Té frío!”
“Sí señora, té frío.” Silas destapó la botella y se la ofreció. “Pruébelo, señora. Pruébelo si no me cree.”
“Gracias. Pero no de esa botella.”
“Está bien. Le daré una taza.” Dijo Silas. Buscó en su cesta del almuerzo y encontró una taza de metal. La llenó con el té y se la tendió. “Pruébelo señora. No le hará daño.”
“¡Bien!” aceptó, y tomo la taza. Mojó superficialmente sus delgados labios. “En efecto, es solamente té ordinario.”
“Sólo té ordinario, señora.” Afirmó Silas. “Hecho esta mañana. Pero usted no lo está tomando. ¡Tome un buen trago!”
Ella tomó entonces un buen trago, saboreándolo en su boca.
“Refrescante, ¿no es así?”
“Sí,” concordó ella, “es muy refrescante.”
“Bébaselo,” le insistió. “Tome un poco más. Supongo que usted ha caminado desde lejos.”
“Sí,” asintió, “lamentablemente así fue. Todo el camino desde Bedford. Bastante más lejos de lo que pensé. Ya no soy tan joven como solía ser.”
“Oh,” se sorprendió él. “¿Joven? Luce usted como veinteañera.” Tomó su abrigo y lo extendió sobre la pila de tierra excavada. “Siéntese y descanse. Siéntese y vea las flores.”
Ella lo sorprendió al aceptar y sentarse. Tomó otro trago del té y dijo, “mejor me quitaré el sombrero.” Se quitó el sombrero y lo posó sobre sus rodillas.
“¿Joven?” volvió a decir. “Señora, es usted sólo una polluela. Espere a que sea tan vieja como yo, y entonces podrá hablar. ¡Yo recuerdo la guerra de Crimea!”
“¿En serio?” se asombró la mujer. “Usted ha debido tener una vida plena e interesante.”
“Así es, señora.”
Ella sonrió tímidamente por primera vez. “Lamento la manera en que hablé antes. Pero me molesta la sola idea de que alguien tome en este lugar.”
“Está bien, señora,” dijo Silas. “Yo no he tocado una gota de bebida fuerte en años, como solía hacerlo. No siempre he sido bueno.”
El viejo Silas se incorporó botella en mano y dijo, “tome un poco más, señora,” y ella tendió la taza para que fuera llenada de nuevo. “Gracias.” Lucía bastante tranquila ahora, suavizada por el té, el olor de las flores y el sol en su cabeza descubierta. Se veía más como una mujer.
“¿Pero usted es un buen hombre ahora?” Inquirió ella.
“Sí, señora,” dijo Silas agitando ligeramente la cabeza, como si fuera un hombre en verdadera penuria. “Soy un mejor hombre ahora.”
“¿Fue una larga lucha contra la bebida?”
“¿Larga lucha, señora? Sí, lo fue. Una pelea muy larga.” Levantó un poco su sombrero.
“¿Cuan larga?” preguntó la mujer.
“Bueno,” comenzó Silas, acomodándose en el fondo de la tumba, donde había estado todo el tiempo, “nací en una época de hambre. Malos tiempos señora, muy malos tiempos. La comida y el agua eran deplorables. También había enfermedades. Pero teníamos cerveza, señora. Todos tenían cerveza. Los bebés tenían cerveza. He estado luchando contra eso  por ochenta años o más.”
“¿Y ahora lo ha superado?”
“Así es, señora,” dijo mi tío Silas, quien había tomado en ochenta años más de lo que mantendría funcionando un molino de agua. “Ya lo he superado.” Alzó la dichosa botella. “Nada más que té. Usted tomará más, señora, ¿o no?” 
“Es muy amable de su parte” respondió.
Silas le sirvió otra taza de té y ella se sentó al lado de la tumba para tomarla bajo el sol, volviéndose a cada momento más y más humana.
“Y no es de asombrarse,” me confesó él después. ”Era el té de invierno el que estábamos tomando. Verás, yo tenía un té de verano con sólo un poco de whisky, y un té de invierno con un buen chorro de whisky. El clima había sido frío hasta ese día, y aun no había cambiado el té de invierno por el de verano.”
Estuvieron sentados ahí por alrededor de una media hora más bebiendo, y en ese tiempo no hubo nada que ella no oyera de la vida de mi tío Silas: no sólo cómo él había dejado la bebida y el lenguaje vulgar, sino también las mujeres, los caballos, las historias dudosas, las mentiras y todo lo que un hombre puede dejar.
Seguramente, cuando él por último salió de la tumba para darle la mano y desearle buena tarde, ella debía de creer que era el hombre más puro y religioso del mundo.
Excepto porque su cara estaba muy roja, ella lucía tan digna como había llegado. Fue la última vez que la vio. Pero esa tarde, en el tren de las 2:45 para salir de Solbrook, había una mujer con una larga sombrilla en una mano y un ramo de flores en la otra. En el vagón tibio y abarrotado flotaba el olor de algo más fuerte que el té frío. La mujer parecía un poco excitada y no paraba de hablar.
Su tema de conversación era alguien que había conocido esa tarde.
“Un buen hombre”, les decía a todos. “Un buen hombre.”
¡¡Hola!! Soy Manon Dancleiro y esta es mi primera publicación :3
Actualmente yo traduzco del inglés al español la colección de cuentos “Mi tío Silas”, del escritor británico H.E. Bates. 
Este es el primer cuento que traduje. Espero que les guste :D 
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