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Mi vida pasa derecho y sin escalas de un cuento de Cortázar a una comedia romántica!

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El tango de la guardia vieja!

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Poems & Words

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Una foto, una historia: La casa roja

Veo esta fotografía con alguna frecuencia y pienso que de lejos, parece una casa cualquiera de un pueblo fantasma. La verdad, es que si es una casa cualquiera para cualquiera que nunca haya vivido ahí. Para mí por el contrario, es una casa que guarda por dentro una gran historia: la historia de los días que ahí transcurrieron en uno de los momentos más confusos de mi vida.

Llegué a esa casa en los primeros días del mes de febrero de 2017. Recuerdo mucho la primera vez que entré y el estado en que se encontraba todo. Era un desastre, había un tremendo desorden en todos los espacios de la casa, un aspirante a hípster fumando como una chimenea, un humo espeso que combinado con la luz tenue y de baja intensidad que tenía el pueblo, no dejaba ver nada con claridad, dentro de mí una profunda frustración y la sensación de haberme equivocado. Esa primera noche me sentía cansadísima, después de un viaje largo y con media vida empacada en un par de maletas, lo único que quería en ese momento era dormir. Sin embargo, todo parecía tan turbio e irreal que por un instante me sentí actuando la escena de una película de Tim Burton.

Sarah y Aitor me llevaron a la casa y me dejaron para que me instalara. Yo tardé más en entrar a lo que sería mi cuarto, que ellos en regresar por mi para sacarme de ahí y llevarme a comer al único restaurante decente que tenía ese pueblo fantasma. En el camino me dijeron "esa casa es un asco, no te preocupes que ese chico se va mañana mismo de ahí para que puedas acomodarte bien.” Después de la cena, regresé a casa más tranquila, tendí la cama con mis sábanas y me fui a dormir. Al día siguiente me levanté y me fui a trabajar.  El buceo me distrajo y el ambiente relajado de ese centro de buceo era todo lo que necesitaba en ese momento para olvidarme del trabajo que dejaba atrás en Playa del Carmen, apenas dos meses después de haberlo aceptado.

En cuanto a la casa, apenas se fue el aspirante a hípster, limpié todo lo mejor que pude. Acomodé los muebles para hacer el espacio más acogedor y casi que de la noche a la mañana, esa pocilga se convirtió como por arte de magia (y mucho Ajax) en un hogar.  Muy rápidamente la casa roja se volvería la tercera de 7 casas que tuve en un año (noviembre de 2016 a noviembre de 2017) y acabé quedándome ahí por 6 meses, bastante más de lo que había planeado.

Los primeros meses transcurrieron en calma, una vez me acomodé en esa casa: el trabajo me gustaba, aprendía cosas nuevas cada día, descubría nuevos sitios de buceo y tenía tiempo para pensar, quizás demasiado tiempo y eso sí que es peligroso. Estaba ganando buen dinero y eso me motivaba además que en ese pueblo no se podía gastar nada, con lo cual todo lo que ganaba de sueldo y propinas se guardaba en la caja fuerte del centro de buceo. La sensación de estar ahorrando me motivaba mucho, tanto que empecé a insistirle a mi novio que viniera a trabajar con nosotros. Para mí era un buen plan pues podríamos trabajar en el mismo sitio, compartir nuestra vida en ese pueblito que ya me estaba empezando a gustar y ahorrar dinero para irnos de viaje buceando por Centro América como alguna vez lo habíamos planeado.

Louis puso de su parte y fue a visitarme varias veces, pero él no parecía hacer con ese lugar el mismo clic que yo. Un fin de semana fui a verlo a Playa del Carmen y después de ver la película “What we lost on the fire” me dijo que él no podría mudarse, que ese pueblo iba a acabar con él. En fin… que él a ese lugar no podía seguirme; en realidad lo que estaba queriendo decir era que no podía seguirme ni a ese, ni a ningún lugar. Entre lágrimas de verdadero dolor tanto suyas como mías, terminamos esa tarde una relación preciosa, llena de recuerdos lindos pero rodeada de dudas que nos llevaron al error y todo hay que decirlo: al fin.

¿Qué podría hacer en ese momento? Yo estaba por terminar mis tres meses ahí y debía regresar a Playa del Carmen para trabajar con la empresa que me estaba guardando el trabajo. Pero ¿cómo iba a volver a Playa cuando lo que yo más amaba ya no estaba ahí? En ese momento pensé que todo había sido un error: haberme ido de Cozumel, haberme ido de Playa dejando a Louis, mudarme a esa casa, tomar ese trabajo, insistirle a Louis que viniera… todo era confuso, turbio y doloroso. Y sin embargo, el único lugar donde podía estar en ese momento era en esa casa roja.

El viaje de regreso a Xcalak fue eterno, sentí que el bus a Limones tardó más de las tres horas que tardaba siempre. La espera en esa tienda de pueblo disfrazada de estación de autobuses, duró más de las dos horas que duraba siempre. La llegada al Parque de Xcalak tomó más de las dos horas de siempre. Aunque el viaje durara las mismas 7 horas, había un plano de tiempo paralelo corriendo en mi cabeza, uno más lento donde cada segundo se alargaba atormentado por preguntas, reproches y recuerdos. Delante, solo tenía esa carretera estrecha y oscura que lleva a ese pueblo fantasma que fue mi hogar y definió lo que al cabo de esos meses sería el resto de mi vida.

Los siguientes tres meses fueron diferentes, porque si por un lado perdí a mi pareja por otro lado gané una familia. En esos meses mi amistad con Aitor se hizo más fuerte, tuve la oportunidad de conocer mejor a Sarah y encontré otra amistad incondicional y maravillosa: la de Ernesto. Estos tres amigos se encargaron de sacarme del pozo, de ayudarme a recuperar la esperanza y sobre todo de hacerme reír. En esos meses el trabajo empezó a bajar y con ello el dinero que ganaba, al haber decidido no volver, ya no tenía un trabajo en Playa o Cozumel al cual regresar y toda la aventura del buceo, otrora encantadora, empezó a dejar de tener sentido.  Podría haberme ido para Asia o algún país de Centro América como había soñado con Louis pero honestamente no tenía la fuerza para hacerlo sola y el único lugar al que concebía regresar era mi casa en Bogotá.

Empecé a planear mi regreso, eso sí después de gastarme hasta el último dólar que tenía ahorrado viajando por México. El plan era regresar a casa para navidad y en enero empezar a buscar trabajo. Pero los planes nunca son los mismos una vez se comparten con alguien. Varios años antes de esos días confusos, había llegado para quedarse en mi vida una amistad de esas que se hacen familia, una de las mejores personas que conozco: mi amigo Daniel. Él es un buen buzo aficionado pero entonces estaba muy lejos de mi vida en el buceo; aunque ya tenía más de un año sin verle, siempre seguimos en contacto y fue él precisamente el signo que cambió la ecuación de mis planes.  Todo ocurrió rápidamente, cuando le dije que regresaría a Bogotá a buscar trabajo, él me dijo que estaba buscando a alguien con mi experiencia para su equipo en Ciudad de México. Yo me lo pensé mucho, no estaba segura de querer  regresar a lo mismo que había dejado años atrás después de tanta frustración. Lo pensé y lo consulté con mis amigos porque no podía con el peso de hacerlo sola. Ernesto me dijo que no lo pensara dos veces, que esos trenes no volvían a pasar por la misma estación, Aitor me dijo que le diera chance y que si necesitaba trabajo en el buceo nuevamente, ya sabía adónde ir; Sarah solo quería verme feliz y aunque sé que se preocupó por mí (con justa razón a juzgar por los meses que vendrían) me apoyó.

De manera que en esa casa roja de piso polvoriento y techo de lámina, caliente como ella sola en el verano, fue donde viví esos meses confusos y donde tomé una de las decisiones más importantes de mi vida. Claramente esa no fue una decisión que me haya gustado tomar, fue dolorosa desde muchos puntos de vista y tenía un sabor de renuncia que me calaba los huesos. En el fondo la única razón por la que la tomé, fue porque venía acompañada de algo que me había faltado mucho por esos días:  la esperanza de pertenecer.

Así fue como llegue a Ciudad de México con mis siete maletas, unos días antes de dos terremotos que sacudieron la tierra en septiembre de 2017. Me cambié de casa tres veces más y me costó más de un año y medio encontrar ese lugar que la esperanza de pertenecer me había prometido cuando decidí dejar la vida del mar para vivir en una ciudad donde cabe un planeta entero. En los dos años y medio que llevo en esta nueva pero ya conocida vida, encontré un lugar en el trabajo donde hago algo que me gusta y me motiva, encontré un espacio para mí donde me siento cómoda y feliz y lo más importante es que he formado una familia de amigos incondicionales que hacen de esta vida un lugar mejor. Así que gracias casa roja por lo que me acompañaste a vivir y lo que me ayudaste a decidir.

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En el Mundo de los Recordados

¿Cómo explicar quien fue Jesus Antonio en mi vida? Sería fácil decir que es el papá de mis primas, el esposo de mi tía, en fin un tío político. Pero no, esa descripción es demasiado corta para lo que él realmente representa para mí. Durante mi infancia, fue la figura masculina más relevante de mi vida, era el hombre de la casa; el que traía la leña para las chimeneas, el que preparaba los asados en la finca, el que le enseñaba a bailar a sus hijas y a sus sobrinas. Era también una figura de autoridad, una de esas personas que los niños de antes jamás nos atreveríamos a desobedecer por el profundo respeto que inspiraba.

De él solo puedo tener buenos recuerdos, por ejemplo me parece estarlo viendo sentado frente a la chimenea alimentando el fuego por horas, con esa paciencia y constancia que lo caracterizaban. También lo recuerdo revolviendo sus discos de acetato para poner la canción perfecta de la Sonora Matancera que prendía la fiesta y a partir de ahí veía cómo disfrutaba de la noche con sus amigos y familia, tomándose unos rones y bailando su música preferida.

Lo recuerdo también como un hombre muy inteligente, de pocas palabras, prudente y discreto. Era una de esas personas con las que uno podía confirmar casi cualquier dato de una conversación, como una especie de Wikipedia humano. Sin embargo, él más que alardear de todo lo que sabía, compartía generosamente su conocimiento cuando se lo pedían. Algo que no recuerdo de él fue verlo defender una posición política, religiosa o moral; nunca lo vi discutir acaloradamente sobre ese tipo de temas. Ahora lo veo como una persona muy científica en ese sentido, mucho más orientado a los datos, los hechos y la información que a las opiniones viscerales que hoy dividen familias enteras.

Hoy mientras asimilo su partida, sólo llegan a mi mente pensamientos de gratitud y de cariño. Los recuerdos me llevan a las chimeneas, las fogatas y las fiestas en la finca de Pacho, ese lugar que era tan querido por él y donde toda la familia vivió momentos tan lindos. En las mañanas lo recuerdo mientras oía las noticias en Todelar o alguna estación local en ese radio gris viejo que me pareció haber visto en su casa la última vez que fui a visitarlo. Lo recuerdo trabajando en la finca con sus botas y su sombrero, terminando la tarde preparaba todo para la fogata o el asado nocturno y entrada la noche se permitía disfrutar con unos traguitos bailando con todas las mujeres de la familia que hacíamos fila para tener el honor de bailar con él.

Aunque nunca estaremos preparados para la partida de un ser querido que fue tan importante en nuestras vidas, estos años viviendo en México me han enseñado que mientras los recordemos, ellos nunca nos dejarán. Estoy segura que todos los recuerdos y el amor que esta familia tiene por él, siempre lo tendrán en  el mundo de los recordados y cada 1 de Noviembre él vendrá a celebrar con nosotros entre flores de calabaza y papel picado el día en que los dos mundos se unen para celebrar la vida.

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¿Cómo proponerle al destino un trato que nos convenga a los dos?

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Uno de los mejores buceos con mi gran amiga Sarah!

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Lugares #3: en las líneas de Cortázar

Leer Rayuela era casi un requisito para ser parte de la familia Quiñones, cuando estaba en la universidad yo era la única que no lo había leído y tengo que decir que hoy día soy la única que no lo ha terminado. Mi primer intento de leer esta gran obra fue en el año 2005, durante mi primer viaje a Paris; era evidente que tenía que leer Rayuela para ver la Ciudad Luz a través de esas líneas donde La Maga y Oliveira se encontraban. Sin embargo, ese intento se quedó en el prólogo y todo el viaje estuve cargando en una maleta minúscula un librote de casi 1000 páginas cuidando que no se arrugara porque era un tesoro que además me habían prestado.

El ejemplar que llevaba para leer en el viaje era una edición preciosa con una nota llena de sentimiento escrita en la primera página. El libro fue un regalo que le hicieron a mi hermana cuando estudiaba en la universidad, veinte años después aún está en algún anaquel de la biblioteca en el estudio de su casa, ocupando un lugar importante. Total, no leí el libro en ese viaje, estaba completamente absorta viviendo esa experiencia y disfrutando enormemente la compañía de quien me mostró Paris por primera vez. Al regresar, le devolví el libro a mi hermana y me olvidé del asunto por un tiempo.

Mi segundo intento de leer Rayuela fue en el año 2007. Esta vez tendría más tiempo porque me fui a vivir seis meses a Paris y no tendría excusa para no leerlo. Mi mamá me compró para el viaje un ejemplar y como es tradición, escribió una nota en la primera página. Como está vez el ejemplar era mío, podía meterlo en la mochila sin preocuparme demasiado si se arrugaba la carátula o se doblaban un poco las páginas. Lo llevaba a todas partes y cuando caminaba por ahí aprovechaba para sentarme en la banca de algún parque para leer. En particular me gustaba parar en el Parc Montsouris para imaginar y recrear la escena del paraguas roto.

Aunque la idea de leer Rayuela en Paris, siguiendo los pasos de los personajes por sus rincones era muy romántica, no tuve éxito terminado el libro. En algún momento decidí no cargarlo más en la maleta porque pesaba lo suficiente como para tomar la inteligente decisión de dejarlo en casa. No fue fácil asumir que me iría de Paris sin acabarlo, pero entendí que ese no era mi momento para leerlo y decidí continuar disfrutando de la ciudad sin remordimientos académicos. El libro regresó a Bogotá acompañado de una edición en francés de Notre Dame de Paris, un libro de gramática francesa y otros tesoros que aún conservo en la biblioteca que tengo en Bogotá en casa de mi papá.

Casi 12 años después de haber recibido ese regalo de mi mamá, lo saqué del espacio que ocupaba en mi biblioteca, leí nuevamente la nota de la primera página y decidí empezar nuevamente esta aventura. Esta vez con total disposición, con el corazón abierto y con muchas experiencias vividas, La Maga y Oliveira me acompañarán por las calles y parques de la Ciudad de México. Me recordarán mis paseos por la Rue de la Huchette, mis caminatas por el Boulevard Saint Germain, mis siestas en los Jardines de Luxemburgo durante el verano, mis interminables visitas al Musée du Louvre y las tardes que pasaba cuidando a Minna y a Zoé en el apartamento de los Compoint en el Quai Voltaire. Tengo la idea que completar este proyecto inacabado que empezó  hace tantos años será como una viaje de vuelta a esa ciudad que tantas experiencias me dejó y una manera de imaginar otra ciudad que no conozco aún y que cada vez sube un poco más en mi lista de lugares imperdibles: Buenos Aires.

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Lugares #2: Pueblos Mágicos

Una letra de más en un mensaje de voz me llevó a Tepotzotlán cuando el encuentro era en Tepoztlán. Casi 130 kilómetros separan estos dos pueblos, cada uno está en un estado diferente con la Ciudad de México en medio. Yo no sabía lo que me esperaba en Tepotzotlán, claramente no era mi amiga Wendy, quien ya en ese momento se encontraba subiendo el cerro del Tepozteco (130 kilómetros al sur).

¿Que podía hacer? Ya regresarme al pueblo correcto no era una opción, enojarme y dar un giro en u era una completa estupidez. Decidí entonces disfrutarlo, estacioné mi carrito y le pregunté al señor del parqueadero qué podía hacer por acá. En el camino descubrí que hay un museo de virreinato, llegando sentí mucha hambre y no me animé a hacer la visita sin comer algo antes. La señora que ofrecía visitas guiadas me recomendó un restaurante y aquí estoy sentada comiendo delicias mexicanas, oyendo música y mirando a la gente disfrutar su domingo.

Este Pueblo Mágico de calles adoquinadas y casas amarillas tiene una energía bonita, quizás sea por el sol pero las personas se ven felices, los músicos cantan en los restaurantes y luego pasan por su propina, el mercado está lleno de artesanías, ropa, dulces, quesadillas... toda una dinámica dominguera que rompe con la rutina y el caos de la Ciudad de México.

Aunque perdí la oportunidad de pasar el día con mi amiga que viene tierras lejanas, decidí gozarme esta equivocación y disfrutar del día, el sol, las gafas oscuras, el bufet mexicano y la inspiración para escribir mientras me como un taco de barbacoa.

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¿Tímida yo?

Muy pocas veces me doy la oportunidad de conocer a las personas con calma pero como siempre, la vida tiene para mí una de sus sorpresas. Un día lo vi en la clase de yoga y apenas me atreví a sonreírle, la siguiente clase lo saludé y logré preguntarle si se quedaría a la siguente. Un par de semanas después logré preguntarle su nombre mientras casi me atoraba con mi propia timidez. Saber cómo se llama fue todo un reto, no sólo por un interés personal, también porque necesitaba verme en ese gran momento donde dejaba de lado la timidez, los prejuicios y la vergüenza para simplemente preguntar ¿cómo te llamas? Cada vez que nos encontramos la conversación dura unos minutos más. La última vez que lo vi descubrí en qué trabaja, lo que opina de mi país porque lo ha visitado varías veces y su gusto por un café bien intenso. Con eso tuve para regresar a casa contenta de haber tenido una buena conversación con un extraño, cada sábado menos extraño.

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Lugares #1: El corazón de los tíos y las tías

Nunca supe lo que era ir a la casa de los abuelos, pues no tuve la fortuna de conocer a los padres de mi mamá porque murieron antes que yo naciera. Sin embargo, aunque los abuelos ya no estaban la familia seguía siendo muy unida. De 8 hermanos, mi mamá es la quinta aunque a ella le gusta decir que es la mayor de los cuatro pequeños. La familia Díaz Escobar se fue organizando muy bien en parejitas, los mayores son los muchachos Alonso y Fernando, despúes siguen Beatriz y Martha, un hueco de 5 años y continúan mi mamá y Tere y finlamente los niños de la casa Álvaro y Germán. No tuve el amor de mis abuelitos porque nos dejaron muy pronto, pero me sobró el amor de mis tíos y tías y podría estar por horas hablando o escribiendo de sus muchas manifestaciones de amor. 

Puedo empezar por Alonso y decir que siempre sentí que me quiere como a una hija. Pasé muchas vacaciones en su casa de Montería compartiendo con mis primos Juan Felipe y Santiago las clases de natación, los paseos a la playa y las comidas deliciosas que preparaba Darcy la señora que nos cuidaba. Cada año Clarita su esposa me mandaba a hacer un vestido que me ponía para enviarme de regreso a Bogotá en un vuelo de SAM como niña recomendada.  Las vacaciones en Montería eran super divertidas y aunque a veces me ponía a llorar porque quería devolverme a Bogotá  y una vez me escondí por horas detrás de una cortina porque tenía una tremenda mamitis, siempre se me olvidaba y me lo pasaba bien. Los recuerdos más lindos de mi infancia en familia me llevan a esos apartamentos del Recreo y del Edificio Davivienda. 

Aunque casi siempre me quedaba en la casa de Alonso, también pasaba agunos días con Fernando y su familia. En la casa 46 de los Bongos, todo parecía mucho más activo, tal vez porque la familia es más numerosa y la casa estaba siempre llena de gente, ese lugar tenía una dinámica diferente. Recuerdo mucho que después de almozar todos subíamos al cuarto de Fernando y Luz Helena para ver las noticias y hacer la siesta en colchones que todos movían de sus cuartos para aprovechar el aire acondicionado. De Fernando tengo recuerdos de conversaciones muy lindas desde que era muy niña, un día yo me estaba quejando de la situación dificil que había en mi casa y el me dijo “mija: hay cosas en la vida que pasan porque uno las necesita” yo tendría unos 15 años y entonces no entendía lo que me estaba diciendo. Hoy en día no estoy segura si esos momentos eran necesarios, pero si que me formaron y eso le da mucho sentido a esa conversación que nunca voy a olvidar. 

De Beatríz puedo decir que es una de las personas más generosas que he conocido, que es una persona fuerte, que esta llena de amor aunque a veces se enoje mucho. Mis primeros años viví con ella, German, mi prima Lina y mi mamá, en un casa grandota en Chapinero, hoy casi 30 años después caigo en cuenta que una parte de mí se quedó con ellos y quizás es por eso que tenemos un lazo tan fuerte. Una de las cosas que más me gustaba de niña era ir a apartamento de Beatriz en la Javeriana a desayunar después de la clase de patinaje de los sábados, la mayoria de las veces el desayuno se extendía hasta las 4 de la tarde porque si ella preparaba fríjoles o lentejas yo siempre me quería quedar a almorzar en su casa. Hoy día cada vez que voy a Bogotá le pido que prepare un mondongo para mí y ella lo hace con tanto cariño que yo disfruto de esa sopa paisa como el mejor de los manjares. 

La que sigue es Martha, la tía divertida. Ella es una persona que me hace reir con mucha facilidad, desde siempre la recuerdo con una chispa increible que hace su compañia muy agradable. Mi vínculo con Martha es muy fuerte porque ella me cuidaba mientras mi mamá trabajaba cuando yo era chiquita. Aunque me regañó unas cuantas veces y otras me peleé con ella, también me inculcó buenos modales y me enseñó a leer y a escribir mis primeras palabras (coco, mamá, pepe). Después que los abuelitos nos dejaron, la casa de Martha se convirtió en el eje de la familia, ahí pasabamos las Navidades y los Años Nuevos. La familia que vivía en Bogotá generalmente se reunía en tremendas rumbas en la casa de Santa Margarita o en la finca de Pacho con cualquier excusa para estar juntos y pasar tiempo en familia. 

A mi mamá ya la dediqué un post entero y este es para los tíos así que seguiré con Tere. A ella no recuerdo cuando la vi por primera vez porque hace tiempo que vive en Estados Unidos y pasó muchos años sin ir a Colombia, desde mis 3 hasta mis 20. Aunque no la veía, siempre la sentí muy cercana porque ella es como uña y mugre con mi mamá y cuando llamaba a la casa siempre hablábamos un rato por teléfono. Volver a concoerla cuando ya tenía 20 años fue una experiencia linda porque aunque no tenía un recuerdo de haberla visto antes, si sentí que la conocía de toda mi vida. Tere es por demás una mujer fuerte, generosa y divertida, me gusta mucho recordar como se ríe a carcajadas hasta que se le salen las lágrimas. También le gusta discutir y pelear un poco, pero por encima de eso tengo una profunda admiración por su tenacidad y fortaleza. 

De Álvaro tengo muchos recuerdos de la niñez porque también pasaba mucho tiempo en su casa, compartiendo con mis primos Andrés y Kathy, salíamos de paseo con frecuencia y recuerdo que nos lo pasábamos muy bien. Sin embargo, siento que la relación con él se ha fortalecido más en los últimos años. Álvaro es una persona que disfruta de la vida, le gustan las reuniones familiares y suele ser el alma de la fiesta, también es consagrado a su familia y  comparte tiempo con sus hermanos. Una cosa que siempre admiraré de él es la amistad casi de niños que tiene con Germán, esa complicidad que tienen los dos y esa aceptación de las cosas tal como son, a mí me han enseñado una lección de vida. 

Por último y nunca menos importante, Germán. De él si que tengo los mejores recuerdos, uno de ellos es que cuando yo era niña jugaba con carritos porque él me los compraba y con alguna frecuencia llegaba a la casa de Chapinero con un carrito nuevo. Yo me divertía mucho jugando con los carritos y bloques de estralandia con los que construía parqueaderos, desde niña he tenido buena imaginación porque muchas veces jugaba sola y Germán era un buen complice cuando llegaba con carritos, plastilina y colores a la casa. Me atrevo a decir que Germán tiene un alma pura pues se hace querer con mucha facilidad y es una persona siempre dispuesta a ayudar. Mis primeros años viví en la misma casa con él y recuerdo mucho la paz que me daba tenerlo cerca, todavía me gusta mucho sentarme con él a coversar de cualquier cosa. Hoy en mis prácticas de yoga lo recuerdo mucho porque sé cuanto disfruta él de esta práctica, cada vez que hago un saludo al sol me parece estarlo viendo aquella vez que hizo una pequeña demostración en la finca, un día cualquiera en la mañana mientras el desayuno estaba listo. 

Mis tíos y tías son personas muy importantes en mi vida, tengo por cada uno de ellos mucho cariño y admiración porque cada uno en su manera única tiene muchas cosas por las cuales ser admirado. Además de haber sido el eje de la familia una vez mis abuelos se fueron, los tíos son responsables de algo muy lindo que me pasó en la vida: los 14 primos de todas las edades, estilos, colores y sabores posibles! La continuidad de esta familia en su segunda generación y ahora en su tercera es el mejor legado que estos 8 hermanos, unidos, solidarios, fuertes y cariñosos nos han podido dejar. Hoy por la nostalgia de estar lejos o por la razón que sea, me siento más orgullosa que nunca de pertenecer a esta familia imperfecta pero siempre amorosa.

Gracias infinitas por ser parte de mi vida. ¡Estoy segura que en el cielo Chila y José se sienten muy orgullosos de cada uno de ustedes y estarían muy felices de ver la familia tan linda que llegamos a ser! 

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Serie Ángeles de la Guarda #7:  MAMÁ

¿Por dónde empezar? ¿Cómo escribir sobre mi mamá sin quedarme corta en describir toda su bondad y su calidad humana? ¿Cómo desarrollar su personaje sin caer en la melancolía por no tenerla cerca? ¿Cómo decir que es la mejor mamá que existe, si es la única que he tenido? ¿Cómo retratar su autenticidad sin estar sesgada por el profundo amor que tengo por ella? La única manera que se me ocurre para empezar, es olvidarme de todos estos interrogantes y simplemente plasmar las palabras como van llegando a mi corazón. 

Desde muy pequeña tuve la idea que mi mamá es ese tipo de persona que se gana con mucha facilidad el cariño de quienes la rodean. Lo mas bonito es que lo hace sin esfuerzo alguno, ella no trata de hacer que la quieran, ella simplemente es quien es y eso le basta. Es una mujer con una capacidad única de disfrutar la vida y cada una de las pequeñas cosas que construyen su mundo. Es sensible y a la vez supremamente fuerte, es generosa para compartir sus cosas y para entregar su afecto. Es curiosa, le encanta aprender cosas nuevas y tiene una memoria prodigiosa que creo haber heredado. Es la mejor compañera de viaje que se puede tener porque se adapta a las circunstancias con facilidad, no pone problema por nada y se goza cada momento, cada foto, cada comida, cada gota de lluvia que cae sobre ella y cada rayo de sol que la baña. 

No puedo hablar de sus historia porque es de ella y solo de ella. Sin embargo, puedo decir con seguridad que se siente feliz y realizada con esa historia que ha vivido cada día desde el amor. Con el tiempo fui dándome cuenta que cada cosa que hace mi mamá es un acto de amor. Cada vez que me llama repetidas veces sólo para saber cómo estoy y desearme un buen dia, cada vez que prepara un plato que le gusta a sus invitados, cada vez que hace diligencias interminables para conseguir la medicina que necesita su hermano. Incluso, llevar a arreglar la licuadora de una de sus hermanas es un acto de amor profundo, como cada uno de los actos de amor a través de los cuales ella realiza su vida. 

Decía que mi mamá es una persona que disfruta mucho de cada momento y la historia que hay detrás de esta foto no es la excepción. Mi mamá llegó a la cima de Macchu Picchu con determinación y empeño pero sin demasiado esfuerzo. Yo me sentía muy orgullosa de ver que era la persona de mayor edad en atreverse a subir ese día, pero más que orgullosa estaba muy feliz de compartir con ella esa experiencia, de estar viendo con ella por primera vez un lugar tan maraviloso como este tesoro Inca. En ese viaje que hicimos hace ya 5 años, descubrí muchas cosas de mi mamá. Aunque había pasado con ella 29 años, aún me faltaba conocerla un poco mejor para entender sus motivaciones, sus miedos y los valores que direccionan su vida y que determinan su forma de actuar. 

A ella hoy solo puedo agradecerle por haberme educado con amor, por haberme inculcado la disciplina y por enseñarme que divertirse es tan importante como hacer las tareas. Le agradezco cada cuento que me leyó cuando era niña, cada clase de patinaje a la que me llevó, cada comida que me prepara cuando voy a visitarla y cada aventura que vive conmigo cuando salimos de paseo. Mi mamá me enseñó cada día con su ejemplo que la vida es para disfrutarla a pesar de los momentos duros, que los problemas se dejan debajo de la almohada para poder dormir bien y que la fe en uno mismo hace que las cosas sucedan. 

Poco a poco fui entendiendo por qué es tan facil querela y concluí que su forma de ser totalmente auténtica, el genuino interés que demuestra por los demás, la sencillez que sólo ella sabe mezclar perfectamente con la elegancia que muchos le admiran, son apenas algunas de las cosas que hacen de ella ese ser humano único que yo soy tan afortunada de llamar MAMÁ.

Gracias por darme la vida y sobre todo gracias por recordarme cada día, que estamos en este mundo para disfrutarlo. Lo sabes de más, pero nunca sobrará decirte cuánto te respeto, te amo y te admiro. ¡Eres el más grande y dulce Ángel de la Guarda que acompaña mi camino!

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Serie Ángeles de la Guarda #6: El admirador de Galeano

En mayo del 2015 yo estaba explorando Playa del Carmen y su vida nocturna,  recien había llegado así que tenía tiempo y ganas de salir. Una noche fui a un antro con un grupo de mexicanos y una venezolana que había conocido en una pelea de boxeo uno días antes. Hacia el final de la noche fui a pedir un trago a la barra y de regreso me crucé con un par de argentinos muy simpáticos, uno de ellos más hablador que el otro. Hablamos de muchas cosas pero en particular recuerdo que este argentino de Rosario, periodista deportivo, que exploraba México con su amigo era un gran admirador del escritor uruguayo Eduardo Galeano. Recuerdo que disfruté mucho de esa conversación y estaba pasando un buen rato. De repente vi que mi grupo se iba y mi amiga se ofreció a llevarme a casa. Decidí entonces que me iría y cuando me despedí, el admirador de Galeano me pidio el favor que un dia leyera El Libro de los Abrazos. 

Antes de salir del sitio, su amigo que había hablado poco, se acercó y me dijo “no lo podés dejar así, déjale tu número para que te contacte” Yo le anoté en un papel mi nombre completo y le dije “dile que así me puede encontrar en Facebook”. Al día siguiente por la mañana Lucas ya era mi amigo y continuamos por chat la conversación que habíamos interrumpido la noche anterior. Me contó que estaba paseando por México y que estaba encantado con lo que había descubierto de este país durante su viaje, yo le conté sobre mis planes de dedicarme al buceo y el insistía en decirme que era muy afortunada de haber llegado a vivir a un sitio tan lindo como Playa. Con el tiempo el contacto se hizo más escaso hasta que dejamos de hablar por casi dos años. 

Un buen día, ya viviendo en Ciudad de México, decidí escribirle y a partir de ahi retomamos contacto. Le conté que había vuelto a mi trabajo de siempre y que había puesto en pausa mi carrera como instructura de buceo. Cuando empecé a escribir en el blog, él fue una de las primeras personas en leer mis textos y tengo que decir que ha sido el más fiel de mis lectores, siempre me da su opinión y lo que más me gusta es que me cuenta lo que siente cuando los lee. Tener un lector como Lucas me anima a seguir escribiendo y me hace sentir que al otro lado de cada texto hay alguien que siente, recuerda o revive algo con su lectura. 

Además de ser muy generoso con la atención que entrega a mis textos, Lucas me ayuda a cumplir la promesa que le hice el día que lo conocí: leer El Libro de los Abrazos. Cada vez que yo le envío un escrito, él me responde con la fotografía de una de las páginas del libro de Galeano. Es así como poco a poco he ido leyendo esta magnifica obra a través de un ritual de intercambio de palabras escritas con el mayor admirador de Galeano que he conocido. 

Hoy quiero dedicar a ti este texto, como un regalo para agradecerte el apoyo que me has dado para a tener vivo este proyecto que tanto significa para mí. Gracias por ayudarme a descubrir que escribir tiene más sentido cuando alguien me lee, gracias por ser ese lector. ¡Eres el Ángel de la Guarda de mis textos!