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El viernes 8 de noviembre iba en el metro hacia Estación Central. Hace un rato, al igual que la mayoría de esos días, había estado marchando. Ese era día de mujeres y disidencias. Recuerdo bajarme del metro y subir las escaleras para entrar a la Estación. Iba a tomar la Buin Maipo. Iba a la mitad de la subida cuando siento algo mojado caer sobre mi nuca. Acompañándolo, se escuchó fuerte la palabra que tengo más marcada en la cuerpa. Maricón. No quise avanzar. Una señora me dijo que tenía algo en el cuello. Que me limpiara. No quise mirar hacia arriba. No quise ver su boca mojada. Llena de rabia. Llena de mi. A veces es mejor quedarse callade. Hace media hora había estado gritando con les compañeres. Contra la violencia. Esa que se ejerce sobre las cuerpas que son diferentes. Hace unos días leí sobre la manera en que las disidencias construimos nuestro género. Decía que lo hacemos en virtud de la vulnerabilidad social. En virtud del miedo. De la violencia. A mi me gusta mucho usar vestido. A mi mamá le da miedo. Me dice que no lo haga. Que no me exponga a que me pasen cosas. Yo le digo que no va a pasar nada. Le miento. A veces creo que también me miento pa poder vivir. Es que supieran la vida que siento cuando camino tranquile. Cuando mi manera de ser hace que les demás me quieran. A veces digo que no necesito que me acepte nadie. Que me da lo mismo que me quieran. Miento. Si quiero que me quieran. Porque yo quiero mucho hacer cosas para que la gente se sienta querida. Que no sientan lo que yo siento cuando me gritan maricón. Que no tengan miedo cuando suben la escalera en Estación Central. Este año hablé mucho con mi cuerpa. Eso la hace ponerse contenta. Más maricona. Más rebelde. Con más ganas de mostrarse. Con más paciencia pa esperar el día en que la entiendan mejor. Mientras tanto la sigo cuidando. Le digo que es bonita cuando baila. Que si muere que lo haga siendo ella. Le prometo que las alas le siguen creciendo. Le digo que ya mi niña. Que ya va a pasar la rabia contra ella. Que mientras tanto yo la amo mucho. Que la voy a amar siempre.
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A menudo le temía al paso del tiempo. Y es que toda la vida me han enseñado a que todo debe ser rápido, eficiente, debe responder a la lógica productiva y a las ansias de progreso que caracteriza a nuestro sistema. A veces tenía miedo de perder ese tiempo, a no alcanzar a cumplir con todas las metas que otres me enseñaron a tener, a decepcionar a la sociedad por no alcanzar las expectativas que rigen la vida de tode ser que aquí habita. Me dijeron que tenía que ser exitose, competitive, disciplinade, trabajadore, y que todas estas cualidades me llevarían eventualmente hacia la felicidad. Pero la espera es larga, el camino tortuoso y, con el tiempo, esa promesa de felicidad se vuelve esclavitud. Por años, esa esclavitud ha sido el único destino; nacer para crecer, crecer para trabajar, trabajar para morir, todo como un ciclo infinito de personas que una a una vamos reproduciendo y heredando la única forma de vivir que hemos podido conocer. Es en esa cotidianidad en que nace la esperanza de que la vida debe ser otra cosa. Que el existir debe ir más allá de los privilegios con los que naces y que debe haber otra forma de democratizar esa felicidad. Pero el pueblo es fuerte y a todes eses cuerpes cansades que con cabeza baja antes acataban lo que los poderosos querían, de pronto les empezó a arrastrar el alma. Esa alma que quiere correr, volar y que nos lleva a lograr proezas inimaginables que tienen solo lugar en los sueños, pero que al unirse todas se vuelven realidad. Hoy, ya no tengo miedo del paso del tiempo, porque siento en lo más profundo de mi ser latinoamericano y marica, como crece el cuestionamiento del modo de vida que por tanto tiempo hemos repetido. Como el pueblo se rebeló contras las estructuras de poder que determinan nuestro habitar, nuestro actuar y nuestro vivir. Que viva y que aguante la rebelión que estamos viviendo, y criémosla para llevarla a todas las dimensiones sociales. Que cuando lo viejo empieza a morir, lo nuevo nace más fuerte que nunca.
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En la playa me miré en el agua y vi como caían colores del cielo. Claros, oscuros, todes cromáticamente violentes. Entraban en la mar y me salpicaban la cara, el pecho, los ojos, el pelo. Me mojaban los pies. Saltaban como peces sobre el horizonte distante de las 6 de la tarde. De a poco me arrastraron a las profundidades en que les amarillos se azulaban y los tonos se desvanecían lentamente en la humedad submarina. Así yacía yo entre ultramares y carmines, seducide y extasiade sobre una capa multicolor que cubría el fondo, por primera vez iluminado, del mar. Sin ser yo experte ni mucho menos prodigiose en teoría del color y habiendo abandonado la pintura por choques de intereses entre ella y yo, me decidí a buscar un adjetivo que describiera mi experiencia colorista desenfrenada y apasionante que tan profundamente había teñido el alma mía. Desaforado, da Del part. de desaforar. 1. adj. Que obra sin ley ni fuero, atropellando por todo. 2. adj. Que es o se expide contra fuero o privilegio. 3. adj. Grande con exceso, desmedido, fuera de lo común. Sin considerar la posibilidad de estar perdiendo la cabeza, comencé a hablar de un evento desaforado, medio singular y perdido que se guarda en mi. Empecé a pensar en desaforarlo todo, en explotar las imágenes, las palabras, el alma y el estado corporal al que estoy atado en este pequeño momento de mi existencia. Liberar, descubrir, soltar, amar. Callar menos. Gritar más. Tener menos miedo. Sigo investigando sobre lo que engendra mi cabeza medio ahogada en corrientes irrefrenables. Ser incontenible. Desmedide. Desaforade.
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Ya ni me acuerdo del día en que salí del agua. De cuando me salieron piernas y se me ocurrió correr sin mirar pa trás. Es que tu sabis que siempre me costó eso de aguantar la respiración. Nunca me dijiste que a ti te gustaba tanto estar ahí, que no me ibai a acompañar a quemarme los pies en la orilla. Tampoco me dijiste que fuera del agua las cosas eran tan duras. Que te lastiman las piedras, que se te hacen yagas en los talones, te salen moretones en las piernas y te sangran las rodillas. Nunca me dijiste que me iba a hacer tanto daño lejos del agua y lejos de ti. Es que contigo la cosa era puro flotar. Sentir tus olas acariciando mi cabeza. Tus brazos cuidando que nunca llegara a reventar en la orilla. Pero qué hago ahora que estoy seco mamita. Qué hago ahora que la arena me quema y me hunde hasta el cuello. Qué hago ahora si en tu baile de marea me tocai con recato y te me escurris en las manos. Agárrame mamita, que me muero de sed. Agárrame que no hay agua dulce que me quite esa pena cuando se evapora el agua tuya del alma mía. No me dejis mustio, que mientras más me crecen las piernas estoy más cerca del sol. No me dejis solo, que acá afuera todo cambia y me hace bien volver a sumergirme en el agua constante que eris tú. Agárrame mamita que le tengo miedo al sol. Agárrame que me da miedo la vida terrestre, tan fuera del agua, tan fuera de ti.
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Un día con la Bela estábamos trabajando para taller en la calle y un señor me empezó a gritar. Nos estaba echando porque le molestaba que yo estuviera cerca de él. No le gustaba como yo hablaba. Como andaba vestido. No le gustaba que lo mirara. La Bela me defendió y él fue muy violento. Yo no sabía qué hacer. Le dije a la Bela que nos fuéramos y nos sentamos en otro lado. Tenía rabia, pero tenía más pena. Pena porque me preguntaba si en algún momento todo esto iba a pasar. Pena porque no importaba lo que hiciera, cuanto me esforzara, cuanto amor y trabajo le entregara al mundo. Porque él siempre me iba a responder con la palabra maricón. Nada más. Esa vez la Bela me miró y me dijo que creía que yo era valiente y que daba gracias de que hubieran personas como yo. Me dijo que era bacán que al ser yo mismo, me transformara en una forma de visibilizar la violencia contra la diferencia. Me dijo que con lo que hacía, estaba pavimentando el camino para les compañeres del futuro. Me dijo que tenía que ser fuerte y sentirme orgulloso, porque estaba siendo revolucionario solo con el hecho de existir. Recuerdo que todo mi ser se llenó de lágrimas. Hacía mucho tiempo que nadie me hablaba con amor. Hacía mucho tiempo que nadie me hacía sentir realmente valioso. Esto pasó hace casi un año, y no me acuerdo de cuántas veces lo recordé cuando me gritaron maricón en la calle, cuando me miraron con desconfianza, anularon mi opinión o fueron violentos conmigo. Lo recordé tanto tanto, que llegó el día en que ya no era la Bela, sino que era yo el que me hablé con amor y me pensé valiente. Me sentí valiente. Cuídemonos, amémonos y ayudémonos a crecer entre nosotres. Que yo estoy peleando pa ser yo, pero también pa les que vienen. Pa que le disidente nazca libre, orgullose, fuerte y feliz. Pa que todas las penas que yo pasé y el miedo que sentí quede en la historia. Pa que lo que le dejemos a les compañeres que vienen sea bonito. Junte rabia Junte pena Junte dolor Junte amor Y salga todos los días a dejar la cagá con el puro hecho de pasarse por la raja esa cultura heteropatriarcal que le dice que usted es incorrecte. Queride disidente, que valiente te ves hoy.
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