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Dolor y gloria, Almodóvar (2019)
Salvador sumergido es el nombre de la canción que acompaña los movimientos de cámara que presentan a Salvador (Antonio Banderas), el protagonista del filme “Dolor y gloria” (dirigida por Pedro Almodóvar y estrenada durante el año 2019) en una pileta de natación, quieto, con los ojos cerrados y dos pequeñas burbujas acompañando sus párpados. Un plano detalle recorre una cicatriz de su espalda, roja, sobresaliente, contrastando con la piel límpida. El primer acercamiento con el personaje, una intromisión a ese momento y espacio íntimos, se efectúa por medio de una huella, una marca, un desborde de ese cuerpo equilibrado, que se mantiene sumergido sin demasiada dificultad, cómodo, estable. Una de las acepciones de cicatriz es “señal o marca que queda en la piel después de cerrarse una herida.” Y Salvador pareciera todo él una señal resaltada por los dolores, por las heridas que dejaron una huella en su cuerpo irrecuperable, sufriente, apenado. Los recuerdos son un torrente poderoso que lo abraza y lo cautiva, quedando obnubilado por las imágenes, las voces, los sonidos, las temperaturas de su infancia. ¿Cuántas vidas caben en un presente?
Salvador sumergido podría pasar por el título de la película. Sumergido, en esa presentación de personaje, en términos físicos, pero también mentales, inmerso en las imágenes del pasado que lo rozan, lo hacen tambalear, en un vaivén similar al del mar cuando está calmo. Salvador rememora y los pasados lo mojan, lo afectan, lo transforman. Es un personaje en suspensión, que habita un entre, conteniendo la respiración, esforzándose, tironeando entre salir a la superficie o “ir nada más que hasta el fondo” como ha escrito Pizarnik.
Un primer plano de su rostro da paso al movimiento del agua con voces de mujeres que conversan en el fuera de campo. Con un movimiento ascendente se presentan cuatro mujeres lavando ropas, y un niño en la espalda de su madre Jacinta (Penélope Cruz) “Me gustaría ser un hombre para bañarme en el río desnuda” dice Rosita y sus vecinas ríen y cantan. Otro primer plano, ahora del rostro del niño sorprendido y contento, dirige la mirada a las mujeres que tienden sábanas blancas sobre los yuyos. Hace calor, sus vestidos se mecen con la brisa. La infancia es un espacio idílico y rozagante. Un corte captura a Salvador, adulto, saliendo a tomar una bocanada de aire.
“Dolor y gloria” podría considerarse una película de reencuentros, y si existen es porque han tenido lugar los desencuentros, las distancias, los silencios. Cuatro serán los reencuentros que se mostrarán en detalle, delimitando distintas secciones dentro del mismo filme, algo parecido a capítulos. También es una película sobre/de la memoria, un filme que expone fragmentariamente imágenes de la infancia que constituyen a Salvador. Por medio de los primeros planos de su rostro adulto, la película se sumerge, a través de distintos flashbacks, en seis recuerdos que completan y dialogan con su vida presente, como si acercándose a sus rasgos y expresiones pudiera vislumbrarse aquello que ha sido y ya no es, aquello que se fue y perdura. Y también es un filme que conversa sobre/con el cine como un sello o una aguja, una herramienta, un espacio que acuna, que cuida, que salva. El tópico de la salvación está encarnado no sólo en el nombre del protagonista sino en los vínculos interpersonales. Él es salvado por otros (Mercedes, por ejemplo), él salva a otros (Federico, su viejo y entrañable amor) y el cine lo salva (en su pasado y en el presente, constante, perseverante) “El cine como guía ante la tormenta del mundo” diría Hernán Hevia (2015:11)
Pero por sobre todo, o con todo, es una película sobre los cuerpos. La voz en off acompañada por gráficos que desgranan y desmenuzan el cuerpo humano para especificar la cantidad de dolores, falencias, resquemores adentra en la conformación de este personaje, y en cómo el padecimiento rige y delimita el contacto con amores y amigos. Un filme sobre la fragilidad, con sus marcas físicas, con las huellas de lo irresuelto (hombres que se han ido, madres con reclamos y dulzuras) en la corporalidad, plasmadas en cicatrices, migrañas, cefaleas, dolores de espalda, operaciones. Salvador pareciera la encarnación de lo trágico de la existencia, ese cuerpo que se muestra delicado y protegido, atento, a resguardo de los riesgos y los acontecimientos propios de una vida, propios del azar. Cada movimiento conlleva una lentitud y exactitud que obstaculizan y fastidian cada decisión. Para salir del auto que lo lleva a casa de Alberto debe acomodarse, reclinarse, pausar, ralentizar. Al llegar a su hogar debe estar en penumbras para no sufrir dolores de cabeza, también al atragantarse, debe sorber agua (ni muy lento ni muy rápido) para calmar la tos. Al agacharse, primero coloca un almohadón que le interrumpe el contacto con el suelo. Es un cuerpo que tiene completa consciencia de los espacios en los que se mueve, a merced, podríamos decir, de lo externo. Y, en la misma medida, es ensimismado, está desencontrado/desencantado con aquello que lo rodea, cediendo a las drogas que lo excitan y movilizan, que lo sacuden del tedio de existir de esa manera. Y no será casualidad que el texto que narra sus primeras seducciones con el cine se titule LA ADICCIÓN y comience con el enamoramiento y la repulsión a la misma vez “El cine de mi infancia siempre huele a pis, y a jazmines, y a brisa de verano.”
Si del cuerpo se trata, entonces también del paso del tiempo. La temporalidad en el filme está dislocada en un constante ida y vuelta de recuerdos y añoranzas. También el tiempo de su cuerpo y el de los demás, aquellos que han sido jóvenes y vigorosos ahora se le presentan avejentados, distintos, otros y los mismos. Esa relación de mismidad-otredad está presente en las escenas con Federico y su madre, Jacinta. El reencuentro con Federico porta la sutileza de dos que se conocen profunda y dolorosamente. Al abrazarse, se acarician, se sostienen, se emocionan. Al sentarse a conversar, relatan sus vivencias en voz alta mientras subyace otro relato, el de los gestos, el de los acercamientos y distancias. Federico posa su mano sobre la rodilla, sobre los hombros de Salvador. Salvador lo mira fijamente mientras él expande la foto de su hijo, distraído. Federico apoya la palma en la nuca de Salvador y lo acaricia, mientras lo observa. Todos remanentes, dejos de un lenguaje en común que ya no es pero que regresa allí, a los rincones de los cuerpos, del entre-dos. Así como comprendemos a Salvador por medio de distintas escenas de la infancia, también lo asimos a través de estos movimientos, de este baile susurrante con Federico.[1] En contraposición, el reencuentro con Eduardo no devela el paso del tiempo. Eduardo siempre será joven y fuerte, musculoso, atlético. La decisión estética de ocultar el correr del tiempo implica conservar el primer deseo intacto, inamovible, ese que pregnó en la piel de Salvador y se sostiene idéntico (el mismo que dará título a su texto y a su próximo filme rodado dentro de la película[2]) El Eduardo que él conoció y anheló es el mismo para siempre.
De este modo, la película también sumerge a lxs espectadorxs en la turbulencia de un cuerpo atravesado por la contingencia, por la pérdida, los duelos, los amores y las caricias. Un filme que, como supo caracterizar Ezequiel Boetti, es “una experiencia física, una película que duele.”
Bibliografía
Boetti, Ezequiel (2019) “Reencuentro con el mejor Pedro” disponible en https://www.pagina12.com.ar/198475-reencuentro-con-el-mejor-pedro [revisado el 9/11/2020]
Didi-Huberman Georges (2015) Parte I: “Abrir los campos, cerrar los ojos: imagen, historia, legibilidad”, en Remontajes del tiempo padecido. El ojo de la historia 2. Buenos Aires: Biblos, pp. 13-67
Vanoye Francis y Anne Goliot-Lete (2008) Principios de análisis cinematográfico. Madrid: Abada
[1] Del mismo modo, el capítulo (en línea con lo que proponíamos más arriba de comprender las secciones como capítulos) de Jacinta presenta dos cuerpos que se (des)encuentran. Es un flashback que contiene los diálogos y los movimientos de un reencuentro, con sus reclamos y caricias. La madre le regala objetos que significan para ellos y su relación, como el huevo de madera para zurcir las medias. Ellxs en relación con los objetos, ellxs en relación con lx otrx. Salvador le coloca el velo negro simulando el ritual funerario, ensayando la muerte. Protegiéndose de la muerte verdadera, él se anticipa, cuidándose de ese riesgo, de ese golpe vital. También le acaricia las piernas con un dejo infantil, un primer plano lo descubre besandole las manos. En la misma línea que con su viejo amor, los dos cuerpos se re-conocen, se descubren, se encuentran distintos y el mismo.
[2] Confirmando que, como explica Francis Vanoye, “la película dentro de la película (…) es también una figura con un carácter reflexivo muy explícito.” (1992:41)
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La escuela del bosque (2020) peli dirigida por Gonzalo Castro
La escuela del bosque comienza con María (Guillermina Pico) caminando por unas calles españolas. La estrechez del asfalto y la cámara relativamente cerca de ella nos permiten pensar que esas callejuelas podrían referirse a cualquier ciudad, en cualquier país. Y un poco toda la película cobra ese carácter de lo particular y lo general, la historia que es propia pero también genérica, una historia que podría ser de cualquier persona.
María se mudó a Cataluña hace diez años. Su padre, llegando a los ochenta, vive solo en un pueblo cercano, en una gran casa con jardín y árboles que dan naranjas. Su madre, en Buenos Aires. Su hermana diez años menor, de veinticinco, está de visita por su hogar. Si la película empieza con María en movimiento, atravesando ese pueblo que le es familiar y ajeno, recorrido y extraño, es porque allí está el germen de todo el filme: en el moverse. María dialoga con una amiga, luego con otro amigo mientras caminan, con un primer plano que los sigue de cerca para escucharlos mejor, desdibujando el paisaje y el espacio, charla con su hermana, con el papá de su hija. Conversa, pone el pensamiento a traquetear. Mientras escucha, reflexiona sobre su identidad, sobre sus deseos, sobre su hogar o su posible mudanza. Hay algo en el filme de la mostración de las pequeñas insignificancias que componen la vida cotidiana, de todos los gestos, por más pequeños que sean, que configuran y también deshacen las identidades, el quiénes somos. María dubita, juega, va y viene. En ese ir-venir radica la película, en el cuerpo de María dejándose afectar por lxs otrxs que la rodean, revisando su propia historia (alejarse del hogar en Buenos Aires para estudiar en España) armando un rompecabezas de las razones y las sinrazones que la llevaron a tomar sus decisiones. Y nada parece muy importante en realidad, como si los hechos no fueran más que piezas que hay que acomodar para darles algún sentido, si es que se lo encuentra, si es que se lo busca. Pareciera que las cosas- como ellxs que transitan y comparten comidas en parques, o esquinas, o mesas de bar- cobran vuelo mientras se dicen y así como aparecen, se van. La fina línea que transita el filme está en que las decisiones más trascendentales no cobran un carácter melodramático sino el del fluir de una vida que, apaciblemente, se va acomodando a sus circunstancias. El motor de María es el habla y la escucha, el oír y el hacer desde la calma sobre la que está parada, y es ese su punto de anclaje, por eso también los diálogos son moderados y en voz baja, apacibles, como un rumor o una canción de radio bajita, en el fondo. Sólo lxs niñxs charlan en voz alta y dicen cosas, como que los números en sí mismos son infinitos, es decir, el cuatro es infinito y el seis y el siete y la niña que responde que no, que en realidad el uno es el infinito porque después los demás tienen dos números que los conforman, son ellxs, lxs sorprendidxs con el mundo que lxs rodea quienes necesitan vociferar sus certezas y sus preguntas, sus dientes caídos y sus juegos. Pero en el escenario moderado y tranquilo, como una larga vacación, no desentonan sino que se conjugan con ese espacio que lxs contiene y arrulla.
La escena final, con María ya en la casa de su padre, recogiendo naranjas con su hija, en un tiempo pareciera a contrapelo del rutinario, en un tiempo que se extiende en el detalle de sostener una hoja, tocar la naranja, sentirla para ver si está madura, arrancarla y ponerla con las demás en una canasta, es la que devela cómo esas vidas están abiertas, disponibles, a la espera de los cambios, de lo que muta y se transforma. Se enchicla el tiempo en esa acción porque es la más importante para ellas en ese momento, porque es todo lo que las abarca y las con-mueve. Todo el filme da esa sensación de que lo que allí está ocurriendo es lo único que importa, hay una sensación de puro presente y pura importancia, de atención, de vivencia placentera que implica disponer el cuerpo para que todo lo atraviese. Tranquila y amablemente.
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no aprendimos la constancia ni las certezas nos dedicábamos a plantar cementerios en el recorrido hasta que un día una amiga dijo hasta acá y abrazó
no como quien dice ¡tierra! sino como quien se convence de saberlo todo y quererlo cubrir con las palmas de las manos para cuidarlo
nos dijeron "aquí no hay lugar para la caricia en la nuca" pero otra amiga sostuvo los pimpollos y prendió un fuego
conformate con la desidia de unos pozos, algo de barro conformate, nos decían con este pedacito de pan y los libros ajados pero una amiga y otra amiga y otra amiga ampliaron las camas abrieron las casas hicieron las cosas que se hacen para cuidarnos
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Hoy lunes 22/07 estuvimos con compañeras del colectivo de poetas por el aborto legal, seguro y gratuito (Rosa y Valeria) charlando en la columna de Victoria Lencina
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Hoy presentamos “La Virgen Cabeza” de Gabriela Cabezón Cámara. Es una novela que se publicó en 2018 y que está editada por Eterna Cadencia. Se consigue en las librerías más comerciales y también en el circuito contrahegemónico de las librerías más autogestivas.
La Virgen Cabeza es una novela que relata a dos voces, de la mano de Quity y Cleo, la realidad de una villa de la Ciudad de Buenos Aires. No especifica de cuál se trata pero toma los arquetipos de la villa lindando con un barrio privado y todas las disputas de clase que se generan a partir de esta convivencia.
Quity es una periodista que estudió letras clásicas y que decide comenzar una investigación en una villa en la cual Cleo funciona como una medium travesti. Cleo se comunica con la Virgen y forja una con la estética villera para que acompañe y cuide la villa.
A medida que avanza el relato Quity y Cleo van acercandose,conociendose y atravesando situaciones de conflicto que las posicionan por fuera de la villa. Pero para no adelantar ni quemar finales lo que me resultaba interesante de esta novela es la dificultad para describir esos mundos-otros que siempre son observados por lxs de afuera y nunca relatados por lxs habitantes. Es decir, Cleo vivió toda su vida en la villa y aún así (...) continuar leyendo en https://seruegaescribir.blogspot.com/2019/07/la-virgen-cabeza-para-fm885.html
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Hola! En el programa de hoy vamos a hablar de “Nadie viene sin un mundo. Ensayos sobre la sujeción e invención de unx mismx”, un libro que compiló la Doctora en Filosofía Virginia Cano, autora lesbiana que tiene otros libros teóricos como “Ética tortillera. Ensayos en torno al éthos y la lengua de las amantes”
“Nadie viene sin un mundo…” se editó el año pasado por editorial Madreselva y se encuentra en librerías de circulación masiva y también en las autogestivas al mismo precio: 200 pesos. Me pareció también importante resaltar el precio por una cuestión de que últimamente los libros están siendo objetos de lujo, sólo para aquellxs que pueden reservarse 500/600 pesos para comprarlos y entiendo que tener un precio accesible para todxs, aunque 200 pesos también conlleve un gasto, es también una decisión política por parte de la editorial.
Resalto que es lesbiana porque ella tiene toda su teoría basada en la importancia de posicionarse y explicitar el lugar desde el cual se enuncia. Tiene una mirada sobre la academia y la teoría muy interesante en la que resalta la importancia de ocupar y pensar esos lugares que siempre han estado reservados para hombres. Sin olvidar que a la universidad acceden sólo determinados sectores socio-económicos y más aún a los posgrados/maestrías, dejando lugar a que la producción de conocimiento esté ligada a las personas mejor posicionadas.
En este libro Virginia Cano reúne seis ensayos: “Vivir (rompiendo l)a dieta”, “No sólo cuando estoy deprimida me pienso en Netflix” Ensayo sobre las chicas en la pantalla chica, “Confieso que uso Facebook” Ensayo sobre la auto-representación, “De este lado. Notas sobre cisexismo” “¿Seremos como el Che?” y “Yo Marica-docente”
Me parecía importante traer este libro a la columna de recomendaciones porque creo que la academia es un lugar muy interesante para pensarnos como sujetos políticos. Es relevante saber qué libros circulan como respuesta a la hegemonía académica, libros con otro lenguaje, con otras representaciones, con nuevos esquemas conceptuales. Todos los ensayos están escritos en inclusivo, en primera persona, dejando de lado la supuesta objetividad que tienen los ensayos académicos.
Siempre hablamos desde algún lugar, cargando con nuestra historia, con nuestros imaginarios y discursos imperantes. Llevamos pre-conceptualizaciones con las que nos movemos para pensar, decir y sentir. Este conjunto de ensayos hace un paneo por distintas temáticas pero tiene como eje intentar interpelar desde la vivencia y la consiguiente racionalización de lo que se vivió.
De todos los títulos quiero resaltar el último, “Yo Marica-docente” (...) continuar lectura en https://seruegaescribir.blogspot.com/2019/07/nadie-viene-sin-un-mundo-fm-885.html
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En esta columna vamos a estar hablando de literatura, de algunos libros de ficción, cuentos, novelas, poesía y también de teoría feminista, de estética, de política.
Vamos a intentar que las recomendaciones siempre estén orientadas a autoras mujeres o disidentes que no tienen el mismo espacio de circulación que los autores varones y también vamos a intentar profundizar en las publicaciones contemporáneas que circulan por el conurbano sur, donde se arman lazos de producción y difusión por medio de las editoriales independientes como El Rucu Editor o Niño Crimen y por medio de los eventos autogestivos que se desarrollan en varios centros culturales.
Hoy vamos a empezar recomendando un libro que se publicó en abril de 2018 y que ya tiene cuatro reimpresiones, la última fue en enero de este año. El libro se llama “Por qué volvías cada verano” de la escritora Belén López Peiró, que es licenciada en Comunicación y trabaja como redactora en varios medios nacionales e internacionales. La novela fue publicada por la editorial Madreselva.
La novela de no-ficción está nucleada alrededor de su historia personal y tiene como eje el abuso por parte de su tío, el esposo de su tía, que era policía en un pueblo de la Provincia de Buenos Aires y que vivía en Santa Lucía. A través de toda la historia, como lectores y lectoras, nos vamos adentrando en (...) continuar leyendo en https://seruegaescribir.blogspot.com/2019/07/por-que-volvias-cada-verano-fm-885.html
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http://lafulminante.com/
Ensayo sobre la obra de La Fulminante (Nadia Granados)
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Artículo en la revista de Comunicación y Género de la Universidad Complutense de Madrid acerca de la serie Sex Education, la educación sexual integral, el rol de la escuela en el siglo XXI y el feminismo
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