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Autobiografía
Jaime Muñoz
Fracasé. Soy, como todo el mundo lo sabe, un perfecto desconocido.
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Son solo palabras
Andrea González
Las palabras están encima de la mesa. Tomo algunas y las ordeno por tamaño, color y circunstancia. Me las paso por los labios. Compruebo las texturas y los aromas. Las dejo reposar. Se mueven y se juntan unas con otras. De la mezcla emerges tú. Mi sombra se ilumina sobre la mesa y baila. Ella y tú se vuelven una llama morada. Hace mucho calor, pero son sólo palabras.
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Nostalgia del nuevo amor
Alejandro Ariceaga
Qué más quisiera yo que amarte igual que se pronuncia qué horas son y se responde son las ocho. Amarte con la naturalidad del que se arroja de un sexto piso y del que pide el periódico en la esquina. Decirte - qué más quisiera - tengo mis labios vacantes de tus labios y mis manos huérfanas de tus senos. No quepo en mis zapatos de tan solo ni me peinan veinte peines de tan triste. Los discos viejos me socorren, de tan menesteroso que parezco, y lanzo mis tristes redes a mis pensamientos oceánicos. Qué más quisiera yo que tú estuvieras para no ponerme siniestro.
Pero alguien se bebió mi corazón a cubetadas. Alguien que se debe estar muriendo de la risa todas las tardes a las cuatro, se llevó mis caricias por costales, me quitó hueso por hueso, ronda la almohada y la moja. Todo se lo llevó: calzones, calcetines, sueños y fantasmas, la basura del alma y hasta el palo de la escoba. No me dejó ni cambio para el metro.
Si tú me quieres, ven, dame la mano, siente mi corazón contra tu pecho y no me digas nada por un rato. Oye mi disco fatal de John Lee Hooker. Bésame locamente hasta sangrar. Sácame lo que puedas y vete sin volver la cabeza. Conoces una parte de la historia y la otra parte jamás te la diré: no tiene caso remover la herida. Si así me quieres, ¡albricias!, llega en silencio y vete cuando quieras. Algo te puedo dar de vez en cuando.
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Inventario
Martha Cerda
Mi vecino tenía un gato imaginario. Todas las mañanas lo sacaba a la calle, abría la puerta y le gritaba: "Anda, ve a hacer tus necesidades". El gato se paseaba imaginariamente por el jardín y al cabo de un rato regresaba a la casa, donde le esperaba un tazón de leche. Bebía imaginariamente el líquido, se lamía los bigotes, se relamía una mano y luego otra y se echaba a dormir en el tapete de la entrada. De vez en cuando perseguía un ratón o se subía a lo alto de un árbol.
Mi vecino se iba todo el día, pero cuando volvía a casa el gato ronroneaba y se le pegaba a las piernas imaginariamente. Mi vecino le acariciaba la cabeza y sonreía. El gato lo miraba con cierta ternura imaginaria y mi vecino se sentía acompañado. Me imagino que es negro (el gato), porque algunas personas se asustan cuando imaginan que lo ven pasar.
Una vez el gato se perdió y mi vecino estuvo una semana buscándolo; cuanto gato atropellado veía se imaginaba que era el suyo, hasta que imaginó que lo encontraba y todo volvió a ser como antes, por un tiempo, el suficiente para que mi vecino se imaginara que el gato lo había arañado. Lo castigó dejándolo sin leche. Yo me imaginaba al gato maullando de hambre. Entonces lo llamé: "minino, minino", y me imaginé que vino corriendo a mi casa. Desde ese día mi vecino no me habla, porque se imagina que yo me robé a su gato.
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Juego inconcluso
Amelia Domínguez
Se encontraba desnuda en una inmensa pradera, tendida sobre el pasto. La rodeaban cientos de conejos que jugaban saltándole encima, hurgando en su piel con las naricillas, mordisqueándola como a hierba fresca.
Le gustaba que la acariciaran con el tibio pelaje y retozar con ellos hasta quedar exhausta.
Sin embargo, cuando más placentero le resultaba aquello, venía corriendo un hombre con un fuete en la mano y hacía huir a los conejos.
Giró hacia la derecha: al verlo a su lado como todos los días, sintió rabia y repulsión.
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Infinito
Carmen Carrillo
“Admito que he cometido muchos errores, pero el peor de todos fue inventar esa pendejada del infinito. Es como para ponerme a mí mismo una buena puteda”, pensaba Dios mientras se preguntaba para qué coño podría servirle la póliza de seguro que adquirió cuando terminó de construir el universo. Obviamente, en las letras chiquitas del contrato decía claramente: esta póliza sólo cubre daños por pérdida total”.
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Un episodio infantil
Agustín Monsreal
Cien años tuvo que esperar la Bella Durmiente para que pasara por ahí un Príncipe Necrófilo y la besara.
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Tiempo
Isis Estrada
José malgastó tanto su tiempo que se quedó sin nada. Desde entonces, su vida se convirtió en una foto fija: árboles que no marchitan sus ramas, ríos inertes, pájaros suspendidos fijos en el aire. Ya no envejece ni él ni nada, pero se muere todo, poco a poco e inmóvil, de tedio.
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Inversiones
Gabriela Ortiz
Llevo practicando yoga más de seis meses, hoy por fin pude pararme de cabeza y descubrí porqué San Antonio no funciona.
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Retraso
Itzel Saucedo
El monstruo avanzaba, corría cada vez más rápido. Se acercaba peligrosamente. Pero de nada le sirvió el esfuerzo, la chica ya no estaba. El monstruo había llegado tarde a la pesadilla.
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Fiel amante
Sus cuerpos se unían entre sabanas blancas de seda suave, leves quejidos ahogaban el silencio. De un golpe lo hacen despertar; el cuarto, la cama, la mujer, se esfuman entre neblina.
Al abrir los ojos contempla a un hombre de uniforme azul.
—Hey, hey mugroso. Aquí no se puede dormir.
El hombre de harapos y cara barbuda se levanta murmurando. —Es temprano. Volveré más tarde a so��ar contigo Marisol.
Amador González
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Turibús
Íbamos a ningún lado, nos deteníamos en cualquier parte y terminábamos en el lugar de siempre, amándonos como nunca.
Rafael Fernández
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La casa que se robó a la luna
Los ladrillos se desprenden de los cimientos. La casa avanza con lentitud, como un dinosaurio viejo. Cruza la calle, es un buque de dos pisos que se aleja. Por unos segundos pienso que se derrumbará, pero sigue moviéndose como si nada. Desbarata los patios, revienta los tendederos donde la ropa blanca intenta sostenerse. Su torre cuadrada se lleva los cables de luz.
Parte en dos la calzada y captura a las palmeras.
Se aleja de mí. Sólo entré una vez y el recuerdo también se va, viaja con ella, lo puedo ver en el balcón central, es una mancha llena de imágenes que con los minutos se van desvaneciendo.
No puedo creer que ya no esté en su lugar, duró tantos años quieta, muy quieta, haciéndose vieja, tan familiar para los vecinos. Víctima de abandonos, de maltratos, de restauraciones. Quiero seguirla, pero avanza rápido y se pierde en las espaldas de los edificios. Desciende la noche, a pesar de la negrura, ahora es más fácil verla. En su andar la luna se atora en la torre, una mujer de lentes intenta liberarla. La casa no deja de avanzar. Puedo verla porque lleva su propio, inmenso foco encendido, todo lo demás es oscuridad. Es codiciosa porque en ella navegan los fantasmas que se fueron refugiando, con el tiempo, sobre las macetas del patio, dentro del sótano, entre la ropa del closet, en el horno cálido de la cocina.
Ya no la veo, sólo a la luna que desistió de luchar por zafarse, se resigna a perder su rumbo y sigue el mapa que va dejando la casa por toda la ciudad. Ahora yo formo parte del caos que dejó a su paso, mi mente está vacía, mis pensamiento se fueron con ella.
Gabriela d'Arbel
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Tao
A las diez, preocupada, Mamá piensa en su hija: la ve bailar y retorcerse como una loca por quién sabe qué antros y para qué hombres. Como en Babilonia. Seguro se les desnuda: seguro se les entrega y les hace movimientos lascivos y quién sabe qué otras cosas horrendas…
A las diez, preocupada, la hija piensa en Mamá: la ve bailar y retorcerse como una loca por el salón del culto. ¿Y para qué? Choca con la pared que da al taller mecánico, con la otra pared, cae al piso junto a quién sabe quién. Seguro canta, o grita: seguro está convencida de que se entrega al Señor…
Alberto Chimal
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Ratones
Tenía unas bodegas llenas de ratones. Se hizo traer una gata, que extinguió la plaga. Un día la gata se comió un merengue, y se desencantó y volvió a ser princesa. La princesa era muy agradable. Pero la casa se llenó de ratones.
Alfonso Reyes.
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Vitalista anónimo
Para dejar de fumar, leí un libro que contaba los horrores del cigarro. Para dejar de beber, leí otro que contaba los horrores del alcohol. Días después, luego de leer un escrito que contaba los horrores de la vida…
Marcial Fernández
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La despedida
Camino sobre el terreno abrupto con incierto paso. Llego hasta la enormidad metálica del puente. Me recargo en la baranda para contemplar la ciudad en llamas. El río humea. Sin prisas me desabotono la blusa y la arrojo al vacío. Arrojo las sandalias, la falda arrojo. Saco del bolso una pequeña navaja. Corto mis bragas. Se deslizan. Caen sobre el pavimento. Salto y disfruto la caída. En las quemadas aguas me sumerjo, me purifico, emprendo el vuelo, me desvanezco en el belicoso y turbulento cielo.
Maryell Finisterre Diazmuñoz
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