En resumen, el motor que todavía alimenta mi cuerpo para levantarme todas las mañanas.
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Prólogo
Confieso que creo en algo. Creo que hay un sentido en la vida. Y así, tan lleno de nada, como una burbuja de piedra, abandoné la inercia y me dejé llevar por aquel barranco. Caí, sin destino, pero con rumbo fijo. Vaya suerte la mía que a su final había una fuente, y al golpear contra ella una chispa resonó en mi interior. Me dejé hundir en el abrazo de su frescura. Sólo una vez que toqué fondo aprendí a caminar. Un día, cansado de andar, me entregué y con los brazos abiertos volví a la fuente. Inútilmente traté de saciar mi sed en su seco cauce. Continué mi camino huyendo en el desierto sólo con el eco de mis temores retumbando entre los escombros de mi mente.
Tanto busqué que me perdí entre la tormenta, conforme con su efímera humedad. Me he convertido en alquimista pensé, mientras el tiempo avanzaba y perseguía nubes intentando refrescar mi frente.
Un ahogado grito de impotencia acompañó mi abatido cuerpo que se dejó caer de bruces. Llorando miraba cómo se difuminaban mis manos sobre el suelo, exhalé entrecortadamente mientras una lágrima rodaba inclemente hasta que rozó la parte superior de mi labio y cayó. Jamás olvidaré su sonido al dar directo contra una de mis manos. Sonreí en un acto reflejo, y así comprendí que hay que olvidar para encontrarse con el destino y comprender que la fuente está en uno mismo.
22 de Mayo del 2017.
- Ruppert
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Libre
Ya llevaba mucho tiempo internado en un hospital neuropsiquiátrico, tanto que me sentía más parte del staff médico que de los internados, pero nunca olvidé de dónde era porque pasaba las noches en el mismo pabellón, con el resto de los pacientes.
Los primeros años fueron muy difíciles, lidiar con mis problemas junto con los problemas de los demás, hacía en mí una mezcla de odiosas sensaciones. Fué ahí mismo donde la conocí, era una de las nuevas enfermeras que tenían que terminar sus estudios y realizar sus pasantías. Una de las mujeres más maravillosas que vi en mi vida. Con ella el tiempo se pasaba rápido, demasiado rápido diría yo, y sucedió lo inevitable, me enamoré.
Juntos hicimos muchas cosas, pero nunca voy a olvidar cuando me contó la historia de Nilda, la paciente de la habitación ochenta y uno del ala superior del pabellón de críticos. Nilda estaba permanentemente recluida en su cuarto sin la posibilidad de salir. Me contó que fué una señora muy buena en sus tiempos de gloria. También tuvo una hermosa familia, pero la pérdida de su esposo la dejó en la ruina y con el paso del tiempo conoció las drogas. La heroína y la metanfetamina eran su preferencia. Todo el día yacía recostada sobre un húmedo colchón en el suelo de su cuarto. Enloqueció luego de una sobredosis que, según cuenta su historia clínica, y lo que se comenta en los recreos, la cantidad de heroína que se inyectó era suficiente como para matar a dos seres humanos. Pero algo quiso que ella no deje este mundo, todavía.
Cuando la encontraron, tenía más de una docena de jeringas usadas, tiradas a su alrededor; los peritos dicen que al menos nueve de ellas tenían heroína pero otras contenían cianuro. Al haber alegado demencia, no se la pudo sentenciar por el asesinato de sus dos pequeños hijos, un niño de siete años y una bebé que recién comenzaba a caminar. Sendas criaturas fueron víctimas del efecto del cianuro inyectado directamente en sus cuellos.
Nunca nadie la había visto salir del cuarto, pocos hablaban de la habitación ochenta y uno,, y sólo algunos intrépidos intentaron forzar la puerta obteniendo el mismo resultado, pues estaba cerrada.
Luego de veinte años al servicio del hospital, caminando los mismos pasillos, cientos de kilómetros andados ahí dentro, varios miles de cartones de cigarrillos compartidos con cada uno de los pacientes y hasta con algunos de sus ‘otros yo’, la noticia había llegado a mí: mi último día ya era una realidad. La alegría que me arrebató el cuerpo fué solamente comparable con el miedo, el miedo de volver a integrarme a una sociedad, a la misma que me encerró acá. Me sorprendieron con una hermosa celebración con la gente del servicio y todos mis amigos. Ya al día siguiente sería libre, libre al fin.
Por la noche, mientras recorría los pasillos mirando los muros, despidiéndome de ellos, me tope con mi amada enfermera y sin mediar palabra encontramos un pequeño cuarto para resolver nuestros sentimientos. Por primera vez todo fue hermoso, los lugares que me encerraban, eran ahora, los lugares donde nos dimos la libertad de ser mucho más que dos; la libertad de convertirnos uno y todo esto ocurrido en el ala superior del pabellón de críticos.
Luego de habernos jurado en secreto volver a vernos, ella tuvo que regresar a su puesto de trabajo para terminar su jornada y, una vez afuera, partir juntos hacia una libertad latente.
Después de lo ocurrido, victorioso y feliz, salí del pequeño cuarto y caminé unos metros para bajar la escalera que se situaba a dos metros después de la puerta de la habitación ochenta y uno. Estaba entreabierta. Supuse que nunca debía abrirse esa puerta, puesto que nunca la ví abierta. Intenté cerrarla pero el picaporte no funcionaba, y allí, desde el interior de la oscura habitación sentí un ruido, era como si alguien moviese una silla y luego un sonido seco y brusco. Entré sin vacilar y me encontré a la avejentada Nilda, sentada en una silla de espaldas a la puerta, su canoso cabello rizado reposaba entre el respaldo de la silla y su espalda. Tenía una goma muy ajustada en su brazo derecho y una jeringa en la mano izquierda, estaba a punto de inyectarse. Entonces, en mi último intento de colaboración con el hospital, corrí hacia ella para arrebatarle la jeringa. Recuerdo que tomé su mano derecha, mientras que en su izquierda estaba el dispositivo ya cargado y dispuesto a vaciarse en cualquier momento.
Me puse frente a ella e intenté hacer que reaccione, pero no respondía a mis palabras. Fué así que solté sus manos y la tomé de la cara. Cuando traté de hacer que reaccionara moviendo mis pulgares sobre sus frías mejillas para despabilarla, era muy tarde, la aguja ya había penetrado en mi cuello, al frío del metal sólo pude compararlo con el que recorrió mi espalda. El terror paseó por todo mi cuerpo y el mundo se volvió borroso, comencé a llorar. Mientras caía, sentí cómo el veneno fluía por mi sangre, libre, como yo siempre lo hubiera querido ser.
- Ruppert
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Mi Problema
No sé porqué pero cada vez que abro una ventana, no puedo evitar mirar a través de ella. Imagino lo hermoso que sería saltar de ella y salir volando, recorrer la ciudad desde toda su superficie. Ver los edificios, la ropa colgando en las terrazas. Respirar el puro aire mientras sobrevuelo las nubes que solo sirven para adornar el hermoso paisaje. Seguir subiendo hasta donde nadie podría haber llegado, ahí, donde uno podría tocar una estrella y saber de qué están hechas, mirar el mundo, desde tan lejos. Ver el contorno de los países, sus ríos y cómo desembocan en mares y océanos.
Luego me dejaría caer libremente para sentir ese cosquilleo en el estómago e ir bajando la velocidad mientras me recuesto en el pasto a los pies de alguna montaña, vaya uno a saber dónde.
Pero es ese el problema, me imagino haciendo todo eso mientras espero, del otro lado de la ventana.
- Ruppert
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Manifiesto.
Por la presente, aquí declaro, que soy dueño de todo lo que hago. Decisiones, pensamientos, composiciones, cuentos, o simplemente estas palabras.
Desde pequeño que intento ver mi reflejo en quienes dejaron un mensaje, aquellas personas que con su huella marcaron el mundo: Pues esa es mi (tal vez utópica) meta en la vida. Todavía pienso si, quienes lo lograron, lo hicieron con la mera intención de quedar instaurados en el inconsciente de muchos o, simplemente, fue un efecto colateral, victima de sus acciones.
No me siento superior a nadie, ni estos planteos son para considerarme mejor o peor que otros: la vida no es una competencia. No armé este blog para mostrar ni demostrarle a nadie mis capacidades. Lo hice sólo para poder volcar mis pensamientos y deseos, dejar plasmados hitos y las cosas que me ayudan día a día a estar mejor encaminado en esta travesía.
Este es, en resumen, el motor que todavía alimenta mi cuerpo para levantarme todas las mañanas.
Autor de mi propio legado.
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