Migraciones espirituales https://www.instagram.com/moninmercurio?igsh=MWppcHVnOXM3eWNoeA==
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Mi faro onírico
Tu luz en mí
Cuando estoy rehén
No recuerdo tu materia, ni tu nombre, ni tu voz.
Pero la conciencia me enseñó a serte fiel con el corazón.
Y siempre aunque me cueste el alba, acabaré volviendo a ti.
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Criaturas alquimistas
La energía no se crea ni se destruye. Los gatos pueden transformarla.
Digamos que una noche“recibes” un daño emocional con magnitud de diez. Humanamente tienes la opción de repartir las afectaciones que serán visibles al día siguiente entre los ojos, (a los que corresponden cinco unidades después de quedar hinchados y rojos dándote ese aspecto de sapo asfixiado), la nariz (que sumará una unidad al desastre pues se habrá tapado y los vasos obstruido) , y dos unidades para la frente (que dolerá mucho y sobre todo después de los treinta).
Las otras dos unidades le corresponden al corazón, y su efecto caerá sobre lo nublado del día.
Sin embargo, cuando tienes un gato dulce, preocupón y comelágrimas, solo sumaremos cuatro unidades a los ojos, una a la nariz pues nada va a evitar que se tape, una a la frente por el ronroneo relajante, pero el corazón permanecerá calientito y al día siguiente volverá a salir el sol, pero las cuatro unidades restantes no es que se vayan a desvanecer, pues el universo tiene leyes que deben respetarse. Esas unidades restantes las llevarán las mejillas, la barbilla, las ojeras… Y durarán al menos una semana, en función de qué tan rasposa tenga su lengua y qué tan rápido te hayas dormido antes de poder detener sus actividades de soporte emocional.

Parece que mi única misión en tu vida es esperarte
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Panamá mantiene viva mi esperanza en un final feliz. Antes de partir allá por primera vez mi madre me había entregado una bolsita de tela transparente con adornos dorados, cerrada con un hilo del mismo color. Adentro había trece monedas de un peso mexicano, moneda nacional.
Creo que fue un trece de junio, día de San Antonio.
Cada año mi madre me hace esta ofrenda para que pronto pueda encontrar un buen esposo. Soy una mujer con una carrera, con un buen trabajo, saludable y llena de pasatiempos hermosos. Me encuentro bastante satisfecha con mi vida en general, pero es cierto que uno de mis sueños ha sido siempre tener "un buen esposo". Un compañero de vida. Esto no significa que no aspire al éxito profesional y a la realización personal. No son mutuamente excluyentes. Es un bonito anhelo, pero algo de lo que no puedo hablar sin ponerme a llorar y por eso es algo que jamás voy a pedir yo. Será como en los cuentos. Así va ese hechizo. Así debe ser en el guión de mi vida. Así y de ninguna otra manera.
Pues bueno, era junio de dosmildiecinueve y yo tenía un saquito de monedas, el gesto de mi madre tan divino, místico.
Guardé el saquito de en mi cajón de la mesa de noche junto al gatito de tela morado que huele a lavanda, sintiendo en cada rincón de mi alma el flujo del ritual: todo aroma, brillo y amor de madre.
Antes de dormir ella me dijo: "no olvides hacer tus oraciones y pedirle a San José que puedas encontrar un buen hombre que te ame". Me conmovió de verdad y me entregué al sueño mientras llovía sobre mis mejillas.
Y el mes siguiente yo volé a Panamá. Era Julio ya y llovía en el Casco Antiguo mientras cenaba cosas preparadas con yuca, que nunca había probado, con el matrimonio que me recibió allá, Carlos y Lelys.

Eran personas muy amables, tranquilos y agradables, como de la edad de mi madre, cuyos valores familiares parecían ser fuertes y sanos.
Recorrimos un montón de Iglesias de distintos estilos arquitectónicos y tomé fotografías porque sí iba de trabajo, pero no podía perderme de conocer una historia que no era ni tantito mía y quería compartirla. Algunas de esas iglesias se me quedaron presentes, sí por lo distinto de sus construcciones y estilos, pero también por los detalles, por la historia fantástica que tejí después a partir de esos recuerdos y los eventos felices de septiembre de ese año.

Visité la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced, construida en 1680. El techo parecía estar sostenido por unas columnas de madera delgadísimas, oscuras, delicadas y aparentemente ligeras que me hicieron dudar que existiera la gravedad, la masa o el peso y como nunca vi nada parecido guardé fotos detalladas de ellas y del techo de madera para preguntarle a algún experto cuando se diera la ocasión. Entonces sin saber nada de arquitectura ne dije que parecía "un techito de dos aguas hecho de palitos de madera".
A modo de corona descansaba orgullosamente en una plataforma, un órgano color caoba


También recuerdo bien la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, que se parece mucho a mi iglesia favorita de México, el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús, en León Guanajuato. Sin embargo está iglesia se construyó en los años cincuenta, blanca por doquier, llena de vitrales, estilo gótico o algo muy parecido.


La catedral Santa María la Antigua. Blanca, pesada, sobria, preciosa, sin detalles recargados y con un piso de baldosas que me recordó a un tablero gigante de ajedrez. Se construyó también por allí de 1680 y tardó más de cien años.

Y sé que visité y recorrí varias parroquias y construcciones más pero lo que me interesa contar es que al entrar en alguna de estas, y ya no estoy segura de cuál, me adelanté para seguir tomando fotos. Entré antes que Carlos y Lelys, por la tercera puerta de izquierda a derecha que encontré en el atrio y me quedé observando el techo, como siempre que entro a cualquier templo, porque no puedo evitar buscar en las alturas porque sé que su intención siempre es llegar tan alto como se pueda para tocar la divinidad. Entonces Lelys se puso junto de mí y me dijo: "entraste por la puerta de San José, es él quien te recibió en esta iglesia, es una gran bendición, hay quien dice que pronto encontrarás un buen hombre que sea tu esposo". No había ningún motivo, no le había contado nada, solo nació de ella decirlo y yo estuve feliz de relacionarlo y darle un significado.
Las monedas de mi madre me cayeron sobre la cabeza (figurativamente hablando), y sí, me agarré a mi tradición e incluso hice alguna oración para solicitar la bendición, para pedir que fuera verdad, y volví de Panamá con esa esperanza.

Y entonces llegó a agosto, y conocí a José, un José que me ha llenado la vida. Volví a Panamá Aunque solo de paso, pues en realidad me dirigía a Brasil. Y le escribí en Panamá, y le escribí en Brasilia. Y todo lo que deseaba era volver a México para encontrarme con él.

Y quizá fue pronto, pero para septiembre ya estaba enamorada.
No sé si este José sea el mío, jamás le preguntaré. Pero sí hubo una anunciación, y ángeles que bajaron del cielo, o alguien con alas en las sandalias. O sueños, o premoniciones.
Y me gusta pensar que todo me condujo a él. No sé qué va a pasar. Pero mientras pasa, o no pasa, creo que la magia existe y que todo nos conecta.
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En algún momento, cuando todo esté aún más frío, hablaremos. Hablaremos de lo poco que me importa que ellos se vayan y de lo mucho que me dolió tu falta de confianza. Tú evasión. Tú incapacidad para hablarme de frente. En algún momento hablaremos de lo que creo que es importante. De lo que creo que no está quedando claro. Y de que al final he intentado por todos los medios entenderte. Poner la otra mejilla. Pensar que solo fueron tus propias limitaciones y no un genuino deseo tuyo por hacerme daño. Hablaremos porque te quiero, pero entiendo que si no podemos hablarnos de frente, ha de cambiar mi forma de quererte.
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Péndulo
Me ha dicho el mentor que las emociones responde al péndulo.
Él dice que cuando el péndulo llega al centro, está allí apenas un segundo y después continúa su trayectoria para permanecer un largo tiempo en cada extremo. Me dice que todos oscilamos siempre entre esos dos extremos. Uno de ellos representa para nosotros el sentimiento de perfección, divinidad, autosuficiencia, capacidad. Nos vuelve intrépidos y resolutivos, y a nuestros ojos el resto del mundo es lento e incapaz. Y después El péndulo regresa y nos apresuramos a la miseria, el autodesprecio, la victimización, la incompetencia.
Del péndulo ya me habían contado los tres iniciados durante mi adolescencia.
5.RITMO. todo fluye y refluye. Todo tiene sus periodos de avance y retroceso, todo asciende y desciende. Todo se mueve como un péndulo, la medida de su movimiento hacia la derecha es la misma de su movimiento hacia la izquierda, el ritmo es la compensación... (.:)
¿Qué pasa entonces en medio?
Pues el equilibrio es lo que pasa.
El equilibrio que finalmente no es imposible y por lo tanto el mundo entero lo busca. Y en esa búsqueda el universo se mueve. Y cuando el mundo deje de buscar, cuando el mundo llegué al equilibrio todo se detendrá. Y entonces la aniquilación. Y entonces el fin de todo lo conocido.
Y es por eso que mi mentor me dice
El mundo es justo y es perfecto
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Que no sé si había coyotes o no, pero en las leyendas los había. O al menos los aullidos de los coyotes... o de otras cosas que habitaban, y que aún habitan, según cuentan.
No buscábamos los coyotes, pero sí buscábamos. Nos tomamos de las manos y le pedimos al bosque o algún espíritu natural, o quienquiera que nos oyera, que nos llevará al santuario. Él decía que había un santuario cerca del cruce de caminos, en el corazón del sitio. Eso era lo que buscábamos.
Traíamos oleaginosas en su cáscara como ofrenda y en el cruce de caminos cerramos los ojos para escuchar y giramos sobre nuestro eje para confundir a los sentidos terrenales y abrir los otros sentidos, como lo harían los derviches con sus faldas de miles de yardas. Y encontramos un lugar donde una palmera creció en espiral, muy probablemente para recordarnos que retornamos siempre al mismo punto, con todo y que, además, calculó su ascenso en dirección al sol con una base áurea, precisamente.
Comenzaron a llegar las criaturas con sus colas esponjadas y sus manos diestras llenas de dedos con uñas afiladas, esperando poder tener las codiciadas semillas. Esperamos también con cierta esperanza de que alguna quisiera subirse en nuestras rodillas o se dejara pasar la mano por el pelaje, pero no ocurrió. Todo se desarrolló con cierta pompa y etiqueta; las criaturas se acercaban con cuidado e identificaban con el olfato la semilla dentro de su cáscara, sostenían nuestras manos con sus patitas delicadas y mordían suave por si, por error se confundían de bocado. Luego se retiraban un poco, observando atentas, con su premio entre las mandíbulas, ya para deshacer la cáscara y comerlo, ya para hacer un agujero en la tierra y esconderlo para más tarde. Un más tarde que no llegaría jamás, pues las otras criaturas aladas nos observaban desde lo alto de los árboles para robar las semillas ocultas, dos segundos después.
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Por este amor, vuelca tus ansias en las mías...
Era el periférico y eran las luces y las sombras sobre nuestras caras.
Eran también los motociclistas que no nos dejaron tomar la ruta de siempre, desde la ciudad de arriba donde él pasó una juventud viendo a su perro comerse las peras del árbol, hasta el lago seco y asfaltado cerca del ruido de los aviones. Era un trayecto de una hora.
Eran las copas que habíamos bebido y era su auto miniatura, rojo como una flama.
Éramos nosotros, los que somos cuando somos libres.
Eran sus piernas temblando y las mías anticipando el diluvio. Eran mis manos. Y era su mano derecha, a veces en mi profundidad y a veces en la palanca de velocidades. Y de pronto ya era el viento, y la velocidad y la furia y la ira roja. Y eran también las ansias y las ganas de un trayecto interminable.
Y al final eran las lágrimas añorándolo, deseando volver a las luces, al periférico, al auto rojo, a sus brazos. Y la libertad que solo tengo cuando el corazón dentro de su pecho, empuja su sangre contra mi piel.
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El palacio
Hace unos quince años tuve un palacio. Lo soñaba por las noches y también llegaba a él durante el día, en ratos largos de meditación. Lo escribí con letra terrible y bolígrafo rojo en el cuaderno donde también estaban todas aquellas cartas de despedida que jamás le tuve que entregar a nadie porque el día que verdaderamente me quise despedir, ni tiempo me dio de preparar la salida.
Para llegar al palacio atravesabas un bosque lleno de árboles con hojas azul metálico. En esas hojas se encontraban escritas todas las historias que se me habrían de ocurrir de allí hasta el fin de mi tiempo. Al pie de los árboles más tupidos había un lago bastante profundo pero no muy grande. Era ácido pues sus aguas no eran otra cosa que mis lágrimas de adolescente llorando de amor por aquel lobo gris, y después llorando de pena por su veneno, por su traición. La idea era que como pasa en la vida real, las historias de las hojas, al caer a ese abismo, se perdían en la desesperanza. Se arruinaban para siempre pues no había más sitio en mi vida para otra cosa que no fuera la autocompasión.
Avanzando por el bosque, llegabas a un camino de piedra y a ambos lados de éste crecían los rosales. Estás flores eran peculiares, hematófagas. Recogían mis sacrificios de las madrugadas, las oraciones, las plegarias y entonces existían.
Y listo: adelante de tí tenías el palacio blanco enorme, que quise traer de oriente y construir a partir de una distorsión del Taj Mahal, con varios juegos de torres y una cúpula de cristal que permitiera observar el cielo.
Bajo la cúpula había una habitación con dos pianos de cola, uno blanco y uno negro, que había preparado para que pudiéramos tocar a dueto. Y cerca de los pianos, un nido de almohadones y cobijas para acostarse a leer, meditar, comentar la vida o entregarse al sueño.
Era como una cámara del tiempo. A veces volví a escribir del palacio. Sobre todo cuando volvía al lobo gris, cuando me alejaba de él o cuando intentaba reconstruir el reino con otra persona.
Con el paso de los años dejé de ir, dejé de escribir, de tocar el piano. Hablaban los últimos textos de viajes al desierto, de búsqueda de nuevos templos y del inicio de una vida nómada, primero con sandalias, luego con los pies descalzos. Y me uní a los gitanos y comenzó una era de movimiento.
Cuando vuelva a palacio pondré un espejo en la sala de los dos pianos.
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Y entonces decirte que ya casi no tenemos despensa, que acabo de tirar el frasco de la mayonesa nueva sin querer, y que por un momento pensé que podía rescatarla, hasta que me hiciste recordar lo peligroso que sería encontrar un trozo de vidrio en el pan. Decirte que he etiquetado todos los víveres y que comencé un Google Sheets donde pienso registrar un pequeño inventario y hacer los cálculos de nuestros consumos mensuales, y hacerlo pensando que con ello seguro me estás amando más, porque te haré ahorrar dinero.
Y luego también recordar que sigo aquí estancada en mi habitación, la habitación de mi vida sin tí. En la cama en la que despierto y me voy a dormir a diario pensando que debería dejar de soñar tanto con despensas y administración doméstica, o con abrazarte a tí en vez de a la almohada porque ya me he olvidado de vivir este presente y eso me está dejando sin vida, sin energía, sin alma, sin lágrimas.
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Era una variante del curioso caso de Benjamin Button. De tal suerte que al cumplir noventa años podría agarrarme a golpes con alguna unidad de SARS-CoV-2. En venganza.
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La esperanza en que un día volveremos afuera y nuestra historia será bendecida por el sol de las dos de la tarde. Y que cuando se haga de noche nos perseguiremos dentro de una cueva y que luego volveremos a extrañarnos.

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Jitomates. Agosto 2014
Se vinieron las lluvias, y el patio se llenó de jitomates.
A decir verdad, no se si fueron las lluvias las que los trajeron, o la premanencia involuntaria de mi abuelita en la casa.
Mi abuelita libra una batalla interna donde muchas buenas células mueren cada día a causa de las altas dosis de NAVELBINE. Uno espera que sean menos de las buenas y más de las malas.
Uno ha sufrido, pero uno resiste después de llorar.
Cuando a uno le llueve en la cara, después de sonarse la nariz, (o de despertar si es que el llanto ha llevado a la narcolepsia), siente una renovada fuerza.
La vida es sencilla, uno solo debe llover.
Es por eso que los jitomates podridos que mi abuelita avienta por la ventana y hacia las jardineras, al lloverse, crecen abundantemente.
La planta es fuerte en su conjunto, se enreda y forma redes de ramas gruesas y las hojas, las enormes hojas verdes de forma.. de la forma que sea (no estudié biología), salen por encima de las ramas.
He dicho que la planta es fuerte en su conjunto.
Yo pienso que las plantas de jitomates tienen alma femenina. Si alguien viene a molestar las ramas, tomarlas con las manos y jalarlas, aunque sea en el afán de acomodarlas, las varas se rompen. La planta es fuerte en su conjunto, pero posee la fragilidad de una mujer. Cuando una vara se rompe, se desconecta, irremediablemente muere.
Quien desee que las ramas de jitomates crezcan sobre soportes que permitan la recolección de los frutos una vez que salen, por ejemplo, enredadas en una estaca, ha de irlas dirigiendo en esa dirección y atándolas bien desde pequeñas. Más tarde sólo se romperán las varas,y, si en pro de la vida uno decide dejarlas en paz, puede que resulte imposible atravesar toda esa selva en la búsqueda de la cosecha. Los jitomates serán comida para los insectos entonces.
Tales son las consecuencias del descuido.
A veces, de las ramas más pequeñas, casi en el nacimiento de las hojas, surgen primero unas pequeñas agujas en forma de colmillos verdes, que se abren después en cinco o seis picos graciosos y amarillos.
De seguir lloviéndoles encima, del centro de la flor surgen esferitas blanquecinas que se van tornando verdes en tanto crecen. Luego los pétalos de la flor también se vuelven verdes y al final empequeñecen en comparación con el nuevo jitomatito naciente.
Yo corto los jitomates cuando están suficientemente grandes, aunque aún estén verdes. Evito que se los coman los insectos. De todas maneras ellos tienen sus propias hormonas y saben madurar sin necesidad de la planta.
La maduración consiste únicamente en una serie de cambios bioquímicos dentro del fruto, que incluye la oxidación de las clorofilas que son verdes, lo que da paso al color rojo, y la degradación de algunos polisacáridos, que al perder estructura, le dan la consistencia característica a la pulpa del jitomate.
Esas cosas no importan en realidad. Me gusta mucho más hablar del propio espíritu de los jitomates.
Del alma de las plantas, de sus ganas de vivir y de la fuerza que incluso criaturillas de fuego como yo, encuentran en el agua que llueve.
He llovido mucho. Ha sido necesario.
Creo que la vida ha de probar mi capacidad, mi resistencia, mi perseverancia, la muy ladina.
Creo que soy como una planta de jitomate, nadamás.
No soy fuerte, ni inteligente emocionalmente, no soy guapa tampoco. Lo único que puedo ofrecer es mi corazón llameante y unas pocas letras, pero, aunque por todo ésto la vida se complique para mí, mi facilidad para llover es basta. No me avergüenza.
Me acosté a dormir anoche, pensando en todas éstas cosas, sintiéndome como hace tanto no. Con heridas de tercer grado, mordidas grandes y veneno, veneno mucho.
Intentaba dormir entre cinco gatos con sus ruidos de motor, sin caerme de la cama. Comenzaba a considerar el bajarme a dormir al tapete cuando escuché sonidos en el patio.
"se acercan los jitomates", me dije.
Y me perdí en el sueño.
Morfeo, el apuesto, vino a por mí.
Desperté a mitad de la noche, con unos bigotes haciéndome cosquillas en las piernas y un par o dos de patas jalándome el cabello.
Algo se arrastraba por el suelo. No paraba de llover.
Ésta mañana me levanté cobijada por esas plantas verdes, llenas de florecitas amarillas.
Y ya.
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Del evangelio de Juan
"Y la carne de los animales muertos en su cuerpo se convertirá en su propia tumba. Pues en verdad os digo que quien mata, se mata a sí mismo, y quien come la carne de animales muertos come del cuerpo de la muerte."
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Hermanos
Si tuviera un hermano mayor, mi hermano que no nació, estaría tirada llorándole la pijama, o quizá estaríamos jugando a las luchas. Sería una chica más fuerte. Habría cometido menos errores. Me habría entregado a menos hombres en busca de validación.
La navidad sería más feliz, saldría a pasear con él y sentiría menos frío. Este maldito, crudo, permanente frío.
Quizá sabría dormir abrazada y no aferrada a la orilla de la cama. Si él estuviera aquí yo sería hermosa.
Antes me sentía bien así. Antes de cierta edad mis congéneres con hermanos y hermanas no parecían más estables o felices que yo, pero ahora veo que lo son y yo cada día más gris.
Nunca pensé llegar a lamentarlo tanto. Pero lo lamento. Y lamento más estar aquí en la desesperación, intentando separar las cosas, intentando no extrañar desmedidamente a quien elegí como compañero, por culpa de las nieves eternas.
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