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la incondicional
Íbamos caminando con Martin por el costado de la ruta 2, enfilados, él gritaba porque iba adelante y yo no escuchaba. Me lo llevo por delante, frenó de golpe. Tenía la cara de una manera que nunca le había visto, su expresión, la expresión de sus ojos. Estaba completamente asombrado.
Resulta que lo que era parte del viejo recorrido, esos árboles que creíamos fragmento de un gran bosque eran en realidad unos pocos que hacían tumulto. Ahora faltaban algunos y se asomaba después de un gran vacío una estructura de cemento.
Martin perdió la cordura, insistente jodía con cruzar la cerca y caminar unos cuatro kilometros hasta allá
-Es propiedad privada Mar, mira si nos pegan un tiro.
-Me saco el buzo, con la camiseta de Argentina no nos van a hacer nada.
-Y si hay perros sueltos?
-Dale, vos seguime que a tu vida le falta de lo nuevo.
De lo nuevo.. no sé qué quiso decir con “de lo nuevo” pero me sentí herida y lo seguí. Martin estuvo el camino completo hablando de su nombre, todos los integrantes masculinos de su familia se llaman igual. “La tradición” dice él.
Martin Alvaro Ken bis abuelo, Martin Alvaro Ken abuelo, Martin Alvaro Ken padre, Martin Alvaro Ken tío, Martin Alvaro Ken primo.
No pudo terminar de nombrar a todos creo, a mi me inundó una angustia que me hizo llorar. Hace días que venia aguantando el llanto. Yo acá de nuevo, haciendo algo que no quiero hacer. Martin me dio un pañuelito y se la creyó, que no era llanto sino alergia por el pasto. Es tan funcional a la mentira.
La puerta de entrada es enorme. La madera se ve pesada y el hierro frio e irrompible. Cuando faltaba 1km y Martin iba por "Martin Alvaro Ken tio" pudimos ver que la estructura era en realidad un castillo de época. El pasto esta crecido como si nadie viniera hace meses.
Comenzamos a darle la vuelta, todo el revestimiento estaba siendo tomado por enredaderas. Algunas ventanas estaban agujereadas por viejos piedrazos. Martin descubrió entre las hojas pegada a la pared una escalera externa de dudosa estabilidad.
Se subió, quería que yo también pero estaba indispuesta y decidí quedarme. Eran ocho o nueve metros hasta llegar arriba, caían pedazos de ramas mientras iba despejando la escalera.
Ya en el techo, después de jugar a que se tiraba empezó a cantar una canción de Luis Miguel. La voz se rompía y parecía que luego de cada palabra sus cuerdas vocales dejarían de funcionar.
Tu la misma de ayer,
la incondicional,
la que no espera nada.
No pude esperar y emprendí el viaje de vuelta.
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