My rot is as hungry as me, and when God asks me about love, I always respond with cruelty.
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El cumpleaños.
Se despertó mucho antes de que el despertador sonase, antes incluso de que el sol saliera. Incluso entonces, con legañas en los ojos y la amargura pegada al cuerpo, ya era consciente del día que marcaba el calendario. 31 de marzo, su cumpleaños. Incorporada sobre la cama, el olor a pastel lo inundaba todo como un aviso, un recordatorio amargo. Frotó sus ojos con sus manos, deshaciéndose de las legañas con los índices, con cuidado de no arañarse. Tenía las uñas un poco largas.
Imogen se incorporó de la cama en guerra contra el mundo, metiendo los pies en las pantuflas de un naranja neón con forma de conejito punkrock. Fue hacia el baño, y cuando su reflejo le devolvió la mirada, aguantó un suspiro. Se quitó la ropa y realizó el mismo ritual de todos los días, solo que muchas, muchas horas antes. No era una persona madrugadora, antes de las doce de la tarde no se debía esperar nada de ella.
La ducha le supo tan amarga como la fecha, pero la ayudó a espabilarse y poder considerarse persona. Mientras se vestía y secaba el pelo con una toalla, realizaba llamadas. Pocas veces abusaba de su apellido, o de su privilegio, por mucho que los periodistas adorasen decir lo contrario. Aquella mañana se había cansado de aparentar una decencia que no tenía.
Con el pelo liso como una tabla de planchar ya seco y recogido, y el cuerpo cubierto de ropas de colores apagados, se puso las converse y cogió uno de sus bolsos. No solía tener seguridad, pero desde que la prensa se había enterado de que era verdaderamente una Wingrave, la gente se había vuelto más intensa que de costumbre, así que a veces tenía a una empresa en marcación rápida. Esa mañana no lo necesitó.
Se valió del conductor de su familia, Raoul, para llegar hasta el cementerio. Cuando se bajó del coche, media hora más tarde, le pidió que la esperara con el motor en marcha. No planeaba tardar mucho. Se aproximó hasta la entrada y al acabar frente a su cuidador, le avisó de que era quién había llamado. Había tenido que pagar una cuantiosa suma de dinero para cerrarlo al público a aquellas horas, aunque algo le decía que se había aprovechado de ella. Le daba igual.
Ahora, con todo desértico, se introdujo en su interior y caminó entre las lápidas hasta dar con el mausoleo Wingrave. Su padre lo había mandado construir cuando se alzó a la fama, y mandó mover a sus familiares ahí, con el deseo de que todos compartieran sepultura. Encendió un cigarro antes de abrir la puerta que le permitía el acceso a su interior, aunque el piar de los pájaros y los rayos del sol naciente casi le suplicaban que no lo hiciera.
Le dio igual lo que la naturaleza quisiera.
Había pasado todo un año desde que su padre hubiera muerto, quizá un poco más. Se sentó en el suelo sin importarle que estuviera polvoriento, y probablemente sucio. Podría haber utilizado algunos de los regalos que los fans colaban en su interior, o los dibujos, pero no lo hizo. Cruzó las piernas y dejó que la ceniza lo manchara todo a su paso. Le dio una calada profunda al cigarro y expulsó el humo.
—Sigo enfadada contigo —le dijo a la nada, mirando el espacio que debía ocupar su padre. Le estaba reprochando al aire—. Ahora comparto mi cumpleaños con un muerto —volvió a fumar, y esta vez se sacó una petaca de los bolsillos de su chaqueta de piel. No era suya, tampoco la chaqueta. Ambas permanecían al hombre que le había dado la vida. Le dio un trago largo, saboreando el alcohol—. Sé que debería disculparme o algo parecido, pero no me sale de las narices. Me has dejado sola tú a mí, y esto empezó mucho antes del accidente. Nunca fui tu favorita, aunque no creo que tuvieras de eso —miró el cigarro entre sus dedos durante unos segundos—. Aún así, feliz cumpleaños, Cyrus. No sabes la de canciones que he escrito hablando de ti, ni la de metáforas que he sacado a raíz de la vida que me hiciste llevar —hizo una pequeña pausa—. Lo peor de todo no es que hayas muerto, ni que no vaya a escucharte cantar en vivo nunca más, sino que ella sigue viva. Y no sé cómo pudiste casarte, de verdad que no. Todos tus amigos dicen que antes de ella eras todo un mujeriego, una verdadera estrella de rock incluso antes de serlo de verdad, y que después de conocerla cambiaste radicalmente. Supongo que no solo tú. Aún así, todo habría sido mejor si nunca la hubieras mezclado en la familia —se apoyó contra una de las lápidas—. Por dios, papá, ¿en qué estabas pensando? ¿Tan buena estaba? ¿Tanto la querías? Me da igual quién sea, me da igual lo que hiciera por ti. Es una abominación, igual que nosotros —apoyó la nuca contra la piedra, alzando los ojos al techo. el sol se colaba por las puertas entreabiertas. ¿Para qué cerrarlas? Si ahí no había nadie—. Todo ha empeorado desde que no estás. Yo he empeorado. No hace falta que me lo digan, que ya lo sé yo. No puedo soportarlo, y sé que Lucas tampoco. Te echa mucho de menos, ¿sabes? —tragó saliva—. Claro que lo hace. Eras su héroe, incluso hasta cuando te portabas como un gilipollas. Ahora, vivirá más tiempo sin ti que contigo. Y todo porque no pudiste conformarte con la mediocridad, ¿cierto? ¿O no fue por eso? ¿Fue por amor? Siempre he pensado que eso es un lastre. No trae nada bueno, y tú eres la prueba viviente de ello. Bueno, o no. Pero mira cómo te fue a ti. Muerte por desamor, nunca un divorcio ha sido tan rápido —escupió las palabras con amargura—. Todavía tengo la cicatriz. No sé qué parte de ti permanece en este plano, y qué parte descansa, pero espero que ambas puedan perdonarme. Sé que debería decir perdonarnos, pero ellos me dan igual. A estas alturas, ya deberías saberlo —le dio otro trago a la petada, más largo que el anterior. Tragaba el alcohol como si fuera agua. Se puso de pie, echando un poco de alcohol en el suelo—. A tu salud, viejo. Y a la mía, que estoy hablando sola como una puta loca.
Deseó que pasara algo, cualquier cosa, que le confirmara que su padre estaba verdaderamente ahí. Una brisa que llevara su olor, un mirlo que decidiera hacer acto de presencia, un ruido inexplicable. Guardó silencio durante minutos, y nada sucedió. Sabía que existía vida más allá de la muerte, pues ella misma, de por sí, era capaz de moldearla. Así que, eso solo tenía dos explicaciones posibles. La primera: su padre no quería tener ningún tipo de contacto con ella, ni siquiera en la muerte. O la segunda: su espíritu no se encontraba ahí.
Desde el fondo de su corazón, no supo cuál le generaba más ganas de vomitar, solo por las consecuencias que eso traía consigo.
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La manzana podrida.
Noviembre.
Fiel a su palabra, había regresado a la familiaridad de Wingrave Manor el día después de la visita de su hermana. Metió sus cosas en la mochila que llevaba utilizando de maleta desde que huyó por patas, y atravesó la imponente entrada de la casa, mientras las luces se encendían en señal de recibimiento. Eran las cuatro de la tarde, se había perdido la comida y aún quedaban varias horas para la cena. El frío invernal parecía desaparecer entre las paredes de la mansión, y sabía que se trataba de una forma no-verbal de comunicar que estaba feliz por su regreso.
La rubia apoyó la mano contra la pared más cercana y depositó una caricia sobre el papel pintado, a modo de agradecimiento. Era bizarro. Una casa no debía tener ese tipo de conciencia, tampoco parecer ser un ser vivo. Aún así, ella sabía que estaba contenta. El viaje hasta su habitación se le hizo más corto de lo habitual, y el aroma de su colonia favorita la acompañó hasta que cruzó el umbral de la puerta. Dejó caer la bolsa sobre la cama.
Todo estaba pulcramente limpio. Su habitación estaba decorada como a ella le había gustado, cuando todavía no habitaban en un ser vivo. No era como el cuarto de Alma, que se había adaptado a sus necesidades y gustos por arte de magia. No, los colores vivos de las paredes (verde, rosa y dorado) habían sido obra suya. Los cojines peludos también, igual que la butaca de terciopelo verde oscuro. Las cortinas de las ventanas las había mandado hacer ella misma, y los cuadros de las paredes habían ido llegando según ella iba viajando.
Las fotos sobre la mesita de madera rosa pastel eran una nueva adición. Alma estaba ahí. Lucas, Adela, Eva, Romy, e incluso había una con Julián, aunque debía haber estado guardada en el cajón de la cómoda, pero a veces la casa hacía cosas que creía que iban a gustarla. Su cuarto era una explosión de color, su particular trozo de paraíso. Y la cama estaba en medio de la misma, pegada contra la pared. Tenía dosel, y enredaderas falsas recorriendo sus postes.
Adoraba esa habitación. Todo lo que estaba fuera de ella, sin embargo, no tanto. Se dejó caer contra la cama, con las manos sobre la barriga, y observó el techo. Estaba pintado de manera en la que parecía un cielo azul claro con nubes. Su padre se había encargado de pintarlo, cuando todavía estaba vivo y cuerdo. El recuerdo le mandó un pinchazo directo a su espina dorsal, donde se encontraba una herida ya cicatrizada.
Cerró los ojos y movió uno de sus brazos, el derecho, haciendo un aspaviento y encendiendo la gran vela de olor a cereza que se encontraba en su cuarto. Consideró llamar a su camello durante el tiempo que el silencio duró. Respiró profundamente. No quería salir de aquellas cuatro paredes y enfrentarse a la realidad, al peso de sus decisiones y las de su familia, mucho menos hablar con Ava. De hecho, eso último era lo que menos le apetecía.
Puede que su madre le hubiera dado la vida, pero a veces parecía que tenía más ganas de quitársela, que de asegurarse de que la vivía con toda la paz que fuera posible. Conocía su naturaleza, después de todo, ¿cómo no hacerlo? Si los tres eran criaturas sobrenaturales, y los tres tenían sangre en sus manos. Dos en el gremio de los asesinos, una por su cuenta. Nunca le había gustado seguir órdenes de otros, más allá de en las sesiones.
Esa misma naturaleza fue quién la advirtió de la ponzoñosa presencia del otro demonio en el umbral de la puerta, que se abría bajo sus órdenes silenciosas. Terminó apoyada contra la cama, sus manos hechas puños. Ava Wingrave no había dado ni dos pasos en el interior del cuarto cuando su mirada envenenada dio con el rostro de su hija.
—Al fin has recordado que tienes casa.
—De esas tengo varias —pero sabía a lo que se refería, igual que sabía que aquella respuesta tendría sus consecuencias. El cabello de su madre era tan rubio que parecía blanco, como el suyo, y se encontraba recogido en una coleta sumamente peinada. Llevaba puesta ropa de calle, que indicaba que acababa de volver de trabajar, o en lo que fuera que invertía su tiempo.
En su mirada percibió lo poco que le había gustado su comentario, y suspiró. Se puso de pie, con la incomodidad revolviéndole el estómago, y se acercó hasta la imponente figura de la mujer. La rodeó con los brazos, violenta, y apoyó la cabeza en su hombro. Cuando su madre correspondió el abrazo, se aseguró de apretarla lo suficiente como para que doliera.
Ambas medían lo mismo.
—Debemos permanecer unidos tras el fiasco de Gabrielle.
—Si no lo hacía ella, otra persona lo habría hecho.
Ahora Ava acariciaba el pelo de su hija, despacio. Imogen esperaba, tensa y en silencio, a que la estirara del pelo, la arrancara un mechón o la empujara contra el suelo. Nunca les había levantado una mano a sus hijos, pero su temperamento era suficiente como para esperarlo. Todo su cuerpo se encontraba en alerta, y aún así, la quería.
—¿Y quién sería esa? ¿Tú? —hizo que alzara el mentón en su dirección, recorriendo su rostro con la mirada como si en ese corto tiempo sin verse hubiera cambiado—. No digas tonterías, Emma. Podrías haberlo hecho hace tiempo, pero no sucedió.
Le molestó que tuviera razón, pero se había acostumbrado a la incomodidad, al secretismo, a vivir escondida y no relacionarse con su familia. Su único lamento era haber arrastrado a Alma consigo a aquella vida. La italiana era un soplo de aire fresco, por mucho que Gabrielle se negara a aceptarlo. Se mordió la lengua, consciente de que de nada servía replicar, y le permitió seguir examinando su rostro.
Incluso la mansión parecía contener el aliento, siempre de parte de Ava, dispuesta a herirlos a todos si era lo que ella quería. Sintió la energía abandonarla, la tristeza abrirse paso por sus extremidades. Apartó el mentón del escrutinio de su madre, y dio un paso hacia atrás. Ni siquiera quería abrir la boca.
—Lo hecho, hecho está. Espero que tus abogados tengan una historia creíble.
—No necesitamos una historia creíble, cariño. Os escondimos por vuestro propio bien, pero las cosas han ido demasiado lejos —pareció apenada. Era puro teatro. Lo sabía. Esa mujer nunca había sentido un solo ápice de emoción. Observó el cuarto, curiosa, disgustada, juzgando sus decisiones y con el asco típico de quién te considera un fracaso, y chasqueó la lengua contra el paladar.
Se marcharía a hablar con Gabrielle después de eso, la perfecta Gabrielle, la maravillosa Elle. La criticarían, despedazarían las decisiones de su vida y probablemente eligieran utilizarla como cabeza de turco. Tenía ganas de gritar, quería que se marchara de ahí.
—Suerte con eso —no apartaba la mirada de ella.
La mujer sonrió en respuesta, alzando la mano para acariciar su mejilla suavemente. Despacio. El corazón de Imogen latía desbocado cuando las miradas de ambas se cruzaron, y le habría gustado encontrar cariño en los ojos ajenos, pero no dio con nada.
—No vuelvas a marcharte. Te echaba de menos, y sabes que no me gusta quedarme sola desde que tu padre murió.
Desde que tu padre murió, como si solo hubiera sido eso. Una muerte, un accidente. Claudicó ante sus instintos más primarios, dejando que sus párpados cayeran y disfrutando de la muestra de afecto de su madre, pues solían ser escasas. No le buscó sentido a sus palabras, que no lo tenían, pues sus hermanos vivían también en esa casa. Tampoco le hizo caso al hecho de que, el anillo que Ava llevaba puesto, tuviera una rebaba que ahora arañaba su mejilla hasta hacerla sangrar suavemente.
—Vale.
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She is a twisted soul, a death-ridden woman, haunted by dreams.
Nombre completo: Imogen Emma Wingrave.
Fecha de nacimiento: 31 de marzo de 2000.
Ocupación: Modelo e influencer.
Especie: Desconocida.
Habilidades: Regeneración, robo de almas, nigromancia, animación de materiales no vivos, posesión, ocultación sobrenatural y sangre venenosa.
Familia: Ava y Cyrus (padres), Suzette (“tía”), Gabrielle y Lucas (hermanos), Alma (medio hermana), Davis (cuñado), Coraline (sobrina).
Historia: Nacida en Los Ángeles, tuvo una infancia muy poco ortodoxa. Escondida del mundo en la mansión de sus padres, su existencia se les ocultó a los medios de comunicación después de que el nacimiento de su hermana mayor y sus primeros años de vida se vieran envueltos en un completo caos por la falta de respeto de la prensa. Sus años formativos los pasó encerrada en Wingrave Manor, el hogar familiar, siempre consciente de la peculiaridad de sus paredes. Se crió, a diferencia de Gabrielle, en las paredes de esa casa, como su hermano. Su madre decidió que era momento de que abandonaran el seno familiar en 2007, donde comenzaron a seguir a su padre en algunas de sus giras y a realizar viajes para que Ava pudiera fundar una agencia de talentos.
Entre los hermanos siempre existió cierta complicidad, a pesar de la complejidad de su situación, ya que a los más pequeños les costó horrores comprender que no podían relacionarse en público con Gabrielle. Imogen siempre fue su sombra, por lo que esto le resultó especialmente duro. Quería ser como ella, igual de alta, igual de guapa e igual de poderosa.
Su infancia transcurrió entre los algodones propios de quién tiene una familia sobreprotectora y dinero a raudales. Aprendería a hablar varios idiomas, a tocar varios instrumentos y a cazar. La enemistad con su hermana surgiría en su adolescencia, ya que Gaby siempre fue una persona ruidosa (como toda su familia) y extravagante. Los problemas de drogas de su hermana los vivió en primer plano, y después en sus propias carnes. En los autobuses de la gira, con hombres mayores, en bares cutres… Le gustaba seguir los pasos de su hermana, quizás un poco obsesionada. No fue hasta que Gabrielle no dio un giro de 360º a su vida que ella no paró, ya por entonces aficionada al polvo blanco.
La decepción la llevó a buscarse a sí misma y a terminar en el mundo de la moda, tirando de influencias para conseguir firmar con algunas marcas y de ahí ir escalando por la escalera social del modelaje. Siempre residiendo en diferentes países, la vida iba bien hasta que dejó de irle. Una mala experiencia con un fotógrafo manchó su historial y se vio forzada a volver a Wingrave Manor, donde la casa parecía resentirla por su marcha. Consciente de su naturaleza sobrenatural y de la de la casa, abrazó su hogar y formó una especie de simbiosis que le desveló algo que no esperaba: nadie en esa casa, a excepción de Cyrus, era humano. Siempre había pensado que debía ser adoptada, pero resultó que no.
No recibió las respuestas que buscaba, sin embargo, Wingrave Manor se cerró herméticamente después de revelarle semejante información. Y fue poco después que dio comienzo el declive mental de Cyrus. La vida de su padre terminaría en diciembre de 2023, tras un espantoso incidente en el que todos los miembros de la casa estaban presentes.
Información extra:
De pequeña se perdió entre los bosques de Suiza y pasó tres meses desaparecida. Cuando apareció, el pelo se le había vuelto completamente blanco y su piel había perdido el poco bronceado que poseía. Siempre fue una niña muy imaginativa, y hasta ese momento vivía en las nubes. Nunca habla del tiempo que pasó ahí, ni de qué ocurrió.
Es muy envidiosa y nunca se da por satisfecha. También es muy familiar, de hecho, el lema de los Wingrave es: blood is thicker than water.
Adora los colores vibrantes y la moda, no solo por su oficio sino porque lo considera una forma más de expresarse y decir: eh, estoy aquí.
Tiene una banda de rock más por ocio que por otra cosa, la banda se llama N1MVƎ. Muchos les han acusado de hacer música satánica.
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La conversación.
Noviembre.
Había desactivado sus redes sociales y apagado su teléfono en cuánto las primeras llamadas de los paparazzi comenzaron a llegar, consciente del hecho de que quizá aquella no era la mejor forma de proceder. Llevaba toda su vida bajo la atención mediática, aunque en menor medida que Ava, su hermana o su padre y el grupo. No obstante, en los últimos días esto había empeorado. No es que fuera el ser más paciente, por lo que había optado por simplemente no decir nada. Su publicista se lo agradecería.
Las únicas personas con las que tenía contacto esos días habían sido Alma y el portero, que le subía la compra hasta la puerta porque ella se negaba a abandonar la seguridad de su hogar, pero también a pedir a domicilio. No es que no le apeteciera, sino que no se fiaba de los límites a los que la prensa estaba dispuesta a llegar por una exclusiva.
Cuando el timbre sonó dos veces, ella acababa de salir de la ducha. Tenía la piel enrojecida a causa de la temperatura del agua, casi ardiendo para poder ignorar el tirón de la influencia de Wingrave Manor, que en ocasiones le hacía hasta vomitar. Era un hecho: todos los Wingrave estaban atados a esa mansión en cuerpo y alma, y la casa no apreciaba que llevara tanto tiempo desaparecida. Pero se negaba a enfrentarse a la ira de Ava, tan segura como que el cielo era azul. Había perdido algo de peso y apenas dormía. Sus días consistían en creatividad, sustancias ilegales y algún que otro pensamiento destructivo.
Dejó, con la esperanza de que quién fuera se marchara, que el tiempo pasara mientras ella terminaba de vestirse y secarse el pelo. Buscó la cajetilla de tabaco una vez estuvo limpia y se encendió otro cigarro a la vez que se dejaba caer en el sofá con los ojos cerrados. Buscó el mando de la televisión para encenderla, con el reloj digital marcando las 19:30, y el estridente ruido del timbre volvió a hacer acto de presencia una vez más.
La rubia resopló, poniéndose en pie y dando zancadas hasta la puerta con molestia. Sostuvo el pomo de la puerta, un escalofrío recorriéndola, y supo de quién se trataba antes de abrir. Apenas tuvo tiempo de mentalizarse cuando terminó frente a frente contra ella, con su ropa pulcra, casi de oficina, y su rostro serio. Tenía la mandíbula en tensión, y los labios apretados en una fina línea. Cuando sus ojos, tan azules como los propios, se enfrentaron a los suyos, frunció el ceño.
—Hola.
No recordaba cuándo había sido la última vez que había estado ahí, en su piso, como si fueran amigas, y entonces se dio cuenta de que nunca había ido a visitarla. Simplemente no pegaba ahí, era como intentar que una pieza de puzle encajara en otro completamente distinto. Aún así, se hizo a un lado, por pura cortesía.
Cuando Gabrielle entró en el interior del piso, le dio un repaso visual a la estancia. Imogen podía sentir a su hermana juzgar cada recoveco del lugar, y sintió la necesidad de coger su cabeza y estamparla contra la encimera de granito de la cocina. No obstante, tensa como la cuerda de un violín, cerró la puerta de entrada y la siguió. Todavía no había abierto la boca, tan confusa como cabría de esperar. Mantenía el ceño fruncido, presa de la sorpresa.
Se acercó hasta uno de los armaritos de la cocina y sacó dos copas de vino, las cuáles no tardó en llenar bajo la atenta mirada de su hermana. La susodicha fue la primera en darle un trago, e Imogen se regodeó en el nerviosismo de Gabrielle, quién siempre le había parecido un témpano de hielo.
—Te estarás preguntando qué hago aquí.
—La verdad es que llevo muchos días preguntándome bastantes cosas —enarcó la ceja.
Gabrielle rodó los ojos.
—Lucas me dio tu dirección.
—Mira tú qué bien.
—Imogen —el reproche en su tono de voz provocó que bufara.
—¿Qué?
—Sé que estás enfadada, pero no iba a permitir que siguieran hablando así de mí.
¿Cómo iba a explicarle que su enfado no tenía nada que ver con eso, sino con muchas otras cosas en las que apenas podía pensar sin sentir su ira regurgitar? No tenía sentido, estaba enfadada por situaciones a las que ya se había acostumbrado, por sucesos que llevaban tiempo ocurriendo, o que ya habían prescrito.
No era del todo consciente de qué parte de sí misma contenía más ira, ni de qué versión. ¿Era la actual, la niña o la adolescente? ¿Cuál sentía esas ganas de echarse a llorar y degollarla?
—¿Has venido a justificarte conmigo? ¿Por qué? ¿Tienes conciencia y no me había dado cuenta? —expulsó una risa irónica—. Venga ya, Gabrielle. Deja el numerito.
Su hermana le dedicó exactamente la misma mirada que llevaba un buen rato dedicándole. No era capaz de leerla, ya no. Elle había sido perfecta, y toda la información que tenía de ella venía contaminada por su propio veneno. Odiaba incluso hasta la manera en la que trataba a su hija, tan buena que le resultaba empalagosa. Sabía que Lucas no compartía ese sentimiento, pero, como tantas otras cosas, le daba igual.
Fue su turno de beber de la copa.
—Llevas días encerrada, no vienes a casa, nadie puede ponerse en contacto contigo. Quiero que sepas que no lo hice para haceros daño, ni lucrarme de ninguna forma. Déjalo ya.
—¿Que lo deje? Ese secreto era tan tuyo como nuestro. Nos debías, como mínimo, haber pensado un poquito antes de actuar —gesticuló con sus manos, el cigarro ahora a medio consumir.
—¡Por el amor de Dios! —Escuchó el gemido de dolor que ese nombre provocó en ella. Ningún miembro de su familia, a excepción de Alma, podía mencionar a la divinidad sin que su cuerpo reaccionara de manera negativa. Había veces que no podían controlarlo, como en esa. Imogen sonrió—. ¡Ni siquiera lo pensé antes de actuar! ¡Estaba harta! No es plato de buen gusto que se crean que me acuesto con mi hermano, ¿sabes? Nunca lo ha sido. Tengo familia. ¿Sabes las cosas que le dicen a Cora en su colegio cada vez que sale una noticia así? No, claro que no, porque no te importa ni un poco lo que nos pase, ¿cierto? —fue su turno de reír irónicamente—. Si no somos una guitarra o una cámara, no somos lo suficientemente dignos de la atención de Imogen Deverell, la supermodelo.
—¿Tú vas a hablarme de atención, Gabrielle? ¿De verdad? No sabía que tenías tantos huevos de venir a mi casa a reprocharme —alzó el tono de voz, golpeando el puño contra la encimera. Sabía que acababa de crear una grieta minúscula en esta. Se negaba a permitir que sus palabras tuvieran algún efecto en ella—. No te importo una mierda, no vengas a tocarme los cojones.
Bufó.
—No digas gilipolleces —aquella palabra, en los labios de la directora de escena, sonaba mucho más grave de lo que era. En cualquier otro habría sonado como una palabrota más. Sin embargo, viniendo de ella y su pulcra actitud, bien podría haber sido una maldición. Estaba genuinamente confusa, podía notarlo en el aire, aunque no sabía por qué. Imogen volvió a beber de la copa—. Eres mi hermana.
—Te equivocas. Lucas es tu hermano, igual que el mío. Alma es mi hermana —la mención al descubrimiento más reciente de la familia causó que el ojo de la morena temblara. Eran como dos gotas de agua, y aún así, se había negado a mantener ningún tipo de relación con la italiana. Lucas y ella tenían una apuesta sobre cuánto tardaría en explotarle una vena la próxima vez que todos tuvieran que comer juntos. Acababa de clavarle un puñal silencioso—. Tú dejaste de serlo cuando elegiste una vida perfecta y yo no encajaba.
Ya ni siquiera estaban alzando la voz.
Podía contar con los dedos de la mano las veces que Gabrielle y ella habían estado completamente solas, las que habían hablado. Recordaba haber sido su sombra cuando era más pequeña, deseado seguir sus pasos. Buscarla de manera insaciable cuando ella se alejaba. Pero también recordaba el cambio súbito de su hermana, la repentina mudanza, su boda. Había muchas cosas que sabía de ella, pero eso había sido en un pasado que ya no existía. Ahora, bien podían ser desconocidas.
Pareciera que el golpe recibido hubiera llegado justamente a donde quería, incluso sin desearlo. Vio su rostro desencajarse, la ofensa tomar el lugar de las otras emociones. Algo pasó rápidamente por los ojos claros de la mujer frente a ella, un sentimiento que no supo leer. Volvió a tensar la mandíbula. Las dos siempre habían sido puro fuego, dispuestas a escupir llamas cuando fuera necesario, a arrasar con todo a su paso, pero solo una parecía haber aprendido a controlarlo.
—Eres mi hermana. Siempre vas a serlo —fue su réplica—. Lo que haya pasado en el camino no importa.
—A mí me importa. Quiero que te vayas, Gabrielle.
—Imogen.
—Encenderé el puto móvil y volveré a la mansión mañana, pero vete de una vez.
No había dolor en la mirada de su contrincante, pero su ceño se mantenía fruncido. Estaba deseando marcharse, al menos eso le parecía a ella. No sabía por qué tardaba tanto en hacerlo, si de todas maneras ya le estaba dando el permiso que necesitaba. Le dio la espalda y se encendió otro cigarro, dejando la copa que había usado en el fregadero.
Por el rabillo del ojo, la vio sacudir la cabeza.
—Hablaremos en casa.
—Ajá.
El silencio tenso se extendió por la cocina y llenó cada rincón. Seguía ahí, ¿por qué seguía ahí? Notaba una sensación rara en el estómago, como ganas de vomitar. Una molestia que detestaba, probablemente fruto de tanto fumar, beber y drogarse. No recordaba haber pensado con claridad en días. Terminó de limpiar la copa, se giró y vio que seguía ahí. Joder, ¿qué más quería?
La estaba observando como si esperase algo, pero no le acompañaría a la puerta. Se negaba. Algo en ella le hacía querer salir corriendo y esconderse en el fondo de un pozo profundo, si hacía falta. Continuó recogiendo la cocina, que falta le hacía. No pensaba regalarle la atención que quería, pues no se la merecía. Terminó de fregar todos los cacharros que había en el fregadero, los secó y recolocó. En algún momento, Gabrielle había decidido que era suficiente y decidió marcharse.
Imogen, abrumada, fue hasta su habitación y se encerró en ella. Como si de esa manera pudiera evitar el mundo entero.
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La noticia.
El mundo había cambiado de la noche a la mañana gracias a Gabrielle. Sabía que estaba dirigiendo su ira a quién no debía, pero le daba igual. Los años de rencor acumulado no iban a desaparecer mágicamente solo porque su hermana mayor decidiera que era hora de hacer las cosas bien. Habían pasado varias horas desde que la historia de Elle llegara a los titulares de prensa, es más, cuando esta fue subida, Imogen se encontraba en medio de una sesión. Las miradas se volvieron insoportables, junto con los cuchicheos.
Recordaba haberlo visto cerca del final de dicha sesión, cuando, molesta, había sacado su teléfono para ir a quejarse al chat de Alma acerca de la poca profesionalidad en aquel set. No obstante, cientos de mensajes y llamadas opacaron por completo su atención. Solo pudo leer las cosas por encima, pero lo primero que vio nada más entrar en las RRSS había sido su nombre y el de su padre en Trending Topic, y, después, la historia de la mayor de los Wingrave. Verlo supuso un cambio en su actitud casi inmediato, y que prácticamente se marchara corriendo cuando llegó el momento de marcharse a casa.
Casa, apenas pensaba en Wingrave Manor como tal, pero seguía residiendo entre sus cuatro paredes, incluso aunque la verdad de lo ocurrido entre estas fuera demasiado dura para ella. Esa noche no volvió ahí, ni la siguiente. Sus sueños, por supuesto, habían estado repletos de imágenes de la casa y sus habitantes, de tragedias que le ocurrían si no volvía. Su cuerpo se había visto plagado de la necesidad de retornar, y sus extremidades parecían tirar en dirección al hogar que compartía con su familia.
Como una especie de rebelión silenciosa, se encerró en su apartamento en el Upper East Side y desconectó su teléfono. Ni una sola llamada, ni mensaje, la perturbó durante días. Por fin, la verdad había salido a la luz. Y, aunque debiera sentirse aliviada, no lo hacía ni un poco. Las cosas no habían salido como ella quería, mucho menos como ella esperaba. Sabía que su madre debía estar echando humo por las orejas, que su hermano debería estar dando saltos y… Y no sabía nada de Alma, siendo sincera, ni de Gabrielle.
Era consciente del acoso que llevaba meses sufriendo. Toda su vida había sido así. No obstante, parte de ella se alegraba de que recibiera aquel trato. Tenía atención, y eso era lo que quería, ¿no? Era lo que llevaba toda la vida buscando, incluso aunque ahora fingiera estar reformada.
En el silencio de su hogar, sentada en el suelo, Imogen se encargó de tener cerca todo lo necesario para subsistir. Droga, bebida, la guitarra, su cuaderno para escribir las canciones y un teléfono viejo donde poder grabarse si lo necesitaba. La culpa era lo que más le pesaba de todo. Necesitaba estar sola, no solo por las emociones que parecían negarse a dejarla respirar, sino para procesarlo todo.
¿Cómo serían las cosas ahora que no tendría que vender su estúpida historia? Imogen Deverell, la hija de dos talentos de Ava. Imogen Deverell, hermana de Lucas Deverell, conocida de Gabrielle Wingrave. Imogen, modelo, actriz de vez en cuándo, cantante. Imo, según su padre, la reina de la casa, su ojito derecho, la futura superestrella. No sabía cuántas personas había sido a lo largo de su vida, pero sabía que en alguna parte de todas ellas debían existir los resquicios de sí misma que había ido enterrando con el paso de los años.
Ahora que no tendría que fingir, ¿sería todo diferente? Se odió por desear que sí, pero a la vez, no tenía sentido. Ella misma se había labrado su futuro, había sudado por llegar a dónde se encontraba y un nombre no iba a cambiar eso… Pero no era estúpida.
Se inclinó sobre el taburete colocado en el suelo y colocó la primera raya de polvito blanco, la cuál aspiró rápidamente con ayuda de un tubito de acero inoxidable. Se preguntó qué diría Julián en caso de verla así, hecha un desastre y colapsando por cosas que llevaba años deseando. La risa brotó de su garganta cuando comprendió la dura realidad: que le daba igual. Podría haberla buscado, y no lo había hecho, porque la verdad era esa. No le importaba. Podía contar con los dedos de una mano los amigos, amigos de verdad, que tenía. Y le sobraban dedos.
Era consciente de que se trataba de su culpa, de que era una persona complicada. Demasiado seria, demasiado estricta en ocasiones, pero siempre se había gustado tal y como era. Lo que le molestaba era sentir que no tenía nadie a quién llamar. ¿Quién respondería? ¿Roman, cuando terminase de empastillarse y de fingir que no era un gilipollas? ¿Adela, a quién acababa de conocer? ¿Alma, que se mantenía en el país por obligación? ¿Su primo? ¿Romy? Se frotó los ojos con los puños, emborronando el maquillaje de sus ojos, siempre cargado, pero no precisamente oscuro.
No, estaba sola. Sola por gusto, se repetía, porque eso era mucho más fácil que explicar su familia. Más fácil que tener que mentir y sostener la mentira, incluso aunque esta llevara años comiéndosela viva, porque ella había sido tan hija de Cyrus como Gabriel, y el mundo por fin lo sabía.
Echó la cabeza hacia atrás, mirando al techo. Era de color blanco, blanco pulcro. No recordaba la última vez que había estado en aquel apartamento, pero sabía que había sido con él. No quería pensar en su corazón roto, tampoco, y en cómo se había sentido como una estúpida por confiar en alguien lo suficiente como para tener citas.
Ni siquiera era un ser humano, por el amor de dios. No debería estar jugando a pertenecer a una especie a la que ni siquiera se acercaba. Suspiró, aunque salió más bien como un grito ahogado que no supo explicar. Llevaba un buen rato cruzada de brazos, pero no había notado que había estado apretando su agarre hasta que se hizo daño, daño de verdad. Debía haberse clavado las uñas sin querer, pues ahora la marca de las medialunas se encontraba impregnada en su brazo, como si se tratara de una manifestación física de lo que ocurría.
Nada de aquello tenía sentido. Se sentía tan perdida como cabría de esperar, ahora que el mundo sabía la verdad. Su primer instinto había sido el de aislarse, y eso continuaría haciendo los días venideros, sumida en una vorágine de confusión, enfado y rabia que paliaría con drogas, alcohol y la melodía de su guitarra.
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El día siguiente.
Relato anterior. @desangremaldita
No importaba cómo se hubiera enterado Ava, pero lo sabía. Imogen y Lucas fueron conscientes de ese hecho a la mañana siguiente, cuando, al bajar a desayunar, un sexto plato los esperaba en la mesa del comedor. Davis no residía con ellos, pero Coraline sí. La niña, ajena a todo, apenas hizo caso a la cubertería adicional, simplemente engulló su desayuno como siempre hacía. Gabrielle se movía con un rictus tenso en los labios, terminándose los huevos.
Ella, por su parte, nunca se había comido el desayuno tan rápido. Evitando las miradas envenenadas, las aristas de la silla y las patas de la mesa. Su ira iba dirigida a cualquiera que estuviera a su alcance, como si de alguna manera su madre y la casa tuvieran opiniones dispares sobre la presencia de Alma.
—Estará aquí a la hora de comer —Ava rompió el silencio. El tirón de la casa podía llegar a ser insoportable, como si te quisieran arrancar las venas. Imogen lo sabía bien. Lo que no sabía era por qué aceptarla, si tan lejos de ellos había crecido. Si tan ajena a la familia era.
—¿Cómo se llama?
—Alma, Alma Draghi —no supo por qué tenía esa información, tampoco quería preguntar. Gabrielle tenía su respuesta y su madre… Su madre debía tener algo. Sacar algo. ¿El qué? No lo sabía. El día transcurrió sin mucha más dilación: clases de verano para la menor, diversas actividades para el resto. Sin embargo, a las dos de la tarde, a nadie le extrañó que el timbre sonara, casi ansioso.
Nadie le abrió la puerta a Alma esa vez, la casa le dio la bienvenida. Ava, vestida en sus mejores galas, esperaba en el recibidor con una sonrisa calmada. Una araña atrapando a un bichillo entre sus redes.
—Bienvenida, Alma. Espero que tengas hambre —no debería haber sabido que vendría, mucho menos cuando. Y, sin embargo, ahí estaban.
—¿Qué cazzo está pasando?
El demonio se hizo a un lado, permitiéndole el paso, instándole en cierta manera a hacerlo. Como si de por sí, no le quedaran muchas opciones. Ava siempre había sido así, las cosas se hacían a su manera o no se hacían. Y la casa lo sabía, por lo que la puerta se cerró a sus espaldas después de darle un empujoncito suave hacia dentro.
—La sangre llama a la sangre —respondió con sencillez, enfundada en ropa que hacía que cualquiera pensaba que utilizarían cinco tenedores para comer—. Ahora y siempre. Dime, ¿conoces el mundo sobrenatural? —dio un paso en su dirección, hablando de manera abierta de lo que compartían, que ya era más de lo que les había ofrecido a sus hijos.
La rodeó, examinándola con ojos y magia, pero no de manera intrusiva.
—Debes saber que no eres humana, ¿cierto? —La diversión no poblaba su voz, pero sí sus entrañas. Tanto tiempo esperando para recoger los frutos de su vientre, esa familia, ese poder, ese hogar… Y el condenado de Cyrus se salía de guión. ¿Qué edad tenía esa criatura? ¿Veintidós años? ¿Más? Se humedeció los labios con la lengua—. ¿Cuántos años tienes?
Cuidadosamente, la chica dio un paso hacia atrás, con las manos cruzadas en la espalda como una escolar regañada, para volver a aumentar la distancia que Ava había recortado. No recordaba la última vez que se había sentido tan cohibida.
—Veintiuno —la observó a su vez—, ¿qué es esta casa?
Saboreó la información e hizo cálculos: la gira del 2002. Ese desagradecido… Tantas horas a su lado, siendo la mujer perfecta, valiéndose de su éxito, de su poder, para terminar con una alteración en sus vidas. Un fallo en la armonía que había traído crear el pacto, donde intercambiaba su vida y su familia por un poco de fama. Ahora esa chica aparecía, siendo una anomalía. Una deuda que cobrar.
—Un hogar —respondió, la cadencia de su boca siendo cálida, suave—. Tu hogar —la casa vibró en respuesta, como cuando se acaricia a un cachorro. Una súplica, también, comprendería Alma algún día: quédate y no me dejes, parecía decir—. Debes estar hambrienta. Sígueme.
Ava la guió a la única estancia que conocía, aunque en esa ocasión la larga mesa del comedor estaba puesta con un mantel bordado y una vajilla completa y a su alrededor estaban sentados Lucas e Imogen —a los que había buscado en google esa mañana, sin entender del todo su relación familiar—, así como Gabrielle, la hija de Cyrus.
Resultó espeluznante que hubiese un plato ya preparado para ella justo al lado de Imogen, pues asumía que el lugar a la cabecera correspondía a Ava. Se detuvo de pie detrás de la silla, apoyando las manos en la parte superior del respaldo. El esmalte saltado en sus uñas, así como su tono azul eléctrico, creaba un contraste curioso con la tradicional talla del mueble. Otra evidencia de que no pertenecía allí.
Gabrielle no esperó el golpe, el ramalazo de reconocimiento que la acosó nada más entrase ella en la habitación. Imogen lo reconoció en su mirada: la sorpresa, no había terminado de creerse que Cyrus hubiera podido traicionarles, pero ahí estaba la prueba del delito en persona. Ella tragó saliva, la rubia la observó desde su sitio. Alma le daba pena, pena genuina. Una vez ahí, no había escapatoria.
—Hola —se detuvo, buscando las palabras más amables—, me gustaría que alguien me explicase claramente qué está sucediendo. En cinco días voy a volver a casa y solo quiero saber si este lugar va a seguir gritando en mi cabeza cuando coja ese avión.
—La casa es un ser vivo. Desde que éramos pequeños, pero cuando pap… Cyrus —se corrigió la mayor— murió, la actividad fue a más. Te ha reconocido como una Wingrave, así que… Si te vas, no se callará nunca —suspiró.
—Somos sus hijos. Decidieron protegernos cuando Elle nació, porque la prensa se puso insufrible —explicó Lucas, simpatizante. Gabrielle se mantenía en silencio, atónita—. Eres nuestra hermana.
Alma tomó aire, casi podía saborear la lástima desde allí, su compasión, la sorpresa. Asintió y luego arrastró hacia atrás la silla y se sentó, lo que sin duda complació a la caprichosa casa, que pareció volverse un poco más invitadora, menos opresiva. Repasó una de las vetas de la madera con la yema de los dedos, mientras observaba a los hijos de Cyrus Wingrave y luego a la madre de todos ellos.
—No puedo quedarme en EEUU para siempre, ni legal ni económicamente —su voz son�� mucho más reposada que unos instantes antes, razonable.
—Deja que yo me encargue del dinero y los papeles, tú busca un trabajo. Es así de sencillo —ya volvía a dar órdenes, dueña y señora de la casa. Ava cogía y cogía y cogía y cogía, pero nunca preguntaba si la parte implicada estaba de acuerdo o no. Como así lo había decidido, así sería. Cualquier rastro de su existencia más allá de las fronteras neoyorquinas sería borrado, como si siempre hubiera vivido con ellos. Ya podía sentir la casa amoldarse, preparar una de las habitaciones libres.
El suspiro que contuvo Imogen le supuso un esfuerzo titánico, pero al otro lado de la mesa, la coraza de Gabrielle se desmoronaba a pedazos. La miraba en silencio, consciente de encontrarse frente a su propio reflejo más joven.
—¿Es que ninguno va a decir nada al respecto? —Elle solía ser más inteligente que eso, solía guardarse sus opiniones para sí misma, el veneno nunca abandonaba sus labios. Pero aquella había sido una estocada directa, una grieta en el recuerdo de su padre antes de la locura—. ¿En serio vais a aceptar como si nada a una extraña? ¿A cederle una de nuestras habitaciones? ¿Por qué? ¿Porque se parece a nosotros? ¡Somos blancos, cualquiera se nos parece!
Alzar la voz fue un error. La silla la aprisionó contra la madera, Ava levantó un dedo a modo de advertencia.
—Gabrielle —su tono quemaba el aire. El cuchillo de Lucas dejó de cortar la carne, el silencio reinaba. Imogen miraba a Alma—. Suficiente.
Alma esperó unos segundos para que la tensión se disolviese, no miró a nadie antes de decir:
—¿Tengo que vivir aquí o con que venga de vez en cuando será suficiente?
—Será mejor que te mudes.
Dijo Ava, a la vez que Lucas respondía también:
—Con que vengas de vez en cuando… —el silencio se hizo al escuchar a su madre. Impasible, la mujer esbozó una sonrisa suave.
—Mi opción es mucho más sencilla —el aire olía a peligro, y quizás por eso Imogen se puso en pie, con su plato terminado. Se movía por altruismo, por la necesidad de salir de ese ambiente tan pútrido. Le ofreció una mano a Alma, que en esos momentos parecía necesitarla de la misma manera que si se estuviera ahogando, instándole a levantarse. La susodicha tomó su mano casi en seguida.
—La casa es grande. Tomes la decisión que tomes, necesitarás alguien que te la enseñe —esbozó una sonrisa amigable.
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Bienvenida a los Wingrave
La culpa de todo había sido del vecino de al lado, un erasmus lleno de hormonas que había provocado que Alma fuese incapaz de dormir, y no solo por el ruido. La falta de sueño y la necesidad de distraerse la habían llevado a iniciar una búsqueda en la wikipedia y, a partir de ahí, bueno, claramente se había vuelto completamente desquiciada. Antes de pensarlo, ya tenía un billete a Nueva York que no podía permitirse ahora que era desempleada y, una vez con ese vuelo escandalosamente caro en su correo, no le quedaba otra que hacer la maleta. Metió ropa para una semana en una mochila —facturar equipaje, desde luego, no entraba dentro de su presupuesto—, y aplastó dentro el resto de sus pertenencias más importantes: la tablet donde guardaba sus partituras, la carta de su madre, un par de fotos y, por qué no, un cuadro minúsculo firmado por Lia Draghi.
Y de esa forma se había tragado un vuelo de 10 horas, y luego dos autobuses, solo para llegar a un sitio dejado de la mano de Dios y lleno de americanos. Americanos. La mansión Wingrave se alzaba sobre el paisaje de forma amenazadora, y Alma había aprendido a dejarse guiar por las impresiones que obtenía de los lugares que visitaba. Aquello era una red flag andante y ella ya empezaba a arrepentirse, pero estaba cansada y pretendía volver a la ciudad a coger un hotel, así que calculaba que tenía unas dos horas antes de que el jet lag la golpease y la dejase fuera de cobertura durante tres días (tres días que no tenía). Llamó a la puerta y esperó, recolocándose el pelo en el último momento. Sonrió cuando la puerta se abrió, aunque la persona que lo hizo provocó escalofríos en su piel.
—Hola.
Molesta, ataviada en una bata de estar por casa digna de salir en una película sobre una excéntrica viuda, pero de color verde oscuro neón, Imogen abrió la puerta. Sacó una pitillera de la nada y encendió un cigarrillo extralargo con la rapidez de una estrella. La condujo al salón sin decir palabra, se pidió un té helado con una aspirina y chasqueó la lengua contra el paladar.
—Suéltalo ya, para que terminemos cuanto antes.
La desconocida claramente se sentía como si la hubiese atropellado una apisonadora y luego escupido una ballena, así que Alma decidió no tomárselo como algo personal mientras observaba brevemente el salón, más grande que su apartamento en Nápoles. Ella se parecía enormemente a la única hermana que había encontrado en google, tal vez era una prima, Alma podía encontrar algunos rasgos de sí misma allí, aunque bien podría ser cosa del autoengaño.
Había planeado cómo hacer eso bien mientras volaba, pero una vez en la situación todos sus planes se vinieron abajo. La carta de su madre quemaba en el bolsillo de su chaqueta, pero se rehusó a entregarla para que la leyera. Probablemente la tratasen como una loca, se daba cuenta ahora, pero parecía demasiado tarde para retractarse.
—Creo que soy hija de Cyrus. Y de pronto me ha entrado nostalgia por conocer el lado desconocido de la familia, el supuesto lado desconocido de la familia, quiero decir —dirigió sus ojos hacia el techo de la estancia y suspiró, la casa seguía dando malas vibras—. Empiezo a creer que ha sido una mala idea.
—Siéntate, a mi madre le vas a encantar. ¿Cómo te llamas? —el humo llenaba todo, pero las ventanas estaban abiertas. El aire corría por la estancia, repleto de una frescura asfixiante—. Yo soy Imogen.
«A mi madre le vas a encantar», por alguna razón, lo dudaba. Deseó poder robarle un cigarrillo, aunque llevaba sin fumar desde que había acabado el instituto, tal vez ella le contagiaba su necesidad o simplemente Alma estaba más ansiosa de lo que podía procesar. Respiró profundamente y se obligó a distanciarse emocionalmente de Imogen antes de tomar asiento, con la espalda muy recta, en el borde de uno de los sillones.
—Alma. Me llamo Alma —entrelazó las manos sobre el regazo y se llevó por delante otro fragmento de esmalte con su uña—. No quiero molestar, así que me puedo ir. Puedo dejaros mi número.
La puerta se abrió después de eso, como si de alguna manera el mundo hubiera decidido que aquello no pasaría. El ruido del teléfono, probablemente Tiktok, se escuchaba cada vez más cercano. El chico apenas levantó la vista de la pantalla nada más entrar, atraído por el olor del humo, se inclinó sobre su hermana y besó su mejilla, le quitó los pies del sofá y se dejó caer, colocando sus piernas encima.
—Creo que quiero mudarme —pronunció él en voz alta, mientras que la rubia le miraba con la ceja alzada con diversión—. ¿Qué pasa, por qué no…? —bajó el rostro para mirarla, y la chica señaló con el mentón en dirección de Alma.
—Se llama Alma. Es hija de Cyrus —Imogen chasqueó la lengua contra el paladar, matando el cigarro contra el cenicero y bebiendo del té—. Quería conocernos. A Gabrielle, imagino.
—Oh… Yo soy Lucas —se incorporó y le ofreció la mano—. Ignora a Gen, suele querer asustar a las personas —la aludida sonrió con amargura—. ¿Estás segura de que…?
No entendía por qué había tanta gente en esa casa, pero de todas formas estiró el brazo y estrechó la mano que le tendía el nuevo chico. Le dedicó una sonrisa, destinada a suavizar su vergüenza, bastante tenía con la suya propia.
—No tengo una prueba de ADN ni una confesión firmada, claro —intentó no sonar a la defensiva y se alegró de sonar bastante tranquila—. Solo la palabra de mi madre y un parecido razonable, y a ella ya no le puedo preguntar nada.
Boquiabierto, Lucas las miró a ambas.
—Madre mía, tiene razón. Debes marcharte enseguida —él se acercó hasta ella y recogió sus cosas a toda prisa—. Rápido, antes de que Ava…
—Lucas —suspiró Imogen, acercándose hasta los dos—. Vas a asustarla, y ya es demasiado tarde.
Bueno, realmente sí que la asustó. Alma se encontró respondiendo a la ansiedad de Lucas, poniéndose en pie antes de procesar que lo estaba haciendo y quitándole su mochila y su chaqueta de las manos, más que dispuesta a echar a correr.
—¡Pero qué dices! ¿Es que quieres condenarla? Si mamá…
—La casa ya la ha visto —sentenció—. Ha permitido su entrada, ha permitido que se siente, que canalice la magia. Si no la quisiera aquí, la habría escupido como a un mal guiso.
—Pero Ava… —balbuceaba él. E Imogen, no calmada pero sí resignada, le apartó el cabello del rostro a su nueva hermana. Casi parecía un pésame, un gesto fúnebre.
La mansión pareció exhalar en respuesta, ya fuera una queja o un gesto de conformidad, daba igual. Estaban a la entrada del salón, los tres de pie.
—Puedes pasar la noche aquí, o volver a tu hotel. Da igual, regresarás mañana.
Si ella supiese menos tal vez habría achacado todo aquello a un espectáculo elaborado para espantarla, pero podía sentirlos: a ellos, a una entidad mucho más grande que los allí presentes.
—No... —pareció olvidar cómo hablar en inglés durante unos segundos, antes de sacudir la cabeza—. Volveré al hotel. Ha sido, eh... me alegro de haberos conocido. No hace falta que me acompañéis a la salida.
Les dedicó una sonrisa cortés antes de salir casi corriendo del salón y, seguidamente, de la propiedad. No había forma de que regresase a esa casa, dijesen lo que dijesen.
@gvdforsaken
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El homenaje.
Todo lo que la rodeaba tenía la cara de su padre. Fotografías con fanáticos, el alcalde, Gabrielle, la banda… Fotos en conciertos, selfies publicadas en sus redes sociales, alguna que otra frase célebre e incluso una instantánea de las primeras que compartía con su madre y sus abuelos. Era imposible escapar de los claros ojos de Cyrus, que incluso desde el más allá, parecía vigilar a sus hijos y protegerlos en la distancia. O intentar matarlos tras haberse dejado llevar por la psicosis.
El vaso de champán que sujetaba con su mano derecha despreocupadamente, le resultaba pesado. Aquella sala tenía cuatro paredes y su forma era rectangular, pero bien podía haber sido un ataúd. La vida en la ciudad era complicada, cientos de colegios privados y actividades extraescolares no podían ni acercarse a la cantidad de cosas que había tenido que hacer aún siendo una figura anónima. La atención en esa sala (del alcalde, su secretaria y algunas mujeres que siempre guardaron la esperanza de convertirse en sus groupies) estaba puesta en Gabrielle. La pobre Gabrielle, esa hija única que siempre iba acompañada de su niña y su perfecto marido. La que en absoluto tenía fallos y cuyo duelo estaba marcado por una fisura en lo más profundo de su ser, o eso habían dicho los tabloides. Coraline caminaba a su lado, ataviada con un vestido sobrio que la hacía parecer una princesa de luto. Davis, su padre, la sujetaba de la mano mientras caminaban por la sala. Cientos de palabras de consuelo y de aliento le eran susurradas a la mayor de los Wingrave, que no miraba a ninguno de sus dos hermanos, quiénes caminaban desperdigados por la sala.
Pero Imogen sí que la miraba, era imposible no hacerlo. Pareciera como si el mundo girase alrededor de Gabrielle Beauséjour, la célebre esposa de un magnate de la industria petrolífera. Su actuación era perfecta: el pelo semirecogido, un pañuelo para ahogar sus lágrimas y maquillaje que daba la ilusión de tener la cara lavada. La odió por esa puesta en escena, igual que odiaba tener que estar ahí para guardar las apariencias de una familia que nunca la había reconocido. A ojos del público no existían, ¿por qué acudir, entonces? ¿Por qué tener que sufrir con ver el rostro del hombre con el que se habían criado a temporadas, que tanto los había expuesto a las maldades del mundo? Le ardía la piel de pensarlo, algo por dentro se le removía. Sintió sus dedos contraerse en busca de una garganta a la que aferrarse. Si pensaba en la sangre bajándole por las manos, solo sentía paz. Una vida por otra, suponía. Un alma por tres.
—Vas a taladrarle un agujero en la cabeza —Lucas enredó su brazo con el de ella. El contacto físico entre ambos fue suficiente como para que cerrara los ojos y apoyara la cabeza en su hombro. Su valiente hermano pequeño, dispuesto a ponerse entre una bala y ella si hacía falta. Querer a Lucas era tan sencillo como respirar, él era la primavera después de un frío invierno, solo que una primavera que también podía ser cruel y con un gusto por la sangre. Asesinos, eso eran él y su hermana mayor.
El teatro no era más que una tapadera para el gremio de asesinos de Nueva York, y tanto el chico como la primogénita estaban metidos en ese mundo. Sabía que ninguno de ellos era humano, pero entre los tres nunca habían hablado de los dones que compartían. Mucho menos de sus razas, pero eran conscientes de su falta de humanidad. Eran el resultado de una acción sin conciencia.
—Ojalá —espetó, su voz siendo cantarina y delicada. Elevó la copa de champán y le dio un suave trago—, ojalá… —Repitió. Si querer al chico de ojos azules y pelo negro era sencillo, querer a Gabrielle era todo lo contrario. El mundo era un tablero de ajedrez y ella sabía los movimientos que hacer para llegar al jaque mate. Poseía una facilidad insólita para salir de cualquier apuro, pero al final del día también perecía bajo el yugo de Wingrave Manor y de Ava Wingrave. Los tres eran víctimas de algo que no conocían, y también daños colaterales. Nunca terminaría de comprenderlo, pero sabía que sobre sus hombros cargaba el peso de una vida inmortal.
—Pobre Elle.
Apartó la cabeza de su hombro como si quemase. Sí, pobre Elle. Rodó los ojos.
—¿Y nosotros?
Justo mientras hablaba, pudo ver al alcalde subirse frente al atril que ocupaba una porción del salón de actos en el que se encontraban. Algunas sillas estaban colocadas frente a él, en filas. Había unas diez de estas. La gente iba sentándose paulatinamente, y si Lucas iba a profesar una réplica, Imogen se lo impidió al arrastrarlo para sentarse. ¿Por qué ir? ¿Por qué no quedarse? No podía. Quizás Ava no hubiera podido asistir, pero lo sabría si se marchaban antes de tiempo. El alcalde, un hombre de treinta y cuatro años, cabello pelirrojo y el físico de una mantis religiosa, llevaba puesto un traje de colores oscuros y un sombrero que no a muchos les quedaba bien. Él no era la excepción a la regla.
Le vio aclararse la garganta, respirar profundamente y asegurarse de que el micrófono estuviera encendido antes de comenzar con su discurso. Una presentación breve dio paso a una retahíla de palabras que enumeraba las perfectas cualidades de su padre. Un ciudadano ejemplar, filántropo, que se desvivía por lo demás. Solo faltaba que alguno de los presentes hablara de cómo había rescatado a su gatito de un árbol, en llamas y haciendo el pino puente. Se le encogía el corazón al pensar en su padre, sí, pero su relación con él había sido complicada casi al final. Se debatía entre quererle u odiarle, como a todos los miembros de su familia. Siguió hablando del golpe que significaba su pérdida, de cómo el hospital infantil, el equipo de fútbol y el refugio de animales le echarían en falta.
Cuando giró el rostro para mirar a su hermano, las manos del chico estaban hechas un puño. Se estaba clavando las uñas en la mano, lo sabía. Podía oler la sangre, y tenía los ojos vidriosos. Le pasó la mano por los hombros, para atraerle a su cuerpo y consolarle. Lo comprendía, claro que lo hacía. Ella no era de piedra, también tenía ganas de llorar, pero le daba vergüenza hacerlo con tanta gente alrededor, incluso aunque no fuera la única.
Con el fin del discurso del alcalde, tomó la palabra su hermana. Debían haber intentado que fueran algunos de los compañeros de la banda, como Hayden o Christopher, o los otros dos miembros fundadores, pero no había sido posible. Cada uno de ellos tenía cosas que hacer, importantes más allá de hacer un paripé en público para alguien que casi ni conocía a la persona homenajeada. Con sus sombras y sus luces, ni siquiera la mitad de las personas ahí presentes conocían a su padre. Gabrielle sí. Colocada en el mismo lugar que el alcalde anteriormente, aunque de su bolsillo no salieran papeles, Imogen era consciente de que ese discurso no sería improvisado. La protagonista del momento se humedeció los labios, y después sonrió con brevedad.
—Muchas gracias a todos por venir, he de admitir que no lo esperaba. Estos últimos meses, han sido… Complicados. La ausencia de un padre tan magnífico como él, no es algo que se supere a la ligera. Mi padre era… una persona complicada, alguien humano con sus más y con sus menos. Pero lo más importante, él era un modelo a seguir. Hablar de él en pasado resulta difícil; es una de esas cosas que, aunque sepamos que va a ocurrir, nadie se espera. Es difícil saber que Coraline no volverá a jugar con su abuelo. Es difícil saber que yo no volveré a hablar con mi padre, pero sé que le gustaría que todos le recordásemos por lo que fue en vida. Un maestro del rock’n’roll, un padre ejemplar, y una persona que odiaba las empanadillas de carne —una sonrisa triste amenazaba con hacer acto de presencia. Se escucharon algunas risillas y a gente sorberse la nariz o sollozar. Gabrielle hacía lo que podía por mantenerse entera—. Cyrus cometió errores, como todos, pero siempre quiso lo mejor para las personas que él quería. Siempre trataba de protegernos de su fama y de las consecuencias que tener esta implicaba —asumieron que hablaba de ella y su familia, o de Ava y de ella—. Mi madre no ha podido asistir hoy. Sé que a muchos os habría gustado poder darle el pésame otra vez, pero para ella hacer esto es tan difícil como arrancarse su propio corazón. De parte de la familia Wingrave, os agradecemos todo el amor y el apoyo que nos habéis brindado estos últimos meses. Sé que él os habría adorado.
Un ligero cambio en el tono, sutil pero presente, dio la impresión de que iba a echarse a llorar. Apartó la mirada del gentío y se dispuso a marcharse entre aplausos y palabras de aliento. Después, pusieron un vídeo conmemorativo y algunas de las canciones de Penitance. El mundo hacía un espectáculo de todo.
—Vámonos ya —dijo la mediana. Era imposible seguir ahí sin sentir que el aire estaba abandonándole. No lo soportaba. Se puso de pie, alejándose de su hermano, y salió a paso rápido del ayuntamiento. Nadie la persiguió, como le habría gustado. Por desgracia, había dejado de soñar con escenarios imposibles.
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Introducción.
La mesa del comedor, angosta y desgastada, estaba llena de comida. La presentación de cada uno de los platos era impresionante, pero para Imogen ya había perdido su magnificencia. Acostumbrada a ese tipo de cosas, ni siquiera parpadeó cuando los sirvientes trajeron el típico cerdo con una manzana en la boca. La vajilla era de un color plata impoluto, reflectante si se lavaba con ahínco. Sus bordes se decoraban con motivos de fauna y flora: enredaderas, mariposas, flores, caballos… De pequeña, había esperado ansiosa a que llegara la hora de las comidas solo para poder ver qué le tocaría ese día. Ahora, años más tarde, ese interés e ilusión se habían desvanecido, marcados por el paso del tiempo.
Se cumplía el tercer mes de la muerte del gran Cyrus Wingrave, guitarrista principal de la banda de rock Penitance, fundada en 1975 por Connor Fisherman y Anwar Lilliard. Nadie se había tomado bien el trágico fallecimiento de una leyenda, puesto que los chicos de Penitance llegaron a alcanzar un puesto alto en las listas de mejores bandas de todos los tiempos. Sus caras tenían una sección en el Salón de la Fama del Rock & Roll, había cientos de merchandising de cosas relacionadas con ellos. Hasta el nacimiento de su hermana había sido mediático, con la prensa intentando irrumpir en el interior del hospital privado y Ava, su madre, teniendo que disfrazarse incluso estando de parto. Después de los primeros años de vida de Gabrielle, se decidió que ninguno más de sus hijos sería presentado al mundo. Tras fiestas de cumpleaños arruinadas, intentos por fotografiar a la chica y poner cada parte de su vida en los tabloides, ¿qué esperaban?
Así pues, nadie conocía a Lucas y Imogen Wingrave. Los bailarines que compartían escenario y profesión con Lucas se habían acostumbrado a escuchar ese apellido tan exótico, hasta el punto de casi ni relacionarlo. Además, cuando se es miembro de algo tan importante, poco importan los apellidos. La compañía de ballet Svantovit era de procedencia rusa, pero eventualmente terminó en las Américas. Su hermano pequeño era uno de los pocos bailarines que solía actuar en el teatro Tarkovsky, borracho de fama y algo más. A Lucas le gustaba que las cosas salieran perfectas, era apasionado con su trabajo desde que sus hermanas mayores tenían memoria y desaparecía durante horas antes de cada espectáculo para prepararse como era debido.
A Gabrielle le resultaba difícil de creer que simplemente estuviera meditando, era desconfiada como ella sola. Como hermana mayor y madre de una preciosa niña de seis años llamada Coraline, por la novela favorita de su progenitora y casada con un magnate de la industria petrolífera llamado Davis Beauséjour, para la prensa era la viva imagen de una chica mala redimida. Gabrielle había hecho de todo: el sexo, las drogas, los escándalos, rehabilitación, juicios, horas de servicios comunitarios... Y un buen día, de la nada, se despertó sin querer ser Gaby. Pidió que la llamaran por su nombre completo, o en su defecto, Elle. Imogen aún recordaba ver a los sirvientes abandonar su habitación en la mansión Wingrave con bolsas y bolsas llenas de ropa. Cuando se había aventurado a preguntar, su alegato fue que esas ropas le harían mejor a otras personas y no a ella. Y se pasó a los colores pasteles, a las risas suaves, a los cócteles, a los cigarros industriales, a los clubs de campo.
Pero tras los ojos de su hermana existía una bestia enjaulada, y ella, que creció con la mujer como referencia, lo sabía. Por su parte, siempre se había movido entre lo etéreo y lo punk, con colores en las puntas del pelo mientras el rubio prevalecía. Se hizo su primer tatuaje a los quince: un hommage a Howl Pendragon, y el primero de sus dos piercing a los diecisiete. Ahora tenía una barra en la oreja gracias a su piercing industrial, y uno en el ombligo. Todo lo que Gabrielle hacía, Imogen lo imitaba de manera diluida. Pero ella no pensaba despojarse de su identidad, tan arraigada en lo que había sido su padre que incluso tras los trágicos eventos que habían llevado a su muerte, continuaba queriéndole.
—Imogen —la tensa voz de Ava, su madre, la sacó de su estupor. Era una mujer bien conservada, que aparentaba tener cuarenta y cuatro años a pesar de rozar los cincuenta y dos. Durante una temporada, se había dedicado a ser la representante del grupo. Después, se convirtió en mánager de algunos otros artistas de éxito en el panorama musical. Corría el dicho de que si te emparejaban con Ava Wingrave, estarías destinado al estrellato.
Nadie la conocía tras el ambiente de trabajo, nadie sabía nada de ella mucho antes de que apareciera. Cuando el grupo se formó, ella ya había estado ahí. Era la mano derecha de Cyrus, incluso en momentos donde la psicosis diagnosticada del guitarrista había afectado su raciocinio.
—¿Sí, madre?
Era difícil deshacerse de los bordes de su acento, que sonaban franceses para quiénes tuvieran un oído entrenado. Había crecido por todo el mundo, Corea del Sur, Francia, China, Suecia, Hungría, España… Y después, en algún punto, regresaron a los Estados Unidos. Pero Imogen había pasado suficiente tiempo en países francófonos como para sentirse más cómoda con aquel idioma que con el de los anglosajones, demasiado inmersa en la cultura francesa.
No debería haberse distraído, pudo ver el momento exacto en el que la mandíbula de su madre se tensó.
—Tu hermana estaba contándonos que van a hacerle un homenaje a tu padre en el Ayuntamiento.
—Ah —respondió, con su mirada ahora fija en la susodicha. Oh, Gabrielle era preciosa. Siempre le había recordado a un ser etéreo, un hada o algo similar. Su rostro era afilado, pero eso no significaba que no fuera preciosa. Jugaba con la ropa y las formas para que todo le quedase… Bien. Era una de esas chicas. Imogen sentía envidia, a veces no tan sana.
Cuando su hermana repitió el gesto que ella acababa de hacer, sutil pero tenso, supo lo que quería decirle sin esfuerzo. Tienes que venir. La réplica estaba ahí, dispuesta a abandonar los labios con la misma facilidad de un suspiro.
—Yo podría acompañarte —el acento de Lucas era diferente, americano. A su madre le había causado rechazo desde un primer momento, ya que odiaba ese país con todas sus fuerzas. Sí, aún incluso habiéndose casado con un americano. De repente, todas las miradas estaban en ella. Sintió la necesidad de hacerse una bolita y replegarse tanto en sí misma que terminase desapareciendo, pero no podía. Esconderse bajo la mesa tampoco era opción, y, además, había sobreutilizado la excusa.
Suspiró.
—Tengo que mirar mi agenda.
Las paredes del hogar de los Wingrave rugieron en respuesta, y la silla en la que se encontraba se apretó contra su piel. Gabrielle le dedicó una mirada de advertencia. No la provoques. ¿A la casa? ¿A su madre? No estaba del todo segura, nunca podría estarlo. No compartían techo desde hace algunos años, y solo Lucas vivía en ese sitio unos meses al año, pero la fuerza gravitacional de Wingrave Manor era tal que no se podían negar a asistir. Eventos, fechas señaladas, recoger algo que creían perdido con sus respectivas mudanzas… Cualquier excusa era buena para regresar a aquella casa infernal.
De los labios de la mediana de la familia, escapó un quejido adolorido. Eso iba a dejar marca. Había estado apoyada sobre los reposabrazos, que ahora se aferraban a sus muñecas como una manera de reñirle. El escozor no tardó en llegar a sus ojos.
Sí, la gente pensaba que eran una familia perfecta y normal. Muchos incluso pensarían que, entre sus rarezas, la peor era que escondieran a sus hijos menores. Pero se encontraba lejos de eso, en realidad. Ninguno había sido humano, a excepción del pobre Cyrus. Su propia madre evitaba darles las respuestas que pedían, pero ellos eran el resultado directo de los pecados de su padre. Monstruos, abominaciones, y la casa en la que vivían era casi peor. Un sacrilegio, anteriormente humano, que ahora se encontraba transformado en suelos de mármol y lámparas de araña. La energía que se respiraba en Wingrave Manor era pesada. Cada paso costaba horrores, y cada decisión, si no era tomada de acorde a los deseos de Ava o la propia casa, podría resultar en un dolor excruciante.
—Imogen —una súplica, procedente del menor. En sus manos estaba el poder de poner fin a su propio castigo.
Para desgracia de todos, tendía a ser cabezota. Cada vez iba a más, pronto estaría completamente cubierta en madera, retorciéndose mientras el aire continuaba cargándose de tensión pero sin que nadie hiciera nada. Gabrielle permanecía inmóvil, observando a su madre. Lucas se centraba en ella.
—Vale. Iré —apenas fue capaz de hablar, le estaban apretando los pulmones. Se sentía mareada, mientras la madera se alejaba poco a poco de sus extremidades y regresaba a su forma original como silla. Las muñecas le ardían bajo las pulseras ostentosas que llevaba, y juraba que se había llevado algunos mechones de pelo con ella.
El ritmo habitual de la cena volvió a ellos. Ava tomó su copa rojiza y le dio un sorbo, su hermana mayor, sin mirarla, cortó un poco del cerdo y se lo sirvió. Lucas sorbió de la sopa que tenían como primer plato. Habían estado en la transición entre el primer y segundo plato. Y ella, que tenía la garganta ronca, tuvo que cerrar los ojos antes de carraspear. Nadie decía nada, era como si no hubiera pasado. Se obligó a beber un poco del vino de su copa, dulce y embriagador. Se forzó a relajarse.
—Gabrielle —una nueva intervención, sintió a su madre y a su hermano mirarla de reojo—, ¿serías tan amable de pasarme la ensalada?
Y eso fue todo, eso era todo. No hablarían de lo ocurrido, ni siquiera lo mencionarían. Hasta la casa parecería olvidarlo, y esa misma noche, mientras se preparase para dormir (todos llevaban tres meses de vuelta en el hogar de su niñez, para acompañar a su madre), encontraría una tacita de su té favorito como forma de soborno. Y la vida seguiría sin más, día tras día, sin que nadie supiera la verdad sobre la familia Wingrave.
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