nenadocil
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No pasaban las tres de la mañana el julio que te encontré enraizado al suelo con las reliquias escondidas en un saco negro, el que compraste en la feria a mitad de precio. En la que te halagaron los pómulos con descaro, y después tomaste las revistas de la esquina para añadirla a tu colección. Esa que ahora ya no tocas mucho, esa que está debajo de tus revistas nuevas. Cuando hiciste el último collage, prometiste algunas cosas. No sé si las has cumplido, pero algo se acerca lo suficiente como para mendigar un parecido tosco y deformado, tanto que te creo. Te creo, te creo. Te juro, te creo.
Llevabas la vida suspendida en el abismo, a casi dos metros de una salvación segura. Y el camino era de tierra. Y te fuiste por donde las huellas de mi taco marcaron hondo hasta llegar a un núcleo. Tus falanges eran azafrán en primavera y mis caderas un diente de ajo en invierno. Corriste cinco cuadras cuando finalmente tus yemas cercaron el viento para menguarse en el costado de mi vestido, aquel que compraste en la misma feria y nunca me dijiste. Aquel que dejaste sobre la sábana de hierro cuando dejaste piel y hueso antes de cesar con las embestidas. Aquel que dijiste que se ceñía tanto a mi figura que podías crear una nueva composición desde el ángulo entre mis caderas y mi culo. No sé si lo has opinado con sinceridad, pero te creo.
Estamos en el caos que precede la calma, en el punto ciego del nudo diestro, en el enlace hábil de tu medio y mi anular, en la rigidez de tu mandíbula apretada. Este es el silencio que hace a las ausencias más tangibles, éste es el labor que ocupa el conformismo. Ésta es la forma en la que mejor muero en cada invierno cuando tu saco de feria aparece de nuevo en la esquina de la calle que siempre se llama igual. Y yo haré lo mismo que cada noche, ergo, haré lo mismo que cada minuto. Repasar el nombre neón de la calle que siempre acaba deletreando tu nombre, entonces la vuelta a la manzana será una manera de imaginarme revolviéndome en tu cuarto tras las partículas de hielo que se fugan de este incendio. ¿Responderías si pongo en la dirección allí donde descansa tu boca? ¿Está abierto el antro de tu cuello? Cada invierno es el mismo suicidio en el andén del Sur. Y yo escribo en mi epitafio que amén, que en vida he sido tuya y siendo tuya me morí.
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