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Soy el lobo feroz en algunos cuentos, en algunas vidas. Dicen que si el pecado se tatuase, no habría ni un solo ser limpio de tinta. Soy el huracán que arrasó íntegramente con todo, pero ninguna de mis palabras reconstruyó refugios, ni lágrimas ya abatidas. Nací más antagonista que heroína. Y aquí sigo, dando un paso más y aprendiendo de lo que hice, del daño que cometí y las promesas vacías que dije.

Soy lobo, del mismo modo que en toda mi esencia soy luna. Devolví el brillo a cuentos y vidas sombrías. Me desviví por ver sonrisas en miradas mustias y apáticas. Descongelé corazones, helados con el paso del tiempo, de los años y también de los daños. Soy humana, soy el resultado de cómo me tratas.

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Bendita Serendipia, que te amontonas en el pecho. Provocas huracanes y catástrofe a cada rastro que dejas. Rompes la razón de los incrédulos con tus palabras mordaces. Serendipia que llegas, que te quedas, que infundas tanto el temor como el amor más diáfano y no te postergas en lo más profundo de ese órgano que palpita. No dulcificas la realidad sino que la mitigas y haces más amena la vida. Jodida y desalmada Serendipia, que arrojas tu ancla cuando anhelas las mismas crónicas repetidas.

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Vérsame. No quiero medias historias, ni miedos, que de esos ya sobran por cada rincón de cualquier bar a las tantas de la mañana. Quiero mañanas que me hagan soñar despierta, susurros que me ericen la piel y despedidas con un “no dejaré de pensarte hasta que volvamos a vernos”. No vivamos atados por esas cadenas que se confunden con el amor, dejémonos volar con las alas rotas, porque necesitamos aprender a volar de nuevo. Déjame llamarte cien veces al día para no olvidar el sonido de tu risa, rozarte hasta memorizar cada una de tus imperfecciones y hacerlas mías. Bésame con la mirada y hazme el amor con palabras, que yo prometo hacer lo mismo. 

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Me quedo con esas miradas que encuentras muy pocas veces en la vida, las personas que miras a los ojos y se te olvida el mundo entero, con las que te sientes cómodo, a salvo y en casa, sin saber siquiera su canción favorita, o si prefiere té o café por las mañanas. Esas que te remueven las entrañas pese a no tocarte con la yema de sus dedos, pero que cuando finalmente lo hacen, se paraliza tu mente. De las que aparecen de la nada, sin buscarlas, y son un suspiro de aire fresco. Las que puede que acaben siendo millones de momentos o tal vez solo unos pocos. Pero, una parte de ti sabe que si la vida lo acaba queriendo, podréis ser eternos.

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If, however, your feelings have changed, I would have to tell you…

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Somos la rabia en la voz rasgada de Kurt Cobain, la mirada niñada en los ojos de Michael Jackson. Somos el éxtasis dentro de Marilyn Monroe, la destrucción en la prosa de Shakespeare. Somos la armonía en las manos de Mozart, la apreciación de la belleza de Francisco de Goya. Somos la resistencia de Vincenzo Moscatelli, las palabras sin tapujos de Bukowski. Somos el feminismo de Frida Kahlo, el camino recorrido en la luna de Neil Armstrong.

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Que mal os sienta la igualdad a aquellos que siempre lo tuvisteis todo. Que mal os sientan los mismos derechos, los mismos salarios y las mismas oportunidades. Que mal os sienta quitaros los anillos y fregar el suelo, pero que mal me sienta a mí que eso lo consideréis caer bajo. Que mal me sientan las injusticias. Que mal me sienta que me digan “mujer tenías que ser”. Que mal me sienta la superioridad, la soberbia y la falsa modestia. Que mal me sienta que me exijan arreglarme, maquillarme y tener un cuerpo de revista. Que mal me sienta no tener las mismas oportunidades que personas que ni siquiera las valoran. Que mal me sienta que la gran juventud prefiera perderse en una noche de alcohol y fiesta, antes que en una buena novela. Que mal me sienta la política, el maltrato animal, el machismo, la homofobia y las mentiras. Que mal me sienta que unos tengan tanto y otros tan poco en esta vida. Que mal me sienta que se busque más una noche de sexo, que una noche de charla con el corazón abierto. 

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Hoy me he acordado de ti, de tu sonrisa, de tu pelo, de tus estúpidas manías que me ponían enferma, de tus pecas y también de tus lunares. Recuerdo todas las veces que nos reíamos hasta que nos dolía el estómago, de todas las veces que llorábamos y el hombro del otro era nuestro único refugio, de esas noches que podíamos quedarnos hablando hasta el amanecer, y a la siguiente noche también. Recuerdo tus palabras, pero aún más tus actos, porque me lo demostrabas todo. Recuerdo que eras mi principal apoyo, mi confidente, mi amante. Recuerdo cómo hablábamos de un futuro en el que la vida era más sencilla de lo que realmente resulta ahora. Me desnudaste el alma como nadie lo ha hecho jamás, me amaste por encima incluso de ti, me diste tu corazón en una bandeja. También recuerdo por qué me fui. A veces te vas no porque el amor acabe, sino porque ya no puedes más. Si seguía amándote así temía no volver a encontrarme a mí misma de nuevo. No sé si eres el amor de mi vida, pero sí eres el amor que me cambió la vida. Y si sé que no teníamos nada que envidiarle a cualquier historia de hoy en día. 

Me he acordado de ti. Sin más. Algunos días lo hago. No porque te eche de menos, no porque te necesite, no porque aún te ame; simplemente me acuerdo.

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Lo siento.

Dos palabras que llegan tarde, siempre llegan tarde. A veces porque se te hacen un nudo en la garganta tan grande que no eres capaz ni de tragarlo con agua, otras porque te preguntas “¿qué más da?, ¿qué importa ya? No cambiarán nada”. Primer error, cambia, siempre cambia. En algunos momentos llegan en formas de lágrimas, creando cataratas a nuestro paso, otras veces vienen en forma de rabia, de esa rabia tan acumulada en el pecho que no puedes ni mirarte al espejo, en otras ocasiones las he visto en forma de sonrisa. Hay gente que las pronuncia con una importancia más efímera que sus mismos te quiero, en otros puedes ver cómo las palabras palpitan en sus pupilas. Pero tenemos miedo, mucho miedo. De ese que nos hace vulnerables y nos deja desnudos ante el ojo ajeno. Por eso callamos, damos por hecho y exigimos antes de dar nada, y así perdemos el tiempo. Tiempo para reconciliarse, para reírse de nuevo, para disfrutarse y no alzar los puños. De ese tiempo que qué más da, que lo desechas como si las agujas del reloj te sobrasen, como si cada una fuese la excusa premeditadamente perfecta para crear un baúl en el que guardas la poca humanidad que te queda. 

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Una vez alcancé el Nirvana por milésimas de segundo, después caí a las puertas del Infierno. A la décima vez de intentar huír de todos mis demonios, de escalar las rocas para llegar al Paradisum del que siempre hablan, de buscar una mano a la que aferrarme, comprendí algo. Tardé diez caídas en darme cuenta que ninguna mano me proporcionaría esa escapatoria, sólo la mía. Así que tardé diez segundos en elegir, y me quedé en el lugar al que siempre había pertenecido. Abracé a mis demonios con fuerza y nunca más huí de ellos.

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Hay gente que además de gustarle tu cuerpo, también le gusta tu alma.

Y además de quererte los sábados, también te buscan los domingos.

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Hey, soy yo de nuevo. Sé que hace un tiempo que no te escribo. Ya sabes, las prisas, la vida, el tiempo. Me gustaría poder contarte tantas cosas, como que por aquí todo sigue más o menos igual, pero no del todo. ¿Recuerdas esas personas que dijeron que nunca se irían? Al final se fueron, o yo las eché, aunque dicen que el orden de los factores no altera el producto.¿Recuerdas lo que me mataba? Ahora hay una cortina tan densa que no puedo ver qué era.

Me encantaría que me vieras con las personas que quiero, cómo me hacen amar la vida. Me gustaría contarte que aún pongo la música a todo volumen para no escuchar mis pensamientos, aún sigo riéndome de ese chiste que no le hace gracia a nadie excepto a mí, aún tomo el café con dos cucharadas de azúcar y salgo cuando huele a tierra mojada. Ojalá pudiera decirte que todo sigue igual y que todo ha cambiado.

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She just smiled. You know, that fucking smile, that means “You don’t know me at all, and you never will.”