nonsprikles
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Impermanent as always, mindfull from the moment I got conscience.
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La forma en que resaltan tus ojos verdes
Con esa camisa blanca.
Quiero quitartela
O que me folles con ella
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Papás;
Nunca les dije lo mucho que me aburría la escuela. Si les digo que no aprendí absolutamente nada, es verdad. Yo nunca amanecía con ganas de ir a la escuela, tampoco de hacer tarea. En clase, me la pasaba divagando mentalmente, leyendo o escuchando música a escondidas.
La escuela para mí no tenía sentido. Todo lo que nos contaban en clase de historia o geografía era absurdo en mi mente. No veía el caso en aprender historia de países colonizadores, pero no nos enseñaban nada de aquellos otros países lejanos y misteriosos. Hoy veo que yo tenía razón.
Las ciencias nunca se me dieron porque nos las enseñaban por método de memorización forzada y yo no puedo memorizar solo porque sí. O quizás puedo, pero mi cerebro se rehusa a hacerlo.
Saben? Mi cerebro funciona de una forma peculiar. Tiene sus propias reglas y si la actividad no se alínea con ellas, simplemente se desconecta. No colabora. Eso, por mucho tiempo, me pareció problemático, pero ahora lo veo como la cosa más maravillosa.
No me gusta seguir órdenes. No me gusta hacer cosas que no tienen sentido. No me gusta que me digan cómo hacer las cosas. No me gusta que me digan que no puedo hacer algo; de hecho me dan muchas ganas de hacerlo nada más porque me dijeron que no tenía que hacerlo.
Nunca he sido ni seré de promedios perfectos ni diplomas, pero soy muy inteligente. Eso también lo descubrí de niña.
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Papi;
Hoy, en tu cumpleaños y dado que es tu culpa que una de mis obsesiones de la vida sea la lectura, específicamente los cuentos, decidí que este año te escribiré un cuento. También porque en años anteriores ya te he escrito cientos de cartas donde repito cientos de veces lo mucho que te quiero y lo importante que eres para mí, y hacerlo una vigésimo cuarta vez ya es falta de creatividad.
He aquí tu cuento;
La pasiflora
Érase una vez que se era un campuruso que todos los días salía a regar sus extensos sembradíos. Pasaba por los rosales, atravesaba los montes hasta llegar a donde estaba la lavanda. Recogía un puñito de menta y otro de romero. De regreso, saludaba al jazmín que, dicho sea de paso, se llevaba muy bien con la huele de noche y así recorría sus tierras que semejaban un hermoso mar verde con barquitos de colores que se asomaban por todas partes.
Una mañana de otoño de esas con sol que quema, pero no calienta, escuchó el campuruso un disturbio que lo arrancó de sopetón del sueño velado en el que se hallaba. Después de ponerse sus botas para el jardín, su overol desgastado y el primer sueter que cogió sin ver, salió presuroso a ver qué era aquel batuburillo.
Sorprendió, pues, a todas sus plantas amontonadas en torno a un chirrisco matorralcito. Confundido y ligeramente intrigado se acercó a la planta para preguntarle su nombre y cómo había llegado a su vergel. "Holi, señor campuruso, soy una pasiflora" respondió el montoncito de hojas y ramitas. "No sabría decirle a ciencia cierta cómo llegué aquí, creo que me perdí". El campuruso, que pese a todo su conocimiento de plantas, jamás había oído hablar de aquella peculiar criatura, tomó un puñito de tierra y arropó a la pasiflora entre sus manos. Había decidido que, mientras averiguaba de dónde provenía aquella planta, cuidaría de ella y se aseguraría de que sobreviviera.
Así pasó el tiempo; al principio la pasiflora se comportaba como cualquier otra planta, sin embargo, eventualmente el frasquito de vidrio donde la había sembrado por primera vez comenzaba a quedarle un poco apretado. "¡Auch!" Se quejó un día la pasiflora. "Señor campuruso, creo que necesito un espacio un poco más grande para poder seguir creciendo" a lo que este, con cierto recelo, accedió sin dejar de pensar que un mayor espacio significaría poner en peligro a su querida pasiflora.
La primera noche que la pasiflora pasó en el exterior, intentaron atacarla una horda de luciérnagas, que se sintieron atraídas por su peculiar aroma. La pasiflora, lejos de acobardarse, aferró sus raicítas a la tierra como nunca antes y con ayuda de su amigo el viento, logró deshacerse de las luciérnagas.
Mientras le narraba su primera gran aventura al campuruso, a este se le iba descomponiendo el rostro por la angustia. "No prefieres que te regrese al frasquito de vidrio?" El campuruso ignoraba que la pasiflora ya no cabía en aquel envase. Ella sólo rió y lo miró con ternura.
El campuruso adoró la rebeldía incontrolable de la pasiflora, reconoció en ella la valentía que él mismo le había inculcado esos primeros días en el frasquito. Cuando todo era incierto.
Desde ese momento y hasta el día de hoy, la pasiflora sigue creciendo al lado de la casita del campuruso, quien la riega, la poda y la observa con cariño. Ambos saben que se acompañan en esta vida.
Creciendo uno siempre junto al otro.
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Escribo por escribir
Para ver si un día de estos
Me sale un poema de amor
Corriendo arrebatadamente de la punta de mi lápiz favorito. Mordido. Sin goma.
Escribo por no pescar
Un resfriado en el alma resultado de tragarme los mocos de mi amor por ti. De nunca escupir estas flemas. La esperanza a cuentagotas.
Escribo. Por si de pronto es la última vez que estoy tan próxima de tus dientes,
Tener una última palabra preparada que obsequiarte. Aunque no la escuches. Porque no la diré.
Porque mi garganta estará demasiado ocupada
ahogándose con los mocos llenos de nostalgia
que inflaman y obstruyen el paso del aire y de las cosas por decir.
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Yupanqui;
No sé qué haces
Buscando llenar mis huecos
Con cubetas vacías
No sé qué hago
Remachando tus heridas
Con agujas sin hilo
No haces más que lastimarme
No hago más que mentirte
Mis lágrimas suenan
En el eco de tus promesas
Recorremos el sendero
Que hace rato se acabó
Pero igual estoy
Pero igual estás
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Tipi-tapa
Tapa-tipi
En mi ventana
En mi ciudad
Moja la ropa
Lava las calles
Da de tomar
A los insectitos
Tapa-tipi
Tipi-tapa
A los amantes
Suele obsequiar
Un buen pretexto
Para acercarse
Y refugiarse
En cualquier techo
En cualquier bar
Tapa-tipi
Tipi-tapa
Baila la lluvia
Samba y pagode
Mientras saluda
A Iemanjá
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Gracias
Por ayudarme
A encontrarle la belleza
A los ojos de color
A distanciar, con amor, de mi mente
Mis prejuicios
Y entender
Que puede haber vida,
Puede haber cariño
Incluso ahí,
en unos ojos de color tan malvado.
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Me es tan difícil
Ver mi vida sin ti
Porque, tú, mi vida,
Eres el reflejo de mí.
La cosmogonía compartida,
De los sueños por venir.
Lo absurdo de las cosas,
Atribilladas, comprendidas,
transitadas y perdidas.
Entiende pues, vida mía,
Que mi vida sin ti no es,
Porque lo que más me puede,
Es verte ausente de mí.
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Conjuro hoy, en luna, un hechizo de amor
A ti, luceros verdes, te sostengo,
En el mar de sangre, lágrimas y saliva
A ti, hijo de izquierdistas, te amarro,
En una telaraña hecha con el líquido que escurre por entre mis muslos
Tus manos que bailan con las mías con coreografías nuevas a cada reencuentro,
Hoy pongo mis manos en mi paraíso y te invoco entre fantasías
Para que no te vayas. Para que nunca puedas irte.
Seré hasta tu muerte tu más grande amor. Lo determino por el poder que me confieren mis ancestras que se toman de la mano y hacen una ronda en torno mío y se elevan y comparten mis lágrimas, mi llanto, mi sangre, mi sensualidad.
Madre Iemanjá. Naná Buruque. Sostengan mis amielados pechos para formar montañas donde camine descalzo el hombre que amo. Extiendan mi abdomen y formen el prado donde se echará a dormir mi amado. Poden mi pubis para que, como un durazno, dulce y jugoso, se alimente mi siervo.
Las lágrimas que por ti derramo te ahoguen y náufragues en mis nalgas.
La tormenta emocional te hostigue y hayes consuelo solo entre mis brazos
El deseo te deje ciego y el camino lo marque mi voz
Por la magia de todas las mujeres que se entregan.
Así sea.
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Ya había olvidado lo que se siente tener el corazón roto.
Una presión en el pecho. Que no se quita.
Los vidrios de los ojos despedazados como si les hubieran dado con un bate de béisbol.
Y sin embargo, en el fondo. El dolor de la negociación entre la resignación y la esperanza. Porque es en los momentos de mayor tristeza, donde la esperanza arde más.
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Duele.
Duele ahí donde no estás. Donde nunca estuviste y siempre quise que estuvieras.
Me duele mucho. Arde. Ya no quiero que duela.
Duele demasiado.
Me dueles. Eres como una puta astilla.
Quítateme por favor.
Dueles. Ardes.
Es un dolor físico. Un hueco.
Son escalofríos.
Duele.
Me duele la cabeza. Me dueles.
Duele
Duele
Duele
Ya no quiero
Me dueles en las posibilidades
En las horas
En los bailes
En las canciones
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Algo en el estómago.
Un batiburrillo en el estómago. Que avieso me advierte lo que tú de principio determinaste. Antes de probar mis besos. Iemanjá entrando en tu vida con su tormenta.
El fuerte que se erguía tras cerrar tu puerta. La lluvia decantada por la vulnerabilidad de tu nube, sembró lo que sea que crece hoy aquí. Algo en el estómago.
Tu lluvia y la mía.
Lo ahogamos.
Las flores son parte de la planta. No se arrancan.
Resta lo que fenece. Algo en el estómago.
Zorrita, enséñame a hacer como tú en los bosques de coníferas helados donde el norte desaparece.
Llévame a transitar el duelo en aquella casa erguida sobre patas de gallina. Una anciana me espera. Borra mi paso por su vida. Que no quede recuerdo en su mente de lo que fue.
Solo una cicatriz. En su boca.
En el estómago. El hueco. La ausencia.
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Ahora solo "tengo" los pájaros del árbol de enfrente de mi casa que vienen a comer a mi balcón.
También tengo los insectos que he rescatado. Vivos o muertos. Están aquí. En el espacio que habito. En los recuerdos. En mi casa que es este lugar que se extiende cada que visito un lugarcito nuevo.
Tengo, los arboles que me dan sombra y me acompañan a almorzar. Y su tierra. Que se me mete en las uñas para decir "hola" y me regala su olor que permanece tan solo unas horas para que regrese después por más.
Tengo el norte, que siempre me espera y nunca se acaba porque siempre hay más norte después.
Tengo el desasosiego de no saber si volveré a tener un centro de gravedad hacia el cual caer.
Tengo el recuerdo de haber tenido, y la certeza de que lo propio no existe. Ni siquiera yo. Porque soy cachitos de todos los besos que me han dado y los abrazos que no supe pedir.
La ausencia también crea, cuando es lo suficientemente severa.
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El viernes de la semana pasada.
El viernes de la semana pasada después de las 8pm.
El viernes de la semana pasada después de las 8pm. Hay pensamientos bastante confusos en mi mente y al mismo tiempo todo es tan claro.
La secuencia de eventos en realidad es simple. Salimos de clase, fuimos a bailar y terminamos en tu casa. Lo que pasó en el inter, eso es lo confuso. Y también lo tengo bastante claro; quizás no en concepto, pero en sensaciones.
Como cuando iba en la secundaria y escribía las i latinas con un corazoncito en vez del punto de encima. No sé cómo empezó a suceder, pero sé que se sentía bonito.
Recuerdo cómo se siente bailar contigo. De hecho tengo muy claro qué se siente mi estatura respecto de la tuya. Tuve suficiente tiempo para concientizar la distancia. Tuve suficiente tiempo cerca tuyo.
Recuerdo verte verme. Había mucha gente viéndome ese día y yo solo podía regresar a la única mirada que me interesaba tener encima. Literal y metafóricamente, pero eso sucedió después.
Y luego el metro. Cuando estaba decidiendo entre irme a mi casa o irme a la tuya, aunque en realidad no me era necesario. Y nuestra telepatía. Eso también lo recuerdo. En 10 segundos todo estuvo claro y al mismo tiempo todo era una posibilidad, incluso el que no pasara nada. Tus ojos me decían que me quedara. Y me quedé.
Después tu casa, las conversaciones con mis amigos y el frío y las risas y el humo del cigarro y el olor de la mota y el sabor de la cerveza y el vaso roto y la música de fondo. No éramos tú y yo. Eramos todos. Eso fue lindo. Hasta que la cerveza y la desvelada hicieron efecto y yo solo quería un lugar para dormir.
Espera, hubo un instante, en tu cocina. Te acercaste y yo me acerqué, pero no pasó nada. Bueno, se siguió acumulando tensión, como cuando las placas tectónicas.
Y luego dieron las 4 de la mañana y todos queríamos dormir. Sobre todo yo. Te prometo que quería dormir. Y eso hice. Me quité la chamarra, los zapatos, los calcetines, el pantalón y me acosté en la orilla más alejada de ti posible, pensando en hacer todo lo menos incómodo posible, pero, al final, tú decidiste que durmieramos juntos. Tengo el vago recuerdo de que me paseaste por 2 sitios antes de decidirte por tu recamara.
Finalmente el acercamiento. Yo ya estaba dormida, no recuerdo casi nada, solo que de repente me estabas acariciando con tus manos y luego con tu boca y luego me vi cubierta de tus brazos y tu cuerpo como si hubiera pertenecido ahí de otras vidas. Tu calor me fue tan familiar. Y aún así, el beso no llegó o si llegó, no me enteré.
El día siguiente caí en cuenta de lo que estaba sucediendo, pero tenía demasiado frío como para ocuparme de mis sentimientos. Tenía frío porque me dió vergüenza pedirte algo para ponerme al dormir.
No sé en qué momento te besé o me besaste o nos besamos, pero ya no pudimos parar. O no quisimos.
Luego me fui. Y ahora no sé cómo fingiré que nada de eso sucedió. No sé cómo fingirás tú. Tú eres el actor. Yo solo soy lista.
Muero de ganas de ese momento de tensión, prohibición, miedo, indiferencia.
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Las noches con temperatura y escalofríos son, de alguna manera, la experiencia más maravillosa.
El cuerpo se limpia solito. Despiertas empapado en sudor. Y en ese sudor se fue todo. Como renacer. Como renovar.
No recuerdo la última vez que me dió temperatura, pero sí recuerdo que también fue estando con él. También fue cuidada por él. Como si mi cuerpo supiera más que mi cerebro que aquí estoy bien. Que no pasa nada. Que puedo llorar, quebrarme y volver a intentarlo.
Sobrevivir es más bonito con él.
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¿Qué piensas de mí?
Me lo preguntas para elevar tu ego? Me lo preguntas para escuchar lo que ya sabes? Me lo preguntas porque genuinamente no tienes idea de lo que pienso de ti? De usted?
Pienso que deberías escribirme. Deberías construir un castillo de metáforas y parábolas y redundancias.
De hecho, pienso, no... Siento de ti más de lo que podría llegar a pensar de ti. Porque mis pensamientos quizás podría contabilizarlos y definirlos y ordenarlos, pero mis sentimientos no. Esos ni siquiera los tengo identificados. Esos no podrías escribirlos ni tú. O sí?
Redundame la vida. Eso pienso.
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Sabe?
Llevo dos días reproduciendo el audio que me mandó. El último. En el que me nombra de una forma particular. Como si quisiera, a través de mi nombre, decirme algo. Y yo lo entiendo y, al mismo tiempo no.
En su amabilidad identifico algo diferente que no logro señalar del todo. Ni creo lograrlo. Pero es como si cada vez que vuelvo a escuchar la forma en la que se dirige a mí, algo pasara. Algo encajara por un momento y volviera a desencajarse casi de inmediato.
También he estado escuchando el audio que yo misma le mandé. Creo que es el primer audio que le he mandado, pensándolo bien. Me pregunto cuál fue su reacción al recibirlo y escucharlo. Leyó en mi voz lo mismo que yo en la suya? Un poco de verdad y un poco de mentira. El amor, al final es, una gran mentira. Una muy divertida. Y a mí me gusta mentir. No por malicia, pero por la adrenalina que me genera. Por el rush. Por el high. Solo por eso. Me gusta casi tanto como salirme con la mía. Como retar a la autoridad.
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