Bienvenido a este espacio que está dedicado puramente a celebrar nuestro amor. Acá vengo a tratar de plasmar la forma inmensa en la que te amo.
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Para abrir esto me gustaría dejar esta canción por acá. Sí, me tomé el atrevimiento de tomar una de las canciones (de Taylor) que más me identifican cuando pienso en lo locamente enamorada que me siento de vos.
“My name is whatever you decide and I'm just gonna call you mine.”
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Yo no soy ninguna experta, pero creo que estar enamorado es algo más. Es sentir un cosquilleo en la tripa cuando la ves. Y no poder dejar de mirarla. Echarla de menos incluso teniéndola delante. Desear tocarla a todas horas, hablar de cualquier cosa, de todo y de nada. Sentir que pierdes la noción del tiempo cuando estás a su lado. Fijarte en los detalles. Querer saber cualquier cosa sobre ella, aunque sea una tontería.
¿Sabes Rhys? En realidad, creo que es como estar permanentemente colgado de la luna. Boca abajo. Con una sonrisa inmensa. Sin miedo.
Alice Kellen, Nosotros en la Luna.
Conocerte, Benicio, fue colgarme de la luna. Boca abajo. Con una sonrisa inmensa. Sin miedo.
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En tus labios sonó diferente. Como cascabeles agitándose. O miel derramándose. Jamas hubo nadie que pronunciase mi nombre como tu lo hacías, con esa delicadeza y fuerza a la vez.
Alice Kellen, El chico que dibujaba constelaciones.
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Entendí que éramos dos estrellas perdidas en un firmamento inmenso que se habían encontrado por casualidad.
Alice Kellen, El chico que dibujaba constelaciones.
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Tiempo después llegué a pensar que fue cosa de magia. Que, aquel día, cuando pasé por tu lado en esa calle, alguien nos lanzó un hilo invisible que nos conectó a los dos y nos mantuvo sujetos con fuerza.
Alice Kellen, El chico que dibujaba constelaciones.
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Sentí que todo, todo lo demás, el mundo exterior, dejaba de ser importante. Porque allí estaba él. Yo. Nosotros. Una canción en francés que no entendía. Una ventana hacia el cielo. La sensación de sentirme bien, de tener los pulmones llenos de aire. Esa emoción.
Alice Kellen, Nosotros en la Luna.
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¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti? Que me dejaste verte desde el principio, sin pedir nada a cambio, sin esconderte.
Alice Kellen, Nosotros en la Luna.
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Supongo que cada acto, cada detalle, cada decisión nos guió a un destino diferente, uno que a veces puede cambiarlo todo cuando menos te lo esperas.
Alice Kellen, Nosotros en la Luna.
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Nunca me había cruzado con alguien que tuviese tanto que decir y que a mí me apeteciese tanto escuchar.
Alice Kellen, Nosotros en la Luna.
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Te conocí y comencé a sentir que toda la vida había vivido con los brazos vacíos, que llevaba una eternidad extrañándote. Mi alma estaba pidiendo a gritos por la tuya, incluso antes de ser consciente de ello.
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Es un chico que carece de sentido.
Un chico totalmente ilógico.
Es un rebelde con causa.
Un revolucionario de alma libre,
y lleva como traje la tela de sus arcoíris.
Te toma de la mano,
y te lleva a ver el paraíso
con vista a su mirada.
Lleva una sonrisa que sirve de brújula,
y tiene todo un jardín en plena primavera clavada en el pecho.
Si vieras como va por la vida,
te quedarías algunos atardeceres mirándolo mientras él se va escondiendo en su oscuridad.
Si hay algo que tiene por montones son sus destellos de magia,
que te hace querer ser mago,
para saber cuál es su truco.
Es un chico que está en pedazos,
y alguien le ayuda a reconstruir sus ruinas.
Es un espectáculo y tú el espectador,
es un problema y tú su matemático,
es una tormenta y tú su Pluviophile,
es una historia y tú su historiador,
es un misterio sin resolver y tú su investigador,
es una enfermedad y tú su cura,
aunque, la cura; sabe perfectamente que él es su enfermedad.
Pensé que esas clases de chico no había,
que eran producto de mi imaginación alimentada por libros,
hasta que él tocó a mi puerta,
y no me dio tiempo para organizar mi vida,
y me encontró al borde del colapso.
Él,
que es la estrella perdida de un cielo fugaz,
que es un efímero momento de sonrisas eternas,
que es la bella utopía de un completo desastre,
que es la flor tranquila en mitad de la guerra,
que es la primavera en invierno.
Él… que es precioso sin siquiera intentar parecerlo.
Sé que es uno chico que pasa sólo una vez en la vida,
y por eso, no lo dejo pasar.
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—Mi corazón te pertenece —susurró él, y un escalofrío descendió por la espalda de Cath.
Marissa Meyer, Heartless.
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—¿Qué eliges? —susurró él, y aunque estaba tan lejos, ella alcanzó a oírlo con claridad. Esperanza y deseo, tanto deseo.
—A ti —le susurró Cath a su vez, y aunque su voz apenas llegaba a los propios oídos de Jest, ella vio el brillo encendiendo la mirada del joven—. Por sobre todas las cosas, te elijo a ti.
Marissa Meyer, Heartless.
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De pronto, Jest la tomó, aplastando su boca contra la suya. Cath arrojó los brazos alrededor de su cuello, gozando con la manera en que su corazón se expandía como si pudiera consumirlos a ambos.
—Yo también te amo —susurró él en los espacios entre un beso y otro, y otro más—. Yo también te amo.
Marissa Meyer, Heartless.
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—No encuentro las palabras adecuadas para expresar las ganas que tengo de pasar una vida a tu lado, y todas las cosas imposibles que te haré creer.
Marissa Meyer, Heartless.
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—No fue mi intención ofenderte. Una carcajada como esa vale más que el oro para un hombre de mi condición. Haré que el objetivo de mi vida sea volver a oír ese sonido. Si te place, todos los días. No... dos veces por día, y por lo menos una vez antes del desayuno. Un joker real debe proponerse las más altas metas.
Marissa Meyer, Heartless.
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—Eso no fue lo que dije —exhaló Cath.
—Lo sé, pero estoy deseando que haya sido lo que sentiste —él se pasó la lengua por los labios, un movimiento pequeño y cruel que provocó en Cath un cosquilleo en sus propios labios—. No puedo dejar de pensar en ti, Lady Catherine Pinkerton de la Ensenada de la Tortuga de Piedra. Lo he intentado, pero es en vano. Me has cautivado desde la primera vez que te vi en aquel vestido rojo, y no sé qué hacer respecto de ello, salvo emplear todas las habilidades a mi disposición para tratar de cautivarte yo también.
Marissa Meyer, Heartless.
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