pilirocs
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Hay algo que me deja frustrada.
Es mi tiempo y es el tuyo, son los huecos que no enganchan, es esto que nos entra en el corazón pero no en la vida material. Son las pocas horas que paso en el sillón de tu living y los meses que pasaron desde la última vez que desayuné en tu azotea, escuchando un bolerito. Y tu mensaje que aparece de la nada, golpeando desde el otro lado, diciendo que estás ahí y que sí te importa y que intentás abrirte paso en el muro de mi enojo al que no le puse puerta. Son mis falsas ilusiones de horas y de meses y lo que se destruye cuando me despierto en tu cama a las seis de la mañana. A veces creo que nos estamos yendo. Es la teoría del por qué que me armo y a veces tiene sentido. Es el miedo de mostrar mínimamente mi carne, de decir te quiero, de sacarme el corazón y que no quieras quedártelo.
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Cicatrices
4 - La rosa (2017)
Ya pasaron tres años y todavía no me hice otro. No por el dolor, ni nada, sino porque la rosa soy yo y no quiero opacarla con otros tatuajes.
Nunca supe por qué, pero siempre tuvo sentido. Es la tapa de los cuentos de Oscar Wilde, que tiene ilustrados el ruiseñor y la rosa. Es la rosa roja que me regaló Ceci en un cumpleaños, porque el rojo era el color favorito de las dos. Son las rosas decorativas que usaba mi abuela y las rosas que nos regalaron a mamá y a mí un día después de morirse mi otra abuela.
Caí un viernes a Tatuajes 26, muerta de calor, y tuve que empezar las clases con el brazo enrollado en film. Decidí nunca más tatuarme antes de abril.
3 - La mancha (2007)
Ese verano me salió una manchita. Tuve que llevarla a todas las playas, siempre molestando, siempre haciendo que me preguntaran. Parecía un moretón, justo en el puño, como si hubiera embocado a alguien.
Dermatólogos, cremas, alergistas, farmacias, más gente preguntando. Una crema que sí servía siempre que la usara con constancia.
Ahora reparo en que pasó tanto tiempo, si calculo que recién a principios de 2011 me mandaron una biopsia. Ese mismo sábado tenía una dos fiestas de 15. En las dos tenía que bailar el vals y recibir velitas (con sus respectivas fotos), con un punto y una curita en el lugar más random de la mano.
La mancha no volvió. Sigo teniendo la cicatriz de la biopsia, un óvalo brillante abajo de mi índice izquierdo. Nunca me dijeron qué era.
2 - El patio (2005)
En el primer colegio al que fui las clases terminaban a las 5, pero nos dejaban quedarnos hasta las 7 mientras llegaban nuestros padres. Papá cerraba la veterinaria a las 7 y mamá llegaba desde la Ciudad Vieja a la misma hora, así que Paz y yo la esperábamos para volver las tres juntas a casa.
La espera siempre se hacía rápida y siempre éramos los mismos, los que no llegaban a ver ninguna de Cris Morena porque eran temprano.
Ese día estaba Matías, un pibito de mi clase que más o menos me gustaba. No tengo recuerdos de que se quedara hasta tarde otras veces.
En el patio (horrible, todo de cemento pintado de verde) habían puesto un juego, también horrible, de tubos de hierro pintados de colores. Ya había oscurecido y Matías y yo nos quedamos solos ahí. Nos colgamos del juego y desde ahí solo recuerdo un golpe seco: el de mi mentón contra el piso. Sí, me la di en la pera. Literal.
Me chorreaba la sangre y no quiero acordarme del dolor. Solo sé que no hicieron nada. Esperaron a que mi madre llegara y listo, como si no se me hubiera abierto un boquete en la cara. Mamá me llevó a casa, me habrá limpiado y listo.
Nunca me vio un médico. Al día siguiente fui al colegio con la pera abierta y un huesito asomando. ¿Por qué no me cosieron?
1 - La primera (¿1999?)
Sería el año 99 o 2000, apenas después de que empecé a tener registro de mis recuerdos.
Estaban Florencia y Santiago, los hijos de mis padrinos. Estaba Paz, mi hermana, y, si no me equivoco, Ramona, que nos cuidaba.
No voy a entender nunca cómo me hice tal rayón en la rodilla con la pata de un sillón. Cada vez se ve menos, pero la cicatriz era enorme, del mismo largo que mi rodilla. No sé cómo me lastimó tanto la pata de madera; creo que me raspé a propósito, para ver si me lastimaba, y me lastimé.
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BONUS TRACK - Instant karma (la de mamá)
Es noviembre de 2010. Hoy es la fiesta de graduación de Paz. No la ceremonia, misa, llanto y toda la boludez: solo su festejo con sus compañeros.
Pero todavía es temprano y Paz no está ni cambiada.
Estoy arriba, en mi cuarto. Mamá me dice algo desde abajo. No sé qué contesto, pero sé que no es nada que amerite que mamá venga corriendo a pegarme.
Pero lo hace. Sale desde el otro extremo de mi casa, fuera de sí, directo a subir la escalera. Hay una piedraza trancando la puerta cancel para que no se cierre. Mamá no la ve (aunque es probable que la haya puesto ella), se cae y se da la frente contra una arista de la pared, la pared rústica y maciza de casa, que le deja una raya horizontal arriba de un ojo.
Mamá nunca llega a mi cuarto, grita, papá la sube al auto para ir a la emergencia, moelsto porque van a pensar que él le pegó. Yo no siento culpa, si ella pensaba golpearme pero se golpeó a ella misma antes.
Quedo sola con Paz y ella sube a pedirme mi planchita. No es momento de negarme a prestarle algo.
Por delante, mamá tiene meses y meses de Cicaplast y de taparse con el pelo, pensando que la cicatriz nunca se va a ir. Yo tengo más meses de todos culpándome a mí.
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Carta I
El año pasado quemé una remera tuya. No fue por maldad. No sé si me creés que fue para una clase de publicidad, pero es cierto: nos dijeron que lleváramos algo que ya no quisiéramos, y tus cosas ya estaban pasando a la dimensión de lo que ya no da devolver, porque pasó mucho tiempo, o porque no sirve para nada, o porque no quiero que lo confundas con un pretexto para verte. Siempre odiaste esa remera y yo ya no la usaba ni de pijama, así que la busqué en el estante del placard lleno de cosas que no uso. El resto de tus cosas las tiré hace poco. No los recuerdos, solo las cosas que eran tuyas.
Te juro que no fue por maldad. Yo ni siquiera sabía qué íbamos a hacer con esas cosas. Igual, no te voy a mentir, un poco me lo imaginaba. Pero no te quemé a vos, ni nos quemé a nosotros. En el momento lo disfracé de “lo que quemo es una forma de relacionarme”, y a su vez no te lo adjudiqué a vos sino a mi última relación. Fue mi forma de pedirle perdón por no haberle avisado a tiempo que ya no estaba con él. Pero no tenía cosas suyas, porque fue un chonguerío corto, y el ejercicio me servía de excusa para deshacerme de lo que ya no daba devolverte.
No sé en qué momento del día me acordé de que justo era tu cumpleaños. Pero cuando vi ese tacho enorme lleno de cosas ardiendo, y tu remera dejando de existir, y el humo que subía, me vinieron unas ganas incontrolables de llorar. Me tuve que encerrar en el baño de arriba. Por más que repitiera una y otra vez que no te estaba quemando a vos, sabía que era una forra. Hasta hoy pienso qué decirte si alguna vez me pedís que te la devuelva.
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Ingratitud
No sé qué pasó, pero en un momento del show me di cuenta de que me estoy olvidando de las letras de tu banda. Tampoco es que fuera a cantarlas. Pero sí sé que la mitad son hacia alguien totalmente despreciado y se me cruza por la cabeza si alguna puede ser para mí. Es paranoia, tranquila. Nada es para vos. Cuando el resentimiento llega a su punto máximo me voy, quiero llorar un poco, dejo a todos cargando sus equipos y me escapo. Caminamos cuadras y cuadras y yo hablo poco y no muy bien, porque creo que ya no quiero ir a verte más.
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Me saludaste con un abrazo y tuve miedo de que escucharas lo rápido que me latía el corazón. Fue raro que no me preguntaras si estaba nerviosa por vos. Creo que esta vez me hubiera animado a decirte que sí.
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Apenas sé de vos, pero ya te vi llorar. Nick Cave preguntaba si escuchábamos sus latidos y la tormenta estaba a punto de desatarse. Te miré y vi tu cara mojada. Apenas sé de vos pero ya te sequé las lágrimas, te abracé con las piernas, te pregunté por qué nunca desayunamos. Apenas sé de vos pero ya sé por qué llorabas.
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Temblé entre tus piernas y te diste cuenta. Ya había visto tu foto de los Gallagher en la cocina, pero ahora vi todos tus tatuajes y todo lo que tenés en las paredes. En tu cuarto, la lista de un show de Buenos Muchachos del 2015. Un despelote de ropa sobre el sillón para llevar a lavar a lo de tus padres. A la mañana me preguntaste si era amiga de tu ex y de mi compañera que está hace años enamorada de vos. Sentí un poco de culpa.
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Esa mañana nos despedimos en la terminal, después de bajarnos del taxi (que tomé contigo, alargando absurdamente mi camino, solo para ganar unos minutos) y justo antes de que entraras para tomarte el ómnibus a casi no volver a dirigirnos la palabra.
Qué escena patética que ahora, cuatro años después, sigo percibiendo un poco romántica imaginada en una estación de tren.
Nunca más volví a ver la ciudad desde tu balcón, tu living sin tele, el despelote de tu cuarto. Una cucheta (¿por qué?) con la cama de arriba llena de ropa y hasta con una guitarra a punto de caerse al carajo y romperse en mil pedazos. Qué dolor. La cama donde nos tiramos algunas veces, borrachos de vino barato y sin ni siquiera tocar la pizza que compramos casi como una excusa, todavía envuelta sobre tu escritorio.
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Meses después me trajiste esas caravanas que dejé tiradas en tu pasto, donde me acosté intentando sobrevivir a una resaca vespertina. Para ese entonces ya me había comprado otras. Cómo hubiera querido olvidármelas en tu mesa de luz.
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Puede que ya haga un año desde la última vez que nos vimos.
Fue mi idea irnos todos allá, juntos, pero te juro que mi intención era ver una de mis bandas favoritas aunque me había vestido para vos.
Hacía poco que ustedes eran pareja, pero igual cocinaban salsa para la pizza como un matrimonio de veinte años mientras los demás tomábamos vino y escuchábamos el único disco que había en la casa.
Hacía un par de meses, en un asado de fin de año, me contaste que habían estado juntos. Yo fingí interés. Llovía, pero nos quedamos solos afuera, fumando por horas con la excusa de que eramos los únicos que no sabían jugar al truco, aunque supongo que los dos teníamos las mismas ganas de irnos juntos esa noche.
La hora de dormir fue la peor. Aquella vez, dos o tres meses antes, nos habíamos separado en la puerta y caminado direcciones opuestas por Paullier. Y ahora, como si fueran nuestros padres, nos mandaron a todos a dormir al cuarto de los chicos, tapados con unas frazadas con olor a perro, mientras ustedes se acostaban en la cama de tus padres. Solo una pared nos separaba. No quise saber lo que había del otro lado.
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