Text
Hiper Anthropos: Son la genética entremezclada de un humano y un semidios, únicos en sus especie, escasos en las poblaciones. Las formas son las de humanos, la diferencia radica en sus metapoderes que pueden variar de uno a otro y son únicos más no múltiples, como por ejemplo: control del agua, del fuego, telequinesis, telepatía, etc.
Bestias: Los protectores de las fronteras, creaciones de la diosa Adara. Son seres inteligentes de profunda sabiduría y extremada fuerza y técnicas de combates. Sus formas dependen de cada uno, algunas son amorfas y otras semejantes a las del humano.
Naciones: Cinco naciones con sus culturas, su religión y sus formas políticas, pero todas bajo sujeción de la diosa Adara.
Mensajero (cronista): Protagonista de la historia, enamorado de un Hiper Anthropo único en su especie por la capacidad letal de controlar muchos poderes aunque de graves consecuencias físicas.
Katharos: Sacerdotes de La nación de las flores, nación donde se encuentra Adara.
Diosa: Adara*
Semidioses: Hijos de Adara*
*En desarrollo.
0 notes
Text
𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐎𝐋 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐆𝐔𝐀
(desarrollo de personajes: tercera parte)
Gian provenía de una familia italiana apellidada Zanella. Era una familia con un ingreso suficiente para darse algunos lujos y mantenerse tranquilamente: su padre Lorenzo era quien proveía, su madre Greta era la ama de casa y él era hijo único. Hijo al que nunca le faltaba nada, todo lo que deseara (dentro de los permitidos) se lo daban, desde niño había sido consentido y de adolescente aún más, porque sus padres tenían la creencia de que era una etapa complicada y necesitaba mucho apoyo, lo que terminó siendo una clase de eufemismo al pensamiento de "no querer hacerse cargo de su floreciente rebeldía e intolerancia". Eso lo llevó a desarrollar una personalidad bastante caprichosa, todo lo que le gustaba, lo obtenía, incluso cuando había un 'no' de por medio se las daba de pesado haciendo escándalo para salirse con la suya. Fue un punto sin retorno, una mala costumbre de parte de sus padres con tal de mantener paz en el hogar. Tampoco fue un chico con mucha atención o cariño, su madre era de las que prefería estar fuera de casa con sus amigas tomando café, en un spa, en algún convento de maquillaje o lo que fuese, así que, inmersa en sus mundos, la crianza quedaba un poco a cargo de la abuela quien de por sí tampoco era muy entregada al servicio. Los juguetes, la playstation, la tecnología en sí terminaba siendo la mejor educación y compañía del pequeño que se las arreglaba estando solo para matar el tiempo. Como toda ignorancia de parte de sus padres tampoco hubo tanto control con su forma de entretenerlo, qué clase de juegos consumía, qué veía a través de la pantalla de su teléfono y que suposiciones sacaba de los permanentes disparos digitales. Además, por parte de su padre Lorenzo tampoco había tantas preocupaciones, siendo militar, un primitivo aficionado de las armas y la guerra, que Gian se entretuviera con juegos que contuviera armas, violencia, sangre, inclusive sexo, era parte de hacerse hombre, de crecer y aprender. La abuela nunca se equivocó tampoco cuando balbuceaba que ese chico no tendría tan buen futuro, como si pudiera presentir desde un inicio la clase de persona que estaba moldeando; como no era asunto suyo, tampoco se metía tanto porque detestaba a su yerno.
En cuanto al colegio, las dinámicas también se volvían poco convencionales. Era su entorno para socializar porque fuera de eso, se la pasaba horas y horas en su cuarto consumiendo como todo un adicto de las pantallas y la intensa luz azul. Se unía rápido a los círculos de amigos con malafama y terminaba a la cabeza de ellos por sus propuestas para fastidiar a los más tímidos y no morir atrapados en el intento, en pocas palabras: ser sancionados por algún directivo o regañados por los profesores. Varios lo tenían en la mirada, cuando ocurría algo malo en la institución o dentro del aula, automáticamente descartaban las dudas con Gian, por más que no hubiese sido él quien producía el problema. Había quedado marcado como un vándalo desde sexto de primaria cuando a Chiara, una de sus compañeritas que prematuramente le habían crecido mucho los senos y ya tenía desde sus nueve años el período, le tocó padecer una de sus bromas en que le colocaba un globo con pintura justo segundos antes de sentarse en su silla y explotó bajo suyo, manchando todo el uniforme blanco con el color rojo. La pobre niña se la pasó llorando toda la clase mientras muchos se le burlaban. Tuvieron que llamar a sus padres y desde entonces decidieron cambiarla de escuela dejando sus quejas contra el malcriado Zanella. En bachiller las cosas no cambiaron tampoco y tomó ventaja de tener un campo nuevo en el cual salpicar de sus travesuras con un círculo nuevo de amigos. En aquél entonces, se había hecho muy buen amigo de un tal Sam apodado Sangre Nueva. Ambos se respetaban por sus formas de pensar, por los gustos en videojuegos y por las ideas que tenían en los recesos buscando molestar a otros. Pero era Sam en especial quien le otorgaba mayor influencia al introducirle ideas retorcidas en la cabeza respecto al poder, cosas que escuchaba del padre cuando se sentaba en su sofá con todas esas carnes caídas debido al sobrepeso y se ponía a tomar cerveza, a eructar y a ver canales políticos para invertir horas insultando, quejándose de la economía del país y las mil reformas de ley entretanto el corazón por dentro se les estiraba como una goma de mascar entre palpitaciones letales que le advertían su condición crítica de vida; el hijo nunca cuestionada nada, se sentaba a su lado, lo escuchaba y aunque poco entendía, le gustaba como se escuchaba, así que sólo repetía lo escuchado, le daba su toque interpretativo y le enseñaba todo a Gian.
Cuando Gian cumplió trece años, todavía muy joven, comenzó a entender mejor algunas cosas en relación al uso del poder con la constante influencia de su amigo. El papá de Sangre Nueva era anarquista, en contra de todo sistema estatal e institucional, en contra de la represión y de la coerción que el Estado promovía, y como un plus, en contra del feminismo y "de la movida homosexual LGBTQ o como mierda se dijera", expresaba. Estaba a favor de la emancipación mediante la defensas que era igual de agresivas que la coerción, él creía que había que levantarse contra todos aquellos opresores del poder para establecer otro tipo de poder, uno que dejara a las personas libres de toda ideología (claro, sin saber que era parte de una y que sus discursos eran más para impresionar que para comprender mejor los sistemas políticos de la humanidad). Como todo mensaje que se corre de boca en boca —de la televisión al padre de Sam y de Sam a su amigo Gian—, llegaba de una forma manoseada y sobreinterpretada por nuevas conjeturas. Una vez que llegaba a Gian, le daba otra nueva forma a base de sus ideales y emociones. Todo sonaba interesante, "opresión", pero, ¿en qué momento se había sentido oprimido? ¿Acaso con sus padres? No lo creía, Gian obtenía todo lo que quería de ellos, así que, cuando pensaba en las cosas que contaba Sam, interesado, simplemente las guardaba en su mente y las saboreaba haciéndose películas en la cabeza siendo oprimido para revelarse como los villanos de D.C., porque a él le fascinaba el Joker.
Los Zanella podrían haberse creído lejos de todas esas realidad hasta que..., un tipo de opresión llegó, se moldeó y se fermentó cuando Lorenzo tuvo un accidente en auto saliendo del trabajo. Chocó en una rotonda con alguien que conducía un camión a toda velocidad estando ebrio y no aguantó el impacto de frente haciéndole perder la vida al instante por una fractura profunda en el cráneo. La casa de ellos entró en una penumbra sofocante e insoportable, sometiendo a mamá Zanella e hijo Zanella a un cambio rotundo de vida y de status. Greta se vio no sólo en profundo luto por su marido, sino también con una carga de responsabilidad muy pesada que le advertía sobre buscar pronto un trabajo ya que, el sostén de la familia no estaba. Cobró su seguro de vida por fallecimiento, mas tampoco pudieron cantar glorias a nadie con el monto: tarde o temprano se acabaría si no se invertía de forma correcta; debía trabajar y Gian pronto también tendría que hacerlo.
Cuatro años después terminaron en unos suburbios, viviendo de lo poco que ganaba Greta como empleada en una lavandería. Gian había cumplido diecisiete años para entonces y a duras penas, en el nuevo colegio donde poco tenía amigos, estaba por terminar toda la escuela y debía replantearse un nuevo empleo que no fuera el de repartir boletines sobre promociones de productos. En esos años Sangre Nueva lo iba a visitar de vez en cuando, aún considerándolo un gran amigo. Solían ir hasta el lago Iseo y perderse casi todo un día ahí para fumar y charlar mientras se turnaban lanzaban guijarros hasta hacerlos saltar en el agua. A última hora de la tarde, Sam confesó algo que, si bien por dentro había decepcionado a Gian, por fuera no le había producido reacción alguna más que un gesto despreocupado. El papá de Sangre Nueva había decidido mudarse a Estados Unidos donde estaba su tío quien había tenido mucho éxito vendiendo bolsas de consorcio y ahora abriría una fábrica lo que les garantizaba trabajo seguro y una mejor paga. Aunque se sentía solo tras la noticia, supuse que aprendería a conformarse con su ausencia.
La noche había caído cuando ellos todavía estaban ahí sentados en el césped uno al lado del otro sin mirarse; divisaban el lago y escuchaban el cantar de los grillos. Gian cerró los ojos unos segundos, luego alzó la vista hacia la luna y apretando un guijarro con fuerzas, deseó con toda su alma fundirse en ese lago y terminar con su mísera vida de fracasos. Sintió un odio profundo, respirando casi como un toro enfurecido. Sam notó su respiración y lo observó sin inmutarse demasiado, creía poder entenderlo, pero ambos eran tan frívolos que siquiera eran capaz de abrazarse o decirse que lamentaban las pérdidas, en especial la de Gian por su padre. El deseo se prolongó en la mente de Gian y cuando pudo suspirar con pesadez, se puso de pie, dejó caer la roca en su mano y corrió directo a lanzarse sobre el agua para nadar y hundirse un rato. Sangre Nueva lo miró sorprendido, riendo después. Sin ahondar tanto en querer conocer los pensamientos de su amigo, lo siguió y se lanzó intentando un clavado que en su mente se veía profesional, pero era algo torpe. Se divirtieron un rato empujándose y peleando de una forma amiguera y con eso concluyeron el adiós.
De vuelva a casa, Greta lo regañó a gritos por llegar empapado, chorreando lodo y sucio hasta la coronilla. Le obligó a bañarse y a lavar esa ropa asquerosa que en sus vidas anteriores, cuando Lorenzo proveía, hubiese significado sólo tirarlas para comprar nuevas prendas, pero en aquél entonces no tenían alternativa. El adolescente siquiera tuvo permitido trasnochar, no porque la madre pensaba haberlo castigado y que él le obedeciera, sino porque comenzó a tener fiebre y supuso que había pescado un resfriado. Pero la fiebre no era más que una premonición a un cambio abrupto en su cuerpo. Toda la noche sudó demasiado hasta el amanecer sin lograr consignar un mejor sueño. Greta se apareció a las siete de la mañana para saludar antes de irse a trabajar, le dio una pastilla y un paño con agua en la frente. El adolescente se quedó tendido mirando al techo, sintiéndose completamente moribundo y extraño, no pensaba en su papá, tampoco pensaba en Sangre Nueva, sino en todas las comodidades que una vez había tenido con tan sólo chasquear los dedos y que ahora no había forma de alcanzar; aborrecía su nueva vida. Mientras lo meditaba, sentía las palmas tibias como si se hubiese quemado, pero sin doler. A sus treinta años, con su fama de delincuente y asesino serial, entendería muy bien sobre el tipo de energía interna (como bioenergía o energía cinética) para alterar las moléculas del agua y moverlas o cambiar su estado físico (líquido, sólido, gaseoso). Entendería también que ese proceso podría generar calor en sus manos debido a la transferencia de energía térmica y así conseguir un control perfecto del agua.
Lo extraordinario ocurrió en su cuarto y se tatuó de manera indeleble como una imagen nítida en su cabeza. Habría creído hasta entonces tener una vida completamente crítica, complicada y absurda, lejos de las emociones efervescentes que hubiese anhelado tener como en las historias que consumía de juegos, series o películas. Se levantó sintiéndose aletargado y al hacerlo empujó con el codo el cuenco donde la madre remojaba el paño de su cabeza y que estaba situado en una mesita pequeña al lado de la cama. En el afán de querer atraparlo, falló; extendió las manos por inercia, tensando los músculos ante el susto repentino y el agua del cuenco quedó levitando por imprecisos segundos como una clase de masa grumosa entre formas curvadas uniformes.
Inmediatamente, abrió los ojos sorprendido dejando sus manos quietas, aterrado, sin saber de qué se trataba. ¿Alguna clase de alucinación por la fiebre? Gritó espantado y al apartar las manos el agua cayó desplomada al suelo. No podía creer lo que había visto, su corazón se aceleró de tal forma que pensó que podría morir. ¿Estaba seguro de lo que había visto? El pecho subía y bajaba de manera irregular sintiendo que la tibieza de las manos era más intensa, quemaba sin ser fuego y no dejaba marca alguna en sus palmas cuando las observaba con pánico. Intuyó que si se trataba de alguna clase de poder, debía provenir de ahí o no habría otra explicación. También pensó que podría estar volviéndose loco con todos los pensamientos que cruzaban por su cabeza y la temperatura alta de su cuerpo. Miró alrededor por un instante creyendo que podría hasta tratarse de un espectro como muchas veces le había contado su nono antes de fallecer. La habitación estaba quieta, por la ventana y entre las persianas se colaba la luz, y fuera el ambiente era plácido. Por el lugar no cruzaba nadie, ni un auto y sólo se oían las aves y algún que otro perro ladrando a lo lejos. Aquello no podía ser casualidad.
0 notes
Text
𝐓𝐄𝐋𝐄𝐏𝐀𝐓𝐈𝐀
(desarrollo de personajes: segunda parte)
Los dos jóvenes científicos, Marduc y Liu, se encontraban sentados en sillas comunes uno frente al otro. En sus sienes tenían conectado unos electrodos que a su vez tenían conexión directa con una máquina, y, en el pequeño espacio que tenían entre ellos, caían algunos cables largos sin alcanzar a enredarse por completo. Tenían un escritorio a un costado y sobre la superficie reposaba la máquina especializada para detectar ondas cerebrales asociadas a la actividad telepática (las ondas gamma). Dentro de la máquina había una esfera energética que se lograba vislumbrar a través de una pequeña cristalera redonda. A la izquierda del aparato, del lado de Marduc, estaba una portátil encendida mostrando desde su pantalla una neuroimagen de su cerebro, aquella imagen se proyectaba en una pantalla más grande que se situaba sobre la cabeza de ambos y contra una pared. A la derecha, del lado de Liu, simplemente había una libreta y una birome para anotar toda clase de anomalía o uniformidad en base al fenómeno que estudiaban.
—¿Listo? —dijo Marduc.
—Más que listo —aseguró Liu con una sonrisa y con mucho entusiasmo.
Habían dedicado su vida a investigar la dimensión paralela, un concepto que había dejado de ser mera especulación filosófica o teórica. Tras años de cálculos infinitesimales, simulaciones cuánticas y experimentos en el límite de las físicas conocidas, Marduc y Liu construían una esfera energética: una estructura que manipulaba partículas subatómicas para estabilizar un portal hacia esa dimensión desconocida. Sin embargo, en el mundo de la ciencia, incluso los errores más pequeños pueden desencadenar consecuencias impredecibles. Su error no fue un descuido evidente, sino un instante en el que su cuerpo, movido por la fatiga acumulada, colisionó accidentalmente con los campos de partículas que envolvían la esfera. Un fenómeno que los cálculos no habían previsto ocurrió: una liberación de energías desconocidas que interactuaron directamente con su cuerpo, alterando el sistema neurológico de formas que la ciencia aún no podía explicar y logrando de alguna forma comunicarse con la mente. Tal vez estaban cerca de entender cómo funcionaba o tal vez demasiado lejos, pero tenían la confianza necesaria de que lo descubrirían.
Los dos se miraron fijamente a los ojos, momento en que leer sus mentes fue más una intuición que una certeza. Cuando el telépata apretó el botón que dio acceso al funcionamiento electromagnético de la máquina, se impulsó la energía a través de los cables que llegaron a los electrodos. Liu respiró hondo y Marduc lo siguió segundos después. Contuvieron juntos la respiración. Marduc cerró sus ojos y comenzó a concentrarse. Los segundos se volvieron eternos, una lentitud tortuosa y exasperante. Ergo se volvieron minutos, todavía más fatigosos ya que no ocurría nada y Liu contaba en su mente: "uno, dos, tres, cuatro", y su compañero lo miraba y nadie escuchaba nada.
—Tranquilo —dijo Liu—, tranquilo, intenta no ponerte nervioso, puedes hacerlo.
El científico portador del poder suspiró un tanto ansioso, se refregó los ojos y miró la pantalla del portátil, no habían registro de ninguna frecuencia distintiva a las habituales en el cerebro. Frunció los labios y tomó una bocanada de aire por la boca. Liu lo imitó y dejó que el aire del laboratorio con un aroma químico sutil en etanol y acetona le llenaran los pulmones haciéndolo sentir irónicamente como en casa. Él estaba un poco más relajado a diferencia de su compañero.
—Bien, de nuevo —murmuró Marduc.
Liu asintió.
El telépata cerró los ojos una vez más tratando de concentrarse, intentando al menos llegar al nirvana antes de comenzar a comunicar mediante pensamientos. Titubeó aún así, pensó en que quizás no estaban tan cerca de descubrir la habilidad, tal vez había sido sólo un golpe de suerte, un juego de números «no —pensó—, no podía ser una falla, no había falla en los cálculos, estaba seguro. El decano estaba seguro porque se lo había dicho cuando se paseaba por el laboratorio para corroborar que todo continuara bien»; aún así dudaba y un sudor frío le recorrió toda la espalda, ansioso, sintiéndose fracasado. Eventualmente deseó tanto que funcionara de una maldita vez, una segunda vez para entender y captar más información del misterioso mecanismo. Quizás desearlo como lo deseó en ese instante generó un descontrol en la aguja de la máquina que medía las frecuencias neuronales. Liu vio una anormalidad en los registros y siguió contando con más fuerzas, removiéndose en su asiento, manteniendo su mirada de manera intermitente entre las pantallas y Marduc.
«¡Uno, dos, tres!, ¡uno, dos...», fue lo que oyó Marduc desde los pensamientos de Liu y respondió con otro pensamiento exclamativo: «¡Te escucho, Liu!» Por inercia se produjo un ligero ruido chirriante e hizo apretar los dientes de ambos por el aturdimiento. Ante todo pronóstico se miraron a los ojos sonrieron entusiasmados, sorprendidos, ahogando los gritos de euforia para mantenerse en lo que hacían. ¡Lo había logrado una vez más!, ahora faltaba continuar. Liu tomó rápido su libreta y la birome para anotar todo: frecuencias, temperatura, ondas y mucho más.
«Las ondas gamma están siendo de 30 a 50 Hz —pensó Liu y volvió a mirar a su colega—, dios, es impresionante.»
«¿Qué alcanzas a ver en la gráfica cerebral? —respondió con el pensamiento y miró la pantalla sorprendido. La imagen del cerebro que se presentaba mostraba ondas en zonas donde se producía el magnetismo—. Se relacionan con la conciencia en el hemisferio Neocórtex.»
Liu se carcajeó bajo, agitado y estupefacto por todo lo que iba escribiendo. Marduc se puso de pie para acercarse a la máquina y cerciorarse que la esfera estuviera girando normalmente sobre su eje transversal sin sobrecalentarse o acelerarse. Todo iba bien por el momento, así que, tomó asiento una vez más y sonrió mirando a su compañero sin palabras, haciendo un gesto al alzar los puños y transmitir un pensamiento típico: Somos unos genios, amigo. Ambos se miraron en silencio aguantando las carcajadas, con los ojos cristalizados, a nada de abrazarse; sí, eran unos genios.
«¿Quieres debatir? —dijo mentalmente Liu.»
«Claro, yo propongo, tú lo sigues. Robin Hood, ¿arquetipo de héroe o ladrón?»
«Le robaba a los ricos para dárselo a los pobres —pensó Liu de vuelta—. Robar es robar, así que, no deja de ser un ladrón, pero la élite tal vez buscó un personaje con un discurso distorsionado para...»
El ruido volvió, al principio suave como un susurro que se desliza entre las sombras. Era un chirriar sutil, un roce casi imperceptible que se intensificaba con cada segundo que pasaba. Inició como un misterio sin saber bien qué lo producía, pero su presencia se hacía cada vez más palpable, como una dentera que se arrastra por el alma. Marduc comenzó a notar una pequeña anomalía en la neuroimagen. Ningún pensamiento era perfectamente lineal, pensó, al menos tendía a dispersarse todavía más que el lenguaje hablado por lo que Liu comenzó lentamente a desviarse sin ser del todo consciente, no logrando generar un texto mental puro y conciso. No sólo eso, los pensamientos y razonamientos de Marduc comenzaron a chocar contra los de su compañero.
«...para, "¿y si el reconocimiento de la academia sólo es para Marduc por tener ese poder?" —sobrepensó—, "no, digo..., para..."»
—¿Qué? —dijo Marduc aturdido, logrando escuchar tenue aquél pensamiento con su pregunta retórica. Frunció el ceño.
El sonido de intensificó adquiriendo una cualidad casi metálica. De pronto, entre los electrodos se generaron pequeñas chispas eléctricas que se desprendían y parecían atraerse entre la sienes de él y las de Liu. Cada ruido mental provocó una fricción que hacía que los dientes se apretaran involuntariamente. La tensión en el ambiente creció súbitamente, y el sonido se convirtió en un eco de incomodidad, un recordatorio constante de que algo no estaba bien. Ambos gritaron y se quejaron del dolor que el ruido comenzó a producir. Intentaron quitarse no sólo los electrodos sino también de apartarse uno del otro, pero fue inútil, por más que se distanciaran, Marduc no podía desconectar el poder telepático y Liu se vio de alguna forma u otra atrapado por él.
—¡Detenlo, Marduc!
—¡Eso intento, maldita ssse! ¡¡Aaah!!
Aquella situación provocó una de ansiedad incontrolable, con cada repetición, el chirrido se transformaba, pasando de un leve crujido a un grito desgarrador que reverberaba en la mente. Marduc no pudo pensar en más nada que en detener la máquina mientras más se aturdían y repetía en su cabeza: ¡Detente, detente, detente!, y luego en voz alta: ¡Detente, maldita sea! ¡No se detiene esta mierda! Y no lo haría, se dijo a sí mismo Liu porque no estaban conectados a la esfera, sino que era su amigo sin poder controlarse, siendo víctima de su ansiedad y los ecos de su mente. En ese preciso instante Liu se vio obligado a reaccionar e intentando caminar torpe para desenchufar el equipo. No obstante, Marduc se descompensó y se desplomó en el suelo. En ese mismo lapso Liu desenchufó la máquina y todo quedó en silencio. Supo que no era el aparato producto de ese sonido, sino la mente de su compañero que al perder la consciencia, perdía los pensamientos nocivos del momento, y por ende, el ruido mermaba. Alertado corrió hasta su amigo, se arrodilló en el suelo e intentó sostenerlo en sus brazos para darle leves y escasos golpes en la mejilla.
—¿Marduc? Mierda, Marduc, ¿qué pasó? ¡Despierta!
Pero Marduc no lo hizo. Trató de corroborar su respiración, estaba vivo, respiraba, así que con urgencia fue a tomar el teléfono tratando de llamar a una ambulancia; sus manos temblaban, sus dientes castañeaban y la voz emergía quebradiza como una hoja de otoño. Todo había terminado siendo una pesadilla, y lo que fue peor llegó cuando trasladaban a Marduc y le daban un diagnóstico. Había quedado en coma... Liu estaba destruido, de pie al lado de su amigo que se conectaba a nuevos cables los cuales le sustentaban algo tan básico como el alimento y el oxígeno; pensó en qué pasaría con él, si es que saldría consciente de eso, y luego pensó en que toda su investigación se la darían a otros estudiantes o tendrían que reemplazar a su compañero, tal vez viéndolo así en el hospital terminaría siendo una clase de rata de laboratorio y, todo eso, lo desanimó por completo.
0 notes
Text
𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐎𝐋 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐈𝐑𝐄
«"Mara, Mara, Mara", "mi dulce Mara", mi suspiro místico, mi sueño recurrente y húmedo. Tibia entre las sábanas, centelleante en la piel, perfumada en el alma. Mi apología diaria, la inspiración que me despierta en las mañanas y me incita a vivir entre el sentido y la nostalgia. Eres mi niña hermosa, mi deseo intenso, el ser por quien rezo todas las noches antes de que la luna se esconda. Eres la razón. Eres el diseño inteligente. Eres la divinidad. Eres la miel. Eres la vida entera. El día en que te vi, tan alocada, tan torpe entre tus pisadas toscas, con la rodilla raspada y sangrante, con las mejillas encendidas en fuego, con los labios mordidos, con la falda de tablas corta y el uniforme escolar hecho un desastre, sentí por un instante que era ahí donde quería pasar el resto de mis días, entre tus brazos, embriagándome del aroma de tu pelo con sabor carmesí, con textura jovial, con fruta y canela, jugando entre tus piernas, bebiendo tus locuras, envolviendo tus senos, apretando tus labios. Me enamoré de ti, Mara. Me enamoré desde el día en que te acercaste y decidiste ser mi amiga, mi única amiga. Me acompañabas siempre a casa, me acomodabas las gafas, me decías que era hermosa y que si te gustaran las niñas, siempre me besarías y me elegirías. Yo lo haría, yo deseaba mucho ser hasta el aire que respiras. Distanciarnos fue lo peor, vivir bajo especulaciones familiares fue lo peor, encontrar en otras personas el consuelo de tu acaramelada voz... fue lo peor.»
Existen verdades con las que simplemente no se pueden combatir sin importar la clase de poder que uno domine. Una de ellas tuvo que darse entre las sábanas con la desafortunada pasión de Alba y de aquellos hombres que intentaban tácitamente solapar los recuerdos de Mara, su musa, su sempiterna inspiración. La excusa era la vaga creencia de tener que soltarla habiendo transcurrido diez años desde su despedida; ya era hora. Pero no podía y se mentía al decir que "ya era hora"; Mara era su mayor anhelo, el pecado benigno y, a su vez, los males guardados en su caja de Pandora entretanto seguía complaciendo y buscando complacerse con otras manos insulsas. En el forzado desenfreno, sin ninguna otra justificación que la hiciera apartarse, deliró y se retorció de un placer sin razón ni ideología sentada a horcajadas sobre un hombre que la llevaba de las caderas, ayudándola (casi obligándola) a subir y bajar por su caliente dureza. Así se mantuvo entre alaridos escandalosos con el serpentear peligroso de las manos viriles que se llenaban de sus senos hasta beberlos con su boca salvaje. Alba tuvo un primer orgasmo que terminó siendo inspirado por el nombre de su amada resurgiendo con la forma de un susurro nítido y mental. Gritó y tembló sintiendo el epicentro en el bajo vientre y arañando la piel del pecho del hombre. Las ventanas del cuarto se abrieron abruptamente dejando entrar una ráfaga ciclónica de aire que sacudió todo en las superficies e hizo volar papeles, biromes, hasta el polvo que crearon un tornado. Su acompañante ahogado en el placer punzante, siquiera intuyó más que un viento violento típico de la temporada. "Mara...", volvió a susurrar sus pensamientos sintiendo la cárnida incursión en su apretada y húmeda profundidad. Aceleró una última vez junto a él hasta que la hizo gemir, sollozar, suplicar y encontrar así su gloriosa culminación. Finalmente, los ligeros objetos cayeron y el ambiente se calmó.
Agitada, recostada al lado del dormitante amante de turno, miró en dirección hacia la ventana con melancolía y sopló en un tempo alargado, constante y terso como seda fría. Al extremo de la ciudad, a cientos de kilómetros de distancia, una suave brisa acarició la mejilla y peinó el largo cabello detrás de la oreja de Mara quien miró alrededor percibiendo algo similar a una fresca y mentolada respiración, pero..., no era de nadie, no había forma que hubiese sido de alguien porque estaba sola, acuclillada y guardando en su canasta de mimbre una zanahoria que cosechaba de su humilde huerta.
0 notes
Text
𝐄𝐍𝐓𝐑𝐄 𝐒𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄 𝐘 𝐃𝐄𝐒𝐄𝐎
La carne de ratón era más tierna en comparación a la de caballo, pero su piel era áspera y daba un poco de asco al primer contacto con el paladar. ¿Su sabor?, no estaba nada mal, era ligera, rica en azúcares, producto de un metabolismo rápido. Si equiparaba con una vaca, su sangre tenía un sabor más robusto y salado, con una textura densa, aunque su aroma terroso resultaba agradable. Los lagartos en su composición eran interesantes, no acostumbraba a probar de ellos constantemente, pero se daba sus caprichos de cuando en cuando. Primero, absorbía su aroma porque le generaba curiosidad al ser fuerte y menos dulce, y debía admitir que se le hacía una experiencia exótica e intensa. Luego clavaba sus colmillos lentamente sintiendo la textura viscosa entre sus labios hasta percibir el sabor metálico de la sangre que terminaba produciéndole un entretenido asco. Era fisgón con los animales, le gustaba arriesgarse a probar y comparar con frutas y verduras habituales de los humanos, las cuales, le parecían asquerosas, peor que un lagarto. Y hasta entonces tenía tan solo sesenta años, muy niño para su edad. Cuando cumplió los cien, su padre le permitió conocer la ciudad sólo los domingos por la noche. Pudo entonces saber por primera vez lo que era un "humano", mismos de los que siempre hablaban sus familiares en la mesa. Ahora sentía sus aromas cuando caminaba cerca de ellos; eran mixtos, no lo iba a negar, algunos les daba repugnancia, otros se les hacía salado y no por eso menos exquisitos. También conoció las aldeas y el comercio, incluso compró un ornamento que era un aplique de bronce para colocarlo en alguno de sus cajones o simplemente tenerlo de recuerdo. Era el rostro de un ángel, con unos arabescos a los laterales. Lo sostuvo en sus manos observando con intriga mientras seguía paseando por el corazón de la ciudad, cerca de una fuente de los deseos. Cuando alzó la mirada, vio a una joven hermosa, con su carita de ángel todavía más agraciada que el ornamento. Tenía preciosos rizos castaños que caían hasta la mitad de su espalda y un vestido largo color rosa, ceñido a su cintura y a sus pechos que resaltaba peligrosamente sus pezones. Estaba sentada a una orilla de la fuente, pensativa, sumergiendo su mano en el agua unos segundos. Se le acercó un poco tímido y tomó asiento a su lado extendiendo el aplique. Ella alzó su mirada y la clavó en sus ojos como una estaca que desarticuló entero su esqueleto. Lo desarmó por completo con sus ojos café y con su intenso aroma colándose súbitamente por sus fosas nasales, el perfume dulce lo apoderó y le hizo una invitación imprudente a hacerle el amor antes de beber su sangre. Al primer roce de sus dedos, cuando ella le recibió el adorno, supo que la suavidad de su tersa piel, la textura, su aroma y su sabor no tenía ninguna comparación con ningún otro animal y la deseó como nunca.
0 notes
Text
𝐓𝐄𝐋𝐄𝐐𝐔𝐈𝐍𝐄𝐒𝐈𝐒 (𝐏𝐈𝐒𝐂𝐎𝐊𝐈𝐍𝐄𝐒𝐈𝐒)
(desarrollo de personajes: segunda parte)
En otra vida habría estado enterrado a tres metros bajo tierra con tan sólo ocho años de edad, o peor aún, condenado de por vida como un criminal. Su abuela, aunque tosca en sus maneras, lo había rescatado de esos horrendos finales cuando permitió que, pasada su adolescencia, pudiera huir de la casa de sus progenitores y en especial de las garras de su alcohólico padre. La rudeza, la insensibilidad, la ignorancia y la injusticia pudieron haber forjado un carácter lleno de resentimiento y frialdad, pero Clive no era así, aunque en su piel se encontraban las memorias de los golpes y los cortes que lo hacían un chico profundamente triste, su corazón y sus intenciones eran nobles.
Conoció el amor a través de los libros, libros que su abuela guardaba en la repisa de la sala, y no porque a ella le gustara leer, sino por su amiga la señora Cilia, una bibliotecaria igual de mayor que ella. Su abuela la quería un montón, siempre hablaba con admiración de ella porque nunca olvidaría cuando enfermó debido una infección en los riñones y la señora Cilia la visitaba para leerle cuentos y leyendas nórdicas. Cuando Cilia falleció por un cáncer de hígado dos años después de la inauguración a la ampliación de la Biblioteca Kaia, los libros que tenía en su casa —que de por sí eran muchísimos— habían sido donados, una parte a la biblioteca, y la otra, a la abuela de Clive. Así, adecuado en la nueva casa, había comenzado a leer y a leer. Sabía hacerlo, pero al principio le costaba. Debido a su situación familiar, poco había aprendido, pero los primeros años en primaria gracias a una dulce maestra, habían sido suficientes para defenderse y enfrentarse a los colosales de las letras.
Su literatura favorita era el mito de Adriano y Antinoo, misma historia que le hizo cuestionar sobre sus inclinaciones en cuanto a su sexualidad. Él no era como los demás hombres. La hombría de la que tanto hablaban en la sociedad y que asemejaban con lo bélico, lo tosco e indiferente le producía repulsión y le recordaba a la violencia doméstica con su padre golpeándolo cuando llegaba ebrio y de mal humor por perder en las apuestas o porque alguna puta lo había rechazado. Y sólo Dios sabía porqué lo rechazaban. Otras veces se desquitaba con su esposa —mamá de Clive— y aún así, ella nunca decidía dejarlo incluso cuando su madre —abuela de Clive— le había ofrecido volver a casa; permitía los golpes y a veces, drogada, se mofaba de su hijo sin que nadie más lo supiera. Sin embargo, Clive si logró escapar a sus dieciocho años cuando pudo decidir con quién quedarse sin ser esclavo de ninguna custodia.
A los veinticinco años de edad comenzó su plena independencia lejos de toda línea sanguínea. Viajó para repatriarse y comenzó una nueva vida, un nuevo camino, con nuevos aires donde podría explorarse como alguien plenamente homosexual, lejos de lo que tanto daño le había hecho. Viajó a Grecia.
En el expreso sur rumbo a su nuevo destino, todo el romance y el amor que había conocido en los libros comenzaron a tomar forma en una persona. Dirigiéndose a su cabina conoció a Boris Ivanov, un joven grandote de aspecto cálido como el de un oso de peluche; tenía gestos agradables aunque las facciones fueran algo obtusas; tenía el cabello color azabache bien corto con la raya a la derecha y unos ojos preciosos de color miel que hacían relucir sus alargadas y curvadas pestañas. Pero lo más atractivo para Clive habían sido: su manía por la lectura y la coincidencia en gustos literarios junto con la intriga de autores rusos.
No tuvo dudas, se enamoró de él sintiendo una clase de tierna pasión irremediable, aunque... dicho estuviese comprometido con una mujer que lo esperaba en su tierra natal. Por algunos trámites familiares ya que su abuelo era griego, Boris debía visitar el país antes de volver para casarse. En aquél viaje en que pasaron horas y horas charlando, decidieron compartir el mismo departamento para dividir la renta, y con los meses, se hicieron grandes amigos.
Clive confió tanto en Boris que no sólo había decidido contarle de dónde venía y de qué familia procedía, sino también de su poder. Una tarde de crepúsculo otoñal con los colores vibrantes intensificándose por el ventanal del balcón en el comedor y en que ambos se encontraban uno frente al otro a la mesa tomando café y descansando de sus trabajos, Clive le mostró la sencilla levitación de la tetera mientras apenas caía sangre de su nariz. Boris quedó estupefacto, sin palabras por largos segundos cuando la tetera suavemente se inclinaba para servirle más café en su taza. No se lo bebió, antes bien se puso de pie y se acercó a Clive para limpiar su nariz con un papel de cocina haciendo que sus rostros se mantuvieran cerca con las respiraciones tocándose y las miradas envolviéndose. Boris se acercó tanto a sus labios que el corazón de Clive dio un vuelco atolondrado y se aceleró. Cuando pareció ser que habría un beso, el joven ruso se alejó abruptamente y volvió a su asiento para hablar sorprendido sobre la psicokinesis. Si hubiese sido otro en el lugar de Boris seguramente hubiese salido corriendo espantado de ahí, pero él no fue así, él, tan fascinado de las ciencias y del misticismo quedó absorto de aquella capacidad singular, haciendo preguntas tras preguntas que generaban más preguntas y que tímidamente hacían reír al nórdico para después responderlas.
0 notes
Text
𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐎𝐋 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐆𝐔𝐀
(desarrollo de personajes: segunda parte)
Se creía justiciero, un verdugo de la realeza francesa sin normas que le dijeran cuándo cortar o no una cabeza, a quién cortarle y a quién no la cabeza. Se creía un dios. ¿Y sobre quienes hacía justicia? ¿Sobre algún marginado de la sociedad? No, porque las personas inadaptadas según sus concepciones no eran el problema, «ellos siempre han sido el resultado de la opresión en manos de una sociedad que declaró lo que es normal de lo anormal, lo que está bien de lo que está mal». Entonces concluía que la justicia iba en contra de los normales, de los que se pavoneaban en las grandes ciudades y lograban gran parte de sus ideales como un digno trabajo, un buen matrimonio o buena relación, buenos hijos, entre muchas cosas que sólo los 'normales' pueden conseguir.
Una tarde de sol radiante, el joven Gian caminaba dando pasos y cortos saltos alegres imitando a caperucita cruzando el bosque para visitar a su abuelita. Vestía con normalidad a diferencia de la caperuza roja con la capucha cubriendo su cabeza. Llegó a la gran fuente de los deseos situada en el corazón de la ciudad. Subió al borde de la fuente y miró alrededor a las personas yendo de izquierda a derecha o deteniéndose para tirar monedas dentro de la fuente. Se acomodó los pantalones y luego se colocó sus auriculares tomando su casetera portátil y dándole play a su tema favorito. El ritmo crudo comenzó a sonar y le subió el volumen a tope. La guardó en el bolsillo delantero de su hobbie y estiró sus brazos hacia los laterales. Alzó la mirada al cielo e inhalando profundo por unos segundos, el agua de la fuente comenzó a burbujear por todos lados.
Una señora con su hijo de tan sólo ocho años que estaba en el borde viendo con desconfianza a Gian, tomó al niño de su muñeca con fuerza y atinó a alejarse. Las demás personas alrededor se detuvieron y se fueron acercando intrigados, una intriga que sufrió la despiadada metamorfosis al pánico cuando el agua comenzó a moverse de forma anormal. En cuestión de segundos comenzaron a formarse gruesos hilos líquidos que subían cuan serpientes danzantes. Fue como ver grandes tendones acuáticos que se tensaban a la par de los músculos del adolescente.
Dejándose llevar por la inspiradora música que explotaba en sus oídos, comenzó a crear en su mente la forma en que se aprovecharía del poder para hacer daño y generar un horror nunca antes imaginado. La fuente tembló y de pronto cada soga de agua se disparó directo a las cabezas de los espectadores. Esferas de agua envolvieron cráneos y caras consternadas a medida que las iba atrapando. El gritadero nació en cuestión de segundos, con todos intentando correr para no ser alcanzados. Muchos comenzaron a tragar y tragar agua sin lograr respirar, sufriendo una de las peores muertes sin una sola mancha de sangre. Miradas tras miradas se blanqueaban y los cuerpos cayeron inertes al suelo.
Entre el pánico y los alaridos agonizantes se oyó la única carcajada cínica que provenía de Gian. Minutos después miró periféricamente y notó cantidad de cadáveres alrededor a excepción de..., el niño llorando de rodillas al lado de su gélida madre. El adolescente suspiró haciendo una mueca y tomándose algunos segundos, con serenidad, apagó la música y bajó del borde con un duro salto. Caminó hasta el pequeño mientras se quitaba la caperuza. Cuando lo alcanzó le colocó la misma para envolverlo. «No te asustes», le dijo con ternura y se agachó detrás suyo para acariciar su cabecita. Alzó su mano libre haciendo que otro hilo de agua nadara en el aire suavemente hasta sus dedos y moviéndolo de forma circular logró con núcleos de cristalización que el líquido se fuera congelando hasta conseguir la consistencia y dureza de una piedra. Esperó unos segundos más. Al sexto segundo la impactó varias veces contra la cabeza del niño hasta matarlo, salpicando de su sangre en su propio rostro mientras sonreía divertido. Cuando acabó su labor, se irguió y acomodó su ropa suspirando. «De nada, es mejor si no se reproducen, niño.»
0 notes
Text
𝐃𝐄𝐍𝐃𝐑𝐎𝐌𝐀𝐍𝐂𝐈𝐀/𝐀𝐑𝐁𝐎𝐑𝐎𝐌𝐀𝐍𝐂𝐈𝐀
La lógica guiaba a la naturaleza, porque muchas veces cuando se cree que la naturaleza es solamente salvaje y despiadada, en realidad no es más que la reverberación de la racionalidad pura si decide que así sea. Las raíces representaban más que un simple sistema de anclaje; para Einer eran un símbolo de conexión, de cómo todo en la vida se entrelazaba de manera intrincada. En su mente curiosa, comenzó a vislumbrar una relación profunda entre la lógica de la naturaleza y el poder de las raíces que sostenían la vida. Amaba las matemáticas, crudas y certeras, pero también amaba la naturaleza, amical y fantástica. Separarlas constituían para él una forma de hemiplejía necia. Todo se unía, todo danzaba con sincronía y todo comenzó con ese criterio hasta donde sé, por un simple deseo de querer unificar estas dos voces en nombre de su amada, misma que enterró sin cajón, sin nada más que unas mantas cubriendo su cuerpo a dos metros bajo tierra luego de cavar y cavar con sus familiares, recordando cómo durmió con su cadáver una noche entera, acurrucado en la tierra junto a ella y sollozando sin encontrar consuelo.
Einer movió el peón blanco de F2 a F3 y luego Otto movió el peón negro de E7 a E6. Así fueron moviendo ágilmente pieza a pieza. Otto dudaba segundos antes de mover, y Einer, dándole una calada profunda al cigarrillo que tenía en su mano derecha, movía sin dudar el peón de C2 a C3, el alfil de F1 a G2 y el otro alfil de C1 a B2. Cuando quiso acordar se había comido los peones B7 y G7 de Otto. Como susodicho no pudo contraatacar con las piezas alrededor, Einer le fulminó las torres. Largos minutos después terminó haciendo un prodigioso jaque y para variar, finalizó su cigarrillo.
—Hijo de puta —dijo Otto sin mal intenciones—. No sé como eres tan bueno en esto.
—Soy friki —contestó Einer y los dos se echaron a reír.
En realidad, era un simple hombre de treinta años de edad. Tenía apariencia humilde y hermosa, de considerable altura y delgadez, cabello largo color azabache que le llegaba hasta la cintura, y ojos verdosos pardo como hierba y tierra. Siempre aparentaba menos años y esa característica se debía a su conexión con las raíces de los árboles y su longevidad. Él no jugaba al ajedrez sólo por pretender ser un "friki" más o un loquito de los juegos clasistas, sino por la lógica que este presentaba y que lo ayudaba con su poder. No tenía estudios académicos, pero siendo un lector empírico de botánica, había logrado comprender los movimientos de las raíces de cada árbol. Así como cada pieza del ajedrez tenía una historia y una lógica también la tenía el árbol, la raíz y la tierra donde estaba enterrado como si la misma fuera un gran tablero.
Su gran habilidad iba enfocada de forma tácita en la manipulación de las raíces por debajo de la tierra para crear defensas o ataques. Pero además de eso, para hablar con los árboles y estudiarlos. Cada uno tenía una historia casi diría que personal y luego subhistorias que le susurraban los muertos enterrados. Eran únicos en sus formas como lo podría ser un peón de una torre o la reina del rey. Einer los llamaba "Magníficos" en conjunto y por separado les iba colocando nombres propios. Cuando hablaba con uno, este le susurraba a través del tacto (como leer en braille) sobre los muertos enterrados según el alcance de sus raíces, y así entonces, contribuía a toda una red de información enterrada de la que pocas personas podían acceder.
0 notes
Text
𝐕𝐈𝐒𝐈𝐎𝐍 𝐑𝐄𝐓𝐑𝐎𝐒𝐏𝐄𝐂𝐓𝐈𝐕𝐀
(desarrollo de personajes: segunda parte)
Un suave zumbido electrónico abrió las puertas del elevador y mostró de frente un largo corredor elevado con piso de acero. Pawel y Dorothea salieron caminando por el espacio entre las barandillas a los costados que les llegaban hasta los hombros. Las pisadas de las botas con tacos bajos sonaban agudas y metálicas. Pawel iba delante de Dorothea, colocándose sus guantes de látex. Ella miraba primero su nuca y luego su espalda ancha mientras fruncía los labios. En su mente tenía sólo una pregunta para hacerle y sentía algo de miedo porque sabía que eso trenzaría todo un diálogo que no estaba segura si saldría bien o mal. Pawel era un hombre de un carácter muy tosco, impulsivo en algunas ocasiones.
—Lo noto en tu mirada, Pawel ¿cuáles son tus intenciones?
Llevaban caminando hasta la mitad del pasaje que conectaba con otras secciones e instalaciones donde se llevaban a cabo investigaciones y también el trabajo para arreglar cadáveres.
—Las mismas que tendría cualquiera al enterarse de cómo una niña fue asesinada por su madre —dijo y se detuvo en seco escuchando también que los pasos de su compañera cesaban. Giró un poco el cuerpo y la miró a los ojos con firmeza—: llamar a los forenses.
—El problema, Powel —se precipitó en decir—, es que tú te has enterado de eso por tus poderes, pero cuando hicieron la autopsia no encontraron nada y eso estaba datado. —Dorothea también lo miró desafiante a sus ojos color cielo, los mismos que a veces la hacían temblar entre besos y otras veces la ahogaban en los desafíos como aquél.
—Tú y yo sabemos que la madre de esa niña es millonaria, ¿crees que no pudieron pagarle a cualquier otro médico para que determinara una muerte súbita?
Dorothea se sonrió con molestia empujando con su lengua la parte interna de una mejilla. Desvió la mirada moviéndose un poco intranquila y cruzándose de brazos ante de encararlo una vez más. Sí, ese era Powel, alguien que no se dejaba convencer simplemente.
—Powel, te estoy cuidando de que no te metas en más problemas, pero eres testarudo. Entiende que no siempre voy a estar ahí para sacarte de tus problemas. —Cuando su ceño se frunció pensó en que ser la sentimental Dorothea no servía de nada en una circunstancia así y tuvo el primer impulso en base a su rol laboral—. Cumple con el reglamento o tendré que realizarte un parte de incidencia. —Que en otras palabras quería decir que: hiciera su maldito trabajo y dejara lo clandestino de lado.
A Pawel le tomó por sorpresa aquella actitud. Por instinto dio un paso hacia atrás y terminó tensando un pequeño músculo de su mandíbula. No quitó la mirada sobre los ojos de ella y terminó por resoplar una risilla con sarcasmo.
—Sí, Dorothea, ahora haces de jefa —dijo—. No me gusta tu sentido de justicia, nunca me gustó aunque te respete como jefa del área. Es una niña... —reiteró y retomó su camino con más rapidez para terminar de cruzar el corredor.
—¡Es tu maldito trabajo que conseguí con mucho esfuerzo para encubrir tu puta reputación, Pawel! —insistió Dorothea siguiéndolo, acelerando sus pasos sin lograr alcanzarlo del todo.
—No me interesa volver al pabellón 34 si te refieres a eso...
—¡Maldito seas, Pawel! ¿Sabes la cantidad de niños, mujeres, ancianos e inocentes hombres son asesinados todos los días sin tener justicia por sus nombres?
—No eres a quién debo rendirle cuentas por mis pecados..., es a Dios a quién le debo hacer esto por darme una segunda oportunidad.
Pawel giró a su derecha y entró al cuarto lleno de mesones de acero; sólo en uno había un cadáver esperando por ser maquillado. Dorothea entró detrás entre pisotones violentos y se interpuso entre Powel y la camilla antes de que se pusiera hacer sus cosas.
—Dios está conmigo Pawel, ¿o cómo carajos te piensas que has logrado insertarte en la sociedad con este trabajo y tu extraño poder? —dijo entredientes y súbitamente se produjo un silencio incómodo.
Ambos se miraron con emociones entremezcladas en sus gestos, tensos. Había preocupación sin duda alguna porque eran amantes y más allá de su trabajo, del pasado que cada uno tenía, se amaban. Sin embargo, también estaba el enojo y el como pocas veces lograban coincidir en temas tan profundos como esos, en cómo sus charlas siempre terminaban en discusiones caóticas. Y aunque Pawel sintió el fuerte impulso de querer tocarla para calmarla, comenzó a recordar algo todavía más alarmante que tenía que ver con aquella madre de la que hablaban y ella.
—Hazme caso, Pawel, por favor, por una vez en tu vida, hazme caso —siguió Dorothea, pero con una voz queda, ronca, a nada de llorar. De todas formas, no continuó insistiendo y se alejó caminando hacia la puerta de salida.
Pawel cerró sus ojos unos segundos evocando recuerdos de la noche anterior en que ambos lo hacían. Recordó cuando besaba la curva de su desnuda espalda hasta llegar a su cuello y en medio de ese beso decidir llevar una mano para cubrirle los ojos como un juego travieso y seductor de donde se valió para usar apenas su poder, sin demasiada energía invertida, salpicándose de las memorias de ella días anteriores en que se habían llevado el cuerpo de la niña para enterrar. Entre las imágenes proyectadas alcanzó a ver por los pasillos a Dorothea con la madre dándole algo entre las manos y susurrando algo en secreto antes de retirarse. Fue esa misma noche en que teniendo sus recuerdos siquiera pudo continuar intimando e inventó una excusa más, como ganas repentinas de vomitar sintiéndose descompuesto —aunque muy en el fondo sentía las náuseas—. Pero era algo de lo que ella no se había dado cuenta ni había sentido nada.
—¿Cuánto te pagó para que no dijeras nada? —dijo Pawel y Dorothea se heló a nada de salir del estudio. Abrió los ojos como dos platos y el corazón dio un vuelco agresivo. ¿Cómo se había enterado de eso?
0 notes
Text
𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐎𝐋 𝐃𝐄𝐋 𝐅𝐔𝐄𝐆𝐎
(desarrollo de personajes: segunda parte).
Pisadas aceleradas y duras que retumbaron en el suelo de tierra con un crujido sordo, seco, raspado y deslizante se volvieron cada vez más constantes acorde los segundos iban pasando. Junto con esos sonidos aparecieron otros desacompasados que se debían a la respiración de Naburi corriendo con todas sus fuerzas. Intentó inhalar por la nariz sin éxito y terminaba haciéndolo por la boca con torpeza. Un corvus corax onkódis de una longitud de ocho metros y de un peso que a simple vista Naburi desconocía —pero podía inferir, porque esa cosa debía sobrepasar los cien kilogramos seguramente—, corría también detrás de ella sacudiendo sólo un ala para darse impulso de cuando en cuando. Su otra ala estaba quemada e inservible. Aquél monstruo con su mirada inyectada en sangre, producía un granizo estruendoso cada algunos segundos de frustración y tenía sólo un propósito: destrozar a la nativa y comerse su carne.
—Naburi, bebe del caldo, se te va a enfriar —dijo Ticuna mientras llevaba una cántaro para llenar con agua su vaso de barro.
La hermana menor sentada cuan indio sobre un cojín a la mesa de patas cortas, movía una de sus piernas por la ansiedad, se mordía el labio inferior y observaba las ilustraciones que había hecho en las hojas amarillentas. En una de ella estaba el único ejemplar en su especie siendo el Corvus corax onkódis o cuervo negro masivo. Un extraño monstruo que según muchos en la tribu, habían intuido, el mismo clero lo había hecho engendrar para transformarlo en una bestia mata herejes y brujas.
—¿Sigues con eso, Naburi?
—Estoy segura que existe —dijo moviendo algunas hojas para mostrarle a Ticuna—, mira, por las cosas que nos han dicho en la tribu he logrado realizar un diseño del animal, con el pico en dientes como cuchillas de piedras...
Ticuna suspiró y dejando el cántaro a un costado de la mesa sobre el suelo, se arrodilló al lado de su hermana y acunó sus mejillas con ternura para obligarla a mirarle.
—Sé que tu sed de justicia contra esas personas para proteger a la tribu es noble —murmuró con su tersa voz—. Mamá estaría orgullosa de ti, yo también lo estoy, pero prométeme que no te acercarás al clero de nuevo si no es conmigo o con los hermanos, ¿entendido?
—¡Entendido! —expresó ella.
—¿Me lo prometes, Naburi? —dijo Ticuna apoyando su frente contra la de Naburi.
—Lo prometo —respondió, aunque semanas después faltara a su promesa...
Naburi corrió tratando de buscar un lugar donde esconderse en medio de un espacio árido y llano donde poco y nada se podía encontrar alguna roca donde esconderse, siquiera una choza deshabitada, todo lo que le quedaba era rezar y seguir juntando energía de la poca adrenalina que le quedaba para producir una nueva percusión con sus dedos en chasquidos y volver a lanzar bolas de fuego al animal; pero con la falda de agua en su sistema era difícil.
Cuando el cuervo se arrimó más buscando darse el último impulso sobre ella y atraparla por el cuello con el enorme pico, Naburi giró sobre su mismo eje sin haber frenado del todo. La velocidad le dio el último envión y alcanzó a estirar los brazos directo a la cabeza de la bestia. La escena de pronto se ralentizó y cuando ella se vio frente al animal con sus manos encendidas, gritó con todas sus fuerzas para expulsar de las palmas un cúmulo enorme de fuego. El ave que abría su pico a nada de capturarla recibió de manera inmediata el fuego que tragó hasta quemarse la garganta. Se impulsó por inercia hacia atrás sacudiendo una de sus alas y la otra con torpeza y dolor. Ardió hasta su cabeza y se desplomó en el suelo retorciéndose del sufrimiento infernal entre agudos chillidos vibrantes y aturdidores.
La joven cayó de espaldas raspándose los codos y las pantorrillas, cubriéndose unos segundos sus orejas con las palmas y el fuego extinguido. Luego, con las pocas fuerzas que le quedaban, se levantó jadeante. Miró al monstruo con asco y volvió a correr buscando un refugio o algo donde pudiera esconderse.
0 notes
Text
CAP I
CLAN ISHIKAWA
El clan Ishikawa era muy conocido en La nación de las semillas por su labor como guardianes de las familias. La maldad existía, pero nunca podía predominar por sobre el amor, por eso eran quienes ante cualquier conflicto social acudían para poner orden y encargarse de capturar a todo el que no obedeciera las leyes. No eran curanderos como los katharós que se encargaban de sanar al marginado de su mal proceder. Simplemente hacían aplicar el orden mediante técnicas de lucha que se efectuaban en nombre de la paz y el amor. Eran técnicas secretas que no podían ser enseñadas a nadie más que a los mismos del linaje. Tampoco podían casarse ni intimar con nadie que no fuesen integrantes de la misma familia. Todos sin excepción debían introducirse en dichos aprendizajes sin importar que fuera hombre o mujer, humano o iperantropo. Y además, debían instruirse en el arte de lo arcano puesto que tal herencia era un profundo honor y una gran bendición para Ángelo y La nación de las semillas.
Existía un lema en La nación de las semillas y tenía en parte relación con los Ishikawa: 𝑇𝑜𝑑𝑜 𝑑𝑒𝑠𝑒𝑜 𝑑𝑒𝑠𝑎𝑓𝑜𝑟𝑎𝑑𝑜 𝑒𝑠 𝑢𝑛𝑎 𝑠𝑒𝑚𝑖𝑙𝑙𝑎 𝑖𝑚𝑝𝑙𝑎𝑛𝑡𝑎𝑑𝑎 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑐𝑜𝑟𝑎𝑧𝑜́𝑛, 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑠𝑒 𝑟𝑖𝑒𝑔𝑎 𝑐𝑜𝑛 𝑜𝑑𝑖𝑜 𝑦 𝑛𝑒𝑔𝑎𝑡𝑖𝑣𝑖𝑑𝑎𝑑, 𝑙𝑎 𝑜𝑠𝑐𝑢𝑟𝑖𝑑𝑎𝑑 𝑓𝑒𝑐𝑢𝑛𝑑𝑎 𝑦 𝑒𝑛𝑡𝑜𝑛𝑐𝑒𝑠 𝑠𝑒 𝑝𝑟𝑜𝑑𝑢𝑐𝑒 𝑙𝑎 𝑚𝑎𝑙𝑑𝑎𝑑. Y de esa maldad no había vuelta atrás para el sistema de Ángelo. Tal lema terminó siendo estudiado y reflexionado como dogma por el clan, puesto que llevarlo en el corazón era importante para seguir con el papel que la diosa Adara les había entregado.
Hiroshi —el hijo menor de los Ishiwaka—, con el tiempo había dejado de ser parte de todo ese arreglo. Quizás se debió a dos factores sumamente trascendentales en su vida. El primero tuvo que ver con la aparición de Ágata, hija del jardinero de los templos y de la cual se enamoró perdidamente cuando los dos tenían quince años de edad. Sin duda alguna, poder verla de nuevo para manifestar su amor iba a ser todo un conflicto debido a que nunca se le permitía salir de casa, y mucho menos como decía su madre, a una edad tan caótica como la adolescencia. La conoció en una ocasión muy casual; en aquel entonces su madre había enfermado gravemente y en vista de la ausencia de sus hermanos mayores que cumplían una misión, Hiroshi tuvo que ayudar para trasladarla a los templos donde sería curada. En aquél entonces la vio, tímida y serena, con sus largos cabellos blancos, su piel tostada y sus mejillas de color durazno. Se enamoró de sus ojos color verde intenso, tan intensos que a la luz del sol parecían decolorarse y reflejar un agudo amarillo. Estaba en el jardín frontal regando tulipanes, dalias, glicinas, rosas y gladiolos al lado de su padre y de un khataró que la instruían en el arte de la flora. Cuando su padre Kenzo Ishikawa bajaba de la nave con su pálida madre en brazos y él siguiéndolo por detrás, ocurrió un eclipse entre sus ojos oscuros por sobre los amarillos verdosos de Ágata. Las miradas se habían cruzado todavía más penetrantes que un centrado tiro de flecha: directo al corazón, mismo que se aceleró como nunca antes lo hubiese experimentado. Notó entonces como el durazno de las mejillas ajenas se intensificaron y le hicieron intuir que el sentimiento era compartido. Luego de esa ocasión no hubo noche en que no la pensara y en que no buscara alguna forma de escapar de casa para volver a verla. La estructura de toda creencia en su familia Ishikawa se desmoronó. Años más tardes, Hiroshi debía casarse con su hermana dos años mayor y que cumplía con su formación en otra nación, pero pensar en eso comenzó a ser cada día más desagradable.
El segundo factor para Hiroshi fue después de que Ágata y él se vieran más seguido cerca del bosque Cerceta, a escondidas de todo el planeta y expresando la curiosidad de un primerizo amor. Ágata le había contado de su padre y quería que lo conociera porque era un gran hombre. Una noche en que escapaba para ir a verla, ella lo llevó a su casa donde fue acogido por el padre con mucho cariño. Un hombre bastante anciano, de delgadez extrañamente saludable, con sus bigotes blancos como su pelo largo recogido en una coleta y con una personalidad cálida entremezclada con alegría y sarcasmo. Leía mucho sobre metafísica, tenía una gran fascinación al "ser" y a la esencia del mismo dentro y fuera del sistema de Adara. Se llamaba Leandro, había sido un alumno ejemplar con una mente brillante y un futuro que se opacó cuando dejó embarazada a quien luego sería su esposa y más tarde, debido a complicaciones en el embarazo, murió ni bien dio a luz a Ágata. No pudo cumplir sus sueños de ser un gran científico por dedicarse a su pequeña niña, pero nunca se arrepintió de ello con la esperanza de que toda enseñanza impartida en su hija daría fruto en el futuro, y no porque buscara reflejar su sueño frustrado en ella, él la quería libre y que en su libertad eligiera. Lo hacía sino por amor, por un amor genuino y desmedido que no espera nada más que dar, regalar, entregar sin esperar nada a cambio que no fuese la felicidad ajena.
Era también un profundo pacifista, pero paradójicamente creyente de que las batallas a veces eran justificadas cuando se trataba de la emancipación. Aún así, en sus años de juventud, no había tenido el ideal de revolucionarse en contra del sistema conocido como Systemmor, nunca tuvo con quién. Mas en sus años de vida seguía estudiando y reflexionando sobre la gran intriga de un poder que reproducía la esclavitud en nombre del amor. Hiroshi se vio envuelto en otro tipo de mundo diferente cuando lo escuchaba, abriendo su mente a cosas que jamás eran cuestionadas por su familia. Recordó el lema de la semilla y entonces comenzó a realizar nuevas preguntas, porque quizás en su corazón había caído otra clase de semilla, algo que no necesariamente al fecundarse daría como resultado la maldad, sino la libertad. Esa fue la razón por la que, cuando muchos años más tarde conoció a Devin, quiso estar con él y ser parte de un nuevo hito que podría llegar a cambiar la dirección por la que iba Ángelo. No estaba seguro de ser capaz de dar su vida por tal cosa, la daría por Ágata, sin duda alguna. Sin embargo, le gustaba imaginarse en otro mundo junto a ella, en uno donde llorar y expresar el dolor no sea una carga ni una ilegalidad, sino que haya libertad; un lugar donde Ágata y él pudieran tener hijos, un planeta donde su descendencia pudieran elegir de quién enamorarse, un espacio donde también elegir estar mal por sobre estar bien como una forma de drenar el dolor interno porque nada ni nadie era perfecto como tantas veces les enseñaban a todos que se debía pensar con una mente perfecta aunque el cuerpo fuera el problema.
0 notes
Text
𝐓𝐄𝐋𝐄𝐏𝐀𝐓𝐈𝐀
Un chirrido agudo, como el rasguño de un tenedor contra una pizarra, se deslizó por la mente de Liu como un destello de electricidad que provocó una dentera insoportable, haciendo que cada fibra de su ser se estremeciera ante su penetrante eco y la misma esencia del silencio se desgarrara en un grito incesante. En cuestión de segundos se agarró la cabeza pensando que algo terrible estaba apunto de ocurrirle y de pronto, escuchó una voz grave, sumamente clara y cercana como si hubiese agarrado alguna clase de señal de radiotransmisión.
Sus ojos se abrieron como dos platos grandes y atinó a mirar alrededor para darse cuenta que estaba completamente solo en la galería del museo que había decidido visitar esa misma tarde. Su respiración se alteró a medida que escuchaba la voz. «Liu, Liu, Liu, Lililili» decía la voz con un tono chistoso e insistente. Eternos segundos después pensó que se estaba volviendo loco y cuando la misma voz le contestó que «no, que no se estaba volviendo loco», se dio cuenta que todo aquello ocurría dentro de su propia mente.
«¿Quién eres? —susurró Liu y además lo pensó observando a su alrededor, creyendo que quizás podría tratarse de una broma o una trampa.»
«Soy yo: Marduc. —Devolvió el pensamiento con voz grave, serena y despreocupada—. No te asustes, no es ninguna clase de grabación, ni broma, ni de locura tuya, esto está ocurriendo y se llama telepatía. El poder es mío, pero decido compartirlo contigo porque eres mi mejor amigo, ¿viste lo buena onda que soy? He logrado una energía sobrehumana para transmitir información con mi mente a otras. Nos llevó años poder conseguirlo y casualmente, esta tarde lo hice.»
«¡Maldita sea, estúpido! —pensó eufóricamente— ¿¡No sabes el miedo que esto me está causando!? ¿Cómo mierda lo conseguiste?»
«Estoy en el laboratorio. —Caminó por el mismo recibiendo el pensamiento de Liu y se acodó sobre una mesa llena de cuadernos, hojas llenas de cálculos, rayones y tachones. Entonces volvió a pensar—: El resultado fue la capacidad de acceder a dimensiones paralelas o planos de existencia donde las mentes pueden interactuar sin las limitaciones del espacio físico. Esto me permitió comunicarme a través de portales mentales. Es una conexión dimensional, Liu. Lo logramos, podemos usar este método de ahora en más...»
—Ah, este hijo de puta —dijo para sí mismo. «¿Pero cuál ha sido la energía para lograr esa conexión, Marduc? —retomó sus pensamientos—. Ajj, estoy en el museo, quise distraerme un poco.»
A Marduc se le cristalizaron los ojos queriendo llorar de la felicidad. Tantas noches sin descanso, descifrando, rehaciendo cálculos, buscando información con las pocas esperanzas de que lo conseguirían. No podía creer que escuchaba la voz de Liu a través de sus pensamientos, pero estaría más seguro cuando lo viera en persona y este le confirmara que se trataba de él y no de otro ser en otra dimensión.
«¿Maduc? —insistió Liu con sus pensamientos—. ¿Estás?»
«Estoy. —Intercambió pensamiento y sobrepensó con un "sí, vaya que estoy". Súbitamente se oyó un eco que ligeramente produjo un chirrido haciendo que Liu y Marduc se agarraran la cabeza al mismo tiempo—. ¡Ah! Lo siento, Liu, creo que fue un sobrepensamiento, no es algo que domino del todo. Debes saber que la energía es psíquica y la consigo con el Resplandor, pero hay mucho que no sabemos de él.»
0 notes
Text
𝐓𝐄𝐋𝐄𝐐𝐔𝐈𝐍𝐄𝐒𝐈𝐒 (𝐏𝐈𝐒𝐂𝐎𝐊𝐈𝐍𝐄𝐒𝐈𝐒).
A una distancia de seis kilómetros a la redonda había un poste de luz que alumbraba la cuadra y las casas circundantes. Clive estaba de pie sobre el techo plano de un hogar ajeno, quitándose la bufanda para dejarla colgar en un hombro. Miraba fijamente el destellante resplandor del foco y entornaba sus ojos para aguzar la vista. Asimismo, blanqueaba la mente de cualquier distracción periférica, inclusive de la suave brisa que rozaba la piel del rostro. Mantuvo su concentración firme, que se potenciaba cada vez más de forma armoniosa, sin despertar ninguna clase de emoción bestial. Luego de tres vahos escapados de su boca debido a las bajas temperaturas de la noche, una pequeña gota coagulada de sangre resbaló aletargada desde su nariz hasta manchar sus labios. La luz del foco comenzó a palpitar, sus manos se tensaron y sus dedos se extendieron, alargados y con una agilidad inquietante.
Un niño que jugaba solo en el patio de la casa con una pelota, escuchó el sonido parpadeante por sobre su cabeza y notó cómo la luminosidad del suelo se volvió intermitente, de modo que alzó la mirada y se encontró con el foco debilitándose. Sintió algo de miedo e intuyó que eso no era normal, así que se puso de pie, dejó caer el juguete y corrió para entrar a su casa.
Había aprendido solo a dominar el poder de la telequinesis, oculto de su madre. Él era hijo único y la oveja negra del hogar sólo por romper los patrones tóxicos de sus progenitores. Nunca le gustó la violencia, aunque se había criado con ella. Muchas veces rezaba para huir de ella, pero nunca olvidaría cuando una noche en que su padre llegaba ebrio y por mero placer lo golpeaba para descargar sus frustraciones, llegó a desear súbitamente tener el poder de controlar los objetos a su alrededor para defenderse cuando sus fuerzas, sus pequeñas manos y brazos, siquiera lograban protegerlo de los constantes impactos en el cuerpo y en la cara. El deseo se cumplió cuando su padre había fallecido, pero las secuelas y los traumas no se habían ido con él, ni habían desaparecido con el nuevo poder.
Recordar aquello desbalanceó su pleno control de la mente como el disparo de una flecha, se cruzó el recuerdo amargo y perdió la concentración. Empezó a hiperventilar. Por suerte, el objetivo cumplió su fin al hacer estallar la bombilla. Ocurrió que la luz del foco aceleró en su centellear, a veces con intensidad, otras veces con flaqueza; dentro se produjo una reacción candente en el filamento y llegó a un punto tan alto de ebullición que el vidrio explotó en mil pedazos y dejó la cuadra en penumbras. Eventualmente, su cuerpo se destensó, y ablandando el fruncido entrecejo, limpió la sangre de su nariz con la yema del pulgar. Sin embargo, aunque había conseguido un pequeño éxito, no pudo decir lo mismo en su interior, puesto que la frustración y el dolor seguían en su corazón.
0 notes
Text
𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐎𝐋 𝐃𝐄𝐋 𝐅𝐔𝐄𝐆𝐎.
«Si juegas con fuego te puedes quemar».
De cuando en cuando Naburi recordaba a su hermana mayor envolviendo sus pequeñas manos y diciendo aquellas palabras para enseñarle. Pensaba que el calor más inverosímil y envolvente era aquél que resguardaba un corazón. El amor entre ellas y su confidencialidad se asemejaba a un resplandor de fuego todavía más grande y mucho menos peligroso que un incendio forestal, y eso se debía a la solitaria crianza que habían tenido luego de que su madre muriera joven y asesinada en una hoguera. En un principio, Naburi nunca había entendido los peligros del poder que años más tarde aprendería a controlar y a resguardar si era perseguida como una bruja. Y fue en la flor de la juventud que comprendió mejor el refrán. El fuego no era un juego porque si te acercas mucho a él, seguramente vas arder como lo había hecho injustamente su madre, pero en los crudos inviernos podía ser una hoguera entibiando las manos.
La sustancia habituada en sus yemas difería de los humanos comunes. La constante fricción de la piel entre sus dedos o las palmas generaban un tipo de combustión leve que se acrecentaba entre espacios abiertos, entre más frotaba, más grande era el fuego que podía generar. Y lo mismo ocurría con una buena percusión producida por un aplauso o chasquido de los dedos. Así lograba alcanzar temperaturas críticas con el fuego flameante envolviendo sus manos y muñecas. Sin embargo, para crear y dominar las llamas no sólo bastaba la fricción o la percusión, sino que también se necesitaba de mucha concentración. Aquella tarde en un enorme campo llano con el suelo de tierra y rocas, se vio profundamente concentrada, practicando un rato con sus manos, observando curiosa, sintiendo la tibieza en las palmas, lanzando flama tras flama sobre la tierra. Pensó en que, para haber llegado a esa filosofía su hermana, tuvo que haber sido la responsable de una venganza sin piedad hacia todos aquellos que habían quemado a su madre, y seguramente, cuando vio los ojos de aquellos hombres, esposas e hijos envueltos por las llamas, gritando de agonía con la piel y la carne quemándose y calcinándose hasta quedar negra, la angustia entremezclada con arrepentimiento la consumió tanto que llegó al punto quiebre en que tal elemento no podía ser siquiera un juego.
0 notes
Text
𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐎𝐋 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐆𝐔𝐀.
Acercándose a la orilla de un estanque y colocándose en cuclillas frente al mismo, su mano se movió suave como un pincel que traza la primer curvilínea desde abajo hacia arriba, dejando su palma frente al cristalino líquido. Concentrándose con la mirada fija en su extremidad, sintió frío en el núcleo de esta última y en el momento en que pasó a ser tibieza, el agua por debajo de su sombra tembló. A medida que levantaba su mano, la sustancia fue elevándose lentamente a la par, y cuando la mano giró, con la palma en dirección a las nubes, el cúmulo húmedo de átomos danzaron sobre la atmósfera como un dragón chino, nadaron por los aires como una serpiente calamita y crearon una órbita por encima de sus dedos. Pronto el dedo índice controló la materia manteniendo la trayectoria circular; la miró fascinado, entretenido, con una sonrisa fulgurante y un brillo radiante en sus ojos. Mantuvo el baile del agua por largos segundos, desplazando el dedo varias veces hasta que se hubo cansado y destensó los músculos haciendo que el líquido cayera sin forma sobre su palma y resbalando al estanque.
0 notes
Text
𝐕𝐈𝐒𝐈𝐎𝐍 𝐑𝐄𝐓𝐑𝐎𝐒𝐏𝐄𝐂𝐓𝐈𝐕𝐀.
Un joven tanatopractor de nombre Pawel, recibió el cuerpo de una niña de diez años que recostó sobre la gélida camilla de acero. La miró con intriga y luego con nostalgia porque su carita parecía reflejar espanto y una incomprensión angustiosa. Aquél rostro tan níveo y expresivo era un signo enigmática y pujante a una curiosidad intrínseca por querer saber qué se ocultaba detrás. Eso lo llevó a pensar en los años de vida de la pequeña, y antes de embellecer el cuerpo, le regaló una pequeña caricia en la frente y en su cabello anaranjado. Cuando el gesto acabó, con cuidado apoyó la mano sobre sus fríos y cerrados ojos. Él también cerró los suyos y respiró con profundo ímpetu hasta contener el aire lo más que pudo. Súbitamente sintió una fiebre helada recorriendo toda su espalda y al abrir sus ojos de golpe quedaron blancos como papel. Abrió apenas su boca emitiendo un pujido grave y el cuerpo tembló a causa de una potencia regulada.
En un espacio vacío y oscuro, situado en la misma nada, vio a lo lejos una nítida luz que se hinchaba a medida que se acercaba. De repente, comenzó a ver recuerdos de la pequeña en proyecciones breves y puntuales: vio su nacimiento, sus primeras palabras, sus momentos de juegos y aprendizaje en la escuela hasta que cada evocación se proliferó en borbotones y se conectaron con sus propios recuerdos e infancia. Una gota de sudor se deslizó por la sien del experto sintiendo una aguda tensión en los músculos de su cuello, tratando de enfocarse sólo en la niña hasta que logró llegar a su último instante de vida en que oyó gritos de horror y vio algo espeluznante...
La última imagen fue ver a la madre de la pequeña obligándola a beber algo cuando estaba somnolienta en su cama abrazada a su rana de peluche. La mujer volvió a recostarla y tomó una almohada que suavemente aplastó contra la cara de su hija y sin piedad apretó y apretó. No tardó tanto en escuchar los gemidos ahogados, pero ella siguió ejerciendo presión. Por si fuera poco y debido al veneno de ratas ingerido, la pobre niña se ahogó al tragar los fluidos internos en medio de una convulsión repentina. Bastaron minutos y finalmente la mató. Pawel, perturbado por las imágenes, alejó su mano sintiendo una desconexión abrupta, dio lánguidos pasos hacia atrás y quedó recargado contra una mesada de acero, respirando jadeante y con su mano en el pecho. Miró el cadáver y se le llenaron los ojos de lágrimas; ahora comprendía todo.
0 notes
Text
0 notes