puedesllamarmeesme
6 posts
Elegí malos tiempos para ser poeta
Don't wanna be here? Send us removal request.
Text
La vuelta
Voy en un tren camino a casa, con mi compañero de trabajo al lado, pero no tenemos conversación. A estas horas, a miércoles, y con todo el trabajo que hemos tenido detrás, el silencio es lo más apropiado para este viaje.
El viernes nos dijeron que venía una semana dura: “A”, que a veces es bastante cabezón, decidió a última hora que quería cambiar de estrategia, poniéndonos así a trabajar sin descanso en una nueva línea muy diferente a la inicial. Además, hubo que reorganizar grupos de trabajo que ya estaban cerrados, lo que no resultó nada fácil. “L” lleva con gripe desde la semana pasada y sólo sale de la cama para ir al baño. Supongo. Así que somos uno menos. Vamos, que me quedo sola.
Hemos trabajado tres días sin parar. Y sí, me quejo. Oigo por detrás a mi madre decir que no me queje, que es trabajo. Oigo a “J” decirme que siempre me quejo. Oigo a mi jefa diciendo que las quejas, para cuando terminemos. Oigo a mi voz interior que no puedo con tanto curro. Que no, que no. Que el lunes a las 22.00 yo tendría que estar leyendo un libro, o tomándome algo con alguien o simplemente mirando el puto techo de mi habitación. El martes a las 10.30 teníamos una reunión donde todo se podía caer, pero surgió la magia, así que más curro todavía, pero por lo menos enfocado. Que sí, que me van a dar días libres por este esfuerzo, pero como me jode entrar a currar sin que haya salido el sol y salir de noche, que ni hemos salido a comer. Y el miércoles se acaba todo, porque es la entrega y se acaba. Te lo juro Elsa, el miércoles se acaba.
Mi compañero ya va dormido en el tren y yo, que me encantaría cerrar el ojo, llevo por dentro una sensación extraña. Y no porque el día haya ido mal. De hecho, ha ido genial. Hemos hecho un trabajo espectacular y casi que nos han hecho la ola. Y yo, que a esto de los elogios no estoy muy acostumbrada, me parece raro que mi idea tomase forma y que haya gustado tanto. Y estoy agotada. Físicamente. Mentalmente. Pero llevo una especie de éxtasis dentro que me hace sonreír como una idiota. “S” está dormido, tranquila. No va a ver la cara de flipada que llevas.
Llevo por dentro la dura sensación de quien siempre ha creído ser un fraude. La triste sensación de no ser suficiente, algo que cargo a la espalda como una losa que pesa ya demasiado. Llevo también horas de sueño perdidas y mucho cansancio acumulado, pero llevo también una extraña sensación de felicidad, de risa tonta muy difícil de explicar. Llevo la recompensa del trabajo bien hecho y el ego de quien lo ha petado, joder. “Cansada, pero súper bien”, le dijo a “R” en un whatsapp. Es que es así. Cansada pero de puta madre.
Llevo muy inmersa en el trabajo casi un año por diferentes motivos: la salida de un paro terrible y el miedo a perder de nuevo un trabajo, la necesidad de demostrar que había gente que se equivocaba, la motivación de un trabajo que me encanta y la obsesión de olvidar un amor no correspondido. Llegar a casa se ha convertido en un refugio donde descansar, donde mimarme y preparar más trabajo y más planes.
Sin embargo ahora, a 297 km por hora de camino a Madrid me ha dado por recordar. Y el año pasado por estas fechas todo era muy diferente. Demasiados cambios, más de los que puedo procesar. Ojalá pudiese decirle que estoy tocando el cielo con las manos y que me da rabia que no esté aquí para compartirlo conmigo. Al fin y al cabo, él era parte de todo esto. Con él aprendí a ser más generosa y con él aprendí a confiar más en mí misma. Lo de hoy, en parte, también es suyo.
Vivo en un estado de soltería “voluntario” en el que las frases “no quiero nada serio” y sucesivas se han convertido también en mi credo. Pero hoy, curiosamente, me gustaría llegar a casa y que alguien estuviese esperándome. Que me abrazase y me preguntase que cómo ha ido todo. Y compartir con él esta euforia que me da que será efímera. Y agradecerle estar ahí, que hace demasiado frío en Madrid. Y quedarme dormida en el sofá con él, que estoy muy, pero que muy cansada. Es lo que tienen los recuerdos, que te joden un puto día genial.
Bueno. Tenemos un gato. Servirá.
0 notes
Text
Una mujer soltera

Voy en un tren, camino de ya no sé dónde. Quien me conoce sabe que adoro el cine. Y he recordado la película de Colin Firth “Un hombre soltero” (película indispensable, por cierto). Voy escuchando a Xoel López en un intento de olvidar el día que he tenido. O las semanas que llevo aguantando ciertos temas que me ponen de muy mal humor. Y quien me conoce sabe que yo de mal humor, mal. Muy mal.
Hace dos años y medio que mi ex-pareja y yo terminamos una relación en la que hubo mucho amor, pero que acabó en un drama sin precedentes. Además de un corazón roto, la ruptura me dejó una serie de inseguridades con las que lucho a diario, lamentablemente. Y sin embargo, tengo claras ciertas cosas que nunca se rompieron: soy una mujer independiente, con un corazón fuerte que nunca ha sentido la necesidad de estar con alguien para sentirse completa.
Decir que estoy soltera con 31 años deja a ciertas personas con un gesto en la cara complicado. Hoy, mi compañero de trabajo, con 33 añitos, ha dicho que está soltero en una comida. No ha habido comentarios, tampoco muecas. Cuando he comentado yo mi estado civil, la cosa ha cambiado.
“Pues con lo guapa que eres, mira que es raro que estés sola”. Ojo, sola. Que no soltera, eh. SOLA. Esta gran cita se suma a los miles de “Cuando no busques nada, aparecerá”, “Tranquila, te llegará cuando menos te lo esperes”, “Eres un partidazo” o el maravilloso ”Igual es que eres demasiado exigente”.
Dos años y medio escuchando estas chorradas. Estoy harta. Hasta el coño. Permitidme la licencia de decir palabrotas. Y es que como escribió Sara Herranz, el estigma de la mujer soltera existe y yo lo estoy viviendo.
Que yo esté soltera es una decisión propia. Un deseo. Que a nadie se le olvide. Y es una decisión que tomo desde el respeto a mí misma y de acuerdo al deseo de ser feliz y llevar la vida que quiero sin hacer daño a nadie, obviamente. Estoy cansada de dar explicaciones de por qué no quedo con gente de Tinder, de por qué cuando se me acercan a “ligar” conmigo no sigo el rollo de la gente, muy cansada de dar explicaciones de por qué no quiero relaciones de una noche. Cansada de que me den consejos de cómo subir fotos en las redes sociales para que me escriban tíos que no me interesan en absoluto, cansada de que todo el mundo me quiera presentar a sus amigos solteros perfectos para mí. Cansada de dar explicaciones de por qué voy sola al cine y de por qué cojo el macuto y me voy de viaje sola. Pero sobre todo, estoy harta, muy harta, de que esta pregunta solo se nos haga a las mujeres y de que los “hombres solteros” estén por encima del bien y del mal. Venga ya.
Cojo prestadas las palabras de Despentes en su libro “Teoría King Kong”:
“Escribo desde aquí, como mujer poco seductora pero ambiciosa, atraída por el dinero que gano yo misma, atraída por el poder de hacer y de rechazar, atraída por la ciudad más que por el interior, siempre excitada por las experiencias e incapaz de contentarme con la narración que otros me harán de ellas. No me interesa ponérsela dura a hombres que no me hacen soñar. Nunca me ha parecido evidente que las chicas seductoras se lo pasen tan bien. Siempre me he sentido fea, pero tanto mejor porque esto me ha servido para librarme de una vida de mierda junto a tipos amables que nunca me habrían llevado más allá de la puerta de mi casa. Me alegro de lo que soy, de cómo soy, más deseante que deseable.“
Pues no. No quiero ponérsela dura a hombres que no me hacen soñar. Nunca lo he querido, lo que también me generó el estigma de estrecha en su día. “Es que no quieres enamorarte por miedo a que te hagan daño”, otra de las grandes frases de mierda que me tengo que comer cada vez que hablo de este tema. Pues no, no tengo miedo a enamorarme. Pero estar soltera/o no significa estar disponible. Porque esto es así: creo que para enamorarse hay que tener una predisposición. Y yo, hoy por hoy, estoy fuera de cobertura.
1 note
·
View note
Text
MARTES

Me topé por casualidad con Xacobe Pato Gigirey (@xpgigirey) hace un año aproximadamente. Xacobe escribe unos preciosos diarios en Instagram que, cuando los lees, se para el tiempo para recordar cada día de la semana. Me encantan estos diarios porque yo tenía unos muy similares hace años y que dejé de escribir cuando me diagnosticaron mi depresión.
El otro día, en su diario del martes, escribió: “Solo hay una cosa peor a que algo que quieres se rompa: que esté a punto de romperse”.
Y sí. Solo hay una cosa peor a que algo que quieres se rompa: que esté a punto de romperse. Porque en ese momento te falta el aire, porque quieres llorar y no lloras, porque la incertidumbre te vuelve loco. Porque en el fondo sabes que se va a romper. Y vives en esa milésima de segundo antes de que el vaso se estampe contra el suelo y cruja para romperse en pedazos. Algunos grandes, que son los que más cortan y esos pequeñitos que cuando los recoges se te quedan clavados. Tan pequeñitos y son los que más joden. Malditos.
¿Cómo sabemos que algo está a punto de romperse? A mí la experiencia me dice que simplemente lo notas. Como la tontería del amor. Pues la del desamor también. Pero hoy me hago preguntas: ¿Por qué sabemos que se va a romper? ¿Sabemos que hemos hecho algo mal? ¿Sabemos que no lo hemos cuidado lo suficiente? ¿O soy yo, que no soy suficiente? ¿Es verdad que a veces las cosas se acaban y ya , como los aparatos con obsolescencia programada?
Cuando algo se rompe, uno experimenta el dolor. Lo he sentido. De verdad. Pero cuando sé que algo está al límite de la rotura no siento dolor. Es algo mucho peor. Siento la duda. Siento la ansiedad de no saber. Empiezo a hacerme mis películas. Empiezo a pensar que igual soy yo la única que piensa que queda un segundo para que todo estalle. Pero no. Algo me dice que las cosas no fluyen. Que todo se acaba. Me falta el aire, como cuando vi por primera vez sus ojos verdes. Siento intranquilidad. Me siento triste. Y al final, me dejo caer. Como el símil tan utilizado de tirarse al acantilado. Y agarro todo y me lo llevo conmigo. Y el vaso por fin se rompe, después de tanta agonía. ¿Para qué tanta agonía, digo?
Es un vaso, supongo que no es para tanto.
Como dice mi padre: los martes, ni te cases, ni te embarques.
0 notes
Text
Un pasito más cerca

Como cada año, un día antes de mi cumpleaños me pongo a divagar. En esta cultura en la que crecí, había estipulados unos tiempos muy concretos para conseguir metas y, entonces, cada vez que cumplo años ya es una costumbre tener que pensar en las típicas crisis existenciales de mierda que tenemos los millenials.
Hace un año exactamente me encontraba en una cafetería, llorando como una magdalena con un amigo porque cumplía 30 años. Y no era por cumplir los 30, llegar a esa barrera “de madurez” en la que parece que tu vida tiene que estar resuelta. Lloraba por no haber cumplido con las expectativas, por no haber hecho todo lo que tenía que haber hecho, por no tener un trabajo fijo ni una casa en propiedad. Sí, la inmadurez también llega hasta los 30.
Santi me miró con cara de estar viendo a una niña de seis años consentida y caprichosa y yo, que estas cosas las veo venir, tuve que hacer un ejercicio de reflexión severo.
He estado siempre tan atada a lo que se esperaba de mí que, aunque siempre he sido libre de tomar mis propias decisiones, éstas siempre han tenido un pequeño vinculo con las expectativas que otros tenían de mí. Confundí durante mucho tiempo que la generosidad no era darle todo a los demás, si no coger un camino que nos llevase a un destino juntos. Me engañé pensando que si ayudaba a los demás a cumplir sus sueños, una pequeña energía cósmica haría que ellos también me ayudasen a cumplir los míos. Pensé que el apego era bueno y comprendí finalmente que me privaba de mi libertad.
Escribí dos deseos en una servilleta: el primero, que nunca se agotase mi curiosidad por descubrir nuevos mundos, nuevas historias. El segundo, intentar poner todas las bases para alcanzar mis sueños antes de cumplir los de los demás.
Un año después vuelvo a estar en una cafetería con wifi gratis y un servicio que deja un poco que desear para hacer un nuevo balance de lo que fueron los 30 y de lo que serán los 31. Un balance corto porque, por fin, me decidí a vivir mi vida y a no juzgarla y a dejar salir el yo más sincero.
Mañana cumplo 31 años y no estoy donde pensé que iba a estar. Aquella niñata estudiante de económicas se pensaba que iba a cambiar el mundo, pero no. Profesionalmente no estoy donde pensé que iba a estar y mucho menos donde otros pensaban que iba a estar. He dado muchas vueltas, he arriesgado muchas cosas y todo ello me ha traído hasta aquí. Hace unos días me castigaba por ello. Hoy, algo más tranquila, me felicito por ello. Todo lo vivido me ayuda a mi trabajo hoy, sea mejor o peor de lo esperado. Y lo que quiero llegará tarde o temprano. Solo he de confiar en mí. Personalmente tampoco estoy donde pensé estar. Aunque suene algo arrogante, estoy muy por delante. Puedo decir firmemente que hoy estoy mucho más cerca de la persona que quería ser, mucho más cerca de los valores que siempre he defendido y que me ayudan a ser feliz. Porque sí amigos. Aunque los vientos no han sido favorables estos años, soy feliz. Y cuando lo tenía todo no lo era. Así que aquellos temidos 30 que yo veía como barrera no fueron más que la puerta a la madurez y al autoconocimiento.
Para este año voy a pedir otras dos cosas: que nunca se acaben mis ganas de seguir aprendiendo de personas extraordinarias y que mi corazón no se rompa por motivos ajenos a mí.
Hoy es el último día de mis 30. Y los voy a echar de menos.
0 notes
Text
Cuando una puerta se cierra, se abre una ventana.
2017 fue un año lleno de sorpresas y, aunque no todas fueron buenas, (supongo que) me sirvieron para aprender. Fue un año lleno de miedo, de dudas, de amor no correspondido, de pérdidas. Pero también fue un año lleno de aventuras, de hallazgos, de cambios y de paz interior.
En 2017 el pasado volvió a casa y dejé que se instalase. Para cuando lo quise echar ya era demasiado tarde. Se quedó conmigo y después llegó la ansiedad del futuro. Fue así como el presente me empujó de aquel sitio tan alto, haciendo que me diese un golpe tan grande que aún me duelen los huesos. Pero solo así pude darle tiempo a mi cabeza para analizar y sosegarse y, sobretodo, pude darle tiempo a mi corazón para perdonar los errores pasados, sanar las heridas presentes y abrazar los sueños futuros.
El pasado año fue también el año de la soledad. Esa soledad que te enseña que no estás solo. Esa soledad que te enseña la bondad y generosidad de la familia y los amigos. La que te acerca su amor y te aleja de las personas no tan buenas. Y la soledad me dijo no me preocupase demasiado por sentirla, porque siempre me queda el mar.
También me rompieron el corazón. De pleno. Me lo destrozaron hasta que no quedó más que un absurdo sentimiento de culpa. Alguien me dijo una vez que cuando te rompen el corazón uno no vuelve a ser el mismo. Que cuando te rompen el corazón en mil pedazos no te queda más que recoger y juntar lo que queda. Que con el trabajo y el esfuerzo que cuesta reconstruir una estructura tan sólida, ya no quedan ganas de tirarse a la piscina ni de confiar. Que ya no quedan ganas de querer. Yo, en el costoso y laborioso trabajo de reconstruir el mío, este año me ha enseñado que no estoy de acuerdo. Que he tenido que coger trozo por trozo, levantar piedras e incluso bucear para encontrarlos todos y no estoy de acuerdo. yo hoy tengo muchas ganas de amar. Y de todos esos pedazos que salieron disparados me he guardado unos cuantos para entregarlos cuando llegue el momento.
En 2017 he conocido a gente buena. Gente que aporta y que suma. En 2017 le he dicho adiós a gente mala. Gente que envidia y que miente. De todas las sorpresas del pasado año me quedo con todas las nuevas personas que han aparecido en mi vida y que ya, inevitablemente, se quedan para siempre. También le agradezco que haya quitado de mi vida a la gente mala.
2017 ha sido el año de la aceptación. De aceptar que la gente se va, que la gente te falla. De aceptar de una vez por todas que unas veces se gana y otras se pierde.
Me quedo pues con el aprendizaje, con la gente nueva y con la que lleva conmigo toda la vida. Me quedo con lo que me enseñó la persona que me rompió el corazón (ojalá no volvamos a vernos nunca) y con la que me dijo que “se vive de momentos y no de lamentos”.
He empezado el año lejos del mar pero me queda muy poco para volver a verlo. Espero que esté preparado para nuestro encuentro y me deje convertirme, una vez más, en espuma de mar.
0 notes
Photo

De Ruby siempre me gustó su pasado, un pasado que la hizo explosiva, de un carácter espectacular. Lo que de verdad amo de Ruby es esa forma de querer ese pasado, de no avergonzarse por haberla cagado una y mil veces.
Siempre pensé que Calvin era un cretino pero hoy... hoy le entiendo. ¿Quién no diseñaría su amor perfecto?
-No eres para nada mi tipo.
-¿Cómo que no soy tu tipo?
-Suelen gustarme los tíos más...decididos.
-Yo soy decidido.
-No. Eres tozudo. Es diferente. Una vez tuve un novio que me decía que no era graciosa, pero que tenía un buen sentido del humor porque me reía de sus chistes.
- ¿Por qué salías con un tipo así?
-Era joven . Tú también lamentarás muchas cosas.
-No muchas. Todo me ha ido perfecto hasta ahora. Y... ¿es eso lo que buscas en un tío? ¿Que sea un capullo?
-No lo sé. Supongo que te buscaba a ti. Sólo que tardé un poco en encontrarte.
0 notes