Ahora que el horizonte está en llamas nos sentamos a la espera de una tormenta. Tenemos miedo de perdernos en las decenas de historias que cuenta nuestra memoria; esas que hoy son casi un espejismo. Las hojas se queman distantes, los sueños y esbeltas certezas, laboriosamente construidas, desvanecen a lo lejos como una panacea imaginada para olvidar el descontento, la desilusión, la nostalgia y todas las inquietudes prestadas, reflejos de nosotros en otros que se han convertido en verdades universales que se esfuman mientras marchitamos hacia la tumba. En el horizonte se encuentra el ganador, resiste a las náuseas, ya no tiene que perder; hombre sin memoria de ojos pétreos. Nosotros, en cambio, nos sintetizamos en la mirada, en ella se advierte la pátina de nuestra historia, el derrotismo, el pesimismo y el vacío existencial de toda la experiencia sedienta. Chorreamos lágrimas porque el abismo se proyecta en nuestros ojos. Así pues ocultamos nuestros cuerpos en un cubo que no nos contiene y apenas vierte nuestros sentires. Sería suficiente con romper esta mera prisión, cegarnos y entregarnos al frío de la indiferencia, pero no, somos enemigos de la tranquilidad, estamos siempre hambrientos...
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momentánea despedida, un año de glorias.
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