Psicólogo explorador del psicoanálisis: https://elblogdegenaroes.blogspot.com/?m=1
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LA MIRADA ASESINA

… ¡Qué cosas hay que ver, cuando todos los ojos están cerrados!
Restif de la Bretonne
Muy pronto Jeffrey Dahmer se da cuenta que hay un peligro, peligro que desconoce pero, que sabe, está ahí. En su infancia hay un espacio que va más allá de su limitado entendimiento. Descubre que la palabra puede ser útil para crear fantasías pero también que hay una dimensión fuera de la palabra, un sentido incomprensible del cual ha quedado excluido sin lograr saber el porqué. Su madre yace moribunda en la cama y su padre, repudiando la situación.
Los años pasan y la separación de sus padres solo ayuda a reforzar más su soledad teniendo al alcoholismo y la oscuridad como único huésped, ya sea en casa de su abuela, de sus padres o su apartamento, buscará alejarse de la luz, de la mirada de la gente. No hay rumbo, no sabe hacia dónde se dirije, pero, ¿acaso nosotros sabemos hacia dónde vamos?
Las paredes, la luz, la mesa, en compañía o en solitario, el estado de ánimo, todo influye a la hora de comer, una palabra, una frase, un pensamiento es suficiente para comer desesperadamente o perder el apetito. El exceso por privarse de comer o atragantarse a más no poder resuena en la mente y el cuerpo y nos deja claro que más allá de comer por necesidad, se come por placer. Comer es olvidarse de todo, hasta de uno mismo.
Los alimentos siempre jugaron un papel importante dentro de lo social, ya sea por religión, por socializar o por economía; del otro lado está el gusto que comienza por la boca, por las palabras, el sabor y el saber respectivamente. Los alimentos están compuestos de ingredientes pero también por historias, anécdotas y cultura y eso lo sabe muy bien Dahmer. La comida está presente desde el nacimiento, el vínculo hacia la madre es por medio de la comida.
... El plato es siempre el último refugio contra la angustia de la soledad y el sentimiento de pérdida de uno mismo: es la superficie en donde, una y otra vez, se busca la sustancia vital que debería tapar la grieta que se produce en el cuerpo.
Giselle Harrus Ravidi
El besar, acariciar, morder, lamer el cuerpo del otro es como querer degustarlo, hacerse de una parte del cuerpo del otro, poseer mediante la boca otro cuerpo, no tiene un significado hasta que choca en lo sexual que hace estallar su deseo y lo vuelca hacia partes que se pueden besar o succionar. El amor, la obsesión o el rechazo están profundamente relacionadas con los sentidos y el saber. Y llegamos al deseo que, en este como en otros casos, suele proyectarse en una persona u objeto y este a su vez desembocará en una cadena de significantes, la comida y la violencia reinarán esta etapa, un deseo disfrazado de persona y luego, la comida y la culpa haciéndose presente ante la ausencia de la persona y por lo tanto del deseo. Caemos en una suerte de "sublimación" por parte de Dahmer.

El comer mientras se ve la televisión, las salidas a comer con amigos o familiares es comerse no sólo la comida; más bien es comerse las palabras, los afectos no se pueden tocar, se pueden imaginar, oler y degustar y a partir de ahí se hacen presentes sintiéndolos por medio de la comida. Por ejemplo, se puede acceder al amor maternal cuando se prueba una comida que preparaba tu mamá, los sentimientos se pueden saborear y traer gratos o desgarradores recuerdos.

"El castigo está presente en la mente desde que se anuncia el deseo"
Giselle Harrus Ravidi
Lo que se observa, siempre es por deseo, clavar la mirada en algo siempre tiene relación con lo que se desea; grabarse una escena, una imagen, atrapar la imagen y conservarla en papel, buscar ese deseo con la vista se convierte en una automutilación. Así cuando busca relacionarse con alguien más coloca a ese alguien en el lugar que él desea ocupar. Dahmer navega en esa oscuridad simbólica, donde las sombras que toca son esas heridas del ser que se niega a confrontar.

Descubrirse impotente, darse cuenta que la ferocidad del deseo sostiene su existencia y que es imposible de acceder, desemboca en el odio porque el otro se muestra inaccesible, la relación sexual solo es un resquicio de la falta y no es posible obtener más de ese cuerpo o, más bien, es casi imposible acceder a él pero cuando el frenesí irrumpe se buscará despojar al cuerpo de su ser, de acorralarlo, de convertirlo en algo y no en alguien. Se trata de arrancar de tajo toda investidura simbólica e imaginaria para reducirlo a un cadáver o trozo de carne, solo por uno momento ese deseo se calma para después volver con más fuerza.
Ese asco, esa repulsión, ese rechazo hacia tales actos atroces que se resaltan en la serie revelan quizá una parte de nosotros. Acaso cierta criminalidad habita en nuestros pensamientos más profundos.

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Escribir es darle sentido al sufrimiento. He sufrido tanto que ya me expulsaron del otro mundo. Escribir es querer darle algún sentido a nuestro sufrimiento.
"Diarios". Alejandra Pizarnik, 1962
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Fragmento de 'Testo yonqui' de Paul B. Preciado
Valerie Solanas, en su Scum Manifesto de 1968, había visto las cosas con una cierta precisión. Cuarenta años después, sólo un elemento parece haber cambiado: todas las características grotescas que Solanas atribuye a los hombres en la sociedad capitalista de finales del siglo XX parecen hoy hacerse extensibles a las mujeres. Hombres y mujeres son hoy bio-productos de un sistema sexual esquizoide abocado a la autodestrucción. Los hombres y las mujeres son criaturas «deficientes, emocionalmente limitadas», «deficientes emocionales», criaturas «egocéntricas, encerradas en sí mismas, incapaces de empatía, identificación, amor, amistad, afección o ternura», son «unidades aisladas», criaturas a las que el rígido sistema clase-sexogénero-raza obliga a una autovigilancia y un autocontrol constantes, y que dedican a este agenciamiento brutal de sus subjetividades un tiempo comparable a la extensión total de sus vidas; criaturas físicamente débiles una vez que toda su potencia vital ha sido utilizada en la contención de su propia multiplicidad corporal, incapaces de encontrar satisfacción en la vida, políticamente muertas antes de haber dejado de respirar. No quiero el género femenino que me fue asignado en el nacimiento. No quiero tampoco el género masculino que la medicina transexual me promete y que el Estado me acabará otorgando si me porto bien. No quiero.
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Para todos nosotros, que sufrimos del frío, que tememos a la canícula, a quienes la lluvia sume en la tristeza, la meteorología es un perpetuo suspenso.
- Pascal Quignard, La imagen que nos falta
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Black panthers is a racist hate group
Do you feel oppresed by their legacy?
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Tengo miedo por lo que viene pero en algún momento lo tengo que afrontar.
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Ayer me di cuenta claramente que floto como un fantasma. No participo en nada. Huyo de la ley de la vida, de sus leyes, del destino personal. Siempre desde mi infancia he aguardado cosas mágicas llegadas a mí por obra y gracia del misterio.
Alejandra Pizarnik, Diarios.
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“Más que a todos los signos, los amantes están atados a los símbolos (a este menosprecio que confunde la diferencia sexual y el lenguaje humano). Los amantes creen que son los componentes de un lenguaje inefable, ultrasingular, como si formaran un nombre propio presocial, inaudible para la sociedad inmediata (la familia, el entorno, los vecinos). Entrelazan aquello por lo cual se reproducen y aquello por lo cual dialogan. Es como si el amante y la amante debieran transformarse en ese nombre (que releva a esa necesidad frecuente en las sociedades recientes de sacrificar el apellido para cambiarlo por el apellido social del amado), en un nombre propio inaudito cuya función sería comparable a la de un interruptor que detuviera el lenguaje.”
— Pascal Quignard, Vida secreta. Último Reino VIII.
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Si la muerte es silencio es a su conquista que me dirijo. A tientas, temblorosa en mi desnudez, envuelta en la noche.
Alejandra Pizarnik, Diarios.
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La cuestión con aquellos que asumen tener "fuertes convicciones" es que son convictos (prisioneros) de sus acciones (pensamientos o comportamientos).
Lo más peculiar es que toda convicción se toma de algo otro; algo exterior al sujeto, que se le impone como propio.
Psicología de las masas
Gustave Le Bon
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Autorretrato 11001. Todos son iguales

“Todos los políticos son iguales” es una falacia de esas que llaman “ad nauseam”, es decir, aquellas que se repiten constantemente hasta que adquieren un estatuto de verdad, hasta el punto de que casi nadie se atreve a opinar en contra.
Presupone que todos los políticos, vengan de donde vengan, sean del partido que sean, siempre estarán dispuestos a engañarnos, robarnos, a poner zancadillas a diestro y siniestro y a corromperse sin ningún escrúpulo, ante cualquier situación y en cualquier coordenada espaciotemporal.
Y de ello se deduce la peligrosa consecuencia de que, si todos son iguales, para qué vas a ir a votar, da igual el resultado, todos te van a putear.
La frase es necesariamente falsa porque, en buena lógica, si encuentras un contraejemplo, uno y solamente uno, ya no es una sentencia verdadera. Y yo sé de muchos contraejemplos en el lado de la izquierda y sospecho que, a poco que piense, puedo encontrarlos también en la derecha.
Lo que pasa es que las falacias se disfrazan muy bien. Como las medias verdades, tienen un paralelismo con la realidad y es fácil de confundir al personal. En realidad no es que todos los políticos sean iguales, sino que todos los políticos están sometidos – como personas que son – a las mismas bajas pasiones. La ambición, la soberbia, la arrogancia, la avaricia, la sensibilidad ante el halago, la superación de la tentación por el pecaminoso método de caer ante ella, entre otros senderos de perdición, representan un camino asfaltado hacia la corrupción.
Estos son pecados humanos, no podemos achacarlos sólo a la clase política, quizás debiéramos mirar nuestra conducta a ver si hemos sido corruptos o amorales en algún episodio de nuestra vida o hemos tenido algún desliz convenientemente olvidado por nuestra mente, que eso las personas lo hacemos muy bien.
El que un político caiga o no en la corrupción depende de su fortaleza moral y su resistencia. Supongo que cada persona tendrá su umbral de resistencia a distintos tipos de ataques morales. Habrá quién con sólo una sutil sugerencia esté dispuesto a venderse y habrá quién hará falta mover montañas para hacerle caer en la podredumbre. En mi caso, no creo que el dinero sea un método fácil de convencerme, mi precio es alto, pero como cobardón que soy, creo que la violencia podría hacerme mella.
En todo caso, la corrupción de cada cual depende de él mismo y del que corrompe (el corruptor no sé por qué siempre pasa desapercibido), y en este proceso adquieren su responsabilidad política y penal. Somos los otros como comunidad los que no debemos consentirlo y nuestras instituciones deben perseguirlo.
Y en eso sí que fallamos, hacemos dejación de funciones como ciudadanos, somos muy dados a quejarnos en el bar o en la barbacoa con nuestros amigos y a repetir: “todos los políticos son iguales”, pero volvemos a votar a los mismos una y otra vez o quedarnos en casa, que no sé qué es peor.
A mí esta frase del “todos son iguales” me recuerda a aquellas enfermedades genéticas que se transmiten por todos, pero sólo afectan a los hombres, sólo a las mujeres o a segmentos concretos de la población. La frase se puede escuchar a todo tipo de personas, aunque a mí parece que la oigo más entre gentes de derecha y, sin embargo, estas buenas gentes acuden disciplinadamente al colegio electoral cada día de votación.
Y les entiendo, sé que razonamiento emplean. Supongamos por un momento que todos los políticos son corruptos por definición, ni siquiera en ese caso son todos iguales, pues unos están más cercanos a mi ideología o a mis intereses que otros. Así que por iguales que sean yo voto a los míos. Es algo así como… “voto por este tío o tía, que es un hijo de puta, pero es mi hijo de puta”.
Juan Carlos Barajas Martínez
Este microrrelato pertenece a la serie de los autorretratos binarios
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Igual que la religión ha encadenado la mente humana, y la propiedad ha conquistado y reprimido las necesidades humanas, el Estado ha esclavizado su espíritu, dictando imposiciones sobre cada aspecto de la conducta. "Todo gobierno en su esencia", dice Emerson, "es una tiranía". Sin importar si es gobierno por derecho divino o por elección de la mayoría. En cualquier caso su meta es la subordinación absoluta del individuo.
Emma Goldman, Feminismo y anarquismo.
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