saladine1888 - Tumblr blog

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Diario de las aguas. Roger Deakin

La primera vez que nadas en un río sabes que nada va a ser igual. El olor a vida se queda impregnado en tu memoria para siempre, como la piel de un bebé. Hoy, el olor a fango, a hojas húmedas, a piedras pulidas y raíces es sólo un recuerdo. Porque nadie quiere meterse en el río ya, salvo los niños. En el agua fría sólo hay seres con escamas resbaladizos y culebras largas. Así que ya no nos bañamos. Tampoco en los pantanos, de negras profundidades donde reíamos de adolescentes. Ni en el mar, más allá de donde hacemos pie. Hoy hay que leer a Deakin para volver a ser niño y regresar a ese río lleno de barbos. Leer como quien nada. Y pasear por una playa de guijarros que nos espera tras recorrer carreteras brillantes de Gran Bretaña, como si fuera nuestra patria.

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Un caballero en Moscú

Amor Towles

La verdad está llena de matices, a veces tan sutiles que solo algunas almas privilegiadas pueden captar. Amor Bowls nos lleva por ese camino de lo sutil entre zarzas. Capaz de pintar la Rusia de los zares y su caída a manos de los bolcheviques sin un solo brochazo grueso. Sin embargo, la calidez del hotel Metropol, donde se desarrolla casi toda la novela, no impide sentir el frío del nuevo régimen. Su locura. Esa Rusia empeñada en maltratarse a pesar de su inconmensurable grandeza. Rostov, nuestro héroe, es el hilo conductor para adentrarnos en la historia, la cultura, el pensamiento y el sentimiento de un país capaz de llevar al extremo la belleza sobre una novela, un escenario o una basílica y, al mismo tiempo, colocarse en sus antípodas, llenas de edificios monstruosos donde la fealdad se apodera de todo y de todos. El segundo tiempo del Cascanueces y el gulag. Las cúpulas de formas y colores increíbles y los bloques de hormigón. Anna Karenina y la dialéctica comunista. Todo, una vez más, salvado por el amor. El filial, el que se tiene a los amigos y el que se dan los amantes. También el amor a los enemigos, que es el amor a Dios. Y a la patria, siempre a la patria, que los incluye a todos. #AmorTowles #Uncaballeroenmoscú #libros #Rusia #URRSS

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Moby Dick. Herman Melville

Antes de acabar de leerlo pensé que, para cualquier lector novato que no quisiera "perecer" en el intento, lo mejor era pasar del capítulo 20 al 110 sin temor a perderse nada que valiera la pena. Una novela así era breve, entretenida y te enseñaba, diccionario en mano, lo suficiente sobre navegación, ballenas y caza de las mismas. Hoy, 863 páginas después, tres meses de cabezadas, páginas interrumpidas por profundas siestas, y bostezos interminables, pienso que no le sobra ni una coma. Moby Dick puede resultar un plomazo si nadie te advierte de que sus capítulos dedicados a la cetología, las artes de la caza de las ballenas, la navegación y sus entresijos, amén de la disparatada prosa trufada de diálogos más disparatados aún, son parte ineludible de su cometido como libro. Que cuál es su cometido? Pues el de cualquier buen libro que merezca leerse: dejar en el alma del lector la huella de una experiencia vivida tan real como la vida misma. Y eso lo consigue Moby Dick a golpe de enciclopedia, diccionario y, por su puesto, un insuperable genio para describir el mar y todo lo que con él pueda experimentarse a bordo de un barco ballenero. Eso es Moby Dick. Un libro genial que llega a hacerte soñar con ballenas. Y ahora si queréis hablamos de lo humano, lo divino y lo del más allá. Pero para mí lo fundamental está dicho. Pura obsesión por la caza de la ballena. Acabar la novela y saber para siempre lo que es un mastelero, un

juanete, una gavia o el bauprés. Oler el esperma (no, no es eso) de cachalote sin haberlo visto nunca. Descubrir con el tacto su sedosidad, como la cosa más preciosa que han tocado nuestras manos. Gritar "oh capitán, mi capitán" llenos de temor. Recordar que siempre estuvimos en Nuntuket, en una fonda oscura. Y que el mar está lleno de muertos.

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El libro de las aguas. Eduard Limonov

Sólo el que transforma con su vida la de los demás es merecedor de llamarse profeta. Aunque la revolución sea nada más que llegar al borde de la locura. Leer a Limonov es tener una granada en tus manos. Puedes jugar con ella sin más. O puedes tirar de la anilla y lanzarla por ejemplo en tu trabajo, el lunes por la mañana, delante de tu jefe. O puedes escuchar cómo el fulminante culmina su cometido sobre tu regazo. Hagiografía no apta para cursis. Literatura. Y verdad, mucha verdad.

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El complot mongol. R. Bernal

Para los que habéis descubierto el mundo con series de narcos que hablan en panchito, os sorprenderá que hace 50 años o más (cuando tus padres no habían ni empezado la EGB) ya había ficción basada en la salsa sabrosa de los pistoleros a sueldo, los negocios de la droga y los que matan por poder. Igual lees por ahí que Rafael Bernal es a la novela negra mexicana lo que Söjwall y Wahlöö al género policíaco nórdico. Yo prefiero decirte que esta joya rescatada por Asteroide es una patada en el culo a las escabechinas escandinavas bajo auroras boreales. Un libro elegante, duro, redondo y fresco, aunque sus personajes tengan que buscar un teléfono fijo cada vez que necesitan decirse algo que cabe en dos líneas de wassap.

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Niebla sobre el puente de Tolbiac.

Leo Malet

He elegido esta novela policíaca porque es sobretodo una afrenta a la corrección política que reina en la actualidad. Su prosa es libertad en estado puro. Anarcoprosa. Y crea en el lector la sensación que, supongo, le quedaría a uno si viajara en el tiempo hasta los años 50 del siglo XX y escuchara una conversación cualquiera en cualquier bar de París. Habrá quien se alegre de que ya no se escriba ni se hable así.

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“Recomenzar” o la búsqueda de la ternura

La peste. Albert Camus

Fue Orán como pudiera ser cualquiera de nuestras ciudades europeas. En el siglo XX como podría ser hoy mismo o hace diez siglos. La reacción de la psique humana ante la enfermedad convertida en el dragón de Juego de Tronos. La muerte como aviso a navegantes: hagan el amor mientras puedan. Y báñense en el mar como si fuera la última vez. Cualquier día, a cualquier hora, las ratas desaparecen y, con ellas, las existencias de los cafés, los mariscos, las películas de estreno, los hijos... Y el tren que querías coger un día de estos, para abrazar a quien quieres de verdad, dejará de parar en la estación. Y cuando lo vuelva a hacer, ya no tendrá sentido.

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Onithsa. J.M.G Le Clézio África hecha literatura. De primerísima calidad. El drama de un continente en 254 páginas. Con sus blancos buenos y malos. Sus negros caníbales y sus negros dignos como dioses. Sus dioses y su diosa. Sus mitos. Sus ríos. Sus herbazales llenos de sonidos. Su tierra roja siempre seca. Siempre mojada. Siempre empapada en sangre. El olor de la lluvia. La piel tersa. El ñame. El insomnio. La familia. La amistad. La enfermedad. La muerte. La vida.

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El silencio y los crujidos. Jon Bilbao

La soledad como humor negro. Como aviso. Como Columna, como Tepuy, como Torre. Porque todos somos algo anacoretas, o lo hemos querido ser en algún momento; porque todos nos hemos sentido peor que solos, acompañados de serpientes; porque todos vivimos en torres a punto de caerse. Porque la soledad es tan bella como un autor puede imaginarla.

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On the road (dir. Walter Salles), 2012

On the road. Jack Kerouac La vida en un coche lanzado a la carrera. Donde vivir es ir y venir. “Decir espera es un crimen. Decir mañana es igual que matar”, decía Aute. Y lo dice Keruac. Que escribe como yo escribí los diarios de adolescencia. Como si beber con los amigos fuera digno de reseñarse. Como si valiera la pena escribir “hemos bajado a la plaza y estaban ellas”, de las que nadie se acuerda ya. Como si el mundo fuera una juerga. Todavía