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Knocree

El 8 de Octubre fue un día muy largo ya que viaje desde la mañana. Mi día empezó tomando el tren a Bray (una ciudad que no sólo contiene el mejor pub del mundo según lo que votó la gente de lonely planet en 2014 si no también el McDonald's más bello del planeta en mi opinión personal)

Después de una hora de tren viendo los más bellos paisajes que haya visto en mi vida es que tomé el camión 185 como me habían dicho los que me recibirán en el hostal unas cuantas horas más tarde y no me baje hasta la última parada (la cual nadie puede explicar porqué se llama Shop River si no hay presencia de tiendas o ríos por la zona en la que se encuentra) como también me  había sido indicado. Al bajarme quedé sorprendido, enfrente de mi solo había una gran carretera en medio del campo y al fondo se podía distinguir una gran cordillera que enbellecía el paisaje. Camine como una hora y media (lo que es en realidad un tramo de 45 minutos) cargando mi mochila en la espalda y todas las compras que había hecho en el super ese mismo día. cuando finalmente llegué eran las 5:00 PM y ya estaba anocheciendo.

Al arribar a mi destino vi un hostal el doble de grande de lo que me lo imaginaba con un letrero que decía “congratulations you made it to knockree youth hostel” (el cual hasta la fecha creo que pusieron para los valientes como yo que se aventaron ese largo camino a pie con sus maletas) y me recibió la persona más amable que puedes conocer en esta zona horaria del planeta llamada Inga, la cual me llevó al que sería mi cuarto por los próximos dos meses y a conocer a mis compañeros voluntarios.

Fue ese primer día donde conocí a Thomas un francés que me recibió con un abrazo y la bellísima frase en su muy fuerte acento francés “oh the fucking wind” (frase que es tan usada en Knockree Youth Hostel que la deberían de usar como slogan) después de un rato fue que conocí a Luigi, Lena, Pauline, Adrien y Benedek. Con ese grupo de personas de todas partes del mundo conecte muy bien, compartí muy buenos momentos y sobre todo fui a largas caminatas con ellos ya que el clima nos lo permitía. Una semana después se fueron Luigi, Pauline y Lena a diferentes lugares pero llego Lisa una alemana con la que me lleve increíblemente bien desde el primer día que estuvo aquí y una semana más tarde llegaron Lea y Sophie con las que compartí casi todo el tiempo que estuve aquí y que terminaron por ser las mejores amigas que pude encontrar en esta remota isla alejada de casa.

Las mañanas en Knocree eran impresionantes y la gente que conocí aún más,diferentes voluntarios venían y se iban por lo tanto llegué a conocer en 9 semanas alrededor de 13 amigos y amigas nuevos regados por todas partes del mundo.

El trabajo era muy agradable aunque variaba mucho dependiendo del miembro del Staff que estaba acargo. Los días que Inga estaba a cargo eran tranquilos y acabábamos a las dos horas de haber empezado, los días que Sally estaba encargada de organizarnos eran largos y usualmente agotadores con trabajos que a veces llegábamos a sentir como completamente inútiles, pero sin embargo uno no llegaba a conocer lo que era amar a Dios en tierra de Indios hasta que le tocaba trabajar bajo las órdenes de Gary. Este señor nacido en Zimbabue pero que vive en Irlanda, es un apasionado seguidor del rugby (lo cual no sorprendería a nadie al conocer lo) de trato bastante rudo por decirlo así que es el manager de el hostal junto con su esposa y Jenny. Los días que Gary estaba a cargo te sentías como en parte del ejército todo estaba perfectamente organizado y estructurado pero normalmente recibías un regaño por hacer algo indebido o de la manera incorrecta (entre los voluntarios siempre bromeabamos de que podías hacer el trabajo perfectamente bien todos los días pero cuando se te escapaba algún error Gary siempre estaba ahí para apreciarlo y regañarte) y el trabajo tomaba horas cuando él se encargaba de darnos órdenes. Aunque eso sí, es más que digno mencionar que aquellos días eran los que el hostal lucía impecable.

Por las tardes después de acabar de trabajar cuando no nos encontrábamos agotados de tanto trapear salíamos a hacer largas caminatas ya que el hostal se encontraba en medio de una serie de montañas que escalar y para un chilango como yo, que no caminaba más que a la escuela y a casa de sus amigos eso fue lo más increíble en un viaje donde todo lo fue.

Sin embargo no todo podía ser montañismo ya que al menos una vez a la semana nos encontrábamos en la necesidad de salir con dirección a Bray en búsqueda de comida en el supermercado y algunas de las veces cuando teníamos la posibilidad y la disposición aprovechabamos la oportunidad para tomar una cerveza en el bar antes de ir a comprar nuestra comida (lo cual resultaba una mala idea ya que debido a nuestro ligero nivel de embriaguez a la hora de ir por nuestros víveres regresábamos al hostal con más chocolates y galletas que vegetales).

Durante dos meses esta era la rutina que seguíamos religiosamente, pero sin embargo, una de esas visitas semanales a Bray decidimos hacer algo diferente. Ese día acabando el trabajo cocinamos lo más sencillo posible y después de casi atragantarnos con nuestra propia comida por tratar de comer rápido, corrimos al camión que partía a las 3:20 pm para poder sentarnos en la playa a ver como se escondía el sol (no fue hasta después que descubrimos que estábamos en la dirección opuesta a la puesta del sol) y a nadar en el mar. La idea de nadar era una locura ya que a pesar de que ese día yo no lo definiría como especialmente frío (y las personas que me conocen a profundidad sabrán que soy muy friolento) por algún motivo inexplicable el agua parecía recién salida de algún glaciar, es más me atrevería a decir que el agua estaba tan fría ese día que ni las focas se atrevían a nadar en aquel gélido mar. No obstante un grupo internacional de adolescentes con una determinación casi suicida tiene muy pocas similitudes con dicho mamífero y no íbamos a permitir que la temperatura del mar impidiera nuestra recientemente adquirida y definitivamente estúpida misión de nadar en el mar Irlandés. Extrañamente me enorgullece decir que fui el primero en aventarme al agua como gordita en tobogán sin pensar en las consecuencias de mis acciones y lo que siguió fue un grito de magnitudes gigantescas al sentir el impacto del agua fría sobre mi cuerpo. Posteriormente los demás decidieron seguirme (lo cual sigo sin poder entender porqué lo hicieron) y estuvimos alrededor de diez minutos en el agua riendo y jugando cuáles niños chiquitos hasta que nuestro cuerpo no aguanto más.

En la mirada de los locales que decidieron salir a caminar por la playa aquel día se podía observar que  no entendían la gracia que nos causaba nuestra pequeña ocurrencia y la verdad es que no los culpo, si yo hubiera estado en sus zapatos tampoco lograría entender qué tiene de chistoso que un grupo de adolescentes sin miedo al exhibicionismo y mucho menos a la hipotermia se aventaran al agua helada en pleno invierno. Pero para mí es de esas anécdotas que sabes que recordarás toda la vida desde el momento en el que las vives.

Y fue así entre limpiadas de baños, caminatas en el bosque y nadadas en calzones que depués de dos meses increíbles que finalmente me alcanzó el día de dejar todo aquel episodio detrás de mí y seguir con mi viaje hasta volver a casa.

Ése día fue bastante extraño para mí ya que me encontraba realmente emocionado por lo que restaba de mi viaje y por regresar a casa, para serles sincero ya me encontraba un poco cansado de la rutina que había adquirido y empezaba a sentir bastante fuertes los síntomas de lo que mi madre llamaría “el síndrome del jamaicón” (en honor de “él Jamaicón” Villegas del gran rebaño sagrado). Más sin embargo cuando encontré las fuerzas para levantarme de mi cama me quedé mudo al salir de mi cuarto. Ese día en especial el sol brillaba más que en cualquier otro, el color del pasto en las montañas era de un verde intenso que nunca había visto y el cielo era tan azul ese día que parecía como si alguien lo hubiese pintado. Está combinación de eventos me hizo sentir como si County Wicklow me recordara en mi último día la razón por la que había querido ir en primer lugar y esto me lleno de alegría por encontrarme en dicho lugar pero también de una profunda tristeza por tener que dejarlo atrás en algunos instantes.

Dentro del hostal unas cuantas horas antes de partir estuve ayudando a mis compañeros restantes a poner las decoraciones navideñas y finalmente proseguí a despedirme de ellos. Cuando inicie este voluntariado nunca imaginé poder llegar a encariñarme tanto con un grupo de personas que conocería por dos semanas o un poco más (ya que los que voluntarios restantes eran aquellos que habían llegado más recientemente) pero fui probado erróneo una vez más ya que cada abrazo ayudaba a formar un gran nudo en mi garganta y cada sonrisa y deseo de buen viaje me llenaron los ojos de pequeñas lágrimas que se quedaron estancadas en mis párpados por un buen rato como si esperarán a que abriera la boca una vez más para caer inconsolablemente.

Después de una muy agradable plática con Sally en el coche (ya que me hizo el favor de darme un aventón hasta la parada del autobúsbus) llegué al camión. Éste era de dos pisos como el que había tomado el día de mi llegada (lo cual es bastante raro con esta ruta) y el conductor era el mismo que me había llevado una infinidad de veces a hacer mis compras en el supermercado. Era como si todo apuntará a que Irlanda se estaba despidiendo de mí de la forma más cariñosa posible haciéndome recordar todo lo que había vivido aquí y fue tan bella aquella despedida que aún ahora casi dos semanas después en un hostal medio rascuache en Oxford me encuentro a segundos de que me gane el sentimentalismo que tanto me caracteriza solamente al recordar lo sucedido aquel día.

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Dublín

De todas las ciudades que hubiera considerado imperdibles antes de empezar mi viaje Dublín era la última de la lista, pero con solo aterrizar en el  aeropuerto vi lo equivocado que estaba. Desde mi llegada al aeropuerto conocí un poco de cómo era el buen trato de los irlandeses a los extranjeros ya que me recibieron en migración con una gran sonrisa y diciéndome en Español “hola Santiago bienvenido a Irlanda”. Lo que siguió fue recoger mi maleta y salir a tomar el camión que me llevaría hasta el centro de la ciudad.

Después de casi media hora de camión llegue a la estación Connolly (que reconocía sólo por el Google maps) y me baje sin tener la más remota idea acerca de dónde me encontraba o hacia donde me tenía que dirigir mientras cargaba 15 Kg en mi espalda (que era lo que pesaba mi mochila). Fue en ese momento de completa frustración que me metí al primer lugar que vi y les pedí indicaciones para llegar al hostal donde tenía reservación, la gente de ese hostal (que no era el mío) alegremente me ayudo y con una sonrisa en el rostro me dieron un mapa diciéndome "toma este mapa lo vas a necesitar mucho" y me desearon la mejor de las suertes para seguir con mi camino. Al llegar al hostal sin aliento por caminar con mi mochila en la espalda fue que decidí tomar un baño rápido ya que mi cuarto se encontraba vacío (por el momento) y salir a caminar por las calles de Dublín.

El mapa que había conseguido en el lugar al que entre cuando llegue  no me fue nada útil ya que por una parte no soy bueno leyendo mapas y por otra parte el mapa no era muy preciso, por lo tanto me perdí cada vez que intente encontrar alguno de los lugares más turísticos. Después de la séptima vez que me perdí decidí no seguir el mapa sino perderme por las calles de Dublín lo cual resultó la mejor decisión que he tomado en mucho tiempo porque eso me permitió adentrarme en las calles y en las pequeñas iglesias y calles junto al río que hacen de Dublín una de mis actuales ciudades favoritas en el mundo.

Después de dos noches ya me encontraba enamorado de Dublín y de su gente, haciendo planes para ir a estudiar en Trinity College un año sin siquiera saber que iba a estudiar.  Fue en Dublín donde encontré una pasión por tomar fotos que no conocía antes ya que cada rincón me parecía pintoresco y especial. La gente que me cruzaba en la calle era cálida y siempre servicial, lo cual me recordó mucho a México.

La segunda noche fue horrible sin embargo ya que en mi cuarto llegaron un grupo de brasileños haciendo un ruidajal (hasta las chanclas de borrachos) a las 4:30 am solo para después irse a las 6:00 am haciendo la misma cantidad de ruido.

Fue finalmente el 8 de octubre (dos días después de mi llegada) que deje Dublín en dirección del hostal en donde viviría los próximos dos meses y medio, pero esa travesía la dejaré para otra ocasión.

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Viaje

Desde que llegué a la terminal 1 del aeropuerto Benito Juárez en la Ciudad de México (la cual odio por cierto) podía sentir en mi estómago una maraña de sentimientos que me volvían loco. Por un lado tenía mucho miedo de viajar solo por primera vez (fuera de México) y a la vez no podía contener la emoción que me causaba pensar en lo que sería mi vida por casi tres meses. Mientras me despedía de México comiendo una rebanada de pizza Sbarro al lado de mi mamá (que me había llevado al aeropuerto) las dudas surgían en mi cabeza, ¿Qué pasaría si no me gustaba Irlanda?, ¿Sería capaz de mantener mis finanzas claras?, ¿Qué haría si perdía mi avión?, Etc.

Después de las 5 horas de avión más cómodas que he tenido en mi vida ya que no había nadie en el asiento de al lado de mi y dormí casi todo el viaje fue que llegué al aeropuerto de Toronto. El aeropuerto era inmenso y tarde como 30 minutos en recorrerlo hasta llegar a donde salía mi segundo avión con destino a Londres, el vuelo se retrasó un poco lo cual me vino bien porque mi avión de México aterrizó media hora más tarde de lo planeado y estaba realmente preocupado de perder mi conexión hacia Londres. Después de comer en Tim Hortons (que aparentemente es lo más popular en Canadá) me subí a mi avión y encontré mi lugar al lado de dos señores un poco mayores y de dimensiones bastante grandes.

A diferencia del vuelo de México a Toronto el vuelo a Londres fue el más incómodo al que me haya subido jamás, los asientos eran estrechos y a los señores que se encontraban a mis costados no les parecía importar y se encargaron de ocupar todo el espacio posible hasta dejarme en una posición muy incómoda y sin oportunidad alguna de dormir.

Después de siete muy largas horas de vuelo llegue a Heathrow (un lugar en el que vi la conglomeración de gente más grande que haya visto jamás) con el tiempo corto y teniendo que correr entre estaciones. Finalmente llegué al mostrador de British airways (la aerolínea con la que iba a viajar a Dublín) sólo para ser atendido por una señora que juzgando por su humor y apariencia física durmió menos que yo. Después de caminar y esperar por horas es que finalmente tomé mi último avión con destino al país al que llamaría hogar por un buen rato.