Hermandad de rol de World of Warcraft en LosErrantes | Centrada en la historia y los monjes de Pandaria y los Augustos Celestiales
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Los pergaminos de los Celestiales
Una acólita pandaren de los Augustos Celestiales preguntó una vez: «¿Fue la tierra la que dio a luz a los Celestiales, o fueron ellos quienes insuflaron vida a la tierra?». Su maestro se rió de manera cómplice, pues también él se había planteado esa misma cuestión. Pero el tiempo le había otorgado sabiduría. «Tengo una pregunta mucho más sencilla; una pregunta cuya respuesta solucionará este enigma tuyo —contestó—. ¿Qué fue primero, el amanecer o el ocaso?» .
Un episodio oscuro se cierne sobre la historia de los pandaren: el imperio mogu. Es difícil para nosotros imaginar lo mucho que sufrieron nuestros ancestros durante esa época. Los espantosos mogu pisotearon la cultura pandaren. Prohibieron todo culto a los Celestiales. La mera mención de sus nombres se castigaba con la tortura y la muerte. Con el tiempo, incluso quienes mejor habían conocido a los Celestiales olvidaron sus sabias enseñanzas.
Algunos pandaren querían venganza. Acumularon fuerzas para el día en que pudieran atacar a los mogu. La rabia era lo que les daba un motivo para respirar. Pero ¿qué es la fuerza sin control? Esos pobres esclavos pronto se convirtieron en instrumentos de la ira, y dirigieron su odio hacia todo y todos. Habían olvidado la lección más importante de Xuen: «El único enemigo eres tú mismo».
Otros pandaren estaban aterrorizados. La sola mención del nombre de sus torturadores los paralizaba. Este miedo caló en todos los aspectos de la vida. Se asustaban por cualquier sombra, por cualquier sonido. Cogieron miedo a la vida misma, satisfechos con consumirse en una prisión que ellos mismos se habían construido. Si por lo menos hubieran recordado el mantra de Niuzao: «El miedo pretende reducirte. En vez de eso, déjate revelar por él».
Sin embargo, otros pandaren veían en los mogu a un enemigo invencible. Perdieron toda ambición. Se volvieron insensibles a cualquier emoción, encorsetados en una crisálida de autodesprecio. Se dice que estos esclavos perdieron incluso la capacidad de soñar. Pues, ¿de qué habrían de servir los sueños cuando su sino estaba ya decidido? Pero solo tenían que abrir sus corazones, creer en su propio poder, para ver que no era así. Como Chi-Ji suele decir: «La esperanza es el sol detrás de un cielo tormentoso. Está siempre presente en el corazón, aunque se oculte a los ojos».
Los Celestiales, cada uno a su manera, intentaron ayudar a los esclavos. Pero eso provocó la furia del Rey del Trueno. El emperador mogu subyugó uno a uno a los Celestiales entrometidos hasta que solo quedó Yu'lon, el Dragón de Jade. Este había comenzado a difundir su sabiduría entre los mineros del Bosque de Jade, haciendo que algunos abandonaran sus obligaciones en busca de conocimiento. Durante uno de los viajes de Yu'lon a un campamento de esclavos, el Rey del Trueno lanzó un rayo a través del cielo que le perforó el costado. El Dragón de Jade se estrelló contra los matorrales del bosque y perdió la noción de todo. Cuando despertó, se encontraba muy por debajo del mundo. Unos mineros pandaren lo habían hecho desaparecer llevándoselo a su lugar más sagrado, unas cámaras cuya existencia ignoraban sus caciques mogu. Inspirados por las enseñanzas recientes de Yu'lon, estos pandaren habían construido un refugio donde adorar a los Celestiales en secreto. El Dragón de Jade, conmovido por lo que vio, imbuyó de su magia el lugar para ayudar a los mineros a encontrar la sabiduría, la esperanza, la entereza y la fuerza que habían perdido en la vida. Luego hizo una petición. Que hicieran una estatua de él. Generaciones de mineros trabajaron duro durante cien años. Mientras, el Dragón de Jade se resentía aún del ataque del Rey del Trueno y estaba cada vez más cerca de la muerte. En el momento en que el trabajo finalizó, exhaló su último aliento. Los mineros sollozaron. Creían que no habían logrado salvarlo. Pero, justo entonces, la estatua se movió. Sus ojos se abrieron. Su cola se enroscó. Se había convertido en un nuevo Dragón de Jade. Este Yu'lon renacido contempló a los mineros que lloraban y les dijo: —«Una sola certeza hay: todo final señala un nuevo principio» .
Los mineros difundirían posteriormente la sabiduría de Yu'lon, inculcando a otros pandaren los excelsos rasgos de los Augustos Celestiales; lo bastante, al menos, para que sobrevivieran hasta el día en que el legendario esclavo Kang, el Puño del Primer Alba, se alzó y condujo a su pueblo a la libertad. Muchos años después, cuando el emperador Shaohao enseñó a todos los pandaren cómo superar su miedo, su duda, su desesperación y su ira, los descendientes de los mineros construyeron inmensos templos en honor de los Celestiales y fundaron una orden dedicada a conservar sus enseñanzas: la orden de los Augustos Celestiales.
(Fuente: Los buscadores de jade por Matt Burns)
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[Perla de Yu’lon]
En la parte central de este orbe hay un grabado de un dragón mordiéndose la cola. Las inscripciones en ambos hemisferios rezan: “Tan solo hay algo cierto: cada final marca un nuevo comienzo”.
Este orbe, tallado durante la dinastía del emperador pandaren Shu Ojo Ciego en honor al Dragón de Jade, es una representación de su reencarnación cada cien años. Yu’lon sigue impartiendo sabiduría y reflexión en su templo en El Bosque de Jade.
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