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26 de julio de 2025 | CHENLE
Las muertes en el Gotei 13 eran tan habituales que hacía mucho tiempo que los funerales habían sido reducidos a una vez al mes. Y una vez llegaba el día, se hacía un único funeral conjunto al que podía ir todo aquel soldado que quisiera despedirse de sus compañeros muertos en las últimas semanas. El número de muertos no solía ser alto, pero tampoco era cero, y no era raro que nunca hubiera demasiados cadáveres que incinerar.
Este funeral solo se aplicaba a los soldados rasos y a los tenientes. Los capitanes eran otra historia muy diferente. Cuando un capitán moría, sobre todo si era durante una misión, la prioridad máxima siempre era encontrar su cadáver. Después, hacerle un funeral por todo lo alto. Daba igual que el capitán llevara en su puesto cien años como uno. Según su abuelo, era esa diferencia la que los volvía tan importantes, un símbolo de poder para el resto del Gotei 13 e incluso para toda la Sociedad de Almas.
Chenle llevaba ya más de doscientos años en su puesto, yQ había visto cambiar la formación más veces de las que le habría gustado, pero aunque lo intentó, nunca había conseguido encontrar la diferencia entre un capitán y un soldado raso muerto. Un muerto era un muerto, daba igual cuál fuera su rango. Daba igual si tenía un rango siquiera.
De todas las divisiones, donde más morían soldados era en la Undécima. En la que menos, en la suya, la Segunda. Eso era, más que nada, porque los shinigami de la Undécima División eran todos unos salvajes —como su capitán—, y porque los de la Segunda División tenían una formación complementaria totalmente distinta a la del resto del Gotei 13.
Esa formación se había implementado antes incluso de que Chenle fuera nombrado capitán, pero él la había endurecido tras tomar posesión del cargo, en cuanto se terminó el luto por Chenyin. Como consecuencia, la Segunda División nunca antes había tenido tan pocos miembros, pero tampoco había estado jamás tan preparada para lo que les depararía el mundo una vez abandonaran los barracones.
O al menos así solía pensarlo él, hasta que ocurría algo como lo que lo había llevado allí, a aquel funeral.
Tori había sido un chico del distrito treinta y ocho: de un ojo de cada color, flacucho y sin familia, y que hacía cinco años había superado el examen de la academia para shinigamis por los pelos. Lo único que lo había hecho aprobar también el examen de las Fuerzas Especiales era que era increíblemente perspicaz a la hora de recabar información, y siendo la Segunda División usada principalmente para el espionaje, aquello era un punto a favor imposible de pasar por alto. Su mayor punto débil era precisamente el que había hecho que lo asesinaran. Nunca sabía cuándo parar; al final se había metido tanto en la boca del lobo que, todo apuntaba a que para cuando se dio cuenta de que lo habían atrapado, ya era demasiado tarde.
Alguien se colocó tras él. Fue tan silenciosa que incluso a Chenle le costó escucharla.
—¿Qué te han dicho en la Duodécima? —preguntó en voz baja.
—Fue un quincy —contestó Sanha, en el mismo tono—. Confirmado por el Capitán Quián.
Chenle siguió mirando la pequeña pila de cadáveres ardiendo a veinte metros de ellos. El olor era repugnante, pero no hizo ningún gesto que indicara que le molestaba.
—Así que hay mínimo tres.
—Para ser una raza prácticamente extinta —apuntó Sanha—, tres en una misma ciudad es una locura.
Chenle se tragó un resoplido.
—Al menos los dos que tenemos controlados sabemos que están inactivos.
—Estaba pensando… —la voz de Sanha sonaba cargada de vacilación. Chenle negó con la cabeza sutilmente, ordenándole callarse.
Mark se estaba acercando a ellos.
Ninguno volvió a hablar hasta una hora más tarde, cuando ya no quedaba nadie más que ellos y dos soldados rasos de la Cuarta División esperando para recoger las cenizas de los muertos.
Chenle se giró hacia Sanha.
—¿Qué decías?
En ese tiempo, la duda de Sanha no parecía haberse evaporado ni un poco.
—Sé lo de la madre y el hijo. Pero, ¿qué hay de la niña?
Chenle negó.
—Muy pequeña.
—Él también era muy pequeño la primera vez que manifestó tener poderes.
—Él es diferente —aseguró Chenle, cruzándose de brazos sobre el pecho—. Su padre era un shinigami y su madre es una quincy. Los poderes le llegaron por vía directa. Pero la madre de la niña era tan humana como la que más, y su padre, también.
Sanha no se dio por vencida.
—Ve fantasmas. Lo sabes.
—Cualquiera con energía espiritual puede ver fantasmas. A veces incluso huecos. Eso no dice nada.
Sanha se lo quedó mirando. Era increíble cómo una persona tan pequeña podía resultar tan intimidante. Chenle pudo identificar en sus ojos sin problemas el momento exacto en el que Sanha decidió que no se arriesgaría a patearle el trasero allí mismo frente a testigos.
—Ya lo habías pensado —resopló—. E investigado. ¿A que sí?
Chenle no lo negó.
—Es solo una niña —insistió.
—Una niña que ya ha matado a dos personas.
—Sin usar ningún tipo de poder. Lo que, por si te interesa, me parece muy impresionante. Pero por ahora es solo una niña. Dale un par de años más y quizá considere hacerle algo más que un ligero seguimiento. —Antes de que Sanha pudiera replicar, siguió hablando—: Sea quien sea el quincy, no está emparentado con los Dong. De esa familia ya solo quedan ellos tres. Quiero que mandes un aviso a toda nuestra división; a partir de ahora, solo tú y yo tendremos acceso a Seúl. La orden durará hasta que encontremos a ese hijo de puta. E informa de esto también al resto de capitanes. Que ellos decidan lo que hacen con su gente.
—Solo tú yo, ¿eh? —musitó Sanha—. Eso será... muchísimo trabajo.
Chenle asintió, volviendo los ojos a la pila de cadáveres. El humo seguía subiendo, tan negro como al principio, pero en menos cantidad.
—Que te mate un quincy es peor que morir a causa de un hueco. No le desearía eso a nadie, ni aunque lo odiara. Lo que le ha pasado a Tori… no dejaremos que nos ocurra de nuevo.
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19 de julio de 2025 | WINWIN
La chica se inclinó sobre la barra, dejando ver con intención un poco más de su escote. Sicheng bajó la mirada por instinto, pero la alzó enseguida, con una sonrisa que intentó que no pareciera burlona.
—¿Qué me dices? —preguntó ella, levantando una mano por encima de la barra. La dirigió hacia él, hacia su pecho, y recorrió con los dedos la chapa con su nombre. El nombre que había elegido para esa semana, al menos—. ¿Y si me invitas a esa copa… y a cambio yo te dejo venir un rato conmigo al cuarto de baño?
—No puedo dejar mi puesto. Lo siento. —Por su tono, era evidente que no lo sentía en absoluto.
La chica se enfadó. Lo ocultó rápido, pero no lo suficiente. Sonrió de nuevo, con cinismo.
—¿Seguro? Estarías perdiendo una oportunidad de lujo. Hay un montón de gente comiéndome con los ojos.
—¿En serio? —preguntó él, divertido.
—Por ejemplo, ese chico al otro lado de la barra. No ha dejado de mirarme desde que me puse aquí.
Sicheng desvió la mirada hacia donde ella indicó, apretando los labios para no reírse.
—Es guapo. Deberías ir y ofrecérselo a él; seguro que tiene dinero para invitarte a lo que quieras.
Ella bufó, pero no se achantó.
—Pues lo haré.
—Pues muy bien.
La chica resopló y se apartó, antes de irse hacia el otro lado de la barra.
Junto a él, de espaldas dentro de la barra, Riko soltó una risa.
—Te va a odiar.
—¿Ella? —preguntó, mirándola de refilón. La chica se estaba acercando a Hyunjin.
—Tu marido.
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25 de marzo de 2025 | WINWIN
El sonido del teléfono lo despertó de golpe, como un taladro en el cráneo. Sicheng se cubrió con la almohada, intentando ahogar el ruido, pero fue inútil. Había elegido ese tono insoportable justo para obligarse a contestar.
O a colgar. Pero antes de rechazar la llamada, miró la pantalla.
—¿Qué quieres? —se quejó nada más responder, dejando caer una mejilla contra el colchón. Volvió a cerrar los ojos.
—Me estoy comiendo tu desayuno —avisó Jungwoo. Sicheng frunció el ceño.
—¿Habíamos quedado?
—No. Pero tu novio te lo ha mandado.
—Eso lo dudo mucho.
—¿Habéis roto?
—He dormido con él. ¿Para qué me enviaría algo a un sitio donde no estoy? —Sicheng rodó en la cama hasta quedar boca arriba, suspirando—. Y Hyunjin no me manda nada, me lo da él.
—Bueno, pues quien sea te ha mandado el desayuno, de eso estoy seguro. La repartidora dijo que era para ti.
—¿Sin decir de quién?
—Qué va. Y la tarjeta solo pone que espera que te guste. Aunque ahora que lo pienso… —Se escuchó un ruido, como si Jungwoo estuviera moviendo algo—. Sí, tiene sentido que no sea de tu novio.
—¿Por qué?
—Aquí hay un montón de chocolate. La mayoría de estas cosas ni siquiera te gustan.
Sicheng abrió los ojos, sintiendo cómo se le revolvía el estómago. Miró hacia un lado, sin extrañarse de no ver a Hyunjin allí. De estarlo, seguramente ya lo habría escuchado quejarse cuando empezó a sonar el teléfono.
—¿Hay napolitanas? —preguntó, sintiéndose de golpe muy cansado.
—¿De chocolate?
—Sí.
—Sí, me he comido una. Pero solo son recubiertas de chocolate. Por dentro tienen…
—Crema —lo cortó, subiendo una mano a su cara. La dejó caer en sus ojos y suspiró con fuerza. Iba a matar a Kyuhon.
—Estas sí te gustan, ¿no? —siguió hablando Jungwoo. Su voz se había vuelto algo pastosa, como si tuviera algo en la boca—. Hay como cinco. ¿Te las guardo o me las como también?
—Cómetelo todo —contestó, medio de mal humor—. Yo me vuelvo a dormir.
—Espera. ¿No es de Hyunjin, entonces?
—No —dudó unos segundos y añadió—. Creo que tengo un acosador.
La línea se quedó en silencio un segundo antes de que se escuchara a Jungwoo escupir.
—¿Y me lo dices ahora? —espetó, sonando histérico—. ¿Y si esta mierda está envenenada?
—Qué más te da —bostezó, estirándose sobre el colchón—. De todos modos ya te estás muriendo.
—Eres una persona horrible. La persona más horrible de todas las personas horribles —gruñó Jungwoo antes de colgar.
Sicheng abrió los ojos de nuevo y fijó la vista en el techo. Lo miró en blanco un minuto antes de apretar el teléfono con fuerza y dejarlo caer en la cama.
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8 de marzo de 2025 | JAEMIN
—¡Te digo que sé lo que vi! —espetó Sicheng.
Jaemin apretó la mandíbula, mirando de reojo hacia la puerta de su habitación semiabierta. Si Sicheng no bajaba el tono, iba a terminar callándolo de una manera poco amable.
—Y yo te digo que es imposible. Habrás visto a alguien que se le parecía.
Sicheng clavó los dedos en el respaldo del sofá, de pie frente a él, y lo taladró con la mirada.
—¿Te crees que no reconozco a mi hermana cuando la veo?
—Winwin —dijo Jaemin, con calma—. Tu hermana está muerta.
Sicheng suspiró.
—Eso ya lo sé. Pero a veces los muertos vuelven. Tú lo dijiste.
Jaemin pasó una mano por su pelo, echándose el flequillo hacia atrás mientras reprimía un suspiro.
—Sí —aceptó—, pero no así. Y desde luego no tan pronto. Además, una vez se cruza al otro lado, solo hay una forma de volver a la Tierra. Y créeme que tu hermana no lo ha conseguido. Dudo que lo haya intentado siquiera. Los primeros años allí son… —dejó la frase en el aire, porque Sicheng no necesitaba saberlo.
Sicheng tampoco insistió.
—Tengo un vídeo —dijo en su lugar—. Me lo dieron en el club donde la vi.
Al final, Jaemin dejó escapar el suspiro atascado en su garganta.
—A ver. Enséñamelo.
Sicheng sacó el teléfono de uno de los bolsillos de su cazadora, y en vez de ir y enseñarle el vídeo, se lo mandó a su propio teléfono. Jaemin no tardó en abrirlo, frunciendo el ceño a los pocos segundos.
—¿Ves? —la voz de Sicheng sonó desesperada.
Jaemin no dijo nada, aunque pudo entender por qué Sicheng estaba tan convencido. La chica era igual a Shancai, salvo por algún que otro detalle. Pero podría haber sido idéntica a la hermana de Sicheng y aún así, él estaría seguro de que no era ella.
Sin embargo, no fue eso lo que le molestó, sino otra persona que salía en el vídeo, y a quien Sicheng no había prestado ni un poco de su atención. Irónicamente, esa persona explicaba la presencia de la chica.
Jaemin cerró el vídeo tras repetirlo un par de veces, intentando no verse mosqueado. Iba a matar a Nomin.
—Lo investigaré —prometió—. Tu vuelve a casa, ya es tarde. Te diré algo mañana por la tarde.
Sicheng lo miró no muy convencido, pero asintió.
—Está bien —murmuró—. Siento haber venido tan tarde. Pero…
—Lo entiendo —lo cortó Jaemin—. Cuidado al salir con los gatos.
Sicheng asintió con torpeza y le dio las buenas noches antes de marcharse. Jaemin esperó a estar seguro de que Sicheng se había ido antes de dejarse caer en el sofá y abrir de nuevo el vídeo. Sus ojos volaron otra vez a Nomin, caminando solo un par de pasos por delante de la chica. Después, desvió la mirada hacia ella, entrecerrando los ojos. Saltaba a la vista que lo estaba siguiendo.
—Qué idiota —susurró a Lucy, cuando la gata se subió a una de sus piernas y se estiró apoyando las patas delanteras en su pecho—. ¿Es que está ciego? Es obvio que es Aoi.
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8 de marzo de 2025 | WINWIN
—A lo mejor lo has olvidado, así que te lo recuerdo: estoy terriblemente enfermo —dijo por quinta vez en los veinte minutos que llevaban allí.
—Tan enfermo no estarás si todavía no has ido al médico —replicó Ten, paseando la mirada por la sala—. ¿Qué te parece ese? —Levantó la barbilla, señalando a alguien frente a ellos—. Ha estado mirándome desde que llegamos, estoy seguro.
Sicheng suspiró y alzó la mirada. No tardó en encontrarlo entre la multitud. Sus ojos se cruzaron con los del chico del que hablaba Ten, quien, al verlo, le sonrió y le guiñó un ojo desde la pista de baile.
Ten bufó.
—No debí haber venido contigo —se quejó—. No cuando tienes esa cara. No tengo ninguna oportunidad.
Sicheng se olvidó del chico, volviendo la mirada a Ten, esperanzado.
—¿Eso es que puedo irme?
—No. Te quedarás aquí a ser un buen amigo.
—No quiero ser un buen amigo —replicó—. Quiero irme a casa. Seguro que Hyunjin…
—Hyunjin dormía como un tronco cuando fui a por ti. Ni se habrá enterado de que no estás.
Sicheng apretó los labios, pero no replicó. Ten levantó su copa y le dio un trago que la vació. Después de eso lo miró, decidido. Sicheng frunció el ceño.
—¿Estás bien?
—Voy a intentarlo con el rubio ese de ahí. —Ten dejó el vaso en la mesa, junto al zumo de Sicheng, y se perdió en la pista de baile, yendo directo hacia el chico rubio apoyado en la barra, no muy lejos del que le había guiñado el ojo a Sicheng.
Sicheng dejó de mirarlos en cuanto empezaron a hablar. Sacó el teléfono del bolsillo de su cazadora y lo desbloqueó. Apenas había abierto Instagram cuando una silueta conocida en la multitud lo hizo alzar la mirada de golpe. La chica pasó a su lado sin mirarlo y desapareció entre la gente antes de que Sicheng pudiera reaccionar.
La siguió a los pocos segundos, tardando un par de empujones a unos cuantos desconocidos en volver a ver su nuca. El corazón le martilleó en el pecho y un zumbido le llenó los oídos cuando, justo antes de llegar a la salida, la chica giró la cabeza y pudo verle la cara.
—¿Shancai? —preguntó, en un hilo de voz.
No podía ser ella… ¿o sí? La chica salió entonces del local, y a Sicheng le recorrió una punzada de pánico todo el cuerpo. Salió tras ella sin pensarlo. El aire frío lo golpeó de inmediato, helándole las mejillas y la nariz. Miró a su alrededor varias veces, intentando ver por dónde había ido. Pero, pese a la hora, la calle estaba llena, y por más que buscó, no logró volver a verla.
Pocos segundos después, la puerta se abrió y cerró tras él. Sicheng se giró, alerta, encontrándose allí con Ten, que lo miraba preocupado.
Frunció el ceño.
—¿Qué haces aquí?
Ten lo miró de la misma forma.
—¿Qué haces tú aquí? Te has ido como si hubieras visto un fantasma.
Sicheng soltó un resoplido y volvió a mirar hacia la calle.
—Algo así —murmuró. Inspiró hondo y el aire helado le quemó los pulmones, haciendo picar su garganta.
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1 de febrero de 2025 | SANA
Sanha la miró de reojo, con precaución, como si estuviera esperando algún tipo de reacción por su parte. Pero, ¿qué se suponía que debía hacer? O decir.
Sana desvió la mirada hacia la alfombra, con los labios ligeramente apretados. Ninguno dijo nada hasta que el hombre de su padre abandonó el ático de Sanha, dejando a ambos solos, con la única compañía de Dedé, que dormía tranquilamente sobre un cojín en el suelo, frente a la estufa.
—Oye… —empezó Sanha.
—Qué sorpresa, ¿no? —Sana levantó la barbilla y lo miró, sonando confundida—. Pensé que estaba muerto. —Deseó que lo estuviera.
Sanha frunció el ceño.
—¿Muerto?
Sana se encogió de hombros.
—Sí, no sé. Papá dijo que se encargaría de él. Cuando lo enviaron a prisión, simplemente pensé que… Pasado un tiempo alguien lo mataría allí adentro. Nunca creí que… esto pudiera llegar a pasar —confesó. Sintió su voz impersonal, como si no estuvieran hablando de nada importante.
Sanha suspiró, echándose hacia atrás en el sofá.
—A decir verdad, al principio yo también pensé que pasaría eso.
Volvieron a quedarse callados, cada uno metido en sus propios pensamientos. Sana no tardó mucho en sentirse incómoda y querer marcharse.
—Bueno. Pues ya está, me voy a casa. —Sanha se levantó antes de que lo hiciera ella.
—Espera, pero… ¿Y ya está? ¿No quieres que lo hablemos?
—¿Qué hay que hablar? —preguntó, poniéndose también en pie. Miró el reloj en su muñeca y suspiró—. Qué tarde es. Seguro que Jin ya está dormido.
Sanha chasqueó la lengua.
—Se lo dirás, ¿no?
—¿Para qué? Solo se preocupará de manera innecesaria. Aunque esté libre, sigue teniendo una orden de alejamiento —le recordó, empezando a caminar hacia la puerta con Sanha siguiéndole los talones.
—¿Se supone que tenemos que pensar que eso lo frenará? —Su voz sonaba escéptica, dejando en claro su punto de vista. Sana abrió la puerta y se giró para mirarlo.
—No te preocupes, no me pasará nada —trató de tranquilizarlo. El ceño de Sanha siguió fruncido. Suspiró—. Mira, si te quedas más tranquilo, se lo contaré.
—¿Cuándo? —preguntó él, sin darle ni un poco de cancha. Sana se obligó a sonreír, mientras lo atravesaba con la mirada.
—Mañana.
—Mañana —repitió él.
—Bien —se quejó Sana—. Buenas noches.
Sanha le dio las buenas noches también y cerró la puerta cuando Sana empezó a bajar los escalones.
Solo unos segundos más tarde, Sana se detuvo a mitad del tramo de escaleras, al oír como la puerta del edificio se cerraba de un portazo, como si alguien la hubiera empujado con fuerza. Escuchó los pasos de alguien subir los escalones con rapidez, y el aire abandonó de golpe sus pulmones, al mismo tiempo en que su cuerpo se inclinó hacia adelante, hasta que terminó sentada en el escalón. Apoyó la palma de la mano en la pared, a su derecha, sintiendo su corazón latir con rapidez. La visión se le había vuelto borrosa por las lágrimas.
Quiso ponerse en pie y volver a casa de Sanha. Aporrear la puerta hasta que la abriera. Pero no fue capaz de moverse.
Un minuto más tarde, alguien abrió y cerró la puerta de alguno de los pisos inferiores. El cuerpo de Sana reaccionó por fin, llevándose una mano a la boca. Gimió un grito en voz baja contra su palma.
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16 de enero de 2025 | JISUNG
Ya está. Iba a morir.
Jisung se esforzó por abrir los ojos, tumbado en un charco de su propia sangre. El monstruo se inclinó sobre su cuerpo, con sus ojos negros clavados en él. Levantó una mano huesuda y peluda al mismo tiempo, con uñas afiladas como garras, como si fuera un animal y no tuviera un cuerpo de ser humano, y la echó hacia atrás, con la intención de coger impulso para volver a atacarlo, de terminar lo que había empezado.
Ahí se acababa todo. Le estaba bien merecido. Con un nudo en la garganta, se preparó para que el monstruo terminara con él.
Y entonces, un shunpo rompió el viento. Momo apareció volando por encima de Jisung y lanzó al monstruo a unos diez metros de distancia, de una patada en el pecho. Eso se estrelló contra una pila de palés amontonados junto a una tienda de conveniencia abandonada. Ya se estaba poniendo en pie cuando Momo se dejó aterrizar en el suelo, con las piernas separadas a los lados de la cintura de Jisung, dándole la espalda.
Momo miró a Jisung por encima de uno de sus hombros, con los ojos tan duros como Jisung sabía que se merecía.
No debería haber ido allí él solo, mucho menos sin la aprobación de un superior. Momo observó fugazmente las heridas abiertas en su estómago y giró la cara de nuevo hacia el frente, hacia el monstruo, a tiempo de verlo correr hacia ellos.
Jisung intentó moverse pero no fue capaz, pese a que no sentía ningún tipo de dolor, y mucho menos de miedo. El cuerpo había dejado de responderle para algo más que para lo mínimo hacía varios minutos, y cada vez le costaba más mantenerse despierto debido a la pérdida de sangre.
Momo distrajo al monstruo alzando una mano con dos dagas cruzadas en la palma, con los filos entre los huecos de sus dedos, como si pretendiera atacarlo con ellas. Mientras, su otra mano la llevó a su espalda e hizo aparecer una pequeña bola de energía de un color rojo vivo y eléctrico en ella, casi minúscula pero letal. Jisung sabía lo que era, pese a que solo la había visto en manuales. Ni siquiera sabía invocarla, era demasiado complicado. Pero no le sorprendió que Momo sí que supiera, porque por algo él no era más que un miembro de escuadrón, y ella una vice capitán.
—¡Vamos! —gritó Momo, furiosa—. ¡ACÉRCATE DE UNA VEZ!
El monstruo se tiró de lleno a por su mano levantada. Cuando ya estuvo lo bastante cerca, Momo sacó la otra de su espalda y se la estampó en la cara. La bola estalló en pedazos, hiriendo a los tres. Al monstruo le dio de lleno, a Momo de rebote. A Jisung le llegaron los resquicios de magia, que provocaron pequeños agujeros en su uniforme al quemar la tela.
El monstruo había muerto. Momo estaba inconsciente sobre Jisung. Y Jisung estaba a punto de imitarla cuando la vio.
Una mariposa, volando sobre sus cabezas, descendiendo con gracia sobre la punta de su nariz.
Jaemin.
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23 de noviembre de 2024 | CHENLE
Chennn… lee Dónde estás… Chennn lee… Da igual que te escondas, te voy a encontraaar…
Chenle abrió los ojos con pesadez, sintiendo el calor axfisiante adormecer todo su cuerpo. Podía moverse, pero estaba demasiado cansado como para hacerlo. Quería hacerlo, pero no sentía que mereciera la pena. Es culpa de ella.
Chennn… leee… Estoy yendo a por ti…
—No estás aquí —musitó estúpidamente, como si quisiera convencerla de que no pensaba que fuera real. Era una pérdida de tiempo. Chenle clavó la mirada en el techo, agobiado. Estaba sudando; el pelo se le pegaba a la frente y la nuca, y la ropa al cuerpo.
Entonces, sin previo aviso, alguien se asomó por encima de él sobre el respaldo del sofá. La mujer tenía unas grandes líneas negras recorriendo su cabeza, que nacían en su cuello y se perdían en su frente, en el nacimiento de su cabello oscuro. Sus ojos del color del ónice, divertidos y maníacos, hacían juego con la sonrisa en sus labios azulados y agrietados. Ella estaba más empapada que él, mojada por el agua del lago en el que se había ahogado cinco años atrás.
—Con que seguías aquí —se quejó. Su voz estaba cargada de disgusto pese a su cara alegre—. Y yo buscándote en la secadora. Eres el peor jugador de escondite que existe.
—Por favor. —Los ojos de Chenle empezaron a cerrarse contra su voluntad, hasta volverla un borrón—. Vete.
—¿Irme? Según tú, yo no estoy aquí —replicó ella, cuando ya no pudo verla.
—Me encuentro muy mal.
—Si me hubieras hecho caso cuando te lo pedí hace una semana, ahora no estarías así. Para tu mala suerte, soy muy paciente. Ya me habían advertido de esto la primera vez que pregunté por ti, después de verte hablando con el fantasma de aquella niña en la carretera. No eres tan amable con los adultos; hay que obligarte a… ¿Me estás escuchando?
Chenle no respondió. No quería, y aunque hubiera querido, tampoco tenía fuerzas para hacerlo.
Lo invadió una sensación helada de la nada. Esta comenzó en su frente, y no tardó en extenderse por su cuerpo, sonsacando un suspiro de alivio de entre sus labios. Al abrir los ojos vio que el fantasma estaba simulando apoyar una mano en su frente.
—¿Es que no ves que estás al límite? —preguntó ella, molesta—. A este paso tú también morirás. Venga, solo tienes que ayudarme con una cosa de nada.
—No lo haré —replicó, casi sin voz.
El fantasma apartó la mano con brusquedad, y el calor volvió con fuerza a Chenle, drenando la poca energía que había logrado reunir durante esos pocos segundos en los que su cuerpo no hirvió.
—Muy bien. Entonces me quedaré aquí un poco más, hasta que seas tú el que se vaya.
Chenle apenas asintió, sintiendo una gota de sudor resbalar por su barbilla. Estaba conforme, pese a saber que unas horas antes, cuando estaba medianamente bien, se había negado por completo a la posibilidad de acabar así. Pero así era como funcionaban las cosas; cuando el cuerpo se rendía, la mente lo hacía también. Fue lo que le pasó a la abuela. El pensamiento le duró un instante, y por primera vez en su vida no le dolió. No le dolía nada, solo que lo que le dolía no dejara de dolerle pronto, si es que aquello tenía alguna lógica.
Entonces se escuchó un ruido, como de una puerta al abrirse. Y el aire silbó, como si alguien hubiera movido algo muy rápido. La mujer muerta gritó. Fue un grito sorprendido, seguido de un estruendo sin sentido de algo rompiéndose en añicos. El calor volvió a desaparecer de pronto, casi helándolo por un momento. Chenle abrió los ojos con rapidez, sin saber de dónde estaba sacado las fuerzas.
Jisung estaba a su lado, de pie junto al sofá. Tenía el palo de la escoba sobre un hombro, y estaba mirando hacia el balcón.
¿Qué?
Chenle se incorporó como pudo y se giró hacia allí, sentado en el sofá. La mujer muerta estaba en él, colgando de la barandilla, a punto de caerse del edificio. Había tirado varias macetas al suelo al ser lanzada contra allí.
—Chenle —lo llamó Jisung. Chenle lo miró, conteniendo la respiración. El cambio tan brusco de temperatura estaba a punto de provocar un síncope en su cuerpo. Pero incluso con esas pudo atisbar el destello azul emanando alrededor del palo de la escoba, restos de la energía que Jisung había usado para atacar al fantasma—. ¿Qué te he dicho de traer mujeres muertas a casa sin avisar? —preguntó, quejica. Aun así, estaba sonriendo.
Chenle dejó escapar una risa entre dientes, ahogada y aliviada. Volvió a desplomarse de espaldas sobre el sofá, con su cabeza cayendo sobre el cojín en forma de nube de Renjun.
—¡AYUDADME! —gritó el fantasma desde el balcón, como si tuviera miedo a caer y morir dos veces. Como si no pudiera desaparecer y reaparecer de nuevo dentro del apartamento.
—Yo me encargo de ella —dijo Jisung, solo para él—. Siento haber tardado tanto en volver. Descansa.
Chenle volvió a asentir y cerró los ojos. Aquello era lo mejor de Jisung. Desde hacía años, Chenle solo podía oír y hablar con fantasmas. Jisung, a diferencia de él, todavía podía hacer mucho más.
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22 de noviembre de 2024 | JUNGWOO
Jungwoo levantó la cabeza del retrete, con los ojos lagrimeando y restos de vómito en las esquinas de su boca. Tardó unos segundos en ser capaz de enfocar la mirada y encontrar a quien quería ver. Sicheng estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la puerta, y los ojos abiertos y cruzados sobre su estómago. Lo miraba con esa cara tan indiferente que ponía siempre que algo le importaba tanto que debía fingir que no.
—¿Has acabado?
—Creo que no —admitió.
Los ojos de Sicheng se estrecharon, decididos.
—No iré.
—¿A las vacaciones? —Jungwoo frunció el ceño y Sicheng asintió—. Claro que irás.
—No contigo así.
—Sabíamos que pasaría —le recordó.
Sicheng abrió la boca, listo para replicar. Fuera lo que fuera lo que iba a decir, no llegó a hacerlo. Apretó los labios, con una mirada frustrada sobre él.
—Pero no tan pronto. ¿Por qué está pasando tan pronto? La última vez…
—La última vez no fueron tan agresivos.
—Y es culpa tuya —acusó Sicheng.
Jungwoo forzó una sonrisa y cerró la tapa del retrete, apoyando la frente sobre ella. Cerró los ojos, agotado.
—Desde luego.
—¿Es por la gira? —preguntó Sicheng—. Porque no estarás bien para la gira. Así que deberías de dejar de intentar acele…
—Hyung —pidió.
Sicheng se detuvo en seco, suspirando.
—Perdona. Es solo que…
Jungwoo se encogió en el sitio, sintiendo la bilis subir de nuevo por su garganta. Sicheng se movió con rapidez hasta su espalda; lo alejó de la taza y levantó de nuevo la tapa, antes de volver a dejarlo apoyado sobre el retrete. Cuando Jugnwoo terminó de vomitar, le dolían las costillas y sentía la garganta en carne viva.
—No iré —repitió Sicheng. Jungwoo asintió, sin fuerzas para discutir.
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24 de octubre de 2024 | DOYOUNG
—Vale, a ver. Como ya sabes… Te quiero, y estoy enamorado de ti.
Sicheng frunció el ceño y apretó los labios, en una mueca disconforme. Doyoung resopló y lo miró frustrado.
—Pero si es la primera frase —se quejó—. Cómo he podido fallar ya.
—Es que… Cómo ya sabes… Eso no suena bien, hombre. Y Te quiero, estoy enamorado de ti. ¿En serio? Seguro que eso ya se lo dices todos los días. Cúrratelo un poco más.
Doyoung lo miró con molestia.
—Es solo la introducción. Luego digo más cosas, mucho más profundas y todo eso. Lo sabes.
Sicheng sonrió con burla.
—No te pongas así. Estoy aquí para ayudar.
Doyoung suspiró y se sentó frente a él, al otro lado de la mesa del comedor.
���Perdona. Es que… No sé cómo hacerlo —admitió, pegando la espalda al respaldo de la silla. Metió los dedos entre los mechones de su pelo y los revolvió, frustrado—. Estoy cansado. Siento que llevo siglos con esto.
—Recuerdo que me contaste que daba igual cómo se lo pidieras, que sabías que diría que sí —dijo Sicheng. Doyoung cerró los ojos, bajó las manos por su cara y apretó los dedos contra ellos—. Si eso sigue siendo así, ¿por qué le das tantas vueltas? Hazlo y ya.
Porque es Mingi.
—¿Qué pasa? —preguntó de nuevo Sicheng, antes de que Doyoung pudiera formular una respuesta—. ¿Es que ya no estás tan seguro de querer casarte con él? —Lo preguntó como una broma, detrás de la que se formó un silencio. Doyoung apartó las manos de su cara y lo miró; Sicheng lo observaba de vuelta, con sorpresa—. ¿Es en serio? Pues entonces rompe con él.
Lo dijo como si nada. Como si fuera una decisión cualquiera. Doyoung bufó. Por supuesto, ya había que elegir a Sicheng para hablar de aquello no era la mejor opción. Evitaba las relaciones románticas con tanta facilidad como Jungwoo evitaba las laborales, arregládnolas siempre para desaparecer al más mínimo inconveniente.
Doyoung siguió sin hablar, sin saber qué decir. Poco a poco, Sicheng empezó a sonreír.
—Rompe con él —repitió—, y sal conmigo. Te trataré bien.
Doyoung le sonrió de vuelta y empujó con un dedo el cuenco de cristal lleno de macarrones con tomate y queso, dirección a Sicheng.
—Come.
Sicheng apretó los labios, sin perder la sonrisa. Cogió el tenedor y pinchó tres macarrones embadurnados solo en tomate.
—No es que esté dudando —dijo por fin Doyoung, mientras lo veía llevar el tenedor hasta su boca—. Es que… es complicado.
—No creo que lo sea —replicó Sicheng nada más tragar—. Solo hay que ver este apartamento.
Doyoung frunció el ceño y miró a su alrededor. Aunque estaban en el comedor, desde él podía verse la cocina y el salón. Buscó a qué se refería, pero no encontró nada raro. De hecho, el piso estaba más limpio que de costumbre.
—¿De qué hablas?
—Pues a que está vacío —Sicheng lo dijo con la mirada clavada en el cuenco; estaba intentando atrapar un montón de queso y nada de pasta—. Llevo en el edificio unos días, y todavía no he visto a Mingi ni de pasada.
—Bueno, sí. Estas semanas está ocupado. Eso no es un problema, yo también lo estoy a veces. Los dos sabíamos que esto pasaría a menudo.
Sicheng no contestó de inmediato. Primero metió el pegote de queso en su boca y lo masticó sin prisa. Tragó y dio un sorbo a su lata de Kas de limón.
—Quizá no sea un problema de normal, pero desde luego lo es si estás intentando hablar con él y no puedes. Cuanto más tardas en pedirle algo a alguien, más dudas te nacen sobre si es buena idea hacerlo o no.
Sorprendentemente, Sicheng había dado en el clavo con lo que pasaba. Doyoung se escurrió un poco en la silla y apoyó las manos en la mesa, con las mejillas infladas. Últimamente apenas estaba con Mingi, y cuando lo estaba, no dejaba de forzar demasiado la situación. Al mismo tiempo, necesitaba tanto que todo saliera perfecto, que al primer inconveniente ya se convencía de que lo mejor era dejarlo para la siguiente oportunidad. Aquello había causado que hubiera empezado a preguntarse si todo eso no serían señales de que debía dejarlo estar.
—¿Tú qué harías? —preguntó. Romper. Pudo escucharlo sin necesidad de que Sicheng dijera nada. Era la respuesta de siempre, por eso era mejor no pedirle consejos a él. Pero era lo que tenía a mano. Apretó los labios y añadió—: Si fueras yo, y estuvieras en mi situación.
Cuanto más tardaba Sicheng en responder, más nervioso se ponía él. Parecía estar pensándolo de verdad, sin tonterías de por medio. Si lo estaba haciendo seriamente y la respuesta era una que no le gustaba, pero lógica, estaría perdido.
—Pues… —murmuró, al cabo de un par de minutos durante los cuales se dedicó a jugar con la pasta—. Siendo tú, no se lo pediría.
Tal y como esperó, aquello le sentó como una patada en el estómago.
—¿Por qué?
—Al menos no por ahora —aclaró Sicheng, viéndolo de arriba abajo. Por cómo cambió su cara a una precavida, la de Doyoung debía ser casi la de un muerto—. Esperaría a que las cosas estén más tranquilas, a estar yo más tranquilo. Estás tan empeñado en pedírselo que… No sé, Doyoung. He leído algunas de las ideas, y ninguna sonaba como tú.
—¿Dices que no soy romántico?
¿No lo era? Aquello ni se le había pasado por la cabeza. Si bien estaba haciendo cosas que nunca antes había hecho, todas eran porque quería, porque quería que Mingi estuviera bien con él.
A lo mejor es eso, comprendió. Quizá estaba actuando como otra persona en vez de como en realidad era. Quizá por eso se sentía tan mal cada vez que no conseguía su propósito. Era como un fracaso doble; demasiado insulso para ser él mismo, demasiado inútil para ser alguien más.
—Digo que no eres tan escandaloso. ¿Un restaurante entero solo para vosotros? Podrías haber hecho eso mismo aquí, y te hubiera salido mejor. —Sicheng soltó el tenedor dentro del cuenco y se lo pasó—. Come tú. Tienes cara de que te está dando una bajada de tensión.
Doyoung ni siquiera discutió. Pinchó unos cuantos macarrones y se los llevó a la boca con desgana.
—Do. Tienes que dejar de… intentar cumplir tus propias expectativas. Las cosas nunca salen como se planean, así que relájate. Que pase como tenga que pasar. Si algo sé de ti, es que siempre encuentras la forma de hacer las cosas de la manera que más se adapta a cómo eres. Estoy seguro de que a Mingi le gustará algo más típico de ti, que del desconocido que intentas ser.
Doyoung dejó los macarrones a medio masticar en su boca durante unos segundos, antes de poder reaccionar y tragar. Después de eso volvió a sentarse en la silla y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa, con el cuenco de pasta entre ellos.
Sicheng lo miró repentinamente preocupado, como si creyera haber dicho algo mal. Le pasaba siempre que hablaba con demasiada seriedad, pensaba que estropeaba algo. Casi podía oír sus pensamientos, preguntándose si lo echaría, si volvería a dejar de hablarle. Si no habría fastidiado su relación para siempre por ser demasiado sincero.
A Doyoung se le escapó una sonrisa, mucho más aliviado que antes de empezar a hablar. Sicheng frunció el ceño.
—¿Qué? —preguntó Sicheng, vacilante.
—Vaya —masculló Doyoung, sonando incrédulo a propósito—. ¿En qué momento te has hecho tan mayor como para ser capaz de decir cosas así sin que te tiemble la voz?
Sicheng apartó la mirada con vergüenza.
—Cállate —ordenó.
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21 de octubre de 2024 | WINWIN
Sicheng cruzó los brazos por encima de su estómago, escurrido en el sofá. Jihyo estaba en el balcón, e iba y venía por él, discutiendo al teléfono con Taeyong. Aquello solo lo hizo sentir peor, confirmando todavía más que no debería haber ido allí.
Pero tampoco sabía a dónde más ir. El resto no estaban, o estaban, solo que demasiado lejos. Sicheng apretó los labios, notando que empezaba a temblar.
En realidad, el que llevaba mucho tiempo lejos era él.
Bajó los ojos a sus brazos, cubiertos por la chaqueta negra que le quedaba dos tallas más grande de lo que debería. Hacía un mes le quedaba bien, hasta un poco justa para su gusto. Tan pronto como lo pensó, se dio cuenta del hambre que tenía. Tampoco debería haber salido de casa sin desayunar, y mucho menos debería haberse ido a dormir de nuevo sin cenar. Pero últimamente estaba tan cansado, en todos los aspectos, que no era capaz de conectar los puntos sobre qué era lo que debía o no hacer.
Jihyo abrió la puerta del balcón y caminó hasta él. Se detuvo justo delante y estiró una mano hacia su cara, apartándole el flequillo. Entonces lo apuntó con su teléfono. Sicheng creyó que estaba haciendo una fotografía hasta que escuchó la voz de Taeyong.
—¿Y esto cuándo ha sido?
Jihyo cambió la cámara hacia ella y deshizo el camino hasta el balcón.
—Dice que ayer por la mañana —resopló, brusca—. Te dije hace meses que esto terminaría pasando. Que debías traerlo de vuelta a casa. Pero no me hiciste caso, como siempre. ¿Tienes idea de cómo está en realidad? ¿Hace cuánto que no quedas con él? Está hecho un… —Jihyo cerró la puerta del balcón, quedando así su voz opacada. Aun así, Sicheng sabía bien cómo terminaba la frase.
Un desastre.
Él no pensaba que eso fuera cierto, al menos no del todo. Pero entendía que lo pensara si lo comparaba con cómo estaba meses atrás.
Resopló por la nariz, mientras la puerta que daba al pasillo de las habitaciones se abría lentamente. Tuzyu asomó por ella, medio dormida.
—Buenos días —saludó Tzuyu, con un bostezo. Todavía no sabía que era Sicheng el que estaba allí—. ¿Qué está pasando? Me dejé la ventana abierta, me ha despertado cantándole las cuarentas a… —Tzuyu dejó la frase a medias, cuando sus ojos llegaron a él. Los abrió con sorpresa, y rápidamente se tiñeron de horror—. ¿Winwin? ¿Qué te ha pasado?
Sicheng apretó los labios y se forzó a sonreír.
—¿Tiene muy mala pinta? —No necesitaba verse a un espejo para saber que tenía las orejas rojas.
Tzuyu era tan mala mintiendo que ni siquiera lo intentó. Solo fue hasta él y se sentó a su lado, haciendo lo mismo que Jihyo con su flequillo, pero con mucho más cuidado.
—Quiero pensar que esos puntos es que has ido al médico.
—Ayer por la mañana.
—¿Y…? Dios. ¿Te dejará cicatriz?
Sicheng levantó un hombro y ella suspiró por la nariz.
—¿Qué te ha pasado?
Jihyo entró de nuevo en el salón, antes de que Sicheng pudiera responder. Había colgado el teléfono y caminaba hacia ellos con paso decidido. Al llegar, extendió una mano hacia Sicheng.
—Las llaves de tu piso.
—¿Qué?
—No me hagas repetirlo.
Sicheng levantó un poco el culo del sofá y sacó las llaves de su apartamento del bolsillo trasero de su pantalón. Se las entregó, frunciendo el ceño, sintiendo los puntos tirar desde el extremo de su ceja al centro de su frente.
—¿Pero para qué?
—Le he escrito a Jin para que me acompañe. Voy a traer tu ropa.
—¿Qué? —Sicheng no tenía ni idea de quién era Jin, pero eso era lo de menos—. Jihyo, no he venido para…
—Te quedarás aquí hasta que tu cuarto esté listo abajo.
—Genial —interrumpió Tzuyu, sin darle tiempo a Sicheng a decir nada—. ¿Has desayunado? —preguntó, apoyando una mano en su pierna.
—Pues… no —admitió.
—Haré gofres. ¿Cuántos te apetecen? —Tzuyu se puso en pie—. Te haré una montaña, estás por la mitad. Y te echaré un montón de chocolate.
—Le gustan sin nada —acotó Jihyo.
Tzuyu levantó el pulgar hacia ambos y se marchó a la cocina. Sicheng aprovechó para despegar la espalda del sofá y mirar a Jihyo.
—No tienes que ir. Puedo hacerlo yo.
Jihyo levantó una mano y la apoyó en su cabeza, echando su pelo de nuevo hacia atrás. Su expresión se volvió un poco más dura si cabe al ver de nuevo la herida.
—Te digo lo mismo: No tienes que ir. Puedo hacerlo yo. Quédate aquí, desayuna, que te hace falta, y si estás cansado, duerme un poco. Mi habitación es tuya. Y por favor, Sicheng, que sea la última vez que dejas que las cosas lleguen a este punto.
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16 de octubre de 2024 | TAEYONG
Taeyong entró en el apartamento pasadas las diez de la mañana, y fue recibido justo por lo que se esperaba. Las latas de cerveza se acumulaban en la mesa del salón, con Jaehyun durmiendo frente a ellas, tumbado boca arriba en el sofá. Una de sus piernas había caído por el borde. Tenía el pie apoyado en el suelo, y con una de sus manos se cubría los ojos de la luz que emitía la bombilla del techo.
No voy a preguntar dónde está la lámpara.
Taeyong suspiró y dejó caer la mochila en el suelo. Cerró la puerta y fue hasta él.
—No podías ni levantarte a apagarla, ¿verdad? —preguntó. Jaehyun siguió durmiendo, sin enterarse de nada. Taeyong apretó los labios, fijándose en que llevaba puesta la misma camiseta que en la foto que le había mandado hacía dos noches.
Se agachó frente a él y llevó una mano a su cabeza, metiendo los dedos entre los mechones de su pelo teñido de rubio. Jaehyun se removió un poco, pero ya está.
—Yuno —susurró—. ¿Por qué no te vas a la cama para que pueda limpiar un poco esto?
Jaehyun frunció el ceño, apartando por fin la mano de sus ojos. Pero no los abrió. Taeyong esperó unos segundos a que dijera algo. Cuando se dio cuenta de que no lo haría, empezó a mover los dedos en su cabeza, con un poco de brusquedad para molestarlo.
—O mejor todavía. ¿Por qué no te das primero una ducha? Apestas.
Jaehyun abrió los ojos. Apenas una rendija, todavía medio dormido.
—¿Taeyong?
Taeyong sacó los dedos de su pelo y le sonrió.
—Buenos días.
—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en la base?
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó, en vez de responder. Su tono fue acusatorio, y por si Jaehyun no sabía por qué lo preguntaba, apuntó con la cabeza al desastre sobre la mesa.
Jaehyun abrió los labios para responder, pero solo suspiró antes de volver a cerrarlos. Taeyong se sentó en el suelo, con el cuerpo girado hacia él y un hombro apoyado contra el sofá.
—Está claro que te pasa algo. —Jaehyun giró la cara hacia el respaldo del sofá y Taeyong suspiró—. No tienes que contármelo si no quieres, no importa. Pero… Háblalo con alguien. Si sigues así…
—Rompió conmigo —interrumpió Jaehyun, con la voz más vulnerable de lo que Taeyong se la había oído jamás.
—Bueno, y qué. Rompéis cada dos por tres —contestó, frunciendo el ceño.
Jaehyun negó.
—Pero esta vez ha sido distinto. Rompió conmigo para siempre.
Taeyong tardó unos segundos en ser capaz de hablar.
—¿Por qué?
Jaehyun se quedó en silencio casi un minuto entero. Taeyong solo lo miró. Era difícil saber en qué pensaba. Jaehyun nunca hablaba de cosas como lo que sentía si podía evitarlo, y cuando lo hacía siempre era por encima. Según sus propias palabras, aquello a lo que no se le daba importancia no podía tenerla.
Era una de las cosas que siempre había detestado de él.
—Sabe que no la quiero —dijo al fin, en voz baja. Su voz sonó aletargada y sus ojos habían vuelto a cerrarse—. Que nunca lo hice. Al menos no como ella quería que lo hiciera.
A Taeyong la confesión no le cogió por sorpresa, porque siempre lo había sabido. De ser Jaehyun cualquier otra persona, le habría parecido mal. Pero si alguien había intentado de verdad querer a su pareja mientras habían estado juntos, ese era él.
—Hiciste lo que pudiste —contestó, sin saber si era lo mejor que podía decirse en una situación así. Taeyong ni siquiera entendía por qué Jaehyun se había forzado a aquello durante tanto tiempo.
Pareció valer, porque Jaehyun no se cerró en banda. No le dio la espalda ni le dijo que quería estar solo; solo se calló, con la cara todavía orientada hacia la manta de cuadros azules, verdes y blancos que recubría el sofá. Taeyong se apuntó el echarla a lavar en cuanto consiguiera que Jaehyun se levantara, tras ver en una esquina lo que parecía ser un pegote ya seco de kétchup.
—Dime una cosa —susurró Jaehyun, atrayendo de nuevo su atención. Taeyong clavó los ojos en su perfil—. Si yo no me hubiera apartado aquella noche, hace dos años… —Taeyong se tensó, sintiendo un vuelco en el estómago—. ¿Qué crees que habría pasado? … ¿Hubiéramos estado juntos? ¿Lo seguiríamos ahora?
Taeyong se quedó sin habla. Aquella era la primera vez que Jaehyun sacaba el tema, después de tanto tiempo fingiendo ambos que no había ocurrido. Apartó la mirada, llevándola hacia el suelo. Había una lata de cerveza tumbada bajo la mesa.
El estómago se le contrajo de nuevo, pero duró solo unos segundos. Después de ello, como un recordatorio de la situación, la lata volvió a llamar su atención.
Está medio dormido. Y probablemente sigue borracho. Por eso había sacado el tema. De alguna forma, aquello no lo animó en absoluto, sino todo lo contrario. Su nariz se sintió repentinamente cargada, y sus ojos empezaron a escocer. Cómo se atrevía a hacerle eso cuando no podía defenderse como quería, metiéndole un puñetazo.
Sorbió su nariz y asintió, sin importar que Jaehyun no lo estuviera mirando.
—Te apartarse de mí y aquí estoy, ¿no? —espetó, a la defensiva—. Imagina si no lo hubieras hecho.
—Eso me temía —masculló Jaehyun, sin inmutarse.
—Qué pasa —replicó, con un tono amargado que odió nada más oírlo—. ¿Es que ahora te arrepientes?
Jaehyun negó. Aunque más que un cabeceo fue como si se le hubiera caído la cabeza.
—Creo que siempre lo he hecho —admitió.
Taeyong tardó unos segundos en asimilar la respuesta. Sus ojos se clavaron incrédulos en los párpados bajados de Jaehyun, pero no hizo ni dijo nada. La respiración acompasada de Jaehyun le hizo saber que se había dormido otra vez.
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8 de octubre de 2024 | JUNGWOO
Los dedos de Taeyong se apretaron en torno a los suyos, trayéndolo de vuelta a la realidad.
Jungwoo parpadeó, y volvió a clavar los ojos en el doctor Lee, confundido. Aquello no tenía ningún sentido.
—Pero… Me hice las pruebas hace seis meses. Todo estaba bien.
El doctor Lee lo observó de vuelta, con gesto paciente, desde el otro lado de su escritorio blanco. Todo en aquella consulta era blanco.
—No es tan raro. Por eso durante los primeros años tras un cáncer, las revisiones deben ser más frecuentes. Pero esto es bueno, Jungwoo. Lo hemos encontrado mucho más rápido que la otra vez.
—¿Cómo va a ser esto bueno? —Su ceño se frunció—. Lo bueno sería no haber encontrado nada.
Taeyong lo miró de reojo. Todavía no había dicho nada desde que entraron.
—Es bueno —insistió el doctor Lee—. Apenas está empezando. Con unas cuantas sesiones de quimioterapia y de…
—No.
—Jungwoo —susurró Taeyong. Jungwoo lo ignoró.
—En serio, no quiero nada de eso. ¿No puedo operarme y ya? Si tan pequeño es. Que me lo quiten y ya está.
—Preferiría que evitaras el quirófano, sobre todo después de lo que pasó en tu última operación —contestó el doctor Lee. Había apoyado las manos sobre la mesa, la una frente a la otra, entrelazando los dedos—. Además, la operación no garantiza que más tarde no tengas que recurrir a lo otro.
Jungwoo apretó la mandíbula.
—Pero no hacerla sí me garantiza que sí tendré que volver a la quimioterapia. A la radiación. A…
—Jungwoo —la voz de Taeyong sonó mucho menos vacilante que antes, casi tajante. Lo bastante seria como para que Jungwoo lo mirara��. Ya sabemos que lo pasaste mal la última vez, pero…
—No, no lo sabéis —lo cortó—. No tenéis ni idea.
Taeyong no dijo nada más, así que Jungwoo volvió a mirar al doctor Lee. Este los miraba a ambos, intentando que su expresión no reflejara lo que opinaba de lo que oía. Fallaba por completo, pero a Jungwoo le daba bastante igual tanto lo que pensara de él como de su decisión. Ninguno había estado bajo su piel por aquel entonces, ni lo estaría esa vez. No podían entenderlo. Él apenas podía recordar más de un par de sesiones de quimioterapia de las que hubiera salido mejor de lo que había entrado. Se le revolvió el estómago y formó un nudo en la garganta solo de pensarlo. El doctor Lee carraspeó, llamando la atención de ambos.
—¿Por qué mejor no te vas a casa? Y nos vemos la semana que viene para hablar de lo que quieres hacer.
—Le estoy diciendo ya lo que quiero. Las cosas no cambiarán porque pasen unos días.
—Eso no lo sabemos —contestó el doctor Lee, con tono conciliador—. Ve a casa. Habla con quien sientas que debes hablarlo. Piensa en todo lo que tengas que pensar, y en una semana vuelves. Si todavía quieres operarte, así será. Pero no caigas en olvidar lo mal que lo pasaste tras la operación, solo porque lo mal que lo pasaste durante la quimioterapia duró más tiempo. La quimioterapia no te mató. La operación sí, y por poco no conseguimos que vuelvas.
Jungwoo se echó hacia atrás en su silla, como si eso último le hubiera pegado un empujón. Apretó los labios y se levantó, saliendo de la consulta sin despedirse. Taeyong se quedó dentro unos segundos más, probablemente disculpándose y diciéndole adiós por los dos. En cuanto Jungwoo estuvo fuera, sus ojos volaron con rapidez hacia Johnny y Doyoung sentados en las sillas de espera. Ambos se levantaron nada más verlo, cada uno con expresiones diferentes, pero que reflejaban lo mismo: una necesidad casi absurda por no demostrar lo preocupados que estaban.
Jungwoo suspiró.
Vaya mierda.
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10 de septiembre de 2024 | SANA
Sana estaba a punto de marcharse al trabajo cuando lo vio. Nando estaba en su salón, sentado en el suelo frente a la mesa, comiendo un tazón de cereales mientras veía la televisión. Que estuviera allí no sería raro, si no fuera porque había roto con Mina el día anterior. Pero tampoco tenía ningún sentido que hubieran roto, así que no le dio más vueltas.
Miró de reojo el reloj de su muñeca. Todavía tenía tiempo, y había algo que quería hablar con él desde hacía unos días. Así que puso su mejor sonrisa y fue hasta Nando, sentándose frente a él, también en el suelo, impidiendo que pudiera seguir viendo los dibujos.
—Buenos días, Nan.
Nando entrecerró los ojos y siguió masticando sus cereales hasta poder tragar. Tras eso suspiró y le sonrió de vuelta.
—¿Sabes que desde que nos conocemos, nunca te me has acercado porque sí?
La sonrisa de Sana se amplió, mientras que ella se inclinó hacia adelante, hasta que su pecho quedó aplastado contra el borde de la mesa.
—Quería preguntarte algo.
—Dispara.
—¿Qué te parece Jin?
Nando frunció el ceño.
—Jin, ¿mi mejor amigo? —Sana asintió y Nando se dejó caer hacia atrás, hasta que su espalda quedó apoyada en el borde del asiento del sofá—. Es un buen tipo. ¿Por qué?
—¿Y una buena persona?
—¿Necesitas que lo sea para seguir acostándose con él? —Nando cayó rápido en lo que había dicho, porque apretó los labios y la miró con disculpa—. Sí, es una buena persona. Pero… —su voz se volvió vacilante.
Dejó la frase ahí. Sana frunció el ceño.
—¿Pero qué? —Nando suspiró.
—Pues que si me lo preguntas porque te estás planteando hacer algo más que acostarte con él… Ha tenido un año difícil, al menos en cuanto a las relaciones. Así que…
Sana se echó también hacia atrás, apartándose de la mesa. No necesitaba oír más.
—Piensas que yo no mejoraría las cosas —adivinó, sin ofenderse. Era lo mismo que pensaba ella.
La cara de Nando no dijo lo contrario, pero al menos tuvo la decencia de mostrarse arrepentido.
—No es eso, al menos no del todo. —Nando se quedó callado unos segundos, pensativo—. Es que… —volvió a hablar, cuando pareció saber por fin cómo seguir—. Apenas hace tres meses que has vuelto a empezar a salir con gente. Y lleváis qué, ¿un mes quedando? … ¿Dos? Meterte en una relación… No tiene nada que ver que sea con él. De hecho, Jin sería la mejor persona con la que podrías hacerlo —aseguró, sin apartar los ojos de los suyos—. Pero, y si me estoy metiendo donde no debo, dímelo, no creo que estés lista todavía. Yo he estado aquí desde el principio, Sana —le recordó, haciendo que ella apartara la mirada—. Te he visto. Te asustabas cada vez que me movía estando al otro lado de la habitación.
Sana quiso enfadarse un poco, decir que estaba siendo un exagerado. Pero en realidad, Nando estaba siendo extremadamente amable. Asustarse por esas cosas era lo más tranquilo que había hecho desde que salió del hospital. Se mordió el labio inferior, sabiendo que tenía razón. Aunque eso no quitó que doliera.
Y hablando de dolor…
—Le haré daño —susurró, casi como si se tratara de una condena. No sabía de qué forma, pero estaba segura de que lo haría.
—Tal vez. Y desde luego no queriendo —dijo Nando—. Tú también eres una buena persona. Solo…
—Ya —lo cortó.
Sana volvió a inclinarse sobre la mesa. Apoyó los codos en ella y dejó caer sus mejillas en sus manos, mirándolo. Sentía un nudo en su garganta, y los ojos se le empezaron a humedecer, nublando un poco su visión. Nando fingió no darse cuenta.
—Quizá si se lo cuento… —masculló, insegura—. ¿Tú qué harías?
Nando se cruzó de brazos.
—No lo sé, Sana —contestó, suspirando después—. Ni siquiera sabría cómo empezar a ponerme en tu situación.
Sana asintió. Eso ya lo sabía.
—Pero si fuera Mina, ¿querrías saberlo?
—Sí —contestó él, sin dudarlo—. Pero no se trata de lo que yo querría, sino de lo que querría ella. De lo que estaría preparada para contar. Así que te toca decidirlo a ti sola.
Sana bufó, enfurruñada.
—Gracias por nada.
Nando le sonrió un poco, con comprensión. Cuando Nando sonreía de aquella manera, era fácil entender por qué a Mina le gustaba tanto.
—Cambiaría cosas —admitió Nando—. Si Mina me contara que… la agredieron, yo cambiaría. La trataría de otra forma. Sé que no debería, porque no habría sido culpa suya, pero lo haría. Probablemente me volvería estúpido a su alrededor y no sabría cómo actuar. Tendría un miedo continuo a hacer o decir algo que la hiciera recordarlo, o que la hiciera sentirse mal por ello. A la larga no nos arruinaría, pero sí que tendríamos una época un poco rara mientras nos acostumbramos a vivir con que yo lo sepa, estoy seguro. Pero yo soy yo, y Jin es Jin.
—Dices que… ¿a Jin no le importaría? —Sana frunció el ceño y Nando negó.
—Digo que tal vez él lo llevaría mejor que yo. —Nando volvió a echarse hacia adelante, cogió la cuchara y la hundió otra vez en el tazón de cereales—. Pienso que si quieres algo serio con él, debería saberlo. Que eso lo ayudaría a entenderte mejor. Pero también pienso que, si no estás lista, no debes hacer nada que no quieras. Quizá lo de Jin no sea tan serio, y solo lo piensas porque es la primera persona con la que estás cómoda más de una noche desde lo que pasó.
Sana se quedó mirando cómo trataba de intentar coger todos los cereales flotantes posibles con la cuchara. Nando levantó la cuchara cuando la tenía ya lo bastante llena y se la llevó a la boca. Antes de poder meterla dentro, Sana volvió a hablar.
—Le quiero, y quiero estar con él. Estoy segura.
Nando dejó la cuchara levantada, a unos centímetros de su boca semiabierta. La miró sin decir nada.
—Así que… ¿se lo diré? —preguntó ella, intentando que Nando le dijera qué hacer.
Nando levantó las cejas y se encogió de hombros.
—Si quieres.
Sana volvió a bufar.
De pronto se escuchó una canción a su espalda. Sana giró la cabeza por encima de uno de sus hombros. La serie que había estado viendo Nando hasta que llegó, fuera cual fuera, acababa de terminar. En una esquina de la pantalla se marcó la hora y ella maldijo por lo bajo.
—Tengo que irme ya —se quejó, poniéndose en pie.
Nando no la detuvo hasta que ya estaba caminando hacia la entrada.
—Espera. —Sana se giró y lo miró—. ¿Has desayunado?
Ella negó.
—Tengo el estómago revuelto.
Nando miró hacia su barriga, y por un momento a Sana le dio la impresión de que se estaba mordiendo la lengua para no decir algo.
—Últimamente lo tienes mucho así por las mañanas —comentó al final. Sana ladeó la cabeza. No se había dado cuenta, pero tras pensarlo unos segundos se dio cuenta de que Nando tenía razón. Nando suspiró, volviendo la mirada hacia la televisión, donde empezaba el telediario—. Come algo cuando te sientas mejor. Como vuelvas muerta de hambre a casa y te comas otra vez mis chaskis, la tendremos.
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24 de febrero de 2024 | SANA
—Con esa bata se te ve todo el culo —saludó Sanha.
Sana pegó un sobresalto y se giró con rapidez, con un quejido. Su mano viajó a su cintura, el movimiento había sido demasiado brusco para su estado. Sanha la miró con arrepentimiento y entró en la habitación.
—Lo siento.
—Está bien —contestó Sana, girándose de nuevo hacia la ventana cerrada.
Afuera llovía tanto que parecía irreal, sobre todo porque, al inicio de la semana, el sol había pegado tan fuerte que parecía que ya era verano. Sana se tragó un suspiro. No habían pasado ni dos días desde que todo se había ido al traste, pero era como si hubieran pasado mil años.
Mil años, mil Sanas.
—Hay quien pensaría que el cielo está llorando lo que me han dicho que tú no —Sanha se detuvo a su lado y Sana lo miró de reojo, con la cara en blanco. A veces Sanha no le caía nada bien.
—¿Eso es para mí? —preguntó ella, cambiando de tema.
Sanha agachó la mirada y levantó su mano, para así echar un nuevo vistazo al elefante azul de peluche. No era muy grande, pero tampoco demasiado pequeño, y estaba hecho de una tela tan suave que incitaba al sueño solo con tocarlo.
—Era el más barato que encontré —mintió. Sana sabía que lo hacía porque lo había visto esa misma mañana, en la tienda de regalos, cuando Momo la había hecho bajar a desayunar a la cafetería algo que no pareciera vómito—. Si no te gusta, lo tiraré.
—Ni se te ocurra. —Le quitó el peluche de la mano y lo abrazó contra su cuerpo, sin molestarse en darle las gracias.
Tampoco le sonrió; no tenía fuerzas, ni mucho menos ganas. Además, las pocas veces que intentó hacerlo desde que estaba allí había terminado reabriendo la herida de su boca.
—No tenías que venir —musitó, tras un breve silencio.
Sanha negó.
—No podía no venir.
—Estoy bien —aclaró con un poco de brusquedad. Había dicho eso tantas veces en los últimos días que empezaba a estar harta.
Sanha no pareció ofenderse, pero se quedó callado. Lo vio apoyar las manos sobre el alfeizar de la ventana, clavando los dedos sobre su madera pintada de blanco, algo sucia por el paso del tiempo y de los pacientes.
Sana giró la cara hacia él. Sus ojos se habían lleno de lágrimas que contenía a duras penas, y su boca tenía un puchero, como si estuviera a punto de rendirse en su intento por mostrar frente a ella que estaba bien.
—Vamos —se quejó Sana—. Es a mí a quien han dado una paliza. Cómo vas a ser tan descarado de estar llorando tú.
Sanha tosió y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
—Tienes razón —masculló—. Lo siento. Es que… No dejo de pensar en… —sorbió su nariz y volvió a mirarla, con los ojos brillantes—. ¿Lo había hecho antes?
Sana apretó los labios, sin contestar. Sanha soltó una risa ahogada y entre dientes; un jadeo incrédulo que hizo que ella apretara el elefante más contra su pecho.
—Debí haberlo visto.
Sana volvió la vista al frente, suspirando con pesadez. Hacerlo hizo que le dolieran las costillas. Ella también debió haber visto: que pasaría aquello. Sanha siempre había funcionado así. El cargo de conciencia por no poder proteger a los que quería tendía a pesarle a él más de lo que seguramente a ella le dolían los golpes.
—No es culpa tuya —replicó, aunque fuera obvio. Sanha asintió.
—Tampoco tuya —dijo él.
Sana no replicó, aunque estaba segura de que se equivocaba.
Clavó las puntas de los dedos en la felpa gris de la que estaba hecho el peluche, fijándose entonces en su propio reflejo en el cristal. No sintió nada, pero podía entender por qué Sanha estaba así. De haber estado él en su lugar, ella se hubiera derrumbado.
A parte de la herida en su boca, tenía varios moretones repartidos por la cara. En su ceja derecha, casi al final, en urgencias le habían puesto unos cuantos puntos tan tensos que solo quería levantar una mano y arrancarlos de un tirón. Las marcas en su cuello tampoco le hacían demasiada ilusión. Pero lo que la ponía de peor humor, por encima de cualquier otra cosa, era su mejilla izquierda. No había necesitado puntos, pero ya le habían avisado de que el corte dejaría una cicatriz. Por suerte, la empresa le había dado tempo más que de sobra para solucionarlo.
—¿En qué piensas? —preguntó Sanha de pronto.
¿Se sentirá así estar muerta?
—Nunca salgas con un hombre —dijo en su lugar—. Son todos un asco.
Sanha negó.
—No estoy en eso de las citas, ya lo sabes. —Y como si necesitara convencerla, o más bien convencerse a sí mismo, añadió—: Y por suerte para mí, no me gustan los hombres.
Sana evitó replicar. De normal tenía que morderse la lengua para no hacerlo, pero en ese momento simplemente fingió creerlo. Hasta lo deseó.
—Ojalá a mí tampoco —susurró.
Sanha giró el cuerpo hacia ella, soltando un rápido suspiro.
—Hablé con tu madre nada más bajar del avión. Conseguí convencerla de que me deje dormir aquí hoy.
—No hace fal-
—Por favor —interrumpió, casi con una súplica. Sana asintió, sin poner más pegas. En realidad, si iba a pasar la noche con alguien prefería hacerlo con Sanha hablando de tonterías, antes que otra vez escuchando a su madre llorar mientras pensaba que dormía.
—Ayúdame a volver a la cama —pidió, sintiendo el dolor de su cadera extenderse hasta su espalda.
Hasta que no lo dijo,Sanha no la miró de arriba abajo. Entonces su cara cambió, haciéndole saber a Sana que ya había visto la venda asomando bajo uno de sus calcetines. Sanha acortó la distancia y pasó un brazo por su espalda, ayudándola a ir hasta la camilla, y una vez allí, la subió a ella para que no tuviera que hacer el esfuerzo.
—¿Qué te ha dicho el médico? —preguntó, arrastrando la butaca en una esquina hasta la camilla. Se sentó en ella, con el cuerpo inclinado hacia adelante, y los brazos apoyados en el colchón, a centímetros de las piernas estiradas de Sana—. ¿Cuándo podrás irte a casa? —vació un momento y preguntó—: ¿Volverás a casa?
Sana negó.
—Jihyo dice que puedo quedarme en su piso un tiempo, hasta que encuentre un nuevo apartamento. Y… un par de días. Tres como mucho. Quieren ver cómo evoluciona lo de la cabeza.
Sanha frunció el ceño y clavó los ojos en su frente, mirando después hacia su pelo como si buscara algo. Sana maldijo por dentro. Fuera quien fuera la persona que lo había avisado de lo que pasó, evidentemente no le había puesto al corriente de todo lo que había hecho Chanhyun. O al menos eso pensó hasta que Sanha la miró de nuevo a los ojos, con la mandíbula apretada.
—Y… —Sanha pareció hacerse más pequeño en la butaca—. ¿Te han hecho las pruebas de…? ¿Todo bien por ahí?
Lo preguntó tan tímido, tan cargado de miedo, que a Sana casi se le escapó una risa. Por suerte no lo hizo; sus costillas habrían pagado de nuevo las consecuencias, y la vergüenza de Sanha lo habría silenciado durante horas.
Asintió y él suspiró con alivio.
—Todo bien —mintió, fingiendo que no le dolía. Que no se sentía más vacía cuanto más pensaba en ello.
Sanha pareció creerla, al menos un poco. Tras eso no dijo nada más. Dejó caer la frente sobre sus brazos cruzados en la camilla y cerró los ojos. Sana dejó el peluche del elefante en la mesilla y apoyó la mano en la cabeza de su mejor amigo. Acarició su pelo y volvió los ojos hacia la ventana, sintiendo como Sanha temblaba bajo sus dedos.
Pero no lo miró. En lugar de eso suspiró por la nariz. El paisaje al otro lado del cristal, oscuro tanto por la hora que era como por la niebla, junto con la lluvia estrellándose contra el cristal, hizo que se preguntara si Sanha no tendría razón, y el tiempo estaba expresando lo que ella no era capaz.
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