Entre tú y yo no hay una diferencia muy grande, somos más parecidos de lo que crees. Tú sucumbiste, yo no lo hago por temor a ceder ante mis propios impulsos y terminar en un camino peor al que estoy recorriendo justo ahora.
Y aquí estás, luchando por encontrar la salida de la cueva de humo en la que te perdiste, buscando un propósito y una razón de ser; algo que te de la esperanza que necesitas y arrastre tu alma hacia la libertad de tu propio ser.
Por otro lado estoy yo, viviendo una vida vacía, dejándome llevar por la corriente y golpeándome con las ramas y las piedras en el camino, a veces intencionalmente, todo buscando despertar algo aquí dentro; solo así puedo evitar sentirme aplastada por la inmensidad de la incertidumbre que me pisa los talones día a día.
“Mi infancia ha muerto, mi adolescencia ha pasado, ahora le tocará a mi juventud perderse rápidamente hasta que el trámite de la adultez y la vejez acomoden el lecho de mi muerte. ¿Vivimos tanto para morir dentro de muy poco en un sólo instante?”
A veces solo buscamos en alguien un espejo para poder amarnos.
En soledad sentí la más pura expresión de libertad, por ello me cuesta desprenderme, renunciar a ese silencioso estado y a su mundana faz llamada soltería. Mi relación distante y cercana con la soledad data de hace cien punzadas al corazón. En el fondo ¿Qué buscaba mi alma? No era el placer del amor, no era la algarabía por la verdad, no era la fe por utopías. Quería verme contento, vivo, eterno, con un sentido donde empujar el carrusel de mi cuerpo. Hay algo en mí que murió, para que todo lo demás fuera posible. Era necesario dejar para continuar.