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Garrigou-Lagrange, R. O. P. (1938). El tomismo y la filosofía contemporánea. Revista Sol y Luna, 1. (pp. 9-29). Comentario:
El dominico francés, en este opúsculo, nos presenta un impecable resumen de la doctrina hilemórfica que caracteriza al tomismo tradicional. Contrasta brillantemente al tomismo con las tendencias generales de la filosofía contemporánea, a saber, el agnosticismo, el evolucionismo y la metafísica alemana[1]. Es más, sostiene el docto dominico que, en este periodo, reaparecen las antiguas formas opuestas entre sí: mecanicismo/dinamismo, empirismo/intelectualismo. Luego, el tomismo tradicional acepta de las tendencias de la filosofía contemporánea aquello que afirman, y rechaza aquello que niegan sin fundamento.
Garrigou-Lagrange compara la doctrina hilemórfica con los sistemas filosóficos que afirman y niegan aspectos de la realidad en distintas áreas de la ciencia. Pero ¿qué se entiende por doctrina hilemórfica o de la materia y la forma específica (substancial) común a todos los cuerpos?
La materia, potencia pasiva e indeterminada capaz de recibir forma específica o estructura esencial. La materia no es una substancia, sino un elemento substancial que no existe sin tal o cual forma específica. Esta forma hace que constituya un compuesto verdaderamente uno[2]. Luego, la naturaleza de los cuerpos es una y es el principio de sus propiedades. En suma, la materia primera, pura potencia receptiva, es la capacidad real de recibir una forma específica o sujeto real actualizable y semper transformable, capaz de devenir, por actualización. La materia como pura potencia real no es ni la nada ni lo posible, sino una realidad, una capacidad de perfección que no es todavía un acto, aunque se le suponga imperfecto[3]. La forma, determina a la materia y explica las cualidades naturales de los cuerpos, sus propiedades, su actividad específica; &c. Mantiene el principio, según el cual, la operación supone el ser y el modo de operación el modo de ser.
El tomismo tradicional es «la filosofía aristotélico-tomista [que] tiene una amplia base inductiva que le permite permanecer en contacto con los hechos, y porque es al mismo tiempo una filosofía del ser, del devenir, y de sus causas, esta filosofía acepta todo lo que hay de verdaderamente positivo en las otras concepciones opuestas entre sí: posee una gran capacidad de absorción y de asimilación, lo que le permite juzgar de su valor, no sólo abstracto, sino vital[4]» (p.12). «Ello es debido a su método analítico-sintético formulado por Aristóteles y perfeccionado por San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino» (p. 16).
Este modo de entender el tomismo permite desenmascarar el eclecticismo de Leibnitz a la hora de considerar los sistemas filosóficos. Éste sostiene que los sistemas filosóficos son verdaderos en lo que afirman, y falsos en lo que niegan. Ahora bien, el tomismo se fundamenta en la siguiente verdad: hay más en lo real que en todos los sistemas filosóficos; puesto que, el tomismo tradicional no es una construcción a priori como el hegelianismo dado que:
Permanece atento a los diversos aspectos de la realidad, esforzándose de no negar ninguno de ellos, i. e. de no limitar indebidamente la realidad que se impone a la experiencia y a la inteligencia intuitiva, y a su modo discursiva.
Está de acuerdo con la razón natural y porque excede al sentido común cuando muestra la subordinación necesaria y la coordinación de los diferentes aspectos de la realidad, de la naturaleza de las cosas y sus propiedades. En esto se diferencia de la filosofía escocesa que se redujo al sentido común.
Ilumina los grandes problemas con la luz del principio de la distinción entre potencia y acto. Esta distinción hace inteligible el devenir en función del ser (primer inteligible o primum cognitum)[5].
Considera, que los seres finitos o limitados son el compuesto de potencia y acto o de materia y forma; y, en ciertos casos, de esencia y existencia. Por otro lado, reconoce que, por encima de los seres compuestos, existe el Acto puro o el Ser mismo sin ningún límite. Dicho de otro modo, el Ser espiritual no limitado por la materia ni por una esencia o capacidad restringida.
Conserva y sobreeleva a la philosophia perennis a través de la verdad revelada de la libertad divina, de la libertad del acto creador, la cual es accesible a la razón natural, v. gr., la Trinidad.
Su principio generador es la división del ser en potencia y acto, el cual hace inteligible la multiplicidad y el devenir en función del ser. El principio generador del tomismo tradicional o filosofía aristotélico-tomista puede aplicarse, por ejemplo:
En Cosmología explica las propiedades de la extensión y la fuerza.
En Ciencia naturales reconoce una idea directriz de la evolución, i. e., que hay un principio vital especificador que es el alma vegetal de la planta y el alma sensitiva del animal, por ejemplo.
En cuanto al Hombre, sostiene que es un todo natural verdaderamente uno. No hay en él dos substancias completas accidentalmente yuxtapuestas, sino que la materia está determinada en él por un solo principio especificador que es el principio substancial de vida vegetativa, sensitiva e intelectiva.
El alma humana es principio de los actos de estas tres vidas. La esencia del alma está ordenada a la existencia que la actúa, y cada una de sus facultades (vegetativa, sensitiva e intelectiva) está ordenada a su acto propio, v. gr., la vista a la visión, el oído a la audición, la inteligencia a la intelección, la voluntad a la volición, &c. Luego, la substancia del alma está inmediatamente ordenada a la existencia y a sus facultades según su operación especial[6].
En cuanto al conocimiento intelectual el tomismo tradicional supera al determinismo psicológico de Leibnitz cuando reconoce la necesidad y la universalidad de los primeros principios racionales, no sólo como leyes del espíritu, sino como leyes de la realidad inteligible. Pues, el objeto formal del conocimiento intelectual es el ser inteligible observado en las cosas sensibles. Luego, el alma racional no depende intrínsecamente del organismo y puede subsistir sin él. Existe una distinción profunda entre voluntad y apetito sensitivo. La primera es iluminada por la inteligencia y es superior al bien sensible, puesto que es un bien universal.
A su vez, cuando la filosofía tomista considera la libertad humana o libre albedrío, coincide con el determinismo psicológico de Leibnitz cuando admite que la inteligencia dirige nuestra elección voluntaria, pero supera dicho determinismo cuando afirma que sólo depende de la voluntad libre, puesto que, si la inteligencia mueve de manera objetiva la voluntad en cuanto su objeto (volición); la voluntad aplica la inteligencia a considerar y juzgar los motivos y la deliberación termina solo cuando la voluntad acepta libremente la dirección otorgada. En suma, hay una relación mutua entre inteligencia y voluntad[7], &c.
NOTAS:
[1] Estas tendencias se caracterizan: a) el agnosticismo empírico-positivista y el agnosticismo idealista-kantiano; b) el evolucionismo idealista (Hegel, Gentile, León Brunschwieg…) y el evolucionismo empírico (H. Bergson…); c) la metafísica alemana (M. Scheler, Driesch, N. Hartmann, Heidelberg…). Cabe subrayar, finalmente que, del agnosticismo bajo sus formas, deviene el neopositivismo (Carnap, Wittgenstein, Rougier y el Círculo de Viena o Wiener Kreis…). Este agnosticismo posee también el nominalismo corregido de D. Hume y A. Comte. Así mismo, está la fenomenología de Husserl o filosofía del fenómeno.
[2] Unum non solum per accidens sed per se seu essentialiter o Ex actu et actu non fit unum per se, sed ex propia potentia essentialiter ordinatur, fit aliquid simpliciter et per se unum.
[3] Garrigou-Lagrange afirma, siguiendo este principio, que Suárez no ha sabido comprenderlo y ha reducido a la potencia a un acto imperfecto o virtual y prepara el camino a Leibnitz. Éste, por su parte, identifica a la potencia con la fuerza que es un acto virtual. Leibnitz niega la pasividad de los cuerpos y la noción de naturaleza.
[4] El tomismo tradicional es el resultado del examen profundo de la philosophia perennis (Aristóteles, Plotino, San Agustín, San Alberto Magno…). Este tomismo se opone al kantismo y al neokantismo por su carácter positivo y especulativo-realista. Positivo, porque posee una base inductiva de los hechos y se aproxima de este modo al progreso de las ciencias. Especulativo-realista, porque es una filosofía del ser, o una metafísica u ontología que indaga, tanto las relaciones del ser inteligible con los fenómenos sensibles, cómo las relaciones entre el ser y el devenir.
[5] El principio supremo de la distinción entre potencia y acto se deriva del principio de contradicción o de identidad y del principio de causalidad. Por otro lado, ¿qué se entiende por devenir? Siguiendo a Garrigou-Lagrange, el devenir es «el tránsito de la potencia al acto, del ser todavía indeterminado, […] al ser determinado o actualizado. El devenir, […] no se produciría sin el influjo de un agente determinante en virtud de su propia determinación actual […]; y éste mismo devenir no se produciría tampoco en tal sentido determinado en lugar de tal otro, si no tendiera hacia uno, hacia un bien o perfección actual que trata de realizar o de obtener. El devenir, […] se hace así inteligible en función del ser por la distinción entre potencia y acto y por la de las cuatro causas: la materia es potencia pasiva o capacidad de recibir tal o cual perfección; en cuanto al acto aparece bajo tres aspectos: en la determinación actual del agente actualizador; en la forma que determina el devenir; y en el fin hacia el cual tiende» (p. 15).
[6] El Aquinate sostiene que las dos facultade, inteligencia y voluntad que son capaces de alcanzar la verdad y el bien universales, deben por su objeto especificador, dominar la materia. Estas facultades ponen de manifiesto la espiritualidad del alma racional que sobrevive después de la corrupción del cuerpo. In nuce esta doctrina del compuesto humano (alma-cuerpo) explica la unión o subordinación jamás accidental, sino que semper esencial, en el hombre, de la vida vegetativa, sensitiva e intelectiva, en dependencia recíproca entre lo físico y lo moral.
[7] Causae ad invicem sunt causae, sed in diverso genere, absque circulo vitioso et contradictione.
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