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#¿Historias cortas para no dormir y así no tener pesadillas y o tampoco remordimientos?
¿Historias cortas para no dormir y así no tener pesadillas y o tampoco remordimientos?
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Fue al acudir a mi biblioteca habitual cuando caí en la cuenta de que en España se destruyen anualmente tantos libros como pudieron destruir los nazis, la Inquisición o Shi Huandi juntos. La diferencia con aquellos aniquiladores de textos es que ahora no se acarrean los ejemplares hasta una plaza y se les prende fuego, dando un espectáculo de barbarie sumamente fotográfico, sino que se trituran en algún almacén de las afueras, calladamente, para hacer luego con la pulpa de papel productos nuevos y útiles, como servilletas, cajas de palomitas o posavasos de edición limitada.
El día que tuve esta iluminación, una amable bibliotecaria se acercó a mí para enseñarme unos libros que había apartados en un anaquel con ruedas. Enseguida vi la palabra fatal escrita en un folio adherido al mueble: expurgo.
La bibliotecaria me instó a husmear entre aquellas decenas de libros condenados y a salvar alguno. Consideraba que yo, como escritor, algún derecho de adopción tenía. Aproveché el trajín para preguntarle cómo funcionaba aquello del expurgo. Funcionaba mucho mejor que las hogueras de los nazis.
Así mueren los libros que no se venden
David González. Madrid
Sacrilegio
La imagen de libros ardiendo se cuenta entre aquellas que nuestra sociedad considera sacrílegas. Cualquier ciudadano, sobre todo si no lee, se lleva las manos a la cabeza al conocer que un régimen dictatorial ha iniciado la destrucción de determinados libros que considera contrarios a su ideología o a sus creencias. Sin embargo, de una u otra manera, aquí también estamos todo el día destruyendo libros.
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Según me contó la bibliotecaria, los libros arrojados al expurgo son aquellos que sentencia un simple algoritmo: tres años sin lectores. Si un libro no se mueve de la estantería en tres años, se saca definitivamente de ella para tirarlo. Las bibliotecas no pueden revender libros, ni donarlos ni regalárselos a sus usuarios. Además, necesitan espacio para las novedades.
Los libros arrojados al expurgo son aquellos que sentencia un simple algoritmo: tres años sin lectores, sin moverse de la estantería
Así las cosas, tuve que llevarme un libro a casa; me lo llevé como quien se lleva a un huérfano de la mano.
Era 'Ilustrado', de Miguel Syjuco, publicado por Tusquets en un año remotísimo: 2010. Nadie lo había abierto desde noviembre de 2012.
Sin eternidad
En principio, un escritor, cuando publica un libro, aunque no venda, aunque no sea citado entre los mejores títulos del año por los suplementos, incluso aunque nadie le diga que lo leyó con gusto, siempre puede acogerse a la vanidad de saberse en las bibliotecas. Un lector del futuro quizá se tope con mi libro dentro de 10 años, se consuela, y me lea.
Pero lo cierto es que nadie leerá ya 'Ilustrado' en mi biblioteca, y no es improbable que esta novela en concreto haya sido expurgada de todas las bibliotecas de Madrid, y hasta de España entera. Que Jorge Javier Vázquez escriba novelas y las bibliotecas quieran tener ejemplares de su libro (“porque es lo que la gente nos pide”) resulta de gran ayuda para que autores literarios como Syjuco acaben en la basura.
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