DONDE COMIENZAN LOS ÁRBOLES
por EDUARDO RAGÓN
Yo era pequeño en ese tiempo, unos 8 o 9 años debo haber tenido cuando mi mamita nos llevaba donde el tata Manuel. Él era ya muy ancianito cuando yo lo conocí, los años era un hombre relativamente de pocas palabras, moreno, de gestos toscos, pero de mirada muy amable, sobre todo con nosotros, conmigo y mis primos chicos. Siempre andaba ocupado en algo, yo sentía que nunca lo veía descansar, sólo cuando atardecía y se sentaba junto a la cocina a tomar mate, de lo contrario siempre estaba afuera trabajando en algo, arreglando alguna reja del gallinero, atendiendo a los caballos o picando trocitos de leña con una hachita pequeña de la que jamás se separaba. El filo lo usaba para picar leña y cortar cuerdas y la culata del reverso para golpear y martillar, me acuerdo.
A mí me gustaba visitarlo a él y a mi lela Violeta, pero la verdad es que cuando no venían mis primos con la tía Mari no había muchas cosas que hacer para un niño pequeño allá en Calfuco, si hasta en verano la lluvia a veces nos tenía en casa por días. La mejor parte era jugar con las gallinas y explorar el campo y el bosque que parecían abrazarlo todo hasta donde mi joven vista llegaba. Recuerdo que me gustaba encaramarme al techo del potrero o trepar árboles hasta lo más alto que me permitieran mis cortas extremidades; allí me sentaba y me fascinaba un rato ante un horizonte más amplio sobre el cual pensar. Mi insaciable curiosidad me hacía preguntarme si alguna vez se acababan los árboles o si había algo después de todo el verde, ¿quizás en mayo cuando llega el otoño a pintar de ausencia todas las copas? ¿cómo saberlo? Yo me preguntaba si el problema era que yo fuese muy pequeño o si era el bosque el que era demasiado grande, lo único que sabía era que necesitaba algo más grande que el potrero o el quillay del arroyo para averiguarlo.
La respuesta llegó al verano siguiente, cuando mi madre y mi tía nos llevaron de paseo a Oncol. Nunca había visto un cerro tan grande, era una montaña esmeralda que parecía levantarse hasta el cielo rodeada de pequeños ríos y cascadas, bañada de pies a cabeza por el canto de miles de aves, vestida de vendavales y perfumada de suaves neblinas que a veces el sol reclamaba por turnos. Nos tomó cerca de una hora y media llegar a la cima. Éste era el potrero que necesitaba trepar para despejar mis dudas, y la respuesta era certera: el verdoso amor del bosque se derramaba como una caricia sobre la tierra en toda su extensión, de mar a cordillera, y Oncol era el pulmón central de este espectáculo de canelos, ulmos y olivillos que hacían vibrar la tierra. Lo único que interrumpía aquel manto infinito era el mar, los volcanes y la cordillera que separaba nuestra tierra de Argentina, todo claramente apreciable desde la cima. La gente encargada de cuidar el parque nos contaba que éste era el cerro más grande de la región y el bosque perenne más grande del sur. Verde todos los días del año, una cúpula imperecedera de flores y musgo y vida y sonidos eternos.
En la sobremesa de la cena esa noche le conté todo a mi abuelo, le hablé de aquel bosque inmortal desde donde puede verse todo lo que vive en estas tierras, de las flores, del viento, las cascadas, y de cómo mis dudas sobre el final de los árboles se habían disipado. Entusiasmado él me pregunto si sabía cómo había nacido semejante bosque vivo. Me dejó perplejo, estaba tan preocupado por saber dónde terminaban los árboles que jamás me pregunté dónde comenzaban, si es que comenzaban en algún lado. Me quedé pasmado mirando sus bigotes canosos.
- Bueno, ¿quiere saber o no, mijo? -me preguntó rompiendo el silencio.
- ¿En serio sabes, tata? -respondí con cierto grado de incredulidad.
- ¡Bah! No voy a saber yo, ñatito. Es una historia que saben todos los viejos, mi abuelo me la contaba a mí y a mis hermanos.
Entonces hizo el ruido que hacen los viejos cuando se levantan de una silla y partió a buscar su mate, o el vino, no recuerdo bien. En la cocina sólo sonaba el crepitar de los troncos en la estufa y el sonido que hacían los zapatos de mi tata al arrastrarse por las tablas.
- Ya, ahora sí pues, mijo -dijo incorporándose de nuevo a la mesa mientras se servía una taza de algo-, ¿en qué estábamos entonces? -mi madre y mi tía se rieron burlonamente- Qué se ríen ustedes, par de carambas nomás, cuando lleguen a mi edad se les van a olvidar las cosas también.
- ¡La historia del bosque po’, tata
- ¡Ah, sí! El bosque siempre verde. Hace mucho tiempo, mijo, pero hace tiempazo oiga, había un lonko acá de la zona, muy respetado, valiente y fuerte el hombre. Él estaba a cargo de coordinar las familias más grandes del Butahuillimapu, que es toda esta zona. La gente lo quería mucho a él, harta estima le tenían, y muchas veces venían varones de todos lados que pretendían a alguna de sus tres hijas. Tres hijas tenía el lonko, todas lindas y valientes, decía la gente, trabajadoras también. Con el tiempo dos de ellas ya se habían casado, una con el hijo de un guerrero importante de la zona y otra estaba prometida al hijo de un lonko del sector. La única niña soltera, la menor y la más bonita, dicen, era pretendida por una gente importante del Butahuapi, que ahora le llaman la isla grande de Chiloé.
Un día llegó un carro con dos mozos lleno con carne seca, ovejas, tejidos y collares, tirado por una yunta de bueyes, grandotes los bichos, oiga. La carreta la escoltaba detrás un hombre alto de cabellos negros y largos, en un caballo negro y con un poncho plomo, igual que los ojos del dueño, a todos les daba mala espina, se notaba de lejos que era un calcu… un brujo, decían los más viejos. Venían de parte de un lonko de la isla que mandó esas ofrendas junto a sus hombres para pedir la mano de la joven. Por esos días había una tormenta que llevaba semanas azotando la tierra sin parar. El tralkam y el llüfke caían sin cesar sobre la tierra, como si el wenumapu estuviera castigando por algo. A comienzos de ese año hubo un puniküyen, la luna se había oscurecido por completo esa vez, y los viejos y la gente hizo rogativas e hizo kümpen para pedir clemencia, pero los viejos saben que no siempre alcanza, y la presencia de ese brujo en medio de la tormenta tenía a todos los viejos nerviosos.
Cuando la carreta finalmente llegó a la casa del lonko de acá, salieron a recibirlos en la lluvia y la primera pregunta del hombre fue preguntar por el dueño de la carreta, ya que consideraba una falta de respeto que un hombre con pinta de brujo y dos pelagatos llegaran a pedir la mano de su hija. Los hombres le contaron de inmediato que ese no era el caso, ellos sólo eran los encargados de traer los regalos para agradarles a él y su hija, y que el lonko de la isla llegaría en un par de días apenas menguara un poco el temporal. Sus palabras eran que en un peuma se le reveló que alguien le robaría el corazón de la joven así que envió a sus hombres cuanto antes y que luego llegaría él con más regalos a hablar con el padre en persona y aclarar todo formalmente. El problema fue que apenas apareció la joven mujer el brujo quedó enamorado a primera vista. Quizás cuánto había visto aquel hombre en su vida, pero definitivamente nada tan bello como la hija del lonko. Algunos dicen que fue amor a primera vista para ambos, otros dicen que el calcu la embrujó en los días que estuvo esperando al jefe.
Lo único cierto es que, cuando paró la lluvia al pasar una semana, un día antes de que llegara el lonko de la isla, el brujo y la joven se escaparon sin decirle a naiden. No había rastro de la joven, ni del hombre ni de su caballo. Pa’ qué le cuento la escoba que quedó pues, mijo, cuando llegó el lonco del butahuapi, él y el padre de la joven salieron detrás del brujo y prometieron tierras y animales a cualquiera que llegara de vuelta con la joven y la cabeza del forastero.
Pasaron así 2 días, cuando en las afueras de Lliuco uno de los grupos de hombres que andaban a la siga de la pareja pilló una fogata apagada y huellas de un caballo en dirección al bosque, hacia Oncol. Ligeritos de patas partieron a toda prisa hasta que los lograron ver en una quebrada. Los hombres del lonko cayeron en picada contra el caballo del brujo, lanzaron piedras, lanzas y flechas, uno de ellos incluso aseguró haber herido de muerte al brujo, cuando en eso cruzando un riachuelo cayó una niebla densa; densa, densa. Uno de los caballos del grupo tropezó con unas piedras y cayó rodando, haciendo tropezar al resto. Finalmente, los hombres decidieron parar porque era imposible avanzar en velocidad con esa niebla en un terreno que no conocían “obra de ese brujo de mierda debe ser”, dijeron a coro los hombres.
El brujo y la joven siguieron cabalgando hasta llegar a un claro en medio del bosque, ahí el hombre se dio cuenta de que era la joven que venía herida, una flecha o una lanza la hirió a un costado de la espalda y no la dejaba respirar bien. El brujo pasó la tarde haciendo ungüentos, mezclando cenizas, preparando jarabes, haciendo súplicas a los pillanes y a los ngen. La joven por su lado cada vez se veía más pálida y débil, parecía que su destino estaba decidido ya, pero el brujo no sabía rendirse. Cuando la medicina que conocía no funcionaba recurrió a todos los hechizos que conocía, pactó tratos con todos los espíritus que conocía; del nagmapu, nuestra tierra, y del miñchemapu, la tierra de abajo. Dicen que los pillanes de hace tiempo que querían el am del brujo, su alma, así que aceptaron varios tratos, dicen que el brujo cambió sus ojos por un par más de horas para seguir luchando, y que así mismito siguió luchando, cambiando todo cuanto tenía y lo que no tenía también lo empeñó. Con cada trato, con cada súplica, con cada hechizo su ruego se hacía más fuerte, pero la joven no mejoraba, ya ni siquiera palabras podía pronunciar. Cuando ya caía la noche la joven dio su último suspiro y partió, pero el brujo no podía resignarse. En la oscuridad seguía rezando palabras que no se deben pronunciar jamás y con cada maldición y con cada golpe de sus brazos cansados la tierra parecía temblar. Llegó la medianoche y püyen en lo más alto dejaba caer su luz sobre el brujo que a estas alturas parecía casi tan muerto como su amada. El hombre no podía ver nada, pero sentía la piedad y el abrazo de la madre del wenumapu sobre él, así que con sus últimas fuerzas cambió lo que le quedaba de vida a su cuerpo para traer de vuelta a la joven, y con ese último aliento se lo llevaron de este mundo, pero cuando el de arriba manda, mijo, no hay nada que uno pueda hacer para echar el tiempo atrás.
- Y ¿qué pasó entonces, tata? ¿murieron los dos? -pregunté yo, quebrando el silencio que todos teníamos junto al fuego, al lado del abuelo.
- Pues sí, pero el sacrificio y las súplicas del hombre por traer de vuelta a la joven fueron tantas que a la tierra no le quedó más remedio que florecer como nunca lo hizo. Flores y enredaderas brotaron junto a la joven para abrazarla, de las lágrimas del brujo brotaron cascadas y sobre su cadáver crecieron árboles gigantes, y no pararon más de crecer. Brotaron plantas y flores nuevas, árboles que el rimü, el otoño, no puede tocar y se creó un bosque gigante que permanece verde todos los días del año, todos los años de la vida. Y dicen, dicen que en el corazón del bosque, donde una vez hubo un claro, sobre una cama de flores hay una hermosa joven, cuyo cadáver el tiempo no se puede llevar, aunque yo jamás la he visto, ¿no la viste tú cuando estuviste allá?
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Capítulo 3 / Del revés
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Afrodita & Poseidon: ¿Amigas?
Helena le pasó a Paris la caja rosa de donuts mientras ella mordía uno. Aunque estaban cerca de Long Island, Helena no aguantaría un “Tengo hambre”, “¿Falta mucho?” o “Creo que se me va a despegar la espalda del cuerpo”. Así que paró en una cafetería, compró un único café y unos donuts con el escaso dinero que tenía en los bolsillos y procedió a ocupar la boca de Paris antes de que pudiera quejarse de algo más.
Pasaron un rato más en silencio, simplemente masticando esas bombas de grasa. Helena sentía como Paris no paraba de mirarla de reojo, a veces ella también la miraba. No podía evitarlo. Paris tenía un perfil maravilloso, unos ojos que brillaban con o sin luz y una media sonrisa que aparecía incluso si estaba herida. Parece ser verdad eso de que la cárcel une a la gente.
-¿Cómo lo supiste? –Helena se giró rápidamente para mirar a Paris, sin entender completamente bien su pregunta-. ¿Cómo supiste que eras hija de Poseidón?
-Es una historia un poco larga.
Paris apoyó el codo en la puerta de la parte delantera del coche. Le había comprado analgésicos y parecían estar haciéndole efecto al fin.
-Tengo tiempo, Helena.
-Todo empezó cuando fui a la playa –Comenzó a hablar-. Me metí en el agua como si nada, no tenía miedo a ahogarme ni a los posibles peligros del interior. A pesar de ser tan pequeña, el mar no me parecía aterrador. Dioses, me encantaba, me encanta –Paris la miró con una pequeña sonrisa, parecía divertida por la emoción que saltaba en la voz de Helena por simplemente hablar del mar-. Una corriente me arrastró al fondo y me hundió. Yo en ese momento no era muy consciente de lo que pasaba, simplemente sabía que no me ahogaba. De alguna manera, podía respirar. Desde ahí no recuerdo mucho, simplemente pequeños flashbacks, gente sacándome de la playa, gritando… -Los ojos de Helena fueron cubiertos por una pequeña capa cristalina, lágrimas formándose y listas para rodar por sus mejillas-. Me dijeron que mi madre había muerto intentando salvarme, que me habría ahogado de no ser por ella, pero yo no entendía nada.
Paris se llevó una mano a la boca, sorprendida por la declaración de Helena.
-Mierda, Helena –Exclamó la chica de cabello oscuro-. Eso es horrible.
-Oh, querida. Ojalá fuese lo único malo de mi historia –Formó una sonrisa triste-. Cuando tenía diez años, tuve que huir del orfanato donde estuve desde que murió mi madre y corrí al mar –Rió tristemente-. El mar me arrebató a lo que más quería y seguía volviendo a él. Supongo que soy algo lela.
-¡No! –Repuso Paris-. Bueno, un poquito. Pero solo un poquito. Mira, es inevitable. Lo llevas en la sangre.
Helena se encogió de hombros.
-Supongo que sí –Suspiró-. Me lancé al mar y estuve viviendo a la deriva unos meses. Los animales marinos eran súper majos conmigo. Al final, un día la corriente me llevó a un campamento submarino de mi padre. Allí me entrené, descubrí quién soy. Pero no quería seguir viviendo alejada de todo –Miró a su alrededor, como el sol ya había salido por completo-. Así que me hablaron del campamento y allá que voy.
Paris asintió, tragándose su segundo donut.
-Te entiendo. Más de lo que crees.
Helena arqueó una ceja.
-Verás, luego de la partida de mi madre, mi padre se volvió alcoholico, uno muy violento; entró en depresión. Antes podía cuidar de mí, luego… –Su rostro se contrajo por los recuerdos-. Se empezó a poner violento. Muy violento. El día de mi cumpleaños fue la primera vez que me pegó y acabé hospitalizada todo mi maldito cumpleaños. Mi tío pidió mi custodia, así que me fuí a vivir con él y mi primo, Aiden. Por fin sentía que tenia una familia, mi tío, Erik, me trataba como a una hija y Aiden como una hermana. Éramos muy unidos y casi nunca teníamos un conflicto, siempre estuvimos bien.
Helena hizo algo inesperado para ambas. Se frotó el azúcar en el pantalón vaquero largo, roto y cubierto de sangre, para poner su mano con delicadeza sobre la de Paris y darle un leve apretón. Paris parecía tener dificultades ocultando el rojo de sus mejillas.
-Me alegro de que entonces todo fuese bien.
Paris negó, lo que hizo que Helena apartase su simple toque para entrelazar sus dedos.
-No todo. Hasta hace unas semanas, volvíamos del cine cuando vimos la puerta la puerta abierta; todo estaba destrozado. Mi tío nos dijo que salieramos de la casa, porque podría ser peligroso y nos hizo prometer que no entraríamos; Aiden y yo salimos y esperamos varios minutos hasta que escuchamos gritos. Llamamos a mi tío y no recibimos respuesta alguna; al final, mi primo decidió que debía investigar. No quería dejarlo ir. Cuando se marchó, conté los segundos hasta que olvidé mi promesa y entré. Ahí estaban mi tío y mi primo no se encontraban ya a mi lado y mi padre… En su mano sostenía un arma. De pronto, todo se paralizó, no entendía lo que estaba pasando. Vi una luz y de esta, salía la figura de una mujer, no podía creer lo que estaba pasando. Al verla por completo pude entender de quién se trataba; todos estos años de obsesión que tuve por la mitología griega me había servido de algo, porque gracias a esto pude saber de quién se trataba… La bella diosa del amor se encontraba frente a mí, mostrando parte de su poder. Mi padre…no se que fué de él realmente, creo haber leído sobre la muerte de mi familia, pero sobre él…se mencionaba que no fuimos encontrados, ni él ni yo… En fin, mi madre decidió que enviarme una carta, contándome que era semidiosa y que debía ir al campamento cuanto antes.
Se quedaron un rato más, sosteniendo sus manos, escuchando como ambas perdieron sus familias y ahora su única esperanza estaba puesta en llegar a un estúpido campamento.
-Hey –Habló Helena, rompiendo el débil silencio-, soy mala en esto emocional pero, aunque sea una mierda todo lo que nos ha pasado, no quiero que pienses que estás sola –Chocó su hombro contra el de ella, sonriendo débilmente-. Ahora estamos las dos contra el mundo. Ya hemos salido de la cárcel y ahora vamos a llegar a ese maldito campamento. Así que… ¿Amigas?
Paris rió, descolocando a Helena. ¿De qué se reía, pensaba? Le había hecho una oferta genuína. Había robado un coche por ella, gastado todo el dinero sin dudarlo un segundo y ahora iba a llevarla al campamento como si fuera su chófer personal sin problemas. Antes, en la celda, únicamente le había dicho que era hija de Poseidón, pero ahora acababa de contarle su historia. Así que, ¿por qué no?
-Literalmente me estás agarrando de la mano, por favor, Zabat. Hay lugares más bonitos para pedirme salir.
-¡Te conozco de hace un día! –Exclamó, poniendo los ojos en blanco.
-Sí, el mejor día de tu vida, supongo.
Helena le soltó la mano y la empujó.
-Eres una idiota, mejor no seamos amigas. –Helena arrancó de nuevo, yendo en dirección a la parte sur de Manhattan para llegar a Long Island.
-¡Tarde! ¡Ya somos amigas! No te queda más remedio.
Ella bufó, haciendo que Paris sonriese.
-Si al final lo vas a disfrutar –Dijo, un rato después de haber arrancado el coche y comenzase a avanzar hacia Long Island-. Soy muy graciosa, puedo robarte cosas, soy increíblemente sexy y beso genial.
Helena soltó una risita sofocada.
-Pareces un anuncio intentando venderme algo –Negó levemente-. ¿No tienes ticket de cambio? Quiero otra amiga por favor.
Paris hizo gestos que harían pensar que estaba ofendida, aunque en los extremos de su boca se podía ver que intentaba no reírse.
-¡Imposible! –Repuso la chica-. Somos Paris y Helena. Nuestro amor va a crear una guerra tan grande como la de Troya.
Helena puso los ojos en blanco.
-Lo que tú digas, Paris.
Apagó ahí la conversación, queriendo continuar en silencio el rato que les quedaba de trayecto. Si no pillaban mucho tráfico, solamente serían treinta minutos. Sin embargo, claramente no pudo continuar en silencio. Paris tenía que tener la última palabra.
-Hay mucha tensión en el aire –Comentó, confundiendo a Helena de nuevo. No había nada de tensión. De hecho, ella estaba bastante cómoda con la compañía de la chica de piel oscura. Cuando pararon en un semáforo, volvió a hablar-. Deberíamos besarnos para romperla.
-¡Por las infidelidades de Zeus, Paris, ¿es que no vas a parar de seducirme?!
Una sonrisa extraña se extendió por su rostro.
-Primero, soy hija de Afrodita. Me encanta seducir a la gente –Ahora se inclinó hacia su asiento, poniéndola nerviosa-. Segundo, ¿está funcionando?
-Un poco. Ahora cállate.
Paris soltó un grito de emoción al ver que su táctica de ser increíblemente molesta estaba funcionando. Helena rió ante eso, sin poder evitar pensar en que si hubiese insistido un poco más tal vez sí la hubiese besado.
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Deméter & Apolo: Bendita Ambrosía
Pobre sátiro, pensó Joy. Él solo trataba de hacer su trabajo. Lo único que tenía que hacer era recoger a tres chicas y llevarlas al campamento. Al final, habían llegado a trozos.
Uno de sus hermanos parecía muy enfadado.
-¿Pero cómo habéis dejado que se le infecte? –Se quejaba mientras cosía la herida de Cassie. La habían limpiado a fondo y la chica había perdido mucha sangre.
-No es exactamente que en un descampado tuviésemos mucho material quirúrgico, Thomas. –Respondió sarcásticamente. A pesar de ello, estaba preocupada por Cassie. La pobre muchacha debía estar fatal.
Por otro lado, Aileen tenía un brazo entablillado mientras dos chicos revisaban una radiografía.
-¿Qué sucede? –Preguntó Aileen con hostilidad. Joy, sentada a su lado, le dio una mala mirada. Ella solamente tuvo un esguince en la muñeca y algunos moratones por el airback.
La enfermería era pequeña, muy pequeña. Había unas cuantas camillas vacías y otras tantas ocupadas. Había un chico con una pierna amputada, otro con media cara vendada… Vaya, ninguno allí estaba para hacer un triatlón.
Cassie estaba recostada en una camilla con un gotero el hombro inmovilizado.
-Tienes el brazo hecho polvo casi literal –Explicó uno-. El hueso está roto en varias partes, pero parece que se está sanando rápido –Se giró para verla-. ¿Tomaste ambrosía?
-Le llevé un poco. Beh. –Martín estaba al otro lado, una chica le estaba vendando el cuerno con cuidado mientras él se comía una lata de atún vacía.
-Se nota –Habló Thomas-. Habría que escayolárselo, aun así. No creo que haga falta operación.
-¿Y las costillas? –Se metió Joy en la conversación, dispuesta a defender a sus amigas-. Las tenía machacadas también.
-Sí –Le respondió otro chico-. Es lo que hemos comprobado. Tenía ocho rotas pero cuatro ya le están soldando. Le vamos a poner algo de crema y necesita mucho reposo.
En ese momento, una chica entró a la enfermería, revisando primero al sátiro y luego a las nuevas. Era una chica menuda, de cabello oscuro y que extrañamente olía a uvas. Se posicionó frente a ellas mientras dos chicos comenzaban a escayolar el brazo de Aileen.
-Hola –Las saludó amablemente-. Me llamo Gabriella. Soy hija de Dionisio y me estoy encargando un poco de los nuevos hoy. ¿Sois Joy y Aileen, verdad?
-Sí. –Joy contestó de manera hostil. No se fiaba demasiado de las nuevas personas.
-Genial. Después de la enfermería vamos a ir a la fogata, tenemos algo importante que discutir. Es bastante importante.
Aileen alzó una ceja.
-¿A qué te refieres con “importante”?
Gabriella suspiró, agarrando un banco para sentarse frente a ellas.
-Nunca suelen llegar diez semidioses en un día. Mucho menos tres siendo hijas de los tres grandes. Y aun más raro es que cuando todos lleguéis el oráculo suelte una profecía –Su mirada viajó entre ambas chicas-. No sabemos qué va a pasar pero va a ser gordo y malo. Necesitamos interpretar la profecía. Con eso me refiero a importante.
Joy temió. Si no pudo salvar a sus amigas, ¿cómo iba a salvar el mundo?
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Ares, Hefesto & Atenea: ¿Brutos?
Fuimos corriendo hasta el lugar en el que el coche se había estrellado. Vieron como tres personas y un sátiro intentaban salir de él. Corrieron lo que quedaba de cuesta arriba y fueron a ayudarles. Una chica rubia habló.
- ¿Semidioses?
-Semidioses- Edith repitió.
Koa se acercó a una chica con varios moretones y cortes en la cara. Parecía que literalmente le habían dado una paliza. Koa la ayudó a salir y la llevo cargando. Nathan sacó a otra chica que tenía una fea herida en el hombro y la ayudo a incorporarse junto con el sátiro, que no dejaba de ver las flechas que la chica rubia tenía en el carcaj, parecía que literalmente se las iba a comer.
-Bueno, Martín, a que esperas, dirígenos hasta el campamento -Le dijo la chica rubia. De mala gana, el sátiro comenzó a marchar cuesta arriba. La chica rubia tenía el arco listo por si aparecía algún monstruo, yo también saqué mis armas, pero me di cuenta que las únicas que podíamos luchar éramos nosotras dos. Koa llevaba en brazos a una inconsciente y muy golpeada semidiosa, mientras que Nathan se las arreglaba para sostener a la de la herida en el hombro, la chica no paraba de intentar caminar sola. Y el sátiro… bueno, no llevaba ningún arma.
-Koa, Nathan, si aparece un monstruo tenéis que ir corriendo hasta el campamento mestizo y entrar, ella y yo intentaremos retenerlos ¿vale? – les ordenó.
-¿Que? No. Edith, no te vamos a dejar -Exclamó Koa. Nathan solo la miraba fijamente, como intentando leer sus pensamientos.
-Edith tiene razón. Vosotros no sois de mucha ayuda cargando a mis amigas, además, Martín os acompañara –Repuso al desconocida-. Ah, y no me llamo “chica rubia”. Es Joy, Joy Sun-
Antes de que siquiera terminara de presentarse, escucharon un rugido feroz, y muy cercano. Justo en ese momento apareció un minotauro.
-¿Iros!- Gritó Edith. Martín no lo pensó dos veces y se echó a correr. Koa se fue corriendo detrás de él lo más rápido que podía y Nathan, antes de irse, le dijo -Ten cuidado.
Suspiró. Nathan a veces parecía una mama gallina cuando se lo proponía.
Cuando giró, Joy ya estaba tirando flechas, las había lanzado tan rápido que el minotauro se quedó pasmado. Era el momento perfecto.
-Joy, cuídame la espalda. -Le susurró, ella asintió.
Levantó sus dagas y el minotauro cambió de objetivo, pasando de querer atacar a Joy a ella. Corrió hacia ella en línea recta como una bala de cañón. Justo cuando estaba encima de ella, saltó hacia la izquierda, y él se estampó contra un árbol.
Se dirigió de nuevo a ella y alzó sus dagas. Fue corriendo hasta él y le clavó las dagas. El minotauro parecía dolido, pero no se redujo a polvo. Ese no era el plan de Edith, estaba demasiado cerca de su alcance. Como si él lo notase, levantó su puño, listo para golpearle la cabeza, cuando una flecha pasó silbando a su lado y le dio al minotauro en el ojo. Rugió de dolor y su puño terminó dándole en el estómago. Edith salió volando por los aires y terminó estampada contra el coche estrellado.
-Dioses, eso duele. – Jadeó. Con la fuerza del impacto me quedó casi sin aire en los pulmones. Respiraba, o bueno, lo intentaba. Desde lejos Joy la llamaba, pero no podía oírla bien, tenía los oídos taponados. Una sombra enorme se acercó a Edith y, conforme se acercaba, pudo ver sus cuernos listos para clavarlos. Rodó a un lado y, como pudo, salió pitando.
Joy corrió hasta donde estaba Edith y empezaron a correr hasta la entrada del campamento. Cuando estaban llegando, pudieron ver como Koa y Nathan las esperaban en la entrada. El minotauro les pisaba los talones y cuando iban a llegar, Edith se tropezó.
El minotauro se lanzó hacia ella y lo esquivó. Cuando creía que estaba a salvo, él agarró su pierna y la lanzó directamente a la entrada. Sintió como golpeaba a alguien y cuando abrió los ojos se dio cuenta que Joy había frenado su impacto contra el suelo.
-¿Edith, estas bien? –Le preguntó Nathan. Koa la ayudó a incorporarse.
-Sí, sí, lo siento -Joy se levantó también e hizo una mueca–. Ehm, perdona, pero no pude escoger a qué dirección ser lanzada.
-Está bien, por esta ocasión te lo perdono. – Joy le dio una palmadita en el hombro. Fue su momento de hacer una mueca, pues Edith tenía su hombro notablemente dolorido.
Se acercaron unos campistas. Parecían tranquilos, como si el hecho de que atacaran y lanzaran por los aires a gente pasara todo el tiempo.
-¡Hola! Me llamo Mateo y esta de aquí es Lucia os damos la bienvenida al Mampamento mestizo.. ¿Os sabéis toda la historia para evitar explicaros? -Todos asentimos. Nathan había sido tan amable de explicarnos en casa de su abuela toda la historia del campamento y cuando digo toda es toda.
-Bien, ¿sois determinados o por determinar? - Siguió diciendo Mateo. El primero en hablar fue Nathan.
-Nathan, hijo de Atenea.
-Joy, hija de Apolo.
-Edith, hija de Ares -Respondó con calma.
Como había sido un día agotador simplemente los llevaron hasta sus cabañas. Menos a las chicas heridas, a Joy y a Edith. Lo suyo no era tan grave así que simplemente comió ambrosía y me fue a la cabaña de Ares.
¿Cómo podría describir a sus hermanos y hermanas? Bueno, todos eran bastante... ¿Brutos? Por definirlos de alguna forma. Pero casi todos ellos tenían un corazón, negro, pero un corazón. Le dieron la bienvenida a base de puñetazos en los brazos, dándole ganas de volver a la enfermería, pero en su lugar simplemente se tumbó en la litera que le dieron.
Ni una hora desde que se quedó dormida cuando le despertaron los gritos. Se levantó agitada y saló de mi cabaña a toda velocidad. Era de noche y no había ni un alma en las cabañas, pero seguía escuchando los gritos, así que los siguió
Más de cincuenta semidioses estaban reunidos alrededor de una fogata, todos discutiendo y gritándose entre sí. Se acercó a uno de sus hermanos y le preguntó que pasaba.
- Gabriella acaba de decir que hay una profecía. -Le susurró y luego siguió gritando.
Después de los momentos iniciales de caos, los que estaban a cargo del campamento lograron tomar el control y callar a todos.
-Chicos, chicos – Dijo una chica. Tenía el cabello y los ojos oscuros. Era de tez clara y cara de pocos amigos en ese instante-. Nunca llegaremos a nada si hablamos todos al mismo tiempo. Necesitamos hacerlo con más orden. Primero, Mateo, ¿podrías recitar la profecía otra vez?
Mateo se adelantó y dijo:
Nacida del lugar más profundo
Habrá de derrotar a los monstruos más oscuros
Las adversidades fueron muchas
Para aquella que corre sola
La llave se encuentra escondida en los enemigos
El mundo podría caer en las manos
De aquellos que causan el terror.
Un monstruo ayudará
Y con el mayor de todos deberán acabar
-Ahora, ni Quirón y ni padre están, así que tenemos que resolverlo por nosotros mismos – Dijo Gabriella.– ¿Alguien tiene alguna idea de a que se refiere?
Todo el mundo se quedó en silencio. Un chica, de las que estaban entre los líderes, levantó la mano temblorosa, mirando de reojo a la de Dionisio.
Bueno, es obvio que la primera parte se refiere a una hija de Hades. – Algunos campistas empezaron a reír nerviosamente.
-¡No hay ninguna hija de Hades! -Uno de sus hermanos gritó.
La chica que había hablado miró nerviosamente a unas chicas con aspecto de matonas. A Edith le sorprendió de no haberlas visto antes, estaban en un rincón oscuro y no habían dicho ni pio. Y, por la reacción de todos, no había sido la única en no notarlas.
-En realidad, somos dos. – Dijo una de ellas. El fuego de la fogata comenzó a hacerse más grande y morado. Era como si dependiendo del estado de ánimo fuera más grande o más pequeño.
– Bueno ¿alguien más que tenga idea de los demás párrafos? –Habló Mateo. Nuevamente todos se quedaron en silencio.
Nathan se levantó.
– Creo que un buen comienzo sería obtener ayuda. La profecía dice que un monstruo ayudará y que la llave se encuentra entre los enemigos. No creo que se refiera a una llave literal, sino más bien a información o algo que nos ayudará a derrotar a lo que sea que nos amenaza. – Nathan comenzó a ponerse rojo, todas las miradas estaban puestas en él. –Eh, bueno, si… como decía, un monstruo ayudará. Ha habido algunas historias entre héroes antiguos cuando reciben ayuda de un “enemigo” como cuando un minotauro albino ayudó al héroe de…
- ¿Qué has dicho? – Le cortó Gabriella. Clavó sus ojos en Nathan con interés. Pobre Nathan, parecía que su cabeza estaba a punto de explotar de lo rojo que estaba.
- El-l qué? ¿Minotauro albino?
Gabriella se giró a la chica que había hablado de las de Hades. Ambas intercambiaron miradas con una hija de Hades y luego Gabriella suspiró.
-Creo que yo conozco uno. – Les contó a todos su mini aventura en la guardia de la noche. Como el minotauro había seguido a Regina, la hija de Hades, y las había atacado a ella y a Emma, la pequeña que habló.
- Desde que nos atacó sabíamos que era diferente – Dijo Emma- Como más… inteligente. – Gabriella asintió con la cabeza
-Él debe ser el de la profecía. Tenemos que ir a buscarlo. – Los gritos y discusiones comenzaron otra vez entre las cabañas. Mateo se movió al centro, cerca de la fogata. – Chicos, tranquilos. ¡Tranquilos! Creo que es muy peligroso, Gabriella. No saben si realmente será de ayuda. ¿Qué pasa si las ataca? ¿Y si es una trampa?
– Es la única pista que tenemos, debemos seguirla. Y tú, niño prodigio – dijo señalando a Nathan. – Vendrás con nosotras. Serás de ayuda para hablar con él. Tu sabes su historia.
Al final todas las cabañas estaban de acuerdo en que la profecía se refería al minotauro como aliado y a Emma ya que a ella la habían perseguido. Los líderes decidieron que las tres que habían sido atacadas por el minotauro y Nathan fueran a buscarlo.
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Zeus & Dioniso:
Con Gabriella en cabeza se aventuraron en el denso bosque. Era raro irse sin que nadie se lo mandara, nadie en su sano juicio se aventuraria siendo solamente 3. Además, ¿a quien se le ocurría ir a cazar a un monstruo sabiendo que llevan a una hija de los tres grandes, esto solo atraerá a mas y mas monstruos quizás hasta cause más problemas?
Gabriela se dio cuenta de esto, pero ya era tarde, necesitaba a su compañera, era la única a la que conocía desde hace un tiempo. Nathan era un completo desconocido, solo ha venido porque se acordaba de algo, ni siquiera era seguro que lo que proclamaba del minotauro blanco fuese verdad. Gabriella estaba confusa pero decidida, una nueva profecía ha empezado y hay que acabarla cuanto antes.
Emma en cambio se sentía segura de sí misma. ¿Si pudieron atrapar al minotauro una vez, porque no serían capaces de hacerlo dos veces? Con su poder y las vides de Gabriella todo es posible.
Nathan estaba perdido, acababa de llegar a un campamento lleno de desconocidos y ya lo mandan a una misión donde tiene posibilidades de morir. Él solo las siguió y no dijo nada.
Los tres en completo silencio se dirigieron hacia el claro favorito de Gabriella. Esta vez no pasó lo de la última, no tuvieron problemas para llegar, no se perdieron, ni se distrajeron. Caminaron rápidamente y solo tardaron media hora en llegar, se dirigieron a las piedras y se sentaron a esperar. Emma se colocó en la piedra más alta, como si de un cebo humano se tratase.
Esperaron y siguieron esperando. Una hora, otra mas y tambien otra, pero nada pasaba. Hasta que al cabo de unas cuatro horas se empezaron a escuchar ruidos. Pero no era uno, eran múltiples ruidos procedentes de diferentes puntos y todos diferentes, esto alteró a los semidioses.
-¿Acabáis de escuchar eso? -Preguntó Nathan, algo alterado-. Decidme que no estoy loco. ¡Solo estamos buscando a un minotauro! Y por los rugidos mínimo hay 5 o 6. ¿Qué vamos a hacer si vienen todos? No podemos contra todos.
-Pues tendremos que escondernos y esperar a que sólo llegue el blanco, -Respondió Gabriella con tranquilidad, aunque en el fondo estaba muy nerviosa.
Lo que no sabía Gabriella es que ya estaban rodeados, no podían esconderse, seis minotauros estaban en el borde del claro. Primero se asomó el minotauro más joven, seguido de su madre.
-Gabriella, Nathan, creo que tenemos invitados. -Dijo Emma señalando hacia el minotauro joven.
-Mierda, ya es tarde.-Respondio Gabriella-. Cojed vuestras armas, preparaos para lo que sea.
En ese momento aparecieron dos minotauros más, uno por cada flanco.
-¡Hay más! Ya están aquí todos. ¡Vamos a morir! -Gritó Nathan, pero a su vez se preparó para atacar en cualquier momento.
Aparecieron los dos últimos, estos eran los más grandes, posiblemente los más ancianos.
-Joder, joder, joder… Estamos perdidos... -Gabriella no sabía como reaccionar.
-Atentos, se están acercando. Estad preparados -Ordenó Emma, sorprendentemente su voz sonó fuerte y regia, como si Emma fuera la líder desde siempre.
Los minotauros se estaban acercando lentamente, ninguno cargó, era como si lo tuviesen planeado para poder llegar todos a lavez.
Nathan sacó su arma y lo acompañó de un grito, el minotauro más joven se asustó y comenzó su carga. El resto de minotauros, al verlo, también cargaron. El suelo temblaba, Gabriella trató de atrapar a dos con sus vides y lo consiguió, los dos más grandes que luchaban por soltarse pero no eran capaces.
Emma consiguió esquivar a los dos que cargaban contra ella y consiguió que se chocasen contra unas rocas, nubes oscuras empezaron a formar sobre las cabezas de los dos minotauros.
Por último Nathan consiguió rodar y escapar del joven minotauro pero la madre se estaba acercando rápidamente. No estaba entrenado para esto. No se recuperaba de la voltereta que hiciera para esquivar al joven y ya tenía que volver a rodar para esquivar a la madre. No le dio tiempo y la madre lo atravesó con el cuerno y lo clavó contra la pared. Nathan soltó un grito ahogado y sangre por la boca, la vida escapaba de él. A la vez, desde el bosque apareció otro minotauro, más grande que el resto, Nathan lo vio de reojo, era el minotauro blanco. Este saltó sobre el minotauro que atrapaba a Nathan con su cuerno, lo que provocó que Nathan saliera disparado hacia el aire como si de una catapulta se tratase. Se escuchó un trueno junto la cegadora luz del rayo, dos gruñidos se apagaron, dos grandes golpes contra el suelo. Dos minotauros habían caído a manos de Emma y su poderoso rayo.
Gabriella se encontraba encima de uno de los minotauros y sorprendentemente consiguió abatirlo. Le clavó su alabarda en la cabeza y este se deshizo pero el segundo consiguió librarse de sus atadura. Gabriela se preparó para la carga pero esta vez ella no rodó se sentía con fuerzas para parar a un tren, se colocó en una de equilibrio y preparó su arma. El minotauro chocó contra su alabarda y se fue deshaciendo mientras corría hasta dejar a Gabriela rodeada de polvo.
El minotauro albino levantó al joven por el cuello y de un mordisco lo deshizo, la madre se encontraba inconsciente en el suelo por lo aprovechó y acabó con ella. Sin saber porqué ordenó al viento que redujera la caída del semidiós que saliera volando para que no muriera del golpe.
Las cosas se calmaron, el silencio se hizo. El único ruido que existía era la leve brisa y la respiracion de cada uno.
-¿Qué? -Dijo Emma al ver que Nathan caía y se posaba con suavidad en el suelo.
Gabriela antes de que nadie pudiera hacer nada invocó las vides y estas empezaron a rodear al minotauro pero este no se resistio.
-No… hacer daño. -Dijo el minotauro.
La cara de Emma y Gabriela era un cuadro.
-¿Sa-Sabes hablar?-Dijo Gabriela perpleja
-No… Estar aprendiendo… A veces acercar campamento y ver. Vuestro amigo estar mal. -Dirigió la cabeza hacia Nathan.
-Debemos irnos, hay que llevar a Nathan -Habló Emma-. Creo que tienes información que necesitamos. ¿Vas a venir con nosotros o te lo sacamos a la fuerza?
Los ojos del minotauro chispearon.
-Ir yo con vosotros para salvar pero no saber que información quereis. No perder tiempo, subrir a mi espalda.
Emma y Gabriela subieron a Nathan al minotauro, sorprendentemente este no sangraba era como si la herida se estuviese curando más rápido de lo normal. El minotauro usó sus poderes para ir más rápido de lo normal y se dirijo al campamento.
Minotauro
Minutos antes de la batalla
“Los semidioses están de nuevo aquí” Pensó el minotauro ¿Como podían ser tan estúpidos para volver al bosque?
Los rugidos sonaron. El minotauro se preocupó, sabía que si los dejaba así los semidioses morirían, algo hizo que decidiera ayudar y se dirigió hacia el claro de la última vez. Usó los misteriosos poderes que tenía para llegar lo más rápido posible. Al minuto ya estaba allí pero era demasiado tarde uno de los semidioses ya estaba herido pero qué más daba. Podía salvar al resto. El minotauro salio del bosque y decidio jugarse la vida para salvar a 2 semidioses.
Extraño ¿No?
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Artemisa: ¿Una banda de rock?
Aike prácticamente arrastró a Regina de vuelta a su cabaña. Después de escuchar las interpretaciones que sugerían de la profecía y haber decidido que una hija de Hades debería liderar la misión, Aike había tomado una decisión rápida ante la propuesta de Artemisa.
Regina la miraba muy bien sin entender cuando cerró de un portazo la puerta de la cabaña y se posicionó delante de ella.
-¿Qué sucede? –A pesar de únicamente conocerse de un día, Aike había conseguido algo que hacía mucho que había perdido: Una familia. Así que ahora iba a proteger a esa familia.
-Voy a hacerme cazadora de artemisa.
La chica se quedó unos segundos tratando de pensar en lo que le había dicho. Por su rostro, Aike diría que no entendió mucho a lo que se refería.
-¿Sabes quiénes son?
Regina se encogió de hombros.
-¿Una banda de rock?
Aike se dio un golpe en la frente, sin creer lo realmente inútil de la chica.
-¿No sabes mucho de mitología, no?
La chica rió un poco, sentándose en la litera inferior de una zona bajo la atenta mirada de su hermana.
-Soy de Massachusetts, me expulsaron de mi colegio cristiano luego de que un monstruo lo atacó. Así que a menos que aparezcan en la biblia, no tengo ni idea de quién hablas.
Aike tomó asiento a su lado, su paciencia era escasa pero haría un esfuerzo por su hermana. Lo que sea por su familia. Los hijos de Hades estaban destinados a estar solos y ella había tenido la suerte de tener compañía en esa soledad. No podía estropearlo, como siempre estropeaba las relaciones.
-Artemisa es una diosa virgen –Comenzó a explicar-. Ella no tiene descendencia. Pero tiene sirvientas, compañeras de caza. Son inmortales.
Regina frunció el ceño.
-¿Te vas a ir a cazar y me dejas aquí con el marrón? –Exclamó, levantándose de golpe-. Por si no te has dado cuenta la espada pesa el doble que yo. ¡No puedes mandarle a luchar contra a saber qué!
-¡No te voy a mandar a luchar a ninguna parte! –Replicó de vuelta Aike-. ¡Voy a hacerme más poderosa para poder cuidar de ti!
Aike se dirigió hacia ella.
-Voy a protegerte y a enseñarte, te lo juro. Pero se avecina una guerra y necesitamos ganarla.
Sus ojos negros se enfrentaron, vacíos y dolidos. Listos para la lucha pero no para el amor. No estaban solas, pero actuaban como si lo estuvieran. Eran hijos de Hades, siempre sería así.
Sin dejar de mirarse, Aike clavó la rodilla en el suelo y miró hacia arriba.
-Prometo seguir a la diosa Artemisa, doy la espalda a la compañía de los hombres, acepto ser doncella para siempre y me uno a la cacería.
Aike sintió electricidad correr por sus dedos, algo dentro de ella le decía que había hecho lo correcto. Frente a ella, un arco, un carcaj y dos dagas aparecieron. En su cabeza pudo escuchar la voz de Artemisa.
“Bienvenida, hija de Hades. Ahora eres una de las nuestras.”
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Hermes: Se puede salvar el mundo y dormir a la vez
Cassie no sabía dónde estaba. Cuando sus compañeras la subieron a una camilla perdió toda conciencia. Era como si el dolor la hubiese inducido a dormir profundamente.
Aunque dormir podría parecer apetecible en ese momento. Pero no hay que olvidad que Cassie era una semidiosa, así que en ese momento, cuando cerró los ojos y apareció en un bosque, se preguntó qué hizo mal en otra vida para tener esa mala suerte.
En el sueño, su hombro no estaba herido. Se encontraba en plena forma física, perfecta para ir hacia donde quisiera.
Debía ser invisible en el sueño, pues veía a animales correteando por el bosque sin prestarle atención. Había algunos ciervos, había visto un oso paseando, robando frutos del bosque en arbustos de la zona. El césped no era demasiado alto y la humedad era presente. Se notaba que el otoño estaba aterrizando, pues las hojas iban tornándose amarillas en algunas zonas.
Empezó a oler a quemado. Miró a su alrededor, sin encontrar ningún signo de fuego. Las copas de los árboles parecían techar los alrededores, haciendo una difícil tarea inmiscuirse entre ellas para los rayos de sol. La luz era clara, no sería pleno día sino media tarde. Los pájaros cantaban, haciendo el lugar casi idílico.
Finalmente, divisó una columna de humo algo lejos de ella. Antes de irse a investigar, fue a buscar un arma. Agarró un palo largo y rezó para que funcionase, si no lo hiciese, correría rápido.
Caminó con precaución, lista para golpear a un enemigo. Sin embargo, únicamente se encontró con una chica algo más pequeña que ella, era prácticamente inofensiva. Cassie caminó hacia ella, principalmente para ver si se encontraba bien. La niña la miró, sonriendo.
-Casiopea, al fin llegas –La voz era aguda pero madura. Claramente no era una niña pequeña, como ella había imaginado-. Te estuve esperando.
-¿La conozco? –Fue directa. No tenía ganas de dar rodeos a la situación. ¿Cómo una señora mayor se había metido dentro del cuerpo de una niña pequeña? Tal vez era otro monstruo.
-No, querida –Le sonrió amablemente, instándola a sentarse junto a ella en el banco frente a la fogata. Se sentó a una distancia prudente. Como se convirtiese en un monstruo la habría cagado-. Soy Hestia, diosa de la familia.
Cassie se quedó unos segundos tratando de ubicarla en la mitología, pensando en cómo era una diosa que siempre estaba en el Olimpo y cuidaba de los demás dioses.
-¿No era usted la tía de mi padre? –Dijo al fin, haciendo sonreír a la diosa-. Leí que él era su favorito. Siempre le contaba todas las noticias.
Hestia asintió.
-Es mi favorito, por esto estoy aquí –Señaló al fuego, donde la imagen de Joy con otras personas aparecía. Parecían estar reunidos-. Vengo a ayudarte en su nombre.
Cassie frunció el ceño.
-¿A mí? Si no puedo hacer nada.
Hestia suspiró.
-Cuando despiertes, hija de Hermes, deberás ser tú la que haga que el destino se cumpla o los semidioses perecerán.
Quién le iba a decir a Cassie que podía dormir y salvar el mundo a la vez.
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