Tumgik
#SUNSHINE1509
sweetandcrime · 2 years
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13.
Presenciar el nacimiento de un ternero no estaba entre las metas de vida de Kazuki, pero ahora ya tenía una experiencia más que contar. Tanto él como Kyuho y Seokjin pudieron estar presentes, mientras su anfitrión se aseguraba que tanto la cría como la madre, se encontraran en buenas condiciones.
Aquel día, Kazuki aprendió mucho acerca de la vida de las familias en aquella región. Vio cómo cocinaban en la leña e incluso participó a la hora de hacer el almuerzo. No fue fácil, se disculpó mil veces por no saber moler el maíz a mano, y por cada torpeza que cometió mientras estaba ahí. La señora Saeli era una mujer muy gentil que le tuvo mucha paciencia, y Amara una joven muy hábil e inteligente. Aunque la notaba sumamente callada y cuando sus miradas se encontraban, a él no le daba tiempo de sonreírle, pues ella se giraba hacia otro lado con prisa. No le prestó demasiada atención, se sentía muy cómodo ayudando.
Las horas pasaban rápido.
Los niños corrían de un lado a otro, gritando, riendo, lazándose la pelota unos a otros y tirándose a la hierba sin preocupaciones. Kazuki estaba sentado debajo de un árbol, en una enorme piedra, comiéndose un trozo de pan recién horneado, cuando vio salir a Amara, regañando a los críos que no dejaban de lanzarse pequeñas piedras, escudados detrás de los gruesos troncos de los árboles del patio.
El chico se divirtió viendo aquella escena. Esos niños tenían una vida totalmente diferente a la que él había tenido. No recordaba ni una sola vez en que él y sus hermanos hubieran tenido la oportunidad de correr y jugar tan libremente como ellos.
Justo en aquel momento, un caballo entró galopando con prisa y fue bajando la intensidad, según lo indicaba su jinete. Detrás, llegaron corriendo tres perros. Amara y los niños corrieron a su encuentro y recibieron a una jovencita, que traía consigo una canasta enorme, cuyo contenido no pudo divisar Kazuki desde donde estaba. La niña era una copia exacta de Amara, en una versión más pequeña y de cabello más corto, castaño claro como el trigo.
Los niños corrieron hacia la casa, cargando la canasta entre todos, mientras las chicas hablaban y caminaban con paso más lento. En un momento, la recién llegada volteó hacia donde estaba Kazuki y le sonrió, agitando su mano en el aire; en respuesta, el japonés que había sido tomado por sorpresa, le sonrió también.
—Kazuki —la voz de Seokjin llamó su atención. Iba caminando hacia él.
— ¿Huh? ¿Qué pasa?
—Nos iremos mañana temprano. Sólo tenemos que firmar unos documentos esta noche, pero los señores nos invitaron a cenar y pasar la noche aquí, para evitar el peligro del camino.
—Oh… Sí, claro, está bien.
— ¿Cómo lo estás pasando aquí? —inquirió, tomando asiento junto a él, en la orilla de la roca.
—Me gusta este lugar —confesó, sonriente—, es diferente. Hay muchos niños —rio—, así que supongo que nunca hay silencio y siempre hay algo que hacer.
—La principal razón por la que estas familias suelen tener tantos hijos, es porque alguien debe trabajar las tierras cuando los padres mueran. Algunos se casarán y tendrán su propia familia, por lo cual se irán, pero otros permanecerán aquí y cuidarán de sus viejos cuando no puedan trabajar más y llevar las riendas de sus fincas.
Seokjin se explayó un poco más, contándole a Kazuki acerca del estilo de vida que llevaba la gente de Yeoryang-myeon y sus alrededores, así se enteró de las mayores carencias de los agricultores y los ganaderos. El hombre tenía un amplio conocimiento del trabajo en el campo y las haciendas, igual que lo había notado en Kyuho. Eran un gran equipo, sin duda.
Kazuki no se dio cuenta qué tan embobado se había quedado escuchándolo, hasta que Kim dio una palmada en el aire, cerca de su rostro, para traerlo de vuelta a la realidad. El chico respingó, asustado por la sorpresa, y Seokjin se echó a reír.
— ¡Niño torpe! Ni siquiera me estabas poniendo atención —reprochó, poniéndose de pie. El menor se ruborizó y quiso decir que el verdadero problema era que, al contrario, cuando él le hablaba de cosas que no entendía, no podía prestarle atención a absolutamente nada más.
—N-no es así… ¡yo te estaba escuchando!
—Ajá, ajá. Mejor acompáñame a buscar a Kyuho, ya deben estar preparando la cena y debemos dormir temprano.
— ¡Ayuda! —la vocecita chillona y agitada llamó la atención de los chicos, que en seguida se volvieron hacia la niña. Corría hacia ellos con mucha prisa, descalza—. ¡Amara, Amara!
— ¿Qué es lo que sucede? —Seokjin se acuclilló delante de ella cuando se detuvo. Estaba asustada y balbuceaba entre lloriqueos. Era la más pequeña, cuyo nombre Kazuki no recordaba.
—Bizcocho se cayó por el acantilado y no puede subir. Se lo llevará el río —lloró ella, secándose las lágrimas.
— ¿Bizcocho? ¿Quién es…?
— ¡Amara! —gritó la niña, cuando la joven se asomó por la puerta de la hacienda, y corrió hacia ella. Varios de los niños también salieron.
Kazuki contemplaba la escena, consternado, y sólo despegó la vista de ellos cuando una silueta conocida llamó su atención; Kyuho se estaba acercando, probablemente había estado entretenido en el establo, a juzgar por la dirección desde la que venía.
—Bizcocho… Bizcocho se cayó por el acantilado, Amara, se ahogará en el río —explicó la pequeña.
Así fue como todo ese pequeño ejército de infantes corrió atravesando el inmenso patio y perdiéndose entre el terreno arbolado, con la mayor liderando el camino, montando a caballo; igual que Seokjin y Kyuho, que se habían ofrecido a ayudar en el rescate de la mascota.
Aquella era la primera vez que Kazuki se montaba en un caballo. Había tenido miedo, pero Seokjin no le había permitido perder el tiempo en quejas; en cuanto se halló bien aferrado a su cintura, salió disparado.
Cuando llegaron al lugar de los hechos, dos de los perros ladraban sin cesar, moviéndose inquietos de un lado hacia el otro, asomándose por la orilla de aquel hondo barranco. Abajo, hasta el fondo y entre espesos arbustos, el tercer perro devolvía los ladridos, como si estuviera pidiéndoles que bajaran por él.
Kazuki sintió vértigo cuando se paró en la orilla. No se había imaginado la distancia que había entre ellos y el fondo, desde donde se oía el rumor de un pequeño río; lo que era peor, la cantidad de maleza que crecía en aquella parte del terreno le hizo imaginarse un montón de insectos horribles y venenosos.
— ¡Sáquenlo de ahí, por favor!
— ¡Se lo puede comer un lobo feroz! —chilló uno de los niños más pequeños.
—Niños, tranquilos. Vamos a sacar a Bizcocho de ahí. No se acerquen tanto a la orilla, esto podría desgajarse y caeríamos todos —habló Amara.
—Yo puedo bajar —Kyuho se acercó, después de amarrar a su caballo a uno de los árboles cercanos—. Será mejor —le dijo a Seokjin—, tú eres más grande y pesas más. Cuando yo vaya subiendo, será más fácil que me hales y me ayudes a subir.
—Perfecto.
—P-pero —Kazuki titubeó—, ¿no es muy peligroso? Esto está muy alto. ¿Y si mejor…?
—Kyuho tiene buena condición —quiso tranquilizarlo, mientras el rubio se arremangaba la camisa—, no te preocupes.
—Creo que debimos traer sogas —murmuró Lee.
—Yo iré por ellas. No tardaré mucho si voy montando —dijo una de las niñas, la que había llegado a caballo.
—Malee, ten cuidado por favor —su hermana, la mayor, le dio una palmadita en el hombro y la chica asintió, antes de ir corriendo a tomar un caballo.
Los hombres se pusieron en acción inmediatamente. Ante las miradas expectantes y preocupadas del resto, Seokjin le sujetó fuerte las manos a Kyuho y lo ayudó a ir descendiendo poco a poco. Abajo, el perro todavía ladraba, aunque con menos frecuencia, probablemente estaba herido.
Había demasiadas plantas, troncos secos, arbustos llenos de espinas, e incluso había una parte de la caída que no se alcanzaba a ver gracias a la maleza.
—Vas bien —le animó Seokjin—, voy a soltarte.
—Espera —masculló el rubio—, la tierra está muy suelta, voy a resbalar si me sueltas ahora. Necesito ir un poco más abajo, para pararme sobre esas piedras.
—Ya estoy muy inclinado, si no te suelto, caeremos los dos.
—Podemos hacer una cadena —dijo Kazuki, asomándose por la orilla. Kyuho volvió a la superficie, sacudiéndose las manos—. Yo tomo las manos de Kyuho y tú me sujetas los tobillos —sugirió a Seokjin—, así él podrá ir más abajo con más seguridad.
Así lo hicieron, a pesar de que Kazuki estaba muerto de pánico. En un momento se arrepintió de haberse ofrecido para ayudar, cuando el peso de Kyuho lo jaló hacia abajo. Comenzó a sentir el estómago revuelto y la cabeza le dio vueltas. Oh, no…
—No tengas miedo —habló el rubio entre dientes, apretándole con fuerza las manos—, si lo tienes, terminarás soltándome.
—Pensándolo bien, no es tan mala idea —bromeó el chico, soltando una risita nerviosa, sólo para distraer el pensamiento de que podía irse de cabeza por la barranca.
—Bien, sólo un poco más, la tierra está un poco más firme.
—S-Seokjin —murmuró Kazuki—, m-me estoy… me estoy mareando.
— ¿Kazuki? —lo llamó Kyuho. Lo vio pálido y sintió sus manos temblorosas—. Kazuki, mierda, ¡súbelo, Jin! Kazuki, idiota, ¡suéltame, Seokjin no puede subirnos a los dos!
Los niños se escandalizaron, Amara palideció. Seokjin tiró de Kazuki con fuerza, desde los tobillos, pero el chico no había soltado a Kyuho y el peso fue demasiado para el mayor de los hombres. Fue un accidente desafortunado y ocurrió en apenas fracciones de segundo. Seokjin se llevó las manos a la cabeza mientras se asomaba por el borde, sólo para ver cómo Kyuho y Kazuki rodaban cuesta abajo.
Los perros ladraron, los niños chillaron.
La caída de Kyuho fue mucho más breve, pues se aferró a una gruesa raíz que sobresalía de la tierra. Kazuki, en cambio, cayó mucho más abajo.
—Mierda, maldita sea —gruñó el rubio, que terminó soltándose y arrastrándose por el barro y entre piedras y ramas espinosas.
Durante la caída, había sufrido un par de rasguños y golpes, pero nada grave que le impidiera moverse de prisa; cuando llegó hasta abajo, se encontró con Kazuki, que estaba riéndose como un loco; su cabello estaba lleno de hojas secas y una pequeña rama, sucio por donde se le viera, lleno de tierra. El rubio avanzó a gatas hacia él y lo observó entre sorprendido, confundido y aliviado. El perro se acercó a ellos, olfateándolos con curiosidad.
— ¿Puedo saber de qué diablos te estás riendo?
—Eso fue muy divertido —explicó el chico, teniendo otro acceso de risa descontrolada.
Desde las alturas, la chica y los niños estaban viéndolos con preocupación, asustados. Uno de ellos gritó algo que Kazuki no alcanzó a entender y luego salió corriendo.
— ¡¿Se encuentran bien?! —esa fue la voz de Seokjin. Lee le respondió en seguida que estaba todo en orden y que tirara pronto la soga, para poder subir.
—Kazuki —Kyuho se acercó para zarandearlo suavemente por los hombros. El aludido levantó la cabeza para verle a la cara y luego rio. Alzó una mano y la apoyó contra la mejilla de Lee, ensuciándola de barro—. Hey, niño… ¿estás bien?
— ¡Mejor que nunca! —exclamó entre risas y se abrazó repentinamente al rubio. El campesino se quedó muy quieto, mientras el chico seguía riéndose. Pronto esas risas se extinguieron y él bajo la vista, hacia donde el pantalón del menor se había rasgado. Vio la sangre y percibió el temblor del pequeño cuerpo entre sus brazos que se hacía más evidente. Kazuki se había estado riendo de nervios, del shock por la caída.
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sweetandcrime · 2 years
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12.
Comezón. Cosquillas. Kazuki emitió un quejido, frunció el ceño, pero siguió durmiendo, o por lo menos lo intentó. Ese hormigueo en su cara continuó, hasta tuvo la suficiente fuerza de voluntad para abrir los ojos. Cuando lo hizo, se dio cuenta de que aquella sensación la producían las diminutas patas de un pollito amarillo, que le caminaba en el rostro.
— ¡No, quítate! —Exclamó, levantándose alarmado e incorporándose de un salto. Escuchó al animal piar cuando salió volando y luego, un montón de risas agudas y pasos que se alejaban rápidamente.
Confundido, miró a su alrededor y recordó de golpe dónde se encontraba.
La habitación era bastante amplia y daba lugar a seis camas, contando la suya. Todas bien tendidas, con cobijas de colores y bordados con figuras infantiles. Vio al ave avanzar corriendo hacia la puerta y ahí asomadas, encontró tres cabecitas castañas y tres pares de ojos curiosos, brillantes, que lo observaban con mucha curiosidad.
La noche anterior los habían hecho pasar, a Seokjin, Kyuho y a él, para tomar té caliente. Se había sentado en la sala, a la luz de las velas, y se había quedado profundamente dormido de pronto. Ni siquiera recordaba de qué iba la conversación que sus acompañantes estaban teniendo con sus anfitriones, él simplemente se había dejado vencer por el sueño. ¿Cómo es que había llegado a la habitación, entonces? ¿Y quiénes eran esos niños que ahora se escondían y se asomaban para verlo?
— ¡Niños, dejen al chico descansar! No está bien molestar a los invitados, ¿no lo entienden? —afuera, escuchó una voz femenina, probablemente se trataba de una adolescente.
— ¡Pero Amara, queríamos presentarle a Yoyo! —chilló una vocecita.
Kazuki se estaba poniendo de pie, frotándose los ojos para aclararse la vista. Sintió la madera fría en sus pies descalzos cuando bajó de la cama y se dirigió a la ventana; corrió un poco la cortina, mientras a sus espaldas las voces seguían discutiendo.
Afuera, el sol mañanero iluminaba un extenso patio salpicado de árboles, plantas y flores. Aquello era un escenario sorprendente. Pensó que Lilian sería muy feliz paseando por ahí.
— ¡Ya te dije que no! Toma a Yoyo y baja a desayunar, que se hace tarde. ¡De prisa!
— ¡Pero Amara…!
—Amara nada —regañó la chica—, vamos, vamos. Y si vuelven a poner pollos en la cara de los invitados, habrá problemas.
Refunfuñando, los tres niños bajaron las escaleras. Kazuki los alcanzó a ver cuando salió finalmente de la habitación y frente a él, apareció una chica que, a juzgar por su apariencia, no tendría más de diecisiete años.
Ella carraspeó y bajó la mirada y luego un poco la cabeza, para saludarlo de forma educada.
—Mi nombre es Saeli Amara —se presentó, sin haber levantado la mirada todavía—, me disculpo si mis hermanos lo importunaron interrumpiendo su descanso, joven.
—N-no… —Kazuki negó con la cabeza rápidamente y luego agitó las manos al frente—. Yo no… Ellos… No estaban haciendo nada malo. Uh… —carraspeó y en seguida, repitió el mismo gesto formal que la chica, para después presentarse—. Soy Matsumoto Kazuki. Agradezco su hospitalidad, espero no estar causando demasiadas molestias.
—El desayuno está casi listo, puede bajar, sus… compañeros están por regresar.
¿Regresar? ¿De dónde? Ahora que lo pensaba, ¿a dónde se habían ido esos dos y por qué lo habían dejado ahí, pasando vergüenzas?
—Gracias.
Cuando la joven hizo amago de marcharse, Kazuki la interrumpió.
— ¡Disculpa! —ella se volvió hacia él—. Me gustaría… lavarme la cara, ¿puedo…?
Ella señaló hacia el final del extenso corredor, era una casa realmente grande, con puertas por doquier.
—El baño de visitas está al final del pasillo. Siéntase en su casa.
—Se lo agradezco.
Esperó a que ella bajara las escaleras, para correr al baño y mojarse un poco la cara. Se veía terrible, pensó. Le habría encantado tomar una ducha antes de presentarse en el comedor, pero no tenía idea de si Seokjin o Kyuho habían bajado sus cosas de la camioneta.
Para cuando se decidió a bajar, ellos estaban llegando. Ahora con la luz del día, podía apreciar a detalle la belleza de aquel lugar, donde predominaba la madera oscura, los candelabros y las macetas estratégicamente colocadas en algunos puntos de la planta baja. Las ventanas eran bastante amplias, no había ningún rincón a donde no llegara la luz natural del día.
Cuando se asomó al comedor, descubrió más bien un amplio salón en el que destacaba una extensa mesa de doce asientos. Durante el primer vistazo, contó al menos seis niños, la mayoría no llegaban ni a los diez años.
—Saluden, niños —regañó Amara, Kazuki la encontró con la vista, entrando por una puerta lateral que conectaba con la cocina. Estaba ayudando a otra mujer a cargar la comida, que en seguida sería servida en la vajilla ya dispuesta.
— ¡Buenos días! —exclamaron todos al unísono, seguido de algunas risitas.
—Por favor, toma asiento, Kazuki.
El aludido alzó la mirada y se encontró con la mujer que los había recibido la noche anterior. La señora Kwon, esposa del dueño de la hacienda, con quien Seokjin y Kyuho estaban contemplando un trato de compra-venta de ganado. Él no había averiguado demasiado de esa sociedad que se estaba formando entre ellos, prefería no meterse en asuntos que no entendía. Lo único que tenía más o menos claro, era que Seokjin conseguiría muchos beneficios para su granja si aceptaba una sociedad con aquel hombre.
—Yo tengo que comentar, que las ideas de Kyuho me parecen maravillosas. Eres un muchacho muy inteligente. Espero que alguno de mis chicos sea igual de despierto para los negocios —la señora Kwon comentó. Para entonces el desayuno había terminado y compartían un postre especial. Sólo el matrimonio había permanecido en el comedor, junto con sus invitados, conversando, mientras la chica, Amara, se llevaba a los niños.
Así fue como Kazuki se dio cuenta de que Kyuho era una especie de consejero de Seokjin y que tenía una facilidad para tratar los asuntos importantes de trabajo que impresionaba. La mujer, especialmente, expresó su admiración libremente, arrancando de Lee un par de agradecimientos tímidos.
Él era un hombre inteligente, hábil, Kazuki comenzó a preguntarse si nunca se había planteado la idea de estudiar.
También se enteró que cinco de los niños –todos varones- que estuvieron en el comedor durante el desayuno eran hijos de la pareja; Amara y la única niña presente además de ella, eran hermanas, y hacía falta una más, a quien excusaron por encontrarse ausente.
La conversación entre Kazuki y Seokjin ocurrió mientras paseaban por el extenso patio, bajo los árboles que ya despedían el otoño. Después del desayuno, les habían invitado a conocer el terreno y ellos no se habían negado. Kazuki había tomado una ducha con agua caliente y después se había vestido con ropas de Kyuho, para después unirse a Seokjin en su recorrido.
El chico disfrutaba mucho la compañía de Seokjin, quien siempre se mostraba amable y ocurrente. De pronto sentía mucha curiosidad por él, quería conocer más sobre sus intereses, sus aspiraciones, sus gustos, ¡tenía tantas preguntas por hacerle! Pero justo cuando quiso comenzar su interrogatorio, alguien llegó corriendo hasta ellos y los llamó con la voz llena de emoción. Era uno de los niños.
— ¡Está pariendo la vaca! ¡Está naciendo un ternero!
—Kazuki —le dijo Seokjin, sonriente—, vamos a verlo, ¿quieres? Creo que sería una buena experiencia para ti.
—P-pero… Es que yo…—titubeó, pero para cuando se dio cuenta, Seokjin ya le había tomado de la mano y lo había llevado hasta el establo.
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sweetandcrime · 2 years
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11.
Tal vez Kyuho tenía razón. Tal vez, sólo tal vez, Kazuki se comportaba distinto cuando estaba alrededor de Seokjin; y quizá su aura también vibraba en otra frecuencia, la sonrisa aparecía con mayor facilidad, la risa se oía más alto. Quizá, Kazuki se mostraba tal cual era, sin filtros, cuando Seokjin lo estaba mirando. Sin reservas.
¿Qué significaba eso? Que ya había suficiente confianza como para decir que comenzaban a ser amigos, tal vez. No es como que Kazuki estuviera desarrollando otra clase de sentimientos por él, ¡para nada! Aunque reconocía su innegable atractivo, habría que ser ciego para no ver que era un hombre lleno de virtudes, además de que tenía rasgos físicos destacables, como sus ojos y sus labios carnosos; su espalda ancha, sus brazos fuertes, varoniles...
Kazuki salió de su ensoñación cuando la palma de una mano le azotó detrás de la cabeza, y en consecuencia el muchachito tiró el balde de agua que había estado llenando. Era mediodía, un jueves de mucho trabajo en la granja; el día estaba soleado, pero hacía frío, el invierno estaba a punto de llegar; eran los últimos días de octubre. Lee Kyuho estaba ahí, perturbándolo como siempre.
— ¡¿Por qué hiciste eso, cavernícola?! —el menor resopló. La cubeta había caído en sus pies, mojándole las botas por completo. Se agachó a levantarla, para ponerla debajo del chorro de agua otra vez.
—Pon atención a lo que haces y deja de comer moscas.
— ¡Yo no estoy...!
Lee Kyuho era un imbécil. Con todas y cada una de sus letras, de todas las formas en las que alguien podría ser imbécil, él lo era; insoportable, malhumorado, amargo. A diferencia de lo que sucedía con el hijo de Lilian, Kazuki no había construido ningún lazo con el rubio, pues era una persona callada, solitaria y esquiva. Kyuho parecía tener cero intereses por todo y por todos, prefería estar trabajando o encerrado en su habitación cuando estaba en casa. Solo. Casi siempre fumando o viendo con indiferencia el tiempo pasar. Era raro, también en toda la extensión de la palabra. En los desayunos que compartían de vez en cuando, no hablaba, a menos que Lilian le hiciera preguntas o estuviera tratando asuntos de la granja con Seokjin.
Se podría decir que era intrigante, sí. Pero a Kazuki le daba bastante igual, sobre todo porque parecía aprovechar cualquier oportunidad para molestarlo, hacer comentarios odiosos y comportarse como un pesado. A diferencia de Seokjin, que intentaba instruirlo y le hablaba directamente, como un profesor o un guía, Lee era antipático. No es que le cayera mal, simplemente... el sujeto no daba pie a que Kazuki bajara la guardia. ¡Bah! Como si le importara.
—Eres insoportable —masculló el japonés entre dientes, mientras cerraba la llave y se agachaba a recoger la cubeta llena.
—Gracias.
Y lo más irritante de todo, era esa estúpida sonrisa que le dedicaba después de ponerlo de mal humor. Era como si celebrara tener esa facilidad para enervarlo. ¡Arghh! Idiota. ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ 
—Tenemos que irnos dentro de las próximas tres horas, si queremos llegar hoy mismo, antes de que la oscuridad nos impida avanzar por la montaña.
—Entonces vamos. Dejaré un par de instrucciones, los chicos pueden encargarse bastante bien. Mandaré a avisar a mi madre, no será necesario que pasemos a recoger ropa, aquí tenemos lo necesario.
—Bien —Kyuho asintió—, prepararé la camioneta.
— ¿A dónde van? —Kazuki se asomó por detrás del tronco del árbol, debajo del cual, el par de campesinos había estado descansando. Ya estaba bien entrada la tarde y el chico se había acercado casi de puntitas, a escuchar la conversación de Lee y Seokjin, como un niño curioso.
— ¿Y tú de dónde diablos saliste? —rio Seokjin—. Tenemos que ir a otro pueblo.
— ¿Por trabajo?
—No, de vacaciones —intervino Kyuho, con el rostro inexpresivo y la mirada fija en el chico. Kazuki entrecerró los ojos y lo ignoró.
— ¿Puedo ir con ustedes? ¡¿Cómo me iré a casa si ustedes se van?!
—Tienes razón, estaba olvidando ese detalle—suspiró Seokjin.
—Conoces el camino de regreso —dijo el rubio.
—Es muy tarde como para que me quede esperando el autobús por una hora. ¡Sólo di que quieres que me ataque una serpiente en el camino! —chilló el menor.
—Quiero que te ataque una serpiente en el camino.
—A nadie van a atacar las serpientes —interrumpió el más alto, mientras Kyuho se recargaba contra el tronco del árbol y Kazuki lo miraba con mala cara—. ¿De verdad quieres venir con nosotros? No volveremos pronto, ¿de acuerdo? Estaremos fuera al menos dos días.
— ¿Está muy lejos de aquí?
—Como Bukpyeong-myeon, aproximadamente a tres horas, pero en dirección opuesta. El camino es un poco más difícil, así que es preferible avanzar cuando todavía hay luz del día.
—Iré con ustedes —decidió el chico, asintiendo firmemente.
—Entonces date prisa. Kyuho puede prestarte algo de ropa, no tenemos tiempo de volver donde mi madre, ¿bien?
—Bien —aceptó Kazuki.
—Si no me queda otra opción —murmuró el rubio, encogiendo los hombros.
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Hora y media después, el trío había abandonado la granja, rumbo a Hwaam-myeon, otro de los pueblos al que sólo se podía llegar tras horas de trayecto en auto. Kazuki se había apuntado a ese viaje repentino, porque prefería tener la cabeza ocupada y distraerse conociendo cosas nuevas, que encerrado en casa de Lilian, sólo viendo el tiempo pasar. Sin embargo, ni por asomo se había puesto a pensar que pasaría más de dos horas apretado entre Seokjin y Kyuho, pues el espacio de la cabina, con suerte, era el suficiente para los tres. Por supuesto, Lee había decidido que el lugar de copiloto, junto a la ventana, era suyo. Kazuki, resignado, se aplastó entre ellos dos.
Durante el trayecto, quien más hablo, fue Matsumoto –como era de esperarse-. A veces le hacía preguntas a Seokjin y él se extendía por un rato conversando, pero luego el tema se acababa y volvía el silencio. Kazuki se aburría. Además, Lee parecía un muerto, inmóvil y callado siempre. Por lo menos fue así, hasta que Seokjin inició una conversación repentina que lo hizo voltear a verlo.
—Kazuki —dijo—, ¿frecuentas a Taehyung? Mi madre me contó que has ido un par de veces a hacer llamadas a su tienda.
—Sí, él es muy amable.
—Hace bastante tiempo que no me lo encuentro —continuó el mayor.
— ¿Ustedes son amigos? —curioso, Kazuki le prestaba toda la atención del mundo, mientras él tenía la vista fija en el camino. A esas horas, el sol comenzaba a esconderse y ellos tenían quedarse prisa en llegar.
El camino de terracería tenía demasiados baches, subidas y bajadas que hacían difícil el poder avanzar con prisa.
—Amigos —Kyuho rio entre dientes. Matsumoto se volvió hacia él, pero el rubio seguía mirando hacia afuera.
— ¿Huh?
—Son primos —añadió Lee, Kazuki podía asegurar que él había puesto los ojos en blanco con sumo fastidio, aunque no podía verle la expresión.
La revelación hizo al chico abrir exageradamente los ojos, mientras se volvía hacia el conductor.
— ¡¿Son primos?!
—El apellido de Seokjin es Kim —aclaró Kyuho y el aludido asintió, confirmando esa información.
—Pero… Nunca los he visto juntos, ¿por qué?
—Lo único que tenemos en común es el apellido —explicó el mayor—, nuestra familia nunca fue muy unida, a pesar de haber vivido siempre en la misma región. Después de que tuvieran diferencias, nuestros padres se apartaron e hicieron su vida sin voltear a verse. Taehyung y yo no crecimos juntos, ni tuvimos convivencia de primos, nada de eso. Es un completo desconocido para mí, tanto como lo soy para él.
—Vaya…
La conversación terminó ahí y el chico no hizo más preguntas, pues no quería ser indiscreto. Eso sin contar que a Kyuho parecía no hacerle mucha gracia que mencionaran a Kim y eso le causaba curiosidad, pero no suficiente como para indagar.
Ahora que lo pensaba, Seokjin y Taehyung tenían rasgos similares, aunque jamás habría adivinado que tenían algún parentesco. Tenía que prestar más atención la próxima vez. Eso sí, los dos eran condenadamente atractivos, no cabía duda que compartían los mismos excelentes genes.
El resto del trayecto transcurrió en absoluto silencio, incluso Kazuki se quedó dormido. Cuando despertó, la camioneta estaba parqueada, la noche había caído y estaba temblando de frío, a pesar de que tenía un abrigo puesto encima. Se encontraba solo en la cabina, así que echó un vistazo por la ventana.
Afuera, se alcanzaban a ver pocas luces, provenientes de un par de lo que a él le parecieron ser casas. El lugar era silencioso, perfecto para una locación de película de terror, pensó. Cuando bajó de la camioneta, echó un vistazo alrededor y de la penumbra emergió una figura conocida. Kyuho estaba fumando y llevaba una bolsa de papel en la mano.
— ¿Y Seokjin? ¿Dónde estamos?
—Estamos entrando a Hwaam-myeon, paramos para comprar algo de cenar. Si necesitas ir al baño, ve. De todas maneras, estamos muy cerca del lugar en el que nos vamos a quedar —explicó.
—Huh. Sí quiero… creo que será mejor que use el baño ahora.
Kyuho señaló una de aquellas casas con un movimiento de su cabeza y Kazuki no demoró mucho en acercarse y asomarse por la puerta. Era como la recepción de un hotel, con una sala bastante rústica. Cuando entró, Seokjin iba saliendo, rumbo a la puerta.
Tras hacer uso del baño, ambos salieron y se detuvieron a cenar, parados y apoyados en el cofre de la camioneta. Después de eso, siguieron adelante lo que les quedaba de trayecto. Cuando llegaron a la hacienda que era su destino, el reloj estaría marcando casi las diez de la noche. Kazuki estaba cansado de estar sentado y anhelaba inmensamente una cama.
La camioneta de Seokjin atravesó la amplia entrada y se parqueó junto a otro vehículo. Cuando el trío de chicos bajó, una pareja de mediana edad ya los estaba esperando, ambos bien cubiertos con gruesos abrigos. Detrás de ellos, se alzaba una casa enorme de dos plantas, que abarcaba una buena parte de terreno. Ricos ganaderos, quizá, pensó Kazuki.
— ¿Es idea mía o aquí hace mucho más frío? —Se quejó Kazuki, murmurando, cuando bajaba de la camioneta, abrazándose a sí mismo.
—Estamos muy arriba —confirmó Seokjin—, por eso hace más frío.
— ¿Cómo es que puedes estar tan tranquilo cuando vienes tan descubierto? —Kazuki se refería a Kyuho, que apenas tenía un suéter, pero parecía no inmutarse.
—Estaría mucho mejor si tú te hubieras abrigado adecuadamente —masculló el rubio, alejándose de él para saludar a la pareja que los estaba esperando, para darles la bienvenida.
Matsumoto no entendió, de principio, hasta que cayó en cuenta de que el abrigo que tenía encima, con el que se había estado acurrucando durante el viaje, era de Lee. Ese gesto amable le arrancó una sonrisa genuina. Posteriormente, se echó a correr tras ellos, hasta alcanzarlos.
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sweetandcrime · 2 years
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10.
Diez días transcurrieron desde la llamada de Kazuki a su casa. Diez días de levantarse temprano, para irse a trabajar a la granja con Seokjin y Kyuho.
Lo más difícil era lidiar con los rayos de sol dándole directamente en la cara, el calor de ir de aquí para allá todo el día, cargar, subir y bajar escaleras, usar herramientas pesadas, y un largo etcétera. Nunca se imaginó todo el trabajo que había en esa clase de lugares, de la siembra, la cosecha y la crianza de animales de granja. Cada tarde, Kazuki llegaba con el cuerpo molido, tomaba una ducha y caía rendido hasta el día siguiente.
En un ambiente como ese, ocurrían accidentes, pero siempre eran menores. Fue hasta el onceavo día, que un percance mayor ocurrió; durante la tarde, casi a la hora del ocaso, mientras algunos empleados hacían trabajos de carpintería. Kazuki estaba cerca en ese momento, aunque no fue testigo del instante exacto en que un descuido, un mal movimiento, una posición desafortunada, desató el caos. Uno de los trabajadores, había sido herido en el brazo por una sierra circular.
Matsumoto se asustó por un grito ronco, un par de exclamaciones vinieron después, y cuando se giró para ver, ya la sangre había salpicado por todos lados. Alguien lo llamó y le dio una indicación, él podría decir que estaba consciente de ello, pero no pudo prestar suficiente atención, ya que su vista se había quedado prendada del brazo sangrante y lacerado. Lo siguiente que supo, fue que estaba recostado sobre una banca de madera, a orillas de la enorme casa, viendo al cielo anaranjado; el sol estaba ocultándose lentamente en el horizonte.
Le tomó un minuto, quizá dos, aclarar la vista y despertar adecuadamente sus pensamientos. Olía a humo. No, no... A tabaco, concretamente. Había estado inmóvil, hasta el momento en que sintió la presencia de otra persona, sentada en la misma banca.
—Realmente eres más tonto de lo que pensaba —Kyuho ni siquiera volteó a verlo. Kazuki fue levantándose lentamente, mareado, un poco desorientado todavía—. Un compañero se accidenta y lo primero que haces es desmayarte. ¿Nunca habías visto sangre?
— ¿Estuve desmayado todo este tiempo?
—No. Recobraste el sentido y después te dormiste —el tono de burla con el que lo dijo, golpeó el orgullo del chico, que se sonrojó hasta las orejas.
— ¿Así que te quedaste viéndome dormir? —La pregunta surgió de manera espontánea, sin afán de nada. Había desviado la vista, suspirando, cansado. Diablos, quería seguir durmiendo.
—No tuve elección. Seokjin tenía que hacerse cargo de cosas más importantes. Pero como ya me aseguré de que sigues vivo, adiós —se puso de pie. Kazuki quiso hacer lo mismo, dando un salto inmediatamente, pero un mareo lo atacó y lo hizo quedarse quieto.
— ¡¿Y me vas a dejar aquí?!
—Tengo otras cosas que hacer. Puedes quedarte y esperar a Seokjin, el autobús o irte caminando. Como quieras.
—Eres un bruto, primitivo de lo peor. ¡No puedes dejarme solo! ¿No ves que acabo de sufrir un desmayo?
— ¿Y yo debo hacerme cargo por eso? Pff. Paso.
Kyuho comenzó a caminar. Kazuki fue tras él.
— ¡Eres horrible! ¡La persona más despreciable que he tenido la desgracia de conocer! ¿Lo sabías, Lee?
El berrinche de Kazuki duró varios segundos, el rubio sonreía para sí mismo mientras iba a buscar sus cosas dentro de la casa, escuchando las quejas del más pequeño. Por supuesto que no iba a dejarlo solo, pero ahora que Seokjin se había llevado la camioneta, él debía tomar el transporte público. Caminaron por diez minutos, hasta llegar a la parada y ahí, en silencio, esperaron por media hora más.
—Procura no dar problemas en el camino. Otro desmayo y te dejo ahí tirado —advirtió el campesino, cuando estaban subiendo al transporte.
— ¿Puedo tomar el lugar de la ventana? —él había ignorado por completo el comentario odioso de su acompañante y había pasado directamente a hacer esa pregunta, como un crío. Kyuho se preguntó por qué había elegido sentarse con él, si había más asientos vacíos. En silencio, dejó que Matsumoto ocupara el lugar deseado y él se sentó a su lado.
No hablaron. Quince minutos después, Kyuho sintió el peso de una cabeza sobre su hombro: Kazuki se había dormido. ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ
El primer mes fue difícil. Adaptarse a nuevos ambientes y personas de por sí era complicado, pero pasar de un extremo a otro, era todavía más complejo. Sin embargo, Kazuki Matsumoto parecía estar acoplándose bastante bien. Por lo menos, pensaba Seokjin cuando lo veía, ya no se quejaba por la tierra bajo sus uñas, la suciedad en su ropa, su cabello, ni corría a verse la cara al espejo de mano que cargaba a todos lados.
—Te dije que le iría bien —comentó Lilian, mientras le hacía un té a su hijo, una mañana a mediados de octubre—, es un niño listo. Sólo necesita quien lo guíe.
—Tiene potencial, no lo niego.
—Creo que está haciendo nuevos amigos, ¿verdad? El otro día, este chico... Taehyung, él preguntó por Kazuki cuando pasé por la tienda.
— ¿Ah, sí? —dejó de prestar atención al periódico que leía y alzó la vista para buscar el rostro de su madre, pero ella estaba atenta a la taza donde servía la bebida caliente—. ¿Son amigos?
—Si no lo son, lo serán. Los dos son chicos muy agradables, Jinnie, se llevarán de maravilla.
—Vamos a ver qué opina tu inquilino sobre eso —dijo en voz baja, pero no tan baja como para que Kazuki, que iba entrando, no lo escuchara. Estaba abrochándose la camisa.
— ¿Qué pasa con Kyuho y por qué la opinión de ese bruto importaría?
—Buenos días, Kazuki —saludó Lilian—. Dormiste espléndidamente, ¿verdad que sí? Creo que Seokjin está dándote mucho trabajo últimamente, ¿eh? Estabas cansado.
—Lo que pasa, mamá —dijo el mayor, luego de beberse el té de un solo sorbo—, es que es un niño rico. Los niños ricos no acostumbran a trabajar y por eso se cansa rápido.
—No seas grosero, Seokjin.
—No se preocupe, señora Jie. Tengo oídos a prueba de brutos y de tontos, de manera que no puedo escuchar las burradas que habla.
Se sonrieron los dos, desafiantes. Poco a poco, habían comenzado a llevarse más como amigos que como simples conocidos, tirándose comentarios tontos y hasta infantiles en cada oportunidad. Kazuki comenzaba a comportarse con mayor confianza, eso era signo de comodidad y Lilian se sentía contenta por ello. Y Seokjin... Aunque a veces fuera duro con él, ella pensaba que se comportaba como un hermano mayor.
— ¿Para qué quieres eso? —Kazuki apareció en el patio trasero, yendo directo a donde estaba Seokjin trabajando con madera, haciendo mediciones, cortando, limpiando. Había pasado un buen rato después del desayuno.
—Para mi proyecto personal.
— ¡Es verdad! ¿Me llevarás de nuevo a ese lugar? Es precioso. El lago... el lago es increíble.
—Si te portas bien, quizá. Quítate de ahí, puedes lastimarte —masculló, cuando lo vio inclinarse sobre la mesa de trabajo, donde había clavos y grapas regados. Kazuki, sin embargo, no le hizo caso y siguió apoyado en esa posición.
— ¿Qué harás con esa cabaña? ¿Irás a vivir ahí?
— ¿Qué pasa contigo, niño, hoy te comiste un perico o por qué estás tan parlanchín?
—Vamos, contesta —insistió, con una sonrisita en el rostro. Era curioso verlo así de enérgico, con tan buen humor. Seokjin lo contempló un segundo y después suspiró pesadamente, resignado.
—Sí. Pienso mudarme allí una vez que esté terminada.
—Pero está más lejos de aquí que la granja. Aunque, el paisaje bien vale la pena.
—No me gustaría estar tan lejos de mi madre, pero no dejaré de venir a diario para acompañarla y ver qué necesita. Hazte a un lado —murmuró, cuando se movía, para tomar un martillo que estaba cerca del chico.
—Es una cabaña muy bonita. ¿Kyuho te está ayudando desde que iniciaste? Ustedes son realmente cercanos, ¿cierto? —se había movido hacia otro punto de la mesa, todavía apoyado en ella con un codo, sosteniendo su mentón con la mano. Seguía con la mirada cada movimiento que hacía el mayor.
—Hm. Se podría decir. Mi madre le tiene un profundo cariño y nos conocemos desde que él era un crío.
—Es un odioso —refunfuñó.
—Es inofensivo —murmuró con un tono de diversión. Comenzó a golpear un par de clavos con el martillo, para atravesar un pedazo de madera—. No es de él de quien tienes que cuidarte.
— ¿Y de quién sí?
—De nadie en especial —encogió los hombros—. Todavía no conoces a la gente de Yeoryang-myeon, siempre hay idiotas por ahí.
— ¿Estás preocupándote por mí? —la sonrisa se amplió, la voz sonó como un ronroneo, impregnado de una emoción especial. Seokjin volteó a verlo, entrecerró los ojos y luego desvió la mirada.
— ¿Sabes qué? No sé si es más molesto verte haciendo berrinches por todo, como un niñito, o verte de buen humor. Además, me desconcentras, mocoso —soltó con falso enfado, antes de alejarse de la mesa, para entrar a la casa a buscar otras herramientas. De camino se topó con Lee, que quién sabe cuánto tiempo había estado parado en la puerta.
Kazuki se enderezó. Kyuho lo observó desde donde estaba, antes de avanzar caminando hasta la mesa de trabajo. El aire era fresco, era un día de descanso que se habían tomado después de dos semanas de trabajo ininterrumpido.
— ¿Cuándo se lo vas a decir?
— ¿Eh? —el menor volteó a ver al rubio. Era extraño verlo tan limpio, con el cabello suelto, vestido de forma casual. Se le veía relajado y desinteresado como siempre.
—Que te gusta.
— ¡¿Q-qué estás diciendo?!
—Por favor —rodó los ojos—. Tendrías que ver esa sonrisita estúpida que tienes en la cara cuando estás cerca de él.
— ¡¿Eres idiota o qué te pasa?!
—Mientras más pronto se lo digas, más pronto te rechaza. Es desagradable tener que verte como una tonta colegiala —a Kazuki se le encendió el rostro en rubor y Kyuho hizo un gesto de desagrado.
—E-estás... definitivamente, tanto estiércol de vaca ya te dañó el cerebro. Eres un campesino indeseable, ¿me oyes? ¡Indeseable, animal! ¡Patán!
—Vaya, Lee —la voz de Seokjin se oyó cantarina, llena de diversión. Había vuelto con más madera—. Tienes un don especial para hacer que a este niño se le olvide "la clase" en dos segundos. 
Kazuki lanzó un gruñido, pisó fuerte el suelo con una de sus botas, y después, dando duros pasos, se dirigió a la casa.
— ¿Qué le pasa? —inquirió el mayor, volviendo a sus labores.
—Y yo qué sé —respondió Kyuho, con el mayor desinterés.
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sweetandcrime · 2 years
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9.
—Tu hijo necesita su espacio, tiene cosas que pensar y que aprender.
— ¡Su deber es estar aquí, con su familia, estudiando! ¡Formando su propio hogar! Papá, ¿tienes idea de lo que se habla de nosotros a nuestras espaldas?
— ¿Y preferirías que estuviera "formando su propio hogar" con una persona que le hizo daño, para no tener que afrontar la estupidez de la gente? Koemi, no seas dramática. Tu hijo te necesita. Y si no puedes ser un apoyo para él, por lo menos no lo molestes.
— ¡Es imposible hacerte entrar en razón! La próxima vez que llame a esta casa, haré que no te pasen la llamada.
—No importa cómo quieras sabotear mi comunicación con mi nieto, porque él no volverá hasta que él mismo lo decida. Así que, hasta que eso suceda, compórtate como una madre que ama a su hijo.
La mujer salió del estudio dando un portazo y en seguida de eso, una cabecita castaña se asomó, capturando la atención del hombre mayor. Él sonrió y llamó a la chica con un ademán.
—Abuelo —dijo ella, con la voz tan dulce como la miel—, ella no te hará caso...
—Por supuesto que no. Es tan terca como su madre.
La chica se sentó al otro lado del escritorio.
—Escuché que hablaste con Kazuki. ¿Él está bien? Quisiera... quisiera poder hablar con él.
—Por ahora, es mejor que no tenga ninguna comunicación con nadie de esta casa, Akane. Necesita desconectarse de todo, ¿entiendes? Yo sé que estás preocupada por él, pero tu hermano es un chico muy fuerte y muy listo. Además, está en buenas manos, aprendiendo cosas nuevas, te aseguro.
— ¿No vas a decirme dónde está?
—Me temo que no.
— ¿Al menos podrías darle un mensaje la próxima vez que hables con él?
—Por supuesto, cariño.
—D-dile —ella bajó la cabeza y se miró las rodillas, expuestas gracias al vestido corto—, dile que no regrese pronto... porque Hiroki volvió a la ciudad y lo está buscando.
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Hiroki Yoshida había sido, en un inicio, la clase de hombre que sólo se ve en dramas de televisión; esas historias donde el protagonista era un hombre atractivo, de virtudes admirables, con gran temple, y mucho carisma. Kazuki se había enamorado perdidamente por esa razón, porque era la clase de hombre no se veía a menudo en su círculo social. Porque era cálido, amable, gentil y divertido. Por eso, también, no se lo había pensado dos veces para aceptar su propuesta de matrimonio.
Ambas familias tenían una posición social privilegiada, ¿qué mejor que eso? Dos apellidos reconocidos, unidos. Los preparativos habían comenzado desde meses antes, pues tenía que ser un evento que diera de qué hablar en todos los medios. El compromiso había sido la noticia del momento entre sus amistades y conocidos.
Por tal razón, no hubo nadie que sospechara siquiera el trágico desenlace. Cuando vieron que el tiempo pasaba y Kazuki seguía parado frente al altar, solo, la sorpresa y el nerviosismo comenzó a engrandecerse. Hasta que finalmente, aceptaron que Hiroki jamás llegaría.
¿Por qué? Era una pregunta sin respuesta. No había pistas, ni una sola sospecha que les dijera qué estaba pasando. A Kazuki lo habían dejado plantado y con el corazón hecho añicos, así sin verlo venir. El escándalo fue mayúsculo, por supuesto. Pero el menor de los Matsumoto no se había quedado para presenciarlo. ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ
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—Gracias por tu ayuda —Kazuki habló, tras diez minutos encerrado en la pequeña cabina telefónica, dentro de la tienda. Había un par de personas dentro, Taehyung abandonó su labor de acomodar latas, para acercarse a él con una sonrisa jovial—. Dime cuánto te debo...
—La primera llamada corre a cuenta de la casa —respondió en tono bromista.
— ¡De ninguna manera! Hablé por... mucho tiempo.
—De verdad, no importa. Pero, a cambio...
— ¡Ah, ya lo sabía! Aquí viene el truco —refunfuñó el más bajito, haciendo un puchero involuntario. Taehyung se echó a reír, negando después con la cabeza.
—No es ningún truco, no quiero pedirte nada malo. Todavía —añadió, de una forma pícara que casi hace sonrojar al citadino—. Sólo dime dónde vives.
— ¿Irás a robarme?
— ¿Qué? Si quisiera hacer eso, podría haberlo hecho desde este momento. Es sólo por curiosidad. El chico con el que estabas hace un rato...
— ¿Hm?
—El rubio. ¿Vives cerca de él?
— ¿Que si vivo cerca? —rodó los ojos mientras resoplaba—. ¡Vivo con él!
Kim arqueó una ceja.
— ¿Por qué lo preguntas? ¿Lo conoces?
—Esta comunidad es muy pequeña —dijo con aire pensativo—, es casi imposible no conocernos entre todos. Bueno, al menos ahora sé dónde vives.
— ¿Y eso de qué te sirve?
— ¡Ah! —soltó una risa suave. En ese momento, uno de los clientes lo llamó amablemente por su nombre, buscando llamar su atención—. Bueno, como sabrás, este es el único teléfono público que hay en todo el pueblo. Cuando alguien quiere recibir llamadas, me deja su nombre y su dirección, de manera que cuando le llamen, pueda enviar a alguien a avisar —nuevamente, la persona en la tienda le hizo un ademán para que la atendiera—. Disculpa, ahora tengo que...
—Sí, sí... Continúa, lamento haberte distraído. Gracias por... lo de la llamada y... eso.
Se despidieron con un intercambio de sonrisas. Kazuki abandonó la tienda sintiéndose un poco más animado, más enérgico. Después de haber hablado con su abuelo, por primera vez desde que había dejado la ciudad, se sentía más liviano. Comenzó a caminar tranquilamente de regreso a casa.
Nunca se percató de que tenía “compañía” (o mejor dicho, ¿un guardaespaldas?): un rubio que, a metros de distancia, caminó detrás de él durante todo el trayecto de vuelta, fumándose otro cigarro.
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sweetandcrime · 2 years
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8.
Trabajar nunca había sido tan divertido, por eso la mañana se le pasó volando a Seokjin. De vez en cuando, hacía breves pausas en sus labores, para observar a Kazuki. Verlo pelearse con las gallinas fue una de las cosas más divertidas, subir y bajar las escaleras en el enorme gallinero, con la cesta cargada de huevos, fue también un espectáculo digno de presenciar.
Regar plantas, limpiar herramientas y acomodar víveres en la despensa, fue la parte más fácil. Mientras Kazuki llevaba a cabo esas tareas, Seokjin y Kyuho se encargaban de las tareas más importantes, por supuesto. Según había visto, ambos llevaban el mando de la granja. ¿Serían amigos desde hacía mucho? Para tenerse tanta confianza y darle tanta responsabilidad a Lee, seguramente sí. Eso quería decir que era un hombre de fiar.
Al mediodía, el sol resplandecía en lo más alto del cielo. A Kazuki le brillaba la frente, tenía el rostro colorado y el cabello empapado, debido a la transpiración. Estaba limpiándose la cara con un pañuelo que le había obsequiado uno de los trabajadores del lugar cuando apareció Seokjin, ofreciéndole una bebida fría.
—Puedes lavar la camioneta antes de que vayamos a almorzar —le indicó. Kazuki hizo una mueca de supuesto dolor, mientras aceptaba el vaso y bebía con prisa. Era agua fresca, de naranja—. Nosotros todavía tenemos mucho que hacer por aquí, así que puedes quedarte con mi madre. Así tendrás tiempo para tus propios asuntos.
—Mis nuevos asuntos son esta granja y nada más —dijo él, muy decidido, devolviéndole el vaso. Una sonrisa amenazó con formarse en el semblante del más alto—. Quiero ser un trabajador como todos los demás.
— ¿No estás apresurándote? Esta mañana estabas quejándote por la tierra bajo tus uñas y el dolor de cuerpo—Kazuki se sintió avergonzado, pero no le desvió la mirada—. Vas a aprender poco a poco. Si vienes aquí todo el día, de buenas a primeras, te dará un colapso. La gente como tú necesita tiempo para adaptarse.
— ¿Y cómo es la gente como yo? —se notó que ese comentario picó el orgullo de Matsumoto, pues Seokjin pudo notar un brillo particular en su mirada. Kazuki se sentía desafiado, ¿no era así?
Kyuho pasó junto a ellos en ese instante, distrayéndolos a ambos un segundo. Seokjin suspiró y quitándose los guantes y el sombrero, se limpió la frente.
—Date prisa con la camioneta, nos vamos a almorzar en media hora.
Y eso fue todo lo que dijo, se dio media vuelta y continuó con sus labores. Kazuki chasqueó la lengua, fastidiado.
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Por la tarde, sólo Seokjin y Kazuki tomaron el almuerzo con Lilian. Según lo tenía entendido, Kyuho podía pasar días sin llegar a la casa, pues era algo así como un adicto al trabajo y era difícil que dejara las cosas a medias. Sólo cuando las terminaba, volvía.
Después de una ducha, Kazuki cayó rendido y una supuesta siesta de veinte minutos, se transformó en una de dos horas. Cuando bajó, Lilian estaba en la sala, ordenando un estuche de costura.
—Estabas agotado —dijo ella, sonriente.
—Mucho —aceptó tímidamente—. Señora Jie... Quiero hacerle una llamada a mi abuelo —ella levantó la cabeza, mirándolo con curiosidad—, quiero contarle que estoy bien aquí, para que no se preocupe.
—Claro, hijo. La tienda de abarrotes está a varias calles de aquí, te explicaré lo que harás...
Kazuki salió de la casa con las instrucciones de Lilian en mente, procuró repetirlas varias veces para no olvidarlas. Yeoryang-myeon era una comunidad pequeña a comparación de otras alrededor, pero aun así, al citadino le pareció que había caminado demasiado y todavía no encontraba la dichosa tienda.
No hacía más de una semana que había llegado, todo seguía pareciéndole ajeno y lejano. Mientras caminaba, se permitió hacer algo que había estado evitando desde que puso un pie en ese lugar: pensar en la vida que había decidido dejar atrás. Sonaba tanto a locura como a estupidez, ¿quién iba a cambiar una vida de lujos y privilegios por un sitio como ese? Tendría que estar loco, seguramente eso pensaría la gente que lo conocía.
Eso es lo que provocaba un corazón roto. Pero es que ni siquiera lo había pensado detenidamente, se había dejado llevar por la profunda decepción, la rabia, la humillación que sintió cuando se quedó parado frente al altar y su (ex) prometido nunca llegó. ¿Por qué?, ¿qué había pasado?, ¿por qué a él? Las interrogantes estaban ahí, pero él había suprimido todo pensamiento que tuviera relación con ese trágico hecho, en pro de su bienestar. Pero lo cierto era que, había estado engañándose. Aunque estuviera ocupado, distraído, y aunque Lilian se encargara de hacerlo sentir como en casa, tenía el corazón hecho pedazos y le dolía de una manera inexplicable.
Un nudo se le formó en la garganta, pero afortunadamente para él, había llegado al lugar que había estado buscando. Se detuvo a despejar la mente un momento, en la esquina de un parque pequeño, pero lleno de árboles; la tienda estaba al otro lado de la calle. Se sintió sofocado de pronto, pero era esa maldita presión en el pecho. El dolor de la desilusión.
Tomó una profunda bocanada de aire mientras cerraba los ojos y aguardó así un momento.
—No creo que este sea el mejor lugar para meditar.
La voz de Kyuho lo sobresaltó. El corazón le dio un vuelco, por lo que se llevó una mano al pecho. ¿En qué momento había aparecido?
— ¡Me asustaste! —Se quejó el más bajo—. ¿Qué sucede contigo? Tsk...
—No. ¿Qué sucede contigo? —hizo énfasis en la frase, mientras encendía un cigarrillo.
— ¿No se suponía que estabas trabajando?
—Terminé lo que tenía hoy —respondió, encogiéndose de hombros y exhalando una espesa nube de humo—. Estaba volviendo a casa.
—Fumar es dañino, ¿sabías?
Kyuho se detuvo en seco, volteó a verle con una ceja alzada y mientras se le formaba una sonrisa en un costado de la boca, se paró frente a Kazuki. Este último se quedó inmóvil, mirándolo con cara de "¿qué te pasa?". Entonces el rubio expulsó una espesa nube de humo. En su cara.
Kazuki se retiró inmediatamente, dando dos pasos hacia atrás y sacudiendo la cabeza, agitando las manos, tosiendo. Él no era un chico de vicios, pese a todo; bebía poco, nunca había fumado y mucho menos había consumido algo más dañino que el alcohol.
— ¡¿Qué te pasa?! ¿Eres estúpido?
Como respuesta, sólo obtuvo una sonrisa. Kyuho siguió fumando, observando distraídamente a su alrededor.
—Sí eres estúpido —masculló entre dientes, refunfuñando—. Además, ¿qué haces aquí? Yo estaba tranquilamente descansando, vete.
—El parque es un lugar público.
—De verdad, tch... —murmuró otro par de improperios, mientras se olfateaba la ropa, para comprobar que no se le hubiera impregnado ese característico olor del tabaco. Cuando alzó la vista, vio a Kyuho con la mirada fija en un punto al otro lado de la calle. Siguió la dirección de su mirada y se encontró con otro muchacho, parado frente a la tienda, con los brazos cruzados sobre el pecho; parecían estar mirándose, los dos sumidos en una obvia seriedad—. Como sea, no tengo por qué estar aquí contigo, yo sólo venía a buscar el teléfono...
Sólo entonces, Kyuho volteó a verlo.
—El teléfono —puntualizó—. Podrías estar haciendo otras cosas de provecho.
—Tú no vas a decirme cómo voy a gastar mi tiempo, ¿quién te crees?
Habiendo escupido eso, después de notar el ceño fruncido de Lee Kyuho, Kazuki cruzó la calle. Cuando llegó al otro lado, fue recibido por una sonrisa amable.
Kazuki tragó en seco. Eso que estaba parando frente a él no era un hombre, era un ángel; tallado a mano, con el rostro más atractivo que hubiera visto -y después de haber conocido a Seokjin, eso ya era demasiado decir-. En estatura lo dejaba muy abajo, probablemente era tan alto como el hijo de Lilian. ¿Qué comían los hombres de Yeoryang-myeon? ¿Qué tenía el aire que respiraban o el agua que tomaban para parecer dioses griegos?
—Uh... ¿buenas... tardes?
—Hola. ¿En qué te puedo ayudar?
— ¡Oh! ¿Tú...? ¿Tú atiendes... esto?
El chico se echó a reír. Tenía una sonrisa muy bonita, una risa armoniosa. Daba la impresión de que iluminaba cada lugar en el que se paraba.
—Sí, yo atiendo —extendió los brazos a sus costados, señalando la tienda—, esto. Bueno, la tienda es de mi madre, pero sí, yo me encargo de ella. Y tú, debes ser de fuera, ¿cierto? Se nota desde lejos, es curioso, ¿no? La forma en que las personas se delatan con su aura. Sobre todo ustedes, los de la ciudad.
— ¿Cómo sabes que soy de la ciudad?
— ¡Por favor! —volvió a reírse—. Tienes un letrero con letras enormes pegado en la frente que dice "vengo de la ciudad". Espera, creo que estoy hablando demasiado, disculpa. ¿Tienes nombre, niño bonito?
El citadino bajó la mirada, repentinamente tímido.
—Kazuki. Matsumoto Kazuki.
—Pues, Kazuki, bienvenido a mi tienda. Yo soy Kim Taehyung, ¿en qué puedo ayudarte?
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sweetandcrime · 2 years
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7.
Esa misma noche, Kazuki se sentó a conversar con Lilian, sobre las actividades que realizó junto a Seokjin. Le contó lo maravillado que había quedado con los paisajes, la calma que la naturaleza le transmitía. Yeoryang-myeon y sus alrededores parecían sacados de un cuento de fantasía, uno de esos lugares a los que se accedía después de perderse dentro de una cueva en mitad del bosque o algo así.
—Señora Jie —era tarde, el té y las galletas se habían acabado hacía rato—, es tarde. Yo me encargo de limpiar la cocina, vaya a descansar.
—Hijo, eres muy amable —ella le dio una cariñosa palmadita en la cabeza, antes de irse a su habitación, no sin antes desearle buenas noches al muchacho.
Kazuki suspiró al quedarse solo y en seguida comenzó a recogerlo todo, procurando no hacer mucho ruido. Estaba terminando de acomodar los trastes ya lavados, cuando escuchó pasos cerca. Se giró y ahí estaba él. Vestido de negro, de pies a cabeza, con el cabello suelto, ligeramente alborotado. Se miraron una fracción de segundo, antes de que el recién llegado entrara a la cocina, directo a hacerse un café. Kazuki se quedó ahí parado, simplemente viéndolo, sin hablar.
Había algo en ese sujeto que lo intrigaba y le llamaba la atención, además de que se comportaba como si él no existiera. ¿Es que no tenía modales? ¿Quién había educado a ese sujeto como para ni siquiera saludar por cortesía? Tch.
Él tampoco le dijo nada, siguió en lo suyo. El rubio abandonó la cocina y Matsumoto se quedó ahí, extrañado. Poco después, estaría apagando las luces y acercándose a asegurar la puerta que daba hacia el jardín. Pero aunque la luz del patio era tenue, apenas alumbrado por un foco de luz mortecina, logró divisar la figura de pie que le daba la espalda. Estaba tomándose el café y fumando un cigarro, contemplando quién sabe qué en la oscuridad.
La curiosidad de Kazuki fue mayor. Abrió la puerta, salió al jardín y apenas había dado dos pasos cuando lo escuchó.
—Tu pie —su voz era ligeramente ronca, pero no tan grave como la de Seokjin.
— ¿E-eh?
—Que si está bien tu pie.
Kazuki no se movía. Él ni siquiera se había girado, pero había sentido su presencia. Con cautela, como temeroso de algo, fue acercándose un poco más.
—Está... uhm, bien, está bien.
Cuando se colocó a su lado, Kazuki se dio cuenta de que era más alto que él por al menos una palma de su mano. O él era muy bajito o todos los hombres de ese lugar eran muy altos.
El sujeto ya no dijo nada más, Matsumoto comenzó a sentirse estúpido, ¿por qué diablos se había acercado? Sólo estaba ahí, tragándose el humo de ese cigarrillo. ¡Ah! Ahora que lo pensaba, esta era la primera vez que lo veía en la casa, ¿así que era el famoso inquilino de Lilian?
—Tú eres... el otro inquilino, ¿cierto? ¿Cuál es tu nombre? —el chico volteó a verlo finalmente.
— ¿Cuál es el tuyo?
—Kazuki. Matsumoto Kazuki.
— ¿Qué diablos haces aquí?
— ¿Huh?
—En Yeoryang-myeon.
—Yo... ¡Oye, sólo yo estoy respondiendo tus preguntas!
—No te estoy obligando.
—Qué...grosero —masculló entre dientes. Se dio media vuelta, el rubio lo vio de reojo—. Son unos brutos maleducados, todos ustedes —iba refunfuñando, abrazándose él mismo, pues sentía algo de frío.
—Espero que hayas disfrutado la vista.
Kazuki se detuvo a un paso de entrar a la casa, volteó a ver al más alto y gracias al cielo, ni había luz ni le estaba mirando, pues se habría dado cuenta de que tenía el rostro hirviendo. Por supuesto que se refería al pequeño "incidente" de esa tarde.
—Exhibicionista. ¿Quién diablos se baña en la intemperie? ¡Cavernícola!
La puerta se cerró.
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—Las medidas no me cuadran.
—Tendremos que empezar de nuevo, entonces, para ver dónde está el error.
—Buenos días —balbuceó Kazuki, que venía entrando a la cocina, tallándose los ojos con la manga de su suéter; más dormido que despierto, sólo llamado por el olor del desayuno recién preparado. Olía a café recién molido, mantequilla... Se le estaba haciendo agua la boca.
Cuando su vista se aclaró, se dio cuenta de que Seokjin y el otro inquilino estaban sentados, ya desayunando. El hijo de Lilian lo miraba fijamente, mientras el otro tenía toda su atención puesta en su plato y un croquis que sostenía con la diestra. Kazuki se quedó parado bajo el marco de la puerta, tratando de recordar con qué pijama se había ido a dormir. Cuando Seokjin bajó la vista, Kazuki también lo hizo, y juntos recorrieron la pequeña figura del japonés, cubierta por una holgada pijama de color azul pastel, con estampado de nubes blancas.
La sonrisa socarrona no tardó en aparecer por un lado ni el sonrojo por el otro.
—Buenos días, Kazuki. Por favor, siéntate con los chicos. Me da gusto que los tres estén aquí, ¡alegran esta casa!
—La cara de Kyuho no es precisamente algo que transmita alegría, mamá.
Un trozo de pan voló desde un extremo de la mesa hasta el otro, Seokjin lo atrapó y se echó a reír, antes de comerse lo que el susodicho había lanzado.
Kyuho. ¿Ese era su nombre?
—El café huele delicioso, señora Jie —tomó asiento en uno de los laterales.
—Espero que te guste el desayuno. Es una receta especial que mi abuela le aprendió a su abuela, y ha ido pasando de mano en mano, sazón en sazón. ¡Por cierto! Ya conociste a Kyuho, ¿verdad? Chicos, ustedes son más o menos de la misma edad, eso creo... Mi memoria falla terriblemente estos días.
—Ya tuvimos la oportunidad de conocernos, pero no de presentarnos adecuadamente —habló el rubio, finalmente dejando el croquis a un lado y centrando la vista en Kazuki—. Lee Kyuho —se presentó.
—Matsumoto Kazuki —pronunció en voz baja el muchacho, sosteniéndole la mirada. El rubio apartó la vista y continuó comiendo; Lilian, hablando.
Por extraño que pudiera parecerle, se sentía cómodo, el ambiente era agradable. Lo más curioso de todo es que la forma en que se hablaban y trataban Kyuho y Seokjin, era propia de un par de hermanos. Eran realmente cercanos, por lo visto. Trabajaban juntos, se molestaban como unos críos, aunque Seokjin hablaba mucho más que el otro.
El desayuno fue ameno y tranquilo.
—Tenemos que volver al trabajo.
— ¿Volver? —Kazuki alzó la cabeza, mirando al más alto de los tres varones.
—Te dije que el trabajo en estas tierras comienza antes de que salga el sol. Te irás acostumbrando a levantarte temprano. Ahora... Vístete, vendrás con nosotros.
—Ellos te enseñarán tus tareas —Lilian intervino, dulce como siempre—, eres un chico muy listo, aprenderás rápido.
Sí, quizá, pero ya estaba muerto de miedo. Además, el cuerpo le estaba doliendo como si le hubieran dado una paliza, especialmente los brazos. Se notaba a leguas que no estaba acostumbrado a trabajar.
Le tocó tomar la ducha con el agua helada, pues le dieron quince minutos, como máximo, para estar listo. Pero cuando Seokjin lo vio bajar por las escaleras, chasqueó la lengua con disgusto y le murmuró a Kyuho al oído. Este suspiró, cansado, con resignación, y se acercó hasta el citadino, haciéndole una seña con un movimiento de cabeza.
—Ven conmigo.
— ¿Qué? ¿Por qué? ¡Hey! —corrió escaleras arriba, detrás del rubio, hasta que este entró a su habitación. Era el cuarto junto al de Kazuki, cuando entró se dio cuenta que era similar al suyo, con la misma carencia de muebles y adornos, y con la gran diferencia de que sus paredes estaban tapizadas con papel; el color era beige, muy claro, el estampado tenía una especie de patrón floral muy vintage. Era precioso. Todo estaba bien cuidado, impoluto. Vaya...
—No puedes ir a trabajar con esa ropa.
— ¿Qué tiene mi ropa? Elegí lo más sencillo que tenía —refunfuñó.
—Pareces salido de una revista.
— ¡Pues gracias!
—No era un cumplido —rodó los ojos y entonces le lanzó un par de prendas. Kazuki las atrapó al vuelo—. Dudo mucho que puedas moverte libremente con eso puesto. Vístete, tienes cinco minutos. Nos estás retrasando.
El regaño hizo a Matsumoto resoplar. Estaba por quitarse la camisa cuando reparó en que Kyuho seguía ahí parado.
— ¿Qué haces aquí? Voy a cambiarme.
— ¿Y qué te está deteniendo? Te dije que nos estás retrasando.
— ¡Tú! ¡Largo de aquí!
—Es mi habitación.
—No voy a desvestirme delante de ti.
—Tú me viste desnudo.
— ¡Eso no fue mi decisión! Tú estabas ahí... bañándote con agua de una cubeta como un... como un salvaje.
—Te quedan tres minutos.
— ¡Deja de mirarme!
Kyuho se sacó un cigarrillo del bolsillo y le prendió fuego, sin moverse de su lugar. Kazuki se puso rojo del enfado y la vergüenza.
—P-por lo menos date la vuelta.
—Dos minutos —le dio la espalda, mientras calaba su cigarro. Kazuki comenzó a desvestirse rápidamente y a ponerse la ropa que le había dado el más alto. Era un pantalón de mezclilla, una camiseta delgada, otra manga larga de tela más gruesa. Se demoró más en colocarse las botas—. Muy bien, se acabó tu tiempo —dijo, girándose a verlo—, muévete.
— ¡Espera! Arghh.
Kyuho salió de la habitación, Kazuki hizo con sus prendas una bola de ropa y por las prisas, simplemente la dejó en la cama. La ropa del chico le quedaba grande, pero lo solucionó apretándose el cinturón y fajándose la camisa. Salió corriendo y así mismo bajó las escaleras, casi tropezando en el acto. Llegó hasta la camioneta de Seokjin después que Kyuho, cuando ellos ya estaban por abordar.
—Oigan, oigan... ¿Y cómo vamos a sentarnos los tres ahí? Iremos muy apretados.
—Es por eso que tú vas atrás —Seokjin señaló la parte trasera de la camioneta, cargada con algunos sacos de arroz—. Siéntate y agárrate bien.
— ¿Q-qué?
—Date prisa, Kazuki. Tenemos mucho que hacer.
Ay, no.
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sweetandcrime · 2 years
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5.
—Este año, tendremos una buena cosecha. Necesito un par de herramientas, iré a Bukpyeong-myeon mañana, ¿necesitas algo?
—No, hijo. Por ahora estoy bien.
Lilian estaba sirviendo la comida, Seokjin estaba tan fresco como una lechuga, acababa de darse una ducha. Kazuki espiaba esa interacción desde la puerta de la cocina, apenas asomado por el marco, tímido por alguna razón, incapaz de interrumpir esa conversación.
—Quizá podrías prestarme a tu nuevo inquilino estos días, tengo trabajo en el lago y compras que hacer —la voz del hombre se escuchó diferente esta vez, más jocosa, tal vez. Kazuki aguzó el oído, interesado—. Podría serme de ayuda y de paso, se mantiene ocupado y conoce un poco más los alrededores. Le hará bien, para ir acostumbrándose.
— ¿Sabes? Esa es una muy buena idea, Seokjinie, voy a decírselo en cuanto baje.
—Es agradable —continuó. Kazuki sonrió, casi hinchando el pecho de puro orgullo—. Pero torpe e inútil —soltó una risita, con ese tono grave tan característico de su voz. El aludido no cabía en sí de asombro e indignación; a escondidas, hizo su berrinche, lanzando golpes al aire y haciendo muecas de disgusto. ¡Arghh! ¿Qué se creía ese campesino canalla para llamarlo así?—. En unas semanas, con suerte, estará siendo funcional.
—Vamos a darle tiempo, hijo. No sólo ha vivido toda su vida en la ciudad, su nivel de vida es... ¿cómo decirlo?
—Sí, sí —encogió los hombros—, es uno de esos herederos millonarios que no han tenido que lavar un solo plato en su vida.
— ¿Está lista la comida? —Kazuki hizo acto de presencia justo en ese momento, mostrándose sonriente. Seokjin, que estaba dándole la espalda, sentado donde estaba, giró la cabeza para poder verlo. El chico esperó que mostrara algo de arrepentimiento, sorpresa, cualquier cosa que dejara entrever que se había dado cuenta de haber sido pillado hablando disparates. Pero no. Ni remordimiento ni una mirada de disculpa, nada de nada. Y eso hizo a Kazuki sentirse enfurecido por dentro.
¿Así que heredero torpe e inútil, huh? Bueno, torpe sí, tenía que admitirlo. ¡Pero él no era ningún inútil! Sin saberlo el hombre, había comenzado una guerra contra el orgullo y el ego del menor de los Matsumoto.
El almuerzo transcurrió sin mayores acontecimientos. Se habló poco, o más bien, Kazuki habló poco; los temas de conversación se centraron en el trabajo de Seokjin, plantas, el ganado, cosas que el chico entendió poco, a decir verdad. Lo único realmente destacable para Matsumoto, era el gran cambio que había en Seokjin después de la ducha; su aspecto cambiaba mucho cuando vestía ropa casual y se peinaba el cabello hacia atrás, dejando despejada su frente.
—Mañana, Seokjin tiene que hacer algunas compras, sería grandioso que le acompañaras, Kazuki, te distraerás y conocerás un poco más esta región.
—Hm —asintió. La comida estaba terminando ya y Lilian se ponía en pie. Los dos varones se levantaron también, dispuestos a ayudarla a recoger la mesa. Ambos tomaron uno de los platos sucios, cada uno por un extremo. Se miraron, Seokjin totalmente sereno y Kazuki, esforzándose por no mirarle con mala cara. El mayor terminó cediendo y dejando ir la pieza de porcelana—. Estaré encantando.
—Cinco en punto —dijo el más alto—, te recogeré a esa hora aquí afuera.
—De la tarde —comentó el menor, llevando los trastes al fregadero. Seokjin hizo un esfuerzo por no echarse a reír.
—No. De la mañana.
El menor lo miró con los ojos bien abiertos y luego buscó con la mirada a Lilian, como si estuviera diciéndole "¿está oyendo la locura que dice su hijo?".
—A mí me parece que tendrán un gran día —dijo ella únicamente, sonriente.
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A las cuatro y cuarto de la mañana del día siguiente, no hubo persona más desdichada que Kazuki Matsumoto, en todo Yeoryang-myeon. La noche anterior, Lilian le había regalado un pequeño despertador que sonaba lo suficientemente alto como para desquiciarlo. Lo apagó de un manotazo y se puso la almohada en la cabeza, refunfuñando y maldiciéndose por haberse ido a refundir en aquel agujero. A esas inhumanas horas de la madrugada podría estar dormido en su amplia y suave cama, con el cuerpo tibio de quien tendría que haber sido su esposo para entonces, apretándolo entre sus brazos...
Jie tocó la puerta con suaves golpes.
—Kazuki. Te preparé café y calenté agua, para que tomes un baño.
—Ahora bajo —respondió, aunque estaba más dormido que despierto.
Le tomó veinte minutos darse un baño y otros quince en estar listo, aunque no le dio tiempo de maquillarse, ni de plancharse el cabello. ¿Quién diría que el estilo de vida de esa gente era tan... silvestre? Mientras en su hogar sólo tenía que girar la llave para bañarse con agua tibia, aquí debía ser calentada en la estufa y después transportarla en un recipiente, hasta el baño de su habitación. ¡Qué complicado! Pero fue agradecido con Lilian, por haberlo ayudado.
Se bebió de golpe el café y cuando abandonó la casa, Seokjin ya lo estaba esperando afuera, apoyado en el Mustang.
—Es un buen auto.
—Regalo de mi abuelo.
—Me sorprende que estés en pie. No tienes pinta de poder levantarte a estas horas.
—Deja de burlarte o volveré a mi cama. No disfruto para nada tener que despertar tan temprano. ¿Por qué? ¿Cuál es el objetivo? ¡El sol ni siquiera ha salido!
—Exacto. Súbete —con un cabezazo, señaló su camioneta, estacionada a unos metros. Avanzaron juntos hasta el vehículo y el dueño de este estaba sacándose las llaves del bolsillo cuando se detuvo un instante. Kazuki estaba mirando alrededor, como un perro perdido que olfatea todo—. Tendrás que usar ropa más... Menos «tú» la próxima vez. Se ve costosa —abrió la puerta y desde adentro, quitó el seguro de la puerta del copiloto, para que el chico entrara—, y podrías arruinarla. No es que me importe, pero seguramente a ti sí.
— ¿Huh? No tengo... ropa diferente.
—Entonces, podrías aprovechar el viaje, para comprar algo más adecuado. En el pueblo al que vamos, hay un mercado sobre ruedas en el que puedes encontrar lo que te haga falta.
— ¿Un qué?
Seokjin se rio entre dientes. Una vez que Kazuki estuvo acomodado en su lugar, echó a andar la camioneta y pronto estuvieron alejándose de ahí.
No llevaban más de una hora cuando el chico presenció una de las escenas más hermosas que hubiera visto. Asomado en la ventanilla, con el viento fresco de la mañana que iba llegando, contempló los primeros rayos de sol asomarse por la cumbre de aquella cordillera lejana. La tierra comenzaba a bañarse de un anaranjado precioso, nunca en su vida había presenciado una escena tan maravillosa, que le provocara tanta paz y tranquilidad.
Sin embargo, aunque la tibieza del sol comenzara a sentirse, estaban yendo tan alto, que la temperatura iba bajando a medida que avanzaban. Seokjin había estado observando a Kazuki durante todo el camino, de vez en cuando y de reojo, y se sentía satisfecho con tan sólo descubrir esa expresión de asombro, de incredulidad, casi sin creerse lo que estaba viendo. “¿Ahora entiendes por qué me gusta venir por aquí antes de que salga el sol?”, quiso decirle, pero prefirió no interrumpir el momento del muchacho. Aunque tuvo que hacerlo después, cuando lo vio encogerse en sí mismo y esconder las manos entre sus propias piernas, buscando darse calor.
—Te dije que esa ropa no te va a ayudar de mucho aquí —habló por fin el mayor, llevaban alrededor de hora y media viajando por los polvorientos caminos ocultos entre las montañas.
—Debiste decirme antes que debía traer otro abrigo —murmuró a través de un puchero.
Seokjin suspiró. Sin quitar la mirada del camino, y teniendo mucho cuidado al maniobrar el volante, se quitó el grueso suéter que llevaba, debajo vestía uno más delgado. La prenda cayó en el regazo de Matsumoto.
— ¿Oh?
—Póntelo.
Él obedeció. Sintió la tibieza que había dejado el cuerpo del otro hombre y pudo percibir un aroma dulce, como el del suavizante, y supuso que sería obra de Lilian. Sonrió. Se acurrucó en el asiento durante el resto del camino, sin dejar de observar por la ventana. ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ  ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ  ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ  ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤ
Kazuki estiró los brazos hacia arriba, parándose de puntitas, mientras bostezaba. Emitió un pequeño gemidito de placer cuando sintió la espalda crujirle al hacer un giro hacia un costado. Estaba alejando la pereza y el sueño mientras Seokjin cargaba gasolina en la primera estación de servicio que se encontraron, a kilómetros de Yeoryang-myeon. Comenzaba a sentir hambre, aunque, por lo menos, se sentía más despierto. Habían viajado por aproximadamente dos horas, el pueblo al que iban se encontraba a diez minutos más de camino.
—Eh, niño —llamó Seokjin de pronto y cuando Kazuki se giró, un proyectil no identificado, le cayó de lleno en la cara. Era una bolsita de papel que le aterrizó en los pies. Frunció el entrecejo, pero cuando quiso quejarse, el mayor ya se había dado media vuelta.
Se agachó para tomar la bolsita y hurgar en su interior. Encontró tres galletas de arroz y su estómago gruñó. Con el hambre incipiente que tenía, aquello le pareció un regalo del cielo. Se las comió en un santiamén.
Cinco minutos después, ya estaban de vuelta en la carretera. Las casitas empezaron a aparecer, los árboles, las personas, los animales andando por las amplias calles. Kazuki se sorprendió al ver gallinas y gansos andando libremente por ahí.
—Vamos a ir a la ferretería, tengo herramientas que comprar. Después te llevaré al mercado.
— ¿Y cuándo vamos a comer?
—La comida viene siempre después del trabajo, niño.
— ¿Y cómo se trabaja con el estómago vacío? Explícate —refunfuñó. Seokjin se rio por esa maña del menor. Se daba cuenta que, cuando no entendía algo o simplemente no estaba de acuerdo con ello, se comportaba como un crío berrinchudo.
—Ya te compré las galletas de arroz. Aquí se desayuna entre las siete y las ocho de la mañana, después de trabajar en el campo desde las cuatro, ¿entiendes? El almuerzo viene después del mediodía, pero antes de las dos de la tarde.
— ¿Tienen horarios para cada comida?
—Por supuesto.
—Qué complicados son los del campo —murmuró para sí mismo.
Resultó que no fue sólo un acompañante para Seokjin, sino su maldito cargador. Transportar madera hacia la camioneta parecía una tarea tan sencilla, que cualquiera podía llevarla a cabo, pero Kazuki terminó astillándose un par de veces, tirando los polines cuando intentaba cargar varios a la vez, y quejándose de lo que tal labor le haría a sus manos bien cuidadas. Seokjin estuvo casi una hora en la ferretería, otra en la maderería, y terminó casi llenando su camioneta de un montón de herramientas y material para construcción. Sintió curiosidad, ¿para qué necesitaría tantas cosas?
— ¿Vas a construir?
—Una cabaña. Es un proyecto personal —contestó. Acababan de subirse a la camioneta, Kazuki se quitó el suéter de Seokjin, pues ya comenzaba a sentir algo de calor, después de ir y venir, cargando cosas—. Ahora iremos al mercado sobre ruedas. Y por si no lo sabes, niño rico, uno de esos es un mercadillo con puestos ambulantes.
—Ah, como los bazares donde se compran antigüedades.
Resultó ser que aquel mercado tan pintoresco, llamó enormemente la atención del japonés. Nada más bajar de la camioneta, se aventuró a ir de puesto en puesto, mirándolo todo. Durante un rato, Seokjin se perdió de vista, pero él siquiera lo notó, pues estaba muy ocupado admirando unas figuras de porcelana. Todavía era muy pronto para darle un regalo a Lilian, ¿cierto? Tenía que esperar a conocerla un poco mejor, para saber qué clase de presente sería adecuado para ella.
—Es hora de irnos —anunció el mayor, tomando por sorpresa al más bajo, que respingó cuando oyó su voz y lo sintió detrás de él—. ¿Ya compraste lo que necesitabas? —Kazuki le respondió negando con la cabeza—. ¿Por qué no?
—Porque… —se acercó a él; Seokjin le sacaba al menos dos cabezas de altura, era bastante más alto, así que Matsumoto tuvo que alzarse en las puntas de sus botas y el otro, agacharse un poco, con el ceño fruncido, esperando una contestación—. Toda la ropa que hay aquí es… de segunda mano.
—Por supuesto, ¿qué esperabas de un mercado ambulante? No vas a encontrar ropa de marca por aquí, si eso estás buscando. Ya no estás en la ciudad, chiquillo.
Kazuki se sintió entre avergonzado, enfadado por el tono en que Seokjin le habló, y también… decepcionado. Era verdad, estaba demasiado lejos de “su mundo”.
—Mira, no tenemos más tiempo para tonterías. Conseguiré algo para ti, conozco a alguien que es tan delgado como tú, aunque más alto. Como sea, vamos a desayunar, muero de hambre.
Ni siquiera hubo tiempo para protestas, Seokjin comenzó a caminar de regreso a la camioneta. El trayecto fue corto y silencioso, cuando Kazuki menos lo esperó, ya estaban entrando a un local de comida casera. El lugar estaba bien iluminado por grandes ventanas, había unas ocho mesas -en ese momento, tres estaban ocupadas-, todo era colorido, fresco, adornado por flores y enredaderas artificiales en las paredes. Era lindo. Había visitado lugares parecidos en sus viajes vacacionales.
Cuando pusieron un pie dentro, las miradas cayeron sobre ellos. Kazuki se sintió observado y aunque él adoraba la atención, se sintió cohibido, fuera de lugar. Por supuesto, ¿cuántas personas llegaban envueltas en ropa de diseñador, de los pies a la cabeza, con esa cara de no saber qué diablos está pasando?
— ¡Jinnie! —la voz femenina se alzó por encima de la música que tenían a bajo volumen como fondo. Había una televisión encendida, transmitiendo las noticias de la mañana. Kazuki vio a una mujer muy bajita aproximarse a ellos y estamparse contra Seokjin, que era como un roble junto a ella. Se abrazaron con cariño, ante la mirada curiosa del citadino—. Qué gusto que hayas venido, se te ha extrañado mucho por aquí, ¿sabes cuánto preguntan por ti, muchacho?
—La cosecha ha comenzado —él se excusó, sonriéndole con esa calidez que transmitía naturalmente—, así que hay mucho trabajo por hacer.
—Jiwoon estaba preguntándose cuándo vendrías.
— ¿Está noona por aquí?
—Oh, no. Salió temprano, seguramente volverá pronto.
Kazuki se aclaró la garganta. ¿Es que se habían olvidado de su presencia?
—Ah, sí —Seokjin volteó a ver a su acompañante, después a la mujer—, este es Kazuki. Un nuevo inquilino. Niño, ella es Park Eunhye, una amiga de mi madre. Venimos a comer aquí cuando nos lo permite el tiempo.
—Encantado de conocerle, señora Park —el chico saludó educadamente.
— ¡Señora! ¡Habrase visto semejante falta de respeto! —exclamó la mujer, con una bien fingida indignación. Kazuki se convirtió inmediatamente en un tomate, desde el cuello hasta la punta de las orejas y estaba a punto de comenzar a disculparse mil veces, cuando ella se echó a reír. Seokjin sonrió, discreto, pero divertido—. ¡Estoy bromeando, cariño! Pero si quieres saberlo, no hace mucho que dejé atrás los cuarenta—le contó en secreto, murmurándoselo y bromeando por supuesto. Era realmente pequeña, no alcanzaba la estatura de Kazuki. Y sí, lucía increíblemente joven para una mujer de mediana edad.
—L-lo siento…
—Deja de asustar al chico —rio Seokjin—. Vamos a desayunar o se nos hará más tarde.
— ¡En seguida! Por favor, tomen asiento. Yo misma voy a atenderles. Ah, y mucho gusto, Kazuki. Tienes un nombre muy lindo, espero verte a menudo por aquí.
Kazuki sonrió, entre nervioso y asustado.
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sweetandcrime · 2 years
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4.
—Conocí a su hijo.
Lilian dejó de cortar los vegetales y se dio una palmadita en la frente.
— ¡Lo olvidé por completo! Debí avisarte que vendría por la mañana. ¿Te sorprendió? Entra y sale de aquí sin avisar, espero que no te haya asustado.
—Fue sorpresivo, sí —sonrió, estaba pelando papas en ese momento, sentado frente a la mesa de la cocina—, pero fue muy amable.
—A veces es un poco serio, pero es un buen chico. Le pediré que te lleve a conocer un poco el pueblo, ¿qué te parece?
—Se lo agradezco, señora Jie, pero no me gustaría causarle molestias a su hijo. Se ve que es un hombre muy ocupado.
—Estoy segura de que no tendrá problema con ser tu guía —sacudió suavemente la mano, haciendo un ademán con el que pretendía restarle importancia.
—Hoy salí a dar una vuelta, no exploré mucho, pero Yeoryang-myeon es... es muy bonito.
—Espera a que conozcas más el campo, los ríos. Te hará bien, Kazuki. Por aquí y en los pueblos vecinos hay muchos chicos de tu edad, te irás adaptando y conociendo más personas. El otoño está llegando, es tiempo de cosecha y habrá mucho trabajo.
—Me gustaría ser de ayuda, tengo que ocuparme en algo mientras esté aquí...
—No te preocupes, lo he hablado con tu abuelo antes de que llegaras. Hay mucho trabajo en la granja, serás de mucha ayuda. Con eso bastará para cubrir el alquiler. Tu abuelo enviará una generosa suma para costear tus gastos, te lo ha dicho ya, ¿verdad? —Kazuki asintió—. Así que puntualmente, cada semana, el cartero te entregará lo que te corresponde.
—Muchas gracias, señora.
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—Muy bien, vamos a comenzar por aquí —Lilian avanzaba por el patio trasero, con Kazuki caminando detrás de ella, siguiendo sus pasos como lo haría un pequeño cachorro con su madre—. Tengo un arbusto marchito que ya no tiene posibilidades de revivir. ¿Podrías quitarlo por mí?
— ¡Por supuesto!
—Quiero que tengas mucho cuidado, ¿sí? En la mesita que está allá —señaló al fondo—, tienes todas las herramientas que necesitas. Las tijeras, una sierra, la pala, el pico... También están mis guantes de jardinería, puedes usarlos. Yo me ocuparé en la cocina, habrás terminado para el almuerzo, quizá mucho antes. Si necesitas algo, dímelo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
A paso lento, Lilian se marchó, dejando a solas a Kazuki. Observó el arbusto, que fácilmente superaba su propia estatura; espinas, hojas secas, un nido de ave abandonado. Suspiró y se acercó a la mesa de las herramientas, de donde tomó los guantes. Se quedó mirando todos los utensilios... Muy bien, ¿y ahora qué se suponía que debía hacer? Jamás en su vida había tenido que ponerle una mano encima a las plantas de su jardín -para eso tenían jardineros expertos, por supuesto-. Levantó la pequeña sierra y se quedó en blanco, ¿debía cortarlo todo con eso o...? ¿Por dónde debía comenzar?
Lilian le echó vistazos de vez en cuando, desde una esquina de la casa, sólo para asegurarse de que estuviera bien. Se reía ella sola. "Le hará bien aprender cosas básicas que en casa nunca ha necesitado hacer por su cuenta", había dicho Eiji Matsumoto, el abuelo del chico; por eso, ella no intervino, dejó que el pobre muchacho se enredara solo, haciendo todo al revés, o mal hecho. La experiencia era necesaria y un poco de jardinería mal ejecutada no dañaba a nadie, consideraba ella. Así que volvía pronto a la cocina.
Hora y media después. Kazuki se dejó caer en el césped, sin importarle ya que sus costosos pantalones se ensuciaran. Pataleó, lanzando las tijeras a un lado.
— ¡Esto es imposible! ¿Cómo se supone que lo arranque si tiene tantas espinas? Y el estúpido tronco, es demasiado grueso —refunfuñó.
—Toma.
Kazuki pegó un respingo y rodó por el suelo, hasta estar de frente con la persona que acababa de hablarle. ¿En qué momento había llegado ese hombre ahí?
Seokjin estaba parado a metro y medio de distancia, extendiendo el brazo y sosteniendo un vaso con agua fría. Con el sol, apenas podía verle la cara. Kazuki entrecerró los ojos para poder hacerlo.
—Lo manda mi madre —continuó. Estaba tan sucio como Kazuki, aunque Seokjin no lucía fuera de lo normal, era un hombre de campo después de todo. En cambio, el chico parecía haberse revolcado en el polvo por primera vez en su vida; tenía tierra en las mejillas, las manos, la ropa, y pedacitos de hojas secas en el cabello revuelto. Sudaba. Las manos le ardían—. Pero si no lo quieres... —se bebió el contenido del vaso de un solo trago, mientras el menor lo observaba inmóvil, simplemente abriendo la boca con sorpresa. Hasta entonces, se puso de pie y se sacudió el pantalón.
— ¡Oye, eso era mío!
—No te movías —encogió los hombros. Desvió la mirada hasta el arbusto a medio cortar y arqueó una ceja. Se acercó pronto, no sin antes dejar el vaso en el pasto—. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
—E-es... ¡nada! Qué te importa. Largo, déjame trabajar, ¿quieres? Tch.
Seokjin volteó a verlo, con esa sonrisita burlona que hizo a Kazuki sonrojarse furiosamente. El hombre levantó la tijera y comenzó a cortar las ramas, una por una, con sumo cuidado. Matsumoto notó la delicadeza con la que tocaba la planta muerta, a pesar de tener unas manos gruesas, igual de varoniles que el resto de su anatomía. Era diestro en la jardinería, por lo visto, porque hizo en tres minutos lo que a Kazuki le había tomado tres cuartos de hora.
—Para quitar la raíz, tienes que cavar una zanja alrededor de todo el arbusto, de esa manera el cepellón quedará expuesto —comenzó a explicar—, puedes ayudarte con el azadón o el pico, si encuentras piedras grandes, aunque lo dudo. Una vez hecho eso, podrás manipularlo y moverlo. Tienes que quitar toda la raíz que encuentres o no dejará que otras plantas crezcan aquí. ¿Me estás escuchando?
Kazuki se había quedado mirándole la nuca, una gotita de sudor que resbalaba por su piel, y preguntándose qué distancia habría desde uno de sus hombros hasta el otro, pues su espalda era ancha.
— ¿E-eh? Sí... —mostrando toda seguridad, irguió bien la espalda y le arrebató de las manos la pala que había tomado—. ¡Por supuesto que eso ya lo sabía! ¿Por quién me tomas? Tsk...
Seokjin sonrió divertido y encogió los hombros.
—Mi madre está terminando el almuerzo. Será mejor que te des prisa —dicho eso, se agachó a tomar el vaso vacío y comenzó a caminar hacia la casa.
Kazuki se quedó ahí, con la pala en la mano, viéndolo caminar hasta perderse de su vista.
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sweetandcrime · 2 years
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3.
Lilian Jie, en su juventud, fue una mujer de belleza irresistible. Kazuki pudo comprobarlo mediante las fotografías colgadas en la pared de la sala, que eran pocas en realidad. En sólo uno de esos retratos aparecía acompañada de un hombre que él asumió se trataba de su esposo. En la fotografía, el hombre estaba vestido con un overol de trabajo desgastado, sombrero de mimbre, redondo y de ala ancha, y guantes gruesos; tenía el brazo derecho extendido sobre los hombros de una Lilian muy joven, bajita en comparación con él, de vestido floreado. Ella iba descalza, con el cabello ligeramente revuelto, y los dos se miraban mientras sonreían ampliamente.
Kazuki imaginó que algo los habría hecho reír en ese momento. Su posición despreocupada, su aire relajado y esa sonrisa brillante que compartían le provocaron una sensación de alegría. Él había sido un hombre muy atractivo, según alcanzaba a ver. No había ninguna foto más de él, se preguntó si sería porque ella prefería evitar los recuerdos. Aunque entendía perfectamente que aquella foto de los dos juntos estuviera colgada en la pared; era una escena hermosa, capturada para siempre.
Siguió curioseando por ahí y descubrió que la mujer gustaba de la simplicidad y el orden. No había demasiados adornos, sólo los justos, y todo permanecía siempre pulcro y reluciente. Pensaba que, con la vejez, también llegaba el aburrimiento, ella misma había mencionado que no tenía demasiado en qué emplear su tiempo. Kazuki no sabía si era así como a él le gustaría llegar a viejo: solo, aburrido en una casa enorme.
El chico no sintió llegar a Lilian, hasta que habló.
—Es mi hora de ir al supermercado —ella dijo, tomando sus llaves del perchero de la pared—, me toma media hora llegar al pueblo más cercano. Los autobuses aquí son escasos, pero de eso ya te irás dando cuenta cuando decidas salir a conocer. ¡Ah! Sólo hay un teléfono público en toda la comunidad, es importante que lo sepas, la señal no es muy buena aquí, pero si deseas hacer una llamada, puedes ir a la tienda de abarrotes. Está a menos de quince minutos caminando.
El chico asintió.
— ¿Señora Jie?
—Dime, hijo.
—El otro inquilino, ¿nunca está en casa?
—No, casi nunca —rio—, trabaja en la granja, con mi hijo. Vas a verlo muy poco por aquí. Pero es un buen chico y muy buen inquilino; nunca hace escándalos, es educado y muy puntual con el alquiler.
Kazuki volvió a asentir y ahí terminó la conversación. La mujer abandonó la casa después de ponerse un suéter.
Eran las siete de la mañana del primer martes que Matsumoto pasó en Yeoryang-myeon, una comunidad perdida en una provincia de Daegu. Su primera noche fue más tranquila de lo que esperaba, aunque el sueño tardó en llegar, como era usual. Pero no hubo ruidos de autos acelerando en la distancia, ni discusiones de vecinos ebrios, ni gatos peleando en los techos, ni despertadores digitales. Sólo rayos del sol colándose por las ventanas, entre la fina tela de las cortinas blancas.
Había bajado después de lavarse la cara y enjuagarse la boca. El agua estaba helada. Lilian ya estaba despierta a esas horas, con el desayuno recién preparado y tomándose un té de limón cuando el chico bajó. Creyó que el inquilino que había mencionado haría acto de presencia, pero ella ni siquiera lo mencionó. Desayunaron sólo ellos dos.
Habría mentido de haber dicho que no moría de hambre. Devoró como si llevase días sin probar bocado.
Fregó los platos mientras la mujer se encargaba de otras tareas y se preparaba para salir. Hacía tanto que no convivía con alguien de esa manera tan cotidiana y sencilla. Sintió la calidez de un hogar, por primera vez en mucho tiempo; sin sirvientes que hicieran todo por él, empleados a su disposición, listos para cumplir cualquiera de sus caprichos; sin amigos ruidosos que le invitaran a irse de fiesta entre semana y lo mejor de todo... Sin novios desleales, mentirosos.
Cuando él apareció en sus pensamientos, algo se revolvió en su interior, se agitó haciéndole sentir un malestar indescriptible. Era el sabor de la decepción y el rencor en su lengua. Había salido de la cocina para distraerse viendo las fotografías en la pared de la sala, pero nada espantó esos recuerdos intrusivos que insistían en inquietarlo.
Decidió que no se quedaría ahí encerrado a ahogarse en memorias que ya de nada le servían, así que se apresuró a salir del domicilio en cuanto Lilian se hubo marchado. Pero apenas puso un pie fuera, pasando el gran portón, su frente chocó con la espalda de quién sabe quién. Él refunfuñó. Olía a hierba, a tierra y tabaco. Lentamente levantó la vista, al mismo tiempo que el hombre se giró para verlo. Aquella fue la primera vez que se vieron a los ojos, no había lentes de por medio, pero sí el mismo pañuelo del día anterior, y también el sombrero de ala ancha. Era un hombre mayor, por lo menos tendría unos treinta y cinco, se le notaba maduro, con voz profunda, imponente.
— ¿Tú? —resopló. Discretamente le echó un vistazo. El hombre cargaba un par de tablas de madera. Sudaba, las gotitas resbalaban desde su frente ligeramente arrugada.
—Gracias por abrir —dijo, empujando suavemente a Kazuki desde el hombro, para que se hiciera a un lado. El hombre entró y Matsumoto se apresuró a correr tras él, con una expresión de pura incredulidad. ¿Y ese quién se creía que era para entrar así nada más?
— ¡Oye! ¿A dónde crees que vas? ¿Quién te dio autorización? Ugh, me ensuciaste la camisa —masculló entre dientes, al ver el resto de tierra impreso a la altura de su hombro—. ¿No tienes educación? ¡Hey!
El hombre se detuvo. Volteó a verlo, levantó una ceja y lo observó con una expresión que decía "¿por qué no cierras la boca?". Kazuki desvió la vista, de pronto se había sentido intimidado.
—La señora Jie no está. ¿Quién eres tú y qué haces aquí en su casa? Ella no me dijo q...
—Mi madre es olvidadiza —contestó, bajando las tablas y soltando un suspiro pesado. Se quitó el sombrero y sacó un pañuelo de su bolsillo trasero, para limpiarse la frente húmeda. Tenía el cabello alborotado, negro como la noche. Y era condenadamente guapo, Kazuki lo sabía aunque ni siquiera le ha visto el rostro totalmente descubierto. No haría falta una cara bonita, pensó, con esa presencia que tenía habría podido derretir al mismísimo polo norte.
Un momento. ¿Qué? ¿Su madre?
— ¿Tu... madre?
El hombre se retiró la gruesa tela de la cara y a la vista, quedó la evidencia de que Kazuki tenía toda la razón: era muy atractivo. Y era igual al hombre de la fotografía en la sala, su viva imagen.
—Me habló de ti, dijo que vendrías a vivir por un tiempo con ella. Sabía que eras un niño de ciudad, pero ayer que te vi, me preguntaba cómo harías para sobrevivir aquí —esto último lo dijo exhalando una risita discreta. Se dio media vuelta, tomó las tablas y siguió avanzando, desviándose por todo el exterior de la casa, rumbo al jardín trasero, supuso Matsumoto. Él lo siguió, apurando el paso.
—Espera, ¿así que cuando me encontraste ayer en el camino, tú ya sabías que se trataba de mí?
—Por supuesto. Nadie que viva por lo menos a tres pueblos de aquí conduciría un auto como ese ni usaría la ropa que tú, o tu perfume costoso.
— ¡¿Y por qué no me acompañaste?! ¡Pude haberme perdido, o encontrado con asaltantes, o animales peligrosos! ¿Y si me atacaba un oso, huh?
— ¿Dónde diablos crees que estás, niño? —rio. Hay una pequeña cerca de madera, él empujó la puerta y se dirigió al patio de atrás. Había una pila de trozos de madera acomodada bajo un árbol. Kazuki no se había dado cuenta de la extensión de aquel terreno, tan verde y lleno de vida, flores y árboles aquí y allá. Era precioso, pensó, como un pedacito de Edén—. Como mucho te encontrarás con ranas, serpientes, avispas...
— ¿S-serpientes?
—Y si tienes muy mala suerte, probablemente te cruces con algún lince, leopardo... —la carcajada que soltó cuando vio la expresión del chico hizo que Kazuki pasara de pálido a sonrojado en cero coma—. Esas especies están en peligro de extinción y no se encuentran en esta región. Pero abundan los animales de granja, las ardillas, ratones, uno que otro perro salvaje...
—Pe-pero... pero, si no los molesto, no van a atacarme, ¿cierto?
—Los animales son animales, Kazuki Matsumoto —hizo énfasis en la forma en que pronunció su nombre, tenía el acento característico de aquella región, era fuerte y marcado, no como el de Kazuki, que a leguas dejaba ver que era un chico de ciudad. Le causó un placer extraño oírlo decir su nombre con esa voz tan profunda—. Su instinto los vuelve impredecibles, incluso los que están adiestrados.
Mientras hablaba, se dedicaba a ordenar el montón de madera. Matsumoto echó un vistazo a su alrededor y suspiró, preocupado.
—Toda esta madera sirve para la chimenea y la estufa de leña. Los inviernos son duros aquí —comentó cuando ya había terminado—. En fin. Mucho gusto, Matsumoto. No hace falta que le digas a mi madre que vine, vengo todas las tardes, así que la veré aquí dentro de un rato.
Kazuki asintió y el hombre comenzó a alejarse, hasta que al chico cayó en cuenta de que olvidó una cosa.
— ¡Oye! ¿Cómo te llamas?
—Seokjin.
Despejada la duda, Seokjin se retiró.
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sweetandcrime · 2 years
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2.
La casa en la que Lilian Jie residía era la última vivienda en un callejón sin nombre, marcado con el número 9; solitario, casi abandonado.
El sol rojo se derramaba sobre las crestas más elevadas de las montañas y el cielo ardía en su luz, lleno de color y vida. Una corriente de aire fresco barrió los pastizales altos y resecos que ondeaban como llamas doradas hacia los valles extensos.
La tarde estaba por finalizar cuando el recién llegado se presentó frente al domicilio señalado con el número 15; presionó el timbre y esperó, mientras le dedicaba una mirada de pura curiosidad a la fachada de la propiedad. Era una vieja casa de dos pisos, construida en madera y velada por dos altos e imponentes árboles, cuya especie desconocía totalmente. Había flores y enredaderas por doquier, dejando entrever que la dueña era acérrima amante de la naturaleza.
El Mustang aguardaba callado a su espalda, igual que las dos maletas que descansaban en el suelo. De fondo sólo escuchaba el trino de los pájaros. Era extraño e impresionante, cómo apenas hacía cuarenta y ocho horas se hallaba aturdido por el griterío de los automóviles de la ciudad. A punto de casarse. El aire de este nuevo lugar se sentía puro, fresco; era el cambio radical que necesitaba. No podría haber tomado una mejor decisión, pensaba.
El portón viejo rechinó al abrirse, detrás se asomó una mata gris de cabello recogido y ojos marrones, bordeados por las evidencias de una larga vida. La sonrisa que lo recibió y le dio la bienvenida lo contagió, así que sonrió en respuesta.
—Señora Jie —el chico se inclinó hacia el frente con respeto—, soy Kazuki Matsumoto.
—Pude notarlo desde que olí ese perfume caro —mencionó ella, con toda amabilidad—. Te estaba esperando. Llegaste más tarde de lo que estimé —ella comenzó a alejarse de la entrada, con su andar pausado. Kazuki levantó sus valijas y las puso un momento de vuelta en el suelo para cerrar el portón, después continuó el camino.
—Tuve un... pequeño inconveniente —explicó, siguiendo a su guía—, estos caminos son confusos.
—Son confusos —confirmó ella, asintiendo—. El té está casi listo. Tu abuelo me dijo que te gusta el té de canela, ¿verdad? Pasa, pasa.
Kazuki volvió a sonreírle cuando sus miradas se encontraron. La gentil atención que le brindaba la mujer le producía sentimientos ambivalentes, colisionaban en su pecho y por un momento, más breve de lo que puede durar un suspiro, lo oprimió una sensación de sofoco.
—Siéntate, muchacho —Lilian estaba yendo a la cocina.
Matsumoto estaba quitándose el calzado y dejando sus pertenencias. Curioso, echó un rápido vistazo a la sala de estar; a primera instancia, lo que más llamó su atención fueron las escaleras y su sencillo diseño, de madera reluciente. Parecía que alguien acababa de pulir el barandal.
Silencio. Todo lo que escuchaba era el tic-tac del reloj que pendía de la pared, cerca de la puerta que conectaba con la cocina.
Lilian volvió, Kazuki ni siquiera se había sentado cuando la vio, así que apresuró el paso hacia ella, haciendo amago de tomar la bandeja que ella estaba cargando.
—No, no. Sé que estoyvieja, pero no tanto como para no cargar la bandeja del té —refunfuñó ella y el chico se disculpó inmediatamente con un “lo siento”, apenado.
—No quise ofenderla —agregó.
—Siéntate hijo, siéntate.
Él obedeció sin chistar. Se sentía algo cohibido, viéndola servir el té mientras él simplemente esperaba.
—Las galletas de mantequilla son mis preferidas —comentó, cuando estaba finalizando su labor—, yo misma las preparé; espero que te gusten.
El olor a canela del té, cuando finalmente tomó la taza y la acercó a sus labios, lo trasladó a las tardes nubladas de abril, en Busan, cuando compartía la merienda con sus primos. De eso ya hacía varios años.
—Así que... japonés —comenzó ella, Kazuki asintió—. Tu coreano es realmente bueno, muy bueno.
—En realidad, conozco muy poco de mi lugar de nacimiento. Ni siquiera puedo recordar si alguna vez pisé Japón antes de mis quince años —explicó y continuó, tras un sorbo de té—: Mi abuelo me contó que ustedes se conocieron en Hong Kong.
—Ese viejo Matsumoto siempre tuvo un espíritu aventurero —ella sonrió—, yo tenía apenas trece años cuando él llegó de vacaciones con su familia. Era apenas una campesina sin educación y él apareció con su porte de heredero millonario a alborotar a toda mi comunidad —mientras hablaba, hacía ademanes que concordaban con lo que estaba contando; estirando el cuello, irguiendo la espalda y moviendo las manos con gracia, para imitar el porte de aquel hombre del que hablaban—. Era y es un muy buen hombre, realmente buen hombre, tu abuelo —asintió, y se tomó un sorbo de té. Kazuki estaba sonriendo, embargado por un sentimiento de orgullo—. Después se marchó y por azares del destino, cuando mi familia se mudó a Busan, nos volvimos a encontrar. Ya estaba comprometido con una coreana bellísima, de apellido importante. Tu abuela y yo nos hicimos grandes amigas, a pesar de la diferencia de posiciones sociales. Conocí a tu madre cuando era una niña, con el tiempo, fuimos perdiendo comunicación, pues él era un hombre de ciudad, igual que toda su familia, y yo... Bueno, como ves, hijo, yo nunca dejé de ser una campesina.
— ¿Usted, uhm... no tuvo hijos? —la conversación se había tornado tan interesante que sentía curiosidad por todo. Bebió el té, comió un par de galletas, sin dejar de ver a su anfitriona.
— ¡Por supuesto! Un hijo único. Él trabaja nuestra granja, herencia de mis padres.
— ¿Vive aquí, con usted?
—Oh, no, no... Para nada. Él ya es un hombre mayor al que le gusta su independencia. Ha trabajado muy duro. Vive en la granja, no muy lejos de aquí. Pero viene a diario y tomamos el almuerzo, juntos. Lo conocerás pronto.
—Su casa es muy bonita, señora.
—Gracias, Kazuki —hubo una pausa, el chico se sintió repentinamente nervioso, pues ella lo observaba fijamente—. ¿Quieres contarme por qué estás aquí? El camino no es muy corto hasta este lugar y la ciudad es completamente distinta a todo esto. Cuando recibí la llamada de tu abuelo, me sorprendió muchísimo. No pude decirle que no al favor que me estaba pidiendo, esta siempre será su casa y la de su familia.
—Estaba... estaba cansado —murmuró, desviando la vista hacia sus propias manos—, la ciudad puede ser realmente agobiante. Necesitaba un cambio que fortaleciera mi salud, el estrés comenzaba a ser dañino.
—Espero que te adaptes pronto a Yeoryang-myeon. Es una localidad muy pequeña, un poco difícil de dominar cuando se viene de fuera, pero sabe abrir sus puertas a los que llegan.
—Me ha recibido muy bien hasta ahora —la sinceridad de sus palabras también se notó en su sonrisa.
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La madera crujió suavemente bajo sus pies a medida que subía, escalón por escalón. Su vista fija en la espalda de la anciana, que avanzaba hacia arriba cuidadosamente.
—No me molesta preparar el desayuno para todos. Me levanto muy temprano, así que no tienes que preocuparte por eso. Además, pocas cosas puedo hacer para mantenerme realmente activa, la vida de viejo es muy aburrida, así que me gusta ocuparme de la cocina.
— ¿Para todos?
— ¡Oh! No te lo comenté, ¿cierto? Tengo un inquilino. Él vive conmigo desde hace ya un par de años. Vivió por mucho tiempo en una comunidad cercana, pero decidió quedarse y hacer de este pueblo su hogar.
Cuando se dio cuenta, ya habían llegado al segundo piso. El pasillo estaba oscuro, así que Lilian presionó el interruptor y una tenue luz blanquecina iluminó el pequeño corredor. Había cuatro puertas.
—La casa es grande. Mi cuarto está abajo, la que antes fue la biblioteca de mi difunto esposo. Como comprenderás, una mujer de mi edad ya no puede darse el lujo de subir y bajar escaleras todo el día —ella rio, no sonaba como una anciana, como se empeñaba en recalcar, sino como una adolescente, risueña y jovial—, así que dos de estas habitaciones se usan como bodegas, sólo tienen muebles, libros y cosas muy viejas que no he querido desechar. Soy una vieja sentimental, hijo, aferrada a los recuerdos.
—Yo también, señora.
La segunda puerta del lado izquierdo fue abierta, Kazuki entró después de ella y se encontró con una habitación muy ordenada, tenía un olor fresco, la cama estaba recién hecha. Los muebles eran escasos, pero suficientes; una mesa, un librero, un sofá individual y un armario. Todo lo que alguien podría necesitar. La ventana era amplia, suponía que por las mañanas dejaría entrar una buena cantidad de luz. Le gustaba. No era a lo que estaba acostumbrado, pero de eso se trataba el viaje, ¿no? De salir de lo que conocía, de olvidarse del mundo en el que había vivido toda su vida y respirar otros aires.
—… Y aquí está el baño. Como ves, es pequeña, pero cómoda—ella se acercó al jovencito y tomó su mano, en cuya palma depositó un juego de llaves—. Estas son tuyas. Esta es del portón, esta de la puerta de entrada, la de tu habitación y la de la puerta trasera que da al jardín. La mayoría de la gente de Yeoryang-myeon cuenta con electricidad, pero aquí no tenemos tantos aparatos de esos que funcionan con corriente eléctrica. De vez en cuando, para ahorrar, usamos velas. También tengo una radio por ahí, puedo obsequiártela para que no te aburras tanto, sé que el cambio puede ser duro para ti.
—Es usted muy amable, señora. Gracias.
—Si necesitas algo, por favor, dímelo. Esta es tu casa, Kazuki.
Ella se marchó poco después y cuando la puerta se cerró, Kazuki sintió un peso caer sobre sus hombros. Era como cargar cemento. Era el peso de la soledad, del cambio. Tomó asiento en la orilla de la cama y observó a la nada, las líneas irregulares de la madera se asemejaban al laberinto que sentía era su vida.
Atrapado, sin salida.
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Intentó con todas sus fuerzas reprimir el llanto que amenazó con derramarse, después de que se asentara en su pecho una sensación de pesadez, de asfixia. ¿Había hecho lo correcto? Las dudas afloraron mientras su vista se perdía en la nada.
Atrás había quedado toda una vida. Él jamás se habría imaginado siendo capaz de tomar una decisión tan drástica como abandonar a sus amigos, conocidos y más importante, a su familia. Lo que era todavía peor, sin darles aviso de absolutamente nada. ¿Estaría comportándose como un imbécil sin consideración? Su abuelo le había asegurado que conversaría con sus padres, para hacerles saber que se encontraba bien, que sólo necesitaba unas breves vacaciones para reponerse. Kazuki le había pedido expresamente que no le dijera a nadie de su ubicación y el hombre le prometió que así sería.
Ahora estaba ahí, en medio de la nada, en lo que parecía un mundo totalmente opuesto a lo que le era conocido.
Observó a su alrededor, detallando con la mirada cada rinconcito de aquella habitación callada.
Se suponía que ese era un nuevo comienzo, su puerta hacia la libertad, pero sólo sentía que se había mudado de jaula.
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sweetandcrime · 2 years
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1.
El teléfono sonó, una y otra vez, los mensajes llegaron por montones, pero ni uno ni otro fueron contestados, hasta que el dispositivo fue apagado y no se volvió a encender más. ¿Alguno de esos que llamaba tenía algo importante que decir? Lo dudaba. Cualquier cosa que pudieran decirle, no cambiaría nada; no había consuelo que valiera.
Él había abandonado la ciudad hacía horas, montado en su Mustang 67, el regalo de bodas de su abuelo. Lo único que simbólicamente tenía relación con lo que había acontecido esa misma mañana, cuando parado frente al altar, a su familia y amigos, se quedó esperando hasta que cayó en cuenta de que la ceremonia no iba a llevarse a cabo; su prometido jamás iba a hacer acto de presencia.
Vestido con el esmoquin que había elegido con mucho cuidado un mes antes, había abandonado la iglesia en un taxi, que lo llevó hasta su departamento. No le había tomado ni diez minutos recoger lo básico, abordar su automóvil y salir disparado de ahí, dejando la ciudad atrás. Habían tratado de detenerlo, por supuesto, lo habían seguido durante media hora, hasta que lo perdieron de vista.
Una hora después, Matsumoto Kazuki había desaparecido del radar sin más, sin dejar ni el polvo. Nada. Se había esfumado.
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El sol bañaba todo cuanto alcazaba la vista, brillante, pero sin ser agresivo; desprendía un calorcito agradable y veraniego, acompañado de ocasionales corrientes de aire fresco. Las laderas, entre verdes y amarillentas, rodeando aquel pequeño pueblito escondido -tan así era, que siquiera figuraba en el mapa de la ciudad-, silencioso.
Kazuki se quitó los lentes de sol cuando bajó de su auto y echó un vistazo a su alrededor. Había perdido la cuenta del tiempo que había conducido; se había detenido en un desvío, incapaz de decidir hacia dónde tenía que ir. Echó un vistazo a su mapa y chasqueó la lengua, lanzándolo al asiento del copiloto.
—Por supuesto que no hay registro de este lugar —masculló entre dientes—, porque tenías que elegir un pueblo perdido de la maldita civilización —se inclinó sobre el asiento del piloto, tratando de alcanzar una botella de agua, de las cuatro que había comprado la última noche que pasó en la ciudad en que vivía. Bebió un largo sorbo y tomó una profunda bocanada de aire, tratando de relajar la mente. Vertió una cantidad pequeña de líquido en su mano y después se salpicó un poco el rostro y el cabello, para refrescarse.
Estaba cerrando la botella cuando escuchó un ruido lejano, que fue acercándose poco a poco. Alerta, se giró para mirar alrededor y cuando reconoció dicho sonido como el galope de un caballo, esperó hasta que este apareció en su campo de visión. El jinete tenía el rostro cubierto por un pañuelo grueso, lentes oscuros, sombrero ancho y la ropa sucia. Llegó levantando el polvo a su paso y se detuvo a escasos tres metros del Mustang.
Kazuki se había apresurado a meterse al auto y nervioso buscó debajo del asiento contiguo algo que pudiera servirle de arma; todo lo que encontró fue una llave inglesa de 10 pulgadas, que por alguna razón había guardado en su bolso de mano. La sostuvo contra su pecho, observó el retrovisor lateral y tragó en seco cuando vio que el caballo avanzaba lentamente hasta ponerse a la par del vehículo. Rápidamente subió el cristal de la ventanilla.
— ¡No se acerque más! —gritó desde adentro. El hombre permaneció inmóvil, el caballo movía la larga cola castaña—. ¡Se lo advierto!
Pero el desconocido siguió sin moverse, hasta que Kazuki lo vio relajar los hombros, como si acabara de suspirar y soltar una profunda exhalación. Soltó las riendas del animal y con una mano enguantada le hizo una señal, indicándole que bajara el vidrio. Matsumoto negó con la cabeza, el hombre repitió el ademán. Sólo así, el veinteañero abrió la ventanilla, pero le apuntó con la llave.
— ¿Qué quiere? ¿Va a asaltarme? ¡¿Es usted uno de esos vaqueros forajidos que andan cazando gente por las carreteras más solitarias?! ¡Le advierto que...!
— ¿Estás perdido? —la voz ronca, profunda, provocó en el alterado muchacho un escalofrío que le erizó la piel. Se había escuchado amortiguada por la espesa tela que le cubría la mitad de la cara.
Se hizo el silencio por varios segundos. Él no podía saberlo a ciencia cierta, pero el extraño lo estaba observando fijamente a través de esos horribles lentes negros, sentía su mirada derramada en su rostro sonrojado por el calor.
—No —espetó con desdén, pero luego continuó a regañadientes—: sí.
— ¿A dónde vas?
—Yeoryang-myeon —contestó, modulando el volumen de su voz. El hombre irguió el cuello y movió la cabeza, Kazuki siguió la dirección de su señalamiento: hacia la derecha.
—Es por allá.
—Oh...
—Y este no es el Viejo Oeste, chico. Baja esa llave, podrías lastimar a alguien —toda la burla, la malicia inocente de ese comentario, aumentó el carmín en el rostro de Kazuki, quien frunció inmediatamente el ceño. ¡Ese sujeto estaba sonriendo, estaba seguro! Pero antes de protestar, él ya se había alejado a todo galope.
Tiró la llave en el asiento de al lado y puso las manos en el volante, con la frente apoyada en este. Entonces soltó un grito y pataleó. ¡¿Qué acababa de pasar?! ¡Estúpido! ¿Quién lo había mandado a buscar refugio en un poblado totalmente alejado de la mano de Dios, en medio de las montañas?
Resopló. No le quedaba más que seguir adelante.
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