Notas de Lo que dice un Imperio
Mi plan es normalmente subir estas anotaciones el día después, aunque, entre que estaba preparando unas notas que publicaré una vez que termine la historia, la Hetaberian Week y que ayer era un día de fiesta no fui capaz. Sin embargo, a pesar de la tardanza, aquí las tenéis.
1. La Familia Real
Antes de nada, contexto:
Tras fallecer la primera esposa de Alfonso XII, María de las Mercedes, y ante la ausencia de hijos de este primer matrimonio, el monarca se casaría con María Cristina de Habsburgo-Lorena, en 1879.
Su relación con su esposo fue complicada desde el principio, sobre todo por el gran número de infidelidades que fue obligada a soportar —Alfonso XII había amado a su primera esposa, por lo que su muerte le afectó bastante. María Cristina llevó las actitudes de su marido normalmente con mucha templanza, pero los celos estaban ahí.
Alfonso XII fallecería en 1885, dejando al país en una gran incertidumbre. En ese momento, la pareja solo había tenido dos hijas, aunque María Cristina se hallaba embarazada de tres meses del futuro Alfonso XIII.
A pesar de que no se sabía si el nonato era varón, Cánovas —principal artífice de la Restauración Borbónica—, consideró esperar a que el bebé naciese antes de proclamar Reina a la primogénita de la pareja, la princesa María de las Mercedes. Y tuvieron la suerte de que fuese un varón (porque, si no, ahí estaban los carlistas esperando).
Durante su regencia, ella se mantuvo al margen, adoptando un papel meramente representativo. Permitió que los partidos dinásticos se turnasen con el fin de garantizar la estabilidad hasta que su hijo cumpliese la mayoría de edad y pudiese acceder al trono.
(Hubo momentos muy bajos durante este periodo, como el agravamiento del problema marroquí o la pérdida de los últimos territorios de ultramar, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que se conocería como Desastre del 98).
En 1902, María Cristina le traspasó la Corona, por fin, a su hijo.
En 1906, a pesar de que María Cristina no aprobaba esa unión —sobre todo por los antecedentes de hemofilia en la familia de la reina Victoria—, Alfonso XIII desposaría a Victoria Eugenia de Battenberg.
El matrimonio ya comenzó con mal pie: después de la ceremonia de la boda, en la procesión real, sufrieron un atentado. Un anarquista arrojó una bomba desde un balcón al carruaje real, y, a pesar de que la novia se salvó por haber volteado la cabeza hacia las vistas que le enseñaba su esposo, su vestido quedó manchado con la sangre de un guardia que viajaba junto al carruaje.
Como había pasado con María Cristina, las infidelidades en este matrimonio fueron volviéndose cada vez más comunes. Hay un libro que se llama El joyero de la reina, título que hace referencia al hecho de que, por cada infidelidad del Rey, a Victoria Eugenia se regalaba una joya.
Y terminó con muchas.
Victoria Eugenia era portadora de la temida hemofilia —enfermedad genética que consiste en la ausencia de dos factores de la coagulación de la sangre—, que le transfirió a dos de sus hijos (tuvieron siete en total; cinco varones y dos mujeres): Alfonso y Gonzalo. Esto contribuyó al enfriamiento de la relación con su marido.
Ahora bien, pasemos a los años de Gran Guerra.
Tanto María Cristina, austriaca, como Victoria Eugenia, inglesa, tenían a sus hermanos en bandos opuesto, y, en un principio, la convivencia se hizo bastante más difícil. Aunque si por algo eran conocidas estas dos mujeres era por su maravillosa contención de sus emociones, que pusieron en práctica.
Sin embargo, esta relación fue cambiando.
El 24 de octubre de 1914, nació el infante Gonzalo, el último de sus hijos. Uno de los hermanos de la Reina, Mauricio de Battenberg, fallecería días más tarde en Ypres, el 27 de octubre de 1914 (como curiosidad, su buena relación con Alfonso XIII propició que un mes antes le describiese en una carta los duros enfrentamiento en esas fases tempranas), y a la Reina se le ocultaría.
Durante este periodo de luto, María Cristina sería su apoyo principal. Y, después, tras el fallecimiento de uno de los familiares de la Reina Madre, Victoria Eugenia le devolvería el favor.
Cabe destacar que ambas también recibieron cartas de parte de familiares angustiados que deseaban la ayuda de la Oficina.
(Y, antes de cerrar, permitidme dejaros una foto sobre el árbol genealógico de la reina Victoria, en el que se muestra la transmisión de la hemofilia por las familias europeas.)
Y sí, Mauricio era hemofílico.
Por cierto, por más que aparezca en la leyenda lo de «mujer afectada», la hemofilia solo puede manifestarse en hombres. Las mujeres que tienen la mala suerte de tenerla mueren antes de siquiera llegar a nacer.
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2. Artículo número nueve de las convenciones de La Haya.
Hubo dos Conferencias de la Paz La Haya, tanto en 1899 —por la iniciativa de Nicolás II—, como en 1907. En estas se redactaron las llamadas convenciones de La Haya, que pretendían ser las reglas de la guerra moderna.
Cubrían tanto las armas permitidas en los conflictos como el trato de prisioneros y de heridos.
No va a ser la última vez que vaya a hablar de esto, pero los artículos son maravillosos. Si se hubiesen cumplido, desde luego, hubiesen ahorrado bastante sufrimiento.
El artículo catorce, por ejemplo, habla sobre una oficina de informes sobre los prisioneros de guerra, «en cada uno de los Estados beligerantes, y si llega el caso en los países neutrales que hayan recogido beligerantes en su territorio», que, según se decía, era la encargada de «responder a todas las preguntas que conciernen a éstos, recibirá de los diversos servicios competentes todas las indicaciones necesarias para que pueda formar una papeleta individual de cada prisionero de guerra. Se la tendrá en corriente de las internaciones y de los traslados, así como de las entradas en los hospitales y de los fallecimiento».
¿Os suenan de algo las funciones? (Las oficinas en los países beligerantes fueron las Cruces Rojas nacionales).
En fin, el artículo nueve, que es el que nos atañe, dice lo siguiente: «Cada prisionero de guerra está obligado a declarar, si se le interroga sobre el particular, sus verdaderos nombres y grado, y en el caso en que infringiera esta regla, se expondrá a una restricción de las ventajas concedidas a los prisioneros de guerra de su categoría».
El que el prisionero ocultase su nombre real era contraproducente porque, primero, impedía que se pudiese localizar, y, segundo, si se le descubría, perdía las ventajas (eso si tenían suerte).
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3. La guerra submarina.
Fue el motivo por el que Portugal entró en la Gran Guerra, por la petición del Reino Unido —que, curiosamente, era el primer opositor a que quedase involucrado en la guerra—, para que incautase todos los barcos alemanes y austrohúngaros en sus costas. Obviamente, Alemania le declaró la guerra el 9 de marzo de 1916 (aunque llevaban luchando en África desde 1914, así que ya tenía medio pie dentro del conflicto).
O, bueno, también uno de los eventos que encendieron la mecha para la entrada de Estados Unidos en la guerra, con el ataque a varios barcos. ¿El más famoso? El del RMS Lusitania, el 7 de mayo de 1915, a ocho millas de la Old Head en Kinsale, Irlanda, que se hundió en 18 minutos.
Había 1959 personas a bordo, y 1198 fallecieron. De esta última cifra, 128 eran ciudadanos estadounidenses.
No fue el que causó la entrada definitiva, porque Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos en la época, se negó a hacerlo a pesar de la gran pérdida de vidas. Sin embargo, las tres cartas que envió para dejar clara su posición —es decir, que Estados Unidos no iba a permitir ataques deliberadamente hostiles—, indican que la tensión no hacía más que ir en aumento.
(Estados Unidos fue responsable del hundimiento de aproximadamente cuatro submarinos en su fase de neutralidad).
La guerra submarina, o campaña de los U-Boote, tuvo un carácter mundial, aunque fue especialmente importante en el Atlántico Norte y en el mar Mediterráneo.
El objetivo era el bloqueo marítimo —impedir la llegada de alimentos y materias primas—, y cancelar sus rutas comerciales.
Como os podéis imaginar, todos los países en estos mares, formasen parte de la guerra o no, se vieron afectados. La propia España sufrió un bloqueo marítimo, y varios de sus barcos fueron hundido por Alemania.
No se puede confirmar que los ataques fuesen deliberados —a pesar de que en ocasiones sí que lo eran, y tenían una causa clara—, pero sí que no se molestaban demasiado en distinguir cuáles eran barcos enemigos, o de suministros, y cuáles de civiles.
Para evitar el hundimiento de los barcos, sobre todo de países neutrales, estos mismos colaboraron para la creación de un organismo para inspeccionar los barcos a su salida y llegada a los puertos —las intenciones eran las siguientes: marcar a los barcos que no transportasen armas para librarlos del fuego de los beligerantes, y crear un sistema de señalización para los barcos hospitales.
Como todas las demás iniciativas, fracasó.
Se crearon formas de evitar el control efectivo, y, ante la duda de quién era enemigo o no, se hundían a todos.
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