Tumgik
#arelydelgado
revistasentimental · 4 years
Text
LECHE
Por Catalina Berarducci
Tumblr media
Salí de mi casa pasado el mediodía, hablé con mi amiga Luba a la que no veía desde que empezó todo este tema de la pandemia. Quedamos de vernos en el Parque Hundido, un parque que queda a unos 10 kilómetros de mi casa. Nunca había entrado. Siempre me remitía a circundar la periferia, incluso cuando frecuentaba mucho la zona porque por ahí vivía el chico que fue mi primer novio. No sé por qué, porque realmente es un parque hermoso y muy interesante. Mientras esperaba a Luba entré. Me recordó mucho a los parques diseñados por Carlos Thays en Buenos Aires. Tiene algo de ese naturalismo medio pop, de poner muchas especies de árboles de diferentes partes del mundo juntos. El Parque Hundido es así, pero además es mucho más tupido que cualquier parque en Buenos Aires y está repleto de ardillas y réplicas de cabezas Olmecas gigantes. La réplica de la cabeza más famosa tenía la boca cubierta con un cubrebocas que decía “nos cuidamos entre todos”. Me inquieta un poco porque me hace acordar que yo olvidé el mío en casa y me vine en bici sin protección. La calle está tranquila pero no es algo completamente positivo. Hay algo inquietante en el paisaje urbano vaciado de gente y de actividades que realiza la gente. No quiero explicarlo muy bien ahora, no quiero llenar de interpretaciones este momento que es tan extraño, por eso no leo las notas que escriben los filósofos contemporáneos, me dan una especie de vértigo y asco. No sé si esos sentimientos son negativos. Simplemente siento que necesito un balbuceo más deforme en este momento, el lenguaje preciso me hace sentir presionada. 
Me encuentro con mi amiga y su hija y entre las dos acordamos abrazarnos brevemente, sin respirar. Alba, su hija de un año y medio, nos acompaña, se parece a Bjork en una versión miniatura y descubro que tiene un amor incondicional hacia lxs perrxs. Nos cruzamos con un siberiano al que ella insiste en llamar Maggie porque recientemente conoció a una siberiana llamada así. Asume que lxs perrxs son Maggies. Se le acerca a ese perro y a otro completamente negro y peludo, que la supera en altura. Lo hace sin miedo, y con mucha insistencia. A lo largo de nuestro paseo por el parque en el cual mi amiga y yo intercambiamos las más recientes anécdotas de nuestros últimos días, Alba se dedica a entablar una relación directa y asertiva con su entorno. Hay algo salvaje e inagotable en ella. El parque está casi sin gente, solo nosotras y algunxs oficinistas que almuerzan en las mesas entre los árboles. Después de caminar un rato largo, Alba se cansa y Luba decide cargarla. Al hacerlo dice “mmm quesito” a lo que yo pregunto “¿quesito?” y ella me dice que sí, que Alba aún tiene su costra láctea y que huele a quesito. Pienso en la costra láctea, esa fina capa de lactosa que se nos forma en los primeros meses de vida, porque nos alimentamos casi únicamente de pura leche. La leche debería ser más valiosa que el oro, pienso, deberían escribir más sobre la leche y menos sobre la sangre, pienso. La leche, esa sustancia primordial, medio sucia. Pienso, pienso, pienso. Y de tanto pensar se abre una dicotomía en mí que me permite tanto apreciar el entorno como escuchar a mi amiga. La flora urbana me recuerda a una obra que vi hace unos años de Esthel Vogrig, Nadia Lartigue y Juan Francisco Maldonado en la que también participaban Mariana Villegas, María Villalonga, Arely Delgado, Karina Terán. Fue en el 2016 en el Jardín Botánico de la UNAM, la obra duraba cinco horas, y se llamaba Tiempo de híbridos desde el bosque cibernético. Era hermosa y ahora que la recuerdo y veo este parque tupido -me gustaría decirle vergel-, el recuerdo se transforma en una especie de esperanza. Durante las cinco horas que duraba la obra, lxs performers se vinculaban con las plantas con movimientos chiquititos casi imperceptibles. Los movimientos eran sexuales, porque involucraban la pelvis haciendo ese movimiento para adelante y para atrás que hacemos todxs lxs animales. Se quedaban las cinco horas en un lugar, con una especie, con un arbusto pequeño autóctono o un árbol de corteza suave australiano, con el pasto o una piedra volcánica. Daba la sensación de que estaban creando un vínculo, de que la planta o la piedra se iban a acordar de ellxs cuando la obra terminara. Recuerdo recostarme a la sombra de un árbol y mirarlxs. También me habré dormido un poco. (Que lindo dormir a la sombra de un árbol). Algo que pasó durante esa obra, de lo que sólo yo fui testigo porque creo que fui la única espectadora que se quedó las cinco horas, fue que un hombre atrás mío, metido entre unos arbustos espinosos y secos, medio tapado por unos pastos largos, se masturbó. Fue genial, en ese momento sentí que la obra se completaba, porque se desparramaba de su formato y se encarnaba en un humano que pasaba por ahí. Creo que nunca volví a sentir esa fusión entre obra y realidad. Pero ahora, caminando por el Parque Hundido me imagino un posible futuro en el cual nos volvamos biofílicos. Los parques volverán a ser esos oscuros puntos de encuentro para el sexo, pero esta vez será interespecie. Insistiremos tanto en ese vínculo que comenzarán a brotar brevas de los árboles y esas brevas tendrán formas de bebés, que en vez de tomar leche, chuparán savia y serán de otro color, y no olerán a “quesito” si no a lo que huele la resina. Alba será amiga de esos bebés, también los perros y quizás también los oficinistas que les tirarán alguna sobra de sus almuerzos. Nuestro paseo está llegando a su fin. Nos embadurnamos las manos con mucho alcohol en gel y nuevamente decidimos darnos un breve abrazo sin respirar. Me subo a mi bici y emprendo el camino de vuelta. En el trayecto lo que más observo es que los carteles espectaculares de publicidades de ropa se están poniendo viejos, el papel se secó y se desgarró por partes.
0 notes