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tecnoappsreview · 1 year
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eldiariodelarry · 5 years
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Inocencia, parte 1
Camilo se miró por última vez en el espejo de su habitación y respiró hondo. Recorrió con su mirada la ropa que tenía puesta y luego sus ojos recorrieron su popio rostro en el reflejo. Sonrió.
Se aplicó perfume y salió de su habitación. Tomó sus llaves de la mesita de centro y dijo en voz alta:
—¡Voy a hacer un trabajo donde un compañero! —esperando que su madre lo oyera desde la cocina.
—¿Y tan tarde que se van a juntar? —preguntó con tono de preocupación su madre, saliendo de la cocina con un paño en las manos, secándoselas.
—Es que el Héctor recién a esta hora se desocupa de su trabajo —respondió Camilo.
La madre se acercó al joven y le acarició el rostro con cariño.
—Vaya con cuidado —le pidió, como si la sola idea de que le pasara algo a su hijo le causara dolor físico.
Camilo asintió, y con una sonrisa le expresó a su madre todo el amor que sentía por ella. Dio media vuelta y salió por la puerta de la casa a la calle.
Al cerrar la puerta tras el, tuvo un muy mal sentimiento de culpa. No le gustaba tener que mentirle a su madre, pero aún así, lo hacía. Sabía que la mujer no aceptaría jamás que su hijo fuera homosexual, así que le mentía para no decepcionarla.
También sabía que no era necesario inventar que estaría haciendo un trabajo donde un compañero. Simplemente podía haber dicho que iría a la disco con un grupo de compañeros de la universidad, después de todo, era natural que los mechones carretearan lo máximo posible. Pero no, siempre elegía las mentiras menos convenientes.
Después de unos minutos el sentimiento de culpa se fue desvaneciendo y las ansias de llegar a su destino comenzaron a ganar terreno.
Estaba muy emocionado de ir por primera vez a una discoteca alternativa. Se había puesto su mejor tenida, para causar una buena primera impresión dentro del ambiente homosexual.
“Quizás conozca a mi primer pololo”, pensaba con ilusión mientras esperaba que pasara el colectivo que lo llevaría a su noche de diversión.
—A Iquique con Allende —le indicó al chofer, engrosando la voz, mientras extendía la mano con un billete verde doblado pulcramente por la mitad.
Camilo nunca había ido a una discoteca alternativa, y la única vez que había asistido a una “normal”, había sido para su fiesta de cuarto medio el año anterior, así que no tenía forma de saber que, en realidad, iba demasiado temprano.
Al llegar intentó mostrar una actitud relajada y confiada, pero en realidad estaba muy nervioso y contento.
—¿Cédula? —le preguntó el guardia en la recepción, con una polera negra muy ajustada, provocando que Camilo quedara absorto mirando sus bíceps.
Sacó la billetera del bolsillo interior de su chaqueta de cuero y buscó su carnet de identidad. Lo extendió al guardia, quien lo analizó (o al menos simuló hacerlo), y luego se lo devolvió.
—Adelante —le indicó, con el mismo tono monótono del principio.
“Seguramente es heterosexual”, pensó.
Temblaba de pies a cabeza, emocionado de poder estar por fin en el lugar que había querido conocer desde hace años, y por fin se había atrevido.
Temió encontrarse con algún conocido que pudiese revelar su identidad a alguien más, pero estaba seguro que no conocía a nadie abiertamente gay, y si se cruzaba con algún conocido, asumía que tendrían que guardarse el secreto mutuamente. Se sentía optimista.
Se dirigió de inmediato a la barra a pedir su cover, que venía incluído con el precio de la entrada, y quedó deslumbrado cuando el barman se volteó a atenderlo. Sus ojos verdes y su corto cabello rubio le daban un aire de modelo de revistas juveniles, y de repente Camilo perdió la capacidad de hablar.
—¿Qué se te ofrece? —le preguntó con amabilidad el barman.
Camilo se dio cuenta después de un par de segundos que se había quedado absorto en la belleza del muchacho, y se avergonzó.
—Em… e… ¿qué? —preguntó, ruborizado.
Mal primer paso de la noche.
El barman se rio con empatía, como sintiendo lástima por Camilo.
—Que qué se te ofrece —repitió.
—Una cerveza —respondió de inmediato Camilo. Solo quería terminar con esa vergonzosa situación lo más rápido posible.
—¿Cuál? —volvió a preguntar, indicándole la variedad de marcas que habían en el refrigerador.
—Corona —fue la primera que vio Camilo.
El barman levantó las cejas, decepcionado.
—¿Primera vez? —le preguntó, sacando la botella de la máquina.
—Si —respondió después de unos segundos, en los que pensó seriamente en responder lo contrario. La costumbre de mentir—. ¿Cómo supiste?
—Porque se nota que estas muy nervioso —respondió el barman, apoyando los codos en la barra y hablándole más de cerca—, estás solo, y eres demasiado joven para estar aquí tan temprano —agregó, sonriéndole amablemente.
Camilo se ruborizó al darse cuenta que al parecer era muy obvia su situación.
—Guárdate el cover, yo te invito ésta —dijo guiñándole el ojo, a modo de cierre de conversación cuando llegó un grupo de hombres a la barra a pedir algo para beber.
—Gracias —le dijo Camilo, sin creer la amabilidad del barman.
“Quizás me estaba coqueteando” pensó, ilusionado por la amabilidad del apuesto muchacho. Siguió con la mirada al barman, mientras saludaba con mucha alegría a uno de los hombres que llegaron a la barra. “Simplemente fue amable porque es su trabajo”, se dijo finalmente Camilo, decepcionado.
Le dio la espalda al bar y notó que la pista estaba relativamente vacía aún, un par de grupos de hombres (a los que Camilo les echó al menos unos cuarenta años), compartían alegremente en puntos distintos de la pista de baile, conversando, riendo y bailando.
A medida que los minutos (y las horas) pasaban, comenzó a llegar más gente, la mayoría hombres homosexuales, y Camilo sintió que se enamoró al menos unas cincuenta veces.
Nunca había visto a chicos tan lindos con los que podría existir la posibilidad de tener una relación (los chicos lindos que conocía eran todos heterosexuales, a su saber), pero obviamente, estaban todos acompañados, de sus amigos o sus parejas, o ambos, y su obvia timidez no lo ayudaba a atreverse a invitar a alguien a bailar.
Así se mantuvo al borde de la pista, con su botella de cerveza ya casi vacía, moviéndose torpemente al ritmo de la música.
Se acercó a la barra con la esperanza de ver al chico de ojos verdes y poder conversar un rato con él, pero lamentablemente, él ya no se encontraba en el puesto, donde ahora una guapa chica de largo pelo negro y flequillos tomaba los pedidos.
Guardó el cover en el bolsillo interno de su chaqueta, y le pidió otra cerveza a la barwoman, quien rápidamente le entregó la botella y recibió el dinero.
Camilo se sentó en la silla que estaba más al borde de la barra, y se puso a ver a la gente bailando, un poco bajoneado porque la noche no estaba resultando como él quería.
Quizás él no servía para eso, quizás el “mundo homosexual” no era lo suyo y tendría que seguir en el closet, deprimido e infeliz, ya que no era capaz de poder relacionarse con otros gais.
Estaba a punto de levantarse para irse a su casa cuando escuchó una voz grave a su lado.
—¿Primera vez aquí? —Camilo miró a su lado y un hombre fornido de unos cincuenta años le sonreía con simpatía. No recordaba haberlo visto acercarse, o quizás estaba demasiado absorto en sus pensamientos depresivos que perdió la capacidad de notar lo que ocurría a su alrededor.
—Si, primera vez —respondió con sinceridad, mientras recorría el rostro del hombre con la mirada.
De rostro delgado, y completamente afeitado, tenía el cabello corto luciendo con orgullo las canas que asomaban con fuerza, dándole un color gris oscuro. Unos anteojos ópticos enmarcaban sus ojos oscuros, y las arrugas del costado indicaban el paso de los años.
Camilo pensó que tendría alrededor de unos cincuenta años, pero a pesar de la gran diferencia de edad, le parecía bastante atractivo. “Seguramente en su juventud debió haber sido guapísimo”, pensó.
—¿Y andas solo? —le preguntó.
—Si —se ruborizó Camilo—, ¿y usted?
El hombre se rió.
—Llámame Raúl —le dijo, extendiéndole la mano.
—Camilo —respondió, con timidez, estrechándole la mano.
—Oye Camilo, te estuve mirando un rato mientras bailabas, y me gustaría conocerte más. ¿Te tincaría ir a mi casa a conversar un rato en privado? —preguntó Raúl, sin rodeos.
Camilo se sorprendió con la audacia de su pregunta, pero también su autoestima se vio agradecida por sus palabras. “¿De verdad me quiere conocer?”, “¿en serio le puedo parecer interesante o guapo como para invitarme a su casa?”. Su seguridad aumentó en un cien porciento, y le subió el ánimo.
—Si quieres te pago —propuso el hombre, acecándose al oído de Camilo, al no recibir una respuesta inmediata de su parte.
Camilo lo miró, intentando descifrar si hablaba en serio o no.
Raúl sacó su billetera, y la abrió. Recorrió con los dedos los billetes que estaban adentro, y Camilo pudo ver una gran cantidad de Arturos.
Sintió la adrenalina recorrer su cuerpo, y probablemente por acción del alcohol de la cerveza, se sintió más audaz, más atrevido y capaz de hacer cosas que quizás más temprano nunca habría hecho.
—Bueno —respondió finalmente.
Raúl le sonrió, y ambos se pusieron de pie y se dirigieron a la salida de la discoteca.
Durante el viaje en la camioneta roja de Raúl, Camilo comenzó a sentirse nervioso. Dudó de su decisión de haber aceptado la propuesta del hombre que iba a su lado, pero no dijo nada. No quería hacerlo sentir mal, por ridículo que sonara.
Raúl se detuvo de frente al portón de una casa blanca en el sector Coviefi.
—Llegamos —le dijo, con entusiasmo—. Voy a entrar la camioneta, y tu te bajas adentro, ¿ya? —explicó.
Camilo simplemente asintió, con una sonrisa tímida.
No sabía qué estaba haciendo ahí, si claramente no tenía ningún atributo llamativo como para atraerle al dueño de casa, y mucho menos tenía experiencia como para saber manejarse en una situación así.
Una vez adentro de la casa, Raúl le ofreció una copa de champán, y le indicó que tomara asiento en el sillón de un cuerpo del living, mientras él se sentaba en el de tres cuerpos ubicado frente al primero.
—¿A qué te dedicas, Camilo? —le preguntó, intentando crear conversación.
—Estudio —respondió secamente—. Ingeniería Comercial —agregó, para no sonar tan cortante.
Mintió. En realidad estudiaba pedagogía.
—¿Y usted? —le preguntó a Raúl—, ¿y tu? —se corrigió de inmediato.
—Trabajo en una agencia —respondió con confianza Raúl—, de publicidad —agregó, interpretando correctamente la expresión de duda de Camilo.
—¿Haces muy seguido esto? —quiso saber Camilo, aunque sentía que no debía preguntar.
—La verdad no —se rió, para mostrar despreocupación—, pero cuando te vi sentí que no podía dejarte ir, aunque tuviera que ofrecerte mi casa entera.
La mirada de Raul recorrió el cuerpo de Camilo con deseo, y finalmente se detuvo en sus ojos. Le hizo una seña con los dedos, indicándole que se acercara, y Camilo obedeció.
Se levantó del sillón y se paró frente a Raúl, quien con sus manos acarició sus muslos y glúteos por sobre la tela del pantalón.
Camilo flectó las piernas a los costados de Raúl, siguiendo las sutiles indicaciones de su anfitrión, y se sentó en su regazo, quedando ambos frente a frente.
—También puedo notar que es tu primera vez haciendo algo así —le dijo Raúl.
—No —mintió Camilo, y de inmediato se arrepintió. No sabía por qué le había mentido, si no tenía necesidad de hacerlo. No estaba obligado a complacerlo ni tampoco era algo vergonzoso admitir que nunca había tenido sexo por dinero.
Raúl le sonrió, mirándolo a los ojos, y se acercó a besarlo.
Camilo no hizo nada, solo esperó a que sus labios tocaran los suyos, y supuso que desde ahí improvisaría.
Siempre supuso que su primer beso sería algo mágico, por estúpido que sonara. Se lo daría al chico que trabajaba en la cafetería de la universidad, después de encontrarse en algún carrete, donde ambos se conocían y conectaban de una manera única, hasta que se daban cuenta que estaban atraídos el uno al otro. Con suerte también sería el primer beso del chico de la cafetería, pero si no, no le importaba. Y así pasaba del chico de la cafetería, a su amigo de la infancia, al compañero de la u que al menos reconocía su presencia, y últimamente, el barman de la discoteca. En resumen, cualquiera que hiciera su vida un poco menos miserable.
Sintió la lengua de Raúl intentando abrirse paso a través de sus labios, y él se lo permitió. Trató de hacer lo mismo, imitándolo, pero se sentía incómodo. Sabía que lo estaba haciendo mal, dejando en evidencia su inexperiencia.
Las manos de Raúl recorrían la tela del pantalón de Camilo, e intentaron meterse por debajo de esta, por la parte de atrás, pero el cinturón no se lo permitía.
Raúl se puso de pie, con Camilo aún en su regazo, se dirigió a su habitación, y lo dejó en la cama de dos plazas. Se comenzó a desvestir, frente a Camilo, y él lo imitó. Apreció el cuerpo trabajado del hombre que tenía frente a él, y se sintió como en una película porno, aunque sabía que no tenía las habilidades para igualar a una.
Quedaron ambos en ropa interior, y Raul se avalanzó sobre Camilo y recorrió su cuerpo con sus labios. Le besó las tetillas y luego le hizo sexo oral.
Camilo sintió un tipo de placer nuevo, una sensación que nunca había logrado con la masturbación. Con las manos acariciaba el cabello de Raul, para demostrarle que le gustaba lo que hacía.
Cuando llegó su turno de hacerlo, se puso nervioso y no supo como reaccionar. Tomó el miembro de Raul con sus manos, y se lo metió a la boca por completo, lo que le provocó un reflejo de emesis.
—Suave —le indicó Raul, con amabilidad, y cuando Camilo comenzó a hacerle sexo oral, demostró su placer con gemidos (un poco exagerados a opinión de Camilo, porque pensaba que era imposible que fuera capaz de provocarle tal placer).
Camilo se aseguró de que llegado el momento, él fuera el activo en la relación sexual, y Raúl no opuso resistencia. Le pasó un condón que tenía guardado en el velador, y se lo puso con la boca.
El encuentro sexual terminó después de varios minutos en los que Camilo golpeó su pubis contra los glúteos de Raúl, de forma casi automática, oyéndolo gemir y gritar, y obedeciendo sus sugerencias respecto al ritmo, y acercándose a besarlo cada vez que el hombre le indicaba que lo hiciera.
—¿Qué te parece si ahora te lo meto yo? —le preguntó Raúl, después de haber concluido la relación sexual, perdiendo toda la sutileza que usaba antes del acto.
Camilo, que estaba recostado a su lado, aun desnudo, se puso nervioso ante su propuesta.
—Peferiría que no —se ruborizó. Sentía que ya tenía al menos la confianza para compartir cierto nivel de sinceridad—. Nunca he sido pasivo —explicó.
—¿En serio? —preguntó sorprendido Raúl, con la mirada iluminada.
—Si —respondió Camilo, ganando un poco de seguridad.
—Bueno, en ese caso tendría que ofrecerte más dinero.
Raúl se levantó de la cama y buscó entre su ropa la billetera. Sacó unos billetes, los contó y se los entregó a Camilo, mientras se volvía a sentar en la cama.
Camilo los recibió perplejo.
—Eso es por lo de hoy.
Eran cien mil pesos. Camilo no sabía cómo sentirse. Si bien nadie puede decir que esa cantidad de dinero le llega en mal momento, siempre su madre le inculcó que para tener dinero tenía que ganárselo con trabajo duro.
—Piénsalo bien si quieres que te inicie en el rol de pasivo —le dijo, con una sonrisa convincente—. Una virginidad puede atraer mucho dinero.
Camilo no dijo nada, simplemente sonrió y bajó la mirada. El hombre que tenía frente a él le estaba ofreciendo comprar su virginidad, por quizá cuánto dinero.
Según su punto de vista era una estupidez pensar que la virginidad de una persona tuviera un valor cuantificable, o que una persona virgen valiera más moralmente hablando que una que es sexualmente activa; pero de todas formas, nunca había pensado que tendría la oportunidad de vender la suya, a pesar de que ya lo había hecho hace unos minutos, sin que lo supiera Raúl.
Raúl se acomodó en la cama, quedando muy cerca de Camilo.
—Me gustó, lo que hicimos —le dijo.
Camilo se rió con timidez, sin saber qué decir. La verdad estaba comenzando a sentir cierto rechazo al hombre que estaba frente a él, y sinceramente, sentía asco de sí mismo también.
Se sentía sucio, a tal nivel que consideró devolver el dinero, pero no lo hizo.
—Ahora quedas libre —le dijo Raul—. Si quieres te puedo llevar a tu casa —ofreció.
—No, gracias —intentó fingir cordialidad—. Puedo tomar un taxi —dijo riéndose sin ganas, mostrándole el dinero a Raúl. En realidad no quería que supiera dónde vivía.
Tomó una ducha rápida en el baño de Raúl antes de vestirse, y al salir Raúl seguía completamente desnudo.
—¿Cómo te contacto? —le preguntó el hombre.
Camilo no quería darle su número de teléfono, pero lo hizo igualmente, fingiendo amabilidad.
Se dio media vuelta para dirigirse a la puerta de salida, pero Raúl lo tomó de la mano.
—Mira como me pones —le dijo poniendo su mano en su miembro, y luego lo besó con fuerza. Camilo no opuso resistencia, pero lo besó sin ganas. Un beso vacío.
Raúl le dio una última nalgada, y lo soltó.
—Camilo… —dijo Raúl, cuando Camilo ya estaba frente a la puerta de entrada.
Camilo se volteó, para saber qué quería Raúl.
—¿Si?
—¿Te molestaría si hablo con algunos amigos sobre ti? —preguntó, y Camilo no entendió muy bien a qué se refería—. Amigos que podrían pagar muy bien por lo que tienes para ofrecer —agregó.
—No, para nada —dijo con una sonrisa amable que ocultaba perfectamente su vacío emocional.
Se dio media vuelta, y salió por la puerta.
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tecnoappsreview · 1 year
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tecnoappsreview · 8 months
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