Tumgik
#entonces brida se quedó con eso
supernovazs · 2 years
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💫. @ycllowsubmarinc​
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❛ Todo lo has hecho por mí, ¿huh? ❜ repitió las palabras del ex danés, con una sonrisa escéptica, viéndolo detenidamente. ❛ Te fuiste de nuestras tierras, nos traicionaste y te dejaste gobernar por los ingleses, mientras nuestra gente luchaba por su libertad... ❜ hizo un breve recuento de los puntos que más le dolían de las acciones del contrario. ❛ No sé por qué me suena a una táctica más... ❜
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bibliotecamobi · 8 years
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El pozo mágico | Julia de Asensi
Una tarde, que los padres aún no habían vuelto de trabajar en el campo, se hallaba Juanito en su bonita casa compuesta de dos pisos, al cuidado de una anciana encargada de atender a las faenas de la cocina, mientras sus amos procuraban sacar de una ingrata tierra lo preciso para el sustento de todo el año.
La casa era el sólo bien que los dos labradores habían logrado salvar después de varias malas cosechas; era herencia de los padres de ella y por nada en el mundo la hubieran vendido o alquilado.
Juanito se hallaba en la sala, una habitación grande, alta de techo, con dos ventanas que daban al campo, amueblada con sillas de Vitoria, un rústico sofá, una cómoda, con una infinidad de baratijas encima, y dos mesas.
A una de las ventanas, que estaba abierta, se acercó por la parte de fuera un hombre mal encarado, vestido pobremente y con un fuerte garrote en la mano. Hizo seña a Juanito de que se acercara y le preguntó, cuando el muchacho estuvo próximo, donde se encontraba su padre.
-En el campo grande -contestó el niño.
-¿Y dónde es eso? -prosiguió el hombre.
-Por lo visto es V. forastero cuando no lo sabe. Mire por donde yo señalo con la mano. Ese sendero de ahí enfrente tuerce a la izquierda, sale a una explanada, luego...
-No hay quien lo entienda -interrumpió el hombre-; y el caso es que urge verlo para el ajuste de los garbanzos y de la cebada. ¿No podrías acompañarme?
-Mis padres me han prohibido salir de casa, y si falto a su orden me castigarán.
-Más podrán castigarte si pierden la renta por ti.
-¿Y qué he de hacer entonces?
-Acompañarme si quieres y si no dejarlo que haré el trato con otro labrador.
-Es que -prosiguió el niño-, dicen que hay dos secuestradores en el país y por eso mis padres temen que salga.
-Yo te respondo de que yendo conmigo no los encontrarás; además llevo un buen palo para defenderte.
-¿Los ha visto V.?
-Sí, iban a caballo, camino del molino viejo.
-Entonces no hay temor porque tenemos que ir al lado opuesto. Vamos.
Juanito salió guiando al hombre por la senda que antes indicara.
La tarde era clara y serena, brillaba el sol en un cielo sin nubes y el calor se dejaba sentir con fuerza porque ni un árbol daba sombra a aquel campo sembrado de trigo a derecha e izquierda. Un estrecho sendero conducía al lugar, aún muy distante, donde los padres del niño se hallaban trabajando. Pero antes de llegar a la explanada de que hablara Juanito, el hombre lanzó un silbido extraño y un joven se presentó casi enseguida llevando un caballo de la brida. A una seña del que había obligado al pequeño Juan a salir de su casa, el joven montó y el niño se vio cogido por unos robustos brazos y colocado sobre el caballo también. Gritó pidiendo auxilio, pero al instante un pañuelo fue puesto sobre su boca para ahogar su voz y ya no hubo defensa posible para la infeliz criatura.
El caballo iba a galope y Juanito veía al pasar con vertiginosa rapidez, los carros cargados de paja que volvían al pueblo, las yuntas que, terminados los trabajos, iban a encerrar, algunos labradores que se retiraban a sus hogares; pero todo de lejos y sin que ningún hombre fijase su atención en él.
A pesar de aquella carrera, el camino le pareció muy largo; al fin el joven hizo parar al caballo, bajó al niño y, sin soltarle, abrió una puerta que conducía a un vasto terreno que debió ser jardín en otro tiempo, le introdujo allí, volvió a cerrar con llave; y le dejó solo sin ocuparse al parecer más de él.
Juanito no pudo contener sus lágrimas al ver las altas tapias que hacían de aquel paraje una prisión imposible de dejar. Anduvo después largo rato, hasta que rendido se paró en un ángulo del terreno donde había un pozo rodeado de jaramagos y florecillas silvestres. Aquel sitio inculto tenía un misterioso encanto para él.
Llegó la noche, y cansado, sintiendo hambre y sed, se echó no lejos del pozo y al fin se durmió.
A la mañana siguiente uno de los bandidos, el primero que vio, fue a despertarle y le obligó a firmar un papel para sus padres en el que les decía que los secuestradores le matarían si no les entregaba quinientos duros por su rescate.
-Y es la verdad -añadió el hombre-, si no pagan te tiraremos a ese pozo.
Los labradores en balde buscaron aquel dinero; en tan breve plazo nadie quería comprarles su casa ni dar nada a préstamo.
Juanito, que no había comido desde el día, anterior, sentía indefinible malestar y a veces le parecía que una nube velaba sus ojos.
Llegó la noche y los bandidos no parecieron. E niño se acercó al pozo y ¡cosa rara! creyó ver que en el fondo brillaba una luz.
-¿Estaré soñando? -se preguntó Juan.
Y siguió mirando, pero el pozo era muy hondo y no se veía si tenía agua o estaba seco.
Poco después una voz, de mujer o de niño, cantó dentro del pozo el siguiente romance con una música dulce y un tanto monótona:
Había en una ciudad un bello y juicioso niño a quien unos malhechores lograron tener cautivo. Le llevaron engañado a una casa con sigilo donde había un gran terreno que antes jardín hubo sido, rodeado de altas tapias, con arbustos ya marchitos, árboles mustios o secos y un pozo medio escondido en un bosque de rastrojo, de gran abandono indicio. Pidieron por el muchacho un rescate los bandidos, mas siendo los padres pobres y careciendo de amigos, en balde fueron buscando aquel oro apetecido precio de la libertad del idolatrado hijo. Por vengarse, los ladrones presto hubieron decidido arrojar en aquel pozo al pobre muchacho vivo, y sin escuchar sus ruegos, aquellos hombres indignos, levantándole en sus brazos le lanzaron al abismo. Antes de llegar al fondo los ángeles, también niños, quizá hermanos por el alma del prisionero afligido, trocaron las duras piedras por un césped duro y fino y bellas flores silvestres de nombres desconocidos que en algún jardín del cielo acaso hubieron cogido, y entonces el secuestrado, sin esperar tal prodigio, halló al caer aquel lecho donde se quedó dormido...
La voz se fue extinguiendo poco a poco, y Juanito no oyó las últimas palabras del romance. Pero aquel canto le había llenado de esperanza; sabía que si le arrojaban al pozo no tendría nada que temer. Miró hacia el fondo y observó que la luz, que poco antes viera brillar, había desaparecido.
Se echó sobre la hierba y esperó con relativa tranquilidad la vuelta de los malvados secuestradores. Estos llegaron a las doce de la noche: muy disgustados por que los padres de Juanito no habían depositado el dinero en el sitio indicado, pues los infelices no habían encontrado ni la vigésima parte de lo pedido.
-Le arrojaremos al pozo mágico -dijo el más joven señalando al niño-. Esos rústicos no habrán dejado de dar aviso de lo que ocurre a la guardia civil y, para probar que no somos nosotros los secuestradores, tenemos que desembarazarnos del chico. ¿Cómo creerían que no éramos culpables si hallaban al muchacho con nosotros?
-Y ¿no le buscarán en el pozo? Y a propósito de este, ¿por qué le llamas mágico? -preguntó el otro bandido.
-Porque algunas veces se oyen en él gritos y en el pueblo aseguran que está encantado.
-¿Y tú lo crees?
-Yo no, pero lo llamo así por costumbre que tengo de oírlo.
Siguieron hablando y por último se acercaron a Juanito y, sin atender a sus ruegos, le arrojaron al pozo.
El pobre niño perdió el conocimiento antes de llegar al fondo, así es que no supo si había allí el lecho de flores hecho por los ángeles sus hermanos.
Cuando volvió en sí se halló en un pequeño cuarto acostado en una humilde cama. Un hombre y una muchacha velaban junto a él. El primero, sin hacerle pregunta alguna, le dio algún alimento que reanimó sus fuerzas, mientras la segunda le miraba con cariñosa curiosidad.
Cuando el hombre salió, Juanito se atrevió a preguntar a la niña dónde se encontraba.
-Mi padre me había prohibido hablarte para que no te fatigaras -dijo ella-, pero ya que te muestras curioso... ¿Has oído cantar en el pozo mágico?
-Sí; ¿quién cantaba?
-¿Eso qué importa? Todo lo que decía el romance se ha realizado. En el fondo del pozo no había agua ni duras piedras, has caído sobre paja y heno. Luego mi padre te ha cogido en sus brazos y te ha traído aquí para avisar a tu familia a la que conoce y quiere porque tu padre le salvó la vida cuando los dos eran soldados. Desde el fondo del pozo se oye todo lo que traman los secuestradores y mi padre ha evitado por eso algunos crímenes. La casa que ellos ocupan está en la parte alta del camino y la nuestra en la más baja; el pozo tiene una abertura que pone en comunicación esta vivienda con la otra, obra que hicieron unos contrabandistas en otro tiempo, pero que los secuestradores ignoran. Hay un camino subterráneo que llega a nuestro pequeño jardín. Para que tu ilusión fuese más completa, puse margaritas y amapolas en el fondo del pozo, pero como te desmayaste no lo has visto. Ya iremos allí otro día.
La llegada del padre de la muchacha puso término a la conversación; pero como a la mañana siguiente Juanito estuviese ya bueno, tuvo deseos de ver el fondo del pozo con su nueva amiga. Esta abrió una puerta que había en un cobertizo que daba al jardín y ambos penetraron en un subterráneo estrecho y húmedo, llegando al fin al pozo donde Juanito había caído. El niño cogió unas margaritas y prometió que las guardaría siempre.
Sobre sus cabezas se oía un fuerte altercado; era que iban a prender a los secuestradores. Estos querían probar su inocencia negando haber robado a Juan y, casi habían convencido a sus perseguidores, cuando una voz infantil dijo desde el fondo del pozo:
-Sí, son ellos los que me robaron, lo declaro para que no hagan lo mismo con otros niños.
-¡El pozo mágico! -exclamó el más joven de los secuestradores.
Aprovechando su estupor, los que iban en su busca se apoderaron de él. El otro se defendió a tiros; una de las balas hirió mortalmente a su compañero y él cayó al suelo también muerto por uno de sus contrarios.
Aquella misma tarde, Juanito fue devuelto sus padres que no podían creer fuese cierta la ventura de volver a verle, pues ya imaginaban que hubiese sido asesinado.
¡Con cuánta efusión se abrazaron luego los dos antiguos soldados! El padre de Juanito al saber que su amigo y su hija eran muy pobres, se los llevó a su casa donde compartieron con la familia los trabajos del campo, abandonando aquellos su humilde vivienda. La comunicación con el pozo fue tapiada y el terreno donde se ocultaban los secuestradores convertido en hermosa huerta.
Juanito sintió siempre el más vivo afecto por la muchacha a la que hacía cantar muy a menudo aquel romance que le oyó por primera vez en el fondo del pozo mágico.
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latikobe · 6 years
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La historia de la virgen “desaparecida” dos veces
(Foto: Laura Rodríguez)
SANTA CLARA.- Noviembre de 1986, Santa Clara, Villa Clara. Un viejo decide esa mañana acabar con el abundante yerbazal que le carcome la tierra, que hace días le trastorna el sueño. “Hoy sí”, se dice, y trepa a su tractor para retirar la maleza. Algo en el suelo ha golpeado al animal de hierro. “¿Esto qué es?”, cuestiona. Va, y lo toca. “Parece piedra”, asume. “No es piedra, muy liso para ser piedra”, confirma cuando intenta retirar los terrones de aquella base blanca que emerge de las entrañas del mundo. Poco a poco asoma la cara de un ángel, y otro, y parece ser algo muy grande, y, entonces, llama a voces a todo el que transita por los caminos aledaños.
En minutos, las cercanías del actual “Mercado Paralelo” de la ciudad de Santa Clara, fue llenándose de gente, creyentes o no. Habían hallado la imagen de una virgen enterrada en una zanja. Aparecieron flores y velas en el lugar, y la multitud prestó sus manos para verle por fin el rostro y las manos a la inmaculada. Poco tiempo ha de durar la espontánea peregrinación. “El Gobierno se encargará de sacarla”, dieron como respuesta las autoridades que acudieron a la cita. Nunca más se supo de la figura. Era esta su segunda y “misteriosa desaparición”.
La inmersión de una creencia
El 8 de diciembre de 1955 la doctora Concha Falcón, regente de las Damas Isabelinas, hubo de colocar la primera paletada de mezcla sobre el lugar donde sería emplazada una importante escultura a la entrada de Santa Clara, en la carretera central y la prolongación de la calle Independencia. Como otros sitios del mundo, la ciudad también merecía su propia virgen del camino. El proyecto había sido urdido a propósito del Primer Centenario de la Proclamación del Dogma de la Inmaculada, patrona internacional de las Hijas Católicas de América, conocidas en Cuba con el nombre de Damas Isabelinas.
De acuerdo con las referencias ofrecidas por la biblioteca del Obispado de Santa Clara, la escultura fue descrita como: “una versión maravillosa de la Inmaculada de Murillo, tiene tres metros de alto y está tallada en legítimo mármol de Carrara en los talleres de Enrico Arrighini e Figlio, casa fundada en 1870 en Pietrasanta (Lucca) Italia y fue el artista responsable el señor Nicola Arrihini. Tiene un peso de tres mil ochenta kilogramos y su costo a todo riesgo puesta en La Habana fue de 2 889,68”.
A pesar de que, al principio, los católicos que forjaron tal empresa solo contaban con la fe, la providencia los ayudó a dar término a su designio y obtener el dinero necesario para que, el 12 de mayo de 1957, Día de las Madres, fuera inaugurado y bendecido el monumento como Inmaculada Concepción, el cual alcanzó un costo final de 6 437,28 pesos.
“El monumento en sí constaba de un pedestal de mármol en que descansaría la imagen, así como una fuente luminosa rodeada por un ancho muro del que brotaba una fuente de agua en sus 360 grados y por una ancha acera de granito, lo que daba lugar a un conjunto maravilloso”, según reza en un artículo publicado en la revista Amanecer por Xavier Carbonell. Además, hace referencia a la tarja conmemorativa que se colocó en lugar: “Como elocuente testimonio de fe, / amor y gratitud a María, Madre de Dios / y Madre de los hombres y como / imperecedero recuerdo del primer / centenario del dogma de su Purísima / Concepción, ofrecen amorosamente / este monumento, las damas isabelinas / y el pueblo de Santa Clara. / Proyectado en diciembre de 1954. / Terminado y bendecido en 1957”.
A principios de los años sesenta, la virgen fue retirada sin motivo alguno del sitio donde la habían enclavado. Según cuentan muchos de los que han escuchado su historia, a algunos dirigentes de las tropas barbudas les molestó algo que “era cosa del pasado” y decidieron enterrarla o lanzarla en las zanjas cercanas de uno de los dos ríos que circundan la ciudad, hasta su reaparición a mediados de los ochenta.
Re-desaparición
Armando Valdueza, quien trabajaba codo a codo con el Monseñor Fernando Prego como secretario de servicios pastorales, recuerda cuando el rumor del hallazgo echó andar por todo el pueblo. “Ese fue el tiempo cuando trataron de borrar un poco el pasado”, comenta. ”Fue cuando reestructuraron el parque Vidal, que transformaron varias edificaciones, y cuando retiraron la virgen, pero dejaron la fuente”.
Como Valdueza, muchos otros sospecharon en los ochenta que la imagen encontrada sucia, rota y desgastada en la zanja, se trataba de la Inmaculada Concepción, que décadas antes le había sido arrebatada a la ciudad. Por la manera en que fue enterrada en el lodazal, con la cabeza más sumergida que la base—a pesar de que esta pesaba más—hay quien asume que se hubiera necesitado de una grúa para ubicarla en dicha posición. Las grúas solo eran y son propiedad del estado.
“La gente fue quitándole la tierra y se vieron sus manos sobre el pecho. Había como una manifestación de personas poniéndole velas y flores de campo en la base. Aquello me impactó mucho. Eso fue cuestión de horas. Después, volvió a desaparecer. Las cosas de la religión eran tabú en aquella época. Fue una incógnita”, rememora Valdueza.
Otro entrevistado, que se reserva el nombre, afirma que la virgen fue llevada hasta un taller de Planta Mecánica, donde la estuvieron usando por años “para jorobar cabillas”. “De ahí su deterioro”, confirma. “Aquello era como una cosa cualquiera y acabaron con ella, en la boca, en los ángeles del pedestal. Estaba como si se la hubiera comido el comején”.
Junio de 1995. El monseñor Prego hace gestiones para tomar posesión de la diócesis de Santa Clara, convertirse en Obispo, y que la catedral asumiera tal nombre con la venia del Papa. Pide, entonces, como único regalo al gobierno de la ciudad, que le devuelvan a la Inmaculada. Y ellos acceden, porque eran años de Período Especial, porque había que trazar treguas, porque mucha gente se estaba refugiando en el catolicismo para encontrarle solución a la vida precaria que llevaban.
En la catedral fue fundida una plancha con un pedestal, y esperaron, y esperaron por el retorno de aquello que les pertenecía. La imagen de la virgen fue devuelta mucho tiempo después a la Iglesia cubierta de colchonetas viejas, como si nada significara, como si todo un pueblo no hubiera estado llorándola. Cuando fue descubierta a los feligreses, la virgen lucía serias magulladuras, pero decidieron dejarla así, con las cicatrices que le propinaron con alevosía, como el testimonio a flor de piel de lo que sucedió con ella en el pasado.
“Ese día de la toma de posesión del Obispo hubo una aparición misteriosa, narra Valdueza. “No había modo de que pudiéramos introducir a la virgen dentro del templo porque podía romper el dintel, hasta que apareció un señor, muy humilde, que nos dijo que la bajáramos y la sujetáramos con una soga por la mitad y cuatro bridas más que los sujetamos entre todos. Halen para aquí, halen para allá, nos ordenó. La imagen quedó colocada en su lugar y la gente aplaudió por fin. Me fui al órgano, como me había dicho el Obispo, a tocar el Himno Nacional y la oración para la Inmaculada. El señor se desapareció, ni las gracias le pudimos dar. Y no supimos más de él, ni cómo entró, porque el paso del público estaba cerrado aquel día para evitar accidentes”.
La Inmaculada comenzó a ser reconocida como la Virgen de la charca, y las novias le llevan ramos de flores, los vagabundos le piden cobija, los desafortunados reciben milagros. No está a la entrada de Santa Clara como originalmente se concibió, pero sí en el camino que lleva al centro de la ciudad. Así nos protege.
La historia de la virgen “desaparecida” dos veces
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jfkwarren · 7 years
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Patente de corso La Laureada de Alcántara. Arturo Pérez Reverte A veces se hace justicia, aunque sea tardía. Aunque sólo sirva para conmover las entrañas de los pocos que aún recuerdan. Es cierto que el ondear de banderas tiene algo de sospechoso, pues entre los pliegues de éstas, sin distinción de colores, suele esconderse mucho hijo de puta. Tampoco quienes conceden o reciben medallas son siempre de limpia ejecutoria. Pero a veces hay excepciones; momentos en los que las cosas se hacen como es debido. Y éste es uno de esos momentos. Noventa y un años después del desastre de Annual de 1921, donde 8.000 soldados españoles fueron exterminados por la estupidez de un rey, la venalidad de los políticos -nada hay nuevo bajo el sol-, la incompetencia de los generales y la desvergüenza de numerosos jefes y oficiales, el gobierno español ha concedido la Laureada de San Fernando, con carácter colectivo, al regimiento de caballería Alcántara, que se sacrificó casi en su totalidad para proteger la retirada de sus compañeros. La Laureada es la máxima condecoración militar española, y se obtiene por acciones extraordinarias en combate. Por aquella jornada, el jefe del regimiento recibió a título póstumo la Laureada individual; pero la tropa, como de costumbre, fue olvidada. Ninguno de los intentos posteriores por honrar su memoria tuvo éxito. Políticos y espadones de diversa ideología, desde el general Franco a la ministra Chacón, coincidieron en no querer remover aquello. Pero al fin, para satisfacción de los nietos y bisnietos de esos hombres, se repara la vergüenza.  Imaginen la escena: las harkas de moros sublevados por Abd el Krim acosan a la desorganizada columna que intenta escapar hacia Melilla abandonando a su suerte a heridos y enfermos. Aquello es una matanza inaudita, y millares de soldados abandonados por jefes y oficiales corren despavoridos, atormentados por la sed, intentando ponerse a salvo. En el camino de Dar Dríus a El Batel y Monte Arruit, la protección de la retaguardia de los fugitivos recae en un regimiento de caballería que todavía se encuentra intacto y bien mandado, el Alcántara nº 14. Su jefe es el teniente coronel Fernando Primo de Rivera, hermano del teniente general del mismo apellido, que en seguida comprende que se está pidiendo a sus 691 hombres que se dejen la piel por salvar a los compañeros. Pero no hay otra. Hace de tripas corazón, arenga a su gente, les dice que toca bailar con la más fea del Rif, y el regimiento, disciplinado y silencioso, se pone en marcha con sus escuadrones protegiendo los flancos y la retaguardia de la columna en retirada. A las cuatro de la tarde, aparte infinidad de escaramuzas parciales, los jinetes de Alcántara ya han tenido que dar su primera carga al galope contra una fuerte concentración enemiga. Pero es en el cruce del río Igán, que está seco y en torno al que se atrincheran miles de rifeños que hacen fuego graneado, donde la columna se arriesga a quedar cercada. Entonces, el teniente coronel les toca a sus hombres la única fibra que a esas alturas, con semejante panorama, cree que puede funcionar: «Si no lo hacemos, vuestras madres, vuestras mujeres, vuestras novias, dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos».Y no lo fueron. Siete veces cargó Alcántara monte arriba y sable en mano, reagrupándose tras cada carga, cada vez menos hombres, más heridos, exhaustos y sedientos jinetes y caballos, una y otra vez bajo la granizada de balas enemigas, entre las zarzas y parapetos rifeños, tan diezmados y agotados al final que la última carga, octava del día, hubo que darla con los caballos al paso, pues ya no podían ni trotar; y aún después se continuó ladera arriba, a pie, combatiendo al arma blanca. Cargaron los soldados, y también el joven trompeta de quince años que llevaba el cornetín de órdenes. Y cuando a la quinta o sexta carga ya no hubo hombres suficientes para cerrar las filas, cargaron también, aunque nadie los obligaba a ello, los tres alféreces veterinarios, y el teniente médico, y hasta el capellán fue adelante con la tropa. Y cuando ya no quedó nadie a quien recurrir, cargaron también los catorce maestros herradores, y con ellos los trece chiquillos de catorce y quince años de la banda de música del regimiento; que, como el joven corneta de órdenes, murieron todos. Y al anochecer, cuando los supervivientes consiguieron llegar a la posición de El Batel, agotados, llenos de heridas, caminando entre las sombras con sus extenuados caballos cogidos de la brida, de los 691 hombres del regimiento sólo quedaban 67. Desde luego, aquel 23 de julio de 1921 los del regimiento Alcántara cumplieron con su teniente coronel. A ellos, ninguna madre, mujer o novia los llamó cobardes.    
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