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Cartas a Nyna
Confieso que a veces disfruto crearte de pura literatura, de pura poesía, como si adjetivando tu cuerpo pudiera ponerle otro signo al universo, como si conjugar tu boca fuera suficiente para besarla. Hay algo de perverso en hacerte coincidir con el fuego de mi deseo. Admiro tu inteligencia, tu fuerza, tu determinación; tu cultura, tus letras, tu humanidad. Pero no seré el hipócrita que te diga que no admira tu boca, tus piernas, tu mirada, tus caderas; te he soñado sobre mí, cabalgándome, mientras gimes y cierras los ojos. He soñado que te exploro con mi lengua, con mis dedos y con mi verga; te conviertes, entonces, en ola salada y abrazas los arrecifes con tu arrojo. Confieso que disfruto crearte de literatura, porque entonces te acaricio y te pronuncio; es como si todo tu ser descansara en la punta de mi lengua, como una droga; te escribo y es como si con mis manos sujetara tus nalgas, para atraerte, para follarte más fuerte, para morderte los labios.
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Cartas a Nyna
Escribo como si dibujara tu cuerpo en el agua; escribí tu nombre como si mis letras fueran fuego en la oscuridad de la madrugada. Escribo para atraerte a mi boca, para que inocules tus luciérnagas en mi memoria. Añoro (entiendo la imposibilidad léxica) la magia, la electricidad que se desliza por tu espalda, la lujuria, el estremecimiento que viene desde tus rodillas y hasta tu pecho, el licor de tu espíritu derramado en las aristas de lo infinito. Escribo como si te hubiera abrazado y todavía guardara tu aroma en mis manos, redacto el tiempo para atraparlo, para encerrarlo en nuestra mordida, en nuestro rasguño, para comtemplarte desnuda en mi mente una vez más, para imaginarte envuelta en las llamas de una pasión delirante. Añoro (me aproximo) tu ferocidad, no la fidelidad ni las promesas; quiero medir tu cuerpo en besos, por ejemplo de tus rodillas a tus clavículas, medir tus labios en mordidas tenues, en interminables caricias que evoquen tu danza sagrada. Quiero medir tu alma, por ejemplo tus vidas pasadas, tus reencarnaciones y la música, en que instantes, has vivido. Escribo cosmologías en tus caderas. Invoco colibríes en tus pechos. Desenvuelvo el universo (con sus presagios, su belleza, su violencia, su oscuridad, su sol, su ternura) sobre tus omóplatos. Te escribo escuchando el ritmo secreto de mi sangre, su ritmo ancestral, de sístole y diástole entonando el rito. Te siento tatuada en la médula de mi alma y escribirte es sentir que tengo el cosmos en la punta de mis dedos. Añoro (ciñéndote de las nalga) tu mirada retándome, tus labios envolviendo mis poemas, tu cuerpo arrojado como sobre un volcán activo. Tus uñas encajadas en mi espalda, leer en tus muslos mi futuro. Escribo la tormenta sobre tu vientre, mi poema naufragando por tu entrepierna, el relámpago sacudiendo tu alma. Escribo la electricidad de soñarte, la creación del fuego, la luna menguando en las venas, la tentación. Los versos satánicos. Los libros abiertos (Orgullo y prejuicio, La insoportable levedad del ser, Lolita, Jane Eyre, Las mil y una noches.) La palabra que circunda tus caderas, la palabra secreta que pone erectos tus pezones. Aullo tu belleza. Gimo tus fotografías. Despierto dioses primigenios en tu mirada. Desenvuelvo la literatura (con su maldad, su fragua, su tango, sus orquídeas) sobre tus pechos. Eres el jardín de las delicias, el cantar de los cantares, el triunfo de la muerte, la maja desnuda, las flores del mal, eres, todo el arte. Añoro (mientras te penetro) tu paganismo, la divinidad de tus clavículas, más libertaria que libertina, más anarquista que ensoñadora, más vulgar que triste. Que me atrapes con tus piernas mientras te penetro de relámpagos y estrellas. Te escribo porque me calienta escribirte, describirte, hacerte valkiria en mi mente; escribirte como si forjara tus sombras con música, dejar que tu nombre tiemble en mis labios mientras ahogo un orgasmo.
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Cartas a Nyna…
Quisiera cogerte esta tarde como si fuéramos los últimos amantes del mundo. Cogerte mientras el mundo a nuestro alrededor se cae, se despedaza. Todas las nociones absolutistas son reducidas a escombros. Dios, la política, la sociedad, la moral: todo es un chiste lavado por la marea que se levanta y arrasa las ciudades. Un mar rojo que también lleva nuestra fuerza animal, nuestra jauría, nuestro aullido. Levantarte de las piernas y penetrarte con furia, con tristeza, con la muerte apretada en los huesos. Morderte la boca y los pezones, apretar tus caderas, tus piernas; dejar ir mi verga a lo más profundo de tus entrañas, escucharte gemir, escuchar tu orgasmo. Derramarme dentro de ti, con locura, con rabia, con fuerza. Luego sentarte en mis piernas, abrir tus piernas y meter mis dedos en tu vagina, en donde mis fluidos y los tuyos hacen una ceremonia de unión universal; mis dedos se concentran en provocar tu clítoris, primero muevo con dulzura mis dedos en tímidos círculos que poco a poco provocan que arquees tu espalda y me regales algún gemido. Aumento las revoluciones de mis dedos en espirales, tú gimes, te entregas, tienes un orgasmo y luego otro. Quisiera cogerte esta tarde como si fuéramos animales reducidos a sus instintos más íntimos. Cogerte como si nadie más existiera en el mundo, como si no hubiera repercusiones con nuestro instante de voluptuosidad. Todo lo que conocemos como sagrado cae a los pies de la cama, junto a la ropa. Entonces te pongo en cuatro para embestirte, no puedes ver mi cara ni yo la tuya, dos desconocidos que sólo se encuentran en el delirio animal de la lujuria: me aferro a tus caderas, te nalgueo, te penetro, cada vez más rabioso, más violento, mi verga se va hasta el fondo, la sientes y lanzas un pequeño grito, luego lanzas tu culo hacía mí como retándome, así que enloquezco y te penetro mientras jalo tu cabello, estrujo tus tetas, lamo tu espalda; me encantan tus sonidos, tus orgasmos, tus retos, el delirio en el que me sumerges, aprieto tu nombre en mi alma antes de derramarme sobre ti.
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