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#pampán
holavalera · 2 years
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#23octubre 🚧 Denuncian mal estado de la vía entre #Pampanito y #Pampán, con una falla de borde en el sector Mucuche, cerca de la Circunscripción Militar, que pone en riesgo a los conductores. Afectados indicaron que si la falla se amplía por la crecida de la quebrada que atraviesa la comunidad, de igual manera se puede ver afectado el tendido eléctrico. Piden a los organismos "competentes" la atención del caso. ✍🏻 @yoerli_viloria #EsNoticiaTrujillo 📸 cortesía https://www.instagram.com/p/CkEL6qhrKDj/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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pajjorimre · 2 years
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Valaki okos mondja már meg hogy van az,
hogy eddig az volt az ukáz hogy dél és 3 között ne menjünk napra, de egy-két éve meg délután 4 után lesz olyan rohadás meleg,hogy az ember kifolyik a fotelból. Nem a városban, itt a pampán is. Ha 30 fok a napi max, az délután 4-5-től este 9-ig tart, jobb idő van déli 12-kor, mint este 7kor. Na?
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notihatillo · 18 days
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@NotiHatillo
El Hatillo, 4 de Junio del 2024
Buenos días, con un "palo de agua" desde la madrugada, nuestro diario resumen de noticias llega a ustedes gracias a @NotiHatillo /Alcaldía de @ElHatillo /Redes Sociales
TITULARES
MUNICIPALES
@eliasayegh ¡Los trabajos de recuperación integral del Cementerio Municipal han concluido satisfactoriamente!
En esta I fase fueron intervenidos los espacios de la Capilla, el área de oficinas, los baños públicos y el muro perimetral.
¡Acompáñanos este #4Jun a la entrega formal de esta importante recuperación integral! #ElHatilloPosible
@elhatillo A través de nuestro Plan #CuidemosElHatillo continuamos interviniendo las alcantarillas y bocas de visitas que se encuentran en mal estado en los distintos sectores de nuestro municipio. Hoy atendimos este requerimiento de nuestros vecinos de #ElCigarral. #ElHatilloPosible
@elhatillo 🌿🚮 Equipo realizó trabajos de limpieza y recolección de desechos vegetales en la Av. Principal de #LosNaranjos, en dirección a la Redoma del Sport Center, seguimos comprometido con mantener limpio y ordenado el entorno. #CuidemosElHatillo
@elhatillo Se realizó trabajos de desmalezado, limpieza y recolección de desechos vegetales en la carretera del #AltoHatillo, sentido #LosNaranjos. #CuidemosElHatillo #SeguimosTrabajando
@elhatillo Se llevó a cabo trabajos de señalización de flechas simples en ambos sentidos de circulación vehicular en la calle de #Oripoto, tramo de salida de la Urb #ElSamán de #LosAngeles🛣️ #SeguridadVial
@NotiHatillo, con las lluvias aumentan las fallas eléctricas en el municipio debido a la vegetación que se encuentra en las adyacencias del tendido eléctrico aéreo y que al caer sobre las líneas ocasionan caída de los circuitos.
NACIONALES
Pocos negocios sobreviven a la crisis en la avenida Santiago Mariño en Margarita
Nora Bracho destacó que el Zulia es el estado más importante electoralmente en Venezuela, cuenta con 2,564,823 votantes y 1,453 centros de votación.
María Corina Machado pidió a los venezolanos verificar datos en el Registro Electoral porque “el CNE ha movido a un gentío sin su autorización”. Llamó a conocer y familiarizarse con el tarjetón para «votar bien»
César Rincón admite que participó en lavado de 7 millones de dólares de Pdvsa
Consecomercio: Ley de pensiones elevará la tributación del sector a más de 60% de las ganancias
Sectores de la frontera y de Capacho suman más de 19 horas sin luz
Apagón de 11 horas afectó a varios sectores de Anaco
Cortes eléctricos en San Juan de los Morros bajaron a 4 horas
Equipos de trabajo de quienes apoyaron a María Corina Machado en Guatire siguen retenidos
Siete años sin sistema de procura de órganos en Venezuela: 85 niños, niñas y adolescentes han fallecido
Gremios en Lara denuncian colapso en cuidados intensivos y exigen acciones al Estado
Más de 7,77 millones de personas han salido de Venezuela hasta mayo de 2023, según estadísticas de la Plataforma R4V. De estas, 6,59 (85%) se encuentran en América Latina y el Caribe
Maduro: "Mis deseos de felicidad a nuestro hermano Raúl Castro,que hoy cumple 93 años"
Venezuela triplicó en mayo envíos de petróleo a Cuba.
Al menos 180 personas resultaron afectadas por las lluvias en Trujillo. Las vías a Pampanito, Pampán y Valera están intransitables por el barro y escombros
María Corina Machado en el Foro de la Libertad de Oslo: Venezuela está a las puertas de la transición y necesitamos apoyo
Caso Rebeca García: TSJ autorizó solicitar extradición a España de acosadora serial venezolana
Brasil descarta enviar misión de observación electoral para la elección presidencial
Maduro invitó a defender la independencia de Venezuela pese a sus vínculos con Cuba e Irán.
La Fuerza Armada de Venezuela asegura haber destruido 70 pistas de aterrizaje ilegales desde 2021
María Corina Machado exhorta a los electores a verificar sus datos en el CNE
Laser Airlines anuncia vuelo directo une Caracas con Madrid
Dólar BCV: 36,53 Bs$
Paralelo: 39,75 Bs/$
Bitcoin: 69.083,70
Economista José Puente en X: “La brecha entre el $ paralelo y el oficial vuelve a estar por encima de 10%. Esto evidencia lo difícil que le es al gobierno mantener el paralelo bajo control generando múltiples distorsiones en la economía. Ya se está dando el grave problema que nadie acepta $ al precio del BCV.”
SEBIN capturó a los Ex-Viceministros Oswaldo Pérez Cueva, Xavier León Anchustegui, Juan Santana y Erick Pérez vinculados a El Aissami
Oswaldo Pérez Cueva: Fue vicepresidente de Finanzas de Petróleos de Venezuela S.A. (Pdvsa), designado por Nicolás Maduro el 28 de febrero de 2020. Fue representante de Venezuela ante el Banco Interamericano (BID) desde el 9 de marzo de 2018 hasta el 14 de marzo de 2019
Se ha desempeñado como director suplente de la junta directiva del Bancoex, director principal del Fonden, representante principal ante el consejo de auditoría del Banco del Sur, director ejecutivo del Ministerio de Economía y Finanzas, director ejecutivo del Ministerio de Economía y Finanzas, y jefe de la Oficina Nacional de Crédito Público (ONCP), y viceministro de Hacienda y Presupuesto Público.
Xavier León Anchustegui: Fue viceministro de Articulación Económica del Ministerio de Finanzas. León Anchustegui se desempeñó como Vicepresidente del Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela (Bandes) y fue nombrado gobernador alterno ante el Banco Mundial. Estuvo designado como Viceministro de Comercio, adscrito al Ministerio del Poder Popular para la Industria y Producción Nacional.
Fiscalía de Venezuela imputa a dos sujetos por arrastrar a un perro atado de un vehículo en el estado Zulia
Policía venezolano es condenado a 30 años de prisión por matar a su pareja
Marc Anthony se presentará en Venezuela el próximo 27 de agosto. El concierto será en el estadio Monumental Simón Bolívar, en Caracas
INTERNACIONALES
El G7 respalda el plan de Joe Biden para alto el fuego en Gaza
Netanyahu dice que el alto al fuego sería temporal para la liberación de rehenes
Un total de 107 países han confirmado su participación en la Cumbre de Paz ucraniana
Kamala Harris acudirá en lugar de Joe Biden a la cumbre de paz para Ucrania en Suiza.
Rusia amenazó a Estados Unidos con “consecuencias fatales” si permite a Ucrania usar armas occidentales contra su territorio
Trump será candidato a la Presidencia de EEUU independientemente de la sentencia judicial
Inicia el juicio contra Hunter Biden con la presencia de la primera dama en la corte
Claudia Sheinbaum sobre relación con Cuba, Nicaragua y Venezuela: "Nos regimos por el principio de no intervención"
Desplome de la Bolsa Mexicana de Valores junto a devaluación del peso mexicano tras el triunfo de la candidata de López Obrador, Claudia Sheinbaum
Corea del Sur abordará la ciberseguridad y los abusos de Corea del Norte en la ONU
España sigue vendiendo armas a Israel pese a reconocer Estado Palestino
Petróleo guyanés abastece refinería de CITGO y se abre cada vez más espacio en el mercado de EEUU
Maldivas, un país de mayoría musulmana del 98,69%, ha anunciado que prohibirá la entrada a cualquier persona que tenga pasaporte israelí. Desde 2008, cualquier persona que quiera ser ciudadano de Maldivas está obligada por ley a convertirse al Islam.
Nueva huelga de trabajadores públicos reta a Milei
Rick Scott pide "actuar ahora" para evitar la llegada del socialismo a EEUU
El Dalai lama viajará a EEUU para recibir tratamiento médico en las rodillas –
Encuentran a cuatro personas muertas en el suroeste de Miami-Dade
El papa Francisco se reúne con obispos venezolanos
Juan Manuel Santos envía carta a ONU para parar intenciones de Gobierno colombiano sobre constituyente
Petro asegura que Sheinbaum ayudó a la guerrilla del M-19 en la clandestinidad en México
El turismo en España no afloja y suma un nuevo récord: 24 millones de viajeros en cuatro meses, un 14,5% más que en 2023.
Sonda china Chang'e 6 despega de la Luna tras recoger primeras muestras de su cara oculta
La NASA anunció una nueva fecha para el lanzamiento de la primera misión tripulada del Starliner de Boeing
Johnny Depp interpretará al Diablo en una próxima película de Terry Gilliam
La red social X actualiza normas para permitir la publicación de contenido pornográfico.
⁠Sofía Vergara lanzó '¡Dios Mío! Coffee': su nueva marca de café 100% colombiano
Spotify anunció un nuevo aumento de precio
Una exasistente de Kanye West lo demanda por acoso sexual e incumplimiento de contrato
La guitarrista venezolana Andrea Ferrero compartirá escenario con Taylor Swift este 23 Jun en Londres.
Cyndi Lauper se retirará de los escenarios con una gira de despedida
DEPORTES
Carabobo FC campeón del Apertura 2024 tras vencer 3-0 al Metropolitanos
El Real Madrid anuncia el fichaje de Mbappé
Superliga Profesional de Baloncesto:
Broncos 76-69 Brillantes
Vinicius Jr. Fue declarado mejor jugador de la temporada de la Liga de Campeones 2023-2024.
El venezolano Tucupita Marcano podría ser expulsado de las Grandes Ligas por estar presuntamente inmerso en apuestas deportivas.
TAL DÍA COMO HOY
780 a.C. en China se describe el primer eclipse solar de la historia.
1039 en Alemania Enrique III el Negro es coronado rey.
1094 en el Reino de Aragón, Pedro I sucede a su padre Sancho Ramírez.
1536 el conquistador español Diego de Almagro llega a Chile.
1669 en la actual España, Juan José de Austria es nombrado virrey de Aragón y Cataluña.
1684 el general francés Crequi toma la ciudad de Luxemburgo, defendida por el príncipe de Chimay, al mando de una guarnición hispanovalona.
1741 en España aparece por primera vez la palabra «manzanilla» en referencia a los vinos de Sanlúcar de Barrameda.
1765 en la actual Guatemala, el primer asentamiento de la ciudad de Chiquimula es destruido por un violento huracán y varios temblores de tierra, conocidos como Terremotos de la Santísima Trinidad, que provocan deslaves e inundaciones.
1783 en Francia, los hermanos Montgolfier realizan el primer viaje en globo aerostático de la Historia.
1830 en Arboleda (Colombia) es asesinado el general venezolano Antonio José de Sucre, héroe de la independencia hispanoamericana.
1846 35 km al norte de Rosario (Argentina) las fuerzas rosistas del general Lucio Mansilla destruyen 6 de 12 buques de guerra franceses y británicos en la batalla de Quebracho.
1878 el sultán de Turquía cede la posesión de la isla de Chipre a Gran Bretaña.
1900 en París se inaugura la exposición del escultor Auguste Rodin.
1901 en Suecia se establece el servicio militar obligatorio.
1902 en el Museo del Louvre (París) se abre el Museo de Artes Decorativas.
1903 en Rusia se publica el decreto sobre el estatuto de los judíos, el cual les prohíbe poseer inmuebles o tierras fuera de sus zonas de residencia.
1910 en Prusia (norte de la actual Alemania) el parlamento aprueba con los votos en contra de centristas, conservadores y polacos, la incineración de cadáveres.
1916 comienza la ofensiva rusa contra los ejércitos austrohúngaros, dirigida por el general Alexis Brusilov.
1917 en Tréveris, el ejército francés lanza un ataque aéreo sobre la población civil.
1918 en Alemania, Kuhlmann (ministro de Asuntos Exteriores), declara ante el Reichstag que la ofensiva germana en el frente occidental no ha propiciado la voluntad de paz por parte de los aliados. El ejército estadounidense se mantiene en alerta después de que tres nuevos barcos fueran torpedeados por submarinos alemanes.
1920 los Aliados y Hungría firman el Tratado de Trianon, en el que se delimitan las fronteras entre Checoslovaquia, Rumania y Yugoslavia.
1923 en Zaragoza (España) es asesinado el cardenal Juan Soldevilla en un atentado anarquista.
1923 Se estrena en Barcelona la película Mujeres frívolas, interpretada por Ramón Novarro.
1927 en Yakarta, Ahmed Sukarno funda el Partido Nacional Indonesio, con el objetivo de conseguir la independencia.
1927 Yugoslavia rompe relaciones diplomáticas con Albania.
1930 Carlos Flix vence a Petit Biquet y reconquista el campeonato europeo de boxeo de peso gallo.
1931 en Madrid (España) vuelve a publicarse el periódico ABC.
1932 en Barcelona se acuerda instalar hornos crematorios en los cementerios para incinerar cadáveres.
1932 en Chile, Marmaduque Grove lidera un golpe de Estado que proclama la República Socialista de Chile.
1932 en la ciudad de México sucede un terremoto que deja más de 300 muertos.
1936 en Asturias estalla una huelga general minera.
1936 en Francia, tras la victoria electoral del Frente Popular, dimite el gabinete del radical-socialista Albert Sarraut.
1938 en Alemania, Adolf Hitler nombra a Martin Bormann jefe de su cancillería particular y ayudante de su Estado Mayor personal.
1940 finaliza la evacuación aliada de Dunkerque durante la Segunda Guerra Mundial.
1941 fuerzas invasoras británicas ocupan Mosul; Irak queda en poder del Reino Unido.
1942 en Oceanía en el marco de la Segunda Guerra Mundial comienza la Batalla de Midway.
1942 en Praga, en un atentado es asesinado Reinhard Heydrich, jefe de la Gestapo nazi.
1943 en Argel se constituye el Comité Francés de Liberación Nacional, presidido por Charles De Gaulle y Henri-Honoré Giraud.
1943 en Argentina estalla la Revolución del 43 que establecería un gobierno militar de facto.
1944 Los aliados entran en Roma.
1946 en Argentina asume su primera presidencia Juan Domingo Perón.
1948 Juan Manuel Frutos se convierte en presidente provisional del Paraguay tras la dimisión de Moríñigo.
1951 Se estrena en Barcelona la película El sueño de Andalucía, protagonizada por Luis Mariano y Carmen Sevilla, y dirigido por Luis Lucía.
1952 El coronel Remón gana las elecciones generales en Panamá.
1952 Se inaugura en Barcelona la factoría de la empresa SEAT.
1952 Tras la reelección en noviembre de 1951, Perón toma posesión nuevamente de la presidencia argentina.
1953 en el Sitio de pruebas de Nevada, Estados Unidos detona la bomba atómica Clímax, de 61 kt. Es la undécima y última bomba de la operación Upshot-Knothole, y la número 45 del total de 1054 bombas atómicas que hizo detonar ese país entre 1945 y 1992.
1953 Se producen graves inundaciones en las provincias cubanas de La Habana, Matanzas y Pinar del Río.
1954 Firma del tratado por el que Francia reconoce la independencia del Vietnam de Bao-Dai.
1955 En la ciudad española de Granada se registra un temblor de tierra de 5 a 6 grados en la escala richter, con una duración de 6 segundos, y con el epicentro localizado a 15 km de la ciudad.
1958 Un avión "Constellation" de pasajeros, de Aerovías Mexicanas, se estrella con 45 ocupantes en las proximidades de Guadalajara (México).
1964 Se estrena con gran éxito en España la película El gatopardo, protagonizada por Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale.
1965 El atleta australiano Ron Clarke logra el récord mundial de los 5.000 metros, con una marca de 13' 25 8/10'.
1969 Mueren más de cien estudiantes en una manifestación en Congo-Kinshasa, tras la represión del ejército de Mobutu.
1970 El Salvador y Honduras firman un acuerdo en San José de Costa Rica que pone fin a la Guerra del Fútbol.
1970 en Oceanía las islas Tonga se independizan del Imperio británico.
1972 El tenista español Andrés Gimeno gana el trofeo de Roland Garros, tras vencer en la final al francés Proisy por 4-6, 6-3, 6-1, 6-1.
1974 Muere el ministro de Educación, Keo Sanghim, en las violentas manifestaciones estudiantiles en Phnom Penh (Camboya).
1977 en Japón, la cadena TV Asahi comienza a retransmitir el animé Voltus V.
1978 en Colombia, Julio César Turbay Ayala es elegido presidente.
1979 en Sudáfrica dimite el presidente Balthazar Vorster.
1982 el club de fútbol F. C. Barcelona anuncia el fichaje del futbolista argentino Diego Armando Maradona por casi mil millones de pesetas.
1982 tropas israelíes invaden Líbano y llegan hasta Beirut.
1983 la Dictadura militar argentina en sus últimos meses de vida restablece el derecho a la huelga
1985 en el atolón de Mururoa (en el Pacífico sur) Francia realiza una prueba nuclear subterránea.
1985 en Luxemburgo, 27 países europeos firman el Acuerdo de Schengen.
1986 en toda España se celebran manifestaciones populares contra el proyecto de Ley de Reforma de Pensiones.
1989 en Pekín (China), el Gobierno ordena la represión de estudiantes en la plaza Tian Anmen. Mueren entre 800 y 2400 personas.
1989 en Polonia, el sindicato Solidaridad de Lech Walesa gana las elecciones.
1993 en Cuba, la cosecha de azúcar se estanca en los 4 millones de toneladas, la peor de los últimos años.
1994 en Reino Unido se rinde homenaje a los soldados caídos en la conmemoración del 50.º aniversario del desembarco aliado en Normandía.
1996 la banda de thrash metal Metallica edita Load su sexto disco de estudio.
1998 El gobierno peruano en pleno presenta la dimisión al presidente del país Alberto Fujimori.
1999 Los quince jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea ponen en marcha la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) bajo la tutela del español Javier Solana.
2000 Los líderes de las dos grandes potencias nucleares, Bill Clinton (EE.UU) y Vladímir Putin (Rusia), acuerdan en Moscú la destrucción de 68 toneladas de plutonio y su reconversión para usos pacíficos.
2001 en Katmandú, Gyanendra se convierte en rey de Nepal después del suicidio de su sobrino Dipendra.
2002 El Gobierno italiano de Silvio Berlusconi logra aprobar en el Parlamento la nueva ley de inmigración, un texto que endurece las medidas contra la llegada de extranjeros al país y que fue calificado de "racista" por la oposición.
2002 en Buenos Aires, el presidente uruguayo Jorge Batlle llora al pedir disculpas por sus dichos contra Argentina en un medio estadounidense. Diez personas mueren en Chile por el temporal de fuertes lluvias que azota el país.
2002 Una amplia mayoría de los diputados aprueba en el Congreso español la nueva Ley de Partidos para ilegalizar a Batasuna.
2003 Fuerzas estadounidenses matan a 40 guerrilleros de la resistencia talibán al sur de Afganistán.
2003 La bióloga molecular Margarita Salas lee su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua.
2004 TNA Wrestling emite su primer programa televisado, TNA Impact!.
2005 El gimnasta madrileño Rafael Martínez se proclama campeón del concurso general en los Europeos de gimnasia.
2005 en Chile, Marcelo Salas convierte su gol número 35 y se transforma en el goleador histórico de la Selección de fútbol de Chile.
2006 El Fútbol Club Barcelona consigue su 17º título de liga de balonmano.
2006 en Jerez, el Gimnàstic de Tarragona asciende a la Primera División Española, tras empatar 0-0 en el Estadio Municipal de Chapín.
2006 en Perú, Alan García es elegido por segunda vez como presidente constitucional, derrotando al nacionalista Ollanta Humala.
2007 El Gobierno colombiano libera al guerrillero Rodrigo Granda, el canciller de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
2007 en Londres, Paul McCartney publica su disco Memory Almost Full.
2007 La banda terrorista ETA anuncia a través de un comunicado el fin del alto el fuego y su regreso a la actividad armada "en todos los frentes".
2008 5 investigadores en el campo de la ciencia de los materiales y la nanotecnología reciben el premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.
2008 El Comité Olímpico Internacional (COI) aprueba a la ciudad de Madrid, en el 2º lugar, para competir en las elecciones para la sede en los Juegos Olímpicos del año 2016.
2008 Enel, el mayor productor de electricidad italiano, reconvierte sus centrales de producción de electricidad del petróleo al carbón, en sentido contrario a la tendencia mundial de hacer las centrales de energía menos contaminantes.
2009 Cuba declina el ofrecimiento de su reingreso a la OEA.
2009 El director de cine y televisión David Attenborough resulta elegido para recibir el premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales, "por sus grandes aportes a la defensa de la vida y a la conservación del planeta".
2010 Naoto Kan, ex ministro de Finanzas de Japón, es elegido presidente del Partido Democrático (PD) y sustituye al renunciado Yukio Hatoyama, siendo el 6º jefe de gobierno desde 2006.
2011 Brasil marca un nuevo récord histórico de reservas, llegando a casi 210.000 millones de euros, un 25% más que el año pasado.
2011 en Chile comienza la erupción del volcán Puyehue.
2011 Hungría acusa los mismos problemas que Grecia en cuanto al estado de su economía, por lo que pierde más de un 10% en un día en la Bolsa, y suspende las operaciones.
2011 Japón lanza un cohete portando una sonda provista de una vela espacial que obtiene energía solar a través de fotones y que, según se anuncia, llegará a Venus.
Acontecimiento
2011 La justicia chilena comienza a investigar formalmente la muerte de Salvador Allende, Pablo Neruda y Eduardo Frei Montalva, por primera vez desde el golpe de Pinochet en septiembre de 1973.
2011 la tenista china Na Li gana el torneo Roland Garros y se convierte en la primera campeona asiática de un gran título.
2011 Los helicópteros de asalto de la OTAN entran en acción en la guerra de Libia contra el régimen de Muamar el Gadafi.
2011 Se abre la investigación sobre el caso de Aerolíneas Argentinas, gestionada por Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la CEOE, acusado de vaciar la compañía y de administración fraudulenta. Las agencias de calificación de deuda son criticadas por su falta de previsión de la crisis y de la valoración positiva de las hipotecas basura, que dieron origen a la debacle financiera.
SABIAS QUE
'Melifluo' es un sonido que resulta agradablemente suave y musical al escucharlo.¿Conocías esta palabra?
LA CITA DE HOY
Una situación se convierte en desesperada cuando empiezas a pensar que es desesperada.
Willy Brandt
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gmartinezmolina · 3 years
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También en #LaViña #Valencia // #Repost @eltiempo.digital Las denuncias aumentan cada día a través del DM de las redes sociales de este medio, habitantes de Flor de Patria municipio Pampán reportan la falta de servicio de ABA-Cantv durante toda esta semana, generando retrasos en las transacciones bancarias, mientras que los estudiantes y trabajadores dependientes del internet, se ven severamente afectados. . . Dariana Cardozo, denuncia tener días con este grave problema y que no le ha permitido hacer pagos a través de internet ya que la señal es tan mala que las páginas ni siquiera cargan en las computadoras, señala la usuaria. . . Al igual que Cardozo, está el caso de Manuel un estudiante del 4to año, que señala que durante toda esta semana no ha podido realizar sus tareas como es debido porque el servicio de internet no se lo ha permitido, señala estar angustiado por al no poder entregar sus deberes escolares, por lo que pide pronta solución. . . Amplíe la nota en📲 www.diarioeltiempo.com.ve . . #RegionalesET #10Abr #ElTiempo #Denuncia #ABACatv #Pampán (en Urb. La Viña, Valencia) https://www.instagram.com/p/CNgZKtDn8Xp/?igshid=1e44s86e8ma0x
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pontelapinta · 5 years
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🎨 Hace una semana @gisselandrade 💁🏽‍♀️ se puso La Pinta y posó 📷 frente a este mural hecho por nuestro CEO @joseruza y el excelente artista gráfico @elluisuno de nuestros aliados @estampadoscool 🔥 en el marco de la Romería San Benito 2019👨🏿‍🌾 este trabajo fue reseñado por @andreafbt para @diariodelosandes 📰 puedes ver el artículo en el link de la bio de @joseruza 🔗 • • • #art #streetwear #letering #streetart #culture #graffiti #venezuela #trujillo #sanbenito (en Pampán, Trujillo, Venezuela) https://www.instagram.com/p/BtHi04FjWAP/?utm_source=ig_tumblr_share&igshid=14qmummo3fmrm
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LA OCA, por Pedro Muñoz Seca
PERSONAJES
Adela
Liberta
Agustina
Emeberta
Vistremunda
Josefita
Biviana
Casilda
Urbano
León
Carlos
Juan
Conde
Don Conrado
Fructuoso
Curro
Sarabia
Sáez
Las indicaciones, del lado del actor.
ACTO PRIMERO
Vestíbulo de una modesta fonda de pueblo. Al foro, arco, pasillo a derecha e izquierda, zaguán y puerta a la calle, cristales esmerilados, sobre los que se lee, al revés, por supuesto, la palabra “Fonda”. En el lateral derecho, la entrada a un comedor, y en el izquierdo, varias puertas numeradas. Un perchero, un piano, un sofá, algunas sillas, un pupitre adosado a la pared y una mesa en el centro con periódicos, folletos, etc., etc., completan el menaje, ya muy usado, de la habitación. Es de día y en nuestros días; en el mes de octubre. La acción en Cigüeñales, pueblo que se supone en Andalucía.
No hay nadie en escena al levantarse el telón. Por la puerta de la calle entran, con ciertas precauciones, CURRO y SARABIA, dos obreros de alpargatas y gorra. A una legua se ve que estos dos obreros, a más de no tener trabajo, no tienen tampoco vergüenza).
SARABIA.—No hay nadie, tú.
CURRO.—Mejón.
SARABIA.—¿Qué vas a hasé?
CURRO.—Llamá a mi hermana, que está aquí de mosa. (Se acerca hacia la
derecha y silba suavemente el “Himno de Riego”). Ahora nos dirá ella si han picao o no han picao y si hay comía o no hay comía. Ya viene.
LIBERTA.—(Por la primera derecha, escoba en ristre). ¿Eh? (Miedosa y bajando la voz). ¿También hoy, Curro? ¡Curro, que me vas a perdé, Curro!
CURRO.—(También a media voz). Calla la boca ya, saboría, que hoy no vengo a pedirte na. Venimos a hacerte una pregunta.
LIBERTA.—Pos aviva y sar de naja, por tu salú; que no te vean.
CURRO.—Ascucha: ¿han encargao hoy de la jascíenda de Parrasola una comía pa treinta?
LIBERTA.—Sí.
CURRO.—¿Y la están hasiendo?
LIBERTA.—Sí.
SARABIA.—¡Ole!
CURRO.—¡Superió! Güeno, pos na má. Condió.
LIBERTA.—¿Pero qué pasa, Curro? ¡Por tu salú!
CURRO.—(Bajando aún más la voz). ¡Que esa comía va a se pa nosotros!
LIBERTA.—(Aterrada). ¡Ojú!
CURRO.—Habemo acordao los sin trabajo comé bien ca día en un sitio, y pa no caé d’improviso aonde no haiga de qué, se nos ha ocurrió encargá antes, con el aqué de una boda o de un bautizo…
LIBERTA.—¡Ojú!
CURRO.—Güeno; tú a callá, ¿eh? Ya sabes cómo las gastamos.
LIBERTA.—¿Pero por qué no pidéis las cosas de güeña manera?…
CURRO.—Mujé, eso no tiene grasia.
SARABIA.—Ni da resurtao tampoco.
LIBERTA.—¿Y por qué no pidéis trabajo?…
CURRO.—¿Trabajo? ¿Mandando nosotros vamos a trabajá nosotros? ¡Ay, qué grasia! ¿Trabajá nosotros pa que otro engorde? ¡Quia, mujé! Nosotros semos de “La Oca”. En lo ajeno que trabaje el obispo. Estamos mejor de obreros paraos. Que te diga éste.
SARABIA.—Ya lo creo. ¡Y si nos dejaran entrá en er sine por las noches!… Peroer tío der sine se empeña en que hay que sacá la entrá, y eso va a tené también que acabarse. A ese vamos a tené que darle una lersión…
LIBERTA.—¡Ay, dirse por Dió! Que si les ven a ustés conmigo…
CURRO.—Sí: hala…
SARABIA.—(Husmeando). ¡Compare, qué bien güele!
CURRO.—Hoy nos vamos a hinchá. De aquí a luego. (Se van los dos por la puerta de la calle).
LIBERTA.—¡Ojú! Lo contento que estaba el amo con los treinta cubiertos, y pué que se lleven hasta los cubiertos. En fin, a mí… (Cantando y arreglando los papeles de la mesa). “Soldadito español… pan, para ban pampán… Soldadito valiente… Pan parabán…”
URBANO.—(Dueño de la fonda, hombre de cincuenta años y con cara de muy poquitas relaciones sociales, entra en escena por el corredor de la derecha gritando como un energúmeno y proporcionando a Liberta un susto que le quita la respiración). ¡Liberta!…
LIBERTA.—¡Ay! ¡Ya…, ya…, ya me callo!
URBANO.—¡Largo de aquí!
LIBERTA.—Sí, señó; sí, señó. (Recoge la escota y unos periódicos viejos). (A ve si chillas luego cuando vengan los paraos..).
URBANO.—¡Vamos!
LIBERTA.—Sí, señó. (Haciendo mutis por la primera izquierda cantando inconscientemente). “Soldadito español…”
URBANO.—¡Libertaaaaaa!
LIBERTA.—(Dando un salto y desapareciendo casi de cabeza). ¡¡Ay!!
(Mientras tanto, por la puerta de la calle ha entrado DOÑA AGUSTINA, la mujer de Urbano. Es una jamona de buen ver. Viene como de misa, y mientras habla va dejando sobre la mesa el velo, el rosario, etcétera, etc).
AGUSTINA.—Pero, hombre, deja cantar a la muchacha, que le das cada grito que la sincopisas.
URBANO.—¿Que la deje cantar? ¿Pero es que no se va a cumplir el reglamento de la fonda? Yo he hecho un reglamento porque la vida y sus cosas deben estar reglamentadas y metodizadas, y el reglamento dice (Leyendo en un librito que ha sacado del bolsillo): “De cuatro a cinco, lavado, planchado y cante de criados.” ¿No es bastante una hora para los desahogos líricodomésticos? ¡Quita de ahí ese velo, mujer! La mesa no es para poner velos.
AGUSTINA.—(Quitándolo). ¡Vaya, hombre!
URBANO.—Y esa silla…, ¿qué porra hace ahí esa silla? ¿No es su sitio al lado del sofá?
AGUSTINA.—(Poniéndola). Sí, hombre, sí.
URBANO.—¿Quién ha colgado el plumero en el perchero? (Lo quita). ¿Es que ya se ha caído el clavo número seis que hay debajo de la escalera con su letrero, que dice: “para el plumero”? (Dando un grito). ¡Liberta!
LIBERTA.—(Dentro). ¡Si estoy callá!…
URBANO.—Que vengas, digo.
LIBERTA.—(Apareciendo por donde se fué). Mandusté.
URBANO.—(Dándole el plumero). Esto a su sitio.
LIBERTA.—Sí, señó.
URBANO.—¿Sabes cuál es su sitio?
LIBERTA.—No, señó.
URBANO.—¿Pues dónde lo ibas a poner?
LIBERTA.—En cualquier sitio.
URBANO.—(Hecho una furia). ¡¡¡No!!!
LIBERTA.—(Asustada y huyendo). ¡¡Ay!! (Mutis por donde apareció).
URBANO.—(Echándose mano al vientre y arqueándose). ¡Ay! ¡La punzada! ¡El hígado!
AGUSTINA.—Vaya por Dios… (Acercándole una silla). Siéntate.
URBANO.—(A gritos). ¡No! ¡Esa no es mi silla!… ¡Ay, que me muero!
AGUSTINA.—¿Pero que más te da morirte en una silla que en otra?…
URBANO.—¡Mi silla! ¡Aquella! ¡Esa! ¡Aquí! (Agustina obedece rápida las indicaciones de Urbano). ¡Así! (Se sienta). ¡Pero si esto no puede ser!… ¡¡Si no puede ser!!
AGUSTINA.—¿Pero qué no puede ser, Urbano?
URBANO.—¡Que no es la hora de la punzada! ¡Que ya hasta el hígado se me salta el reglamento a la torera!
AGUSTINA.—(Cariñosa). ¿Quieres que te haga un té?
URBANO.—¿Té a las doce del día? ¡¡No!! ¡¡Aunque me muera!! ¡El té es de cinco a seis, y no hay más que hablar! Ya se me pasa. Y no me volverá a pasar, porque aquí hasta el hígado tiene que andar más derecho que una vela.
AGUSTINA.—¿Por qué dices eso?
URBANO.—Porque me vuelve loco el desbarajuste y el manga por hombro que hay en esta casa. No sirves, Agustina; no sirves. Como maestra elemental serás una antorcha, y ojalá no hubieras clausurado la escuela; pero como fondista consorte eres una birria. Ya ves, un día que nos encargan un banquete de treinta cubiertos, y en vez de aplicarte al trabajo te vas a la iglesia.
AGUSTINA.—A dar gracias al cielo por el favor, porque este banquete va a redimirnos este mes.
URBANO.—Bien, sí; pero el reglamento de la fonda…
AGUSTINA.—Mira, el reglamento de la fonda dice en su artículo onceno que a las siete de la mañana me tienes que dar dinero para la compra, y hace una semana que no me das ni un gordo.
URBANO.—¿Y quién tiene la culpa de que yo no pueda cumplir este pequeño detalle matutino? ¿Quién, sino tú, que te encontraste una fonda en marcha reglamentada y la has convertido en un fonducho sin orden ni concierto?
AGUSTINA.—Te perdono esa necedad porque sé que te la dicta tu infarto del hígado. Demasiado sabes tú que a la fonda lo que la sucede es que estaba antes al borde de la carretera y raro era el turista que no parara aquí y soportara el desplume, aunque luego saliera cantando. “En Cigüeñales, por un café diez reales.” Pero desde que desviaron la carretera y pasa a dos kilómetros del pueblo, comprenderás que hace falta ser muy… turista para pararse en medio del campo y preguntarle a un pastor:
“Oiga, ¿por dónde se va a esa fonda que le llevan a uno diez reales por un café?”
URBANO.—De todos modos, esto es un desbarajuste, y desde hoy vuelvo a tomar las riendas del negocio. Y lo primero que voy a hacer es poner en la calle a tu hermano y a su hija. Huéspedes honoris causa, no.
AGUSTINA.—¿Que vas a echar a mi hermano y a mi sobrina?
URBANO.—Y a tu padre que resucitara. ¡Pues no faltaría más! (Llamando).
¡Adela!… ¡Sobrina!…
AGUSTINA.—¡Un día que debías estar contento! ¡Con un banquete que nos puede dejar cien duros!… Y todo es el hígado. ¡Dichoso hígado!
URBANO.—(Viendo entrar por la primera puerta de la izquierda a ADELA, una chica muy mona, pero muy pava, pavísima, excesivamente corta de genio: la vista baja, los ademanes monjiles, pacatísima; una birria de niña). (¡Para hígado el de
ésta! ¡Angelito!)
ADELA.—Hola, titita… Hola, titito. Papaitito se está levantando.
URBANO.—(Remedándole). ¿A estas horititas? ¡Caray, qué gandul! tito!…
ADELA.—(Un poco asustada). ¡Ay! ¿Qué pasa?
URBANO.—¿Cómo qué pasa? ¿Cuánto tiempo lleváis aquí en la fonda?
ADELA.—No sé… Yo creo que va para medio añito.
URBANO.—Pues se acabó la brevita.
ADELA.—¡¡Tita!!
URBANO.—¡Ni tita, ni tito, ni carambita, ni garabito! Dile a tu padre que quiero hablar con él. Yo voy a ultimar los detalles de la mesa. Quiero que haya flores abundantes y que los entremeses estén bien presentados. Además voy a poner a la vista buenos vinos y varias clases de aguas minerales, por si pican. A peso de oro los voy a cobrar. (Consultando su reloj). ¡Ah!, y me pondré también el “chaquet”; es la hora que marca el reglamento. (Haciendo mutis por el corredor de la derecha). Mucha presentación, mucha etiqueta, y a quien pida un sifón, cuatro pesetas.
(Vase).
AGUSTINA.—(Viéndole ir). ¡Qué manía de reglamento!… Hasta para los más secretos detalles de nuestra vida interna tiene trazados los minutos precisos. Y ni uno más ni uno menos.
ADELA.—Bueno; pero, titita…
AGUSTINA.—(Viendo que se abre la última puerta de la izquierda). Calla, que sale nuestro único huésped.
CARLOS.—(Simpático treinticuarentón: buen tipo, bien portado; vamos, el galán. Entrando por la puerta indicada con un papel en la mano). Buenos días, señora… Buenos días, Adelita.
AGUSTINA.—Buenos días, don Carlos.
ADELA.—Buenos días.
CARLOS.—Parece mentira que un contable tan ilustre como su marido de usted me haya presentado hoy esta cuenta.
AGUSTINA.—(Ingenua). ¿Qué le pasa a la cuenta?
CARLOS.—Hombre, que ocho y siete son quince, y no diez y nueve; que ocho y cuatro son doce, y no quince, y nueve y seis, quince, y no diez y siete. De modo que el total es trescientas setenta y dos, y no cuatrocientas quince, como aquí resulta.
AGUSTINA.—(Recogiendo la cuenta). Traiga. Es raro que Urbano se haya equivocado de esta manera. Y es que algunas veces suma en globo…
CARLOS.—Sí; pero yo resto con paracaídas. ¿Y qué, Adelita, cómo van esas lecciones?
ADELA.—Poquito a poquito… Y usted, ¿cómo lleva sus investigaciones?
CARLOS.—Muy bien. Estoy encantado. Cada día encuentro alguna cosa interesante.
AGUSTINA.—Bien le pagarán a usted sus estudios…
CARLOS.—¡Oh, casi nada! Esto de la arqueología es una afición de ricos, y aunque yo no lo soy trabajo por amor al arte. Bien es verdad que la alegría de descubrir un vestigio árabe o romano lo compensa todo, y cada vez me afirmo más en la idea de que en este pueblo se vive sobre una antigua colonia romana: ¡la famosa Vitélica Augusta! Sin duda, una erupción volcánica cubrió templos y palacios, y creo que estoy a punto de determinar el sitio por donde hay que empezar las excavaciones.
AGUSTINA.—¡Sí, sí!… Menuda tiene usted armada en el pueblo con eso de decir que si se ahonda en buen sitio se puede uno encontrar con una casa amueblada y todo.
ADELA.—¡Ay! ¿Eso es verdá?
CARLOS.—Ya lo creo.
AGUSTINA.—Será verdad, pero aquí ahonda todo el mundo, y cuando se preguntan unos a otros. ¿Qué te sale?, todos contestan lo mismo: “¡Me está saliendo un pozo que me lo juego con el tuyo!”
CARLOS.—¡Jajajá!… Ese es el camino.
AGUSTINA.—Sí; ese es el camino de que, a la vuelta de unos años y a fuerza de buscar casas por abajo, no queden casas por arriba. ¿No será todo una broma de usted?
CARLOS.—(Serio). ¡Señora!… Creo firmemente que Vitélica Augusta está bajo nuestras plantas. ¿Cómo se explica usted si no que yo permanezca en este aburrido pueblo y en una fonda tan… (A un gesto de Agustina.) No; no es que me queje de la fonda ni de lo que me cuesta. Me hago cargo de que siendo yo el único huésped no puede ser barato mi pupilaje, y me resigno. ¡Adelante, que hasta el final nadie es dichoso! ¿Verdad, Adelita?
ADELA.—Me tiene usted embobadita.
AGUSTINA.—(Reconviniéndola). ¡Pero, niña!…
CARLOS.—(A Adela). También usted lo será, si persevera. Cuando yo sea un arqueólogo célebre entre los arqueólogos célebres, usted será una estrella entre las estrellas del “couplet”. Vamos parejos: yo he encontrado ya las primeras piedras milenarias, y usted ha probado ya las primeras mieles del triunfo por esos escenarios…
ADELA.—(Cada vez más boba). ¡Qué va! Usted vino en busca de piedras y se las ha encontrado; pero yo me las voy a encontrar sin buscarlas. ¡Me lo da el corazón! ¡No sirvo!
AGUSTINA.—¡Vamos, niña!… ¿Pero ha visto usted qué cataplasma de niña?
ADELA.—No sirvo, titita, no sirvo.
CARLOS.—Vaya, no desespere usted.
ADELA.—No, si yo no desespero; si el que desespera es el que me oye.
CARLOS.—Es usted muy modesta. Hoy voy yo a quedarme a su lección de canto. Quiero yo oírla.
ADELA.—(Desconcertada). ¡Ay, no, por Dios! ¡Que me da mucha vergüenza! ¡No me da vergüenza del público y de usté sí! Sea usté bueno y no me oiga cantar, porque yo hablando y recitando estoy pasaderita, pero cantando asusto.
CARLOS.—¡Bah!
ADELA.—(Asustadísima). ¡Que sí, señor; que sí! Que como abro mucho la boca se me junta el labio de arriba con la nariz, el de abajo con la barba, se me suben los mofletes, se me cierran los ojos y pongo una cara que parece que me están tirando del pelo. ¡Que yo me he visto! ¡Que yo me he visto! ¡Ay, titita, que no me vea, que yo me he visto!
AGUSTINA.—Mira que si te oyera tu padre…
ADELA.—Papaitito está cansado de oír lo que me dicen por esos pueblos… (A Carlos). Porque yo no he trabajado más que en teatritos de pueblo, y de telonera, para foguearme. Ahora, que los tiros me los van a dar en cuanto actúe en un teatro de cara.
LEÓN.—(Hombre como de unos cincuenta años, desaliñado en el vestir, de alpargatas y gorra, y un sinvergüenza, como se verá, y que ha entrado por la primera puerta de la izquierda). Mire usted, señor; esta niña es tonta.
CARLOS.—¡Hombre!… ¡No!…
LEÓN.—¡Sí! Se lo digo yo, que soy su padre. (Desperezándose). Buenos días, a todo esto, y disimule usté las contorsiones expansivas. (Terminando el desperezo). Tonta como su madre, que esté en gloria; pero yo la espabilaré.
ADELA.—¡Papaitito!
LEÓN.—¡Vamos, quita, so pasmá! Trae una silla pa tu padre. ¿No se te mueve el alma el verme de pie?
ADELA.—Como acaba usté de levantarse…
LEÓN.—Pues por eso. ¿O es que te crees que hay cuerpo que resista el paso brusco del descanso a la actividad? (A Carlos, sentándose en la silla que le ha acercado Adela). ¿Digo bien, caballero? ¡Agítate, niña, agítate! ¡Agilidad, movimiento, garbo, salero! Señor, una Loreto Prado, que es lo que yo quiero que sea ésta. Porque lo que le pasa a esta niña…
ADELA.—Lo que pasa es que no sirvo, no sirvo y no sirvo. (Llorosa). ¿Qué le voy a hacer si no sirvo?
LEÓN.—Pa cantar cuplets sirve to el mundo. ¡Yo mismo! ¡Ande si yo quisiera! ¡Otro Chevaliere! Pero a ésta lo que la pasa es que no tiene éxito porque…
ADELA.—(Rabiosa). ¡Porque no sirvo!
LEÓN.—Porque canta unas letras que no pué ser. Poquita soltura que tiene ella, y luego los textos que no le van. Hombre, dile esa letra de cuando sales de chula, con el mantón de acá… ¡Vamos!
ADELA.—(Llorosa).
Cuando salgo de mi casa
por la tarde entre dos luces,
yo no sé lo que me pasa
que paro los autobuses.
Y es que tengo una mirá
(Señalándose un ojo).
en esta niña ojerosa,
que es la señal luminosa
de la Gran Vía-Alcalá.
LEÓN.—¡Pa matarla! Enséñale la pedrá que te dieron en Carmona.
CARLOS.—En efecto, no le va; no le va.
AGUSTINA.—¡La pobre!
LEÓN.—Menos mal que ahora está ensayando con el organista de acá otras letras más aparentes y más románticas, que eso es lo que a ésta le pega; y ésta llega a estrella o la estrello, porque quiero redimirla del trabajo manual, conduciéndola a las cumbres del arte —eso sí— pa que trabaje también. ¡Aquí a trabajar to el mundo! Niña: tráeme un cojín pa los riñones.
ADELA.— Sí, papá. (Obedece).
CARLOS.— ¿Y usted cuándo trabaja? Digo, si no es ofensa…
LEÓN.—Yo he trabajado lo mío y sigo trabajando, caballero. ¿Es que no ha reparado en mi indumentaria? Yo llevo, a mucha honra, gorra y alpargatas, símbolos del trabajador, porque soy un trabajador.
CARLOS.—Bien, bien: usted perdone…
LEÓN.—Un trabajador, excedente voluntario, pero un trabajador.
CARLOS.—¿Cómo?
LEÓN.—Sí, señor. Era yo un adolescente cuando mi padre me puso en un oficio. ¡En un oficio! ¡Que usted con toda esa tirilla planchá no sabe lo que es un oficio y yo sí! (Solemne pausa). Trabajé dos días y de esos dos días de honrado… —¡ahí está!— ¡de honrado trabajo!… ¿Qué sabe usté lo que es el honrado trabajo? De esos dos días de honrado trabajo saqué tres cosas: catorce reales, un dolor en las espinas que me tronchaba y una idea. Pero me quedé sin los catorce reales porque me los gasté en un ungüento pa el dolor, me quedé sin el dolor porque me di el ungüento y sólo me quedó la idea, que esa no hay quien me la quite. ¡El individualismo integral!
AGUSTINA.—(Entusiasmada). ¡Mi hermano de mi alma! ¡Lo que sabe su cuerpo!
ADELA.—¡Pues si le oyera usté un discurso!
CARLOS.—Ya sé que tiene usted a los obreros de este pueblo hipnotizados.
LEÓN.—Anda, a los de este pueblo y a los de muchísimos pueblos. ¿No ve usté que donde actúa mi niña actúo yo? Sí: yo doy el mitin por las tardes y ella por la noche.
ADELA.—Porque no sirvo.
LEÓN.—Yo anuncio en los sitios concurridos la función de varietés pa que vaya gente al teatro y luego aprovecho la ocasión, entro en materia y me quedo solo. Porque mi plan es éste: una de dos: o triunfa la niña y llegamos a ganar los veinte duros diarios que es mi pío, o triunfa la idea y me hago el amo. Bueno, me hago el amo yo, y usted, y el otro, y el de más allá; que eso es el individualismo.
URBANO.—(Que entra en escena por la derecha, con un chaquet bastante ridículo). ¡Eso es el sinvergonzonismo!
LEÓN.—(A Urbano, despectivo). ¿Qué sabes tú con ese chaqué coliluengo?
URBANO.—(A Carlos). Don Carlos, ¿me hace usted el favor de dejarme esa silla que es la mía? (Cambian la silla y se sientan).
LEÓN.—Aquí tengo a la gente deseandito de dar el salto y quedarse con todo, destruirlo to, porque el individualismo consiste…
URBANO.—Mira, León…, león de cartón, gorrón, tragón, tumbón.
CARLOS.—Déjele que se explique, hombre. Es interesante la teoría.
URBANO.—Bueno, pues, termina pronto, que tienes que irte.
LEÓN.—¿Yo, a dónde?
URBANO.—A la calle, con tu niña. Aquí se acabó lo que se daba. ¡Orden, método, reglamento!
LEÓN.—(Despectivo). Pélate y desnúdate, idiota. ¡Qué me voy a ir, desventurado! (A Carlos). Pues como le decía: el individualismo que yo me he inventao es un sistema político que consiste en que cada uno viva a costa de los demás. Esto, así de pronto, parece una guarrada, pero no.
CARLOS.—¿Ah, no?
LEÓN.—No. El sistema propende a ensanchar los derechos del individuo a costa de los derechos de los demás; pero como cada uno se ensancha a costa del otro, y el otro a costa del otro, y el otro del otro, pues al final (En latiguillo), todos ensanchados, todos libres, todos manumitidos, todos felices, todos iguales, ¡¡sí!!
URBANO.—¡Valiente lío!
LEÓN.—(Despectivo, como antes). ¡Pobre hombre!
AGUSTINA.—¡Eso! ¡Pobre hombre! (A León, entusiasmada). ¡Sigue, pico de oro!
LEÓN.—(Tomando ritmo oratorio). ¡Guerra al Estado! ¡Guerra a la Sociedad! ¡No hay Estado, no hay Sociedad! Yo soy mi Estado, tú eres tu Estado. Yo mi Sociedad y tú, tu Sociedad. ¡Todo el mundo suelto, cada uno a lo suyo, allá ca uno, y el que venga atrás que arree!
AGUSTINA.—(Entusiasmadisima). ¡Y sin haber ido nunca al Ateneo!
LEÓN.—(Con alientos ciceronianos). ¿Porque qué es el colectivismo? ¡Organizaciones de manadas, porque el hombre tiende a la piara! ¡Y piarismo no! La máquina, del obrero que la fabrique; el palacio, de quien lo edifique; el pan, de quien lo amase; el dinero, de quien lo acuñe; la tierra, de quien la labre. ¡Pero nadie ayude a nadie; nadie trabaje para nadie! Que cada uno se las busque como pueda y ¡tira p’alante! (A Carlos). Qué: ¿está usté de acuerdo conmigo?
CARLOS.—Estoy de acuerdo con los que protestan contra las injusticias sociales; con los que están ya hartos, aburridos, cansados de ellas. Porque…
LEÓN.—¡Alto ahí, que acaba usté de dar en la yema! Por eso al partido que yo he fundado le llamo “La Oca”, que así, en globo, no dice nada; pero descompóngalo usté por letras. “¡La Oca!” ¡Ele, a, o, ce, a! ¡Libre Asociación Obreros Cansados,
Aburridos!
URBANO.—¿Pero tú de qué estás cansado? ¿No comprendes, imbécil, que si triunfa la idea tendrás que trabajar?
LEÓN.—Mira, no seas pesimista. También nos tenemos que morir y nadie se acuerda de eso. (A Carlos). ¿Digo bien?
CARLOS.—Evangeliza. (Fuertes rumores en la calle).
TODOS.—¿Eh?
LEÓN.—¡Bah! La multitud que llega al salón teatro donde va a celebrarse el mitin. Asomar la gaita y veréis.
AGUSTINA.—(En la puerta). ¡Qué barbaridad!… ¡Si es todo el pueblo!
LEÓN.—(Levantándose). ¡Casi nadie soy yo! Y que hoy llevo algo muy gordo en el buche. Hoy vamos a salir del mitin de muy mala manera. Hoy nos reparte el Ayuntamiento los bienes y tierras que posee y obliga al ex marqués de Zafrilla a hacer lo propio, o le prendemos fuego a las propiedades del Ayuntamiento y a las del ex marqués.
CARLOS.—Ya será algo menos.
LEÓN.—Poco va a vivir el que no lo vea. Conque… ¡a la lucha!
CARLOS.—¿Ya?
LEÓN.—No; pasito a paso, amigo. Primero, sinfonía. Los directivos de “La Oca” me obsequian con un almuerzo en casa de uno de ellos, que es lo estipulao en todas partes.
URBANO.—¡Ah, ya!
LEÓN.—¡Ni ah ya, ni ah yo! ¿Es que vas a tomar a mala parte que acepte un convite casero? ¡Digo: y con lo harto que estoy de comer en fonda!
URBANO.—¿Habrá sinvergüenza?
LEÓN.—¿Sinvergüenza un apóstol? ¡Y que se exponga uno a morir en la lucha por un neutro como tú!
URBANO.—¿Qué me has dicho?
LEÓN.—¡Neutro! ¡Porque no eres ni de un partido ni de otro, y eso es ser neutro; ni carne ni pescado! Por supuesto, como tu fonda, porque aquí no se come más que… ¡neutralidades! (A varios obreros, muy mal encarados, que provistos de garrotes aparecen silenciosos en la puerta del foro. Entre ellos estarán CUBRO y SARABIA, que huelen con deleite y dan muestras de hacérseles la boca agua). ¿Qué hay, compañeros?
CURRO.—¡Al mitin!
LEÓN.—Vamos allá. Pero, oigan: ¿no decían que antes del mitin habría… (Señala de comer) comité?…
CURRO.—Lo del… comité lo han dejao pa luego. Ahora hay bebité na más.
LEÓN.—Pues andando. ¡Viva “La Oca”!
OBREROS.—¡Viva! (Mutis de los obreros y de León).
ADELA.—¡Qué padre tengo! ¡La de cosas que hace para no trabajar y siempre se sale con la suya!
CARLOS.—(Por León). Este nos va a buscar una ruina…
AGUSTINA.—¡Por mi!… ¡Más arruinados que estamos! No tenemos nada que perder, de modo que por mí, que se arme. ¡A río revuelto!…
URBANO.—Sería muy triste que nos estropearan el banquete.
AGUSTINA.— (A Urbano, dándole la cuenta de Carlos). Toma, galán: la cuenta de don Carlos.
URBANO.—¿Qué le pasa a la cuenta?
AGUSTINA.—(Como la cosa más natural y sin cuidarse de que Carlos la está escuchando). ¡Que lo ha notao!
CARLOS.—¡Caramba!
URBANO.—(Azorado). ¡Ah, bueno, sí, ya, bien! Tú ayuda a hacer los flanes.
AGUSTINA.—Sí,
URBANO.—(A Adela). Niña, quédate aquí y avisa cuando lleguen los del banquete.
ADELA.—Sí, titito.
URBANO.—Dijeron que de una a una y media… (Haciendo mutis por la derecha con Agustina). ¡Mujer, no seas bruta; me dices lo de la cuenta en sus propias narices… ¡Ay! ¡Aquellos próceres que no miraban las cuentas jamás! ¡Se está corrompiendo todo! (Mutis de ambos).
ADELA.—(A Carlos). ¿Le han dicho a usté que ha estado aquí antes preguntando por usté el administrador del marqués de Zafrilla?
CARLOS.—No…
ADELA.—Pues sí. ¿Es muy amigo de usté?
CARLOS.—Sí. He hecho algunas exploraciones en las fincas del marqués y hemos intimado bastante.
ADELA.—Es el amo del pueblo. Como todito el término de Cigüeñales es del marqués… ¡Lo riquísimo que debe ser ese marqués!
CARLOS.—¿Sí?…
ADELA.—Y dicen que es joven y guapo y muy buena persona… ¡Vaya un partido! Por aquí no ha venido nunca. Está siempre en Madrid o en el extranjero… Si yo tuviera confianza con don Conrado, su administrador, le pediría una cosita.
CARLOS.—¿Qué?
ADELA.—Una cartita de recomendación para el marqués. Y me plantaba yo en Madrí, y me iba a verle, y le pedía por Dios que me diera algún empleo, aunque el sueldo fuera cortito… Porque con esto del cuplé paso cada sustito… Que no sirvo, don Carlos. Mire usté, cuando salgo a escena, como no soy feílla del todo, pues la gente me recibe bien y me miran así, como diciendo: —“No está maleja”—. Pero en cuanto empiezo a cantar oigo que dicen por lo bajo : —¡Ay qué azaura!, ¡ay qué niña!…, y menos mal que cuando empiezan a revolverse como para subir y pegarme es cuando yo acabo y me voy.
CARLOS.—¿Y nunca hay palmas?
ADELA.—¡Ay, Dios mío! ¡Palmas!… Yo no las he oído nunca. Muchos siseos, muchos abucheos y algún “guau, guau”. Ahora que tirarme cosas, no, señor. Quitando Vélez-Málaga, donde me tiraron huesos de nísperos, y Carmona, donde me dieron un platanazo, en los demás sitios, nada. Bueno, sí; perras en muchos sitios. Y por cada una que me tiran hay que ver luego la que yo cojo. ¡Que no sirvo! ¿Por qué no le pide usté la cartita a don Conrado? Claro que yo no sé qué empleo pedir porque no sé hacer nada. ¡Pero hay tantos empleados que no hacen nada tampoco!… (Conmovida). ¡Que yo no sufra más desaires, don Carlos! ¡Y sufro mucho! ¡Y algunas veces quisiera morirme, de pena que me da de mí misma, y es una pena que a una le dé pena de una!
CARLOS.—(Viendo aparecer por el foro a DON CONRADO: un cincuentón bien trajeado y no mal parecido). Aquí llega don Conrado. Déjeme con él y le pediré lo que desea.
ADELA.—¡Ay qué bien! ¿No ve usté? Primera vez que he tenido suerte en mi vida.
DON CONRADO.— (Que viene un poquito nervioso, algo acalorado y que es más andaluz que Pedrote). Buenas.
CARLOS.—Buenas, don Conrado.
ADELA.—Muy buenas. (Insinuante). Ea: ahí los dejo solitos. Voy a arreglar el cuarto de mi papaitito, que lo habrá dejao como una leonera. Hasta luego. (Hace primer término mutis, por la izquierda).
CARLOS.—(Anhelante al verse a solas con él). ¿Qué, don Conrado?
DON CONRADO.—¡El desmiguen, señor marqués!
CARLOS.—(Apurado). ¡Calle usted, hombre! ¡Deje usted el marquesado, joroba! ¿Va usted a meter la pata?
DON CONRADO.—No me tome usté en cuenta lo que diga, mardita sea el tuétano y la brújula, porque vengo que m’arriman candela y estallo. ¡Yo que era un porvorón soy un porvorín, mardita sea Nápoles, Córcega y la Rábida!
CARLOS.—Vamos, no empiece usted con sus maldiciones.
DON CONRADO.—Pero mardita sea “La Oca” y los intríngulis de los triángulos! ¿Sabe usté ya lo del mitin?
CARLOS.—Sí. Acaba de salir de aquí León de Alcalá; “el líder”.
DON CONRADO.—Ni líder, ni escabeche, ni trompeta, ni na. Un tío estropajo más vago que un conserje y más tonto que echarle asúcar ar bicarbonato, que no predica más que tonterías: ahora: que nos va a molé, porque calienta a grullos. ; Y eso no, mardita sea Úbeda y Mérida! ¡Eso, no!
CARLOS.—¡Claro que no! ¿Hay guardias bastantes?
DON CONRADO.—Sí, señó; pero como todo el término es nuestro, porque lo que no es de usté es de su tío el señor conde, no es posible que haya una pareja cada doscientos metros. Si por eso quise yo que viniera usté de incógnito, pa que viera con sus ojos lo que pasa.
CARLOS.—Es una mala racha y yo estoy dispuesto a transigir, don Conrado.
DON CONRADO.—¿A transigir?
CARLOS.—A transigir, sí, a transigir. Yo no quiero que destruyan nada, porque lo que destruyeran iría no sólo contra mis intereses, sino contra el de ellos mismos. Todo se reduce a no cobrar renta este año; pero antes que ver mis fincas destruidas prefiero cederlas voluntariamente.
DON CONRADO.—¡Disparate, don Carlos! ¡Disparate! ¿Cree usté que iban a contentarse con eso? ¡Quite usté, hombre! Aquí lo que pasa es que…
CARLOS.—(Al ver en la puerta del foro a JUAN AGOTE, el organista de Cigüeñales, que habla con uno). Cuidado, que está ahí el organista y va a entrar.
DON CONRADO.—¡Lo que me tengo yo que contené pa no darle a este tío una patá en el píloro!
CARLOS.—¿Por qué? ¿Le ha hecho algo malo?…
DON CONRADO.—No, señó; pero es un… melifluo, y yo no puedo ve a los melifluos. Bueno, entonces quedamos…
CARLOS.—En que usted se acerca ahora al mitin para enterarse de lo que esa gente decida, y con arreglo a lo que ellos determinen, así procederemos nosotros.
DON CONRADO.—Está bien.
JUAN.—(Entrando en escena). Ave María Purísima,
DON CONRADO.—(Tragando bilis). Sin pecado…
JUAN.—Buenas tardes.
CARLOS.—Buenas tardes.
DON CONRADO.—Pues hasta luego entonces.
CARLOS.—Hasta luego.
DON CONRADO.—(Por Juan al hacer mutis). (¡Maldita sean los zánganos, los místicos y los esdrújulos!) (Se va por el foro).
JUAN.—(Que es un cuarentón, modosito, encogidito, amaneradito y melifluito. Viéndole ir). No me jama. Bueno, no me jama ni jamás me jamó.
CARLOS.—¿Es árabe eso?
JUAN.—Digo que no le paso de la nué. No me puede tragá. Que dise que soy muy fino y muy tierno, y lo que pasa es que yo tengo “ducasión” y él es un fosco. Más valiera que fuera a misa, que no va; y que cumpliera con la Iglesia, que hace nueve años que no cumple.
CARLOS.—Bueno; qué, ¿viene usted a darle a Adelita su lección de canto?
JUAN.—Sí, señó. A perdé el tiempo, porque Adelita no dará nunca chispa. Esa será de por vida “Armendra”, porque como ella se pone en los carteles “A. de Alcalá”, la gente la llama “Armendra de Arcalá”, que tiene age. En fin, menos mal que estas cosas que yo le enseño no son pecaminosas, porque yo se lo dije desde el primer día. “Mire usté, Adelita; yo cuplés de besos y verdulerías, no.” Y en todas las letras a donde había picante ponemos merengue, y ya está; que dise, por ejemplo, como desía una:
“En cuanti te coja a solas
voy a darte cuatro besos,
un abrazo que te estruje
y dos bocaos en el cuello.”
Pues he puesto yo :
“En cuanti te coja a solas
voy a darte pa recuerdo
un trébol de cuatro hojas
y un risito de mi pelo.”
¡Desensia y romantisismo, señó!
CARLOS.—Pues lo que suele gustar es lo otro.
JUAN.—¡Ay, sí, señó! Er mundo está corrurto y pútrido. De vergüenza, sero; y de religión, bajo sero; que así ando yo, que hay que ve cómo ando. Porque el órgano está criando “mojo”.
CARLOS.—¿Qué órgano?
JUAN.—El de la iglesia. No hay quien encargue una misa cantada, ni un bautizo con música, ¡ni siquiera un funeral! ¡Y como a uno no le armiten de obrero parado!… ¡Un contradió! Porque al que le da ar fuelle, porque no le da ahora, es obrero parado, y toca a dos pesetas ; y yo, que toco y que saben que ahora no toco, ni toco a nada. ¡Una injusticia! En fin; la voy a llamá, para que acuda. (Abre el piano y toca fuertemente “Una copita de ojén”).
CARLOS.—¿Esa es la señal?
JUAN.—Sí, señó. Lo malo es que suele acudí también Liberta, la mosa, que ésa sí que tiene afisión y madera; pero es tan mula… Parece mentira que, con lo lista que es, sea tan borriquísima.
LIBERTA.—(Entrando en escena por la primera derecha). ¿Ya?… Buenas, don Juan.
JUAN.—Hola, muchacha.
ADELA.—(Entrando en escena por la primera izquierda). ¿Eh?… Hola, don Juanito.
JUAN.—Buenas, Adelita.
ADELA.—(A Carlos). ¿Qué? ¿Le dijo usté?…
CARLOS.—¿Eh? ¡Ah! Sí; y está dispuesto a complacerme.
ADELA.—¡Muchísimas gracias, don Carlos!
CARLOS.—Bueno; ¿me deja usté asistir a su lección de canto?
ADELA.—(Aterrada). ¡Ay, no, por Dios!… Ya le dije a usté antes que eso no, porque me da muchísima vergüenza… ¡Por lo que más quiera!
CARLOS.—Ha puesto usted un gesto de espanto, que no sé cómo estará usted en los cuplés cómicos; pero en los dramáticos debe usted ser algo muy grande. Usted debe incluir en su repertorio “El relicario”, “El ahorcado”, “La novia del torero”, “El novio de la muerte”, “La mujer del verdugo” y cuatro o cinco más de esos tan divertidos. Yo sé cantar uno que empieza:
«Me partió la yugular
para beberse mi sangre,
y yo le dije: “No bebas,
no bebas, que soy tu padre!…”
JUAN.—(Temeroso). Don Carlos, por su salú de usté, que a mí me dan convursiones cuando me sobrecojo.
CARLOS.—Bueno; vamos a la lección. Venga de ahí.
ADELA.—¡Que no, que no y que no!
LIBERTA.—¡Esta señorita Adela es de un corto!… Me recuerda a mí a la “Tisiana”, la “copletista” aquella que s’hospedó acá el “ivierno” pasao y que cantaba aquellas romanzas que tenían su “agumento” y todo, y que unas veces era una “herodina” de la guerra, y otras una “ninfla” del bosque, y otras una cristiana que se tumbaba en un “soflá” y se moría, y otras una “pache” que salía fumándose un “braguero”…
CARLOS.—Sí; la “Ticiana”; conocidísima.
LIBERTA.—Bueno; pues ésa era corta, corta, corta. Pero antes de salí a escena s’atizaba dos o tres chicotazos de manzanilla, que se ponía como er Quico, y salía y se comía ar público. (A Adela). ¡Debía usté de probá y bebé, pa ve.
CARLOS.—Es una idea.
ADELA.—¿Usté cree?…
JUAN.—¡Cuando yo digo que esta Liberta tiene mucho debajo der pelo!
CARLOS.—Y que unas copitas a esta hora a guisa de vermú, ¿eh?
JUAN.—(Con los ojos en blanco). ¡Ay!
CARLOS.—(A Liberta). Tráete una botella y unas copas.
LIBERTA.—(Dispuesta a hacer mutis por la derecha). Ahora mismito.
CARLOS.—Un buen vino, ¿eh?
LIBERTA.—Sí, señó. (Vase).
ADELA.—A mí no me importa probar. ¡Ojalá que el vino me produjera el mismo efecto que a la “Tisiana” y se me quitara esto que tengo, que no sé lo que es.
JUAN.—Guasa.
ADELA.—¿Eh?
JUAN.—Farta de coraje, quiero desí.
LIBERTA.—(Entrando con una bandeja con vasos ) Don Urbano trae el vino.
URBANO.—(Con tres botellas y un sacacorchos). ¿Qué vino desea, mi buen don Carlos: Osborne, Jiménez Várela, “Domeque”?
CARLOS.—Siendo bueno, cualquiera.
URBANO.—(Abriendo una botella). Hay este Osborne que se denomina “Delicado” y que además de “Delicado” es muy fino. Vea: pruebe, deguste… (Llena los vasos).
CARLOS.—Vamos a ver. (Ofrece vasos a Adelita, Juan y Liberta).
ADELA.—Gracias. (Bebe).
JUAN.—Muchas gracias. (Ídem).
LIBERTA.—(Indecisa). ¿Yo también, señorito? ¿Pero es que vi yo a artená?…
URBANO.—(Que está abriendo la botella). Beber no es alternar. Liberta. Beber es consumir. Consume. (Bebe Liberta).
JUAN.—(Apurando un vaso). ¡Nerta, renerta! Esto es lo que a mí me gusta más en este mundo. (Poniendo el vaso en la bandeja). No confundí mi vaso, que es este.
URBANO.—(Llenando los vasos con la nueva botella que acaba de descorchar). Pues este “Fino Cirano” tiene una nariz… Ahí queda esa botella de “Tío Pepe”… y voy por otra… (Iniciando mutis).
CARLOS.—Oiga, oiga; pare usté la jaca, amigo. Aquí vamos a tomar una copa y no una pítima. ¿Hay algún artículo en el reglamento de la fonda que diga que cuando se pida una botella se abran dos?
URBANO.—El cuarenta y siete, que dice en sus consejos a la servidumbre:
“Si una botella piden, tú te alientas
y procura abrir dos;
y si puedes cobrar media docena,
darle gracias a Dios.”
CARLOS.—(Que está sirviendo nuevos vasos de vino o los demás). No está mal eso.
URBANO.—Ahí dejo esa otra botella, por si acaso. Voy, con su permiso, a seguir llenando Conchitas de jamón serrano para el banquete de esta tarde. (Mutis por la derecha).
JUAN.—(Acabando de beber su nuevo vaso). Muy bueno, también; pero me gusta más el otro: tiene más boca.
CARLOS.—(Llenándole el vaso, como a los demás). Pues beban, beban…
JUAN.—Que la vamos a cogé, don Carlos. Porque como tiene uno el estomaguillo vasío… (Velven a beber todos).
ADELA.—¿Y dices tú que la “Tiziana”?…
LIBERTA.—Sí, señorita, y se comprende; porque hay que ve el calorsito que entra. La “Tisiana”, en ese cuplé que canta usté que dise:
“Pero ya pasó mi susto.
De nuevo, siento alboroso.
Ya estoy que salto de goso.
Ya estoy que bailo de gusto…”
Que usté dise quieta y con las manos lasias, pos ella, en cuanti que llegaba a lo del arboroso, pegaba dos saltos asín… (Saltando a un lado y a otro, cadereando).
¡Zas, zas, zas!… (Cantando y bailando muy requetebién).
“¡Y estoy que salto de gusto!…
¡Y estoy que bailo de gusto!…”
CARLOS.—¡Ole!
JUAN.—(Conmovido). ¡Si te viera la probresita de tu madre, que esté en gloria!… (Bebiendo ya sin que nadie le invite). ¡Qué mujé más santa! ¡Lo que lloró el pobre de tu padre cuando se le escapó con aquel del Catastro!… ¡Pobre Manué!
CARLOS.—¿Qué es eso, amigo? ¿Le da a usté tétrica?
JUAN.—Tétrica, no, don Carlos: sensible. Si por eso no bebo casi nunca. Porque, ¡ay! ¿Quién no lleva argún crespón en sus entrañas?
LIBERTA.—(Mirándole con admiración). ¡Es un santo bendito!
JUAN.—Y yo, en las alas de mi corazón tengo tres plumitas negras que cuando bebo me basen cosquillas en el alma.
ADELA.—¡Y ole! De ahí se puede sacar un fandanguillo.
JUAN.—Qué rasón tenía la pobre de mi madre, que esa sí que me conocía a mí bien, cuando me decía : “Mira, Juan, hija mía…” (Llora desconsoladamente, y vuelve a beber).
LIBERTA.—(Consolándole). Vamos, consuélese usté, que ya sabemos que es usté un arma noble; que eso lo dise toíto er mundo.
JUAN.—(Bebiendo y llorando). ¡Qué pena, compañerita!…
CARLOS.—Pues como llore todo lo que se está bebiendo…
LIBERTA.—No hay que hacerle caso. Cuando la coge se quea sentaíto como un santo y sin meterse con nadie.
CARLOS.—Menos mal.
LIBERTA.—Pues, vorviendo a lo nuestro, señorita. ¡Qué verdá es que Dios le da pañuelo a quien no tiene narises ni na! Porque yo, en ese cuplé que canta usté con tantísima asaúra…
ADELA.—¡Ay, ésta!…
LIBERTA.—Y que dise el estribillo:
“Ya está listo mi Varisto,
que lo he visto prisionero,
¡Ay qué pobresito pisto,
pisto, pisto, pistolero!…”
CARLOS.—Precioso!
LIBERTA.—(Accionando graciosamente). Yo adelantaría el cuerpo asín, pa que vieran que… hay cosas; aluego me pondría de perfí, pa que siguieran viendo lo que hay, y remataría arrecogiéndome er traje asín, pa que berrearan. (Da unos pasos de baile).
ADELA.—¡Tú no tienes vergüenza, niña! ¡Ja, ja, ja!… (Ríe locamente).
LIBERTA.—¡Qué tendrá que ve la vergüenza con el arte!
CARLOS.—¡Ole! Eso está bien, muchacha. Ahí va otro vasito.
LIBERTA.—(Aceptando el vino que Carlos le ofrece). Sí, señó.
ADELA.—(Tirando a la bandeja el vaso que tenia en la mano). Pero oye, tú, grulla, que eres una grulla. ¿Tú crees que no tengo cosas como todo el mundo y que no tengo gracia para saberlas marcar?
CARLOS.—¡Y ole también!
ADELA.—(Haciendo con gracia los mismos ademanes que hizo Liberta). ¿Tan difícil es hacer así…, y así… y así?
CARLOS.—(Admirado). ¡Atiza!
LIBERTA.—(Ídem). ¿Como la “Tisiana”?
ADELA.—Yo sé hacer con gracia eso y esto… ¡Fíjate bien! (Adopta una postura digna de Pastora Imperio). ¡¡Y esto!! (Da una vuelta y medio se cae). ¡¡Mi madre!! (Rie a carcajadas). ¡Ja, ja, ja!…
CARLOS.—(Sujetándola). ¡Criatura!
LIBERTA.—¡Que se mata! (Ídem).
JUAN.—(Llorando). Pobrecita; huérfana de madre y con un padre que es un castigo!… (Bebe).
ADELA.—(Secándose el sudor de la frente). El vinillo, que se me ha ido a los pies; porque a la cabeza, no… ¿verdad?
CARLOS.—No; a los pies nada más. Tratándose de una dama y de un vino tan fino…
ADELA.—Deme usté otro vasito, so guasón.
CARLOS.—Ahí va. (Se lo da).
ADELA.—(Después de beber). Yo tengo gracia. Lo que me pasa es que tengo también vergüenza, y como la vergüenza es como el aceite, que está siempre encima, pues tapa a la gracia, que está debajo. Pero donde haya una mujer pa sentir, pa querer y pa…, ¿eh? Allí está mi cuerpo.
Chiquita y juncal,
morenita con salero
y salerito con sal.
LIBERTA.—¡En er mundo!…
ADELA.—¿Pero qué es eso de encalabrinar a la gente? No, hija; la mujer a quien debe encalabrinar es a uno solo: ¡individualista integral, como mi padre! ¿Qué es eso de hacer berrear a cien tíos? Prefiero que me ladren, sí, señor. Eso de que la miren a una con ojos de codicia es un asco; prefiero morirme de hambre. ¡Ta está dicho! Yo salgo a escena y me encaro con el público, y le digo. (Pavamente:)
Mi vida, salero.
Tu cara, tus ojos,
tu boca, tu cuerpo…
(Más borracha cada vez). Y lo digo así porque el público es la masa, y a la masa, pavismo e idiotismo; pero al hombre que a mí me guste… (Riendo). Usté me gusta a mí, don Carlos.
CARLOS.—¡Mujer!
LIBERTA.—¡Zambomba!…
JUAN.—¡Ay, Jesús!
ADELA.—Y al hombre que a mí me guste, como yo soy individualista, cada una para cada uno, y na más, le diré a él sólito… (Graciosa, coqueta, amorosamente).
¡Chiquillo!… ¡Salero!…
Tu cara, tus ojos,
tu boca, tu cuerpo…
(Apoyándose en él, enamoradísima).
¡Mi vida! ¡¡Te quiero!!
LIBERTA.—¡Qué tajá! ¡María Santísima!
CARLOS.—(Encantado y encandilado). ¡Deliciosa!
JUAN.—¡Ay, er vino! ¡Lo que hisiste, Noé! (Bebe).
ADELA.—(Pasándose la mano por la frente). ¿Qué me pasa a mí?…
LIBERTA.—Lo del aseite de la vergüensa, que se l’ha rebujao a usté una mijita…
ADELA.—No me dé usté más vino, don Carlos. Porque a mí me falta este poquito… (Señala con el dedo una pequeñez) para decirle a usté que es usté la persona a quien a mí me guistaría encalabriná.
LIBERTA.—(Apurada). ¡Señorita!…
ADELA.—Tú a mí me dejas, que yo no estoy borracha.
CARLOS.—Déjala, mujer.
LIBERTA.—¡Ojú!
ADELA.—Y a mí me gustaría desirle a usté que me gusta porque es usté muy caballeroso y me ha tratao siempre como a una señorita, que es lo que yo soy.
CARLOS.—¿Quién lo duda?
ADELA.—Pero no se lo digo a usté; me callo, y en paz. Porque yo tengo vergüenza, que es lo que ésta no tiene.
LIBERTA.—(Molesta). ¡Oiga usté!…
ADELA.—(Borracha del todo). ¿Qué pasa? ¿Pasa algo? No pasa nada. Mareadilla que estoy, pero contenta. ¡Estoy contenta!. Ahora voy a echarme un poquito, porque la cabecilla… (Riendo a carcajadas). ¡Ja, ja, ja, ja!… (Deteniéndose ante el lateral izquierdo). ¡Valiente lío! ¡Cuántas puertas iguales! (A Carlos, que intenta acompañarla). ¡A mí me deja usté! (Indicando la puerta del cuarto de Carlos). Ya sé que la de usté es aquélla, y allí no entro yo! ¡No, señor! ¡Y si me gusta usté, me aguanto! ¡Y si no tengo gracia, mejor para mí! ¡Individualismo! El dinero, de quien lo acuña y el pan, de quien lo amasa, y la mujer, de quien sepa conquistarla con esto… (Golpeándose el pecho). ¡¡Con esto!! ¡¡Y el aceite de la vergüenza en su sitio!! (Riendo como loca y haciendo mutis). ¡Ja, ja, ja, ja, ja!… (Vase).
CARLOS.—¡Válgame Dios! No creía yo que había bebido tanto…
LIBERTA.—(Insinuante y coqueta). Es que hay cosas que ajuman más que el arcohó.
CARLOS.—(Intentando tomarle la cara). ¿Qué dices, Liberta?
LIBERTA.—Que a la otra puerta. (Se aleja de él).
JUAN.—¡Y yo aquí sólito, sin que nadie me diga qué buenos ojos tienes!
(Dentro, lejos, se escucha un rumor de voces y de gritos).
CARLOS.—¿Eh? ¿Qué sucede?
LEÓN.—(Por la puerta del foro, como una tromba. Viene sin gorra y nerviosísimo). ¡Atiza!… ¡Aprieta!… ¡Cerrá la puerta!… ¡Mi madre!… Aquí hay vino. Con permiso. (Echa un trago).
JUAN.—(¡Otro réprobo! ¡Lástima de hombre!)
CARLOS.—¿Ha sucedido algo?
LEÓN.—¡Que me la he buscao, don Carlos! ¡Anda, pa que mitinees! ¡Maldita sea! (A Liberta). ¡Llama a mi hermana y a mi cuñao y a mi niña!… No, a mi niña, no, que es tonta y se iba a asustá.
LIBERTA.—(Indecisa). ¿Pero?…
LEÓN.—¡¡Corre!!…
LIBERTA.—¡Ojú! (Mutis por el corredor de la derecha).
CARLOS.—¿Pero qué le ocurre a usted?…
JUAN.—(Por León). ¡Pensá que este don León ha de acabá en el infierno lo mismito que un chicharrón!… ¡Ay, en verso!… ¡Ja, ja, ja, ja!… (Rompe a reír como un histérico).
LEÓN.—¡Ríete, curoide, que te van a dar pocas los lobos!… Porque aquí no son jabalíes; aquí son lobos.
CARLOS.—¿Pero quiere usted reventar de una vez y decirnos lo que ha sucedido?
LEÓN.—¡El discursito! ¡Que he estado enorme! ¡Sálvese el que pueda!
CARLOS.—¿Pero?…
AGUSTINA.—(Entrando con URBANO por la derecha). ¿Qué ocurre, hermano?
URBANO.—¿Qué pasa, León?
LEÓN.—¡El discursito, hombre, el discursito! ¡Una cosa imponente! Que m’han largao veinte ovaciones y treinta vivas; que he puesto de pie a la gente con los pelos en pie, y que dentro de media hora no va a quedá de Cigüeñales ni una teja.
TODOS.—¿Eh?…
LEÓN.—¡Nada…, que esos animales no me han entendido bien; han tomado el rábano por las hojas y han decidido quemarlo todo y destruirlo todo!
AGUSTINA.—¡Jesús!
URBANO.—¡Y un día que tengo yo un banquete en mi fonda y me he gastado lo que tenía!
LEÓN.—Menos conversación, y al avío, que ya deben andar buscándome los civiles, y no creo que sea pa darme la enhorabuena. Bueno, buscándome a mí y a vosotros, que sois mi familia.
URBANO.—¿Qué has hecho, idiota?
LEÓN.—(Pegándose con rabia). ¡Esta elocuencia mía que arrastra a la gente! Bueno; al que van a arrastrar es al administrador del ex marqués de Zafrilla. ¡Pa su casa van las turbas, y como lo pillen descuidao!… ¡Mi madre!… ¡Conque de pira nosotros!
CARLOS.—¿Cómo? ¿Que va usted a huir después de haber armado el cisco?
LEÓN.—Hombre, es lo que se hace; nosotros, los que predicamos, cuando la armamos nos piramos, y ahí queda eso. Y si no, fíjese usted en que siempre paga el pato uno que pasaba por la calle. ¿Dónde está mi niña?
AGUSTINA.—(Al ver a DON CONRADO, que entra por el foro a carrera abierta). Aquí llega el administrador…
LEÓN.—(Parapetándose detrás de Juan). Ese viene por mí…
JUAN.—Oiga, amigo…, yo de pantalla, no; ni de pantalla ni de valla. ¡Pues vaya!…
DON CONRADO.—(Que viene como loco). ¡Mardita sea los zánganos camándulas y los cartílagos de los murciélagos! ¡Sujetarme a ese bípedo, que lo descáscaro!
LEÓN.—¡Oiga! ¡Cuidado “cónmigo”, ¿eh?, que no soy “manquico”!
DON CONRADO.—¡Estamos copaos! Esos cafres quieren pegarle fuego ar pueblo y cogerme a mí de las patas. (Rumor de voces dentro, lejos).
CARLOS.—¿A usted? ¿Pero no me dijo usted ayer tarde que estaba autorizado por el marqués para repartir los cortijos de San Onofre, San Lorenzo, Las Verillas y toda la vega del río?
TODOS.—¿Qué?…
CARLOS.—¿No me dijo usted que el marqués no tenía inconveniente en ver si era o no factible eso del individualismo integral, y quería hacer una prueba en Cigüeñales?
LEÓN.—¡Ah!, ¿pero esas tenemos, y usté se lo tenía callao? ¡Hombre, voy por las masas! (Medio mutis hacia el foro).
CARLOS.—(Gritando y deteniendo a León). ¡Quieto, tenga la bondad! (A don Conrado). Pues si es así, y ¡así es!, manos a la obra, cristiano, y diga usted a esa gente que no destruya lo que hoy mismo puede ser suyo.
(Rumor de voces, más cerca).
LEÓN.—(A don Conrado). ¡Ya están aquí! ¿Qué les digo?
DON CONRADO.—Está bien, hombre. Después de todo, ¿por qué voy a ser más papista que el papa? ¿Está conforme el marqués? ¡Pues a repartir por las buenas, y sea lo que Dios quiera!
LEÓN.—¡Ole! (Al ver que se abre la puerta del foro y aparece un tropel escandaloso de “grullos”, entre loa cuales figuran BIBIANA, JOSEFITA y CASILDA). ¡Alto! Prudencia en las masas, que estamos parlamentando.
AGUSTINA.—¿Pero mujeres también?
LEÓN.—Sí. Van siempre delante. Son las que dan la cara. Como la tienen más bonita… (Al grupo). ¡Callarse!
BIBIANA.—¡Güeno, pero que nos den de comer aquí!
JOSEFITA.—¡Eso! ¡Eso ¡
LEÓN.—¿Aquí? ¡Aquí no come nadie de balde, que pa eso soy el cuñao del amo! ¡A callá he dicho!
CASILDA.—¡Callarse! (Habla con León, que los contiene.)
LIBERTA.—(Entrando precipitadamente por la derecha y dirigiéndose a
Urbano). Señorito, que ahí están los del banquete.
URBANO.—¿Son treinta?
LIBERTA.— Y diez más que han invitao.
URBANO.—(Frotándose las manos). Mejor.
LIBERTA.—Ya han rematao los entremeses y se están bebiendo los vinos güenos.
URBANO.—Déjalos, que hoy me hincho. Pero, oye: ¿por dónde han entrao, que yo no los he visto?
LIBERTA.—Por las ventanas que dan a la calle.
URBANO.—¿Pero qué clase de gente es esa?
LIBERTA.—Anda, éste; ¡los paraos!
URBANO.—¡Mi madre! ¡Mi ruina!
(Al ir a hacer mutis por la derecha se encuentra con CURRITO, SARABIA, MANOLITO y algunos obreros más, todos con botellas, tenedores, servilletas prendidas etc., etc., que le impiden el paso).
CURRO.—¡Oiga usté, amigo; o nos saca usté la sopa o a ve qué va a ser esto!
URBANO.—(Muerto de miedo). Sí, hombre, voy a…
AGUSTINA.—(Ídem). ¡Urbano!
URBANO.—¡Se van a comer hasta el reglamento!
CURRO.—Andando, que aluego tenemos que quemá la casa.
CARLOS.—(A Curro y demás compañeros de banquete). Un momento, señores; oigan ustedes lo que va a decirles el administrador del marqués de Zafrilla.
LEÓN.—Ex marqués.
CARLOS.—Da lo mismo, hombre; no sea usted pesado.
DON CONRADO.—Pues yo digo, señores, mardita sea Itálica…
CURRO.—Oiga usted, que mi padre es de allí.
DON CONRADO.—Yo digo, señores, mardita sea Itálica y el padre de ese, que es de allí… (Rumores).
LEÓN.—¡A callar!
DON CONRADO.—Que de orden del marqués de Zafrilla…
LEÓN.—Ex.
DON CONRADO.—Voy a repartir por partes iguales entre los cigüeñalenses que lo deseen, tanto hembras como machos, todas las tierras de este término. (Aplausos, vivas, gritos, gorras por el aire, etcétera, etc). ¡Pero, ojo; el marqués impone sus condiciones! ¡Aquí se acabaron los obreros! ¡Ojo!
TODOS.—¡Eso! ¡Sí!…
DON CONRADO.—Individualismo, y cada uno a lo suyo. Todo el mundo propietario. ¡Nadie trabaja a nadie! ¡Nadie es obrero de nadie! ¡Ojo!
TODOS.—¡Nadie!
DON CONRADO.—¿La tierra pa el que la trabaje? ¡¡Pues nada más que pa el que se joroba trabajándola!! Yo mismo me repartiré un pedazo de tierra para labrarlo por mis manos.
LEÓN.—¡Eso! ¡Trabaja, ladrón, algún día te tenía que llegá la hora! Y a ti te perdonamos; pero lo que es a tu amo, el ex marqués… (Con aire oratorio), el que ha estado detentando tantísimo tiempo nuestras tierras (Golpeándose el pecho), ¡nuestras!, ¡nuestras!, ¡que ya son nuestras!… Ese ladrón, granuja y vago… ¡Que no venga por aquí!… ¡Dile que no venga! ¡Viva la Oca!
TODOS.—¡Viva!
DON CONRADO.—¡A mí me va a dar un síncope, don Carlos!
CARLOS.—(Echándole un capote). De modo que, según usted, el que quiera ser propietario en esas condiciones, que lo diga y firme las bases, ¿no? (A todos). Puse, a ver…, ¿quién?…
VOCES.—¡Yo!… ¡Yo!…
JUAN.—(Subiéndose a la banqueta del piano). ¡Que me apunten!… ¡Que me apunten!…
AGUSTINA.—¡Anda, y a mí!
LIBERTA.—¡Y a mí la primera!
URBANO.—.—¡Toma, y a todos!
LEÓN.—¡Vengan nombres! (Saca papel y lápiz y se dirige a un grupo).
DON CONRADO.—(A Carlos). ¡Ay como se enteren de quién es usted!
CARLOS.—¡Quia, hombre!… Verá usted ahora. Señores: al Ayuntamiento a firmar las bases; pero antes… (A León). Usted lo ha dado a entender, amigo: aquí se han dado muchas vivas, pero falta un muera. ¡Muera el marqués de Zafrilla!
TODOS.—¡Muera!
DON CONRADO.—¡Atiza!
CARLOS.—Y ahora, en marcha. Pero en marcha, cantando. (Recitando:)
¡Alirón, alirón,
el marqués es un ladrón!
TODOS.—(Cantando).
¡Alirón, alirón,
el marqués es un ladrón!
TELON
    ACTO SEGUNDO
Habitación que sirve de entrada al caserío del antiguo cortijo de “San Lorenzo”, hoy “La Parrilla”. A la derecha, último término, en chaflán, la puerta que da al campo. Amplio ventanal en el foro, y a la izquierda, en chaflán también, el arranque de una escalera. En el primer término de cada lateral, la iniciación de una galería que simula conducir a las cuadras, gañanía, etc., etc. Por la puerta y ventanal del foro se verá una extensa perspectiva de tierras en disposición de ser aradas, con algún trozo ya roturado, pero no alineadamente, como es costumbre, ni acofradamente, o formando lomos, sino removido sin orden ni concierto. En lontananza, frondoso olivar. En una hornacina cercana a la escalera, y en la que se supone que había un San Lorenzo con su hermosa parrilla, está la parrilla nada más. En escena y entre sacos, aperos y útiles de labor, un cómodo sillón lebrijano y algunas sillas. Es de día. En el mes de octubre.
(Al levantarse el telón no hay nadie en escena. Al poco por el foro entra AGUSTINA, que viste y calza con la sencillez de una campesina cualquiera, y arrastrando un azadón y dando muestras de mortal cansancio, se deja caer en un sillón. Tras Agustina viene LIBERTA, también cansadísima con un rastrillo a rastras, que se apoya en el quicio, jadeante. Entra y se sienta en una silla).
AGUSTINA.—¡Ay, no puedo más!… ¡Maldita sea la hora en que repartieron la tierra y mi hermano, que así se lo coma la tierra! ¡Muera la tierra! ¡Desde hoy, en cuanto me enfade, en vez de decir esa cosa fea que se dice de la mar la voy a decir de la tierra!… Y es que el trabajo del campo no es para señoras.
LIBERTA.—(Tirando el rastrillo). Sí, señora. ¡Mardita sea la oca y quien la inventó en el mundo!
AGUSTINA.—(Débilmente, sin moverse). ¿Qué, Liberta; muerta?
LIBERTA.—Muerta y hecha la…
AGUSTINA.—¿Eh?
LIBERTA.—La autosia.
AGUSTINA.—¡Ah!… Creí que ibas a decir lo que estaba yo pensando. No, si ahora me explico yo el por qué habla tan mal la gente que labra la tierra; porque es que esto de tener que cavar la tierra, con lo dura que está la tierra!…
LIBERTA.—¿Ah, pero usted no lo sabía?… ¡Anda, esta!…
AGUSTINA.—¿Yo qué iba a saber?… Yo lo único que sabia de la Tierra es que es achatada por los polos y ensanchada por el Ecuador.
LIBERTA.—¿Y eso qué es?
AGUSTINA.—Que el mundo tiene la forma de una naranja y da vueltas.
LIBERTA.—Vamos, usted es tonta…
AGUSTINA.—¡Liberta!…
LIBERTA.—Tonta o que con los suores y mareos que le dan cavando se le han revuelto los sentíos.
AGUSTINA.—(Abandonándose, desmadejada). Bueno, mira, lo que quieras. ¡Ay!
LIBERTA.—(Ídem). ¡Ah!…
AGUSTINA.—(Tras una breve pausa, sin moverse ni abrir los ojos). ¡Liberta!
LIBERTA.—(Ídem). Señora…
AGUSTINA.—(Ídem.). Tráeme un poco de agua.
LIBERTA.—(Ídem). Como no levante usted er jopo y raya por ella…
AGUSTINA.—¿Pero es que no me vas a obedecer?
LIBERTA.—No, señora. Yo no soy criada de usted ni de nadie; ya nadie le trabaja a nadie y ya no hay criadas. Acuérdese usté de lo que firmamos; todas semos iguales.
AGUSTINA.—¡Semos! Somos, bestia.
LIBERTA.—Sí, señora: somos bestias.
AGUSTINA.—¡Iguales! De modo que tú, que confundes la “ele” con la “erre”, la “be” con la “uve”, la “ese” con la “ce” y la “jota” con… ¡con el tango!, quieres ser igual que yo, que tengo mi título de maestra de escuela, conozco el castellano a la perfección, como es mi obligación, y estoy aprendiendo el catalán, por si acaso. ¡Bueno estaría! En todo caso seríamos iguales ante la tierra.
LIBERTA.—Pues ahí es donde no semos iguales, ya ve usté; porque a mí, con mi cacho e tierra por delante, cava que te cava y venga meneo, no me gana usté ni su consu. ¡Y si no, ahí están sus tierras de usté y las mías : ¿a ve cuáles están más adelantás?
AGUSTINA.—Es que las mías son más pedregosas y cantalinosas.
LIBERTA.—Que tiene usté muchos kilos y esa es la cosa; porque usté se agacha y con er jilo que ya lleva usté de lo que usté pesa, ¡jim! da usté er primer gorpe mu bien dao, y mete usté el azadón hasta er mango; pero para tirá de él y sacarlo, pone usté una cara de moribunda… (Jadeando), y hace usté un ja-ja-ja-ja… que mira una pa la vía pensando que viene er tren.
AGUSTINA.—Sí, hija, sí; me da un asma que me muero. ¡Y luego dicen que el campo es sano!
LIBERTA.—El otro día la vi a usté descansando sentá en un terrón.
AGUSTINA.—No era descansando. Es que era un terrón que no lo partía un rayo y por eso me senté encima con todas mis ganas.
LIBERTA.—¿Y qué?
AGUSTINA.—¡Que le pude! ¡Lo que era un montículo se convirtió en un hoyo! Como que ahora voy a ensayar un sistema de cultivo muy descansado. Como el caso es remover y desmenuzar la tierra, pues voy a ver si sentándome aquí y allá y recalcando la hago cisco.
LIBERTA.— Pa gracioso lo que hase er cura. ¿Usté no sabe lo que hase er cura con lo que l’ha tocao? Pues que se va allí de paseo, y como er que no quiere la cosa va haciendo bujeritos con er bastón y está dejando su cacho de tierra que párese bordao a bodoques.
AGUSTINA.—Pues mira, no está mal pensado y es muy cómodo: luego se echa en cada agujerito su granito, con mucho cuidadito…
LIBERTA.—(Remedándola). Vienen los pajaritos, Ven los abujeritos, meten los piquitos y se llevan los granitos… No, señora; lo mejor…
AGUSTINA.—¡Ay!, lo mejor es que la labren a una la tierra los ángeles como se la labraron a San Isidro y como se la están labrando ahora a Juan Agote. ¡Mira que se tenía bien callado Juan Agote lo de que era un santo!… ¡Santigúate, Liberta!
LIBERTA.—(Aterrorizada). ¡Sí, señora; sí, señora!… (Se santigua).
AGUSTINA.—(Santiguándose también). ¡Qué prodigio! No hay noche que no le labren. Más de ochenta metros le han cavado los ángeles esta noche pasada…
LIBERTA.—Sí, señora; acabo de verlo. ¡Y qué manera de cavá y de ajondá!… ¡Qué bárbaros!
AGUSTINA.—¡Muchacha, que son los ángeles!
LIBERTA.—¡Ay, es verdá!… (Santiguándose y entredientes). “Con Dió me acuesto, con Dió me levanto.”
URBANO.—(Por el foro. Trae al hombro una azada y un pico). ¿Y esto es el igualitarismo? ¡Esto es el suicidismo, que no es lo mismo! Esto es el sistema de Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como, ¡y a mí no! Urbano Cortés y Ariza, ni se lo come ni se lo guisa. ¡No sudo más! (Soltando las herramientas). ¡Lo que pesa esto!…
AGUSTINA.—¡Pesa mucho una azada!
URBANO.—Y ésta más, que es azada y pico; porque yo, con arreglo a mi método; antes de azadonear, picoteo. Cultivo reglamentado: pico un poco con el pico poco a poco —no tan poco: ¡dejo el pico a la una y pico!— cavo un poco, vuelvo al pico, y otro poco con el pico poco a poco… ¡y vengo hecho migas! (Dejándose caer en una silla). Está visto que aquí no hay más que dos caminos: o ser un santo como Agote… (Incrédulo) que ya veremos eso…
AGUSTINA.—¡Urbano!
LIBERTA.—¡Señorito!…
URBANO.—O ser un sinvergüenza como tu hermano el apóstol, que el muy canalla tampoco ha dado todavía un golpe de azadón y tiene la cintura virgen. Porque como a su niña le ayuda el idiota del arqueólogo, que es tonto, él ha embaucado a la pobre muchacha que, como es tonta también, mientras don Carlos le trabaja a ella, ella le trabaja a su padre. ¡Hay cada Guzmán el Bueno por ahí!… (Palpándose la cintura). ¡Qué lumbares tengo!… Los tengo los dos que… ¡uf!…
AGUSTINA.—¿Qué te sucede?
URBANO.—(Quejándose). Que tengo dos lumbares…, tengo dos lumbares… el uno como acorchado, y el otro como tú sabes.
AGUSTINA.—¿Pero es que tienes humor para bromas?
URBANO.—(Quejándose). ¡Sí!…, sí…, bromas… ¡Ay!… A ver: que me calienten un poco de café con leche.
AGUSTINA.—(Sin moverse). Ya lo has oído. Liberta.
LIBERTA.—(Ídem). A la otra puerta,
AGUSTINA.—Ya la oyes, Urbano, dice que no quiere.
URBANO.—(Con voz doliente y suplicante). ¿Y tú, Agustina?
AGUSTINA.—(Ídem). Regular, muchas gracias.
URBANO.—¿Qué quieres darme a entender?
AGUSTINA.—Que en este régimen nuevo el que quiera café con leche que se lo eche.
LIBERTA.—Y que le aproveche.
CARLOS.—(Que entra con ADELA por el foro). ¿A que no saben ustedes de dónde traigo a ésta? Pues que la he sorprendido trabajando en las tierras de su padre…
URBANO.—¡Noticia fresca!
AGUSTINA.—Eso todos los días.
LIBERTA.—(Riendo). ¡Anda éste!…
CARLOS.—(A Adela). Ah, pues eso si que no, “rica”. Yo, ya lo ves, te aro, te cavo, te bino, te escardo (Echándose mano a los ríñones) y me parto los riñones por ti, con muchísimo gusto; pero que yo te ayude a ti para que tú ayudes a tu papaíto…, ¡caramba!…
ADELA.—¡No seas malo! ¡Pobre papaíto!…
CARLOS.—Nada, nada. El que es el apóstol de este nuevo sistema social debe trabajar más que nadie para dar ejemplo. (A todos). ¿Verdad?
URBANO.—¡Pero no sea usted “púber”! ¿Usted a visto que sude nunca ningún “líder”? Sudamos usted y yo, y ésta, y ésa, y la otra…, en fin: los afiliados, los canelos convencidos, que somos los que nos partimos la tabla del pecho por sacar el programa adelante; pero el jefe…, el jefe siempre ha sido uno que dice: ¡de frente, march!…, y él se queda atrás y a caballo.
LIBERTA.—¡Hombre, le voy a calentá a usté er café con leche, porque me ha hecho usté gracia! (Se levanta con grandes trabajos).
URBANO.—¡Dios te lo pague!
LIBERTA.—Ojú el santo. (Vuelve a sentarse).
JUAN.—(Entrando por el foro, muy mansito). Santas y buenas… Qué cansaditos, ¿eh? Lo comprendo; yo no puedo decir lo mismo, pero lo comprendo. Yo, gracias a los ángeles…
URBANO.—Valiente tío.
CARLOS.—Ya, ya he visto lo que han trabajado esta noche pasada en sus tierras. Y sí que parece cosa sobrenatural, porque no están labradas al uso del buen labrador, sino removidas intensamente, para mejor beneficiarlas sin duda.
JUAN.—(Seráfico). ¡Así es! (Como en éxtasis). ¡Ay, señor!
URBANO.—Pero bueno: ¿quién le labra a usted las tierras, hombre?
JUAN.—¡Los ángeles!
URBANO.—Mire usted, amigo Agote, que tengo pelos en la cara.
JUAN.—(Angelical). Eso afeitándose se quita.
URBANO.—Maldita sea…
CARLOS.—Déjele y que nos diga, por lo menos, cómo se explica él que sean los ángeles los que le remueven la tierra.
JUAN.—Sí, señor, y con muchísimo gusto. Verán ustedes lo que pasó. (Toma una expresión seráfica).
CARLOS.—Vamos a ver…
LIBERTA.—¡Jincarse to er mundo, jincarse!
TODOS.—¡Chist!…
(Liberta no llega a arrodillarse. Juan, tras un ligero éxtasis).
JUAN.—Pues señor: cuando me hice cargo de mi lote de tierra y de mi azada comprendí que me había colao; porque una tierra tan dura y yo tan blando, una azada tan pesada y yo tan peso avispa… Pero, en fin: allí estaba yo solo en la soledad del campo, frente a mi tierra y junto a mi azada. Me rasqué la cabeza, me escupí en las manos, empuñé la azada y me pregunté: bueno: ¿y qué es lo que tengo yo que hacer aquí?; cuando una voz gritó solemne: ¡el ridículo! ¿Quién?, dije volviéndome; ¿quién? ¡Nadie! Atardecía… ¿Quién? —volví a exclamar—. ¿Quién?… ¿Quién?… Y rodó el eco. —¿Quiéeeeeeen?… El sol se hundía, la luna salía, la noche venía y nadie respondía… (Todos menos Liberta, que le oye embobada, se van durmiendo poco a poco). Torné al pueblo, cabizbajo, envuelto ya en la obscuridad de la noche, pero lleno de fe, porque aquella voz me pareció algo celeste, cuando, en efecto: de pronto se rasga el cielo; un coro de ángeles bellísimos se me aparece y uno de ellos se adelanta y dice: “Juan” (Con voz celestial y cantando un villancico).
Por haber tocado tanto
y con tanta devoción,
te doy la jubilación
con los honores de santo.
De tu tierra no te ocupes,
que ya te la labrarán.
En fin; tú no te preocupes,
“Juan”.
(Baja los ojos y reza).
LEÓN.—(Por la izquierda y desperezándose de la misma guisa que apareció en el acto primero. Bostezando a lo tigre). ¡Aaaaaah!…
URBANO.—¡Bonitas horas de levantarse!…
LEÓN.—¡Bah!… A palabras necias… ¿Está la comida o qué?
URBANO.—¿Pero habrá vilordo?
LEÓN.—¿Cómo vilordo? A mí me explicas ahora mismo lo que quiere decir vilordo.
URBANO.—¿Vilordo? Sinvergüenza,
LEÓN.—Pues hable claro, caray. Bueno, ¿qué hay de eso de la comida?
AGUSTINA.—Puesto está el puchero desde las siete. (Bostezan Liberta y Urbano).
LEÓN.—No pretenderás que vaya yo a darle una vuelta. (Ahora bostezan todos).
JUAN.—Yo iré, que a mí no me importa. (Se va por la primera derecha).
LEÓN.—Bueno: y a todo esto, ¿qué tal estáis?
URBANO.—(Con doliente acento). ¿Pero no nos ves, ladrón?
LEÓN.—Ya os veo, ya. Verdaderamente, tenéis una propensión a tumbaros a la bartola que es un asco.
URBANO.—(Levantándose o duras penas). Mira, granuja…
LEÓN.—Vaya: ¿a que voy a tener yo la culpa de…?
URBANO.—¡Ah!, ¿que no? ¿Pues a quién se le ha ocurrido esto del individualismo más que a ti? Y mira, se acabó, nosotros no podemos más. (A todos). ¿Podemos más?
TODOS.—¡No!
URBANO.—Y o encuentras la manera de burlar la ley y de que haya obreros que nos trabajen bajo cuerda a nosotros, o dejamos esto.
LEÓN.—¡Desventurados!
URBANO.—¡Nada, hombre, que esto se ha acabao!
LEÓN.—(A Carlos). ¿Qué le parece a usté?…
CARLOS.—Que tienen razón. Transigir es gobernar. Y si usted quisiera, yo le hablaría al administrador para que se allanara a reformar la ley de bases que hemos firmado en el sentido de que si hay quien quiera trabajar como obrero se le acepte y pague sus servicios…
LEÓN.—(Gallardo). ¡Yo no arrío mi bandera, ni traiciono mi Ideal!
URBANO.—(Fuera de sí). Mira, como te opongas a eso te voy a dar un guantazo que te va a salir la barba rubia. (Gran revuelo).
LEÓN.—¿A mí?
ADELA.—¿A mi padre?
URBANO.—¡A ti! ¡A tu padre! (Sujetan a Urbano. Todos hablan o gritan).
JUAN.—(Asomándose por la derecha). ¡La comida!
TODOS.—¡La comida! (Dejan la bronca para mejor ocasión y hacen mutis corriendo por la derecha. Carlos se ve reunido por León).
LEÓN.—¡Dos segundos!
CARLOS.—¿Qué pasa?
LEÓN.—Hombre, que siempre lo encuentro a usté con la cataplasma de mi niña al lao, y quiero que hablemos…
CARLOS.—Si se refiere usted a mis relaciones con ella, yo le aseguro bajo mi palabra de caballero…
LEÓN.—¡Que yo en las glorias, hombre! Calle usté que es algo más grande lo que tengo que decirle. (Gran misterio. Mira a todos lados con recelo).
CARLOS.—Veamos…
LEÓN.—Oiga usté: ¿eso de que Vitélica Augusta está aquí debajo es la chipén?
CARLOS.—(Seriamente). Me ofende usted si lo duda.
LEÓN.—¡Tenga esa mano, que nos vamos a hinchá usté y yo!
CARLOS.—Pero…
LEÓN.—¡Que he dao con la veta! ¡Que me estoy encontrando los tesoros del mundo, y que en casa tengo ya un saco así de objetos de plata y de oro y ladrillos esmaltaos!
CARLOS.—(Enardecido). Amigo León: ¿dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo?
LEÓN.—(Misterioso)¡Chist… que las paredes oyen!
CARLOS.—¡No sea usted idiota, hombre!
LEÓN.—¡Don Carlos, que voy a ser su suegro!
CARLOS.—Usted perdone, pero es que… la impaciencia… ¿Dónde? ¡No le importe a usted decirlo! ¡Si puede gritarlo! ¡Si el sitio, el lugar, la casa o la tierra donde haya usted encontrado eso es ya de usted, porque la ley le ampara!
LEÓN.—¿Ah, sí? Pues va usté a saberlo. Yo tengo la espina dorsal partía, pero ya le he dicho: un saco así con moneas romanas y cosas de marfil y de oro que se va usté a quedar bizco.
CARLOS.—Vamos a verlas.
LEÓN.—Yo se las traigo a usté. ¡Vuelvo! Nos vamos a hinchar. Es la única vez que he trabajao en mi vida, pero voy bien. ¡Bien!
ADELA.—(Saliendo por la derecha). ¿Pero, papaíto, entras o no?
LEÓN.—Ahora voy. Primero voy… Ahora vengo. (Mutis por el foro).
ADELA.—(A Carlos). ¿Pero?…
CARLOS.—Déjalo, que si lo que acaba de decirme es cierto, ¿para qué quieres tú más felicidad ni yo más colmo para la mía? (Abrazándola). ¡Adela de mi alma!
ADELA.—Pero oye, dime.
CARLOS.—(Mirando hacia el foro). ¿Eh? Ya te diré: déjame ahora. ¿Qué le pasa a ese hombre que viene tan…? ¡Déjame a solas con él!
ADELA.—¿Pero es que no puedo yo enterarme de…?
CARLOS.—(Desentonado). ¡No, mujer, no! Digo, sí, claro… (Enérgico). ¿Quieres hacer el favor?
ADELA.—:Ay! Sí, hombre, me voy… (Haciendo mutis por la derecha). ¡Quia! Yo lo oigo desde aquí. Pues buena soy yo para… ¿Qué será?… (Vase).
DON CONRADO.—(Por la puerta del foro entra en escena, con el sombrero en la mano y jadeante). Buenas…
CARLOS.—¡Caramba! ¿Qué sucede que viene usted con la lengua fuera?
DON CONRADO.—¡Er mundo que se nos cae ensima, señó marqués!
CARLOS.—¡Y dale con el marqués! ¿Cuándo se le caerá a usted de la boca el marquesado, hombre de Dios?
DON CONRADO.—Si no sé lo que digo, mardita sea la arbúmina. Si lo que ahora pasa es pa pegá botes de carnero. ¡Mardita sean los cólicos de rábanos!
CARLOS.—Reviente usted de una vez, hombre. ¿Qué pasa?
DON CONRADO.—¡Agárrese usté! Ahí en los cañaverales están escondíos en un automóvil sus tíos d’usté los condes de Siain, su niña de ellos y un “armitaño”.
CARLOS.—(Pegando un salto que si no es de carnero le falta poco). ¿Eeeh?…
DON CONRADO.—Y con una jindama que traen que a su tío de usté, er conde, se le riza y se le desriza la barba con er tembló.
CARLOS.—¿Pero?…
DON CONRADO.—Como que a estas horas están pregonaos y condenaos a muerte por asesinos.
CARLOS.—¿Pero qué han hecho esos desgraciados?
DON CONRADO.—Pues que estaban en ese pueblo… —como se llame— pasando una temporadilla en no sé qué finca de ellos, se sublevaron los gañanes como aquí y en ve de hacer lo que usté, pasar por to y conformarse con to, pues se liaron a tiros con tos y han herío a catorse.
CARLOS.—¡ Atiza! ¡Qué bárbaro!
DON CONRADO.—Lea usté este periódico del pueblo donde han pasao los sucesos, que viene bueno. Además, está escrito por los campesinos. ¡Como en Rusia! ¡Ya como en Rusia, señor marqués!
CARLOS.—¡Que haga el favor de apearme el tratamiento, caray! (Hojea el diario).
DON CONRADO.—Sí, señor. ¿Pero qué hasemos con sus señores tíos? Yo traigo ahí en er coche ropa sufisiente pa que se disfrasen a ve si así lo sarvamos…
CARLOS.—¡Qué atrocidad! (Por el periódico). ¡Y menudo aviso publica aquí con letras de a cuarta! (Lee). “Señas personales de los asesinos. El conde de Siain gasta barba y lleva gafas; la condesa es una birria flacucha, y la hija es una niña gibia que no pronuncia la erre doble ni a la de tres. ¡Mueran los tres! ¡Muera el conde! ¡El que lo coja, pa él!” ¡Qué horror! Corra y dígale que vengan. Aprovecharemos que ahora están comiendo…
DON CONRADO.—Con haserles una seña desde aquí… (Se asoma a la puerta y hace señas con el sombrero). Yo creo que pueden ocultarse en esta casa; primero porque este cortijo es de ellos, y después porque aquí habita la gente más sensata y de mejor educación.
CARLOS.—(Que anda a vueltas con el periódico). Aquí no dice nada del ermitaño… (Deja el periódico sobre una silla).
DON CONRADO.—Aquí están ya.
(Demudados, lívidos, entran en escena, por la puerta del foro, transportando unos líos de ropas, que dejan en el suelo al entrar, EMEBERTA, VISTREMUNDA, ESTANISLAO y FRUCTUOSO. Emeberta es una señora fina, delicada, nerviosa y muy elegante. Vistremunda es una muchacha monísima y que, lo mismo que su madre, viste a la última. Estanislao, el conde de Siain, barbudo caballero, es el arquetipo del atildamiento y de la finura, y Fructuoso Lobatón, el ermitaño, que calza alpargatas y viste un sayal de estameña que en nada recuerda al de los frailes porque no tiene capucha, es un respetable cincuentón que gasta una luenga barba gris).
CONDE.—¡¡Carlos!!
CARLOS.—(Abrazándoles). ¡Queridos tíos!… ¡Chiquilla!…
EMEBERTA.—¡Qué horror, Carlos, qué horror! ¡Oh! ¡Mon Dieu!
VISTREMUNDA.—¡Qué espanto!…
CONDE.—¿Nos ha visto alguien?
DON CONRADO.—No, señó.
CONDE.—¡Menos mal! Perdón, que no he presentado… El marqués de Zafrilla, conde de Dáalgo y vizconde de Larrochafufú, casa austríaca… El hermano don Fructuoso Lobatón, virtuoso ermitaño…
FRUCTUOSO.—Para servir a Dios, a la Virgen Santísima, a todos los santos y a usted.
CARLOS.—Muchas gracias, pero no creo que me llegue…
FRUCTUOSO.—¿Cómo?
CARLOS.—No, nada. Bueno: ¿Qué ha sucedido?
CONDE.—¡Sobrino Carlos, que no en vano llevamos en las venas la sangre ardorosa de tantos guerreros esforzados!…
CARLOS.—Bien, sí; ¿pero qué ha sido? Veamos.
CONDE.—Que estábamos pasando una temporada en nuestra dehesa de “Campo la Ermita”, cuando se nos presentó Cecilio, el aperador, con una gran descalabradura en la cabeza, y nos dijo que trescientos parados del vecino pueblo de Castanueva habían penetrado en la finca y estaban no sólo desconejándola y desliebrándola, sino que le habían metido mano a una piara de cabras y estaban también “descabralándola”. ¡Excuso decirte! En cuanto vimos aparecer a los forajidos nos encerramos en la casa, nos parapetamos convenientemente, rememoramos lo que hizo Eurico Sesé, mi antepasado, en el castillo de Almenillas, cuando Almanzor… ¿Te acuerdas?
EMEBERTA.—Ouí, yes. Súbito.
CONDE.—Requerí mi escopeta de caza, disparé sobre los victimarios y aplomé a varios.
CARLOS.—¿Pero qué animalada ha hecho usted?
CONDE.—Cuando pudimos huir recogimos, al pasar, al virtuoso ermitaño porque peligraba su vida y aquí estamos. ¡Sálvanos, marqués! Estamos perseguidos y pregonados.
CARLOS.—Naturalmente.
CONDE.—Sonno perdutti.
FRUCTUOSO.—A mí, la verdad, me extraña que deseen mi muerte, porque llevo veinticinco años en el pico de aquel monte labrando mi pedacito de tierra y sin meterme con nadie.
CONDE.—Pues gritaban: “Muera el ermitaño”.
EMEBERTA.—Yo no oí nada.
VISTREMUNDA.—Ni yo.
CONDE.—¡Pues yo sí y basta! ¡Por eso le salvé! Yo no podía olvidar que Gundesalvo Lapiedra, el primer conde de Siain, según la historia, salvó de una muerte notoria y difamatoria a los obispos de Cáceres y Coria. Ahora, todo ha bajado muchísimo y tiene uno que contentarse con salvar a un pobre ermitaño…
EMEBERTA.—Per Dio, Estanislao, no pierdas el tiempo en tontunas. Los minutos son preciosos y precisos.
CONDE.—Ya sabemos lo que has hecho para librar tus fincas y las nuestras de la destrucción. La idea me parece una plebeyez democrática, pero en fin… Si por ahí podemos captarnos las simpatías de esos gañanes y greñudos…
CARLOS.—Hombre, sí; justamente los parcelarios de estas tierras de ustedes son gente muy amable…
EMEBERTA.—Pues vamos a disfrazarnos súbito.
CONDE.—Y a desfigurarnos un poco. Ya tenemos algo pensado… El hermano Fructuoso no conviene que se afeite. Con que se ponga mis gafas de concha tiene ya bastante caracterización. Además, como nadie le conocía… Póngase, póngase mis gafas. (Se las pone). En efecto, parece un propagandista ruso… Algo Pope.
FRUCTUOSO.—Caramba, es que yo con esto veo muy mal.
CONDE.—¿Es posible?
FRUCTUOSO.—Al menos, de lejos… Voy a ver de cerca. (Toma el periódico que dejó Carlos sobre la silla y lee). ¡Ah! De cerca veo mejor que nunca.
CONDE.—Pues no se las quite.
FRUCTUOSO.—(Leyendo). ¿Eh?… (Continúa leyendo con avidez).
CONDE.—(A Carlos). Para que despistemos a todo el mundo se le ha ocurrido al señor Rodas que nos presentemos no como familia, ¿eh? Somos tres amigos y Vistremunda es un chico.
FRUCTUOSO.—(Por el periódico y mirando a Estanislao). (¡Qué tío fresco!)
CARLOS.—¿Tú un chico?
VISTREMUNDA.—Sí, sí; sería espantoso que un gañán cualquiera, creyéndome una palurda, me hiciera el amor y tuviera yo que coquetear con él para disimular. Nada, nada; un chico.
CONDE.—Conforme. ¿A ver la ropa?… (Buscan sus líos respectivos).
FRUCTUOSO.—(Aparte a don Conrado, por el periódico). ¿Usted ha leído esto? Aquí dan las señas del conde; de modo que si quedo con sus gafas, van a creer los de la masa que el conde soy yo. Ahora comprendo por qué me ha traído; para que le haga el quite ¿Se recibe aquí este periódico?
DON CONRADO.—Y se lee mucho; pero a usté, ¿qué más le da? ¿No es usté un “armitaño” consagrao ar sielo? Pues cuanti más pronto la diñe usté, mejón pa usté.
FRUCTUOSO.—¡Y un jamón que están cortando!
CARLOS.—Don Conrado, lleve usted al hermano Lobatón a mi cuarto para que se cambie allí de ropa. Vengan ustedes conmigo. Por aquí. Suban,
DON CONRADO.—(A Fructuoso). Cuando usté guste. Todo seguido.
FRUCTUOSO.—(Tomando su lío de ropas y haciendo mutis por la primera izquierda). (Este conde es una cosa muy seria).
DON CONRADO.—(Te van a dar pocas, Lobatón). (Mutis por la primera izquierda).
CONDE.—(Subiendo la escalera, a media voz). Caramba, no vuelvan ustedes a decir delante de él que no gritaban las masas muera el ermitaño. Ya sé yo que no lo gritaban, pero es que con su barba y mis gafas… ¿eh?… Si alguien me busca para darme un golpe y se topa con Lobatón… ¿eh? Hay que estar en todo. A él, con la vida que lleva, no le importa la vida, y a mí, sí…
CARLOS.—Por Dios santo, que se vea en todos los detalles que son ustedes labriegos. ¡Que les va a ustedes la vida! Nada de finuras ni de meticulosidades.
(Se van por la escalera Emeberta, Estanislao, Vistremunda y Carlos. Apenas se han marchado entra ADELA en escena. Da la sensación de que ha oído cuanto se ha dicho. Muy nerviosa, se dirige hacia la izquierda, como para seguir escuchando; se deja caer en el sillón, y se echa a llorar desconsoladamente).
ADELA.—(Procurando serenarse). No era posible. Hubiera sido demasiada felicidad para mí. ¡Yo que ya era otra mujer! (Siente pasos y se levanta sobresaltada, secándose los ojos). ¿Eh?… ¡Sí! (De dos saltos se planta en la puerta que da al campo y mira hacia él horizonte).
CARLOS.—(Bajando por la escalera). Sea lo que Dios quiera. (Al ver a Adela). ¿Eh? ¿Qué es eso? ¿Has comido ya?
ADELA.—(Sin volver la cara). No; todavía no… (Volviéndose y disimulando). ¡Jesús! ¡Qué sol tan fuerte! Hace saltar las lágrimas. Lo mira una y deslumbra a una de una manera…
CARLOS.—Puede que él diga lo mismo de tus ojos.
ADELA.—¡Anda, tonto!… (Tras un momento de pausa). Oye: ¿Quieres oírme un momento?
CARLOS.—Un momento y toda mi vida, porque todos los momentos de mi vida son tuyos.
ADELA.—Bueno; pues prepárate, porque no esperas lo que voy a decirte, y te va a disgustar.
CARLOS.—¿A que no?
ADELA.—¿Que no? Pues mira, quiero decirte que me voy de aquí.
CARLOS.—¿Eh?
ADELA.—Sí; lo he pensado mucho, y estoy resuelta; me voy… Lo paso aquí muy mal…
CARLOS.—(Dolido). Mujer, muchas gracias.
ADELA.—(Recogiendo velas). No, no… Esto no quiere decir que estas relaciones nuestras, que acaban de empezar, no sigan y… ¡quién sabe!…
CARLOS.—Pero… ¿A qué viene eso? (Como obedeciendo a una idea repentina). Ven acá: mírame a los ojos.
ADELA.—¡Déjame!
CARLOS.—¡Mírame a los ojos!
ADELA.—(Dueña de sí, mirándole tranquilamente). ¿Así?…
CARLOS.—¡Me desconciertas! Nunca me has mirado con tanta frialdad.
ADELA.—Es que los ojos aprenden muy pronto a mirar con frialdad lo que no ha de ser para ellos.
CARLOS.—¿Qué?
ADELA.—Nada; tonterías mías. Que tú vales mucho y yo muy poco. Por eso te miro así. Quien no tenga un céntimo y vea una alhaja que valga millones debe mirarla fríamente.
CARLOS.—(Cada vez más persuadido de lo que sospecha). ¿Qué te sucede, Adela? Séme franca. ¿Qué es lo que te han dicho? ¿Qué sabes de mí?
ADELA.—¿Qué he de saber de ti? Que eres un hombre como todos: con el egoísmo de todos, la vanidad de todos y la maldad de todos. Acaso tú un poquito menos malo que los demás.
CARLOS.—Gracias otra vez.
ADELA.—Entiéndeme, hombre. Una maldad que no es maldad; vamos, que no es maldad de criminales, sino de falta de delicadeza.
CARLOS.—Tú misma no sabes lo que dices.
ADELA.—Pero tú sí sabes lo que quiero decir. Mira; los muy malos, con esta clase de maldad a que yo me refiero, son, por ejemplo, los que estando sentados en el campo y muy aburridos, ven una hormiguita que camina cuesta arriba con un grano de trigo, que abulta más que ella, y se lo quitan para hacerla rabiar, y se distraen viendo cómo la pobrecilla se apura y se afana y vuelve y torna y se desespera; y luego, cuando, cansados ya de la distracción, se olvidan de aquello y se ponen de pie para alejarse de allí, no se cuidan de si al dar el primer paso aplastan o no a la pobre hormiga que les distrajo. Los menos malos, como tú, la hacen rabiar también, pero luego, al echar a andar, procuran no hacerle daño, y hasta la miran con un poco de compasión y de simpatía.
CARLOS.—¡Y yo creía que eras torpe, Adela!
ADELA.—¡Me gustas!…
CARLOS.—Y el torpe soy yo, que no he sabido ni un momento leer en tu corazón. Háblame con absoluta franqueza. Yo no soy capaz de quitarle nada a nadie: ni a la hormiga su grano, ni a ti la ilusión que hayas puesto en mi cariño. ¿Qué quieres darme a entender?
ADELA.—Que debo irme y que tú debes dejarme marchar.
CARLOS.—(Enamoradísimo). ¡Adela!… (La abraza).
Adela.—(Casi sin fuerzas). ¡Suelta!
CARLOS.—No. Mírame así… ¡Así! ¡Como otras veces! ¡Adela de mi vida! (Intenta besarla).
ADELA.—¡No, Carlos; déjame! Vas a dar el primer paso después de tu rato de aburrimiento. No pises a la pobre hormiga que te distrajo un instante. (Se va por la derecha).
CARLOS.—(Sinceramente). ¡La quiero! ¡¡La quiero!! ¡Y sabe quién soy! (Malhumorado). ¿Pero quién le habrá dicho, o cómo se habrá enterado?…
DON CONRADO.—(Entrando por la izquierda). Señor marqués…
CARLOS.—¡¡Usted, Imbécil!!
DON CONRADO.—(De una pieza). ¡Don Carlos!
CARLOS.—¡Sí, usted, usted!…
DON CONRADO.—¡Chavó, cómo está el ático!
CARLOS.—¡El ático y la cúpula, idiota! ¡Tanto marqués y tanta monserga!
DON CONRADO.—¡Pero mardita sean los cáncanos y las góndolas! ¿Es una ofensa decirle a usté lo que es?
CARLOS.—Sí, señor; ya no hay marqueses. ¿No sabe usted que ya no hay marqueses? Seguramente por alguna imprudencia de usted sabe ya Adelita que soy quien soy, y si eso se propala…
DON CONRADO.—¡Por mis vértebras que no he sido yo!
(Al ver que entran en escena, por la derecha, AGUSTINA, LIBERTA, URBANO, JUAN y últimamente ADELA).
CARLOS.—¡Cuidado!
URBANO.—Hombre, don Conrado aquí. Pues aquí te pillo y aquí te mato. (A Carlos). ¿Le ha dicho usté ya lo de…?
CARLOS.—Sí; y aquí no hay que pillar ni matar a nadie, amigo don Urbano, porque ya está todo pedido y todo conseguido.
URBANO.—(Frotándose las manos). ¡Perfectamente! ¿Accede a que busquemos obreros que nos ayuden, verdad? ¡Pues nada: a buscarlos!
JUAN.—¡Qué iluso! ¿Pero dónde?
CARLOS.—Aquí mismo. Por allí andan cuatro obreros…
DON CONRADO.—(¡Atiza, manco!)
TODOS.—¿Eh?
CARLOS.—Buena gente, al parecer. Pasaron por aquí hace unos minutos; pidieron trabajo, y el mismo don Conrado les dijo que aguardaran. Son dos hombres, una mujer y un chavea.
AGUSTINA.—Para mí uno de los hombres.
LIBERTA.—¡Anda ésta, qué graciosa!… No, hija; eso se echa a suerte, y a la que le toque un hombre, mejor pa ella.
URBANO.—Eso está en su punto. Lo malo es que son sólo cuatro obreros, y aquí somos seis los propietarios presentes, sin contar a usté (Por don Conrado), ni a mi cuñadito.
JUAN.—Bueno; pero es que yo no entro en el sorteo. A mi más barato que los ángeles no creo que me trabaje nadie.
CARLOS.—Y yo tampoco me exceptúo en favor de Adela.
ADELA.—No, no…, si yo tampoco…
LEÓN.—(Que cargado con un gran saco ha entrado en escena). ¿Tú tampoco qué?
URBANO.—Que vamos a sortear cuatro obreros que don Conrado nos permite tener, y la niña no quiere.
LEÓN.—¿Cómo que no? Tú la primera. Porque yo…
URBANO.—No, no… Tú o tu niña; los dos no puede ser, porque ya estamos los justos.
LEÓN.—Iba a decirte, ¡desventurado!… ¡que yo no! ¡Que yo no! ¡Porque, ya lo sabes, ni pliego mi bandera ni traiciono mi ideal!
URBANO.—Me parece una bonita idiotez.
LEÓN.— Ya veremos quién es el idiota.
URBANO.—Ya lo veremos.
DON CONRADO.—(Viendo entrar en escena por la escalera a EMEBERTA, VISTREMUNDA y el CONDE). Ya están aquí.
(Vienen que son tres birrias. Emeberta parece que va a deshollinar; se ha puesto un pañuelo a la cabeza que le tapa la frente. Vistremunda, tocada con una gorrilla que le oculta los pelos, resulta un chico demasiado guapo, y el Conde, sin barba, es un tío facha. Todo muy ajustado, muy enjuto, muy aguileño y muy anguloso).
EMEBERTA.—(Pronunciando mucho la ese). Güeñas.
VISTREMUNDA.—(Ídem). Guas tardes.
CONDE.—(Ídem). Guas, guas…
AGUSTINA.—Buenas.
LIBERTA.—(¿Qué zagalón más guapo!)
LEÓN.—¡Compadre, qué barbaridad! (Echándole el brazo por encima al Conde y compadecido de su delgadez). Venga usted pa acá, hombre. (A todos). ¿Estáis viendo? ¡En los huesos el pobre! En cambio los condes y los marqueses rompiendo las pretinas de gordos. ¡No hay derecho! (Al Conde). ¿Dónde se ha trabajao hasta ahora, amigo?
CONDE.—Ahí, en…
EMEBERTA.—Sí, en…
VISTREMUNDA.—En Villa-López.
URBANO.—¡Ah!, vienen ustedes huyendo de la quema, ¿eh? Ya hemos leído la faenita que ha hecho ese conde de Siain. El dueño de esta finca, precisamente. Ahora, que ese ya está listo. El acuerdo que la gente ha tomao es que donde vean un tío con barbas y gafas de concha lo apiolan, lo entierran, y a otra cosa.
CONDE.—(¡Pobre Lobatón!)
URBANO.—Bueno; a lo nuestro. Falta un obrero, ¿no?
DON CONRADO.—Sí; aquí sale.
FRUCTUOSO.—(Entrando en escena por la izquierda, sin gafas ni barba y saludando muy abrutadamente). A la pa de Dió…, señores míos…
CARLOS.—(¡Atiza!)
URBANO.—Buenas.
LEÓN.—Buenas.
EMEBERTA.—(¡Afeitado!)
CONDE.—(¡Esto es un timo asqueroso!)
DON CONRADO.—(¡Chavó con el “armitaño”¡)
URBANO.—(A don Conrado). ¡Perfectamente! ¿Usted ha indicado algo a esta gente de hora de trabajo y de jornales?
CONDE.—¿Cómo? ¿Pero es que vamos a trabajar?
URBANO.—¡Hombre, claro!
AGUSTINA.—¡Digo!
LIBERTA.—¡Anda!…
CONDE.—Quia, hombre; yo vengo de obrero parao, y a mí no…
URBANO.—¿Cómo que no? Aquí hay que echar a andar, amigo.
CONDE.—(A Carlos.) (Oye, tú; esto se avisa).
CARLOS.—(Silencio, que te juegas la vida).
URBANO.—Conque ustedes dirán sus condiciones.
CONDE.—Hombre, uno…
EMEBERTA.—Claro, una…
VISTREMUNDA.—(Colándose). ¡Qué va a decir una!…
TODOS.—¿Eh?
VISTREMUNDA.—(Rectificando). Qué va a decir una como ésta, que es vieja. (Volviéndose a colar). En cambio, una…
TODOS.—¿Eh?
VISTREMUNDA.—(Rectificando de nuevo). Una criatura como es una… ¡¡Como es unánime, jinojo, que no doy una!!
EMEBERTA.—(Aparte al Conde, muy apurada). Se van a escamar.
CONDE.—(A Emeberta, en el mismo tono). Verás ahora. (Dándoselas de muy bruto). A nosotros, señores, y ya está dicho, el trabajo, ni na, ni na y ojú. Porque uno en su aqué dise allá va, y allá va, y ya está, y ojú.
LEÓN.—¡Caray, qué tío!
CONDE.—En er pim-pam-pum de la vida digo yo, hay que sé muñeco o hay que sé pelota. Nosotro habemos nacido muñecos y tenemos que chincharno. Nos hubiera gustao sé pelotas; pero a farta de…
TODOS.— ¿Eh?
CARLOS.—Bueno; menos conversación. Las señoras, que en todo momento deben ser; las preferidas, que escojan el obrero que más les interese…
AGUSTINA.—(Por Fructuoso). Yo, éste, que parece el más forzudo.
ADELA.—(Por el Conde). Este, yo.
LIBERTA.—(Por Vistremunda). Y el chavea para mí.
JUAN.—Primer chico que tienes, mujer.
DON CONRADO.—(Por Emeberta, colándose). Ahora queda la señora con…
CARLOS.—(Interrumpiéndole). Sí; la señora Concepción.
AGUSTINA.—¿Se llama usted Concha?
EMEBERTA.—Sí, señora.
URBANO.—Pues esta Concha para mí, hombre; me gusta esta obrera; y ya estamos todos listos, porque a éste (Por Agote) le trabajan los ángeles, y tú… (A León)., hombre, que tú no hayas trabajado nunca, me lo explico, pero que no quieras que te trabajen por no plegar la bandera de un ideal imbécil…
LEÓN.—(Sentencioso). El imbécil ya veremos quién es, te he dicho.
URBANO.—Por visto.
LEÓN.—¿Sí, eh? ¡Pues se acabó! Don Carlos, estaba esperando a que se fuera todo el mundo para lo que usted sabe y traigo. Pero… (A Urbano) ¡me has picao el amor propio, hombre! ¿Conque yo no he trabajao nunca, eh? ¿Pues quién ha descubierto dónde esté Vitélica Augusta sino yo?
URBANO.—¿Tú? ¡Déjame que me ría! ¡Ja, ja, ja!… ¡Pero, hombre! ¿Con qué nuevo timo quieres engañar a la gente, so vago?
LEÓN.—¿Vago? ¿Quién se ha pasado las noches cava que te cava y zurra que es tarde en las tierras de Juan Agote?
JUAN.—(Aterrado). ¿Cómo? ¿Pero es que ha sido usted el que me ha removido aquello?
CARLOS.—Sí, amigo mío; no han sido los ángeles.
JUAN.—¡Mi madre!
TODOS.—¿Eh?
CARLOS.—Parece ser que en aquel lugar está enterrada la augusta colonia romana, y el esfuerzo sobrehumano, titánico, de León de Alcalá… Pero, en fin, que él mismo se explique.
LEÓN.—(A Urbano). ¡Ríete ahora, desventurado! (A Juan). ¡Sí, Agote, yo fui! Yo le oí a usted una tarde, sin darle importancia a la cosa, que usted se había encontrado allí a flor de tierra una monedilla roñosa, y yo fui, cavé más hondo, y allí fueron, ¡mi madre!, los objetos de plata y oro y cosas de bronce; y bueno, que yo me he partió el pecho cavando, pero mañana denunciaré a las autoridades que he encontrado la ciudad romana, y para el desventurado que no lo crea, ¡aquí traigo los tesoros del mundo! (Meciendo la mano en el saco). ¡A ver qué sale! (Sacando un viejo candelero de hierro y dándoselo a Urbano). Ahí va eso. ¿Qué había de eso?
URBANO.—Hombre, esto es un candelero.
LEÓN.—¡Un candelero! Sí, sí… Bueno; yo a eso no le he dao nunca mucha importancia pero, a ver (A Carlos).: catalogue usted eso, usted que entiende.
CARLOS.—(Examinándolo). Pues, sí… Para ser un chitropus le falta la cazoleta, y no es tampoco un analus. Parece un candelero, y de iglesia. (Mira a Juan, que baja los ojos).
LEÓN.—No; si hay más cosas. (Saca y entrega a Urbano una pequeña palangana negrísima, de hierro, que tiene un pequeño soporte en su base). Allá va, y quédate bizco.
URBANO.—(Ya en franca coña). ¡Buena palangana!
TODOS.—¿Eh?
CARLOS.—No; cuidado. Esto ya no. Esto es un aquiminarium, y si no, un cacabus o un pollubrum.
LEÓN.—(A Urbano). ¡Un pollubrum! ¡A ver si te enteras!
URBANO.—Bueno, hombre, bueno… Aquí hay algo escrito… A ver… (Leyendo). “Pérez y Ramos. Ferretería.”
LEÓN.—¿Quééééé…? (Mira a Juan, que se hace el distraído).
JUAN.—(¡Jesús!)
TODOS.—¡Ja, ja, ja!…
LEÓN.—(Dando a Carlos una gran moneda de bronce, sin dejar de mirar a Juan). Y esta moneda, ¿qué es?
CARLOS.—¡Caray! Homenaje a Echegaray.
TODOS.—¡Ja, ja, ja!…
LEÓN.—¡Maldita sea mi corazón! (Sacando un pequeño y roto atril de madera estofada). ¿Y esto?
CARLOS.—Pero, hombre, ¡si esto es el atril de un misal!
TODOS.—;Ja, ja, ja!…
LEON.—(Lívido y dando un grito). ¡¡Juan Agote!!
URBANO.—¡Ay, mi hígado!
JUAN.—Hombre, perdóneme usted, León. Si yo hubiera sospechado que era usted quien me hasía el favó de removerme la tierra me hubiera guardado muy bien de i enterrando cosillas pa estimularlo.
TODOS.—¡Ja, ja, ja!…
LEÓN.—A este tío lo mato yo ahora mismo.
ADELA.—¡Padre!
AGUSTINA.—¡Hermano!
URBANO.—¡Pero, hombre! (Le sujetan).
DON CONRADO.—Vamos, cristiano, cármese usté. ¡Cuántas veces trabaja uno pa el obispo!
LEÓN.—Pa el obispo, pase; pero pa el sinvergüenza del organista, no. (Cogiendo una tranca). ¡Dejármelo! (Susto en todos).
ADELA.—¡Papá!
JUAN.—¡Socorro!…
LEÓN.—(A Juan). Eá; coja usté una azada, que me va usté a enterrá el atril y el pollubrum a diez metros de profundidad.
JUAN.—(Aterrado). ¡Sí, señó ; sí señó!
LEÓN.—¡¡A trabajá to el mundo!! ¡Que yo ya he trabajao lo mío!
TODOS.—(Asustadísimos). ¡Sí, sí!…
LEÓN.—¡Darle herramientas a los obreros! ¡¡Pronto!!
TODOS.—¡Sí, sí!… (Se van todos por la derecha, huyendo despavoridos).
URBANO.—(Al Conde, dándole una azada, un pico y una espuerta). ¡Vamos al tajo, amigo!
CONDE.—Dirá usted al Guadalquivir, que está más cerca.
URBANO.—(Dándole un capón). ¡Al tajo!
CONDE.—(Asustado). ¡Sí; ojú, ojú!…
LEÓN.—¡A trabajar todos, o mato a uno!
ADELA.—Deja eso, papaitito, y vámonos de aquí para siempre. ¡Llorando te lo pido!
LEÓN.—¿Llorando tú? ¿Qué te pasa a ti, corazón? ¿Has reñido con Carlos?
ADELA.—No, y por eso, padre, porque no he reñido con él y no puedo reñir con él, porque le quiero a cegar y no puedo quererlo, porque Carlos, padre, guárdeme el secreto, es el marqués de Zafrilla.
(Por la derecha, cargados de herramientas, cantando “Los Bateleros del Volga” y marcando mucho el paso a compás de la canción comienzan a salir Liberta, Agustina, Eméberta, Vistremunda, Carlos, Juan, don Conrado y Lobatón, que se dirigen a la puerta del foro).
LEÓN.—(Perplejo). ¿Eh? ¿Es de veras?
ADELA.—Sí.
LEÓN.—(Abrazándola). ¡¡Hija mía de mi alma!! ¿Y vas a llorar por eso?
ADELA.—¿Por qué?
LEÓN.—¡Porque ahora es cuando yo acabo de encontrá los tesoros del mundo!
(Sigue el desfile).
TELÓN
    ACTO TERCERO
La misma decoración del acto segundo. Es de día.
(Al levantarse el telón no hay nadie en escena. Por el foro, y como huyendo de alguien, entra a carrera abierta VISTREMUNDA).
LIBERTA.—(Apareciendo tras ella). ¿Pero a onde jinojo vas, chiquillo? ¿Por qué me juyes?
VISTREMUNDA.—Si yo no juyo. Es que vengo a comer… ¿No se ha dao de mano porque es la hora de comer? ¡Pues déjeme usté que coma, que tengo un apetito que me muego!
LIBERTA.—¡Huy… me muego! ¡La grasia que me hace ese deferto der frenillo!
(Gritándole como a un niño). ¡Hiii, qué salao!
VISTREMUNDA.—¡Vamos, vamos, no me diga usté esas cosas!
LIBERTA.—¡Y dale con usté! ¿No te he dicho que me hables de tú? Aunque yo sea tu ama, no te importe. ¡Si yo soy muy llanota, hombre!
VISTREMUNDA.—Bueno; mire usté: lo mejor es que prescinda usté de mis servicios.
LIBERTA.—¿Qué estás hablando, Fernando? ¡Pero, chiquillo!… Si lo que yo quiero es que nos pongamos de acuerdo, “saborío”. ¿No eres tú hombre y yo mujer? ¡Pues ya está! Espabílate, y to pa los dos. ¿Es que no te gusto?
VISTREMUNDA.—¿A mí? ¿Y a mí por qué me tiene usté que gustar?
LIBERTA.—Hombre, porque… ¿Pero es que no te fijas en lo bien surtía que estoy de to?
VISTREMUNDA.—Anda, eso cualquiera. ¡Y yo también!
LIBERTA.—Pero, chiquillo, ¿qué tiene que ve una cosa con otra? ¿Tan inocente eres? ¿No has oído tú habla der Paraíso terrená? Pues abre los ojos, guasón. Yo soy Eva y tú Adán. Aligera, permaso, que se te va a picá la manzana.
VISTREMUNDA.—No la entiendo a usté.
LIBERTA.—(Desesperada). ¡Ay, que no me entiende! ¡Ay, que me güervo loca!
VISTREMUNDA.—; Ay, que se güerve loca! (Se va corriendo por la derecha primer término).
LIBERTA.—(Llorosa). ¡Ay, que estoy loca! ¿Pero qué clase de castigo es er que me está dando ese hombre? ¡Ea, pos no! ¡O josaica, o lo mato! (Vase tras ella).
EMEBERTA.—(Por el foro, cansadísima y con una azada al hombro). ¡Qué horror! ¡Qué tierrecita! (Dejándose caer en un sillón, de espaldas a la derecha). “Oh mon Dieu!”
URBANO.—(Que, azada al hombro, ha entrado por el foro, siguiéndola sigilosamente). ¿Ha dicho “mon Dieu”? ¡Lo que me escama a mí esta mujer… y lo que me gusta! (En alta voz). ¡Oye tú, Concha…, che, tú!
EMEBERTA.—(Levantándose altiva). ¿A mí?… ¿Pero qué forma… qué modo? ¿Cómo se atreve?… ¿Cómo se entiende, señor mío?
URBANO.—Cuando yo digo…
EMEBERTA.—(Cayendo de su burro). ¡Ah, sí, gachó, ojú, camará, chavó!… Na, mi amo; aquí, que habemos venío a la jamansia, y en cuanto coma, saldré pitando pa el tajo… “Deo volente”.
URBANO.—Mira, Concha…, mejor dicho, mire usté, Concha, porque yo no puedo tutear a una grulla que dice “Deo volente”.
EMEBERTA.—(Apaletadamente). ¡Mi amo!
URBANO.—(Amoroso). ¡Qué más quisiera yo que ser tu amo!
EMEBERTA.—(Extrañada, y con perfectísima pronunciación francesa). “¡Parbleu!”
URBANO.—(Imitándola). ¿Cómo “parbleu”? ¿Vaya, carta boca arriba: usté no es lo que parece!
EMEBERTA.—¡Hinojos!
URBANO.—¡Pero si no se dice “hinojos”, Concha; se dice “jinojo”! ¡Basta, ya me tiene usté mosca! ¿Quién es usté?
EMEBERTA.—¿Yo?… (Apaletadamente). Pues…, yo…, una cualquiera… ¡Qué jopos!
URBANO.—¡Y dale! ¡Si tampoco se dice “jopos” No, Concha, no; desde que usté llegó lo dije: esta mujer, este junco florido, no es una campesina vulgar. ¿Cómo va a ser una campera vulgar quien en vez de limpiarse la boca con el dorso da la mano o a la rebatiña, como hacen todas, se limpia con la yema del dedo de en medio y luego se limpia el dedo pasándolo pulcramente por debajo de la mesa? No. Esa figura pálida y armiñada no puede ser una grulla destripaterrones, entre otras cosas, poque usté no sabe destriparlos. ¡Descórrame el velo de su misterio, porque me tiene usté loco y soy capaz de hacer!…
EMEBERTA.—(Aterradísima). ¡Ay, no, por Dios!… Yo le diré, yo le diré…
URBANO.—¡Venga, pronto!
EMEBERTA.—(Huyendo hacia la derecha). Luego. Voy a comer, y luego hablaremos. ¡Pero yo soy una “grulla”; que le conste a usté que soy una “grulla”! Ya lo verá usté. Antes de volver al campo, hablaremos.
URBANO.—No, ahora, porque hoy no se vuelve al campo. Hoy hay asueto.
EMEBERTA.—¿Eh? (Muy fina). ¡Oh qué delicia!… Digo, ¡ojú!
URBANO.—Sí. Tenemos bautizo laico.
EMEBERTA.—¿Cómo?…
URBANO.—Gumersinda, la mujer de Sarabia, ha tenido un niño, y esta tarde hay aquí fiesta, porque se le va a echar el agua laica.
EMEBERTA.—¡Ma qué cosa, carísimo! ¡Cuesto e inverochímili!…
URBANO.—¿Ve usté, Concha? Ya se ha vuelto usté a colar. ¡Y en italiano! No puedo más. O me dice usté ahora mismo quién es, o…
EMEBERTA.—(Asustada). Sí, sí… Ahora mismo. Pero, siéntese, por Dios.
URBANO.—(Rendidamente). Después que usté.
EMEBERTA.—(Sentándose como lo haría en un salón). Gracias.
URBANO.—(Ídem de ídem). Las que usté rebosa.
EMEBERTA.—Amable.
URBANO.— Justo.
EMEBERTA.—Ol rait.
URBANO.—Pa de cua.
EMEBERTA.—En efecto, señor Cortés; aunque soy una vulgar campera, nada tiene de particular mi extraña cultura, porque mi historia… Va usté a saber mi historia. (¡Ilumíname, Dios mío!) A estas horas, señor, no se quiénes son mis padres.
URBANO.—¿Eh?
EMEBERTA.—¡No! Digo, sí: fueron unos campesinos de Villa-López; pero no los conocí porque, criminales o infortunados, me depositaron el día que nací en el quicio de la puerta de un cortijo de Villa-López. Era el cortijo del opulento conde de Siain. El anciano conde encontróme, protegióme, y la niña del quicio, como me llamaban, no fué al Hospicio, sino a un buen pensionado aristócrata, donde me enseñaron idiomas, solfeo, etc., etc. Me hice mujer; volví a casa de mi protector, y un día… ¡Oh!… Pasábamos temporada en el mismo cortijo donde fui recogida; el hijo del conde, del actual conde de Siain, que me tenía puestos los puntos, más bellaco que enamorado, quiso hacerme suya por las malas.
URBANO.—(Enamoradísimo). ¿A ti? ¡Ah, canalla!…
EMEBERTA.—¡Pero no! ¡No caí! ¡Me fui, salí, corrí, huí, rodé, luché, mordí, grité, sufrí, gemí, lloré!
URBANO.—(Sin poderse contener). ¡Olé! No sabes lo que me alegro.
EMEBERTA.—Pero, entonces… ¡ay de mi!, el “señorito”, ¡¡hazaña de “señorito”!!, me arrojó de su casa. “Gañana naciste y gañana serás”, me dijo; me volvió a la plebe greñuda de donde nací, y desde entonces gañana soy, porque de gañanes es mi sangre, y labro la tierra regándola con mi sudor para alimentarme, mantenerme y sustentarme. ¡Voilá mi historia, mon amí!
URBANO.—De manera que ese conde maldito que hirió a catorce en Villa-López fué también el causante de tu infortunio.
EMEBERTA.—Sí, claro, ¡ese! (Recogiendo velas). Digo, no, no; le diré…
URBANO.—No, no lo defiendas, pecho noble. Es un canalla, y ya le odio como lo odian sus obreros, y si yo lo cogiera… ¡Hacerte sufrir a ti, paloma!…(Repentinamente). ¡Te adoro, Concha!
EMEBERTA.—¡Señor Cortés!
URBANO.—¡Sí! No sé si por contraste con el bólido de mi mujer, pero te encuentro tan juncosa, tan flexible y tan garbosa, que te adoro, hombre, y no hay más que hablar. (Se arroja sobre ella y la abraza).
EMEBERTA.—¡Oh!… (Entran en escena por el foro AGUSTINA, el CONDE y FRUCTUOSO; los dos últimos con sus azadas y en plan de agotamiento).
AGUSTINA.—(En un grito). ¡Urbano!
CONDE.—(Ídem). ¡Eme!
FRUCTUOSO.—(Sujetando a Agustina). ¡Atiza!
URBANO.—¿Eh?
CONDE.—¡Ojú!
URBANO.—(A Agustina). Oye, oye, que las apariencias engañan.
AGUSTINA.—(Forcejeando con Fructuoso). ¡Quia! Si te vengo observando, ladrón, y sé que te gusta porque es finita. ¡Suélteme usté, hombre!
URBANO.—Yo te explicaré. Mira… ¡Ay, la punzada!… ¡Me muero!
AGUSTINA.—¡Muérete, furcio, que eres un furcio! ¡Ahora, que yo te mato y me divurcio! ¡Me divorcio! (A Emeberta). Y usté va a dejar de ser finita, porque a usté la hincho.
URBANO.—Óyeme, Agustina. Era un abrazo protector. Me contaba la pobre su triste vida y las ofensas que ha recibido del conde de Siain, a quien ella le tiene un asco que se muere.
CONDE.—¿Eh? ¿Cómo dice?…
URBANO.—Porque ese bandido, que quiso seducirla, atentando contra su pudor… Ah, pero aquí estoy yo que me veré con él para rajarle el vientre con mis manos y arrancarle las entrañas una a una.
AGUSTINA.—(Zafándose al fin de Fructuoso). ¡Suelte! (A Urbano con las de Caín). ¡¡Echa p’alante, cirujano!!
URBANO.—¡Pero, mujer!…
AGUSTINA.—¡Que entres pa dentro, que no está bien que te pegue delante de la gente!
URBANO.—¡Agustina, que me coges con la punzada del hígado!
AGUSTINA.—¡Pero si te lo voy a quitar! ¡Vamos! (Mutis de ambos por la izquierda).
CONDE.—(Soltándose el pelo). ¿Qué es esto, Emeberta?
FRUCTUOSO.—(Interponiéndose). ¡Señor Conde!…
CONDE.—¿Tú en brazos de un fondista injerto en grullo? ¿Tú, la heredera de once duques y cuatro reyes, tú te… tú te… tú te… portas así?
EMEBERTA.—Yo te explicaré…
CONDE.—¡Por Dios vivo! Dispón de tu peculio, que tu peculio es tuyo; dispón de tu vida, que tu vida es tuya; pero no mangonees con tu honor, porque tu honor es mío y la casa de Siain tuvo siempre por lema estos tres versos:
“A ningún Siain le asombre
perder la fe y el renombre.
¿Pero el honor?… ¡¡Vamos, hombre!!”
EMEBERTA.—Pero atiende a razones…
CONDE.—Y ¡vamos, hombre!, digo yo también.
FRUCTUOSO.—Calma, señor, calma.
CONDE.—Y sobre todo: ¿qué es eso de decir que yo atenté contra tu pudor, cuando te consta que fué todo lo contrario?
EMEBERTA.—¡¡Conde!! Óyeme: es que ese hombre, enamorado de mí, sospecha de mí, y he tenido que contarle un cuento tártaro para despistarle…
CONDE.—¡Patrañas y rejelendres! Lo cierto es que tengo ya un nuevo y encarnizado enemigo y ¡basta ya! Prefiero tu muerte y la mía a vivir de este modo.
EMEBERTA.—(Heroica). ¡Sí! ¡Muramos! ¡Tienes razón! (Abrazándose fuertemente a su marido y formando casi un grupo alegórico). ¡Muramos juntos!
FRUCTUOSO.—(Entusiasmado por la actitud de los Condes). ¡Que sí! También yo sufro entre esta gentuza. Esta mañana he tenido que firmar un escrito pidiendo el amor libre y conformándome con que me repartan cuatro mujeres.
CONDE.—(Encandilado y apartando bruscamente a su mujer). Ah, ¿pero hay algo de eso?
FRUCTUOSO.—Sí, y yo no. ¡Digo: cuatro mujeres! ¡No! ¿Donde voy yo, a mis años y sin costumbres?… Además, esos animales me hicieron beber aguardiente…
CONDE.—¡Bah!
FRUCTUOSO.—(Desesperado). ¡Es que me ha gustado ¡Estoy endemoniado, señor! ¡Pienso en el cazalla como el sediento en el chorro! ¡No hay salvación para mí!
VISTREMUNDA.—(Por la derecha, perseguida por LIBERTA que trae una estaca en la mano). ¡Ay, ay, ay!…
TODOS.—¿Eh?
CONDE.—(Sujetando a Liberta). ¡Criatura!
LIBERTA.—Er niño ese, que me ha resurtao aguacate, y lo voy a eslomá.
EMEBERTA.—¿Aguacate? ¿Qué es que vou dit?
LIBERTA.—Aguacate, sí, señora, Josefilla la hija de Arfaro, me lo acaba de desí.
CONDE.—Bueno, pero…
LIBERTA.—(Al Conde). No se haga usté er nuevo, porque usté lo ha besao esta mañana, que lo vió Josefilla. ¡Y él a usté! ¡Y  vamos, esa costumbrita se la quito yo!
FRUCTUOSO.—¡Arrea!
LIBERTA.—Pero, chiquillo, fíjate en las mositas, chiquillo. ¿Pero es que no te gustan a ti las mositas?
EMEBERTA.—¡Vamos, vamos!…
LIBERTA.—(Llorando). ¡Ay, comadre, qué mala pata tengo! (Volviéndose iracunda). ¡Pero yo a ese lo convierto o lo mondo! ¡Te mondo! ¡Mírales, jurás! (Vase por la izquierda).
VISTREMUNDA.—¿Pero han visto ustedes qué buja? ¡No!, a mí no me monda esa buja. Voy a vestirme de mujer, pero que ya mismo. (Mutis por la escalera).
EMEBERTA.—Sí, hay que irse.
FRUCTUOSO.—Sí, sí.
CONDE.—¡Quia! Que se vista sus ropas, pero no para irnos, sino para decir quiénes somos y salga el sol por Antequera. (Llegan del campo CARLOS y DON CONRADO, con sendas azadas).
DON CONRADO.—Una gazuza traigo pa acabá con toas las féculas der mundo. (A los demás). Hola, señores. M’han dicho que nos espera un guiso de bacalao con papas que quita las tapaeras der sentio. (Sacando una cuchara, echándole el vaho y limpiándola con el pañuelo). ¡A la lucha!
CONDE.—(Deteniéndole arrogante). ¡Un momento! A la lucha, sí, pero no contra el indefenso potaje, sino contra los detentadores de nuestra hacienda.
DON CONRADO.—¿Quéee?…
CARLOS.—¿Quéee?…
CONDE.—¡Que no aguanto más! Se acabó la Concha, el aguacate y el picudo, como a mí me dicen. Vibra ya en mí el espíritu batallador de los míos y deseo presentarme como quien soy, con la frente altiva, mi pecho al aire y mi airón al viento.
DON CONRADO.—¿Antes de comé? ¿Qué está usté disiendo, cristiano?
CARLOS.—¡Qué locura!
CONDE.—¡La de los héroes! ¡El que quiera que me siga! ¡Ya resuenan los clarines! ¡En marcha tras el pendón!
CARLOS.—¿Pero qué clarines ni qué gaitas y dónde está el pendón?
CONDE.—¿El pendón? (Mirando, empujando a la Condesa y echándola por delante). ¡Vamos!
CARLOS.—(Al ver entrar a CURRITO y SARABIA por la puerta que da al campo). Cuidado con éstos…
CURRITO.—Güeñas. Aquí va a se er bautiso, ¿verdá?
CARLOS.—Sí.
CURRITO.—(A Sarabia). Cuela.
SARABIA.—Guas tardes.
CONDE.—(A los suyos). ¡Qué caras de asesinos!…
SARABIA.—(A Curro). Oye, tú: ¿qué gente es ésta?
CURRITO.—No sé. Disen que si sí, que si no, que si son obreros que cobran sus jornales… ¡Mermuraciones! Pero por sí o por no, aguarda. (Vuelve grupas y se encara con el Conde). Compañero : ¿se pue sabé si es verdá lo que disen?
DON CONRADO.—(¡Malo!)
CARLOS.—¿Qué dicen?
CURRITO.—Con usté no hablo. Hablo con ese tío flauta.
CONDE.—Servidor de usted.
CURRITO.—Servidó de naide, porque aquí naide sirve a naide… ¡y estamos mosqueaos! Porque si es verdá lo que se suena, y ustedes seis lo que seis les vamos a corgá a ustedes de los zancarrones. ¡Andá jugando…, andá jugando!
SARABIA.—¡Andá jugando! (Mutis de los dos por la derecha).
CONDE.—(A Fructuoso). ¡Y pensar que de todo esto tiene usted la culpa!… Porque si no se hubiera usted afeitado ya le hubieran matado y todo estaría resuelto, so tío tonto.
FRUCTUOSO.—Tonto, pero no tanto.
CONDE.—¡Qué asco! ¡No hay más que egoístas en el mundo!
DON CONRADO.—Bueno, señores, vamos al bacalao. (Inician el mutis).
LEÓN.—(Entrando en escena por el foro). ¿Eh? ¿Aquí estos? ¡Mejor! ¡A mí los míos!
TODOS.—(Deteniéndose). ¿Eh?
LEÓN.—(Separando del grupo a Emeberta, el Conde y Fructuoso). ¡Conmigo los míos! (A don Conrado). ¡Y usté también! (Poniéndose delante de ellos y dejando aislado a Carlos). ¡Y yo al frente de los míos!… ¡Ayudadme, compañeros!
CARLOS.—¿Qué significa?
LEÓN.—Significa que desde que mi niña me dijo lo que me dijo, y no quiero repetir delante de éstos lo que me dijo, porque no le conviene a usté, ando buscándole a usté las vueltas para que puntualicemos y vamos a puntualizar. (Dando una “espantá”). ¿A quién? Cuidao conmigo. Primer punto. ¿Qué va a pasar con mi niña y usté?
CONDE.—(Extrañado). ¿Eh?
EMEBERTA.—(Ídem). ¿Pero?…
LEÓN.—(Volviéndose a ellos). ¡A callar, que est��n hablando dos hombres!
Ustedes ahora, chitón, hasta que yo diga. (A Carlos). ¿Qué va a pasar con mi niña y usté?
CARLOS.—No tengo que darle a usté cuentas.
LEÓN.—¿Que no? ¡Ay qué gracia! A mí mi niña me ha dicho…
CARLOS.—A usted su niña no ha podido decirle nada en contra de mi caballerosidad, porque yo he tenido para ella toda clase de consideraciones y respetos, que no otra cosa se merece: y usted no tiene por qué mezclarse en nuestras cosas. Es lástima que una muchacha como ella tenga un padre como usted.
LEÓN.—¿Eh? (A los demás, que ni se han movido). Calma: no alterarse. Hasta que yo diga no hay que meterle mano. Dejármelo a mí.
CARLOS.—Le suplico a usted que no hablemos más de este asunto.
LEÓN.—¡Ay qué gracia! ¡Estaría eso bueno, hombre! ¿De mañera que usté no va a cargar con mi niña?
CARLOS.—No sé si cargaré con ella o no, pero con usted, de ninguna manera. Con usted que cargue “La Oca”.
LEÓN.—(A los demás, como antes). ¡Quietos! ¡Por las buenas, don Carlos! Que se me está jumando er pescao y se está usté jugando la cara, porque yo le digo a estos asesinos quién es usté y… ¿qué cree usté que podría pasar?
CARLOS.—Pues lo mismo que cuando descubrió usted el tesoro.
LEÓN.—Vaya hombre, usté lo ha querido. Yo no he de hacerle a usté daño, porque he jurao no tocarle, pero estos le van a separar a usté la carne de los huesos. (Extendiendo el brazo). ¡¡El marqués de Zafrilla!! ¡Pa ustedes! (Nadie se cosca, Don Conrado sofoca la risa). ¿Eh? ¿Pero ni un grito ni un bocao, ni un estacazo ni na? (Subiéndose los pantalones). ¡Maldita sea, que yo a él no, pero ustedes sí! (Amenazador). ¡Vamos!
CONDE.—¡Sí, sí!… ¡Muera mi sobrino!
LEÓN.—¿Eso es lo que se te ocurre, animal?
CONDE.—¡¡Muera ese!!
EMEBERTA y VISTREMUNDA.—¡¡Muera!!
FRUCTUOSO.—¡A colgarlo vivo!…
CARLOS.—(Riendo a carcajadas). ¡Ja, ja, ja, ja!…
LEÓN.—(A los demás). ¡Compañeros que se están riendo de ustedes!…
DON CONRADO.—Compadre, que yo creo que es de usté.
LEÓN.—¿De mí? ¡¡Sujetármelo!!
ADELA.—(Entrando en escena por el foro). ¿Qué pasa?
LEÓN.—El güeso de tu novio, que no quiere cargá contigo ni conmigo, y yo le he dicho a estos quién es pa que lo emplumen. ¡Venga! ¡Muera la aristocracia!
CONDE, EMEBERTA y VISTREMUNDA.—(Asustados). ¡Sí, sí!… ¡Lo que usted desee!
ADELA.—Vamos, padre, parece mentira que con lo listo que es usté sea usté tan tonto.
LEÓN.—¿Eh?…
ADELA.—(A los demás). Vayan ustedes a comer, que la comida se enfría y dejen ustedes que me despida del marqués.
TODOS.—¿Eh?…
ADELA.—Sí, que me despida del marqués. Porque esta tarde nos vamos, padre. Después del fracaso de tu sistema no creo que tengas interés en quedarte… ¿O es que quieres labrar tu pedazo de tierra?…
DON CONRADO.—Puede que quiera seguir buscando la Vitélica Agustelica…
LEÓN.—(Quemadísimo). Oiga, amigo: que al marqués he jurado no pegarle, pero a usté le parto yo la cara.
DON CONRADO.—¿A mí? Vamos, hombre. A usté le pego yo una puñalá que le atravieso el corazón.
LEÓN.—No, señó.
DON CONRADO.—¿Por qué no?
LEÓN.—Porque yo echo a corré y no me coge un “bugatti”.
DON CONRADO.—(Dándole un manotazo). ¡Ande usté p’alante, que así se ajogue usté con un espina de bacalao!
LEÓN.—¡Quia! ¡Menudas tragaderas tengo yo! (Mutis por la primera derecha).
DON CONRADO.—¿Habrá sinvergüenza?… ¡El de “La Oca”! ¡Un tío blanco!
CONDE.—(Envalentonado). Ah, no: pues yo a ese le pego. (Mutis con Emeberta, Don Conrado y Lobatón, por la derecha).
CARLOS.—Agradezco muchísimo tu providencial intervención, porque no sé lo que esos cafres hubieran hecho conmigo.
ADELA.—¡Mira que eres farsante!
CARLOS.—¿Eh?
ADELA.—¿Crees que no sé quiénes son esos “cafres”? Al mismo tiempo que supe quién eras tú, supe quiénes eran ellos.
CARLOS.—Entonces he hecho el ridículo.
ADELA.—Sí, pero no tanto como yo al poner en ti el poco cariño que puse. Poco, ¿eh? Muy poquito. No creas que voy a irme de aquí traspasadita de pena.
CARLOS.—¿Insistes en marcharte?
ADELA.—Y tú debes irte antes que yo… ¡Vete, Carlos! ¡Vete y llévate a los tuyos!
CARLOS.—Gracias por tu consejo. En cambio yo insisto en mi deseo de…
ADELA.—No sigas. Lo he pensado muy bien y sé que no soy la mujer que puede llenar tu vida.
CARLOS.—Pero, ¿por qué? ¿Crees que tú eres de distinta serie que yo? ¡Déjate de tonterías! Ya no hay castas ni clases, ni series. Ya todos somos iguales.
ADELA.—Sin ironías, Carlos. Todos somos iguales y siempre lo fuimos; porque el dinero es un accidente y el nacimiento… una casualidad. ¡No todos los que murieron nobles nacieron nobles tampoco. Pero, ¡sí!, soy de serie distinta; porque la mía es mejor que la tuya; porque yo tengo corazón capaz de querer como hay que querer…
CARLOS.—¡Adela!
ADELA.—Y capaz de ahogar un cariño si es un peligro para su dignidad… ¡Y lo era! Porque tú no ibas a casarte conmigo ni a cargar con mi padre, que es una carga!…, y daría media vida porque pudieras leer en mi interior y vieras que me despido de
ti sin rencor y…
CARLOS.—¡Adela!
ADELA.— Y sin comiquerías. Ya sabes que para eso no sirvo. (Haciendo mutis por la izquierda). Vete, déjame, vete… ¡No sirvo!… ¡No sirvo!… (Vase deshecha en lágrimas por la izquierda).
DON CONRADO.—(Asomando, solamente la gaita, por donde se fué). Bueno, ¿y qué piensa usté hacer ahora?
CARLOS.—No sé, déjeme… déjeme…
DON CONRADO.—Pero, es que…
CARLOS.—(Mirando hacia la derecha). Calle, que aquí salen los del bautizo. (Salen por la derecha CASILDA y BIBIANA, trayendo a la sillita de la reina, dicho sea con permiso, al pobre JUAN AGOTE, que está hecho migas. Detrás de ellos, SARABIA, CURRITO y SAEZ. Currito y Sarabia traen una enmantelada mesita que colocan en un rincón, y Sáez transporta un cesto lleno de botellas, vasos, platos, etc., etc).
JUAN.—¡Despasito, hijas mías, no sarandearme!
CASILDA.—(Por Agote). Vamos a sentarlo aquí. (Acomodándolo en un sillón). ¡Ajajá!
JUAN.—¡Ay mi cuerpo! ¡Gracias, hijas mías! (Casilda y Bibiana se ponen a arreglar la mesa).
DON CONRADO.—(A Juan). Crujen los huesos, ¿eh?
JUAN.—¿Qué van a crují, si están hecho gelatina? ¡Mirusté que obligarme ese asesino a hasé un poso pa enterrá las porquerías que encontró en mis tierras!…
CARLOS.—Para que se las dé usted de santo, amigo.
JUAN.—Santo no lo soy, pero lo que toca márti sí y sí. Sinco metros llevo ya de poso y todavía ese criminá no está conforme y dise que tengo que ajondá hasta treinta, ¡homisida! ¡¡Apóstata!! Escucha, Sarabia: te regalo mis tierras.
SARABIA.—¿A mí? ¡Vamos, hombre?
JUAN.—Oye, Currito; por tu salú. ¿Por qué no te hases cargo de mi lote?
CURRO.—Yo le doy a usté er mío y sinco duros ensima. ¡Por sí que!… Nosotros tres y estas dos en cuanti se acabe er bautiso nos najamos pa er pueblo y er que quiera nuestras tierras que se quee con ellas.
CARLOS.—¿Cómo?
DON CONRADO.—A ver, a ver… ¿Qué cuento es ese, Curro? (Entran en escena, por la derecha, limpiándose la toca con el dorso de la mano, EMEBERTA, el CONDE y FRUCTUOSO).
CURRO.—Que lo que se ha hecho con nosotros es una malajá y un engaño. ¿Dónde se ha visto er sé el amo de una finca y tené que trabajá?
CONDE.—(Muy interesado). Hola… (Fructuoso aprovecha la discusión para beber a sus anchas).
CURRO.—Porque, vamos a ve: ¿no soy yo un propietario? Pues un propietario toa la vía de Dió se ha estao mu descausao en er pueblo, sentao detrás de los cristales der Casino, con su güen puro en la boca y mirando a ve si llueve: pero ¿qué clase de
propietario soy yo, que no puedo pagá la cota der Casino, ni comprarme un puro y si llueve me tengo que moja como antes? (Al Conde). Compare: usté que es un paria: ¿digo bien o no?
CONDE.—(Contentísimo). ¡Ojú! ¡Que sí!
CARLOS.—Pero entonces, ¿ustedes qué quieren?
DON CONRADO.—Lo de antes, don Carlos. Remoloneá, no trabajá y cobrá.
SAEZ.—Con usté no hablamos.
SARABIA.—¡Muera usté!
DON CONRADO.—¿Que muera yo, mardita sean los zánganos?
CURRO.—Sí, señó: muera usté que nos repartió las tierras y muera er Conde por haberlo conosentío y muera “La Oca” por haberlo pedío.
URBANO.—(Que ha entrado en escena por la izquierda y que trae un ojo acardenalado). ¡Sí, señor; muera “La Oca” y muera León y muera su hermana!
LEÓN.—(Entrando en escena por la derecha). ¿Qué se dise de mí?
DON CONRADO.—Que se muera usté, hombre, a ve si descansamos.
LEÓN.—(Por Carlos). ¡Eso quisiera ese! (A Urbano). ¿Qué te pasa en ese ojo?
URBANO.—Lo del ojo no te importa. Lo que puede interesarte es que a resultas de una entrevista que acabo de tener con tu hermana hemos decidido irnos al pueblo.
CONDE.—¿También ustedes?
JUAN.—(Sollozante). ¿Pero es que me vais a dejá aquí solo?
LEÓN.—¿Cómo solo, Juan?
JUAN.—Más solo que la una. ¿Es que no está usté enterao? Estos tres se van, y esas dos se van, y ahora estos otros se van, y ustedes, gracias a Dios, se vais también, porque a mí su hija de usté acaba de pedirme los papeles de música. Además el Rubianco, que no ha dao un gorpe en sus tierras, por no trabajarlas se ha metió a banderillero; y los tres Curianas en cuanti vieron er lote que les había tocao salieron de pira y están en Jeré paseándose por las calles con una pañuelo agarrao de las puntas; y yo en cuanti se vaya mi verdugo y me lo consientan los riñones voy a salí corriendo de aquí, que no voy a vorvé ar campo ni a tomá er so. Y tos lo mismo, señó: eso del individualismo integral y de “La Oca” lo voy yo a enterrá con el candelero, el misal y el pollubrum. ¡Fariseo!
LEÓN.—¿Fariseo? Veinte metros más de pozo.
JUAN.—¡Asesino!
LEÓN.—Treinta metros más. ¡Hasta que se vea América!
CURRO.—Jornales es lo que queremos. ¡Y a ve quién nos paga argún día las peonás que habernos echao!
SAEZ.—Ahí duele.
LEÓN.—Habrá jornales, hombre. (A Carlos). Prepárese usté, porque antes de irme la voy a armá.
SARABIA.—(A Currito). Ascucha, tú, que Lobatón la está cogiendo.
CURRO.—En cuanto huele er casalla… (Se acercan a Lobatón que está empinando el décimo vasito de aguardiente y convidando a Bibiana y a Casilda).
URBANO.—(Que se ha unido al grupo que forma Emeberta, el Conde y Don Conrado, le dice a Emeberta, sin cuidarse de los de más). Por ti ha sido, Concha.
EMEBERTA.—¿Qué?
URBANO.—Lo del ojo. ¡La arpía de mi mujer! Le dije que para mí no había ya en el mundo más mujer que tú; y mira.
CONDE.—(Amenazador). ¿Y en el otro no tiene usted nada?
URBANO.—Le advierto a usté que a ella le he dado lo suyo. Quiero que pida el divorcio para poder yo casarme con este lirio… (Don Conrado sujeta al Conde. Se oye hablar a Agustín, dentro). Disimula ahora, preciosa. No quiero más escándalo. Luego en el pueblo, fonda el Comercio, Ancha, tres, por la puerta falsa a las tres. (Intenta tomarle la cara y Emeberta se retira. Al Conde, que continúa apaciguado por el administrador). Me he emburrao con ella. Dicen que si es una loca que le gusta coquetear con los gañanes…; pero a mí me llena. ¡Hay temperamento! Para esto de las mujeres tengo yo un buen ojo.
CONDE.—¡Pues ese, el bueno, va a ser para mí!
URBANO.—¿Cómo?
CONDE.—Ahora hablaremos. (Amparada por JOSEFITA, vieja gañana, feísima, y por ADELA, entra en escena, por la izquierda, con la cabeza vendada por un pañuelo, AGUSTINA).
AGUSTINA.—¡El divorcio! ¡El divorcio! ¡Yo lo que quiero es el divorcio! ¡Viva la Constitución!
JOSEFITA.—(Conduciéndole a un sillón). Sí, señora, y que maten a tos los hombres. ¡Granujas, pendones, canallas, bandidos!… ¡Qué más hubieran querido ellos que pescarme a mí! Pero yo marío, no y no.
CURRO.—¡Pos sí que viene güeña la madrina der bautiso!
LEÓN.—Venga como venga, a celebrá la fiesta de seguía. ¡Ea! A echarle el agua de colonia al niño. ¿Dónde está el niño?
SARABIA.—Er niño no sale hasta que ustedes me digáis qué vais a hasé con mi niño.
LEÓN.—Echarle el agua laica, porque ese niño ha nasido en la comunidá de los individualistas y es el hijo de todos.
SARABIÁ.—Con mi voto en contra que soy su padre.
CURRO.—¿Qué nombre se le va a poné?
LEÓN.—Dijimos antes que naciera que si era niña, Constitución, y si era niño, Estatuto.
JUAN.—¡Herejes!… ¡Que Dios os va a castigá!
AGUSTINA.—(Sollozando y mirando a Urbano). ¡Canalla!… ¡Canalla!…
URBANO.—¿Canalla? (A León). Mira, déjate de bautizos. (Cogiendo airadamente a Emeberta para refregársela por las narices a Agustina). ¡Ven tú acá! ¡Que vean todos quién soy yo! (Gran revuelo. Emeberta se va arrastrada por Urbano: el Conde tira de Emeberta: Agustina quiere lanzarse sobre su marido, pero las mujeres la sujetan).
EMEBERTA.—¡Suelte!
AGUSTINA.—¡Soltarme!
CONDE.—¡Quieto!
DON CONRADO.—¡Pero, hombre!..
FRUCTUOSO.—(Borracho perdido, interponiéndose). ¡Honeste virere, álterun non lédere, suun cuique tribuere!
CURRO.—¡Chavó!
LEÓN.—(Aprovechando el instante de estupor). ¡Silencio!… ¡A callar, que mato a uno! ¡¡Que mato a uno!! Aquí si se arma bronca ha de ser contra ese. (Por Carlos). ¡Contra el marqués de Zafrilla!
TODOS.—¿Eh?…
LEÓN.—(Presentando acusatoriamente). ¡¡El marqués de Zafrilla!!
ADELA.—(Protegiéndole con su cuerpo). ¡No!
CARLOS.—Sí. El marqués de Zafrilla. ¿Y qué?
FRUCTUOSO.—Claro, hombre, ¿y qué? ¡Estoy ya harto de tanta grullada! ¡In vino véritas!
JUAN.—Amén.
FRUCTUOSO.—Ese es el marqués de Zafrilla, y ese el Conde de Siain, y esa la Condesa y la niña… ¿Dónde está la niña?…
LEÓN.—¡¡El Conde!!…
CONDE.—El Conde, sí; el que defendiéndose hirió a catorce y ahora es capaz de luchar con León y con Napoleón.
LEÓN.—(Achicado). Oiga, amigo; que yo con usté no me he metido. ¡Ojo!
AGUSTINA.—(A Urbano, por Emeberta). Anda con ella, hombre.
URBANO.—(Abismado). ¡El Conde!
CONDE.—Sí; el amo de estas tierras. ¡El que las exige y las quiere!
CURRO.—(Achicado, como los demás). Bueno, hombre, pa usté toas y pa siempre. (Dándole un papel arrugado). Ahí va el papé de mi lote, que ya va usté listo.
SARABIA.—(Haciendo lo propio). Y el mío. ¡Valiente tonto!
SAEZ.—(Ídem de ídem). Tome usté.
JUAN.—(Ídem de ídem). Ahí va y mande usté tapá el hoyo, que es un peligro.
URBANO.—(Que no vuelve de su asombro). ¿Pero cómo aquí?…
CONDE.—Me informaron de lo que sucedía, quise verlo por mis propios ojos, y he comprobado que las faenas del campo son honradas, pero duras.
EMEBERTA.—Muy duras.
CARLOS.—Durísimas.
CONDE.—Y de estas horas, para nosotros penosísimas, he sacado una provechosa enseñanza: que para que vosotros pongáis en el rudo trabajo de la tierra un poco de interés, es preciso que los dueños de las tierras pongamos en vosotros un poco de amor. (A don Conrado). Pague usted a todos los jornales que hayan devengado y “un plus” de veinte duros, que llamaremos de confraternidad.
TODOS.—(Contentísimos). ¡Ole! ¡Eso! ¡Ojú!
DON CONRADO.—¡Viva el conde!
LEÓN.—¡¡Pelotillero!!
CURRO.—(A León). ¿Qué dice “La Oca”?
LEÓN.—¡Que os ganan con dos pesetas! ¡Esclavos! (A Adela). Vámonos. ¡Al cuplé! El arte nos espera. ¡Trabajemos en el arte!
ADELA.—Vamos.
CARLOS.—Me da lástima de los públicos. No quiero que sigas mortificándolos. No vayas Adela; prefiero cargar contigo como Dios manda… ¡¡y cargar con tu padre!!
ADELA.—(Emocionada). ¡¡Carlos!!
LEÓN.—(Ídem). ¡La ilusión de mi vida! ¡Tener un hijo! ¡Y qué hijo! (Besa a Carlos).
LIBERTA.—(Entrando en escena por la izquierda llorosa, en plan de marcha y con su lío de ropa). ¡Ea! Ar pueblo, y a ve er jues. ¡Justisia! Dentro de na estarán aquí los guardias, y a ve que dise entonces ese mosito.
(Expectación y curiosidad en todos).
URBANO.—¿Qué mosito, muchacha?
LIBERTA.—(Echándose a llorar). ¡El que m’ha perdió! ¡Ay qué vergüensa! ¡¡Justisia!!
AGUSTINA.—¿Pero qué estás disiendo, muchacha?
LIBERTA.—Mundito; er chavea ese, que se tiene que casá conmigo, quiera que no, porque ha abusao de mí.
VISTREMUNDA.—(Bajando la escalera, vestida tal y como se presentó en el acto segundeo). ¿Qué dice esa embustega?
LIBERTA.—(Estupefacta). ¡¡Ojú!!
(Grandes risas).
URBANO.—(A Liberta). Tu plancha ha sido mayor que la mía.
CURRITO.—¡Señores: vamos a paseá ar conde en hombros por to er pago!
TODOS.—¡Sí, sí! ¡Vamos! ¡Viva! (Cargan con él y desaparecen por el foro seguidos de Emeberta y Vistremunda).
LEÓN.—(Por Carlos). Y a este, dejármelo a mí. A este voy yo a llevarlo sólito. El va a cargá conmigo, pero ahora cargo yo con él, aunque me muera. ¡Viva mi hijo de mi alma! (Carga con Carlos).
TELÓN
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kiro-anarka · 4 years
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Esta investigación es realizada por Aimee Zambrano, activista feminista y principal impulsora del Monitor de Femicidios, que surge ante la ausencia de datos oficiales y la preocupación por la realidad de las mujeres en Venezuela. Desde La Izquierda Diario venimos reproduciendo esta investigación para poder difundir y organizarnos contra la violencia de género ya que entendemos que los sectores más perjudicados somos parte de la clase trabajadora y de los sectores populares. ¿Incrementó el número de femicidios? Según el informe, en los primero 6 meses del 2019 se registraron 61 femicidios. Este año se registran en el mismo periodo de tiempo 109 casos en total, lo que evidencia un salto. Estas alarmantes cifras indican que ocurren 1 femicidio cada 2 días. Es importante señalar que toda esta información es recaudada de medios digitales regionales y nacionales y su página de sucesos, es un subregistro de los casos. Por lo que los casos oficiales deben ser más.
Los datos señalan que las edades de las víctimas están entre los 16 y 50 años. La mayoría de esto crímenes de acuerdo el registro, 6 casos fueron realizados con armas de fuego, le sigue las armas blancas con 4 casos y por último asfixia mecánica; estas formas se repiten cada mes. Otro dato a destacar es que 6 de los femicidas eran parejas o exparejas de las víctimas.  Y por último entre la victimas 6 de ellas eran madres, de los cuales 6 menores de edad quedaron huérfanos.
Casos
01/05/20 DISTRITO CAPITAL: femicidio de Omaira María Barros de Rondón de 64 años, ocurrió en su vivienda ubicada en la calle 2 en el sector Armonía Juvenil de la parroquia El Valle, Caracas.
03/05/20 DISTRITO CAPITAL: femicidio de Damaris Alejandra Astudillos Urbina de 21 años, en Los Magallanes de Catia. Laboraba como vendedora y residía con su niña, madre y otros 6 hermanos.
05/05/20 BOLÍVAR: fue hallado el cuerpo de Daniela María Mónaco Sánchez de 30 años por vecinos del sector La Romana en Upata, municipio Piar.
06/05/20 TÁCHIRA: fue hallado el cuerpo de Maritza Elena Cáceres de Barajas, de 39 años en la Carretera Panamericana sector Quebradita. Estaba desaparecida desde el 3 de mayo, deja huérfanos a cuatro hijos.
10/05/20 BOLÍVAR: fue hallada una pareja sin signos vitales a la orilla del río Alto Paragua. Mineros localizaron las víctimas en la orilla del río, no pudieron ser identificadas.
12/05/20 MIRANDA: femicidio de Fanny Cuevas Quintero, asesinada presuntamente por la expareja sentimental de su hija, Gineth Carolina Cuevas Quintero de 27 años, en Las Lomas del sector La Horquilla de Charallave. Ellas habían denunciado al femicida anteriormente. 2/05/20 TRUJILLO: femicidio de Maryuani Suárez de 27 años, obrera, a manos de su marido. Ocurrió en el interior de una residencia ubicada en el sector “Aguas Negras, perteneciente al sector Brisas del Valle, en el municipio Pampán.
15/05/20 MONAGAS: feminicidio de Yaleidys López de 18 años en Aguasay, embarazada en trabajo de parto que debía ser trasladada por complicaciones al Hospital Central de Maturín. El informe médico y salvoconducto fue presentado en la estación de servicio Aguasay, pero no hubo forma de surtir. Ella murió al llegar al Hospital de Maturín.
15/05/20 NUEVA ESPARTA: fue encontrado el cuerpo de Bruhnke Enrike Gertrud de 61 años. Ocurrió en la población El Salado, del municipio Antolín del Campo.
20/05/20 DISTRITO CAPITAL: femicidio de Gloria Estela Martínez Palacios de 70 años, a manos de su hijo (está preso), ocurrió en la calle Las Flores, parroquia La Pastora, en Caracas.
21/05/20 ANZOÁTEGUI: femicidio de Yasmelis Coromoto Alcalá de 47 años a manos de dos sujetos. Ocurrió en Puerto La Cruz, parroquia Pozuelos, municipio Juan Antonio Sotillo.
21/05/20 ZULIA: femicidio de Milexis Gregoria Chourio de 41 años, a manos de su esposo, fue detenido por la comunidad y entregado a una comisión de la policía. Ocurrió en el sector El Cují, parroquia Luis de Vicente.
25/05/20 ARAGUA: femicidio de Veliz Johanna Rodríguez el sector Zamora del municipio Bolívar. Ocurrió cuando miembros de la banda “El Pastillita”, llegaron a la residencia y la asesinaron sin mediar palabras.
25/05/20 TRUJILLO: femicidio de Yuleydy del Carmen Martínez Duarte de 39 años, ocurrió en San Mateo de Sabana Grande de Monay, municipio La Candelaria. La víctima fue localizada en el interior de su habitación.
27/05/20 CARABOBO: Es hallado el cuerpo de Leida Rafaela Arias Benítez de 48 años, abandonado en la urbanización Flor Amarillo de Valencia.
27/05/20 DISTRITO CAPITAL: Es hallado enterrado en el patio de su casa, el cuerpo de Keiderly Morán de 29 años, en Tacagua Vieja, parroquia Sucre, tras haber sido reportada como «desaparecida» por su expareja. Fue asesinada por su expareja.
31/05/20 ARAGUA: femicidio de María Estefani Pantoja Muñoz de 28 años a manos de su expareja. Ocurrió en la urbanización Los Tulipanes, calle A de Palo Negro, municipio Libertador.
La situación de las mujeres y la ausencia de políticas pública
La cantidad reciente de femicidios pone en evidencia la violencia que estamos expuestas las mujeres, esta situación se vuelve más grave por el aislamiento. Si bien, como hemos comentado en varios articulo anteriores la línea 911 esta disponibles para llamar en casos como estos, pero no hay un plan por parte del Gobierno de Maduro para atender las necesidades de todas las mujeres que se encuentran en una situación tan precaria y vulnerable.
El Gobierno ha dejado claro que no le importa la vida de las mujeres imponiendo salarios de hambre, condiciones precarias y a esto debemos sumarle que los hogares de refugio han sido completamente desmantelados, las mujeres que sufren de violencia no tienen actualmente donde acudir.
Frente a esta realidad las mujeres debemos organizarnos para exigir que se reactiven refugios y que posteriores les garantice vivienda a todas aquellas mujeres víctimas de violencia de género, un ingreso igual a la canasta básica indexado según la inflación, que se prohíban los despidos, que se respeten las contracciones colectivas (anulación del Memorando 2792).
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urgentenoti · 5 years
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Falleció conductor del camión que volcó en Pampán
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pajjorimre · 2 years
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Ezért is jó a pampán lakni, az augusztusi, hajnali ködök miatt.
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algodepecas · 7 years
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#profundaypoética #quotes #tumblr #siempregio #tulipanesenmialma #deepandpoetic (en Pampán, Trujillo, Venezuela)
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el4venezolano · 7 years
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Acordes de: Sueño caraqueño: http://micuatro.com/acordes/sueno-caraqueno/ Han cambiado mi Caracas compañero, poco a poco se me ha ido mi ciudad, La han llenado de bonitos rascacielos y sus lindos techos rojos ya no están. Loa pasteles del Tricás después de misa, el Pampán de Gradillas a Sociedad, Los vermuts los domin...
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jesusjk1029 · 7 years
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Comenzamos nuestra jornada con una poderosa oración! Somos portadores de esperanza. (en Pampán, Trujillo, Venezuela)
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pontelapinta · 6 years
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💥 #pontelapinta y 🍒 #cosechalibertad 👨‍🌾 seguimos mostrándoles nuestra nueva colección ✌🏼 • 🧢 gorra de malla campesino 👨‍🌾 • 🧢 gorra dad hat cosecha libertad 🍒 • 👖 short vino tinto, tallas S, M y L • #streetwear #hechoenvenezuela #trujillo #venezuela #peru #ecuador #colombia #argentina #streetstyle #moda #fashion #dadhat #cap (en Pampán, Trujillo, Venezuela) https://www.instagram.com/p/BnXL14SFz3M/?utm_source=ig_tumblr_share&igshid=1jell3vjvjbmf
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