Tumgik
#pintó aceitar
lucesazules · 9 years
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Despropósito
Lavarse las manos. Qué situación patética. Tener que andar ensuciándoselas le parecía una deshonra sabiendo que soñaban hacer otra cosa, que no era ese su verdadero destino, el ideal. Pero era lo que tenía por ahora: las manos limpias delante de sus ojos, cada día más lavadas, cada día y cada hora más grises, agrietadas, bailando sin compás, y ya empezaba a pensar que la mugre no era tan terrible, que capaz las manos sucias se ven un poco más vivas. Que quizás podían servir como guía, un has de luz en una densa neblina.
Pensó también que mejor no pensar pelotudeces y apurarse porque iba a llegar tarde a la fábrica, y en su situación no podía darse el lujo de descuidar su puesto. Aunque las jornadas eran cada vez más largas, y cada vez tenía menos tiempo para el piano. El lado bueno era evitarse el humillante encuentro con una nota errada o un compás perdido.
Tomó el jugo de una naranja, comió una tostada con queso, se subió a la bicicleta y comenzó a pedalear febrilmente. Se internó en el eterno concreto y se dejó perder por sus impulsivos caminos. La bicicleta había sido una buena adquisición, lo único quizás que disfrutaba un poco en esos días.
Había armado una ruta que corría por las calles más desiertas, con los edificios más viejos, esos que le recordaban a un tiempo sin tanto tránsito aéreo ensuciando el cielo y marcado por una sonata, repetida incansablemente hasta una perfección que pareció apenas vislumbrarse tras su primer desamor. Temía ahora que todos esos sentimientos estuvieran aletargados, o que incluso los años lo hubieran hecho incapaz de percibir algunos, de conmoverse. Pero confiaba en que ese temor era, como mínimo, una esperanza.
Así, continuó andando por esas nostálgicas calles, manchadas por los rayos del sol entre los árboles, que eran, en aquella parte de la ciudad, un poco más abundantes. Se sentía relajado, y comenzaba a vibrar en él cierta dicha, cuando la ciudad volvió a ennegrecerse. Pero no importaba, el momento había valido la pena. Deambuló perdido en sus pensamientos.
Precedido por la voluntad de sus piernas, comenzó a sentir que algo terrible estaba ocurriendo mientras atravesaba una callejuela empedrada: no reconocía el vecindario, y no parecía recordar cómo había llegado allí. Cayó en la cuenta, además, de que hacía mucho que se encontraba ya viajando, y otra vez lo preocupó la posibilidad de estar llegando tarde.
Siguió pedaleando, entre los gigantes filtros de aire instalados recientemente por el gobierno y masas de gris salpicadas con etéreos verdes: a pesar de todo, seguía habiendo algo desbordadamente encantador en recorrer las calles sin tráfico. Pero no podía distraerse de nuevo.
Las esquinas pasaban y la ciudad se volvía cada vez más ajena e indescifrable. Hasta la forma de los edificios y la disposición de los espacios parecía estar empezando a cambiar. Veía no sólo más verde que antes, sino otros colores casi inexplorados por él, por el que era ahora: fucsias, bordós, violetas, amarillos, y algunos azules increíblemente intensos. La sensación de calamidad seguía, no obstante lo interesante del paisaje, creciendo incansablemente. No era sólo el lugar: algo más estaba ocurriendo, podía sentirlo en su cuerpo.
Intentó detenerse para examinarse debidamente, pero, para su sorpresa, las piernas no quisieron responderle. Por el contrario, pedaleaban más rápido aún, entusiasmadas ante tanta belleza.
Miró para abajo para ver qué estaba ocurriendo y lo notó: un pequeño hueco en donde debería estar su cadera, como una cortina de aire que permitía ver lo que había justo debajo de él. Soltó una mano del manubrio para arriesgar un contacto, pero ésta atravesó ese espacio donde debería haber una cintura y siguió de largo.
Andando entre magentas mucho más redondos y casas mucho más pequeñas de las que alguna vez había visto, su desesperación decayó a medida que se confirmaba en él la seguridad de que no era doloroso. Ante la imposibilidad de manejar el destino, se dejó, una vez más en su vida, llevar por él. Internándose salvajemente entre las texturas y sabores nuevos, vio como su cuerpo desaparecía de a poco en la nada, y cómo la bicicleta continuaba pedaleando y pedaleando, adentrándose en esa expectante selva.
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