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#verónica miriel
exococina · 6 years
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Mis almuerzos con gente alucinante I: Juan Carlos Olaria: El platillo de alioli perseguido por un hombre.
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Sostiene la voz en off en los alucinógenos títulos de crédito de El hombre perseguido por un OVNI (Juan Carlos Olaria, 1976) que «el hombre vive apegado a la tierra y en raras ocasiones alza su vista a los cielos». El director tomó prestada la cita de Giordano Bruno, y no seré yo quien le devuelva a las brasas, pero opino que el astrónomo hereje no tuvo en cuenta a los catalanes. El catalán amb els peus plantats a terra camina mirant al cel: los castellers, la sardana, Montserrat, el porró i la calçotada, todo ello íntegramente elevado, bailado, enaltecido, empinado o engullido en pleno ejercicio de alzar la mirada al espacio y más allá. Y no quiero sacudirme la caspa de la barretina enarbolando los símbolos de la catalanidad más ortodoxa. Es que el símil va al pelo para introducir a un cineasta que, por heterodoxo, le ha tocado lidiar con la etiqueta de “el Ed Wood catalán”. Puede que igual que el director de Plan 9 from Outer Space, Olaria se interesara por el cine cuando le regalaron una cámara de 8mm a los doce años. Como su homólogo americano, escribió, produjo, dirigió y co-protagonizó su primera película. También se asemejan en los trucajes pedestres, el presupuesto escaso y en aquello de incluir en sus montajes los metrajes sobrantes de otras películas (en el caso de Olaria, las filmaciones de la NASA que fue a pedir al consulado estadounidense de Barcelona). Y puede también que, como al director de Glen or Glenda, les una el gusto por vestir alguna prenda femenina (cuando, al despedirnos, le elogie sus zapatillas negras con tachuelas plateadas, Olaria me confesará que son un modelo de señora que compró de oferta). Por mucho que tengan en común ambos directores, el sambenito que le compara con “el peor director de la historia del cine” es injusto: de no haber sido rechazado en la Escuela Oficial de Cinematografía de Madrid, quien sabe si sería conocido como “el Ray Harryhausen español” o estaría al nivel de todo un Gil Parrondo.
El hombre perseguido por un OVNI transpira una profunda sensibilidad artística que se manifiesta ya en los créditos, en sus solarizados y virajes de color, así como en los trucajes y ambientes que consiguen capturar el Zeitgeist de aquella Barcelona. Sirva de ejemplo el platillo sobrevolando un bloque de viviendas de Oriol Bohigas, esos que rompieron con la arquitectura monumentalista de posguerra. También en la sabrosa escena del Simca 1000 que los mutantes roban al protagonista (el actor Richard Kolin, nombre artístico de José Coscolín Martínez) flotando en el hiperespacio. Este coche se lanzó con fuerza al mercado español bajo el eslogan “cinco plazas con nervio”, que la picaresca popular enseguida transformó en “El filete del pobre, porque es para cinco, y con nervio”. Olaria lleva más de cinco décadas en la brecha más orillada de un cine insobornable y periférico en todos los sentidos, cuyas tramas son una excusa para recrearse en los trucajes artesanales.
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Es un viernes de febrero y el cineasta ha elegido los manteles del Café Padilla, en el 387 de la calle del mismo nombre. Pese al apelativo “café”, el Padilla es una de esas casas de comidas, de menú a 9'90 €, que por fortuna resisten en barrios por romanizar como el Baix Guinardó. En la entrada, un letrero escrito a tiza asegura “Hacemos la mejor tortilla del mundo. Supérala si tienes huevos”.
–Crema de mariscos, por favor, y cordero a la brasa. A mí me gusta bastante hecha. O sea, medio cruda no me va. ¡Y vino tinto! Y un poco de pan.
Yo pido calçots de primero y secundo a Olaria con el cordero y el vino, maridaje bíblico que anticipa cierto regusto a herejía en estos altares del ateo que son todos los bares de bien. Le expongo mis intenciones: componer un retrato suyo a través del placer de comer, beber y hablar de la vida extraterrestre en la cultura popular mientras relajamos los esfínteres del espíritu. Siempre ha habido una amistosa relación entre el diálogo más o menos filosófico y la buena mesa.
–La verdad es que he copiado la idea de este libro.
Saco del bolsillo un ejemplar reeditado por Diario Público de Mis almuerzos con gente inquietante, una colección de entrevistas en restaurantes a personajes de la vida pública, casi todos políticos, editado en 1984.
–Vázquez Montalbán... ¡Me encantaban sus artículos en los periódicos! Coincidía con él en todo. Era muy equilibrado, muy prudente y progre. Veo que entrevista a Carmen Romero, al Duque de Alba, a Fraga... me huelo que esto debe de ser entretenido, mejor que su ficción. Y el título, lo de la gente inquietante, es muy agudo: en vez de llamarles “gente importante” va el tío y les dice “inquietantes”. Porque ya veo que todos son bastante franquistas.
––Es que él respondió a su vez a la idea de otro libro: Mis almuerzos con Gente Importante. Ese lo escribió José Mª Peman, que era muy facha.    
–¡Hombre, si era franquista! Además, cuando yo era joven, este tenía la puerta abierta de Televisión Española. Obras de Peman, entrevistas a Peman, todo era Peman.
Decía Peman que «el almuerzo produce la benevolencia» y Olaria es de por sí un hombre bueno, extremadamente afable. Parlanchín y muy cuidadoso en la expresión, tanto en el lenguaje oral como en el no verbal. Unta de misterio cada palabra entornando sus ojillos tras unas gafas futuristas, como talladas a láser. Con frecuencia, alza la vista a los cielos y mueve las manos a lo Bela Lugosi, como intentando atraer o dirigir sus ideas mediante telequinesis. Nos sirven los primeros platos.
–¡Has pedido calçots! Están riquísimos, pero pide guantes de plástico, que se te va a quedar todo negro.
En efecto, me doy cuenta de la incompatibilidad de comer calçots y tomar notas en mi libreta al mismo tiempo. No importa. No traigo preguntas preparadas, tengo buena memoria y mi intención es literaturizar este almuerzo-entrevista sin menoscabo de la veracidad.
–¿Cocinas?
–Intenté cocinar hace ya un tiempo, pero soy un desastre. Ocurre que cuando cocino me entra el hambre. Me pongo nervioso, quiero acabar pronto, empiezo a probar... y para mí es un tormento. Envidio a la gente que tiene paciencia cocinando y se aguantan las ganas de comer. Yo ya me lo comería, ya lo veo acabado. O sea, padezco mucho cocinando. Me pone negro. Ahora tienes que poner sal, ahora el cubito de Avecrem... es todo un trabajo. Así que decidí dejar de cocinar e ir siempre de restaurantes. Me gusta comer lo bueno que cocinan los demás.
–Pues es curioso, porque con los platillos y los trucajes artesanales eres muy paciente.
–Sí, es curioso, porque a mi la cosa manual me va mucho. Pero es que eso no repercute en una sensación como es la del hambre.
Llegan los segundos: dos generosas raciones de cordero a la brasa con su bien de patatas cortadas a mano y alioli. Le comento que me parece que se come muy bien en el Padilla, teniendo en cuenta el precio del menú, que incluye una botella de vino aceptable y café o postre.
–No se come mal, no –contesta.
Me alegra comprobar que, como yo, Olaria es de buen apetito y mejor beber.
–¿Dónde rodaste los exteriores de El hombre perseguido por un OVNI?
–En el Parque del Garraf.
–¿Recuerdas lo que comíais durante el rodaje? ¿Dónde ibais a restauraros?
–Eso es algo que debo agradecer a los Ibáñez, dos hermanos que tenían mucho que ver con el Festival de Sitges. Ayudaban en el festival a su director de aquél entonces, Antonio Ráfales ––que por cierto era franquista– a ir por diferentes países buscando películas de terror para incluirlas en el festival. Ramon Ibáñez, uno de los hermanos, era cocinero además de muy aficionado al cine. Acabábamos un rodaje y Ramon nos decía. «Veníos a Sitges. Al meu restaurant, que menjarem allà!». Se lucía y nos hacía unos platillos fabulosos, tú.
El menú de la Semana Internacional de Cine Fantástico y de Terror de 1976, además de los foráneos pasteles de sangre en competición, incluyó un Mercado del Filme en el Hotel Calípolis, dirigido a profesionales, donde pudieron verse diferentes películas españolas en busca de algún incauto distribuidor extranjero. Fue el caso de El hombre perseguido por un OVNI, junto a otros títulos como Vudú Sangriento (Manuel Caño, 1974), Kilma Reina de las amazonas (Miguel Iglesias, 1975), La maldición de la bestia (Manuel Iglesias, 1975) o La noche de las gaviotas (Amando de Osorio, 1975). El único producto ibérico que consiguió colarse entre las pantallas oficiales del festival fue El jovencito Drácula, de Carlos Benpar. Sin embargo, para su exhibición comercial, se exigió el corte de una sicalíptica secuencia en la que Verónica Miriel y Susana Estrada jugaban a darse mutuamente chocolate con churros con los ojos vendados. Cabe también señalar que la empresa Santiveri, quizá para compensar tanto sang i fetge, repartió ese año productos dietéticos entre la crítica vegetariana.
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Cartel del Festival de Sitges de 1976.
–Platillos...
–Sí. Platillos de comer y platillos volantes.
–Hay quien dice que los platillos volantes son solo una de las formas que podrían elegir las entidades que vienen de fuera o de otras dimensiones para manifestarse. Me parece curioso eso de que se presenten así, como mendigando comida desde el cielo... ¿Quizá es que quieren comernos?
–Muy buena la comparación. Muy buena.
–Tú, de hecho, las maquetas las haces a partir de moldes sacados de platos, ¿verdad?
–Sí, aunque para la última película (Se refiere a El hijo del hombre perseguido por un OVNI, la secuela de su primer largometraje que lleva unos años rodando y de la que ya tiene muchas secuencias montadas) ya me había olvidado de cómo había hecho exactamente los OVNIS. Sabía que eran platos pero no recordaba exactamente cómo los había hecho. Pues bien, me encontré con que ahora hay muchos tipos de platos y no todos te dan la forma, la corbatura que tú quieres. Ya no todos pasan por platillos volantes. Después de mucho buscar, los encontré en “los chinos”.
–¿Y en esta nueva película, se come?
–Hay una escena en la que Toni Junyent (el actor protagonista) está dentro del platillo volante, y los alienígenas le dicen «Terrestre, es nuestro huésped. Pídanos lo que quiera, ¿tiene apetito?» A lo que Toni responde «No puedo ocultarlo, espero que no me alimenten con pastillas» y ellos le dicen «Seguro que no» y le invitan a comer. Y en una mesa le sirven paella, bogavante y champán que han preparado ellos, aprendiendo recetas de la Tierra, para satisfacer al invitado. Yo creo que me podrán decir de todo pero, la película, curiosa será.
Olaria nació un día de 1942 en Zaragoza, pero, como podría decir Javier Pérez Andújar en un pregón, esto no importa porque cuando lo hizo era muy pequeño. De padres catalanes, volvieron a Barcelona al poco de nacer y se crió en el barrio del Guinardó. Explica Juan Marsé en Últimas tardes con Teresa que «En los grises años de la posguerra, cuando el estómago vacío y el piojo verde exigían cada día algún sueño que hiciera más soportable la realidad, el Monte Carmelo fue predilecto y fabuloso campo de aventuras de los desarrapados niños de Casa Baró, del Guinardó y de La Salud». Las precoces aventuras fílmicas que Olaria rodaba de niño, con la ayuda de sus amigos, tenían lugar en el Monte Carmelo o la Muntanya Pelada, como se le conoce popularmente por su escasa vegetación. Le pregunto por esa Barcelona gris que buscaba el color en los kioscos, de ¡OVNI! de Curtis Garland y demás bolsilibros de Bruguera. El protagonista de El hombre perseguido por un OVNI es un escritor, en horas bajas, de este tipo de novelas. Las ilustraciones en las portadas de estas publicaciones tenían también mucho en común con el cartel de la película.
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¡Ovni! (1976) de Curtis Garland, uno de sus pseudónimos más conocidos de Juan Gallardo Muñoz (Barcelona, 1929-2013).
–¿Cómo recuerdas esos años? ¿Cómo saciabas las hambres, ya fueran de entretenimiento o de ganas de comer?
–Lo que más me inspiraban eran las películas. Cuando vivía mi madre, comíamos siempre en casa. Fue a raíz de su muerte que voy a restaurantes. Recuerdo comidas sencillas y apetitosas. Verdurica con patatas, sopitas... –Nos interrumpen para cantarnos los postres: melón, pudding, flan, macedonia o yogur. Olaria elige la macedonia y yo el flan– ...huevos fritos, costillas con alioli, conejo con alioli. El alioli siempre con mortero, eso nunca lo encontrarás en un restaurante. El alioli hecho a mano es fantástico, no hay color, es una cosa deliciosa.
«¿Van a tomar café?» La camarera no da tregua. Yo pido café solo, Olaria «un cortadito».
–En la posguerra, yo había llegado a comer borrajas, sopa de borrajas. Cuando crecí un poco, ya empezó a reponerse la cosa, pero se pasó hambre. Con el dichoso Plan de Desarrollo de López Rodó empezó a mejorar un poco la cosa, pero antes... todo fueron estrecheces. Mi padre era proletario, comunista, pero en ese momento tuvimos que comportarnos como burgueses. Él tenía buena carrera, era ingeniero, así que no sufrimos la miseria que les tocó a otros. Mi padre fue teniente del ejército republicano, pero curiosamente no le vinieron a buscar, ni necesitó exiliarse. Cuando entraron las tropas en Barcelona, vio entrar a los tanques vestido de uniforme desde su piso de la Gran Vía, con una rabia inmensa. Después, por lo que yo noté, aceptó la derrota. Creyó merecerla por haber perdido, lo cual no quiere decir que renunciara a sus ideas. Muchos años después, ya jubilado, seguía leyendo El Capital de Carlos Marx desde su despacho. Y mira que el El Capital es un rollo de mil pares de huevos, muy complicado de leer. Les debía pasar lo mismo a tantos otros.
Juan O. Olaria, que así se llamaba su señor padre, aparece doblemente acreditado en El hombre perseguido por un OVNI: de un lado ejerció de productor asociado, costeando la película. Del otro, dio vida al flemático Comisario Duran, un tipo de investigador a lo Poirot difícil de asociar al vernáculo y franquista Cuerpo General de Policía.
Apuramos la botella de vino, que nos empieza a chispar.
–Si ahora mismo aterrizara una nave espacial, tripulada por ovninautas hambrientos tras el viaje, sobre la Montaña Pelada o el Parc de les Aigües, ¿adónde les llevarías a comer?
–Hmm... al Botafumeiro o al Rosalert. Eso si les gusta el marisco, claro. En caso que no, a Can Culleretes, que me dejó asombrado. Tienen mucha variedad de platos y, personalmente, me parece mejor que el 4Gats o el 7 Portes, ya ves. En cambio, te dan una dorada muy buena por los restaurantes de la Barceloneta.
Desde luego, Olaria es todo un bon vivant capaz de destinar el mismo presupuesto en una comida que a producir una película. Pero, como si a unos seres que han recorrido una distancia sideral les fueran a importar unas paradas en metro, le replico que esos restaurantes están muy lejos. La primera opción está en Gràcia, la segunda en el Eixample Dret y la tercera en el Gòtic. Le hablo de Can Ginés, una propicia marisquería de su barrio a precios populares.
–¡Bueno, leñe, pues a Can Ginés! Pero pasa una cosa, a lo mejor los extraterrestres bajan y lo que dicen es «¡Quiero un brazo de gitano!» y tú se lo vas a comprar a la mejor pastelería y te dicen «no, no, de ese no...». Y claro, no se los vas a reprochar, a lo mejor en su planeta cuando ven a un gitano... ¡se lo comen!
–O imagínate que tienen forma de cefalópodos, como en La guerra de los mundos de Orson Welles y les das un pulpo a la gallega. Te lo tiran por la cabeza.
–Pues claro, hay que ir con cuidado.
–Alomejor ya lo conocen todo y vienen aquí de turismo gastronómico. Si nos llevan millones de años de ventaja evolutiva, tendrán acceso a TripAdvisor.
–Quizá sí, a lo mejor vienen expresamente a conocer a Ferran Adrià. Aunque no sé si deben tener las mismas antenas parabólicas. A mí lo que me deprime es pensar que todo el Universo sea un desierto, que no haya vida y todo sea polvo y gases. Qué asquerosidad. Ya nos podemos conformar con encontrar unas bacterias. O dinosaurios y aun gracias. Oye, te invito a un chupito, los chupitos los pago yo.
–Camarera, dos chupitos de orujo blanco bien frío, por favor.
Tras casi cuatro horas de agradable sobremesa, nos despediremos al caer la tarde sobre el cruce de las calles Sardenya y Camèlies, entre abrazos y promesas de ir pronto a comer una caldereta de llamàntol a Can Ginés. Como regalo de despedida, Olaria me entregará un DVD con su cortometraje de 1995 Encuentro inesperado. A llegar a casa y reproducirlo, veré lo siguiente: una niña (Ángela Ulloa) se encuentra, in fraganti en la cocina, con un luminoso y pequeño objeto volador que al ser descubierto emprende la huida. Intenta atraparlo sin éxito y al volver a la nevera descubre, entre el tarro de anchoas y un sobre de beicon, un diminuto mensaje: SENTIGK MOLESTAGK, NESEZCITAGK BIANDAS. Lo cual, entre los efluvios de orujo y el poco marciano que yo sé, tardaré en descifrar: Sentimos molestar, necesitábamos viandas.
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#olaria #ovni #padilla #cordero #alioli
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johnnymundano · 6 years
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Eyeball (1975) AKA Gatti Rossi in un Labirinto di Vetro (Red Cats in a Glass Maze)
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Directed by Umberto Lenzi
Written by Felix Tusell and Umberto Lenzi
Music by Bruno Nicolai
Country: Italy
Language: Italian
Running Time:
CAST
Martine Brochard as Paulette Stone
John Richardson as Mark Burton
Ines Pellegrini as Naiba Levin
Mirta Miller as Lisa Sanders
Daniele Vargas as Robby Alvarado
Andrés Mejuto as Inspector Tudela
George Rigaud as Bronson
Silvia Solar as Gail Alvarado
Raf Baldassarre as Martinez
José María Blanco as Inspector Lara
Marta May as Alma Burton
John Bartha as Mr. Hamilton
Olga Pehar as Mrs. Randall
Verónica Miriel as Jenny Hamilton
Richard Kolin as Mr. Randall
Rina Mascetti as Hospital Nurse
Fulvio Mingozzi as Policeman
Francesco Narducci as Receptionist at Hotel Presidente
Carolyn De Fonseca as Gail Alvarado
Laura Trotter as Murder Victim at Castle
(Rather than screengrab I elected to use the lobby card reproductions from the recent UK blu-ray release. They are kind of fun, I think.)
Eyeball is a hilariously trashy giallo. Giallo being defined on this day by me as Italian genre movies characterised by stylish sadism, sexual fetishism, ridiculous plot contortions and usually sporting an unwarrantedly fine soundtrack. (Other definitions are available by other people on other days.) Whether the hilarity and the trashiness of Eyeball are intentional is unlikely, but it’s their presence which provides the movie’s salvation, salvaging Eyeball from an unpleasant and, worse, unentertaining, mix of tedium and obnoxiousness.
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A tour bus to Italy containing a disparate group of people from the same American town (where apparently everyone speaks fluent Italian like a native) become the target for a series of savage stabbings perpetrated by a maniac (mostly) clad in a red pac-a-mac. Oh, and during the prolonged session of frenzied stabbing the crimson plastic clad killer also likes to take out an eye...ball. Hence the title. Italy is a lively country but even there murder is frowned upon, and Andrés Mejuto is entertainingly brusque as Inspector Tudela, a man seemingly whittled from burnished leather who is racing against the clock to solve the crime before he retires to catch “trouts”, or succumbs to skin cancer.
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For all its sleaze and gore Eyeball is at heart a  mystery; usually part of the fun of a mystery would be trying to identify the murderer and their motive. In a normal movie written by a normal person this would depend on picking up on clues in the script and subtle hints in the performances. Eyeball is a giallo, though, and so considers adhering to logic and realism as party pooping in the extreme. During Eyeball you can still have a lot of fun conjecturing about the killer and their motive, but you might as well just take a wild guess, because like the victim’s eyes the solution is out there. Much to Inspector Tudela’s leathery dismay Eyeball may be light on “trouts” but it’s very heavy on the red herrings.
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After all, what possible reason could there be for a killer to target a bus full of American tourists, besides extreme xenophobia? There are suspects galore from the tour guide who likes laughing at his own practical jokes like a rapist in a prison movie as the camera zooms in on his face, to Mark Burton (John Richardson), our typically blandly handsome protagonist, who likes to explain his job in promotion to young women via the illustrative example of those free toys in cereal.  Or is it John’s mistress, Paulette Stone  (Martine Brochard), who has crossed her legs to him since discovering his wife is ill? Or is it John’s wife, Alma Burton (Marta May) who is not where she should be and is apparently a bit mental? Or is it even one of the apparently few people on earth who haven’t a working knowledge of John’s genitals? The domineering lesbian photographer? Her unhappy partner? The priest with the picture of himself and some kids (uh-oh, spaghetti-o!) hidden in his Bible? What about that guy who runs to the top of the steps who looks like an explosion in a Disco Factory? (Unhappily he’s only onscreen for a few seconds; he’s great, but (SPOILER) it isn’t him). Practically everyone on the bus likes standing over sleeping people with a straight razor or touching young women inappropriately when their wife is out of sight. To be fair it was the ‘70s, so both those things were probably considered a bit of “cheeky fun”. The quirkiness of the characters and the impressively nuts plot are Eyeball’s greatest strengths, keeping things interesting even when it seems the director has dozed off.
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Every now and  again though, Lenzi does rouse himself and remember he’s making a giallo. Giallo is a very stylish genre but, unfortunately, Eyeball isn’t very stylish; but it is, just, stylish enough. There are a smattering of stylistically impressive shots in Eyeball, but for the most part it is lumpenly dogged stuff, sporadically enlivened by the inspired visual of the bright red maniac. Even the lovely score by Bruno Nicolai is just kind of jammed on scenes without much deliberation. This slapdash quality is not uncommon amongst giallo movies, we aren’t talking about movies which were laboured and sweated over so much as written, shot and released as if in a race against time. Given their cheapskate origins the resultant shoddiness probably has to be reluctantly acknowledged as part of their charm. Giallo are usually a bit of a mess, for the most part, but ultimately outlandish enough to be fun and Eyeball doesn’t buck this trend.  
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