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EXOCOCINA
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Un folletín de gastrosofía espacial de Oliver Mancebo.
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exococina · 6 years ago
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Mis almuerzos con gente alucinante I: Juan Carlos Olaria: El platillo de alioli perseguido por un hombre.
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Sostiene la voz en off en los alucinógenos títulos de crédito de El hombre perseguido por un OVNI (Juan Carlos Olaria, 1976) que «el hombre vive apegado a la tierra y en raras ocasiones alza su vista a los cielos». El director tomó prestada la cita de Giordano Bruno, y no seré yo quien le devuelva a las brasas, pero opino que el astrónomo hereje no tuvo en cuenta a los catalanes. El catalán amb els peus plantats a terra camina mirant al cel: los castellers, la sardana, Montserrat, el porró i la calçotada, todo ello íntegramente elevado, bailado, enaltecido, empinado o engullido en pleno ejercicio de alzar la mirada al espacio y más allá. Y no quiero sacudirme la caspa de la barretina enarbolando los símbolos de la catalanidad más ortodoxa. Es que el símil va al pelo para introducir a un cineasta que, por heterodoxo, le ha tocado lidiar con la etiqueta de “el Ed Wood catalán”. Puede que igual que el director de Plan 9 from Outer Space, Olaria se interesara por el cine cuando le regalaron una cámara de 8mm a los doce años. Como su homólogo americano, escribió, produjo, dirigió y co-protagonizó su primera película. También se asemejan en los trucajes pedestres, el presupuesto escaso y en aquello de incluir en sus montajes los metrajes sobrantes de otras películas (en el caso de Olaria, las filmaciones de la NASA que fue a pedir al consulado estadounidense de Barcelona). Y puede también que, como al director de Glen or Glenda, les una el gusto por vestir alguna prenda femenina (cuando, al despedirnos, le elogie sus zapatillas negras con tachuelas plateadas, Olaria me confesará que son un modelo de señora que compró de oferta). Por mucho que tengan en común ambos directores, el sambenito que le compara con “el peor director de la historia del cine” es injusto: de no haber sido rechazado en la Escuela Oficial de Cinematografía de Madrid, quien sabe si sería conocido como “el Ray Harryhausen español” o estaría al nivel de todo un Gil Parrondo.
El hombre perseguido por un OVNI transpira una profunda sensibilidad artística que se manifiesta ya en los créditos, en sus solarizados y virajes de color, así como en los trucajes y ambientes que consiguen capturar el Zeitgeist de aquella Barcelona. Sirva de ejemplo el platillo sobrevolando un bloque de viviendas de Oriol Bohigas, esos que rompieron con la arquitectura monumentalista de posguerra. También en la sabrosa escena del Simca 1000 que los mutantes roban al protagonista (el actor Richard Kolin, nombre artístico de José Coscolín Martínez) flotando en el hiperespacio. Este coche se lanzó con fuerza al mercado español bajo el eslogan “cinco plazas con nervio”, que la picaresca popular enseguida transformó en “El filete del pobre, porque es para cinco, y con nervio”. Olaria lleva más de cinco décadas en la brecha más orillada de un cine insobornable y periférico en todos los sentidos, cuyas tramas son una excusa para recrearse en los trucajes artesanales.
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Es un viernes de febrero y el cineasta ha elegido los manteles del Café Padilla, en el 387 de la calle del mismo nombre. Pese al apelativo “café”, el Padilla es una de esas casas de comidas, de menú a 9'90 €, que por fortuna resisten en barrios por romanizar como el Baix Guinardó. En la entrada, un letrero escrito a tiza asegura “Hacemos la mejor tortilla del mundo. Supérala si tienes huevos”.
–Crema de mariscos, por favor, y cordero a la brasa. A mí me gusta bastante hecha. O sea, medio cruda no me va. ¡Y vino tinto! Y un poco de pan.
Yo pido calçots de primero y secundo a Olaria con el cordero y el vino, maridaje bíblico que anticipa cierto regusto a herejía en estos altares del ateo que son todos los bares de bien. Le expongo mis intenciones: componer un retrato suyo a través del placer de comer, beber y hablar de la vida extraterrestre en la cultura popular mientras relajamos los esfínteres del espíritu. Siempre ha habido una amistosa relación entre el diálogo más o menos filosófico y la buena mesa.
–La verdad es que he copiado la idea de este libro.
Saco del bolsillo un ejemplar reeditado por Diario Público de Mis almuerzos con gente inquietante, una colección de entrevistas en restaurantes a personajes de la vida pública, casi todos políticos, editado en 1984.
–Vázquez Montalbán... ¡Me encantaban sus artículos en los periódicos! Coincidía con él en todo. Era muy equilibrado, muy prudente y progre. Veo que entrevista a Carmen Romero, al Duque de Alba, a Fraga... me huelo que esto debe de ser entretenido, mejor que su ficción. Y el título, lo de la gente inquietante, es muy agudo: en vez de llamarles “gente importante” va el tío y les dice “inquietantes”. Porque ya veo que todos son bastante franquistas.
––Es que él respondió a su vez a la idea de otro libro: Mis almuerzos con Gente Importante. Ese lo escribió José Mª Peman, que era muy facha.    
–¡Hombre, si era franquista! Además, cuando yo era joven, este tenía la puerta abierta de Televisión Española. Obras de Peman, entrevistas a Peman, todo era Peman.
Decía Peman que «el almuerzo produce la benevolencia» y Olaria es de por sí un hombre bueno, extremadamente afable. Parlanchín y muy cuidadoso en la expresión, tanto en el lenguaje oral como en el no verbal. Unta de misterio cada palabra entornando sus ojillos tras unas gafas futuristas, como talladas a láser. Con frecuencia, alza la vista a los cielos y mueve las manos a lo Bela Lugosi, como intentando atraer o dirigir sus ideas mediante telequinesis. Nos sirven los primeros platos.
–¡Has pedido calçots! Están riquísimos, pero pide guantes de plástico, que se te va a quedar todo negro.
En efecto, me doy cuenta de la incompatibilidad de comer calçots y tomar notas en mi libreta al mismo tiempo. No importa. No traigo preguntas preparadas, tengo buena memoria y mi intención es literaturizar este almuerzo-entrevista sin menoscabo de la veracidad.
–¿Cocinas?
–Intenté cocinar hace ya un tiempo, pero soy un desastre. Ocurre que cuando cocino me entra el hambre. Me pongo nervioso, quiero acabar pronto, empiezo a probar... y para mí es un tormento. Envidio a la gente que tiene paciencia cocinando y se aguantan las ganas de comer. Yo ya me lo comería, ya lo veo acabado. O sea, padezco mucho cocinando. Me pone negro. Ahora tienes que poner sal, ahora el cubito de Avecrem... es todo un trabajo. Así que decidí dejar de cocinar e ir siempre de restaurantes. Me gusta comer lo bueno que cocinan los demás.
–Pues es curioso, porque con los platillos y los trucajes artesanales eres muy paciente.
–Sí, es curioso, porque a mi la cosa manual me va mucho. Pero es que eso no repercute en una sensación como es la del hambre.
Llegan los segundos: dos generosas raciones de cordero a la brasa con su bien de patatas cortadas a mano y alioli. Le comento que me parece que se come muy bien en el Padilla, teniendo en cuenta el precio del menú, que incluye una botella de vino aceptable y café o postre.
–No se come mal, no –contesta.
Me alegra comprobar que, como yo, Olaria es de buen apetito y mejor beber.
–¿Dónde rodaste los exteriores de El hombre perseguido por un OVNI?
–En el Parque del Garraf.
–¿Recuerdas lo que comíais durante el rodaje? ¿Dónde ibais a restauraros?
–Eso es algo que debo agradecer a los Ibáñez, dos hermanos que tenían mucho que ver con el Festival de Sitges. Ayudaban en el festival a su director de aquél entonces, Antonio Ráfales ––que por cierto era franquista– a ir por diferentes países buscando películas de terror para incluirlas en el festival. Ramon Ibáñez, uno de los hermanos, era cocinero además de muy aficionado al cine. Acabábamos un rodaje y Ramon nos decía. «Veníos a Sitges. Al meu restaurant, que menjarem allà!». Se lucía y nos hacía unos platillos fabulosos, tú.
El menú de la Semana Internacional de Cine Fantástico y de Terror de 1976, además de los foráneos pasteles de sangre en competición, incluyó un Mercado del Filme en el Hotel Calípolis, dirigido a profesionales, donde pudieron verse diferentes películas españolas en busca de algún incauto distribuidor extranjero. Fue el caso de El hombre perseguido por un OVNI, junto a otros títulos como Vudú Sangriento (Manuel Caño, 1974), Kilma Reina de las amazonas (Miguel Iglesias, 1975), La maldición de la bestia (Manuel Iglesias, 1975) o La noche de las gaviotas (Amando de Osorio, 1975). El único producto ibérico que consiguió colarse entre las pantallas oficiales del festival fue El jovencito Drácula, de Carlos Benpar. Sin embargo, para su exhibición comercial, se exigió el corte de una sicalíptica secuencia en la que Verónica Miriel y Susana Estrada jugaban a darse mutuamente chocolate con churros con los ojos vendados. Cabe también señalar que la empresa Santiveri, quizá para compensar tanto sang i fetge, repartió ese año productos dietéticos entre la crítica vegetariana.
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Cartel del Festival de Sitges de 1976.
–Platillos...
–Sí. Platillos de comer y platillos volantes.
–Hay quien dice que los platillos volantes son solo una de las formas que podrían elegir las entidades que vienen de fuera o de otras dimensiones para manifestarse. Me parece curioso eso de que se presenten así, como mendigando comida desde el cielo... ¿Quizá es que quieren comernos?
–Muy buena la comparación. Muy buena.
–Tú, de hecho, las maquetas las haces a partir de moldes sacados de platos, ¿verdad?
–Sí, aunque para la última película (Se refiere a El hijo del hombre perseguido por un OVNI, la secuela de su primer largometraje que lleva unos años rodando y de la que ya tiene muchas secuencias montadas) ya me había olvidado de cómo había hecho exactamente los OVNIS. Sabía que eran platos pero no recordaba exactamente cómo los había hecho. Pues bien, me encontré con que ahora hay muchos tipos de platos y no todos te dan la forma, la corbatura que tú quieres. Ya no todos pasan por platillos volantes. Después de mucho buscar, los encontré en “los chinos”.
–¿Y en esta nueva película, se come?
–Hay una escena en la que Toni Junyent (el actor protagonista) está dentro del platillo volante, y los alienígenas le dicen «Terrestre, es nuestro huésped. Pídanos lo que quiera, ¿tiene apetito?» A lo que Toni responde «No puedo ocultarlo, espero que no me alimenten con pastillas» y ellos le dicen «Seguro que no» y le invitan a comer. Y en una mesa le sirven paella, bogavante y champán que han preparado ellos, aprendiendo recetas de la Tierra, para satisfacer al invitado. Yo creo que me podrán decir de todo pero, la película, curiosa será.
Olaria nació un día de 1942 en Zaragoza, pero, como podría decir Javier Pérez And��jar en un pregón, esto no importa porque cuando lo hizo era muy pequeño. De padres catalanes, volvieron a Barcelona al poco de nacer y se crió en el barrio del Guinardó. Explica Juan Marsé en Últimas tardes con Teresa que «En los grises años de la posguerra, cuando el estómago vacío y el piojo verde exigían cada día algún sueño que hiciera más soportable la realidad, el Monte Carmelo fue predilecto y fabuloso campo de aventuras de los desarrapados niños de Casa Baró, del Guinardó y de La Salud». Las precoces aventuras fílmicas que Olaria rodaba de niño, con la ayuda de sus amigos, tenían lugar en el Monte Carmelo o la Muntanya Pelada, como se le conoce popularmente por su escasa vegetación. Le pregunto por esa Barcelona gris que buscaba el color en los kioscos, de ¡OVNI! de Curtis Garland y demás bolsilibros de Bruguera. El protagonista de El hombre perseguido por un OVNI es un escritor, en horas bajas, de este tipo de novelas. Las ilustraciones en las portadas de estas publicaciones tenían también mucho en común con el cartel de la película.
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¡Ovni! (1976) de Curtis Garland, uno de sus pseudónimos más conocidos de Juan Gallardo Muñoz (Barcelona, 1929-2013).
–¿Cómo recuerdas esos años? ¿Cómo saciabas las hambres, ya fueran de entretenimiento o de ganas de comer?
–Lo que más me inspiraban eran las películas. Cuando vivía mi madre, comíamos siempre en casa. Fue a raíz de su muerte que voy a restaurantes. Recuerdo comidas sencillas y apetitosas. Verdurica con patatas, sopitas... –Nos interrumpen para cantarnos los postres: melón, pudding, flan, macedonia o yogur. Olaria elige la macedonia y yo el flan– ...huevos fritos, costillas con alioli, conejo con alioli. El alioli siempre con mortero, eso nunca lo encontrarás en un restaurante. El alioli hecho a mano es fantástico, no hay color, es una cosa deliciosa.
«¿Van a tomar café?» La camarera no da tregua. Yo pido café solo, Olaria «un cortadito».
–En la posguerra, yo había llegado a comer borrajas, sopa de borrajas. Cuando crecí un poco, ya empezó a reponerse la cosa, pero se pasó hambre. Con el dichoso Plan de Desarrollo de López Rodó empezó a mejorar un poco la cosa, pero antes... todo fueron estrecheces. Mi padre era proletario, comunista, pero en ese momento tuvimos que comportarnos como burgueses. Él tenía buena carrera, era ingeniero, así que no sufrimos la miseria que les tocó a otros. Mi padre fue teniente del ejército republicano, pero curiosamente no le vinieron a buscar, ni necesitó exiliarse. Cuando entraron las tropas en Barcelona, vio entrar a los tanques vestido de uniforme desde su piso de la Gran Vía, con una rabia inmensa. Después, por lo que yo noté, aceptó la derrota. Creyó merecerla por haber perdido, lo cual no quiere decir que renunciara a sus ideas. Muchos años después, ya jubilado, seguía leyendo El Capital de Carlos Marx desde su despacho. Y mira que el El Capital es un rollo de mil pares de huevos, muy complicado de leer. Les debía pasar lo mismo a tantos otros.
Juan O. Olaria, que así se llamaba su señor padre, aparece doblemente acreditado en El hombre perseguido por un OVNI: de un lado ejerció de productor asociado, costeando la película. Del otro, dio vida al flemático Comisario Duran, un tipo de investigador a lo Poirot difícil de asociar al vernáculo y franquista Cuerpo General de Policía.
Apuramos la botella de vino, que nos empieza a chispar.
–Si ahora mismo aterrizara una nave espacial, tripulada por ovninautas hambrientos tras el viaje, sobre la Montaña Pelada o el Parc de les Aigües, ¿adónde les llevarías a comer?
–Hmm... al Botafumeiro o al Rosalert. Eso si les gusta el marisco, claro. En caso que no, a Can Culleretes, que me dejó asombrado. Tienen mucha variedad de platos y, personalmente, me parece mejor que el 4Gats o el 7 Portes, ya ves. En cambio, te dan una dorada muy buena por los restaurantes de la Barceloneta.
Desde luego, Olaria es todo un bon vivant capaz de destinar el mismo presupuesto en una comida que a producir una película. Pero, como si a unos seres que han recorrido una distancia sideral les fueran a importar unas paradas en metro, le replico que esos restaurantes están muy lejos. La primera opción está en Gràcia, la segunda en el Eixample Dret y la tercera en el Gòtic. Le hablo de Can Ginés, una propicia marisquería de su barrio a precios populares.
–¡Bueno, leñe, pues a Can Ginés! Pero pasa una cosa, a lo mejor los extraterrestres bajan y lo que dicen es «¡Quiero un brazo de gitano!» y tú se lo vas a comprar a la mejor pastelería y te dicen «no, no, de ese no...». Y claro, no se los vas a reprochar, a lo mejor en su planeta cuando ven a un gitano... ¡se lo comen!
–O imagínate que tienen forma de cefalópodos, como en La guerra de los mundos de Orson Welles y les das un pulpo a la gallega. Te lo tiran por la cabeza.
–Pues claro, hay que ir con cuidado.
–Alomejor ya lo conocen todo y vienen aquí de turismo gastronómico. Si nos llevan millones de años de ventaja evolutiva, tendrán acceso a TripAdvisor.
–Quizá sí, a lo mejor vienen expresamente a conocer a Ferran Adrià. Aunque no sé si deben tener las mismas antenas parabólicas. A mí lo que me deprime es pensar que todo el Universo sea un desierto, que no haya vida y todo sea polvo y gases. Qué asquerosidad. Ya nos podemos conformar con encontrar unas bacterias. O dinosaurios y aun gracias. Oye, te invito a un chupito, los chupitos los pago yo.
–Camarera, dos chupitos de orujo blanco bien frío, por favor.
Tras casi cuatro horas de agradable sobremesa, nos despediremos al caer la tarde sobre el cruce de las calles Sardenya y Camèlies, entre abrazos y promesas de ir pronto a comer una caldereta de llamàntol a Can Ginés. Como regalo de despedida, Olaria me entregará un DVD con su cortometraje de 1995 Encuentro inesperado. A llegar a casa y reproducirlo, veré lo siguiente: una niña (Ángela Ulloa) se encuentra, in fraganti en la cocina, con un luminoso y pequeño objeto volador que al ser descubierto emprende la huida. Intenta atraparlo sin éxito y al volver a la nevera descubre, entre el tarro de anchoas y un sobre de beicon, un diminuto mensaje: SENTIGK MOLESTAGK, NESEZCITAGK BIANDAS. Lo cual, entre los efluvios de orujo y el poco marciano que yo sé, tardaré en descifrar: Sentimos molestar, necesitábamos viandas.
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#olaria #ovni #padilla #cordero #alioli
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exococina · 6 years ago
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¿Quién se comió al gato de Schrödinger?
Hagan el favor, rememoren esto:
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En la apertura del capítulo ¿Hacemos las paces?, título que estrenó la segunda temporada de la serie ALF, el extraterrestre lanza con tanta fuerza una lata de anchoas que atraviesa un valioso cuadro colgado en el comedor de los Tanner, su estoica familia de adopción. El accidente tiene lugar mientras ALF enseña al pequeño Brian Tanner a jugar al «bouillabaisse-ball», el deporte nacional de Melmac, su planeta de origen. El juego es idéntico al baseball pero en lugar de la pelota se utiliza el ingrediente principal de la bullabesa –la tradicional sopa francesa similar a la caldeirada gallega o al suquet catalán–, es decir: se reemplaza la bola por pescado. A consecuencia del incidente, la familia castiga al alienígena obligándole a dormir en el garaje, por lo que éste se propone reconquistar su cariño por el procedimiento de erigirse en maître y obsequiarles con refinadas delicias, tales como unos «huevos florentinos barnizados con zumo de mandarina glasé», quiche lorraine o pato à l'orange. Será durante la preparación de éste último plato en que ALF, tras dejarse abierto el gas durante horas, volará por los aires la cocina de la infortunada familia Tanner en la hilarante escena. Pero, entre aromas de cocina francesa chamuscada, casi pasa desapercibida la explícita alusión al desarme nuclear que tiene lugar durante la escena que sucede a la explosión, cuando el vecino mira el noticiario en la televisión. Aquí el capítulo completo. La referencia no es fortuita. Fueron numerosos los episodios en los que se hacía mención a la amenaza nuclear, hasta el punto en que, en el capítulo Pennsylvania 6A5000, el cuarto de la primera temporada, ALF contactaba por radio con el avión de Ronald Reagan, a la sazón presidente de los Estados Unidos, para asesorarle:
–Tengo una solución para el problema de las bombas atómicas: desháganse de ellas. Son peligrosas. [...] Verá, solo tenemos un planeta, así que ¿porqué usted y los rusos no acaban con sus problemas?
Al ponerse el alienígena a lo Miguel Gila a hablar de bombas a través del teléfono, los servicios de inteligencia interpretan que A.L.F deben ser las siglas de un «grupo terrorista subversivo del Tercer mundo» y el FBI procede a la detención de Willy Tanner, el bondadoso padre de familia.
El contexto histórico no podía ser más oportuno. El capítulo se emitió el 13 de octubre de 1986, justo al día siguiente de celebrarse la Cumbre de Reikiavik entre el susodicho presidente americano y el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov. El deseado pacto por el desarme nuclear entre las dos superpotencias había fracasado en el último minuto porqué Reagan pretendía continuar con el programa SDI, la Iniciativa de Defensa Estratégica, conocido popularmente como Star Wars, un ambicioso plan criticado por poco realista, incluso acientífico, para cuyo diseño el presidente se había inspirado en las películas de serie B de su pasado como actor y en ideas futuristas poco desarrolladas. La irrealidad del programa y su apariencia de ciencia ficción, con escudos y rayos láser colocados en el espacio, le valió la alusión a la popular saga galáctica de George Lucas.
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No fue la de ALF la primera llamada a Ronald Reagan del espacio exterior, pues es un hecho documentado que recurría a astrólogos para planificar los eventos importantes de su agenda. Lo que no sabemos es si consultaba el horóscopo antes o después de comer jelly beans o grageas de jalea, golosina que le gustaba hasta el extremo de escribir una carta a la compañía en 1973, siendo gobernador de California, en la que confesaba «no podemos empezar ninguna reunión ni tomar ninguna decisión sin pasarnos el tarro de grajeas». La empresa, lejos de horrorizarse ante la imagen de Reagan comiendo sus chucherías mientras decide la invasión militar de la universidad de Berkeley, la restitución de la pena capital o el desmantelamiento del sistema público de hospitales psiquiátricos, decidió festejar tan azucarado idilio con el neoconservador creando el sabor Arándano para su investidura presidencial en 1981, fastos en los que se consumieron más de tres toneladas de grageas Jelly Belly. Por su parte, el presidente decidió poco después aunar sus dos pasiones, a saber, Star Wars y las jelly beans: en 1983 hizo mandar este dulce como obsequio a los astronautas del transbordador espacial Challenger, convirtiendo estos caramelos en los primeros en viajar al espacio exterior. Durante la presidencia de Ronald Reagan, este consumía la friolera de 720 paquetes al mes. Se servían grageas en el Despacho Oval y el Air Force One, en el que incluso mandó diseñar un porta-vasos especial para que sus Jelly Belly no se derramaran en caso de turbulencias. De este modo, cuando ALF llamó al avión oficial para solicitar el desarme nuclear, podemos imaginar qué chupeteaba el presidente al otro lado del teléfono.
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Amorfismo Lejano Fantástico
A quien no haya nacido en las mismas coordenadas espacio-temporales y culturales que un servidor: ALF fue una serie de televisión tremendamente popular, especialmente entre el público infantil, cuyo protagonista permanece pirograbado en la espongiforme memoria sentimental de los que fuimos a EGB. Se trataba de una suerte de parodia de E.T.: El extraterrestre (Steven Spielberg, 1982), creada por Paul Fusco, quien además movía la marioneta y prestaba la voz al personaje en la versión original. Se emitió entre 1986 y 1990, coincidiendo con el segundo mandato de Ronald Reagan, y constó de 102 episodios a los cuales, años más tarde, se sumó la película Proyecto: ALF (Dick Lowry, 1996). La trama era más o menos la que sigue: una nave espacial se estrella sobre el garaje de una funcional familia de clase media de un suburbio de Los Ángeles, los Tanner, formada por Willy, un trabajador social aficionado a la ufología y las radiocomunicaciones, su esposa Kate, la hija adolescente Lynn, el retoño Brian y Lucky, el gato. El clan rescata al ovninauta, inconsciente por el golpe, y le llevan al salón. Le apodan “A.L.F” como acrónimo de Alien Life Form (forma de vida extraterrestre) o «Amorfismo Lejano Fantástico» en el psicotrónico doblaje al español. Cuando el hirsuto visitante despierte, y tras solicitar comerse al gato, sabremos que procede de un planeta con forma de huevo llamado Melmac, situado seis pársecs más allá del supercúmulo Hidra-Centaurus, del que escapó cuando éste estaba a punto de estallar, no por una guerra nuclear, sino a causa de que «todos los habitantes enchufaran el secador de pelo al mismo tiempo.» A pesar de las reticencias de Kate, la familia lo oculta de las autoridades anti-extraterrestres y acabará por cederle la cabeza de la mesa familiar; decisión de la que no llegarán a arrepentirse pese a su comportamiento irritante, constantes destrozos en el mobiliario, problemas con los vecinos, «pelos en el bote de mostaza» y las incesantes tentativas de comerse al gato Lucky.
ALF, como todo melmaquiano, cuenta con solo cuatro dientes para saciar el pantagruélico apetito que le exigen sus ocho estómagos. Y la referencia al conjunto de novelas protagonizadas por los gigantes bondadosos y comilones Gargantúa y Pantagruel, escritas por François Rabelais en el siglo XVI, no es baladí. ALF era una marioneta, al estilo Jim Henson, pero cada vez que se requería un plano general era el enano circense Michu Meszaros quien se enfundaba la piel del extraterrestre. Gigantes legendarios o alienígenas enanos, son lo mismo: cuerpos grotescos.
Explica el autor italiano satírico contemporáneo Daniele Luttazzi que «la sátira exhibe el cuerpo grotesco, dominado de las necesidades primarias (comer, beber, defecar, orinar, follar), para celebrar la victoria de la vida: lo social y lo corpóreo son unidos gozosamente en algo indivisible, universal y benéfico». Y el grotesco contraste entre el diminuto tamaño de ALF y su gula colosal –solo comparable a la de Reagan con las Jelly Belly– fueron el leitmotiv cómico de la serie.
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Gargantúa profunda
Gatofagia goliarda
En tanto que pícaro marginal, carnavalesco, hedonista, de gula desmesurada y que ejerce la sátira a través de la cultura popular, ALF recoge a su modo la gran tradición medieval de la literatura goliardesca. Los goliardos fueron clérigos vagabundos y estudiantes pícaros, acusados de pecar de gula, que llevaban una vida ociosa y errante junto a juglares, enanos y saltimbanquis (en el Reino de Castilla, los goliardos eran llamados “sopistas”: estudiantes universitarios sin recursos económicos que rondaban bares y tabernas entregando su música y simpatía a cambio de un humilde plato llamado sopa boba. De ahí la expresión vivir a la sopa boba, que se le dice a aquel que vive sin trabajar o a expensas de otro. La figura del sopista degeneraría en la del tuno). Además, ALF comparte con los poetas goliardos el aura de malditismo, su censura y persecución. ¿Que no? Lean, lean. Su plato favorito es el gato, aunque no le hace ascos a ningún tipo de comida, excepto a la saludable, pues «en Melmac la comida sana está muy mal vista. Existe el “tabú de la espinaca” por lo que Popeye sería considerado un degenerado». El gato es un animal común en las narraciones del fantástico y la ciencia-ficción, en las que suele actuar como catalizador o portal de acceso a otros mundos y dimensiones, ya sean estos relatos de comedia o de terror. En cuanto a la primera categoría, un maravilloso ejemplo literario es Dirk Gently, agencia de investigaciones holísticas (Douglas Adams, 1987). En este libro del autor de la Guía del autoestopista galáctico (1979-1992), el desencadenante de toda la trama es la misteriosa desaparición del Gato de Schrödinger, (la famosa “paradoja de Schrödinger” es un hipotético experimento planteado por el físico austríaco Erwin Schrödinger para explicar las contradicciones en la mecánica cuántica a niveles subatómicos), ya que «el gato se había cansado de que lo encerraran sin cesar en una caja y lo gasearan de vez en cuando y había aprovechado la primera oportunidad para largarse por la ventana.» Dirk Gently, el protagonista, es un detective que jamás elimina nada y, menos que nada, lo imposible. Y para resolver sus casos prefiere recurrir a la física cuántica antes que a las huellas dactilares. Así pues, cuando le encargan la búsqueda del minino perdido, acabará encontrando a dos fantasmas y a un Monje Eléctrico venido de otra dimensión. En relación a los relatos de terror, da buena muestra Los gatos de Ulthar (1920), un cuento escrito por H. P. Lovecraft, escritor que construyó una mitología del horror basada en la existencia de universos paralelos y seres provenientes de ellos, cuyos contactos con los humanos acarrean terribles consecuencias. La historia narra el origen de una ley que prohíbe la matanza de gatos en el pueblo de Ulthar, impuesta después de que un niño elevara una plegaria que provocó que todos los felinos de la zona devorasen a la pareja de maléficos ancianos que habían matado a la mascota del niño por diversión. Es sabido que Lovecraft era, aunque por razones muy distintas a ALF, un gran amante de los gatos.
El hecho de que sean las mascotas las que se coman a los humanos invierte el “tabú alimenticio”, presente en la inmensa mayoría de culturas, del consumo de carne de gato. ALF, cual deidad lovecraftiana, llegó a las pantallas de la Tierra para transgredir dicho tabú. Y pagó por ello: un niño norteamericano (cómo no) colocó a su gato en el microondas después de ver el primer capítulo, lo que provocó que ya desde su estreno la serie se situara en el ojo del huracán de la censura. En la segunda temporada, las referencias a la gatofagia quedaron en lo anecdótico. Lo mismo ocurrió con el consumo de alcohol, ya que ALF apareció en una escena bebiendo cerveza con el pequeño Brian. En otro episodio, ALF intenta simular un jacuzzi metiendo la batidora eléctrica de Kate en la bañera; y de nuevo aparece un niño empirista, no sabemos si el mismo, que casi se mata. Por otra parte, en 2010 salió a la luz metraje censurado en el que ALF profería chistes racistas y sexuales en una parodia del síndrome de Tourette, y Paul Fusco declaró que «las mejores cosas fueron las bromas que no pudimos poner en el programa» a causa de la censura de la NBC. El melmaquiano empezó a ser señalado, pues, como un  enfant terrible hasta la abrupta cancelación de la serie en 1990, justo al final del mandato Reagan.
Los políticos conservadores en los Estados Unidos han acusado desde siempre a sus oponentes de ingeniería social a través de su promoción de la corrección política. Y lo siguen haciendo, no hay más que oír a Donald Trump (o a Vox, su todavía más esperpéntico homólogo cañí). ALF no fue otra cosa que un sosias paticorto y peludo de Reagan, así como Melmac era una simpática caricatura de los Estados Unidos, con sus mismos valores, aversión a la comida sana, objetos de consumo y liga de baseball/bullabaseball incluida. Sí, ALF era un neocon, y así lo demuestran sus continuos cameos con Ronald y Nancy Reagan, tanto dentro como fuera de la pantalla. Si les estoy hiriendo la memoria sentimental, sáltense el final del párrafo: en el año 2000 se filtraron unas imágenes de Max Wright, el actor que daba vida a Willy Tanner, el bondadoso padre de familia, en las que aparecía fumando crack en una sórdida habitación mientras gravaba a dos vagabundos que mantenían sexo anal, a los que supuestamente había obligado a realizar un vídeo porno. Vaya, vaya.
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La merluza más famosa
Imaginemos ahora a ALF, plano medio y camisa hawaiana, paseando entre las populosas calles del distrito de Ciutat Vella de Barcelona, maravillándose con la ciudad como lo haría el tío Matt, el personaje explorador del “Mundo Exterior” en los Fraggle Rock. En caso que no se hubiera partido ya los dientes al intentar hincarlos en el bronce del Gato de Botero, probablemente el cartel de un restaurante cercano a la catedral reclamaría su atención: Els Quatre Gats. ALF retuerce en una mueca el verrugoso hocico, mueve las orejas y nos olvidamos de que es una marioneta amparada en el plano medio cuando trota cual veloz cría de paquidermo hacia el interior del local. Una vez sentado y devuelto a su condición de muñeco, se decepcionaría al leer la carta, traidora en sus promesas incumplidas. Pero quizá a Paul Fusco, bajo los manteles, le reconfortaría reconocer a un camarada, el marionetista Pere Romeu, en la reproducción del cuadro/cartel de Ramon Casas que decora el local: Ramon Casas i Pere Romeu en un tàndem. Corría el año 1897 cuando este espigado y barbado titiritero se asoció con Miquel Utrillo, Ramon Casas y Santiago Rusiñol para inaugurar este célebre local, instalado en los bajos de la Casa Martí, edificio neogótico de Josep Puig i Cadafalch. Puede resultar llamativo que el nombre de un establecimiento de hostelería contenga un “tabú alimenticio”, pero Els Quatre Gats comparte con el restaurante Au Chat Noir de Bruselas, el café Le Chat Noir de Corfú o el café El Gato Negro de Buenos Aires, por poner solo algunos ejemplos, una inspiración común: el archiconocido cabaré Le Chat Noir de París.
Rodolphe Salis, hijo de un tabernero y admirador de Rabelais (Gargantúa y Pantagruel), abrió Le Chat Noir en 1881 con la sana intención de conjugar sus dos grandes pasiones, a saber, la cultura y la bebida. Lo proverbial del “Dios los cría y ellos se juntan” quiso que al poco tiempo conociera al periodista, poeta y gran borrachuzo Émile Goudeau, fundador y presidente del club etílico-literario Les Hydropathes, el cual trasladó su sed y su sede a Le Chat Noir. El grupo llegó a contar, entre jóvenes artistas, poetas y estudiantes, con más de trescientos cincuenta hydropathes —etimológicamente ‘a los que el agua pone enfermos’ o ‘a los que el agua les da asco’ (en beneficio del vino y la absenta, se entiende)—. A tan nutrida y beoda clientela se les sumaron los artistas de Les Arts Incoherents, un movimiento cuya irreverencia satírica anticipó actitudes de vanguardia como el dadaísmo y el antiarte, así como extravagantes personajes del pelaje de Alphonse Allais, humorista gráfico, cronista y teórico de lo absurdo que murió de una flebitis alcohólica. El éxito obligó a Salis a cambiar la ubicación del local por otro mucho más grande y suntuoso, decorado con lámparas neo-góticas y un mobiliario que evocaba la época de su admirado Rebelais, la de Luís XII. No era el único: en otro lugar de París abrió puertas su principal competidor L'Abbaye de Thélème (la abadía de Thelema), otro cabaré con reminiscencias a Gargantúa y Pantagruel (que a su vez fueron, pocos años después, desarrolladas y popularizadas por Aleister Crowley, quien fundó una religión llamada thelema, basada en el ideal hedonista «haz tu voluntad»). Fue en esta segunda etapa de Le Chat Noir en que se desarrollaron los espectáculos de teatro de sombras que hicieron célebre al local, creados inicialmente por el propio Salis junto al artista y diseñador Henri Rivière, y animados por el marionetista Pere Romeu, quien, recordemos, exportó después la idea a Els Quatre Gats. La popularidad del local siguió en aumento y El Chat Noir volvió a necesitar un local mayor, esta vez ya su emplazamiento definitivo, dando paso a la tercera etapa del cabaré y ampliando su parroquia a una nueva generación de medallistas en aquello del “levantamiento de vidrio en barra fija”. Es aquí donde entra en juego, elaborando las nuevas piezas de teatro de las sombras, otro hilarante personaje cuyo nombre empieza por ALF: Alfred Jarry.
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Teatro del absurdo.
Alfred Jarry (1873-1907) era un joven poeta y dramaturgo de vida disoluta que paseaba en bicicleta por el París de la época, siempre bajo los efectos de la absenta, disparando de vez en cuando su revólver (arma que después le compró Picasso). Seguidor de la escuela de Alphonse Allais, la del brillante teórico del humor absurdo con trágica muerte como consecuencia del exceso, a Jarry le debemos, entre otras, obras como Ubú Rey (estrenada en diciembre de 1896), piedra angular del teatro del absurdo, y la invención de la Patafísica, descrita en su obra póstuma Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico (1911) como «la ciencia de lo que se añade a la metafísica, así sea en ella misma como fuera de ella, extendiéndose más allá de ésta tanto como ella misma se extiende más allá de la física. La Patafísica es la ciencia de las soluciones imaginarias [...] las leyes que regulan las excepciones». Algo así como el método detectivesco que utilizará Dirk Gently para encontrar al gato de Schrödinger. A raíz de su lectura, algunos admiradores crearon el Colegio de Patafísica en 1948, burla de las academias del arte y las ciencias, por el que han desfilado desde Raymond Queneau (cofundador del grupo de experimentación literaria OuLiPo), el polímata Boris Vian o el cofundador del Grupo Pánico, mileniarista y asalta-mueblebares de TVE Fernando Arrabal, cuya borrachera en el plató de El mundo por montera (1989), fue calificada por Sánchez-Dragó como «la merluza más famosa de la historia de España».
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Realismo fantástico
Según declaraciones de Rodolphe Salis, el nombre de Le Chat Noir le vino cuando un gato negro se coló en las obras de acondicionamiento del primer local. Pero sorprende la coincidencia, así en lo onomástico como en lo etílico, con el cuento de terror The Black Cat, publicado por Edgard Allan Poe en 1843. El relato narra las espeluznantes desventuras de un joven alcohólico con un infortunado gato por mascota. ¿Podría ser Le Chat Noir un guiño jamás confesado de Salis a Poe? Pues bien podría, más si tenemos en cuenta que el traductor de gran parte de la obra de Poe al francés, a día de hoy aun canónica, no fue otro que Charles Baudelaire (1821-1867), poeta maldito y viciosillo por antonomasia, precursor del simbolismo, padre espiritual del decadentismo y referente para todo aquél que, como Salis –o Alfred Jarry o Alphonse Allais o Pere Romeu o ALF– aspire a épater la bourgeoisie (escandalizar a la burguesía). Pero existe una tercera teoría sobre la inspiración de Le Chat Noir, pues no en vano el gato es, como sostenía al principio, un símbolo esotérico del que, se dice, puede ser un puente a otros mundos.
El misterioso alquimista que firmó sus libros bajo el seudónimo de Fulcanelli dejó escrito en Las moradas filosofales (1930): «A propósito del gato, muchos de nosotros recordamos el famoso Le Chat Noir que estuvo tan en boga bajo la tutela de Rodolphe Salis, pero ¿cuántos saben qué centro esotérico y político se camuflaba en su interior y qué masonería internacional se ocultaba bajo el símbolo del cabaret artístico?». Existen diversas hipótesis sobre la identidad de Fulcanelli, incluso podría tratarse de una firma múltiple utilizada por un colectivo de alquimistas. El nombre parece estar relacionado mediante la cábala fonética con Vulcano-Hélios, siendo Vulcano el patrono de los oficios relacionados con los hornos, como cocineros, panaderos, pasteleros y alquimistas. Dicen de Fulcanelli que transitó hasta los años veinte del siglo pasado por Francia y la península ibérica: Euskadi, Sevilla y Barcelona. Mantuvo relaciones con círculos selectos e influyentes, como Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc, arquitecto y restaurador de catedrales góticas francesas, inspirador de Josep Puig i Cadafalch (el arquitecto que diseñó la Casa Martí, donde se emplaza Els Quatre Gats) y de Antoni Gaudí, sobre quien habría influido el simbolismo que la alquimia juega en las esculturas que adornan sus construcciones (por ejemplo, en el atanor u horno alquímico situado sobre la salamandra que da la bienvenida al Parc Güell y que simboliza el fuego).
Jacques Bergier relató en su exitoso libro, coescrito con Louis Pauwels, El retorno de los brujos. Una introducción al realismo fantástico (1960) que Fulcanelli y otro alquimista se dedicaron a visitar a los más célebres físicos nucleares entre las dos Guerras Mundiales. Ambos describieron en qué consistía un reactor nuclear y –como ALF en su llamada al presidente Reagan– advirtieron de los peligros de las bombas atómicas. Esto pasó sin mayores atenciones respecto de los científicos hasta que el físico Enrico Fermi logró la primera reacción nuclear en cadena. Algunos de los visitados recordaron, entonces, la conversación mantenida con los peregrinos alquimistas y comunicaron la historia a sus respectivos servicios de inteligencia. Inmediatamente, alemanes y aliados comenzaron la búsqueda de ambos personajes. Fulcanelli fue imposible de encontrar, mientras que al otro lo fusilaron en el norte de África por colaborar con los nazis. Es muy difícil hallar pruebas de tales cosas, más allá del texto del libro antecitado, pero la fuente es más que aceptable: Jacques Bergier fue ayudante del físico nuclear Louis de Broglie y formó parte de los servicios de inteligencia de la Resistencia francesa contra la ocupación alemana. Podríamos entonces afirmar que el pistoletazo de salida en la carrera nuclear tiene lugar a partir de la búsqueda de dos alquimistas, llega a su cénit con el programa Star Wars y culmina con una serie de reuniones de los líderes de las dos superpotencias mientras chupetean grageas Jelly Belly.
Perestroika Hut
La muletilla de ALF era «No hay problema». Diez minutos después de ser elegido presidente, Ronald Reagan declaró: «El gobierno no es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema», rechazando retóricamente la premisa de la Gran Sociedad y el New Deal americano y promoviendo el individualismo a ultranza, el mercado libre y su promoción asertiva, así como los intereses internacionales del país por la vía militar. Dicho de otro modo, el lema de ALF y Ronald Reagan es una tergiversación del expresado por Rebelais (y después por Crowley) en la Abadía de Thelema: «haz tu voluntad: será toda la ley». Si los gigantes de Rebalais simbolizaban el ideal humano del Renacimiento –la transposición física del inmenso apetito intelectual del hombre renacentista–, ALF, el alienígena enano, representó la bajeza moral y la bulimia capitalista del neoliberalismo. ALF, mal que nos pese, fue una operación de ingeniería social, una manera de implementar o aproximar programas de modificaciones sociales a gran escala por parte de gobiernos o grupos privados. En el caso que nos ocupa, sirvió para persuadir al electorado conservador reticente al desarme nuclear, así como para dibujar un retrato afable de Ronald Reagan, promover el ideario neoliberal de la libertad individual por encima de la colectiva y el consumo desaforado de productos alimenticios industriales y procesados, en detrimento de una gastronomía europea, la francesa, asociada en ALF con el riesgo de explosión por extranjera y demasiado “sofisticada” (cabe remarcar que la cocina francesa clásica se asocia a la demócrata era Kennedy, quien, junto a su esposa, ayudó a popularizarla en Estados Unidos durante los años 60).
Las negociaciones volatilizadas en la cumbre de Reikiavik se materializaron  con el tratado firmado en Washington D.C. el 8 de diciembre de 1987, en el que se pactó la eliminación de los misiles balísticos y de crucero nucleares o convencionales. El acuerdo fue bastante más beneficioso para los Estados Unidos que para la Unión soviética, que eliminó más del doble de armamento que su competidor. Respecto a Mijaíl Gorvachov, eterno antagonista de Reagan, selló la Perestroika protagonizando un anuncio de Pizza Hut a mediados de los años 90. Ya sabemos quién se llevó el gato al agua.
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exococina · 7 years ago
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Adolfo Suárez y el Día de la Tortilla pandimensional
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«1980 - 25 de Febrero. Anochecer. Desde avión del 401 Escuadrón en vuelo Alemania-Madrid, con el presidente Suárez a bordo, observada luz extraña por los pilotos y pasajeros».
El fragmento anterior figura en el expediente, desclasificado a mediados de los años noventa, del incidente vivido desde el avión presidencial y documentado por el Ejército del Aire como parte de sus Expedientes OVNI. Desde el 2016 puede consultarse, junto a otros 80 informes, en la Biblioteca Virtual del Ministerio de Defensa español.
Según el documento, este fenómeno fue registrado desde la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid), una de las cuatro grandes bases militares que los americanos instalaron sobre la piel de toro, a consecuencia de los Pactos de Madrid de 1953 entre los Estados Unidos de Eisenhower y la España Una de Franco; a fecha de entonces (1980, en plena transición democrática) todavía gestionada por la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Muchos episodios ufológicos acaecidos en esos tiempos de la Libertad sin ira, como los de las islas Canarias entre 1976 y 1979, fueron finalmente revelados como pruebas secretas de misiles estadounidenses. Otros, como el “caso Manises”, que provocó el aterrizaje de urgencia en el aeropuerto valenciano de un avión comercial con 109 pasajeros a bordo, siguen siendo un misterio.
A Adolfo Suárez, a la sazón el primer presidente de la monarquía parlamentaria española, además de llamarle “el Kennedy español” por su carisma y pintas de galán cinematográfico en el papel de falangistilla de provincias, le apodaban también “el Chuletón de Ávila”, por chulesco y presumido, siempre bien afeitado, con su estilismo de corte italiano al dejar el primer botón de la americana desabrochado, y no por afición al filete. Al contrario, debido a un problema en la encías, el líder de UCD no podía hincar el diente a las suculentas carnes bovinas de su tierra, y es bien sabido que comía muy poco, limitando su dieta a «tabaco negro, café a granel y tortilla francesa», plato que cenaba cada noche.
Retengan estos datos: bases americanas, Adolfo Suárez, OVNIs y tortillas. Sobretodo tortillas.
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El Air Force One ibérico no solo ha transportado tortillas en su bodega. Durante la era Aznar se fletaba solo para llevar, allí donde estuviera el mostachudo presidente, su postre favorito: helado Häagen-Dazs de café.
A escasos kilómetros de Torrejón de Ardoz se encontraba la Estación Espacial de Fresnedillas de la Oliva, un conjunto de antenas instaladas por la NASA para ayudar en las comunicaciones aeroespaciales del programa Apollo, desarrollado para propulsar al Hombre (americano y blanco nuclear, of course) a la Luna en el marco de la carrera espacial con la URSS durante la Guerra Fría. Se había inaugurado en 1964 como consecuencia de los citados Pactos de Madrid, firmados una década antes para integrar a España en la ofensiva geoestratégica contra la Unión Soviética a cambio de la legitimación del régimen franquista, armas de segunda mano y la ayuda americana al hambriento pueblo español en forma de leche en polvo y queso de lata: las migajas del Plan Marshall. La antena de Fresnadillas fue desmontada años después y reubicada en la Estación Espacial de Robledo de Chavela, el Madrid Deep Space Communications Complex o MDSCC, hoy día la única instalación de la NASA en España en colaboración con el INTA (Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial Esteve Terradas).    
En las proximidades de estas gigantescas antenas de la NASA, así como en los alrededores de la base militar de Torrejón, son tan numerosos los avistamientos que se han venido sucediendo a lo largo de los años que han situado al «poblachón manchego» (como calificó Paco Umbral a la capital del Reino) en el mapamundi de los avistamientos OVNI. De estos misterios rinden buena cuenta tanto los archivos desclasificados por el Ministerio de Defensa español, como por los documentos que desclasificó EEUU en 2014, conocidos como Project Blue Book. Lean, lean: En la década de los sesenta se produjeron cuatro avistamientos desde la base de Torrejón de Ardoz. A principios de los años ochenta fueron dos los casos significativos en Robledo de Chavela: en el primero, cuatro luces silenciosas se pusieron a girar sobre la torre de la iglesia parroquial para, después, alinearse y dirigirse a la estación espacial; en el segundo, un OVNI triangular con una extraña estela roja posterior a modo de bengala, siguió también la susodicha dirección. Este último artefacto había sido visto previamente sobre la Estación de Chamartín (Madrid), tras lo cual siguió en dirección oeste, hacia Robledo (hubo una reseña al respecto en el diario El País). En los años ochenta, un extraño ser humanoide, de gran altura, fue observado mientras salía de lo que algunos testigos denominaban una especie de "huevo" (¡!), en una zona forestal situada entre Robledo de Chavela y Valdemaqueda. En la década del 2000 se llegó a ver desde Robledo el supuesto OVNI en forma de misil que recorrió las Españas y fue objeto de noticia en varios noticiarios. También se los ha visto salir y sumergirse en los cercanos pantanos de Valmayor en San Lorenzo de El Escorial y de San Juan... No en vano, de estas antenas proceden las primeras fotografías de la Tierra tomadas desde las cercanías de la Luna. Además, afirmó el peregrino Neil Armstrong que «Sin las vitales comunicaciones mantenidas entre el Apolo 11 y la estación madrileña de Robledo de Chavela, nuestro aterrizaje en la Luna no habría sido posible». Por si fuera poco, desde estas instalaciones se ha seguido también el aterrizaje de las sondas Viking en Marte y fue uno de los pocos radiotelescopios que logró conectar con el robot Spirit cuando perdió contacto con la Tierra... ¿Son Torrejón de Ardoz y Robledo de la Chavela hubs satelitales, telepuertos que conectan lo castizo con el Deep Space? Pero el patrimonio cultural inmaterial que une a estas localidades no acaba ahí.
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La antena original en Fresnadillas
Desde tiempos inmemoriales, estas localidades madrileñas celebran el tradicional Día de la Tortilla, festividad consistente en ir a comer tortillas de patatas al campo acompañadas con vinos de la tierra. En algunos municipios la celebración coincide con el día de comienzo del carnaval (o el inicio de la Cuaresma cristiana), de modo que la celebración tiene su origen en la necesidad de gastar alimentos grasos y calóricos como los huevos, la leche o el azúcar antes del inicio del ayuno litúrgico, es decir, con el jueves Lardero. De ahí que esta fiesta esté emparentada con el Dijous gras (jueves graso) catalán, en el que es tradicional la butifarra d'ou, o, incluso, la tautología gastronómica que supone una truita de butifarra d'ou. En otras latitudes la celebración recae en el Mardi Gras (martes graso, día que antecede al Miércoles de Ceniza), como en New Orleans.
Es en esa misma fecha que los calendarios de la Commonwealth señalan el Shrove Tuesday (jueves de ceniza) o Pancake Day, la festividad anual que los anglosajones dedican a la tortita o panqueque. Cuenta la leyenda que una pretérita ama de casa, de la localidad de Olney, se encontraba tan ocupada guisando tortitas que se le fue el santo al cielo sin alertarle de la inminencia de la misa, de modo que, cuando oyó las campanas de la iglesia, salió corriendo con fervorosa urgencia y recorrió las calles, sartén en ristre, volteando su torta al aire con acróbata pericia durante el recorrido hacia la misa. La Pancake Race (carrera del panqueque) es hoy en día una tradición en Inglaterra, en la que multitud de personas imitan a la apresurada comadre de Olney por las resbaladizas calles británicas. Tal vez la leyenda (o la misma señora) llegaron a la meseta ibérica, porque allí al acto de llevar la tortilla al campo le llaman «correr la tortilla». Pero competiciones de medio fondo a un lado, otros argumentos hermanan al pancake con la españolísima tortilla de patatas. Parafraseando a Pepe Carvalho, el proteico detective inventado por el no menos proteico escritor Manuel Vázquez-Montalbán: «Así como hay una koyné lingüística y podemos precisar el origen común de las lenguas arias en el indo-europeo, hay una koyné gastronómica evidente.» Uno de cuyos síntomas científicos es la tortilla de patatas, cabe añadir. En De re coquinaria, el recetario en latín atribuido a Marco Gavio Apicio, gastrónomo romano que gozó epicúreamente del s. I d. C., aparece una receta titulada Ova spongia ex lacte (tortilla de huevos con leche), para cuya preparación, explica, se le debe de dar la vuelta. Las voces 'tortilla', 'tortita' y 'torta' provienen así del latín torta: “volteada”. De la semiótica a la mesa: la tortilla encuentra un sinónimo, una etimología gastronómica común, la tortita o el pancake.
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Corriendo la tortilla por las calles de Olney.
Vale. Viajemos ahora por el espacio-tiempo. Wisconsin, Estados Unidos. La mañana del martes 18 de abril de 1961 en la que el granjero Joe Simonton interrumpió su desayuno al escuchar un sonido «similar al de neumáticos frenando sobre pavimento mojado» para, en consecuencia, asomarse al soportal y encontrar un objeto plateado suspendido a ras del suelo de su patio. Salieron del vehículo tres hombrecillos de piel aceitunada y vestidos con trajes de diseño avanzado «azul oscuro o negro», que Simonton describiría a la prensa como «bien afeitados y de apariencia italiana». Le extendió, uno de ellos, una jarra plateada de un material similar al de la nave, haciendo un gesto a Joe para que la llenara. Solícito, el hombre entró en la casa y escuchó, mientras vertía el agua, el crepitar de algo siendo cocinado desde la nave. De vuelta, los extraterrestres le correspondieron con tres tortitas, tortillas o panqueques, regresaron al platillo, despegaron y desaparecieron rápidamente dibujando una parábola de luz en el cielo. Acto seguido, Simonton mordisqueó la tortita sideral y resolvió que sabía «a cartón quemado». Este curioso intercambio de comida de tercer tipo fue bautizado por la prensa de la época como el Eagle River Close Encounter.
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La exhaustiva investigación de la que fue objeto este inopinado desayuno, en la que llegaron a intervenir los eminentes astrónomos Dr. J. Allen Hynek y Jaques Vallée, fue archivada como «inexplicable», pero llevaría a Vallée a formular su «Hipótesis extraterrestre» en sus dos primeros libros sobre el tema, para, después, rebatirla alumbrando la «Hipótesis interdimensional» en su vademécum ufológico Pasaporte a Magonia (1969). En este texto, Vallée especula con la posibilidad de que esos misteriosos objetos que congestionan nuestro cielo encuentren explicación a través de entidades multidimensionales que coexisten con nosotros más allá del espacio-tiempo, pudiendo manifestarse ante nosotros de distintas formas. También Robert Anton Wilson (RAW) dice algo parecido a Vallée en El martillo cósmico I: El último secreto de los Illuminati. Lo expresa en estos términos: «Una raza alienígena que nos lleve diez billones de años de ventaja evolutiva bien podría haber desarrollado una tecnología de la comunicación y unas cualidades psiónicas que les permitieran monitorearnos, y haber estado usándonos de conejillos de indias y/o ayudando a nuestra evolución y/o jugando juegos ontológicos con nosotros durante millones de años, proyectando cualquier forma que desearan cómodamente desde sus casas. [...] Si un vendedor de Virginia Occidental y un estudiante universitario en Washington, D.C. pueden compartir la misma “alucinación” de la abducción OVNI a un planeta llamado Lanulos donde todo el mundo va desnudo, entonces tal vez hay una emisora interestelar que transmite este tipo de drama educativo. Tal vez.»
Llegados a este punto, recapitulemos:
Adolfo Suárez, cuya imagen asociamos a la del galán meridional: tez aceitunada, bien afeitado, traje de corte italiano, etc., sobrevuela, un anochecer de febrero de 1980, el espacio aéreo de las bases americanas en suelo español mientras, probablemente, cena lo de cada noche: tortilla. Durante la cena a bordo, el avión presidencial es acosado por unas intensas luces de origen desconocido.
En las proximidades de las bases de Torrejón de Ardoz y las antenas de la NASA, en Robledo de Chavela, se cuentan por docenas (como los huevos) los avistamientos de OVNIs que se han venido sucediendo a lo largo de los años y de los que rinden buena cuenta los archivos desclasificados por el Ministerio de Defensa y el Project Blue Book. Esta localidad actúa como un hub satelital, un telepuerto que conecta a la capital del Estado con el Deep Space.
Según comparten muchos teóricos y estudiosos del fenómeno OVNI como Hynek, Vallée o RAW, el fenómeno de los encuentros cercanos con entidades biológicas podría explicarse a través de seres multiformes y pandimensionales: “agentes externos” capaces de sintonizar con los inconscientes de los terrícolas a partir de una suerte de emisora interestelar.
La festividad popular y gastronómica más destacable tanto en la localidad de Torrejón de Ardoz como en Robledo de la Chavela es el Día de la Tortilla.
El Día de la Tortilla encuentra su homónimo anglosajón en el Pancake Day, de igual modo en que tortillas, tortas y panqueques pertenecen a una misma familia común.
Joe Simonton, un granjero americano, protagoniza en 1961 un encuentro cercano con una nave espacial que, pudiendo manifestarse de muchas formas, lo hace en forma de foodtruck de tortitas regentada por italianos.
El granjero define a los tripulantes/cocineros como «de piel aceitunada, bien afeitados, con trajes de diseño de color azul oscuro o negro, y de apariencia italiana»: una definición que encaja, asombrosamente, con la de Adolfo Suárez (tengamos en cuenta que el granjero muy probablemente no había visto nunca a un español y que su concepción de “apariencia italiana” engloba a los rasgos de todo el sur de Europa.) Además, los congéneres espaciales del tortillófilo presidente del gobierno español obsequian a Simonton con su plato favorito: panqueques o tortillas.
¿Se abrió durante el 25 de febrero de 1980 un vórtice espacio-temporal que conectó el avión de Suárez con el patio de Joe Simonton de 1961? ¿Fue el presidente español quien le ofreció tortilla? ¿O tal vez fueron los “agentes externos”, esos seres pandimensionales capaces de haber desarrollado una tecnología de la comunicación y unas cualidades psiónicas que les permitieron monitorear las localidades de Torrejón y de Robledo a través de las gigantes antenas, y así manifestarse ante Simonton en la forma de españoles devoradores de tortillas? ¿Eran los extraterrestres que vio Joe Simonton una alucinada metáfora de la demanda de ayuda americana al hambriento pueblo español a inicios de los años 60?...
Saquen sus propias conclusiones, pero puedo prometer y prometo que Transición, ufología y tortillología van de la mano. Tal vez eso también explique porqué un año después, el 23 de Febrero de 1981, Suárez no se amedrantara y permaneciera sentado en su escaño, mientras las balas silbaban a su alrededor, durante la invasión del Congreso por parte de unos hombrecillos de verde (en una casi efeméride curiosa: el avistamiento de un OVNI desde el avión presidencial fue el 25 de febrero del año anterior. El golpe de Tejero resistió hasta el mediodía del 24, pero hay que tener en cuenta que 1980 fue año bisiesto: por tanto, en la misma noche en que el avistamiento de Suárez cumplía un año, él se encontraba retenido en el Congreso durante el golpe de Estado). Pero esa es otra Historia.
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exococina · 7 years ago
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Rule, Britannia! La Batalla del Britpop por el queso marciano.
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Alex James y Dave Rowntree, bajista y batería de Blur, con el profesor Colin Pillinger (en medio) y la sonda espacial Beagle 2.
Existe una especie de proverbio anglosajón muy difundido que dice que «la luna está hecha de queso». Quizá recordarán un capítulo de la genial serie animada de Aardman, Wallace and Gromit, titulado A Grand Day Out (Nick Park, 1989) en el que al bueno de Wallace se le antoja construir un cohete espacial porque, afirma «Everybody knows the moon’s made of cheese». Pero los maleables personajes creados por Nick Park, el disparatado inventor Wallace y su resolutivo perro Gromit, no son los únicos aficionados al queso Wenselydale aventurados a la exploración espacial. Alex James es el bajista de Blur, el grupo que fuera buque insignia del Britpop, profesión que hoy compagina con la de escritor y (tachán, tachán) productor de quesos. Tamaño pluriempleo no le ha impedido nunca manifestar la seria obsesión por el espacio que quedó ilustrada en la canción Far Out (del definitorio álbum, el zeitgeist de los 90, Parklife (editado, a la postre, por la nutritiva Food Records)) en la cual James canta una lista de lunas y estrellas. Pero su compromiso con la exploración espacial no acabó ahí.
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Wallace and Gromit de pícnic sideral en A Grand Day Out. O era The Great Escape?
El Beagle 2 fue una fallida sonda espacial que formó parte de la misión Mars Express, de la European Space Agency (abreviada, como con desdén, «ESA»). El artefacto fue concebido a finales de los 90 por universitarios británicos (principalmente de la Open University y de la University of Leicester), dirigidos por el profesor Colin Pillinger, con los objetivos de buscar signos de vida en Marte, determinar la composición química y geológica del lugar de aterrizaje y el estudio del clima marciano. En un esfuerzo por publicitar el proyecto y conseguir financiación, los desarrolladores recibieron el apoyo de algunas estrellas afianzadas en el firmamento británico. Así, la señal de llamada a la sonda fue compuesta por (tachán, tachán) Blur, y la carta de ajuste para calibrar las cámaras y espectómetros después de su aterrizaje fue diseñada por Damien Hirst, el cotizado artista-taxidermista (saltó a la fama por sus animales sumergidos en tanques de formol), miembro de los The Young British Artists, el grupo que dominó la escena del arte en la isla lluviosa durante los 90. Hirst comparte, desde finales de esa década, la banda Fat Les con Alex James, al que se suma el actor y humorista galés Keith Allen. El grupo compuso el himno Vindaloo como una canción no oficial para apoyar a la selección británica en la Copa Mundial de Fútbol del 98. La letra homenajea los más comunes estereotipos de la cultura inglesa: beber en exceso, la pasión por el fútbol y viajar a destinos exóticos sólo para encerrarse en pubs a ver la Premier League vía satélite. El videoclip fue una parodia del de Bittersweet Symphony, de The Verve. El «vindaloo» que da título, es un curry picante de la cocina India muy popular en los Curry House de Inglaterra, tan asociado a la lad culture (subcultura vinculada al britpop –especialmente a Oasis–, desde la que los chicos de clase media reivindican un masculinismo de clase obrera) como el Pot Noodel (los fideos instantáneos deshidratados con sabores industriales), al que la popular revista política e izquierdista anglosajona New Satesman llegó a describir como «Lad Culture en forma de snack». Aquí, y recuperando el asunto galáctico, alguien recordará que en la mítica comedia de ciencia-ficción británica Red Dwarf (en Catalunya la conocimos como El nan roig debido a un error en la traducción del genero neutro en inglés, pues el título hace alusión a las estrellas «Enana roja») el Pot Noodel era objeto de numerosos chistes derivados de su repugnante sabor. Pues bien. Recuperando al Beagle 2, a Alex James y el himno hooligan con eructo a curry Vindaloo, la selección inglesa se estrelló en el Mundial' 98 de la misma manera que el Beagle 2 se estampó contra la superficie de Marte. El Team GB quedó en un digno 5º puesto; el Beagle 2 se separó con éxito del transbordador Mars Express, pero se perdió al chocar a seis kilómetros del punto de aterrizaje previsto. Habría que esperar hasta 2015 para que el orbitador Mars Reconnaissance Orbiter de la NASA encontrara sus restos.​ Pero no abandonen la nave que (tachán, tachán) aun tenemos sincronías bajo la manga.
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Vindaloo de Fat Laes: lad culture en formol y curry.
El «beagle» no solo es la raza canina a la que pertenece Gromit (recapitulemos: el perro de plastilina embarcado a una misión espacial en busca de queso en A Grand Day Out) sino que, la razón por la cual a la sonda Beagle 2 la bautizaron con ese sustantivo fue en referencia al HMS Beagle, el bergantín de la Marina Real Británica con el que el joven naturalista Charles Darwin realizó su primera expedición en 1831. En palabras del optimista profesor Pillinger: «El HMS Beagle condujo al descubrimiento del secreto de la vida en la Tierra, ¿será posible que el Beagle 2 haga lo mismo en Marte?». Darwin es reconocido por ser uno de los dos primeros científicos (el otro se llamaba, curiosamente, igual que el compañero de aventuras animadas de Gromit: Wallace. Alfred Wallace) que plantearon la idea de la evolución biológica mediante la selección natural. Uno de los diez hijos del autor de El origen de las especies fue el astrónomo George Howard Darwin, y en su honor y en el de su padre fueron denominados con tal patronímico uno de los asteroides del cinturón, un cráter marciano y otro de impacto lunar. En el mundo de la restauración, el naturalista es relativamente conocido por aparecer caricaturizado en la etiqueta de las botellas del betulense Anís del Mono. En lo referente a la cosmogonía gourmand, sin embargo, habrá alguien que no sepa que Charles Darwin fue uno de los primeros foodies de la Historia. En sus alocados tiempos de estudiante en Cambridge, presidió la sociedad gastronómica Gourmet Club (a la que apodaban jocosamente como el The Glutton Club o “club de los glotones”) cuyo Bro Code hacía gala de un omnivorismo desaforado: el objetivo era que todos y cada uno de los animales de este mundo fueran conocidos por el paladar humano. Al parecer, todos dejaron el grupo tras una fuerte indigestión provocada por un búho, y quizá fuera eso lo que le empujó a embarcarse en el Beagle a continuar su gesta en solitario. Tal vez toda la teoría de la selección natural de Darwin, acta fundacional de la biología como ciencia y base de la síntesis evolutiva moderna, naciera como una serendipia, un hallazgo inesperado, mientras buscaba nuevas carnes que echarse al coleto. Descubrió así el voraz gastronauta que el armadillo «sabe y se parece al pato», que el puma de la Patagonia no le convencía y que su debilidad era el ñandú (un animal parecido al avestruz, entonces desconocido por la ciencia) cuyos restos del festín envió a Inglaterra en forma de huesos rechupeteados y roídos. Pero el verdadero ágape le esperaba en la isla James del archipiélago de Chonos. Allí recogió la friolera de cuarenta y ocho ejemplares de tortuga gigante, que llegaron a su destino como sabrosas evocaciones de sopas pretéritas compartidas con la tripulación. Como diría Alex James en su libro A Bit of a Blur (Ed. Little Brown, 2008), unas diezmadas memorias sobre sus años de excesos como estrella del pop: What happens on tour, stays on tour.
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Charles Darwin, omnívoro sin fronteras.
En el año 2012, James publicó un segunda autobiografía de contornos más nítidos: All Cheeses Great and Small: A Life Less Blurry. En ella relata su nueva vida como productor de quesos artesanos desde su granja de ovejas en plena campiña inglesa. Quién sabe si de vez en cuando sigue alzando la vista hacia el cielo y, como el bonachón de Wallace, acaricia con una mano a su beagle y con otra a Shaun the Sheep, mientras se pregunta si la Luna está hecha de queso Wenselydale o de Stilton. Si el Cool Britannia tuvo su acepción política en el laborismo de Tony Blair, la banda sonora corrió a cargo de Blur y Damien Hirst dominó las artes escabechando un tiburón, en el campo de la ingeniería aeroespacial (tachán, tachán) una sonda intentó explorar Marte en busca de sabores jamás soñados por el paladar de Albión.
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