Tumgik
tesini · 7 years
Text
stellar
A veces se mira al espejo, despacio, siguiendo las líneas de su cara. Las delinea con su dedo, yema sobre arrugas, mientras hace dibujos sobre los planos que definen su rostro. Esa cara no es la suya, se integra en sus progenitores, en las generaciones anteriores, en les descendientes, célula a célula hasta el polvo de estrellas. Percibe su cuerpo como una carcasa, una concha en la cual se esconde un pequeño molusco, débil y blando, pero recubierto de nácar, brillante y laminado. Su caparazón no cesa de extenderse hasta los confines de los otros seres que lo rodean y desea rozarlos para comprobar su presencia corpórea. Podría perder su cabello, largo pelo a corto pelo, gusanos finos e imperceptibles, sin embargo sabe que es esencial que lo conserve intacto, sin degradar, puesto que no es suyo en realidad. Es un préstamo temporal y deberá devolver todo lo que le fue otorgado en el espacio interestelar. Sus uñas crecen y se reproducen, se diría que son alimentadas por el ansia de conquista del universo conocido; forman un sistema fractal de escamas, el cual debe someter sin violencia para poder subsistir. Si deja que esas anclas se rompan, que se desgarren y despellejen, siempre le quedará una deuda a saldar. Los huesos sujetan su estructura carnal, inversión vertebrada, con sus músculos cubiertos de una piel frágil y descolorida, similar a una tela de araña cubierta de rocío, diamantes sobre gasa, brillantes y relucientes. Esos huesos viven en perenne creación y destrucción, fábrica constante de sostén, roca madre de su cuerpo. Esos músculos viven una impaciencia sin fin, cabos en velas tensas por el viento. Su cuerpo se debe a la existencia atemporal otorgada eones atrás, debe mantenerlo cuidado, sin ataques, sin daño, sometido eternamente y en continuo cambio. Su cuerpo no le pertenece.
1 note · View note
tesini · 7 years
Text
Siempre somos tres cuando nos pienso. Tú, yo y Lo Otro; aquello de lo que no hablamos, la sombra en el rabillo del ojo, la mentira en la comisura de la boca, el suspiro silenciado. Tú y yo nos miramos, nos damos la espalda, nos hablamos, nos ignoramos, mientras Lo Otro revolotea a nuestro alrededor. Lo Otro es una herida vieja que no sangra; un miembro fantasma, la mano que ambos sostenemos; la mentira que siempre reconozco en tu callar. Tú y yo somos el solar en construcción, continuamente derruyéndonos y atornillándonos, como piezas de un mecano inacabable. Lo Otro es el martillo neumático, la implacable apisonadora, el momento previo a la primavera. Tú y yo estamos flotando sobre el mar en plena tormenta, con las olas separando nuestras manos que se buscan y con las algas taponando nuestros oídos a la voz que los busca. Lo Otro es el mar y la tormenta y las algas. Tú y yo seguimos siendo tú y yo. Nosotros ha sido engullido por Lo Otro.
0 notes
tesini · 7 years
Text
Culpa
Envuelto en las marañas del sueño. Rodeado de un suave y caliente cuerpo que respiraba lentamente a su alrededor. Cuando abrió un ojo despacio se dio cuenta que no era Ella. Otra, era otra. Siempre caía en el mismo engaño. La cabeza le latía de manera inmisericorde después de anoche. Un brazo descansaba sobre su pecho, la chica acurrucada. Estaba desnuda. No podía ser que lo hubiera hecho otra vez. Una desconocida, una pub oscuro y de moda, una copa. 8 copas. Las sábanas se arremolinaban en sus piernas, como tentáculos de pulpo. Respira, uno, dos y tres. La cabeza sigue palpitando. Por lo menos no tenía ganas de vomitar, ese maremoto estomacal con el que se solía levantar. Sabía que no era por beber, ni por la gastritis intermitente que sufría. Había algo psicosomático, algo psicológico, un agujero profundo y oscuro sin eco. Y de ahí era de donde salía el vómito todas las mañanas, de esa cueva llena de monstruos de armario.
Llevaba un tiempo buscando valor. Su propio valor, el valor de las cosas. El valor de la valentía. Seguía buscando. Los monstruos del armario parecían haberlo engullido y salir para pasárselo por las narices. No decía lo que pensaba, sólo lo que era menos ofensivo y más agradable para la persona que lo escuchaba. No afrontaba los problemas, los vadeaba. Evitaba las confrontaciones, los enfrentamientos, las cartas sobre la mesa, la expresión directa. No se lo había dicho nunca. Siempre había sido el amigo que estaba a su lado cuando lo necesitaba. Y él mientras se levantaba con alcohol en sangre y chicas en la cama. Todas pequeñas, jóvenes, impresionables y fáciles de convencer. Por lo menos era lo que él pensaba de ellas. ¡Qué error! El pequeño y fácil de convencer era él. Se dejaba llevar, flotaba por las noches de la ciudad como una bolsa de plástico en medio del mar, esperando algo, a alguien, que flotara hacia él de forma grácil y lo salvara de su propia incapacidad. Se sentía desconectado de si mismo, como si los cables que unían su cuerpo a su cerebro y a su alma se hubieran desgarrado. Valor. El valor de levantarse de esa cama ya.
Retazos de la noche anterior inundaron sus ojos cerrados. La cena rápida con su hermana, un trámite semanal que no siempre era agradable pero que era absolutamente necesario para darle una sensación de orden en su caos. Su madre los había educado para creer en la familia lo primero, nada había más allá o más seguro que tus hermanos, tus hermanas. Su hermana tenía 3 hijos monísimos, una casa ideal y un marido que no le hacía ni puto caso. Fregaba, limpiaba, ordenaba, etiquetaba, peinaba, frotaba, colocaba, educaba. Y juzgaba, juzgaba sin parar absolutamente a todo y a todos. ¿Has visto como va aquella? Esta gente no tiene principios;  ¿y qué me dices de tu prima? Se ha llenado de tatuajes y piercings, es una macarra, es por las compañías que tiene, esos músicos; ¿y la profesora del pequeño? Te puedes creer que me dice que está un poco enmadrado, pero ¿quién es esa indocumentada para hablarme a mí de mi hijo? Había salido de la cena con la cabeza como un bombo y con una botella de vino en el cuerpo. No le llegaba ni para empezar. El sonido del teléfono con el mensaje de su colega había sido como una baliza, un faro.
La chica a su costado se movió ligeramente, respiró profundamente y despegó un párpado. Estaba en un estado que se parecía a la desorientación. Por lo menos a él le parecía desorientada, pero quien sabe. Tuvo ganas de reír, sin parar, hasta que le doliera la mandíbula. ¡Desorientada! ¿Ella? Ese pensamiento tenía otro destinatario. Su risa mental estaba a punto de estallar como una granada. Si empezaba no podría parar hasta que estuviese llorando. Y entonces tendría un problema de verdad. Llorar sería un problema de los más liberador. La observó mientras ella se situaba y se dio cuenta de que no tendría más de 20 ó 21 años. Tan tersa, tan suave, se podría quebrar o deshilachar con un soplo de viento. ¡Que diferente a Ella! Le dio unos soñolientos buenos días y sonrió frotándose un ojo. Él, desde la distancia, sonrió y acarició su moflete, sí, moflete, no se tiene mejillas hasta los 60 años como mínimo... Conocía las sensaciones que sobrevenían a una noche como la que acababan de pasar. La falsedad de la confianza que se había generado, la ciega necesidad de que te reafirmaran en lo precioso que eres, de que realmente la unión que sentiste existía, al menos en ese breve instante. Es tan difícil levantarse entero cuando en tu búsqueda por completarte te has equivocado en donde buscar. La chica no mostraba timidez alguna, como si hubiera vivido ese momento más veces que él, como si para ella sólo hubiera sido una noche de diversión y expansión. No todo el mundo estaba tan perdido como él. Recordaba a su madre, siempre tan aplicada, tan presente, tan amorosa. Preocupada por su alimentación, por su ropa, por el frío, por el calor, por sus salidas y entradas. Atenta a sus estudios, a sus amigos, a sus novias. Lo recibió todo y se quedó sin nada. El gran tópico de su generación.
Algo tenía que hacer con ese cuerpo que compartía su cama. Imágenes de asesinatos ficticios pasaban por su cabeza. ¿Qué hacer con un cuerpo? Un café, tal vez una tostada, una charla de desayuno y luego alegar algo que hacer.
-¿Has dormido bien? -preguntó ella- Yo he estado muy a gusto. Tienes una cama muy cómoda. La de mi casa es mucho más pequeña.
-Me alegro que hayas dormido bien. ¿Quieres desayunar algo? Puedo hacer café y unas tostadas -contestó él-. Dentro de un rato tengo una cita de trabajo que atender, lo siento. Lo mínimo que puedo hacer es darte algo de desayuno.
- Vale -dijo ella-, después del ejercicio de anoche creo que lo necesitamos ambos.
Y sonrió.
No me lo puedo creer, pensó, una frase salida directamente de las novelas eróticas que leía su abuela. Se sentó al borde de la cama, cogió el pantalón que había en el suelo y se lo puso mientras la chica recogía sus cosas y se las iba poniendo despacio, sin prisa ninguna, sin pudor ninguno. El sol que se filtraba entre las rendijas de la persiana daba un tinte onírico a esa niña, con cuerpo terso y joven, un toque que no podía soportar porque le hacía sentir viejo y perverso. Tenía que salir de esa habitación. Colocándose la camiseta mientras giraba el pomo, fue hacia la cocina, intentando no correr. Café, café, café...para su cabeza palpitante, para su momento palpitante, para su corazón parado. Oyó como sonaba la puerta al cerrarse, como sonaba cuando la niña encerraba la noche anterior en el cuarto. Estoy aquí, al fondo del pasillo, se oyó diciendo.
La recibió con una taza humeante mientras ella declinaba el ofrecimiento de leche y azúcar. Me gusta solo, dijo mientras guiñaba un ojo. Su abuela se revolvería de emoción en su tumba, a él le daba una vergüenza inconmensurable. No entendía como seguía soportando esos despertares. Y éste estaba siendo suave. No había habido todavía las incómodas conversaciones post-noche de sexo que ocurrían de vez en cuando. Las miradas interrogativas, me llamarás, las miradas cargadas de reproche, no lo harás, las miradas llenas de vergüenza, lo siento. La vergüenza era la emoción clave. Vergüenza por engañarlas y engañarse. Vergüenza por la libertina tranquilidad con la que se movían por su casa. Vergüenza por no mostrar vergüenza. Le había acompañado toda la vida. La suya propia y la ajena. Esa era la que peor gestionaba. Fatal, de hecho. Y esta chica lo estaba matando. Necesitaba sacarla de su casa como fuera. Que se acabara el café y la tostada. Entonces empezó a hablar. Ahí llegaba la temida conversación.
-La verdad es que me lo pasé muy bien anoche -comenzó a decir ella- aunque creo que nos envenenaron un poco en el sitio ese. Me duele la cabeza. ¿No tendrás un aspirina?
-Si, mujer. Yo también necesito una, la verdad. Creo que lo mío es más por beber demasiado -morderse los labios y morirse de vergüenza todo en uno-. Toma.
Silencio. Todo menos lo que venía: la mirada huidiza, las preguntas sin hacer, el 'bueno, pues...'.
Evitando la futura incómoda situación, puso la radio. Ella lo miró con una media sonrisa y sorbió el café. Esta chica parecía saberlo todo, parecía leerlo con claridad, parecía tan vieja de repente. Las noticias, la música, mueve el dial. Encuentra algo. Ya. Programa matutino. Perfecto.
Pero algo pasaba. Se quedó mirando la radio como si fuera un objeto de otro mundo. Ella se le acercó por detrás y le cogió de la mano mientras ella también miraba el aparato. El miedo y la parálisis estaban ahí en la cocina con ellos.
Y todo se apagó. Todo.
2 notes · View notes
tesini · 7 years
Text
Fusión
Está quieta frente a la puerta. Respira despacio, de manera inaudible y profunda, saboreando el aire, lentamente, calmando sus latidos. La tormenta ha pasado, tan eterna que sólo ha durado un segundo. Hace un rato que la criatura ha dejado de reír, de arrastrarse, de llamar su atención. Es el mismo rato que lleva parada frente a la puerta, esperando el momento adecuado para subir a devorar o a ser devorada. Ese momento no existe, piensa mientras gira el picaporte tras girar la llave en la cerradura. Las escaleras, de madera desgastada y pulida, crujen levemente a medida que avanza. Escucha un carcajeo bajo, un sollozo gutural, unas garras tamborileando. La criatura sabe que va su encuentro. Al llegar al ático, las ventanas dejan entrar haces de luz que iluminan en parches los rincones oscuros y recortan una silueta que parece que mira a través de los vidrios. Sin girarse a mirarla, la criatura apoya su pata contra la fría transparencia y expira dolorosamente. Nota el dolor del encierro en el alma de esa sombra, siente el cansancio de soportar el olvido, percibe todo aquello que de ella le pertenece. Se acerca temblando, con la intención de no asustarla, y pone su mano -una mano con sudor frío, una mano con cicatrices en la palma, una mano torpe- sobre la zarpa de la criatura. El tacto es áspero, tierno y muy conocido, piensa mientras cierra los ojos y espera. La sombra se gira hacia ella y, enseñando los dientes, los hinca en su cuello. Por un momento, parece que va a morir, sin embargo, al envolver con sus brazos ese extraño cuerpo, sus límites se disuelven. Las líneas que definen cada ente se funden, los colmillos se hacen cuello, los brazos y espalda son uno, piernas y pies como raíces, inspiración y expiración, un eón de oscuridad. De pronto, la luz ilumina sólo una figura, una figura que, mientras se mueve hacia las escaleras para dejar tranquilos el resto de baúles, brilla por los bordes como si fuese de cristal. Tras dos vueltas de llave, el ático queda silencioso.
1 note · View note
tesini · 8 years
Text
La mar. Allí es donde está. Lo espera, paciente, sin prisa, sabe que irá. Lleva tanto tiempo escuchándola cantar, tanto tiempo escuchándola llamarlo, el viento repite su nombre y lo hace chocar y desintegrarse contra los vidrios de su ventana. Tantas madrugadas, manos arrugadas y recias, redes mojadas, capazos de escamas. Hoy amenaza el temporal, puede sentirlo en el horizonte, la luz es gris y violeta, la mar verde oscuro rizada en blanco, la bruma plateada y densa. La lana de su jersey es gruesa pero no evita el frío helador que parece emanar de sus huesos, un frío heraldo de lo que está por venir. Siente el vacío de su silencio, cuatro días tras la luna llena, la desolación en su pecho y las ansias de marchar. Sabe que no hay más labores por cumplir, ha terminado todo lo que debía hacer. Al mirar por la ventana le parece ver su corazón hundiéndose entre las olas, y rememora aquella tarde de su infancia, con el brillo del sol oculto tras las nubes sobre la arena de la marea baja, una tarde única grabada en su memoria. Pequeñas conchas irisadas, cangrejos ermitaños que huían a su paso, y entre las rocas el ser que desde entonces lo acompaña. La luz se reflejaba en su piel anfibia, en su pelo azulado, en sus ojos como de cristal, una aparición del otro lado, un fantasma de otro tiempo, una leyenda encarnada. Esos ojos lo miraron despacio, contando los pliegues de su pupila, con una invitación a atravesar las barreras que lo separan de la infinitud. Temor, es la única emoción que recuerda haber sentido. Terror a abandonarse, a dejarse engullir por la tumba helada de las profundidades. Una sensación que ha mantenido en secreto, cada mañana en las aguas, cada noche en la cama, cada día bajo el sol, año tras año. Un deseo de integrarse en el todo, de desaparecer ante la inmensidad, de abrazar la inexistencia. El ser ha sido una sombra en los rincones de la visión, un fiel acompañante en un largo camino que se acerca a su fin. Su soledad no ha sido más que fidelidad a lo posible. Siempre guardando un lugar vacío a su lado, un lugar que no podía ser ocupado porque ya estaba lleno. Invadido por agua salada, por noches de luna llena, por música de los abismos, por miradas de algas. Y el momento es ahora, justo antes de la tormenta. Se acerca a su embarcación, suelta los amarres y se adentra en el infinito. Allí lo espera. En el inmortal silencio del océano.
0 notes
tesini · 8 years
Text
Hay un bosque más allá del bosque. El camino que atraviesa hasta el claro, surcado de raíces que sobresalen de la tierra húmeda, no lleva allí. Es un lugar escondido que los ojos de la luz del sol no pueden ver, tan sólo intuir. Parecería un espejismo, flotando como un reflejo entre los árboles de la linde. Si te fijas bien, puede que percibas una pequeña construcción, tal vez de madera, tal vez de piedra, cubierta de musgo y rosales. Querrás acercarte, pero no conoces la manera de llegar. Si prestas más atención, casi sintiendo con tu alma, podrás oler las hierbas que crecen en una huerta al lado de la casa y el humo que desprende la chimenea. Sin embargo, será sólo una ilusión y un deseo.
Cuando pasees por el pueblo cercano, buscando dónde comer, querrás que alguien te explique. Querrás saber si es sólo tu imaginación. Puede que por la noche, tras invitar a varias pintas a una de las personas sentadas en la taberna, escuches una historia. Una historia, mientras el resto de parroquianos disimula y tu aguzas el oído para escuchar los susurros secretos, de lo cual te arrepentirás más tarde. Esa historia arcana, vieja y repetida, en la que verás reflejada tu vida, las vidas de otros. Y querrás comprobar la posibilidad de la realidad de algo tan cercano y a la vez tan ajeno. La posibilidad de la magia.
Te contarán como las muchachas del pueblo sueñan con conseguir un sorbo del agua del pozo que se oculta en el jardín trasero de la casita del bosque. Y como los chicos desearían obtener una manzana del árbol que da sombra al tejado. Como los ancianos matarían por poder oler una sola rosa de las que trepan por los muros. Y como las buenas señoras estarían satisfechas con que el ser que habita allí las mirara con una sonrisa. Pero hace mucho tiempo que nadie puede acercarse lo suficiente para que nada de esto ocurra. Se ha convertido en una esfera de cristal impenetrable, que se aleja en la distancia y en la bruma cuando percibe  el deseo de aproximarse de cualquiera que deambule entre los árboles.
Cuando lleguen a esa parte, muchos sacudirán la cabeza negando, algunos callarán con los labios apretados, otros tendrán los ojos empañados con lágrimas y tu interlocutor deseará no haber empezado a hablar. Entonces te darás cuenta de que no podrás averiguar más si no lo descubres en persona. Y una pequeña idea, como una vieja bombilla incandescente, se encenderá en tu cabeza. Buscarás el interruptor para apagarla, pero parece ser que alguien olvidó hacer la instalación eléctrica de manera correcta en tu cerebro. Te tumbarás en tu cama del pintoresco hostal en el que te hospedas, sin poder dormir, con la luna iluminando tu manta a través de las cortinas, soñando despierto con pozos, manzanas, rosas y sonrisas.
Despertarás temprano, tras un sueño ligera plagado de reflejos de luna y sonido de cascabeles, y te sentarás en una butaca de la salita de estar del hostal. Con una taza de té en la mano, mientras observas el fuego que canta en la chimenea, recordarás retazos de aquello que soñaste mezclado con partes de la historia que te contaron el día anterior. En tu mente, como en una sábana colgada al viento, aparecerán palabras escritas en rojo: misterio, maldición, hechizo, bruja, miedo. Nubes azules traerán sonidos que parecen suspiros: amor, conejos, dolor, dragones, traición, secreto. Y querrás contenerlo, guardarlo todo, recordarlo, unirlo para construir la historia más allá de lo que ya has oído. Es una historia que puedes intuir, pero cuando intentes fijarla, se alejará a saltos pequeños con una media sonrisa dibujada.
1 note · View note