Relatos cortos de ficción y realismo redactados en prosa.
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Estoy aquí en la tenue habitación, mi mente está llena de su recuerdo, uno amargo. Intento tomar las piezas una por una y unirlas en la sombría noche fría de invierno, mi piel extraña el calor de sus manos al estar bajo su tacto.
Las calles de la ciudad me lo recuerdan, las luces no ayudan mucho, solo desenfocan su imagen. Un terrible sentimiento de aflicción lastiman mi pecho, me caigo a pedazos sin alcanzar la salida.
La puerta se va cerrando despacio frente a mí, el umbral desaparece lentamente y el halo de luz que me rodea, me abandona.
Soy solo reminiscencias de una cálida tarde de otoño en el jardín, cortando rosas secas. La brisa acaricia mi piel, una lágrima rodaba por mi mejilla.
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¡Al carajo! Por un momento debo dejarlo ir de mi puta mente.
Escribí para él una nota de amor que no recibió, olvidó la hoja del cuestionario que llenaba en el estante de los platos y era ahí donde la servilleta con la nota se hallaba entre las páginas.
Pregunté si la había recibido de una forma indirecta y agregué que debía confesar algo. Pero solo dijo: «¡Lo siento! No encontré nada. Llegué hoy en la mañana y vine hasta aquí por las hojas olvidadas, me cuesta recordar todo cuando el día es tan intenso y ajetreado, no me fijé. Tal vez se cayó y no me di cuenta». No pude evitar sentir el rubor aparecer en mis mejillas.
Y con mirada decepcionante respondí: «Menos mal. Después de todo solo era una nota con una confesión de amor que redacté para ti. Pues solo fue un impulso loco que tuve después de leer el reverso del cuestionario y debo confesar que me ha sido de mucha gracia, reí solo en el cuarto de platos». Un rubor más intenso apareció en mi piel cubriendo mi cara por completo.
Y por último pregunté: «¿Cómo te hubieras sentido o reaccionado al leer mis líneas escritas con tinta negra en esa servilleta?»
-Alejito, (esa es la parte más emocionante, pues cuando pronuncia mi nombre en diminutivo siento que estoy en el paraíso y que un ángel de nombre Jan mueve sus labios de una forma tan sensual que me arranca suspiros) no me importa en lo más mínimo. No reparo en esas cosas. Si es chica me da igual y si es un chico también». Me he quedado consternado con esa respuesta. Se dió vuelta en dirección a la salida y se volteó para articular dos palabras que no recuerdo y fue entonces cuando dije que su voz me ponía nervioso y cortaba mi respiración.
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La sangre corría por toda la sala de urgencias, mientras un hombre gritaba desesperado “¡no lo dejen morir por favor, auxilio!”. Corrí con la camilla para levantar su cuerpo roto del piso, mientras mis compañeros aseguraban las correas para sujetarlo a ella.
Ha sido una semana bastante ajetreada a veces pienso que voy a morir de cansancio mientras asisto a los médicos en esos procedimientos extensos.
Mi nombre es Donni, soy un joven de estatura media, cabellos rubios, corpulento de ojos grises. Mientras estaba en el colegio, conocí a mi amigo Jota, quién a lo largo del tiempo se convirtió en algo así como un amante clandestino, todo comenzó mientras cursábamos décimo grado, juntos experimentábamos la pubertad y una mañana en el váter del colegio mientras nos masturbábamos juntos, tuvimos nuestra primera eyaculación después de haberle visto la verga a un chico de once en los orinales. De eso ya hace bastante tiempo, ahora mi amigo Jota es un hombre con una barba de tres días, cuerpo atlético, labios carnosos carmesí y con un enorme paquete en su entrepierna, generalmente mis miradas iban a dar ahí cuando se ponía pantalones cortos de una tela casi transparente que permitía ver el tono pálido de su piel.
Me he mudado recientemente a otra ciudad y mi casa está hecha un caos, me recosté en el sofá y he vuelto a recordar ese día en que conocí a Jota, una mañana de lunes llegaba a mi nueva casa en ese entonces, la chica más popular del colegio Julie, me había invitado a la celebración de su cumpleaños esa noche. Era extraño estar en una fiesta donde casi todos los chicos eran tan populares y de los últimos grados, Jota por su estatura y físico sobresalía entre todos los asistentes al baile. Me era muy excitante caminar entre todos esos chicos llenos de deseo con sus penes hinchados al imaginarse copulando dentro de la vagina de alguna chica. Nuestros cuerpos hinchados por las hormonas de la lujuria, estaban a la orden del día llenos de deseo y leche derramada. Cuando miraba a Jota, me resultaba imposible no ver su falo bajo la tela que lo cubría. Esa noche coincidimos en el orinal y mientras orinábamos mi mirada fue directo a su verga enorme y mis labios se saborearon. Jota se rio y me hizo señas como como ofreciéndome su verga, mientras yo solo sonreí de momento. Después de eso, nos hicimos muy cómplices y buenos amigos. Así fue como lo conocí.
Al terminar de estudiar en el colegio nos distanciamos un poco, sin embargo, estuvimos en contacto.
Él me descubrió algunas series que he terminado amando. También le descubrí algunas películas que hoy día son sus favoritas.
Una mañana soleada de agosto, hace un par de años, recibí una notificación. Jota se iría a hacer unas prácticas fuera del país, en Estados unidos, Texas para ser más exactos.
Me era difícil aceptar su viaje a Texas.
Después de un tiempo sin escribirnos con frecuencia ni vernos tras la pantalla, escribió para decirme que no regresaría por un tiempo, estaría allá trabajando, pues le habían ofrecido un puesto fijo. Se había graduado de terapeuta psiquiátrico y era lo mejor que tenía en ese momento.
-« ¡Estaré fuera por algún tiempo!»,-escribió- la distancia se dio cuando me mudé, papá había viajado al exterior donde sus hermanos, y yo debí hacerme cargo de mí mismo en otra ciudad, me fui sin decir « ¡Hasta pronto!» cambie mi línea telefónica poco tiempo después de la mudanza. Nuestra última conversación había sido una tortura para mí, pues él no dejaba de hablar de su novia. Sentí celos y lo envíe a la mierda, por eso todo cambió y es que no quería saber más de él. Su falo nunca más podría tocar, no pasó a ser más que una fascinación y, a contemplarlo en mi memoria cuando recordaba su cuerpo desnudo en los vestidores.
Continúe mis días sin él, trabajé en un hospital asistiendo a los médicos, los turnos eran cambiantes y mi soledad pesaba cada vez más.
Hicimos contacto de nuevo por Facebook, una tarde de octubre, después de terminar con los detalles de mi disfraz, recibí una solicitud de amistad; abrí la app y revisé el perfil. Era Jota, estaba jodidamente sexy, más que la última vez que recuerdo. Sin pensarlo acepté y en pocos segundos sonó una notificación con un mensaje suyo.
« ¡Qué podrá pasar ahora!» -pensé.- «Ya que estamos de nuevo conversando y recuperando nuestra amistad» En realidad me importaba mucho su amistad, pero no podía dejar de desear su verga ingresando dentro de mí y haciéndome gemir, sentir de nuevo el aroma que emanaba su piel transpirada sobre mí, el sabor de su sexo hinchado follando mi boca, como algunas veces paso después de clases en mi casa.
Eran pocas las noches que llamaba a mi ventana vociferando entrar en mí y satisfacer el deseo de su carne lívida, pero era algo que me encantaba. Me hacía sentir especial de algún modo, y verlo suplicando por mi hoyito, me volaba la mente.
Hacía mucho tiempo desde la última vez que lo vi y tuve un orgasmo con él en mi habitación de adolescente.
Iniciando el mes de marzo de 2020, supe que había regresado al país de vacaciones y que vendría a verme, entonces de algún modo olvidé que me dolió su partida y que el tiempo que soporté mi soledad, además de la ausencia de su verga enorme y los efluvios de su piel que me habían abandonado, así que le esperé en casa esa noche con la mesa puesta y un candelabro en el centro con tres velas encendidas, era obvio que mi piel lo necesitaba, así que lavé mi trasero hasta dejarlo oloroso a pétalos de rosa.
Esa noche no pasó, nada más que no fuera a cenar a la luz de las velas. Su teléfono no dejó de sonar, y sin aviso abandonó la mesa, la puerta al cerrar tras de sí anunció su salida. Pensaba viajar cada fin de semana en mi carro deportivo rojo, conducir por la autopista escuchando a Lana del rey dejando que la brisa matutina entrase por mi ventana y llenara de aire fresco el habitáculo del automóvil, mis mejillas sonrojadas acariciadas por el frescor de la mañana para llegar a casa de Jota con una nueva película o serie para ver en su cama y sentir el vello de su pecho en mis mejillas, y su enorme pene atragantándome, pero solo se había ido y yo había quedado extrañando cada centímetro que componía su enorme cuerpo. Era poco lo que se quedaba en mi mente, además su ropa traía otros efluvios.
Un día de marzo, todos quedamos confinados por la amenaza de un virus mortal para la humanidad, y fue entonces que no pude verle si no tras la pantalla, era imposible venir a verme. Pasaron dos años sin verle ni acariciarle las mejillas con el dorso de las manos cuando una tarde cualquiera en la que la soledad esta al filo me notificó que estaba de regreso en la ciudad, - «Estoy de vuelta en la ciudad. Quiero verte y compartir ese café en nuestro lugar favorito, al caer la tarde como de costumbre». Mi corazón saltó de alegría al leer lo que escribía y sentí gran emoción al saber que había vuelto y que podría abrazarlo de nuevo.
Sin pensármelo mucho, abordé el autobús que me llevaría a ese lugar tan especial para los dos, dónde tantos recuerdos de nuestro tiempo del colegio podrían evocarse. Al llegar, ahí estaba Jota, puntual como siempre, lo abracé como si fuera la última vez que lo hacía, posé mis labios hidratados con Chap Stick en su mejilla derecha y una lágrima rodó por la mía.
- Que gusto verte de nuevo, - le dije-
«También es un gusto verte». Lo dijo mientras me rodeaba con sus brazos. Esa fragancia amaderada que había usado siempre, era como mi Kryptonita.
«He vuelto a casa. He encontrado un trabajo aquí, así que ya no me iré más». Sonreí.
Después de un poco de conversación y de perderme en sus ojos, con las tazas de café a medio terminar le pedí que me acompañará a casa. No hay muchos muebles en mi nuevo hogar, solo unas pocas cosas, cómo la cama, el peinador, una mesita de noche, un sofá, la TV y una mesa auxiliar. Iré amueblándola poco a poco. Se adapta más a mi estilo, tengo algunos cuadros ordinarios, paredes inmaculadas que pinte hace dos semanas antes de que vinieras, además he coleccionado enormes juegos de mesa, -le dije- mientras le tomaba la mano.
Al llegar le invité a escoger un juego y poner cómodo su lánguido trasero. Fui a la cocina por té y unas galletas integrales para acompañarlo, la ansiedad me abría el apetito.
Para mí sorpresa él me esperaba de pie en el umbral del recibidor y me tomó por sorpresa al darme un beso con lengua, ésta exploró cada rincón de mi boca, nuestras lenguas se enlazaron Mis piernas flaqueaban y mi sexo se hinchaba, sentí como cosquilleaba bajo la ropa interior.
Susurró con una voz seductora y muy varonil, « ¡Te deseo, cariño! ¡Hoy quiero beber tus pecados y sentir tus uñas enterrarse en mi piel! » Sentí como mi cuerpo se estremecía al calor de su boca en mi oreja. Continuó diciendo: “Estos años lejos de tu cálido cuerpo y tu suave piel, han sido un suplicio». Supliqué para que no dejara de articular esas palabras.
La bandeja cayó de mis manos mientras las bebidas aguardaron en el recibidor. La saliva se adhería a mis labios y no pude evitar saborearlos cuando se alejó.
Lo arrastré a la habitación y lo besé hasta sentir que mis labios se desgastaban en los suyos, los mordía, los chupaba y toda su saliva fluía en mi boca. Era tan adictivo, apenas si podía respirar. La lujuria invadió nuestras pieles y las hizo arder sobre las sabanas, nos fuimos despojando de las ropas hasta quedar en boxers, miré en su entrepierna y su pene quería salir de tanta presión, estaba húmedo, recorrí la tela de sus interiores centímetro a centímetro con mi olfato, los efluvios que emanaban de su sexo me drogaban.
Estaba casi inconsciente, extasiado con el aroma de esa verga venosa que tanto había deseado tener.
Sentado al borde de la litera lo empujé sobre ella dejándolo boca arriba, bajé su bóxer con la boca, su falo aparecía lentamente frente a mis ojos, mi nariz no paraba de oler y disfrutar el aroma de su sexo, hincado delante de él, engullí su falo enhiesto, su sabor, esa sensación de explosión en mis papilas gustativas, mi verga estaba tan erguida que pensé que estallarían. Había esperado tanto por este momento que sentía que estaba atrapado en un ensueño del que no quería despertar. No tardé demasiado chupando, succionando y mordiendo el prepucio cuando un chorro de leche caliente llenó mi boca. Imaginé que era champagne fría y la bebí toda, sus muslos se contraían y gemía sobre la cama, parecía disfrutarlo tanto como yo. Se levantó de la cama y me tomó por los cabellos, quitó de mis labios el sabor a leche para saborearlo. Su lengua incursionaba en mi cavidad bucal, era mágico el roce de su lengua en mis encías y mejillas, casi podía tocar mi campanilla.
Las sales de su boca se pegaban en la mía, me soltó para pedirme que abriera la boca y escupir en ella. Ingerí su saliva, mi falo no dejaba de palpitar dentro de mi ropa interior.
Me empaló después de pedirme que le escupiera la verga. Mi piel se perlaba, las gotitas de sudor corrían por mi frente y su virilidad entraba en mí con precisión, abría mi canal dejándome satisfecho. Hubo un momento dónde lo sacó y chupó mi ano. Creí que estaba en el paraíso, su lengua entraba en mí, no aguanté y mi orgasmo se detonó, salió disparado salpicando mi abdomen y rostro. Estaba en cama boca arriba con las piernas elevadas y su lengua entrando en mi ano.
Se levantó para masturbarse sobre mi pecho y bañarme en leche caliente.
Quedamos abrazados y sudorosos sobre las sábanas. Se respiraba sexo en la atmósfera de la estancia. La sequía había muerto cuando la llave de la pasión abrió el cerrojo de la entrada principal. Caminamos a la ducha y allí se puso de rodillas para mamarme la verga, el calor de su cavidad rodeando mi sexo me hacía poner en blanco los ojos, el agua corría empapando nuestros cuerpos, la chupaba poniéndola toda en su garganta, mi semen la llenó cuando mi orgasmo afloró, se deslizó en ella hasta caer a su estómago. Nadie como él me la había chupado.
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Sentí que su voz gélida rompía mi alma cuando pronunció las sílabas: «Murió para mí». Sí, morí en ese instante, fue la causa de mi muerte. El vino envenenado que bebí para ver la luz.
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No sé como sentirme cuando su nombre aparece en la barra de tareas con un mensaje. No puedo evitar sonreír si en el texto leo una línea dulce, me aborda una oleada de euforia y, aparece en mis mejillas un rubor rosa pálido que las tiñe un instante. Pero si en lugar de un «¡Osito hermoso!» encuetro un «Hola. ¿Cómo estás?» me desmorono frente a la pantalla y de pronto me irrito. Siento esa efervescencia recorrer mi cuerpo haciéndome picar la piel.
Más todavía si se muestra «en línea» y no responde a mis textos. Me entran ganas de eviarme en un archivo adjunto y salir de su pantalla con vociferos incesantes de ira. Haciéndole saber como me hace sentir ese comportamiento hostil. Estoy convencido de que no soy su mundo y que es autónomo, seguro de sí mismo, sabe como y cuando lo quiere, a diferencia de mí, parezco un enfermo fugado del reclusorio psiquiátrico, exasperado por no tener toda su atención por lo menos en el chat una hora diaria. Siento que de algún modo me evita inventándose un millón de tareas y enfermedades que siente para salir huyendo de la ventana. Observo en silencio desde un obscuro rincón en mi estancia con la única luz en mi rostro (la del móvil) queriendo halar mis cabellos hasta perderlos al verlo minutos después en otra red social y me convenzo que debo fingir, a hacer con él exactamente lo mismo.
Debo estar en realidad loco para pensar en esto.
Cuando le veo el rostro cada sábado en la mañana se le ilumina y ríe de oreja a oreja. Me manipula con ese dulce gesto de finjir que le importa. Me hace sentir como si fuera el único sujeto en su vida, no contengo esa sensación de placer y deseo, lo rodeo en brazos y lo estrecho contra mi pecho permitiéndome sentir la fragancia fresca que emana su piel por debajo de la ropa, un poco de jabón y perfume ihnalo guardando su exquisito aroma.
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El alba acaeció y con él las horas; las semanas, permaneciendo todo apacible. Salí al
trabajo cada mañana y regresaba al ocultarse el sol tras el bosque. Fantaseaba con
abandonar la ciudad sintiendo el aire correr por mis cabellos al estar en el autobús junto a la
ventana, viendo los valles y bosques que se mostraban a cada movimiento del vehículo.
Este viaje lo había planeado con Ethan y Evan por varios meses, éramos como los tres
mosqueteros o como la goma de mascar pegada a la suela de tus zapatos. Nunca
estábamos solos.
Evan eran tan metrosexual y amanerado que parecía un chico homosexual, concluían
siempre que esto se debía a lo mimado que era por sus padres, ya que era hijo único.
Pasábamos juntos algunas veladas bajo la luz de la luna en el tejado de la casa contando
estrellas, o simplemente en la habitación viendo la televisión. Era el único que tenía gustos
exóticos entre tantos amigos heterosexuales, no disfrutaba compartir con chicos sodomitas,
son problemáticos.
Lola, salió de casa con su familia por una semana a San Andrés al parque regional de
Mangle Old Point es un santuario de vida silvestre con cangrejos, iguanas y aves. Visitaría
también los arrecifes de coral y disfrutaría de la buena música reggae. Se fue un sábado por
la mañana, esto significaría que no iría a trabajar el fin de semana como era costumbre en
esa aburrida papelería. Trabajé aquel día media jornada, Ethan tomaría el turno de Lola
durante el lapso que estuviera por fuera, lo cual le irritó mucho ya que tenía planes para ese
entonces. Pasaría la tarde frente a la pantalla jugando en la consola de videojuegos.
Hablé con Ethan un rato antes de ir camino a casa.
-¿Irás a almorzar a casa de tu abuela? Preguntó sin levantar la cabeza, los ojos puestos en
el mostrador gabarateando sobre un trozo de papel grafemas ilegible o trazos que no daban
forma de nada.
-Sí. - no se le veía nada animado, su rostro sombrío mostraba enojo, aburrimiento puesto a
que trabajaba en su día de descanso. Se quejó al instante.
-Debería estar en casa ahora, en mi cuarto jugando el videojuego, pero Lola tuvo que irse a
San Andrés y me dejó a mí aquí.
-Empiezas a sonar sollozante y bien sabes que no me divierte mucho escucharte llorar. Así
que me iré antes de que continúes. Solo será un fin de semana. ¿Qué podría salir mal?
Tendrás parte de la noche para jugar con tu tonto juego.
-No es solo un juego. Farfulló con apatía.
-Sí, seguro! No lo es para ti.
-Así es! Imagina si es tu dildo. Para ti esto significa mucho. Es el juguete que te da placer,
no lo verías tan común y te embelesarías hablando de él y de lo grandioso que se siente
tenerlo dentro, llevándote al orgasmo.
No puede evitar ruborizarme al escucharlo hacer el comentario.
-¡Qué estúpido eres! Me fui a casa. No entiendo mucho de juegos pero él antes de él
comentario desagradable, mencionó ser un juego de mundo abierto (Si me lo preguntas, no
tengo ni idea de lo que esto sea) pero logró atraparme. Juego sin completar campaña, y me
aventuro en ese «mundo abierto»
Pretendía pasar en casa la tarde sábado con mi abuela, pero realmente me había cautivado
el juego de vídeo, así que le pregunté: - ¿Puedo jugarlo? A lo que respondió sin titubear.
-¡Claro! Solo recuerda no usar mi usuario porque si lo haces eres hombre muerto. Sentenció
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Gusto a primera vista.
Tarde soleada de domingo, el viento oscila el follaje de los árboles del parque, Bryan y yo nos situamos bajo la sombra, sentados en un banco metálico y de madera. Las personas pasan cerca. Algunas nos regalan miradas con sonrisas, otras simplemente continúan sus caminos en compañía de amigos y familiares conversando y sin detallar. Hablamos amenamente durante un largo rato. Un hombre de mediana edad toma asiento al otro extremo. A unos cuantos centímetros se halla la silla que usa. Nos mira insistentemente, mientras su acompañante le conversa. Sus cabellos son largos recogidos en una cola de caballo. Llevaba unas lentes para el sol, vestía una bermuda de tela muy delgada, ligera, fresca. Sus pies vestían unas sandalias azul obscuro dejando ver sus dedos, su torso lo cubría un abrigo color grisáceo. Bryan quedó embelesado contemplado los ángulos masculinos de su rostro. Tenía las cejas gruesas, una nariz protuberante que en vez de quitarle atractivo le concedía máxima virilidad, su labio superior era fino, a diferencia del inferior que era más grueso. A través de las lentes podíamos sentir la mirada de aquel espécimen sobre nosotros. Bryan se interesó en aquel hombre de piel canela. No paraba de devolverle la mirada. Me sentí algo incómodo, así que me revolví en el asiento una y otra vez buscado comodidad, mi seco trasero se adormeció. En un impulso salté de la silla y caminé en dirección al extraño hombre. Él me contempló hacerlo, lo cual me hizo dudar de querer llegar hasta él. El corazón latía violentamente dentro de mi caja torácica, impidiéndome escuchar mis pensamientos. La respiración aumentó ligeramente así que me detuve en seco, di media vuelta y absorbí una bocanada de aire y me senté en la silla próxima; relajé un poco la respiración, en eso brayan me alcanzó y me preguntó: «¿Qué haces?» no respondí y permanecí sentado un rato. Nuevamente el tipo seguía viéndonos. Aproveche que estaba solo y me senté junto a él dándole un informal saludo. El hombre me observó detenidamente, quizás algo estupefacto al tenerme frente a él. Respondió a mi saludo. Le pedí su número después de haberle saludado a lo que se negó y me llamó lanzado. Mis pálidas mejillas se ruborizaron. Gesticulé y pronuncié «¡es una lástima!» Ofrecí una disculpa levantando mi seco trasero y regresé con mi amigo. Los nervios dominaban mi cuerpo.
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La noche.
Una vez caes sobre la cama vas sintiendo como la suavidad del colchón relaja tu cuerpo, tus párpados se van cerrando al tocar la cómoda almohada. La obscuridad te envuelve dentro de tu habitación. Escuchas el cantar de los grillos, la luz de los faroles entran a través de la delgada tela de la cortina que cuelga de la venta. Puedes ver hacia el exterior a lo lejos las luces parpadeantes de la ciudad que no duerme. Se hace testiga de todo lo que ocurre en sus calles. Los vagos y los chicos malos dejándose llevar por su instinto nocturno y salvaje. Enredados bajo las luces de los faroles huyendo de sus redes ocultándose en la obscuridad.
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La sombra.
De camino al trabajo, bajo el intenso calor del verano; Daniel se desplaza por las aceras hasta la estación del metro. Descubre que su sombra lo sigue desde el suelo y se siente encantado, seguro. Cruza el puente peatonal arqueado que lo lleva directo al abordaje. Entra a la enorme arquitectura cuadrada, repleta de personas que entran y salen. Algunos con prisa se dirigen al andén de abordaje a la estrella. En medio de la gente, Daniel no se entera aún de que su fiel amiga no está junto a él. Al descender por el tramo de escaleras que lo conducen al pasillo de abordaje descubre, al mirar al suelo; que no está su sombra y entra en pánico. Se encamina de prisa a la salida empujando a las personas y llamando a su amiga. Piensa en el peligro que puede estar corriendo al verse perdida. Ya fuera del establecimiento se detiene y mira a su alrededor. Ve a las personas ir y venir. Con cada una de ellas; notó que una silueta se dibujada en el suelo por la intensa luz de sol que les seguía. Comprendió entonces que su amiga lo abandonaba en los momentos que no le daba el sol. Regreso dentro y tomó su tren camino al trabajo.
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Soledad.
En la soledad, vi del otro lado de la ventana el follaje de los árboles oscilar en dirección del viento. El gris reinaba sobre el tejado y la hierba del campo. Las gallinas corrían de un lado a otro evitando a las personas que se acercaban a la casa. Ese mar aéreo se batía con fuerza encima de mis ojos, emitiendo pequeñas cantidades de luz azul. Mi ser se sintió opreso de la obscuridad del día cuya sombra abrazaba la estancia, la energía eléctrica fallaba y la lámpara sobre la mesa de noche parpadeaba incesantemente. El trigo, esa masa de color amarillo pardo danzaba con la corriente de aire. Con la mirada absorta, puesta más allá de esa delgada planta bailarina, había un individuo deseando ver caer las primeras gotas de agua en el seco suelo. Saltar de la ventana y correr con los brazos abiertos como en esas películas románticas cuando dos personas se vuelven a encontrar después de algún tiempo, él sólo sentiría el abrazo del viento y bailaría bajo la lluvia, sentirse libre con todo ese millón de gotitas de agua humedeciendo su piel, mojando sus ropas y corriendo a través de ellas hasta morir en el suelo, dándole vida a la tierra. Amaba los días sombríos. En la soledad, en el interior de su alma sentía que necesitaba vivir para tener historias que contar, pero la depresión lo abrigaba alejándolo de su ensoñación. Caen las primeras gotas de lluvia y con ellas cae él, profundo en un sueño que nadie lo podrá despertar.
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Reflejos.
Me vi tras el cristal, aquel colgado de un clavo en la pared de la habitación que habitué durante un período de tiempo. Lo curioso era que podía verme fuera contemplando el individuo posado de pie frente a ese enorme trozo de vidrio cubierto al espaldar por una pequeña capa de mercurio. Se apreciaba perplejo y confundido. Se acercó despacio y posó la palma de su mano delante del reflejo intentando sentir al ser sentado en una de las esquinas del espejo. Nos podíamos ver sin importar que yo estuviese dentro del objeto reflector. Intenté ponerme de pie y acercarme para apoyar mi palma de la mano sobre la suya, pero no puede al ver que era yo mismo dentro y fuera. La parte del ser dentro del espejo era esa parte de mí que siempre he reprimido, la que no conocen esas personas que me rodean. Ése cuyo sentimiento es perverso y loco. El otro, sólo era la parte que les permito ver de mí. Ese ser retraído, sonriente y quizás algo taciturno, tajante; introvertido y pasivo que pasea su mente en la luna y la galaxia. Deseando que en algún momento su yo interno se dé a la fuga y encierre en el espejo al hombre que es. Esa cuya personalidad no agrada a muchos, porque lo ven un poco raro. Lo que no saben es que en su interior vive un loco deseoso de ser liberado. Pues aquel individuo me miraba ansioso y deseoso por cruzar el portal, pero el material del objeto es demasiado fuerte, llevé mis piernas contra mi abdomen y las rodie con los brazos. Dejé caer la cabeza sobre las rodillas y cerré los ojos con fuerza deseando despertar de aquel sueño. Al abrir los ojos nuevamente vi alejarse al hombre, mi desesperación creció en mí, me puse de pie y corrí en dirección al portal. Lo hice con anhelo y esmero, pero al llegar; la puerta se cerró de golpe frente a mi cara y me devolvió a la hierba. No pude ver más a aquel ser tan parecido a mí. Ese ser fuera, frente al reflejo del hombre en el cristal.
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Sensaciones.
Esta sensación extraña que sientes cuando piensas en el sentido de la vida logrando dar un orden y coherencia a la existencia del ser vivo. «Nacer para vivir y vivir para luego morir» cómo quién dice: «Nacidos para morir» “¿Qué sentido tiene esto?” Es lo que me pregunto a diario. Muchos hacen historia a lo largo o a lo corto de sus vidas, así como quienes nunca llegan lejos y mueren en la ignorancia, sin siquiera salir y explorar el mundo que les rodea. Es la triste realidad de este obscuro y grisáceo mundo que no tiene lo que se necesita. Son muchos factores los que inciden en la violencia, el robo, las drogas o el mismo asesinato. Tantas mentes allá afuera. Ignoramos lo que pasa por sus cabezas a lo largo del día. Odios a primera vista, intolerancia, fobias. En el fondo sólo somos seres llenos de miedos. Intentando ahuyentarlos cometiendo agresiones a los débiles. Quizás ese sea mi caso. Provocar temor en otro para sentirme fuerte y alejar mis propios recelos y odios. Tenemos desconfianza a descubrir lo que llevamos dentro, ese es mi caso. Soy un hombre de veinti tantos años, solitario, callado e introvertido, pasivo y sin ningún propósito aparente. Sólo deseo matar el yo externo y dejar espacapar el loco y maníaco que llevo dentro. Todos tenemos demonios y el mío no es precisamente lo que deseo. A diario debo denfrentarme con el horrendo monstruo frente al espejo, ese ser despreciable que atisban mis ojos en el reflejo del hombre tímido que se muestra frente a él. Cohibido, pero con sentimientos siniestros y ocultos, quien los oprime hostilmente para no dejarlo escapar de su interior. Es un ser vengativo y diabólico que me habla de muerte una y otra vez. Los recuerdos lo llenan mezclándose con las voces en su cabeza provocándole locura. Recuerda aquella noche envuelto frente a luz mustia de vela que abrazaba la estancia dentro del candelero que convergía de uno de sus brazos, sobre una pequeña mesa de madera que hacía de escritorio. Papel y lápiz en mano apoyándolos sobre la plana superficie del mueble. Redactando una epístola romántica, cuidando de tallar la mejor caligrafía y ortografía en la superficie del suave papel blanco. Plasmando sus más dulces y tiernos sentimientos que producía una doncella llamada Caroline. El lado poético no era su favorito, así que se esforzó por sacar ese poeta dormido que solemos llevar dentro, pero que no todo lo excita a salir. Buscó las palabras más hermosas para expresar sus sentimientos en la masiva para su amor platónico. Se desveló cubierto por aquella luz. Hizo uno y otro escrito, pero sintió que no se comparaba con todo la que aquella fémina le producía. Rompió en trozos varias hojas después de haberlas leído. La vela derramó la cera sobre su brazo metálico del candelabro hasta desvanecerse la ardiente llama en la noche. La estancia la cubrió la densidad de la obscuridad envolviendo todo a su paso. Muere el papel junto al lápiz que descansa cerca a él. El joven pierde su concentración y deja caer la cabeza encima del escritorio. El sueño lo atrapa. Su ilusión se evapora en el calor de las sombras.
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Orgasmo matutino.
Una mañana, después de haberse filtrado el sol matutino por la ventana de la estancia; me levanté a toda prisa retirando las frazadas y poniendo los pies desnudos sobre el frío y polvoriento suelo de cerámica color medera. Tallé mis ojos con los puños eliminando el exceso de pitarra en la comisura de mis párpados, es asqueroso retirar aquel moco cristalino ubicado sobre tus pestañas cuando haz tenido una noche de sueños húmedos y descubres que tu falo aún está hinchado y tus ropas mojadas. Creo que tener este tipo de somnolencia es lo peor que experimentas. Tu sexo se hincha a tal punto que parece que fuese a romper tu braga y el pantalón de la pijama. Eso no es lo peor. Lo terrible es cuando despiertas y sientes tu slip y tu falo mojados por la excitación y el líquido espeso blancoso que se dispara de tu uretra a la superficie, empapándolo todo. Temes a que mamá o papá te encuentren con una erección y tus ropas húmedas, por lo que corres de inmediato al adivinarlo, al cuarto de baño; pones pestillo a la puerta y rápidamente tomas una ligera ducha. Bueno, es eso precisamente lo que me ocurrió a mí. Salí ágilmente de la cama en camino al váter saqué el falo aún erguido de la braga y la pijama ubicándolo de frente al hueco del desagüe, el líquido fluyó una vez más de mi interior produciéndome ese cosquilleo, mis piernas flaquearon cuando sentí el orgasmo fluir de mí. Me agarré fuerte del lavabo y aguardé hasta que todo ese líquido blanco y baboso salió a la superficie en un chorro dispersándose dentro de la poceta y los bordos; regándose por la superficie plana del suelo. Fue un momento efímero, inefable, exquisito y muy apacible.
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Despertar:
Al despertar, salí de mi dormitorio y me detuve frente a la ventana del vestíbulo, emergí la cabeza por la batiente; aprecié el paisaje por unos segundos. El sol matutino caía con tesitura sobre la hierba y los tejados de las casas vecinas. Sentí el cálido aire acariciar mis mejillas. Absorbí una bocanada de aire fresco y con ella una enorme mosca. Tosí con agresividad en intentos por escupir aquel insecto, perdí el equilibrio y caí del otro lado de la ventana. Choqué de cara contra la dura y polvorienta tierra; excremento de animales abrazaron mi cara al caer y rodé con mosca abordo. Con un ojo morado, los pies desnudos y una regordeta mosca en mi interior, levanté mi lánguido trasero. Con mis ojos entrecerrados por la luz del sol, vislumbre a lo lejos las vivientes edificaciones construidas por mí, años atrás en el corregimiento. Un avión las sobre volaba. colores blanco y rojo matiz se reflejaban en los cristales de mi ventana; donde sólo mi “yo” se ríe de mí cerrando velozmente el cerco despertándome por fin.
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Conversation
I grew up overnight, I played alone. I'm playing on my own..
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