the4heretics
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M.C. Studios
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-"Diferentes historias, diferentes personajes, diferentes mundos, un solo universo."- Millenium Comics.
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the4heretics · 8 years ago
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La Legion de Dios-Final
A Dios servimos, al demonio extinguimos
               Los exorcistas corrían bajo el oscuro cielo despejado. La luz de la luna llena los envolvía Edward iba al frente, junto con Andrew y Faust. Le seguía Cyra Venatrix y en la parte de atrás, avanzando con un paso más lento, iban Jasper, Anthony y la joven Elizabeth. De cuando en cuando alguno de los siete se detendría a sentir el fresco aire de la noche. Trataban de grabarse el aroma de aquella noche, ninguno de ellos tenía la certeza de volver a sentirlo algún día.
               -¿Qué pasara con la caja?- pregunto Andrew rompiendo el mutismo. Se habían olvidado completamente de la caja de Pandora. Habían sido días intensos, un fuerte golpe tras otros los habían invadido cada día. –La recuperamos si es posible.- Edward se escuchó pronunciando aquellas palabras como si hubiera sido dichas por alguien ajeno a él. -¿Y si no es posible?- pregunto Faust al tiempo que cruzaban por un oscuro túnel. –Si nosotros no la tenemos no creo que ellos sean capaces de moverse después de esto.- respondió Edward.
               Cruzaban por el jardín lleno de lapidas. Leían las inscripciones de aquellas rocas clavadas a la tierra. La mayoría decían “Amado padre y esposo” acompañadas de la fecha de nacimiento y la fecha de muerte. Andrew se preguntó qué tipo de inscripción podrían tener si esa noche murieran. ¿Amado exorcista? no sonaba muy atractivo pensó. -¿Cómo se supone que encontraremos la puerta?- pregunto Edward de pronto. –Cierto.- comenzó Andrew. –El brujo que fuimos a visitar hace algunos días dijo que solo alguien con sangre de demonio podía abrirla. En este caso, tú.- el ojo de Edward comenzó a brillar con aquel fulgor escarlata y entonces advirtió que estaban en el lugar correcto.
                   La ciudad se encontraba infestada de demonios. La gente entraba en pánico y corría de un lado a otro, aunque no llegaban demasiado lejos. El director general Wolf Ziegler, blandía su pesada hacha como si de una pluma se tratara. Sus movimientos eran rápidos y a la vez fuertes. Los demonios soltaban alarido de dolor cada que eran cortados por aquella hoja plateada. Su oscuro cabello lo convertía en una sombra aquella noche oscura. En el otro extremo, Violett Hemingway blandía el par de sables con la velocidad del mismo viento. Los demonios caían al igual que costales de cemento en el suelo.
               De cuando en cuando, la directora de la división americana se detenía a secar la sangre de demonio de su rostro, que después de un par de mutilaciones le bloqueaban la vista. El capitán de la rama asiática blandía su katana de hoja oscura con una rapidez extraordinaria. Parecía que hacia un solo corte cuando en verdad eran tres. -¿Cuántos más crees que podamos detenerlos?- pregunto Nori Yakamura. A pesar de que la pregunta iba dirigida hacia su compañera, el director general fue quien respondió. –Lo haremos el tiempo que sea necesario.- sus compañeros asintieron con determinación. –Y esa, es una orden.- añadió el director con una sonrisa, recordando las batallas pasadas cuando apenas eran aspirantes a exorcistas.
                   Palabras desconocidas salieron de la boca de Edward Wickersham. Las puertas del infierno aparecieron ante los ojos de los exorcistas. Las puertas se abrieron produciendo un quejido y siete figuras aparecieron envueltos con las llamas del inframundo. –Nos encontramos de nuevo, exorcistas.- espeto Envidia y soltó una risa lacónica. De pronto Elizabeth sintió la rabia recorriendo su cuerpo. Sintió el impulso de abalanzarse contra aquella figura que había asesinado a su hermano.
               -Esa cosa es mía.- soltó Elizabeth conteniendo la ira que sentía por dentro.
               -Yo quiero comerme al de la capa. Huele a brujo, d elicioso.- dijo Gula, saboreando a su presa.
               -Yo iré a buscar la caja.- comenzó Edward. –Ustedes entretengan a los otros seis.-  comenzaba a avanzar por la puerta cuando Ira lo detuvo. –Oye.- comenzó Andrew al tiempo que desenfundaba su espada. –Yo peleare contigo, no el.- el vicio soltó un bufido y con impresionante velocidad, tomo al exorcista del cuello, lanzándolo por los aires. Gula se abalanzo sobre Anthony y este comenzó a correr.
               Cyra Venatrix sostenía una mirada con Lujuria. –Lindo cabello.- le dijo al vicio. –Hare una peluca con el cuándo acabe contigo.- la exorcista desenfundo y el vicio soltó una risa lacónica. Sus uñas comenzaron a crecer y las blandió como si fuesen espadas sobre la joven exorcista. Esta bloqueo los ataques de Lujuria, cortando cada una de las uñas que volvían a crecer. Cyra comenzó a correr por la calles. Parecía que el viento la llevaba por la oscura noche. Lujuria venía detrás de ella, a tan solo unos metros. Cada que blandía aquellas largas uñas, la exorcista las cortaba una y otra vez.
               -Ese violín podría valer una fortuna.- esta era la voz de Codicia que se había quedado observando el arma de Jasper Green. –Tendrás que quitármelo de mis manos muertas.- soltó el exorcista. En el otro extremo, Faust Allighieri hacia lo posible por mover a su oponente, este se había sumido en un profundo sueño. Trato de rodarlo y luego de cargarlo pero Pereza no se movería hasta que hubiese completado su sueño.
                   Wolf Ziegler sostenía al demonio por el cuello. La bestia soltaba alaridos de dolor hasta que el director general clavo su hacha en el cuerpo del demonio, partiéndolo por la mitad. Uno más se acercaba por la espalda del director, levantaba la sierra que tenía por brazo. Se había acercado por el lado izquierdo, el mismo lado donde Wolf llevaba un parche.Si Nori Yakamura no hubiese clavado su katana en el pecho de la bestia, habrían tenido que buscar un reemplazo para el puesto de director general. –Igual que en los viejos tiempos ¿no?- dijo el director de la rama asiática. Su compañero lo miro con una media sonrisa en el rostro. –Pero en aquellos días, Violett nos hubiese asesinado a ambos por ser tan descuidados.- dijo y ambos se echaron a reír. De pronto el par de exorcistas se vio rodeado de demonios. Todos ellos corriendo hacia ellos con paso uniforme. Fue entonces que Nori Yakamura vio el fin. De pronto las bestias soltaron alaridos dolor y detrás de la manda, Helliam Constantine apareció.
                   Edward Wickersham caminaba por el pasillo del infierno. Sentía el arduo calor del rio de fuego ardiente que le rodeaba. Escuchaba los lamentos de las almas en pena, aquellas que habían negado la existencia de un Dios y que ahora se arrepentían. Ahora pedían la salvación de aquel al que habían negado antes. Edward tuvo de pronto la incómoda sensación de haber estado en aquel lugar tiempo atrás. –Así que, solo tú te has dignado a entrar.- levanto la mirada y vio a Orgullo parado a tan solo unos metros de él, cargando una caja de plata entre sus brazos. –Y supongo que deseas este artefacto ¿Me equivoco?- añadió. El exorcista lo fulmino con la mirada y este se la sostuvo por unos instantes.
               Desenfundo la espada y corrió hacia el vicio. Antes de que pudiera clavarla, Orgullo uso su espejo como si fuese un escudo. La espada penetro en el espejo como si de un lago se tratara. Sintió que su alma se desvanecía por unos segundos. De pronto el paisaje frente a él no fue más que profunda oscuridad. Se sintió como un ave que va volando y de pronto, sin previo aviso se estrella con el cristal de una ventana.
               -No puedes estar muerto.- el exorcista escuchaba la voz del vicio como si se encontrara kilómetros alejado de él. –Vamos, despierta ya.- Edward abrió los ojos y vio el rostro de Orgullo frente a él. Sentía que su cabeza explotaría en cualquier momento. -¿Dónde estamos?- pregunto confundido. El paisaje frente a él le resultaba familiar, excepto por la ruinas y que parecía estar inhabitado. –Esto es Ruttenburg.- respondió el vicio. Miro a su alrededor. Los edificios en ruinas, destruidos. Los árboles secos y en el aire, un olor a muerte se respiraba. –Estás viendo el mundo sin exorcistas.- dijo el pecado.
                   Anthony Hallward corría bajo la tenue luz de la luna. Detrás de él, una figura grande y obesa le seguía de cerca. Usaba su estómago para impulsarse por las calles como si fuese un balón, destrozando todo a su paso. El exorcista doblo en la esquina llegando a un callejón sin salida. Gula le siguió, pero al llegar a aquel callejón oscuridad fue lo único que vio. –Sal de donde quiera estés. Puedo olerte.- dijo saboreando a su presa. De pronto el exorcista salto al cuello del demonio, cubriendo sus ojos. Gula comenzó a dar golpes ciegos. Se sintió impotente. Se revolvía como un toro que no quiere ser montado.
               El vicio corrió de espalda hasta estrellar su cuerpo contra una pared. Escucho el gemido de dolor del exorcista y se abalanzo contra la pared. Una, dos y tres veces hasta que el joven cedió. Se volvió hacia él y lo tomo por el cuello. –Una táctica muy sucia.- le espeto. Anthony hecho la cabeza hacia atrás con una media sonrisa en el rostro y acto seguido la dejo caer de golpe hacia adelante, haciendo que el vicio se fuera al suelo.
               Anthony blandió la guadaña hacia el vicio, pero este bloqueo el ataque con un cuchillo. El exorcista empujaba su arma contra la hoja de aquel cuchillo. Con el brazo libre, Gula lo tomo por el pie haciéndole perder el equilibrio hasta caer. El pecado se abalanzo sobre él, usando su peso a su favor, tratando de morder el rostro del exorcista. Anthony apartaba el rostro de Gula del de él, sintiendo la saliva caer por su rostro.
                   Ira sostenía con fuerza el cuello de Andrew Grayson mientras corria a prisa por las calles de Ruttenburg. Al detenerse,  azoto al exorcista contra el duro pavimento y apretó con fuerza el cuello del joven.El exorcista trataba de alcanzar su espada que se había caída al momento del ataque abrupto del vicio. Sentía dificultad para respirar, sentía que la fuerza de aquel hombre haría explotar su cabeza en cualquier momento. Por un segundo se despidió de todos sus compañeros mentalmente.
               Sintió sus dedos rozar con el mango de su espada y esto le dio esperanzas de seguir luchando. Alcanzo su arma y acertó un golpe en el rostro del pecado que cayó al suelo cubriéndose el rostro, ahora ensangrentado. Ira soltó un gruñido y se abalanzo contra Andrew. Este esquivo el golpe, moviendo el cuerpo hacia un lado y blandiendo la espada. El pecado sujeto el arma con su mano, comenzándole está a sangrar en la afilada hoja. Jalo la espada hacia él y con ella al cuerpo del exorcista. Una vez que lo tuvo frente a frente dejo caer un golpe con su cráneo en la cabeza del joven.
               Andrew se retórica de dolor en el suelo. Apretaba su cabeza como si con ello se fuera a disipar el dolor que sentía. Ira fue a acertarle otro golpe, pero el exorcista bloqueo su puño con el brazo mecánico. El pecado empujaba con su puño el brazo del joven. Tomo su espada y una vez más la blandió contra el vicio, pero este la sostuvo de nuevo por la hoja. Andrew jalo al pecado hacia él y haciendo tropezar con sus piernas, lo levanto con ellas mandándolo al suelo.
                   Cyra Venatrix corría por los tejados iluminados por la tenue luz de la luna. De cuando en cuando giraba la cabeza por sobre su hombro, asegurándose de que el pecado le siguiera. De pronto se detuvo y por unos instantes dejo que la negrura de la noche a envolviera. –Sabes.- comenzó la joven, sabiendo que el pecado se encontraba detrás de ella. –Nunca me han atraído las mujeres que dejan sus uñas llegar a ese tamaño.- se giró rápidamente, daga en mano. Lujuria detuvo el ataque con su brazo. Cyra con el brazo que tenía libre, blandió la daga rápidamente, Lujuria esquivo el golpe echando el cuerpo hacia atrás y un mechón de cabello oscuro cayó de su cabeza.
               -¡Hija de cristo!- espeto Lujuria y acto seguido blandió sus uñas contra la joven. Cyra bloqueo los ataques con sus dagas. Para cuando dejo de blandirlas, Lujuria ya se encontraba frente a ella, tomándola por el cuello. Levanto el cuerpo de la joven exorcista y lo azoto contra el tejado. Una, dos y la tercera vez, el tejado colapso y ambas cayeron dentro del edificio.
               La densa oscuridad las cegó por unos segundos. Cyra fue la primera en recuperar la vista y entonces advirtió que se encontraban dentro de una iglesia. Había esculturas en cada una de las esquinas y cuadros en las paredes, representando las tres caídas de Jesús antes de llegar a la crucifixión. En el frente, una mesa de piedra se extendía sobre el suelo de mármol. De pronto la joven sintió que algo la tomaba por detrás. Lujuria azoto la cabeza de Cyra contra la esquina de aquella mesa. La joven dejo salir un alarido de dolor. Sentía que su cráneo goteaba y su vista se vio nublada por el líquido rojo brotando de su cabeza.
                   Faust Allighieri luchaba incansablemente tratando de mover a Pereza. Se había resignado a quedarse ahí esperándole. Escuchaba a los búhos ulular, escondidos sobre las ramas de los árboles, en completa oscuridad. De pronto escucho un bostezo. Miro a Pereza aun en al suelo, este se removía. -¿Qué hora es?- pregunto con la voz aun dormida. Comenzó a levantarse, escuchando como sus huesos tronaban. -¿Qué está pasando?- pregunto de nuevo. Faust comenzó a levantarse y tomo su hacha. Para cuando se encontraba de pie, Pereza estaba frente a él.
               El vicio dejo soltar un golpe con la cabeza sobre el exorcista. Este cayó al suelo después de rodar varios metros. Comenzó a ponerse en pie y una vez más, el vicio se encontraba a tan solo centímetros de él. Estuvo a punto de acertarle un golpe directo con el puño al exorcista, pero este lo esquivo rodando por el suelo. El suelo debajo del pecado crujió al agrietarse por el fuerte golpetazo. – ¡Odio ser despertado de mi siesta!- vocifero el pecado.
               El exorcista comenzó a correr bajo la clara luz de la noche. Necesitaba tiempo para pensar, para idear una forma de ganar contra aquella bestia. No se había esperado que alguien que pasaba los días enteros durmiendo fuese tan rápido y fuerte. Pereza desclavo una de las lapidas del panteón y la arrojo contra Faust. El joven exorcista se giró y comenzaba a blandir su hacha contra aquella piedra. De pronto la lápida se destrozó y detrás de ella, el puño del vicio apareció, acertando un golpe directo al exorcista. El cuerpo del joven se estrelló contra el tronco de un árbol, que segundos después se derrumbó tras él.
                  Envidia se abría paso por entre la oscuridad, camuflándose con la negrura de la noche. Elizabeth Clawford le seguía a prisa con una mirada de fuego reflejada en su rostro. De pronto, al doblar en una esquina, la figura a la que seguía desapareció en la oscuridad. -¿Elizabeth?- dijo una voz que salía de la profunda oscuridad.   De la negrura de la noche Elizabeth vio salir a una figura conocida. Mikael Clawford.
               La joven sintió que las piernas le temblaban, sentía que se sofocaba. Dejo que el llanto se apoderara de ella. –Oh, Elizabeth me alegra tanto que estés bien.- le dijo. Había algo en aquella voz que hacía que la joven se sintiera incomoda. –Espera.- dijo de pronto. -¿Por qué me llamas Elizabeth?- el joven se le quedo mirando y al cabo, resalto lo obvio. –Ese es tu nombre.- se acercó  ella y la rodeo con los brazos. Podía sentir el calor de su hermana, su mismo aroma. Solo había un problema, él no era Mikael.
               La joven exorcista levanto uno de sus abanicos y lo clavo en la espalda de su hermano. Este soltó un alarido de dolor y la empujo lejos de él. -¡Hija de Cristo!- grito con una voz más aguda. Elizabeth observo a su hermano cambiar a una figura menuda y más pequeña. –Podías haberme engañado.- comenzó. –Tu único problema fue llamarme Elizabeth. Mi hermano siempre me llamo Lizzie.- le espeto y acto seguido lanzo uno de los abanicos, que se clavó en el cuerpo de Envidia. Esta soltó un gruñido apretando los dientes. A pesar de la oscuridad, Elizabeth vio que algo parecido a una sombra se removía en el suelo bajo sus pies. De pronto dos oscuros brazos salieron de la oscuridad, envolviendo a la joven exorcista.
                   Codicia miraba el violín igual que un depredador saboreando a su presa. Tomo el paraguas y este se transformó en un largo brazo que ataco al exorcista. Jasper Green tomo el violín con fuerza. Froto el arco contra las gruesas cuerdas produciendo un agudo sonido. El vicio soltó un alarido y cubrió sus oídos. -¡Detente!- grito y se abalanzo contra el exorcista. Este esquivo al vicio sin dejar el violín de lado. Codicia se retorcía en el suelo, igual que un caracol al que le ponen sal. Se removió el sombrero de copa y acto seguido lo arrojo contra el exorcista. Jasper trato de esquivarlo pero aun así, sintió el roce del ala cortar su piel.
               Al tiempo que Jasper volvía a recuperar la postura, Codicia se abalanzo contra el empuñando el paraguas que en la punta tenía una daga. El exorcista resbalo a causo del movimiento rápido. Aun así, logró detener el ataque con el arco del violín. El vicio azotaba su arma con fuerza en el arco, pero este no se quebraba. El exorcista esquivo el quinto golpe con un giro. Se puso en pie rápidamente y acertó un golpe directo con el arco en el rostro del pecado. Este soltó un alarido y su vista se cegó por un momento. Jasper vio que parecía salir humo del rostro del vicio.  
               Recupero la postura y una vez más arrojo el sombrero contra el exorcista. Jasper lo esquivo con un giro y cuando miro de nuevo, el vicio se encontraba frente. Dio una rápida estocada que fue a parar en la mano del músico. Este soltó un gemido de dolor y con un giro dio una patada al pecado. Jasper comenzaba a correr, pero Codicia lo tomo por el pie con el mango del paraguas. El exorcista cayó al suelo y el vicio se posó sobre él, arma en mano.
               -¿Cómo llegamos aquí?- pregunto Edward al tiempo que se ponía en pie. –Por mi espejo.- comenzó Orgullo. –Es la entrada a otra dimensión.- pronuncio las últimas palabras con agitación y al cabo, se giró rápidamente, espada en mano. El exorcista tomo el arma con su brazo izquierdo, la punta del sable había logrado penetrar en él. El pecado alejo el sable del cuerpo del exorcista y volvió a blandirlo. Edward desenfundo su arma lo más rápido que pudo y bloqueo la estocada de Orgullo.
El vicio lo fulmino con la mirada y hecho el sable hacia atrás dejándolo caer sobre la hoja de la espada del exorcista en un fuerte golpetazo. Edward se alzo por los cielos y cayó sobre el duro pavimentó vario metros lejos del pecado. Sintió que su vista se nublo unos segundos. Cuando recupero los sentidos, Orgullo estaba frente a él tomando por el cabello. Lo levanto y acto seguido lo azoto ferozmente contra el pavimento, que crujió debajo de él. Lo levanto por segunda vez, pero antes de poder azotar al exorcista, este lo tomo por el cuello. Orgullo sintió una fuerza descomunal rodearlo. De pronto sintio que se sofocaba.
El vicio apretó los dientes y fulmino al exorcista con la mirada. Tomo el brazo de Edward y comenzó a apretarlo, tratando de quitarlo de encima. -¡Esto no es suficiente!- grito y arrojo al exorcista dentro de un edificio que se encontraba en ruinas. Edward sentía el rostro como si le hubiesen vaciado un balde de agua roja encima. Se comenzaba a poner en pie. Orgullo le detuvo con su pie sobre su cuerpo. Edward tomo el zapato del vicio sin fuerzas. Este lo tomo por la cabeza y una vez más lo azoto contra el duro cemento. -¿Ese es tu límite? Que decepción.- le espeto y comenzaba a alejarse cuando una voz moribunda le detuvo. -¿Mi limite dices? No, ni siquiera he llegado a la mitad de mi límite.- dijo Edward y se abalanzo contra el pecado, espada en mano.
   Gula tiro una tarascada al exorcista. Anthony Hallward empujaba la cabeza del vicio lejos de él, pero este no cedía. El exorcista luchaba por alcanzar su arma y cuando lo logro, blandió aquella hoja contra el brazo del demonio. Este se desprendió de su cuerpo y el vicio soltó un alarido de dolor. -¡Maldito brujo!- grito con voz aguda y blandió el cuchillo contra el exorcista. Este lo esquivo con un giro y acto seguido se puso en pie, bloqueando un segundo ataque. Un tercer ataque arrojo al exorcista por los cielos y a través del cristal de un bazar.
Gula tomo al joven por el cuello, con el mismo que el exorcista le había quitado hace unos segundos y lo arrojo contra el mostrador del establecimiento. Anthony se puso en pie y blandió la guadaña contra el vicio. Este la esquivo y la hoja penetro en la pared del local. –Me sorprende que puedas moverte tan rápido con ese estomago.- dijo burlonamente.  El vicio corrió hacia la pared que tenía enfrente, golpeando su estómago contra ella, se impulsó hacia el exorcista arrojándolo contra la pared. Esta se quebró sobre él y el exorcista sintió los pedazos de roca caer sobre su cuerpo.
Anthony se arrastraba sobre el pavimento. Uno de los escombros había caído en su pierna. No parecía estar fracturada pero si muy lastimada. De pronto sintió un dolor punzante en el tobillo. Giro la cabeza y vio a Gula que mordía su pierna. -¡Es delicioso!- soltó el vicio. –Ahora, quiero ver como luce mi comida.- dijo y tomo al exorcista por la capucha. Iba a arrancarla de su rostro, pero Anthony tomo la guadaña y la clavo en el pecho del vicio. Este soltó un alarido y cayó al suelo.
   Andrew comenzó a correr por la oscuridad, sin rumbo fijo y con el único objetivo de alejarse del demonio para poder pensar. No había girado la mirada hacia atrás, pensaba que eso le haría perder el tiempo. Si el vicio le seguía, se alteraría y no lo hacía, entonces solo había perdido tiempo en mirar atrás. De pronto se vio a el mismo parado frente a la estación del tren. Los viajes habían sido suspendidos y los trenes se encontraban inmóviles afuera. “Un buen lugar para esconderse” pensó y comenzó a caminar por entre el laberinto de locomotoras que tenía enfrente. Se dejó caer sobre las vías. El cabello se le había pegado al rostro a causa de la sangre. Le dolía el cuerpo entero.
Miro el cielo y advirtió que era de madrugada. A esa hora el color de la noche siempre toma un tono café. Sintió que algo goteaba sobre su rostro. Una, dos y tres veces hasta que escucho el sonido de la lluvia caer sobre el metal de los trenes. En ese momento se sintió en paz y por unos segundos dejo que su espíritu cayera en manos de Morfeo. Abrió los ojos, empuño la espada y miro al cielo como pidiendo ayuda. Respiro hondo, suspiro y espero.
Escucho un estruendo no muy lejos de él. Vio como una de las máquinas de tren caía ferozmente sobre las vías levanto una nube de tierra. Escucho un gruñido y vio a Ira posado detrás de la nube. Lo miro con ojos penetrantes y este le devolvió la mirada con ojos rojos. Cada vez que una gota de agua tocaba su cuerpo esta se volvía humo. El demonio corrió hacia el exorcista, tomándolo por el cuello lo arrojo dentro de la estación. Andrew se levantó rápidamente y con determinación blandió la espada contra el pecado. Este la tomo por la hoja e iba a acertarle un golpe con la cabeza al joven. Andrew fue más rápido y acertó un golpe directo con su brazo mecánico en el rostro de Ira que se desplomo en el suelo. El demonio soltó un gruñido y se levantó. Tomo una de las gradas de la estación y la arrojo ferozmente contra el exorcista. Este la esquivo con un giro y cuando regreso a su postura, otra grada ya estaba frente a él. Con un movimiento rápido blandió la espada cortando el asiento por la mitad. Detrás de este, Ira acertó un golpe directo que arrojo al joven contra la pared.
   Cyra Venatrix se apoyó sobre la mesa de piedra, tratando de ponerse en pie. Sintió que su mano tocaba algo, una vasija con agua. La tomo y con un movimiento rápido la arrojo contra Lujuria. Esta soltó una alarido al tiempo que su rostro desprendía humo a causa del agua sagrada. La joven exorcista se puso en pie con dificultad y tomo el par de dagas. Se abalanzo contra el súcubo y las clavo en el cuerpo de esta. El pecado soltó un alarido y miro con ojos penetrantes a la joven. La tomo por el cuello y entonces la arrojo contra la pared de mármol; la pared se agrieto tras ella.
-Parece que no te han tocado en años- espeto Cyra, terminando con una risa burlona. Lujuria se abalanzo sobre ella y la tomo por el cuello. La azoto ferozmente contra la pared y la mantuvo ahí por unos instantes. -¡No te atrevas a hablarme de esa manera! Pedazo de basura.- dijo estas palabras como si las escupiera. La exorcista blandió una de las dagas, tratando de penetrar en el rostro del súcubo. Lujuria la tomo por el brazo y apretó fuertemente. –Tienes lindos ojos.- dijo el demonio que sacaba la lengua como saboreando a la joven. Cyra escupió en su rostro esta pareció enfurecerse más y azoto a la exorcista ferozmente contra el suelo de la catedral.
-¿Eso es todo lo que tienes?- pregunto Cyra con un tono burlón. –Eso explica porque nadie te ha tocado en mucho tiempo. No eres capaz de satisfacer a nadie.- le espeto. Lujuria la tomo por el cuello y apretó. Cyra sintió las afiladas uñas penetrar en su piel, sentía la sangre bajar por su cuello y  por unos segundos, sintió que se sofocaba. Sentía las uñas del súcubo recorrer su rostro suavemente. Veía la sonrisa lacónica en el rostro de esta. La lengua iba por fuera, recorriendo el rostro de la joven y de pronto, sintió un dolor punzante bajar por su abdomen.
   Pereza tomo al joven exorcista por la cabeza. Lo azoto ferozmente contra una de las lapidas. Esta se agrieto y su color gris se volvió rojo. Faust soltó una risa burlona y tomo al demonio por el cuello de la camisa. -¿Es toda la fuerza que tienes?- le dijo y acto seguido lo azoto en la misma lapida. Este no soltó ni un solo gruñido, solamente permaneció en ese lugar inmóvil hasta soltar una lacónica risa.
Pereza soltó un revés al exorcista, arrojándolo lejos de él. Cuando se levantó, el demonio se encontraba frente, blandiendo el arma del joven exorcista. La dejo caer contra él, pero Faust la esquivo con un giro y se puso en pie. La esquivo una, dos y hasta tres veces. Antes de que la blandiera por cuarta vez, el exorcista le acertó un golpe directo en el rostro al demonio, que cayó al suelo. Pereza soltó un gruñido y se levantó rápidamente. Arranco un árbol del suelo y lo blandió contra el exorcista como si fuese un sable. Faust lo esquivo con un giro, hacha en mano, pero no vio venir el segundo golpe que lo arrojo fuera del panteón.
Faust sentía las gotas de lluvia caer frías sobre su rostro. De pronto, Pereza se encontraba frente a él, tronco en mano, lo dejo caer sobre el cuerpo del exorcista y este soltó un alarido de dolor. El demonio presionaba el árbol contra el pecho del joven, como tratando de clavarlo. El joven tomo su hacha y la blandió contra el árbol, destruyéndolo en pedazos. Entonces el demonio comenzó a golpearle el rostro, una, dos, tres y una cuarta vez. Faust se levantó, apoyándose sobre su arma, con el rostro bañado en sangre. Blandió su arma ferozmente contra el demonio y este sintió como la hoja rasgaba su piel.
                   Elizabeth Clawford se removió de dolor entre los brazos que la sujetaban. Sentía que en cualquier momento su cuerpo explotaría. Una sombra más se alzó como un pilar frente a ella. Envidia soltó una risa burlona y mecánica. Apretó con fuerza el cuerpo de la joven y acto seguido lo azoto contra el pavimento, luego la arrojo contra un edificio que destrozo una de las ventanas. Elizabeth se incorporó lentamente y advirtió que estaba dentro de un edificio abandonado.
-¿Elizabeth?- la llamo una voz conocida. ¿Elizabeth estas por aquí?- Edward Wickersham apareció en el umbral, reflejándose bajo la luz de la luna. Elizabeth se abalanzo contra él y lo rodeo con los brazos. -¿Y los demás?- pregunto. De pronto algo en el rostro del joven la hizo sentirse incomoda, insegura. Edward se abalanzo contra ella, espada en mano. Elizabeth sintió un dolor punzante y soltó un grito ahogado. Clavo uno de los abanicos en el cuerpo del joven, que soltó una lacónica risa. –Que niña tan ingenua.- dijo Edward con una voz que producía un eco resonante. Su rostro cambio en una oscura sombra.
Elizabeth Clawford sentía la sangre brotando de su abdomen. Trataba de incorporarse pero los intentos eran en vano. Comenzó a arrastrarse por el suelo, manchándolo en rojo. Envidia le seguía con la mirada y una sonrisa de oreja a oreja se le dibujo en el rostro. Arrastro una sombra por los suelos y tomo a la joven por el pie, levantándola. Elizabeth sintió que la sangre le subía a la cabeza, por un segundo sintió que explotaba.
   Jasper Green luchaba por quitar a Codicia de encima de él. El vicio trataba incansablemente de penetrar la piel del exorcista con la punta del paraguas. El exorcista sostenía el paraguas con una mano; su mano libre luchaba por alcanzar su instrumento. Cuando alcanzo el violín este pareció fundirse al tacto, formando un escudo que cubría el antebrazo del exorcista. En una maniobra rápida, Jasper soltó el arma del demonio y poso su escudo en medio de esta y su rostro.
El escudo soltó un resplandor que penetro en la profunda oscuridad. El arma del demonio se partió por la mitad. Jasper tomo el arco y lo blandió contra Codicia, que cayó al suelo brutalmente. El escudo volvió a tomar la forma de un violín, pero esta vez con algunos nuevos detalles. La voluta ahora terminaba en una afilada punta; el color del instrumento de había tornado más oscuro. Se confundía con la negrura de la noche.
El demonio se abalanzo contra el exorcista. Jasper froto el arco en las cuerdas del violín. El sonido que este produjo se había vuelto más agudo. Las manos del pecado comenzaron a sangrar ante las agudas notas que salían del instrumento. Lanzo el sombrero, pero el exorcista lo esquivo con un giro y siguió disparando notas agudas al vicio. Codicia sentía la sangre que brotaba de sus piernas. Cayó al suelo, resignado al incontrolable final que le esperaba.
  Orgullo sintió al espada del exorcista penetrar en su piel. Apretó los dientes y frunció el ceño, tomando la espada por la hoja y tratando de desclavarla de su cuerpo. Soltó un alarido, a Edward le pareció más un grito de enojo que de dolor. De pronto el exorcista sintió que el suelo bajo sus pies se sacudía. Noto que el viento soplaba increíblemente fuerte. El pecado arrojo al joven lejos de él. -¿Eso es todo?- dijo con una voz más grave y oscura. Edward que había un aura brillante que le rodeaba.
Aquel resplandor cegó al exorcista por unos instantes. Cuando recupero la visibilidad, vio a un Orgullo de piel dorada. De su espalda salían un par de alas blancas y emplumadas. Edward quedo boquiabierto ante aquella escena. –Casi nunca muestro forma.- comenzó el pecado. –No muchas personas o seres son dignos de verla. Pero, tú te lo has ganado.- batió sus alas con fuerzas y el joven exorcista sintió el viento cortar su rostro. Cerro los ojos un momento, para evitar que la tierra que había levantado el pecado entrara en sus ojos.
Al abrir los ojos, el demonio se encontraba frente a él. Edward blandió su espada contra él, pero este detuvo el ataque usando sus alas como escudo. –Necesitaras muchas más fuerza que esa si quieres sobrevivir.- lo tomo por el cuello y su cuerpo comenzaba brillar. El exorcista se cegó por un mínimo instante. Orgullo desapareció de la vista de Edward. Se giró y vio al demonio que b abría sus alas. Estas comenzaron a brillar y al cabo, el exorcista vio como las plumas salían disparadas hacia él. Sentía como estas cortaban su cuerpo. Apunto su brazo al pecado, este comenzó a disparar energía espiritual. Ambos quedaron cegados por una nube de humo. –No es suficiente.- dijo una voz detrás de él. Se giró y con ojos sorprendidos vio a Orgullo. El pecado lo tomo por el cuello y acto seguido, lo arrojo ferozmente contra el edificio en ruinas; este se derrumbó sobre él, dejando a Edward enterrado bajo los escombros. Orgullo sintió el aire de la victoria y comenzó a salir de las ruinas.
   Gula se removía de dolor en el suelo. Anthony Hallward trataba de ponerse en pie. Sentía que su pierna no respondía. Se apoyó sobre su arma como si esta fuese un bastón. -¿Eso es todo? Maldito gordo.- dijo soltando gemidos de dolor. De pronto escucho una risa burlona que salía del cuerpo del demonio. Vio que este comenzaba a ponerse en pie. Los dientes se le habían afilado y de pronto comenzaba a estirarse. Su cuerpo se volvió más delgado y tomo un color oscuro. El exorcista se quedó pasmado ante aquella escena.
El pecado soltó una risa burlona y estiro su brazo hacia el exorcista. Este blandió su guadaña, cortando el brazo que segundos después volvió a crecer, tomando a Anthony por el cuerpo entero. Lo apretó y el exorcista sintió el crujir de sus huesos. De pronto algo comenzó a brillar dentro de la vestimenta del exorcista. Un blanco destello cegó al demonio que soltó Anthony.
Sentía que no podía moverse. El cuerpo entero le dolía. Comenzaba a resignarse a ser la cena del demonio, pero entonces sintió que una luz lo envolvía.  Poco a poco el dolor que sentía fue desapareciendo y sintió como sus heridas sanaban. Se puso en pie lentamente, guadaña en mano. –Habías dicho que huelo a brujo ¿no?- comenzó con una voz sombría. –No te equivocabas- blandió la guadaña contra el demonio y este cayó al suelo soltando un agudo alarido. Gula vio que crecía una hoja más en la guadaña, en la parte inferior del mango.
La mano del demonio comenzó a crecer. En un movimiento rápido, Gula dejo caer el gigantesco puño sobre el exorcista. Este lo esquivo con un giro y el golpe destruyo el suelo debajo de él. Anthony blandió su arma y con un giro de esta, corto al demonio por el centro de su cuerpo. Este soltó un alarido y con un golpe, arrojo al exorcista. Se puso de pie con un salto y apunto el arma al demonio.
El estómago de Gula comenzó a separarse. Anthony Hallward vio que le comenzaban a salir dientes afilados de la orilla del estómago. El demonio comenzó a succionar todo lo que estaba a su paso. Los escombros desaparecieron así como el edificio en el que se encontraban. El exorcista clavo su arma en el rocoso pavimento y se aferró a ella con fuerza. El demonio dejo de absorber y su estómago volvió a cerrarse. Soltó una risa lacónica y se abalanzo contra el exorcista.
Anthony blandió su arma y uno de los brazos del demonio cayó al suelo. Gula soltó un alarido de dolor y noto que su brazo no estaba regerandose. El vicio se enfureció y escupió al rostro del exorcista que se cubrió con la mano. De pronto sintió que su piel ardía, que se quemaba y el demonio soltó una burlona risa. El brazo del exorcista comenzó a brillar con un amarillo brillante; apretó la muñeca lastimada con fuerza y poco a poco la quemadura desapareció. El vicio soltó un gruñido y acertó un golpe directo al exorcista que se estrelló contra un edificio. -¿Eso es todo lo que tienes?- pregunto con una media sonrisa. El demonio se enfureció y su tamaño se volvió gigante. Dejo caer su boca contra el exorcista y lo trago por completo.
Gula soltó una lacónica risa y se sintió que había ganado. –Aún tengo hambre.- dijo en voz en alta, aunque no había nadie que le escuchara. Comenzaba a caminar bajo la noche, que comenzaba a aclararse. La lluvia se había intensificado al punto que parecía un diluvio. De pronto sintió que algo se removía en su estómago, pero se dijo a si mismo que era el hambre insatisfecha que aun sentía. Entonces sintió un dolor punzante en su estómago y acto seguido, su cuerpo se destruyó en pedazos. –Deberías dejar el picante amigo.- dijo Anthony Hallward bañado en los jugos estomacales del demonio. Se sentía exhausto y se dejó caer sobre el mojado pavimento, sintiendo las gotas de lluvia caer en su rostro.
   Andrew Grayson se puso en pie con dificultad. Ira se abalanzo y acertó otro golpe en el rostro del exorcista. Andrew tomo su espada y la blandió contra el pecado, cortando en su cuerpo. El demonio soltó un gruñido y golpeo al exorcista en el rostro; una, dos y tres veces. Andrew sentía la sangre recorrer su rostro y bloqueándole la vista. Ira lo tomo por el cuello y lo apretó. Andrew noto la mano ardiente de este, casi quemándole la piel.
De pronto sintió que algo se movía en su mecánico brazo, tomando la forma de un pequeño cañón. Lo apunto hacia el demonio y una ráfaga de energía violeta salió disparada destruyendo la cabeza del pecado. El cuerpo del demonio decapitado cayó al suelo como un bloque de cemento. Andrew se puso en pie con dificultad y admiro su brazo. Se sintió agradecido con aquella arma que había salvado su vida. Escucho un bufido y de pronto una ráfaga de viento cruzo por su rostro.
El cuerpo decapitado de Ira se levantó y su cabeza comenzó a crecer de nuevo. Andrew vio que el rostro del demonio tomaba la apariencia de un minotauro. Su playera se destrozó, revelando una piel rojiza que desprendía humo. Miro al exorcista con los ojos prendidos en llamas y soltó un bufido que escupió un poco de fuego. Corrió hacia el exorcista con una velocidad insuperable. Andrew apunto su brazo y disparo una vez más, pero el vicio esquivo cada uno de los disparos.
Ira acertó un golpe en el cuerpo del exorcista que fue arrojado a través de una pared. Andrew se levantó rápidamente y vio una ráfaga de fuego que venía hacia él. Blandió su espada y el fuego se dividió en dos canales. La hoja brillaba con el color del sol, como si absorbiera el fuego que había tocado. Ira corrió hacia él y Andrew apunto el brazo hacia el vicio, disparando una esfera de energía. El disparo arrojo al demonio fuera del edificio, estrellándolo contra una de las locomotoras.
Andrew salió del edificio, noto que la noche se aclaraba sobre ellos. Estaba frente a frente con el demonio. Ira abrió y una esfera de fuego salió disparada de esta. El exorcista la esquivo y el fuego fue a dar a una de las paredes del edificio, que se destruyo al instante. El pecado, al ver el fracaso de su ataque, se abalanzo contra el exorcista con la cabeza gacha, llevando los cuernos de frente. Andrew sintió como estos penetraban en su estómago. De pronto sintió que le faltaba el aire. Ira levanto al joven exorcista y acto seguido lo estrello ferozmente contra el pavimento.
   Lujuria soltó un gemido de dolor y cayó al suelo. Cyra Venatrix se puso en pie, sintiendo la sangre caer por su rostro. Vio al demonio riendo lacónicamente bajo sus pies. -¿Cómo te llamas niña?- pregunto el demonio con un hilo de voz. –Soy Cyra.- respondió la joven fríamente. De pronto todo se oscureció. Cyra quedo cegada por la densa oscuridad que le envolvía. El demonio soltó un gruñido y la joven pudo ver como sus piernas tomaban la forma de una cola de serpiente. Sus dientes se afilaban y de su espalda salían dos tentáculos.
Lujuria rio lacónicamente y sacudió la cola arrojando a la joven contra la pared. La exorcista se levantó presurosa y lanzo una de las dagas que se clavó en la cola del demonio. Soltó un alarido y lanzo uno de los tentáculos rodeando a la joven. La azoto ferozmente contra la pared y esta crujió tras ella; acto seguido la azoto contra el suelo, soltándola. Cyra se levantó lentamente con una sonrisa burlona dibujada en el rostro. -¿Eso es todo?- pregunto y escupió la sangre de su boca.
El súcubo la miro con ojos penetrantes y soltó un gruñido. Lanzo el tentáculo de nuevo y Cyra lo esquivo, cortando la extremidad. Lujuria soltó un alarido y batió su cola contra la exorcista que se estrelló contra la pared. El súcubo se abalanzo contra la joven, clavando sus largas uñas en la pierna de la exorcista. Esta soltó un gemido y trato desesperadamente de apartar al demonio. Lujuria soltó una risa lacónica y Cyra sintió las uñas del pecado penetrar más profundo en su piel. Tomo la daga y la clavo profundamente en el ojo del demonio y esta se apartó soltando un alarido.
Cyra Venatrix se incorporó de un salto. Tomo las armas y sintió algo distinto en estas. Sentía la hoja moverse por encima del mango, flácida. La hoja se desprendió del mango, sujeta a una cadena. La blandió contra el demonio y esta se clavó en su espalda. Tiro de la cadena y Lujuria clavaba las uñas al pavimento, luchando por sostenerse. La exorcista clavo la segunda daga y tiro de la esta. El demonio soltó un alarido resonante en la iglesia entera.
El súcubo se giró y tomo ambas cadenas. Tiro de ellas e hizo girar a la joven hasta azotarla contra la pared. El pecado se abalanzo contra ella, batiendo su cola. Cyra esquivo el golpe que azoto la pared, quebrándola. La joven comenzó a correr por la catedral, el súcubo detrás de ella. Abrió la puerta que daba a las escaleras y comenzó a subir rápidamente hasta encontrarse en el tejado, bajo la clara luz de la luna. –Bonita noche ¿no te parece?- pregunto Lujuria con una voz siseante.
La exorcista lanzo una de las dagas contra la campana de la iglesia. El estridente sonido de esta aturdió al demonio. Cyra aprovecho la sordera de esta y se abalanzo contra ella, clavando ambas dagas en su estómago. Lujuria soltó un alarido y empujo a la joven lejos de ella. Saco la lengua, era tan larga como las cadenas que cargaba la joven y blandió como si fuese un sable contra la exorcista. Cyra esquivo los primeros dos golpes y en el tercero, permitió que la lengua le rodeara el brazo. Con el brazo libre, corto la lengua del demonio.
Lujuria se abalanzo desesperadamente contra la exorcista. Batió su cola y Cyra la esquivo con un giro, haciendo un corte en esta. El súcubo se giró y en medio de un revés, araño el rostro de la joven. La exorcista blandió la cadena, rodeando al demonio por el cuello. Tiro de esta, escuchando el sofocar de Lujuria. Corrió hacia el borde del tejado y se lanzó por los aires. Lujuria cayó al suelo, sintiendo dificultad para respirar y viendo a la joven que caía firmemente en el pavimento. Cyra tiro ferozmente de la cadena hasta escuchar un crujido y entonces vio la cabeza del súcubo tirada a sus pies. La tomo por el cabello y vio como el rostro de esta envejecía en segundos y posteriormente se volvió cenizas.
   Pereza soltó un alarido mientras veía al exorcista abalanzarse sobre él una vez más. Esquivo el golpe echando el cuerpo hacia atrás con rapidez. Faust dio un giro, hacha en mano, y acertó un golpe con la hoja al demonio que se estrelló contra la pared de un edificio. Este soltó un gruñido resonante. De pronto Faust sintió que el viento se agitaba y el suelo bajo sus pies comenzaba a temblar.
El cuerpo de Pereza comenzó a formar una coraza. Su piel se volvió igual de gruesa que una roca y su tamaño se duplico. Faust observo que del centro de su cabeza salía un cuerno, igual al que tienen los rinocerontes. De pronto sintió un dolor punzante en su estómago. Bajo la mirada y vio al demonio clavando el frente de su cráneo en su cuerpo. Pereza levanto al exorcista y lo arrojo ferozmente contra el pavimento. Este soltó un gemido de dolor mientras sentía la sangre brotar de su cuerpo; la herida era profunda.
Faust hizo que el dolor se disipara y se puso en pie. Tomo su hacha con determinación y vio algo en ella. El arma brillaba con una ligera luz y una hoja más creció en ella, al reverso. –Esto se pondrá interesante.- dijo y se abalanzo sobre el demonio, hacha en mano. Pereza soltó un golpe directo a puño cerrado, pero el exorcista lo bloqueo usando el suyo. Apretó la quijada, como tratando de contener el dolor que sentía en los nudillos. Blandió el hacha sobre la roca y el demonio fue arrojado lejos de él.
El exorcista miro de reojo al demonio que se posaba detrás de él, con la intención de acertar un golpe. Se giró rápidamente en un intento de azotarlo el metal de su arma contra el cuerpo del demonio, pero al dar la vuelta el pecado había desaparecido. De pronto sintió dolor en la herida. El demonio apretaba fuertemente. Faust apretó los dientes y acertó un golpe a puño cerrado en el rostro del vicio. Este permaneció inmóvil y soltó una risa resonante. Tomo al joven por el cabello y lo azoto ferozmente contra el suelo, una, dos y tres veces.
El exorcista comenzaba a reincorporarse cuando el demonio lo azoto por cuarta vez. -¿Esa es toda tu fuerza? Que decepción.- dijo y soltó una risilla. Se levantó lentamente y tomo el hacha, blandiéndola ferozmente contra el demonio. Pereza esquivo el golpe con un giro, Faust noto que aquel movimiento se había vuelto lento. El demonio soltó un golpe al exorcista y este lo esquivo sin dificultad. El golpe que hace unos segundos había sido de lo más rápido, ahora se encontraba al mismo nivel que el de el exorcista.
Faust dio un giro al hacha y la dejo caer sobre el vicio. La coraza del demonio se agrieto tras el golpe y soltó un alarido. Soltó otro golpe y Faust dejo caer el arma sobre la pierna de este, que se destruyó en pedazos al golpe. -¡Hijo de Cristo!- vocifero el demonio. Se arrastró por el suelo y tomo al exorcista por los pies. Este dejo caer su arma sobre los brazos del demonio que se volvieron polvo. El demonio comenzó a reír lacónicamente. –Por lo menos podre dormir todo lo que quiera.- dijo y su coraza comenzó a caer hasta volverse polvo.
   Envidia arrojo a Elizabeth por la ventana. La joven en el húmedo pavimento y se incorporó. Escucho la risa burlona del demonio y de pronto, una oscura neblina la cegó. Escuchaba la burlona risa del pecado saliendo de la oscura nube. De pronto vio una sombra salir de entre la neblina. El cuerpo de Envidio comenzó a retorcerse. Soltó un alarido y de su cuerpo comenzaron a salir cráneos, rostros que gemían.
Elizabeth Clawford se quedó inmóvil, escuchando los lamentos. De pronto el chirrido insaciable de aquellas almas la aturdió. De entre todo lo que decían, alcanzo a escuchar que pedían ayuda desesperadamente. El demonio soltó una risa lacónica y se abalanzo sobre la exorcista, tomándola por el cuello. Elizabeth sintió la mano del demonio fría alrededor de su garganta. Envidia la azoto ferozmente contra el suelo y la joven sintió que el aire se le escapaba del cuerpo. –Dime ¿Por qué te sigues levantando?- pregunto el pecado y apretó con fuerza el cuello de la joven. Elizabeth tomo los abanicos y los clavo en los ojos del vicio; soltó un alarido.
 Envidia se retorcía de dolor en el suelo, intentando desesperadamente de sacar aquellas navajas de su rostro. –Odias a la humanidad ¿no? Por eso te llaman Envidia.- le espeto la exorcista. El demonio soltó una carcajada resonante y dijo con una voz que producía eco a pesar de encontrarse al aire libre. –Ustedes, todos ustedes tienen la dicha de elegir. Pueden elegir su quieren seguir viviendo o no. Pero, nosotros no, a nosotros solo nos crearon sin preguntar.- dijo las últimas palabras como si las escupiera. Elizabeth sintió que algo la tomaba por la espalda. Se giró y vio sombras que salían de la oscuridad. Noto que la neblina había desaparecido y en su lugar, criaturas de la noche habían salido.
Elizabeth arrojos los abanicos con fuerza, clavándolos en las sombras. Era como tratar de cortar el agua. Las navajas atravesaban a las criaturas, pero estas seguían en pie. Envidia la rodeo con los brazos y sonrió maliciosamente. Elizabeth sintió las piernas temblorosas, de pronto se sintió débil. De pronto se sumió en una profunda oscuridad. Vio a una figura devorando algo sobre el suelo. Anthony Hallward.
Soltó un largo alarido y sintió las lágrimas recorrer su rostro y el paisaje desapareció. De pronto se encontraba en el instituto, vacío. Llamo una vez, preguntando si había alguien pero no hubo respuesta. Comenzó a caminar por los pasillos. -¿Lizzie?- llamo una voz detrás de ella. Se giró y vio a Mikael Clawford con el rostro ensangrentado y la bata de laboratorio, antes blanca y ahora roja. -¿Por qué lo permitiste?- su voz era monótona y su mirada se veía perdida. Elizabeth retrocedió lentamente, las lágrimas corrían por su rostro. -¡¿Por qué dejaste que muriera?!- Elizabeth cubrió su rostro, igual que un niño que su cubre con la sabana para desaparecer el terror que siente. -¡Basta!- comenzó a gritar. -¡Basta!- abrió los ojos, regresando al paisaje de la calara noche.
               Cinco sombras aparecieron en el umbral, tomando la forma de sus compañeros. Las miradas de estos se posaban en ella. –Todo es tu culpa.- le espeto Edward. Elizabeth lanzo un abanico, haciendo que la sombra desapareciera. -¿Tienes miedo?- pregunto Envidia con voz queda. La exorcista apretó los dientes y con un giro hizo un corte en el cuerpo del demonio. El pecado soltó un alarido y cayó al suelo. Elizabeth noto que sus armas comenzaban a brillar con una ligera y blanca luz. Se removían en sus manos, igual que dos imanes que se atraen entre sí. Los soltó y ambos abanicos se unieron en una única arma larga.
               Elizabeth Clawford se abalanzo sobre el demonio, arma en mano. Con un giro penetro en la piel del pecado y este soltó un alarido y con un salto, se alejó de la exorcista. Las bocas en los rostros del demonio se abrieron y de ellas salió un brillo cegador. Elizabeth se cegó por unos instantes en los cuales, Envidia acertó un golpe directo en su rostro y la joven cayó al suelo. Se abalanzo sobre ella, tomándola por el cuello. –Humana ingenua.- le espeto y de pronto sintió un dolor punzante recorrer el cuerpo. Bajo la mirada. La lanza de Elizabeth se había clavado en su estómago. –Perdóname, hermano.- dijo el vicio con un hilo de voz. Elizabeth echo la lanza hacia arriba, cortando el cuerpo del demonio por la mitad y se dejó caer sobre el suelo, rompiendo en llanto.
               Elizabeth Clawford observo a lo lejos una figura que se acercaba hacia ella. Cojeaba de la pierna izquierda y en sus manos arrastraba un par de cadenas. La joven se incorporó súbitamente, empuñando la lanza. -¿Elizabeth?- dijo una voz conocida. -¡Cyra!- grito la exorcista y corrió hacia la joven, ayudándola a seguir. -¿Te encuentras bien?- pregunto. Cyra negó con la cabeza y se sentó lentamente sobre el pavimento.
                   Jasper Green se abalanzo sobre el demonio con la intención de terminarlo. El arco penetro en la piel del vicio y este soltó un alarido que lentamente se transformó en una lacónica risa. El exorcista vio que algo comenzaba a salir de la espalda del demonio. Codicia se incorporó, su aspecto comenzó a cambiar. Sus dientes se afilaron y el rostro se le volvió más afilado. Sus ojos desaparecieron de su rostro y de su espalda salían cuatro brazos con ojos en las manos. –Ahora, dame ese violín.- espeto y estiro los brazos, rodeando al exorcista.
               En el brusco movimiento del demonio, el violín del exorcista cayó al suelo ferozmente. Codicia soltó uno de los brazos del cuerpo de Jasper y tomo el violín. Este comenzó a brillar y en demonio sintió que su mano ardía. –Ingenuo.- comenzó el exorcista con voz queda. –Nadie más que yo puede tocar ese instrumento.- el pecado apretó la quijada y azoto al joven ferozmente en el pavimento.
               Jasper soltó un gemido de dolor y tomo el arco, blandiéndolo contra el demonio. El vicio soltó un alarido y se alejó del exorcista. Jasper, con un movimiento rápido, corrió hacia el instrumento y comenzó a frotar las cuerdas con el arco. El sonido era armonioso, agudo y era lo que el demonio más odiaba. El vicio estiro los brazos hacia el exorcista, blandiéndolos como si fuesen sables. Jasper froto el arco sobre las cuerdas una vez más y las extremidades del demonio se desprendieron de su cuerpo y cinco brazos más crecieron.
               Por cada nota que producía el violín, uno de los brazos se destruía y dos más salían. De pronto, Jasper Green se vio rodeado de brazos tratando de tomarlo por todos los ángulos posibles. Seguía frotando el arco sobre las cuerdas, viendo como las extremidades del demonio se desprendían. Codicia soltó una carcajada resonante. –Cada vez que cortes uno de mis brazos, crecerán el doble.- dijo y solo otra risa burlona.
               Codicia estiro uno de los brazos y tomo al exorcista por la cabeza. Lo azoto contra la pared de un edificio, esta se agrieto tras el golpe. Jasper blandió el arco contra el brazo, cortándolo. Miro al demonio con el rostro ensangrentado y sonrió. Tomo el violín y este comenzó a brillar de nuevo. El violín comenzó a cambiar de forma y se unió a la mano del exorcista en un oscuro guantelete. De los dedos salían cuatro cuerdas extremadamente delgadas. Jasper agito el brazo y las cuerdas salieron disparadas hacia el demonio, rodeando los brazos de este.
               Jasper Green apretó el puño y los brazos del vicio se desprendieron de su cuerpo. El demonio soltó un alarido y se abalanzo sobre el joven. Jasper blandio el arco, cortando en el cuerpo del vicio. Los brazos comenzaban a crecer de nuevo y el exorcista los tomo con guantelete, cortándolos de nuevo. Codicia apretó los dientes y se abalanzo sobre el exorcista. Poco antes de llegar a este se detuvo súbitamente y su cuerpo se desprendió parte por parte.
               Jasper soltó un largo suspiro y comenzó a caminar bajo la clara luz del sol que se asomaba por detrás de las nueves. –Yo me quedare con esto.- dijo al tiempo que cogía el sombrero de copa del demonio. A lo lejos, una figura encapuchada se acercaba lentamente. –Entonces, sigues vivo.- dijo a su compañero. Anthony Hallward sonrió. –No le caí del todo bien al gordo ese.- dijo con tono burlón. –Lo que me sorprende, es que sigas teniendo esa cosa en la cabeza.- dijo y ambos se echaron a reír.
                   Edward Wickersham se vio prisionero en la oscuridad, su mirada era ciega. “¿Estoy muerto?” se preguntó. –No estás muerto.- dijo una voz resonante. El exorcista se giro y vio dos rojos ojos que lo miraban. De pronto se vio rodeado por fuego y su mirada se aclaró. Vio a una figura de gran tamaño posada frente a él. –Tú de nuevo. ¿Ahora qué quieres?- pregunto. La bestia soltó una risa y hablo en voz queda. –Estas muriendo.- comenzó. –Y si ese demonio escapa tus amigos también lo harán.-
               -Y supongo que tú tienes una solución para eso.- dijo con ironía.
               -Debes dejarme tomar el control ahora.-
               -Ya lo hiciste una voz y no me agrado mucho.-
               -Y fue porque nuestra sincronización no estaba del todo completa.-
               -¿Lo está ahora?- pregunto el exorcista. La bestia sonrió y rio por lo bajo. –Lo está más que antes.- dijo y le tendió la mano al joven. Edward se le quedo mirando, pensativo y al cabo, la tomo.
               Orgullo comenzó a sentir que el suelo bajo sus pies temblaba. Se giró lentamente con los ojos como platos y apretó los dientes, furioso. De los escombros del edificio, salió un alarido resonante y las rocas salieron disparadas. El pecado vio una nube oscura que rodeaba al exorcista y distinguió una espada de gran tamaño en la mano de este. -¡No es posible!- dijo con un hilo de voz.
               El cuerpo de Edward comenzaba a formar una oscura coraza que lo cubría. De su cráneo salían dos largos cuernos a cada lado de su cabeza. Orgullo vio que sonreía, mostrando unos afilados dientes. De pronto la figura desapareció de su vista y súbitamente sintió un dolor punzante en su estómago. Noto que las manos de la bestia eran como un par de garras, clavándose en su cuerpo. –Te mueves muy lento.- dijo con voz grave. Orgullo lo miro con los ojos como platos. -¿Qué cosa eres?- le pregunto el vicio, pero no hubo respuesta.
               Edward arrojo al pecado contra las ruinas de un edificio. Orgullo se incorporó rápidamente y soltó un alarido. Junto las palmas y una lanza dorada apareció al tiempo que las separaba. Lanzo el arma contra la bestia, pero el demonio la esquivo echando el cuerpo ligeramente hacia un lado. La lanza penetro en un edificio detrás de Edward que estallo en pedazos al toque. Orgullo lo miro con enfado y soltó un alarido. Comenzó a brillar de nuevo y oscura aura comenzó a formarse alrededor de él. –No me agrada tener que hacer esto, pero parece la única forma de acabar contigo.- espeto.
               Una oscura neblina envolvió el cuerpo del vicio que soltaba alaridos dentro de esta. La mitad de su rostro comenzó a formar una coraza gris y un cuerno salía de esta, sobre su cráneo. Su piel palideció y su rubio cabello tomo el color de la noche y se volvió más largo. Una de sus alas se tornó negra, igual que su brazo. -¿Sabes?- comenzó a decir con una voz que producía un resonante eco. –Es la primera vez que uso esta forma.- en sus manos aparecieron un par de sables del color de las nubes y otro del color de la noche.
               Orgullo batió sus alas con fuerza y se abalanzo sobre el exorcista, sable en mano. Soltó una estocada al demonio, Edward lo detuvo con la gran espada que cargaba. El vicio hizo el intento con el sable blanco y la bestia lo tomo con la mano. El vicio abrió sus alas y las plumas salieron disparadas como ráfagas sobre el cuerpo del exorcista. Una nube de humo cegó a ambos por unos instantes y al cabo, la bestia soltó una carcajada. –Es mi turno.- dijo y de su boca salió dispara una esfera de energía oscura que estallo en el cuerpo del vicio.
               El pecado se incorporó con dificultad. Sentía dolor en todo el cuerpo. Batió sus alas con fuerza y se abalanzo sobre el exorcista. Edward echo el cuerpo ligeramente hacia un lado y con la mano libre, tomo al pecado por las alas y acto seguido, las arranco de su espalda. Orgullo cayo al ferozmente en el pavimento, soltando un gemido de dolor. Se incorporó y blandió uno de los sables contra la bestia. Edward tomo el brazo del pecado y lo arranco de su cuerpo. Orgullo cayó rendido en el suelo. –En…Envidia.- comenzó a decir con la voz quebrada y las lágrimas recorriendo su rostro. –A…ayúdame.- de pronto sintió un dolor punzante y vio a la bestia que clavaba su espada en su cuerpo. –E…eres un monstruo.- dijo con apenas un hilo de voz. La bestia sonrió de oreja a oreja, mostrando sus afilados dientes. –No, yo soy peor.- dijo y clavo la espada ferozmente en el espejo del pecado.
               El espejo se destruyó en pedazos y Orgullo soltó un gemido. El mundo en el que se encontraban comenzó a desmoronarse poco a poco. Las ruinas comenzaron a caer completamente y el cielo se agrieto al igual que un cristal. Orgullo observo que la coraza de Edward comenzaba a caerse a pedazos, revelando su rostro. –Nos volveremos a ver, Edward Wickersham.- dijo con una media sonrisa en el rostro. El exorcista se dejó caer sobre el suelo, desnudo y exhausto. –Debería irme.- dijo para sí. –Lo hare, después de descansar un poco.- cerro los ojos y se dejó llevar por la oscuridad que lo envolvía.
                   Andrew Grayson sentía la mano de Ira quemando su cuello. Blandió la espalda contra el demonio, pero este la tomo ferozmente y la arrojo. Andrew apunto el brazo mecánico contra el pecado, Ira lo tomo y apretó con fuerza hasta que este cedió y se destruyó en pedazos. Fue en ese instante cuando el exorcista vio su final. “Así que, es todo. Moriré aquí” se dijo y se preparó para su muerte. De pronto vio un destello dorado que lo cegó por un instante. Escucho a Ira soltar un alarido y fue lo último que vio. Cerró los ojos y dejo que el aire de la mañana lo envolviera.
               -¿Andrew?- escuchaba aquella voz como si se encontrara a kilómetros de él. -¡Despierta!- el exorcista comenzó a abrir los ojos lentamente y vio nueve figuras borrosas frente a él. Cuando su vista se aclaró, observo que frente a él se encontraban cinco de sus compañeros. Iban acompañados por el director del instituto y tres figuras desconocidas. De pronto advirtió que Edward no se encontraba con ellos. -¿Dónde está Edward?- pregunto con un hilo de voz. Faust negó con la cabeza gacha y Andrew dejo que las lágrimas recorrieran su rostro.
               Con la ayuda de su compañero, el exorcista se puso en pie. -¿Revisaron el panteón?- pregunto. Jasper asintió con la cabeza. –La puerta ya no estaba, solo esta parte.- dijo y tendió al exorcista un pedazo de metal caliente. -¿En verdad creen que este muerto?- pregunto Andrew desconcertado. –Es lo más probable.- esta era la voz de Anthony.
-Pues yo no lo creo.- espeto Andrew.
-¿Tienes alguna idea?- pregunto Cyra.
-No hay mucho que se pueda hacer.- hablo de pronto el director de la rama asiática Nori Yakamura. –La puerta ya no existe.-
-Eso no me importa, no creeré que murió hasta que lo vea con mis propios ojos. Lo buscaremos, todos juntos y lo encontraremos.- dijo el exorcista pelirrojo con determinación. Sus compañeros asintieron y comenzaron a caminar de regreso al instituto.
 -Nate River-
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the4heretics · 8 years ago
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Primer boceto del pecado capital Lujuria (Forma humana).
-Paochibi9-
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the4heretics · 8 years ago
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La Legion de Dios-11
Dolor profundo
               La noche transcurría oscura y fría. De cuando en cuando se escuchaba a lo lejos el sonido de los cuervos. Edward se removía en la cama una y otra vez, sin poder conciliar el sueño, a pesar de sentirse exhausto. Lo invadía un gran sentimiento de culpa por la muerte de Mikael. Esa misma mañana habían asistido al entierro del director. Había sido una ceremonia corta pero muy emotiva. Se habían presentado los directores de las diferentes divisiones de exorcistas, así como el cuartel general de operaciones contra demonios. Elizabeth Cawford había dedicado unas palabras a su hermano, pero se interrumpió cuando la tristeza la invadió y rompió en llanto. Al terminar la ceremonia, el comandante general había convocado a una reunión para elegir al nuevo director de la división Europea; se llevaría a cabo al día siguiente, al mediodía.
               Transcurrió una, dos y hasta tres horas antes de que Edward fuera capaz de conciliar el sueño. Y cuando lo hizo, el cielo ya comenzaba a clarear. El aire de esa mañana se sentía extremadamente melancólico. Extrañaba ser despertado por los gritos de Mikael Clawford. Pensó en la forma en que este actuó el día de su muerte. “Sabía que algo pasaría” pensó. “¡Idiota! Tú también tenías un mal presentimiento y aun así callaste”. Sentía una gran culpa. Se removió entre las sabanas, tratando de ponerse en pie, pero fue inútil. No creía que nadie fuera capaz de levantarse ese día y mucho menos, Elizabeth.
               Camino por el largo pasillo, todo en silencio. Caminaba a paso lento y sigiloso, sentía que estuviera allanando una casa. –Extraño ¿no?- una voz se acercó por detrás. Edward se giró y vio a un Andrew Grayson demacrado, se dio cuenta de que su amigo tampoco había conciliado el más mínimo sueño. –Mucho.- Edward hablo en tono áspero y monótono, con imposibilidad de saber cómo se sentía. –Debe estar devastada.- dijo Andrew al tiempo que señalaba la habitación de Elizabeth. –Yo también me siento devastado.- añadió.
               Una puerta se abrió y Helliam Constantine apareció en el umbral de la habitación. La habitación disparaba un hedor a vodka y especias. –Necesito hablar urgente con los siete.- dijo en medio de un largo bostezo y comenzó a caminar por el largo pasillo. Edward le siguió con la mirada, hasta que el hechicero dio vuelta y desapareció. –Deberíamos avisar a los demás.- dijo Andrew. Los dos exorcistas caminaron por el pasillo hacia la habitación de Elizabeth Clawford y se detuvieron bruscamente en la puerta. Se miraban el uno al otro, esperando que alguno llamara a la puerta. Al cabo, Edward golpeo dos veces en la puerta. No hubo respuesta; golpeo de nuevo, sin respuesta. Después de la tercera vez, escucho los cerrojos y la puerta se entreabrió.
               -¿Qué quieren?- pregunto la joven. Sus ojos no parecían mirar a ninguno de los exorcistas, tenía la mirada perdida. Andrew noto lo rojo de sus ojos. Advirtió que se había pasado la noche llorando. –Helliam pidió vernos a los siete.- le respondió Edward. Elizabeth cerró la puerta de golpe. Andrew vio el gesto de compasión en el rostro de Edward y comenzó a caminar, saliendo del corredor.
                  La lluvia caía como una daga sobre el rostro de Orgullo. Esperaba en las afueras del conocido Devil´s Nest a sus hermanos. – ¿No ha llegado alguno menos idiota?- dijo una voz por detrás del vicio. Orgullo se giró y vio a una mujer que llevaba un vestido negro y el rostro cubierto por un oscuro velo y acompañada por una esbelta figura de labios rojos. Su hermana, Lujuria. -¿Quién murió?- pregunto el en tono jocoso. Envidia soltó un gruñido al tiempo que se cruzaba de brazos.
               -¿Por qué no entras?- le pregunto su hermana.
               -Ira dijo que aguardaremos hasta que todos estuvieran aquí.-
               -¿Y cuánto tiempo tendré que estar aquí afuera contigo?- pregunto Envidia, fastidiada.
               -Si no te gusta, puedes dejar tu queja con mi hermano.- le respondió Orgullo tajante.
               La noche comenzaba a exhibirse fría y más oscura. Orgullo miro la hora es su reloj de bolsillo. Marcaba las doce más un minuto. Tiritaba de frio en aquella calle. -¿Tienes frio?- pregunto Lujuria de pronto. –Tal vez yo pueda calentarte un poco.- dijo. Comenzó a pasear lentamente la mano por el rostro de su hermano. –Tus vulgaridades no funcionan conmigo.- le espeto Orgullo. Lujuria no pareció escucharle y continúo tocándole el rostro. Se acercó lo suficiente para que este pudiera sentir su respiración. -¡He dicho que pares!- grito. –Ni siquiera sé dónde has metido esas manos. ¡Aléjate de mí!- Orgullo se alejó rápidamente de Lujuria y esta rio lacónicamente. -¿En verdad creíste que te haría algo?- pregunto en medio de una sonrisa.
                   Edward y Andrew caminaban en torno a la biblioteca. Habían buscado a Jasper en su habitación y luego recordaron que cada día seguía la misma rutina. Era el primero en despertar y era el primero en entrar en la biblioteca. Edward abrió la puerta y esta crujió bajo el suelo. El joven músico se encontraba sentado junto a una ventana. No hacía nada, solo miraba hacia afuera. El cielo era gris y una ráfaga de agua caía sobre la ciudad, bloqueándole la visibilidad de las calles.
               -¿Qué estás haciendo?- pregunto Edward.
               -Veo la lluvia caer.- respondió Jasper con un tono de monótono y melancólico.
               -Pensé que estarías leyendo o tocando.-
               -No estoy de humor para eso.- dijo el joven músico, soltando un largo suspiro.
               -Helliam quiere vernos. Quiere vernos a los siete.-
               -¿Siete?-
               -Cyra es parte de nosotros ahora.-
               -Ya veo.- El joven se levantó de su asiento y salió lentamente de la habitación. En el pasillo, la tenue luz del instituto ensombrecía el rostro del músico. Giro en la esquina y a la vuelta se topó con Anthony. El joven encapuchado venía con la cabeza gacha y no pareció ver a Jasper hasta el momento en que se estrelló contra él y ambos rodaron por el suelo.
                   Los siete vicios se sentaron a la mesa. El Devil´s Nest era un lugar concurrido de bestias y otros entes no pertenecientes al mundo mundano. Orgullo se sentó en la esquina, apartado de toda la suciedad de la taberna. Habían ordenado al camarero llevarles una botella de “cuello de niño”, también conocido como el whisky de los demonios. -¿Para qué nos has citado a todos aquí?- era la voz de Codicia. Ira se cruzó de brazos y dijo, soltando un gruñido. –Debemos comenzar de inmediato con la destrucción.-
               -¿Cuál es el plan?- pregunto Envidia en voz baja, casi susurrando.
               -¿No es ya bastante obvio?- le espeto Orgullo.
               -Comernos a los exorcistas.- dijo Gula, saboreando a su presa
               -Nadie se comerá a nadie.- dijo Lujuria
               -Es muy probable que los exorcistas nos busquen. Asesinamos a uno de ellos así que probablemente quieran venganza. Vendrán a por nosotros y cuando eso suceda, estaremos listos.- espeto Ira en un bufido.
               Los vicios comenzaron a beber de la botella. La pasaban unos a otros, menos Orgullo, odiaba beber de una botella de la que ya había bebido alguien más. –Yo iré al tocador a acicalarme.- dijo y acto seguido se levantó de la mesa. El baño de la taberna no estaba más limpio que el resto del lugar. Probablemente era el lugar más sucio del edificio. El pecado maldijo su suerte. Fue al lavabo y se enjuago con agua fría la cara. Luego se quedó contemplando su rostro en el espejo. “Eres muy apuesto” se dijo. Mojo su cabello y lo peino hacia un lado.
               Los hijos del averno salieron de la taberna, sintiendo las gotas de lluvia caer como dagas sobre sus rostros. Ira iba al frente y le seguía Gula. Más atrás se encontraba Codicia, llevaba a Pereza sobre su espalda. Detrás de él, avanzando a paso lento iban Lujuria, Envidia y Orgullo. Los siete se encontraban en total silencio. Gula fue el primero en romper aquel incomodo mutismo.
               -Estoy hambriento.-
               -¿¡Que cosa!? Pero, si acabamos de comer.- le espeto Codicia
               -¡Gordo imbécil tenemos cosas más importantes que hacer!- esta era la voz de Envidia
               -¿Tienes que ser tan vulgar todo el tiempo? Haces que me duelan los oídos.- Orgullo se unió a la conversación.
               -Cúbrete los oídos entonces.- le espeto
               -¡No empecemos! ¡Cierren la boca todos!- vocifero de pronto Ira.
               -¿Por qué gritan tanto? Intento dormir.- dijo Pereza en medio de un bostezo.
               -¡Silencio!- dijo Gula, medo gritando y medio susurrando. -¿Huelen eso?-
               -Están cerca.- respondió Codicia.
                   -¿En dónde has puesto tu mente?- dijo Anthony con atisbo de dolor. Jasper Green se inclinó hacia su amigo y le tendió la mano, ayudándole a ponerse en pie. –Lo lamento.- comenzó –No te he visto.-. El joven, dolorido, sonrió en señal de perdón. La sonrisa apenas era visible, la sombra de la capucha la cubría. Jasper se puso a pensar en todo el tiempo que llevaba conociéndolo. “¿Qué se esconde detrás de esa capucha?” se preguntó. Nunca había visto el rostro completo de Anthony Hallward y no era el único, nadie lo había visto. Se quedó absorto en sus pensamientos; su mirada fija y de pronto, vacía. -¿Jasper?- pregunto Anthony y chasqueaba los dedos, como si con eso pudiera hacerlo volver. -¡Oye Jasper!- grito por fin. El joven músico apenas pareció escucharle. Pestañeo, como si acabara de despertar. -¿Qué ocurre?- pregunto incrédulo.
               -¿A dónde te fuiste?- Anthony se dio cuenta de la ironía de aquellas palabras.
               -No importa, solo me quede pensando en algo.-
               -¿Ah sí? Apuesto a que era en la nueva chica, la que acaba de llegar.- sonrió maliciosamente.
               -¡Claro que no!- dijo el músico, exaltado.
               -¿Seguro no pensabas en sus…?-
               -¡Basta! Estas enfermo.- le espeto interrumpiéndolo y anticipándose a la pregunta; apartando su rostro del de él, que ya estaba bastante cerca. –Como sea, Helliam quiere vernos. Basta de juegos y veamos que quiere.- Ambos amigos caminaron juntos por el pasillo, doblando en la esquina izquierda y llegando a la puerta donde antes se encontraba Mikael Clawford. Ambos sintieron ira combinada con una amarga tristeza.
               Al entrar en la habitación, iluminada por una tenue luz proveniente de un pequeño candil que colgaba del techo, Jasper distinguió a cuatro de los siete exorcistas. No le pareció extraño que Elizabeth fuera quien faltara de presentarse. –Estamos completos, por ahora.- dijo el brujo en voz queda. Helliam Constantine se dirigió hacia un guardarropa, tenía una llave incrustada en uno de los cerrojos. La hizo girar una, dos y hasta tres veces y el ropero, echo de madera de arce, se abrió de par en par. Los exorcistas observaron en silencio dentro del ropero. Edward fue primero en romper el mutismo.
               -¿Qué son?-
               -La prueba de su existencia.- Helliam hablo con voz ronca. Vio la confusión cruzando por el rostro del joven de cabello gris y añadió:
               -Son sus nuevos uniformes. Las ropas que prueban que son parten de la orden de los exorcistas.- se acercó al guardarropa y tomo una de las capas abotonadas. Era de un negro tan oscuro como la misma noche e iba acompañada de un par de pantalones del mismo color. La tendió hacia Edward. Este sintió un material suave al tocarla, similar al cuero. -¿De que esta hecho?- pregunto curioso. –Es un material suave y a la vez resistente. No los harán inmortales, pero si los protegerán un poco.- dijo el hechicero. Iba a añadir algo, pero entonces la puerta se abrió lentamente y Elizabeth Clawford apareció en el umbral. -¿Aun puedo entrar?- sus ojos estaban rojos como si hubiese estado llorando por un largo rato. El hechicero le sonrió y le hizo un gesto para que pasara.
               Helliam busco más adentro en el guardarropa. Saco una ropa hecha del mismo material que la otra, la diferencia era que esta nueva, en vez de un par de pantalones era una falda oscura acompañada de un par de medias largas. –Esta es para usted.- dijo y se la tendió a Elizabeth. Esta la tomo con un poco de desdén y dijo:
-La falda es muy corta, prefiero una vestimenta normal.-
-Tiene suerte, por error nos enviaron un par de pantalones extra.-
-Tomare esos entonces.-
-Por desgracia no sabíamos que habría un séptimo exorcista, por lo que solo existe un par extra de pantalones.- se giró hacia Cyra.
-No importa, no me gustan mucho los pantalones. Tomare la falda.- dijo esta y se acercó.
-Es mejor que vayan a vestirse todos. Hay una nueva misión para ustedes.- indico el brujo.
-No usare esto.- la voz de Faust retumbo en la habitación.
-¿Por qué no?- pregunto Andrew.
-Tiene mangas, odio las mangas.- dijo el susodicho.
-Entonces arráncalas.- dijo Edward con manifiesto.
-Esa es una gran idea.- dijo Faust y acto seguido arranco las mangas de la túnica.
-Bien, ahora vayan a vestirse y los espero de vuelta aquí.- les espeto el brujo.
Los exorcistas salieron de la habitación en una fila india. Edward iba al final y antes de que pudiera cerrar la puerta tras de sí, la voz de Helliam lo detuvo.
               -Tengo algo más para ti.-  
               -¿Qué cosa?- pregunto Edward. Helliam le hizo un gesto con la mano para que el joven exorcista se acercara. Se agazapo en el guardarropa y removió la parte de abajo. Había una manta, Edward advirtió que una punta brillante salía de ella. Una espada. –Esto es el sello de la familia Wickershamm, de tu familia.- le dijo el hechicero haciendo énfasis en las últimas palabras. Le tendió el polvoriento manto al exorcista, que lo desplego cuidadosamente. Una espada que brillaba con la intensidad de la misma luna. A Edward le pareció sorpresivamente ligera para el tamaño. –Ahora es tuya.- añadió el brujo. Edward iba a decir algo cuando la puerta se abrió y los exorcistas entraron, vestidos con la capa negra. Noto que Anthony seguía llevando su vieja capa encima, cubriéndole el rostro. Andrew llevaba una pequeña armadura sobre la misma capa y las demás, las demás no habían cambiado mucho del original. El brujo les sonrió y luego hablo.
-Ahora prepárense para lo que viene.-
-Los siete demonios.- dijo Andrew y el brujo asintió.
-Los siete vicios, los siete pecados, los siete hijos del averno.-
-Voy a regresarlos a todos a su maldito agujero.- una mirada de rabia cruzo por el rostro de Elizabeth al pronunciar aquellas palabras.
-Vayan por ellos.- les espeto el brujo, mirando a los siete exorcistas con sus amarillos ojos.
   Los siete vicios caminaban bajo la luz de la luna. Tomaban el camino más corto hacia el panteón. La lluvia había cesado y la húmeda había tomado su lugar. –Esta humedad encrespara mi sedoso cabello.- dijo Orgullo. Le gustaba ver la lluvia caer, pero detestaba que le cayera encima. Se acercaban al panteón. Ira por delante pronuncio unas palabras en enoquiano y dos puertas aparecieron. –Oye.- comenzó Envidia volviéndose hacia Orgullo. –No mueras ¿de acuerdo?-
-Alguien me va a extrañar.- dijo el aludido.
-Mentira, es solo que si mueres no podre burlarme de tu asqueroso rostro.-
-¿Asqueroso dices? ¡Yo te mostrare lo que es asqueroso en verdad!- el vicio se abalanzo sobre su hermana. Comenzaban a discutir cuando Ira soltó un gruñido, haciéndolos parar.
-¡Basta! Tenemos cosas más importantes que hacer.-
-Ella comenzó.- dijo Orgullo, indignado y cruzándose de brazos.
-¡Me importa un santo quien comenzó!- vocifero su hermano de nuevo.
Los vicios caminaron dentro del infierno, esta vez en silencio. Orgullo y Envidia se habían limitado a lazarse miradas penetrantes el uno al otro. De cuando en cuando, su hermano Ira los miraba de reojo, solo para asegurarse de que se mantuvieran en mutismo total; y así fue. Un denso calor recorría los cuerpos de los siete. -¿Qué sigue?- preguntó Lujuria. Ira se giró hacia su hermana. Se removió el bozal que cubría mitad de su rostro, revelando una larga cicatriz que corría por su mejilla. –Ahora los esperamos.- dijo con voz áspera.
   Los siete exorcistas salieron de la habitación uno a uno. Tomaron sus armas y salieron del instituto, en busca de los siete hijos del averno. Helliam se quedó en la que solía ser la habitación de Mikael Clawford, esperando la hora de la reunión con el Cuartel General de Exorcistas. Se dejó caer sobre el suave sofá y se hundió en sus pensamientos. Recordó la vida de hace 500 años, cuando lincharon a su madre, acusándola de ser una bruja. Había sentido miedo en un principio, luego este miedo fue suplantado por la rabia y la ira, al ver que quien encabezaba la furiosa turba era el banquero del pueblo y también, su padre. “Los humanos son una raza hipócrita” se dijo a si mismo.
Llamaron a la puerta. En el umbral apareció un hombre joven, bien vestido y con una actitud distinta a todos los viejos exorcista. Helliam advirtió que aquel joven devoto aun no veía el horror del mundo. –El Consejo está listo para comenzar.- le dijo y el brujo asintió con la cabeza. El joven hizo una reverencia y se marchó por el pasillo. “Seguramente me harán preguntas acerca de la muerte de Mikael” pensó Helliam y se paró del sofá, resignado.
Cruzo el largo pasillo, camino a las escaleras. La sala de reuniones se encontraba dos pisos más arriba de donde él estaba. Sería un camino largo y cansado. “Estas viejo para esto” se dijo, pronunciando aquellas como si fueran de alguien ajeno a él. “Vamos tienes 500 años, ya no se es lo suficientemente viejo para nada.” Al llegar hasta arriba, se topó con una única puerta. Junto a ella dos hombres uniformados y de aspecto malhumorado cuidaban la sala.
   Los exorcistas caminaban por la ciudad, aun iluminada por la brillante luz del sol. Edward se puso a pensar lo que sería de aquella alegre ciudad si los hijos del averno tomaban posesión. De pronto, un grito desgarrador lo saco de sus pensamientos. Los siete corrieron calle abajo, en un callejón, el cuerpo de una niña estaba tendido en el suelo y junto a ella, una criatura de gran tamaño sostenía una pequeña muñeca.
Cyra Venatrix corrió hacia el demonio y con un movimiento ágil y rápido, logró hacerle un corte a la criatura con sus pequeñas dagas. Esta cayó al suelo como un costal de cemento. De pronto otro alarido desgarrante se escuchó unos kilómetros hacia el oeste. Los exorcistas corrían en aquella dirección, cuando cientos de gritos comenzaron a escucharse en todas direcciones. Se quedaron inmóviles por unos instantes. -¿Qué rayos está pasando?- dijo Andrew exaltado. Se escucha un grito tras otro, los siete no sabían en qué dirección moverse.
Anthony Hallward fue el primero en moverse. Fue hacia el oeste, a paso rápido y Jasper le siguió. Llegaron hacia un callejón sin salida y se toparon con la misma escena de horror. El cuerpo de una niña tendido en el suelo y el demonio junto a ella. Anthony blandió su hoz frente a la criatura, pero esta bloqueo el ataque con la cuchilla que tenía por brazo. –Leslie quiere jugar.- dijo el demonio con una aguda voz y entonces empujo al exorcista y este rodo por el suelo. Se disponía a acertarle un golpe directo hasta que Jasper comenzó a frotar el arco en contra de las gruesas cuerdas del violín. El demonio soltó un alarido, el sonido del violín lo aturdía. Anthony tomo la hoz una vez más y con un giro, corto al demonio por la mitad.
Helliam Constantine entro en la sala. Era una habitación bastante grande y contaba con cientos de butacas, las cuales todas se encontraban ocupadas. Observo que en la parte de enfrente había tres hombres sentados en un asiento similar al de un juez en la corte. Uno de los uniformados le indico al brujo que tomara asiento junto a aquellas tres personas. De pronto se sintió como un preso que se prepara para recibir sentencia. –Ya que estamos todos.- comenzó el presidente del consejo. Un hombre grande de cabello largo y negro. Llevaba un parche en su ojo derecho. –Demos inicio a la sesion.-
Se hizo un silencio en la sala. Helliam se preparaba para ser cuestionado. Un hombre que se encontraba sentado un poco más lejos del presidente se levantó y hablo.
-En mis manos la carta de recomendación de Mikael Clawford acerca de un sucesor en caso de que el muriera. La carta presenta como único candidato para el puesto de director de este instituto al hechicero experto en demonología y artes oscuras Helliam Bendek Constantine.-
-Con todo respeto.- comenzó el director de la rama Asiática. Un hombre delgado y joven de ojos rasgados.- No me parece competente que un brujo controle el instituto. Es decir, no es un exorcista como todos aquí.- se hizo un bullicio y el presidente golpeo la madera frente a él, haciendo que los presentes guardaran silencio.
-Si me permiten.- comenzó la directora de la rama americana. Una mujer esbelta de cabello rubio y ojos claros. –No existe ningún artículo que prohíba dicha decisión. El artículo   sexto de la sección 3B estipula que una persona puede apelar al puesto de director mientras que tenga conocimiento sobre ello.- el bullicio se apodero de la sala una vez más. Argumentos a favor y en contra de que Helliam Constantine tomara el puesto del director tomaron partido. El brujo permaneció sentado en aquel pequeño espacio, pensando si realmente era apto para el puesto. De pronto, el sonido del mazo contra la mesa resonó en la sala entera. -¡Silencio!- grito el capitán general. –Creo que todos entienden que cuando alguien muere, su última voluntad deberá ser respetada. Si Mikael Clawford decidio que Helliam Bendek Constantine fuera su sucesor, no tenemos opción más que obedecerle. Si alguien tiene alguna objeción con esta decisión deberá proponer a otro candidato para el puesto.-
-¿Qué hay de la hermana del fallecido?- pregunto el director de la rama asiática, Nori Yakamura.
-Ella aún sigue siendo muy joven para esta carga, además su hermano acaba de morir. Es demasiado para ella.- dijo la capitana de la rama americana, Violett Hemingway. Se hizo un silencio en la sala, al cabo, el director general hablo.
-Entonces creo que todos sabemos cuál es el veredicto final.-
   Elizabeth Clawford corría en dirección al sur, llegando a un callejón sin salida y con la misma escena espeluznante de la niña y la bestia junto a ella. Tomo uno de los abanicos que cargaba y lo lanzo contra la bestia. Este atravesó el cráneo del demonio y se abalanzo contra la joven. Antes de que pudiera atacarla, Fasut le dio un golpe certero con el hacha y el demonio cayó al suelo. -¿Están bien?- Eliabeth se giró y vio a Edward Wickersham con el rostro bañado en sangre. -¿Tu estas bien?- le pregunto.
-No es mi sangre, me topé con algunas de esas cosas en el camino.-
-¿Y Andrew?- pregunto Faust
-Él está bien pero parece que siguen llegando más cosas como esta.-
-No podemos detenernos a pelear con ellos. ¿Qué pasa con la puerta?- le espeto Elizabeth
-Lo sé, si destruimos la puerta esto se terminara. Pero ¿y las vidas que se perderán aquí? ¿Acaso no importan?-
-No digo que no importen, pero algunas veces hay que sacrificar algo para conseguir algo mucho más grande.-
-¿Y si fuera Mikael?- Elizabeth sintió aquellas palabras calvándose en lo más profundo de su alma.
-¡No te atrevas a meter a mi hermano en esto!- le espeto
-Si fuera el quien estuviera aquí querrías quedarte a ayudarle. ¿O es que acaso ya no importan los demás solo porque el murió?-
-¡Dije que pares!-  grito la joven y dio un revés al joven exorcista que entonces permaneció callado.
   -¡Un brujo no es capas de dirigir el instituto!- exclamó el director de la rama asiática apretando la mandíbula, conteniendo la rabia que sentía.
-¿Lo dices por Ace?- pregunto Violett Hemingway
-La decisión ya ha sido tomada.- comenzó el director general. –Helliam Bendek Constantine, te nombro a ti director de la rama Europea.- el bullicio comenzó de nuevo. Algunos de los presentes aplaudieron, otros se cruzaban de brazos, refunfuñando la decisión del director general. De pronto, un estruendo sacudió el edificio entro. -¿Qué fue eso?- pregunto exaltada la directora de la rama americana. El brujo sonrió satisfactoriamente. –Si fuera ustedes, me iría ahora mismo.- se levantó y salió de la sala lentamente, como una sombra que se pierde en la oscuridad.
Los presentes comenzaron a dejar la sala rápidamente. Cada una de las divisiones se mezclaba en el corredor. El director general salió por último, junto con dos compañeros. Los directores de la división americana y asiática le esperaron en la puerta. –Volvamos a los viejos tiempos.- dijo el director general y comenzaron a bajar las largas escaleras.
Al salir por las puertas del instituto sintieron un denso calor que los envolvía. Se encontraron con un condado de Ruttenburg casi en ruinas. La gente corría de aquí para allá siendo perseguida por bestias del inframundo. Nori Yakamura diviso a un grupo de jóvenes que luchaba más allá del edificio contra las bestias. Sostuvo la funda que contenía su katana y corrió por las calles.
   Un demonio se abalanzo sobre Elizabeth Clawford. Edward se disponía a blandir la espada que Helliam le había entregado, pero entonces una figura vestida en rojo se había posado frente a él. El demonio comenzó a sangrar y cayó al suelo para no levantarse jamás. El exorcista vio una hoja oscura bañada en sangre frente a él. No había percibido el momento en el que la figura había blandido la espada. –Es mejor que se vayan. Nosotros nos encargaremos.- dijo. -¿Nosotros?- pregunto Edward. –Sí, nosotros.- el joven exorcista se giró y vio a una mujer esbelta de cabello rubio tan claro como los mismos rayos del sol. El joven asintió y junto con sus compañeros comenzaron a correr fuera de la escena. Antes de alejarse demasiado Edward se giró una vez. Observaba los movimientos agiles y rápidos de la mujer. Vio que llevaba dos sables en sus manos y los blandía con tal suavidad como la del viento mismo. -¿Quiénes son?- pregunto. La mujer le sonrió y con una voz suave le respondió. –Exorcistas.- una única palabra que respondía a todas las dudas que pudiera tener Edward sobre sus salvadores.
Los exorcistas comenzaron a correr de prisa por las calles. Sentían el paso del tiempo en sus propias venas. El cielo sobre ellos había oscurecido un poco y a lo lejos se podía observar un color rosado, donde el sol comenzaba a ponerse. -¡Espérenos!- grito una voz desde lejos. Edward se giró y vio a Anthony Hallward junto a Jasper Green corriendo hacia ellos. Y un poco más atrás, diviso el cabello rojizo de Andrew Greyson. Se quedaron inmóviles por unos instantes. Parecía como si Edward los estuviera contando para saber si estaban completos y advirtió que faltaba una persona. -¿Y Cyra?-
-Aquí estoy.- dijo la joven
-Entonces, ¿estamos todos listos?- pregunto Edward. Sus compañeros asintieron y juntando las palmas dijeron todos al unísono. –A Dios servimos, al demonio extinguimos.- acto seguido comenzaron a correr por debajo del cielo ahora negro.
-Nate River-
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the4heretics · 8 years ago
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La Legion de Dios-10
La ladrona y la caja
               La luz de la luna abrazaba la ciudad de Ferrengire. Cyra Venatrix aguardaba pacientemente desde los tejados el cierre del museo. Observaba a la gente caminar de un lado a otro, observando cada una de las reliquias ofrecidas en la exposición. Una de ellas, la caja de pandora, había captado la atención de la joven años atrás. Se decía que dicha reliquia era testigo de la definición de destrucción. –Hermosa noche ¿No te parece?- pregunto una voz detrás de ella. -¿Quién eres?- pregunto Cyra. El joven, de cabello claro y bien peinado le hablo en un tono suave. -¿No me conoces? Soy Alexander Pierce.- dijo sintiéndose orgulloso.
   La mañana era clara y fría. Edward Wickersham caminaba por los largos pasillos, contemplando cada una de las pinturas en la pared. Pensaba en la historia que podía contar cada una de ellas, así hasta llegar al estudio de Mikael Clawdord. -¿Ocurre algo?- pregunto el director. Edward, aun somnoliento, se tiro sobre el sofá y después hablo. –Es extraño no despertar con tus gritos de siempre.- el director se limitó a hacer una media sonrisa. Había algo, pensó Edward, en el aura de Mikael esa mañana. Preocupación, estrés, ansiedad, todas eran opciones. -¿Te encuentras bien?- pregunto el exorcista. –Claro, solo estoy algo cansado. Llama a Faust y Andrew.- había algo preocupante en la voz de Mikael, pensó Edward. Esa mañana se le veía desmotivado.
               Edward encontró a Faust y Andrew sentados en la cafetería. Parecían hablar en voz baja, susurrando como si no quisieran que nadie les escuchase; callaron súbitamente al ver a Edward acercarse a ellos. –El director quiere verlos.- dijo en tono pasivo. Los exorcistas se levantaron de sus asientos y avanzaron camino al estudio de Mikael Clawford, no sin antes toparse con su hermana. –Oh vaya, iba camino a sus dormitorios a llevarles el té de la mañana. Es extraño verlos despierto desde temprano.- dijo la joven. –Ahora que lo mencionas, desde que desperté he tenido una extraña sensación. Es como si mi mente advirtiera que está a punto de suceder algo.- esta era la voz de Andrew. – en realidad, todos habían sentido aquello.
               Entrando en la oficina de Mikael Clawford, los tres exorcistas se sentaron en el sofá y aguardaron sus órdenes. –El día de hoy irán al museo de Ferrengire- comenzó a decir el director y dio un largo sorbo a su taza de té. – ¡¿Hay demonios en las calles y quieres que tomemos una lección de historia!?- vocifero Faust, provocando que el director tirara su taza de té. –No, no tendrán una lección de historia.- asevero el director.
-¿Entonces de que se trata?- pregunto Edward.
-Necesito que busquen la conocida “caja de pandora” y me la traigan.- dijo Mikael.
-¡Quieres que robemos una reliquia del museo¡- vocifero Andrew.
-Si no lo hacen ustedes, lo harán los hijos del averno. Si esa caja se abre, el mundo que conocemos terminaría.- asevero Mikael.
               Los tres exorcistas dejaron el instituto camino a la estación de Ruttenburg. Tomaron el primer tren hacia Ferrengire. El silbato sonó y el tren comenzó a avanzar. Conforme avanzaba, el cielo comenzaba a tornarse gris y poco a poco las ventanas del tren comenzaban a mojarse. De cuando en cuando, el sonido de un relámpago cayendo sobre la tierra hacia que algunos de los pasajeros se sobresaltaran. Una tormenta era inminente, pensó Edward.
               Al bajar del tren, lo primero que se podía notar era el olor a humedad en el aire de Ferrengire. -¿Entonces robaremos una reliquia antigua?- pregunto Andrew, aunque era más una pregunta retórica. –No podemos hacerlo a plena luz del día. Esperemos a que el museo cierre.- esta era la voz de Edward. Los exorcistas comenzaron a caminar sin un rumbo específico. Una de las mejores cosas que podía sucederte en Ferrengire era perderte. El distrito contaba con numerosas construcciones de piedra y madera, así como incontables museos.
                   Seis de los hijos del averno caminaban entre las calles de Ruttenburg. -¿No falta mucho?- la voz de Envidia se alzó desde atrás. –Es en aquella montaña.- dijo Lujuria. Los vicios continuaron caminando, subiendo la montaña. En lo alto, un edificio similar a una catedral se alzaba por las nubes y en el centro de este, un ojo que miraba todo. –Debe ser ahí.- era la voz de Gula. Al poco rato, los vicios se vieron frente a frente en el instituto para exorcistas.
               -¿Quiénes son ustedes?- pregunto una voz que parecía venir desde adentro del edificio. El ojo arriba de la puerta se tornó rojo y la voz hablo de nuevo. -¡Intrusos!- grito y de cada lado de la puerta, dos enormes brazos salieron de entre las paredes. En un intento por coger a Ira, uno de los brazos fue destruido. -¡Abre la puerta!- vocifero Ira. Tomo el otro brazo y lo estrujo hasta que no quedo nada más que polvo. Acto seguido, golpeo la puerta volviéndola añicos.
   Elizabeth Clawford recorría los largos pasillos del instituto cargando una bandeja con tazas de té. Su vida era una rutina de todos los días. Se levantaba apenas amaneciera y se encargaba de llevar él te de la mañana a todas las habitaciones. De pronto, un estruendo seguido de un ligero temblor le hizo tirar la bandeja. En segundos, los pasillos se inundaron de gente corriendo hacia la entrada. Entre la multitud, Elizabeth distinguió a Jasper Green. -¿Qué sucede?- le pregunto consternada. –Dicen que alguien ha invadido el instituto.
               La puerta de la entrada estaba cubierta por una nube de humo negro. Elizabeth distinguió las sombras de 6 figuras. -¿Dónde está el chico?- pregunto un voz saliendo de los escombros. Elizabeth distinguió a una figura esbelta, pensó que sería una mujer. -¿Tienen cita?- una voz conocida se alzó desde atrás. Mikael Clawford.
                 -¿Creen que podríamos comer algo?- pregunto Andrew, sintiendo como su estómago pedía ser alimentado, al igual que un niño que quiere que le compren un juguete. –Me parece buena idea, además aún faltan algunas horas para que el museo cierre.- dijo Edward al tiempo que caminaba hacia un restaurante. –Podríamos comer ahí.- dijo de nuevo señalando el edificio con el dedo. Se acercaron al edificio, este con una fachada ofensivamente elegante y un letrero en letras cursivas con el nombre “Pandemonium”. El nombre no era muy atractiva, pensó Edward, sino  todo lo contrario. El simple hecho de pronunciarlo causaba terror y era precisamente por ello que la gente visitaba aquel restaurante, por esa sensación de terror y esa liberación de adrenalina.
               Entrando en el edificio, era imposible pasar por  alto el cálido ambiente familiar. Apenas entraba un cliente, todo el mundo sonreía y saludaba de una manera armoniosa, casi melódica. Un joven camarero se acercó a los exorcistas y dijo: -¿Puedo asignarles una mesa caballeros?- Edward asintió sonriente y el joven les indico que le siguieran, llevándolos por un laberinto de mesas y personas conversando de asuntos tan triviales que por poco hacen que Edward olvide por completo la existencia de los demonios.
               -Es un lugar agradable.- dijo Edward al tiempo que se sentaba. Noto que el respaldo de la silla era blando, forrado con piel y lo demás era madera de roble. Sus amigos le siguieron, sentándose en las esquinas de la mesa. –Mi nombre es Franzoi, sere su camarero el dia de hoy.- comenzó el joven mientras dejaba cubiertos y servilletas sobre la mesa. –Ahora si me permiten ofrecerles el plato principal del día.- parecía que iba a decir algo más, pero callo y los jóvenes exorcistas asintieron. Haciendo una ligera reverencia, el camarero se alejó. Edward le siguió con la mirada hasta verlo desaparecer tras dos puertas, que pensó, llevaban a la cocina.
               Minutos despues, el mismo camarero regresaba con un carrito que cargaba con tres bandejas que iban cubiertas por una tapa de metal brillante. Puso las bandejas cuidadosamente sobre la mesa y hablo. –El plato de hoy es roast beef cocinado a fuego lento acompañado con pan.- Los tres jóvenes sentían como su boca se hacía agua al ver aquel delicioso platillo. Una vez más, el camarero hizo una reverencia deseándoles buen provecho y se alejó.
                   Lujuria comenzaba a caminar lentamente hacia el director. Sonreía de una manera espeluznante y sus uñas comenzaron a crecer. De pronto, se detuvo súbitamente, como si hubiese una pared frente a ella que le impedía seguir adelante. Una risa lacónica se escuchó, seguida de una profunda voz. –Ha pasado mucho tiempo linda.- Lujuria vio una figura que surgía por detrás de Mikael, una figura conocida. Helliam Constantine.
               La risa escandalosa de Lujuria inundo el edificio. Reía a carcajadas. –Helliam Constantine- comenzó a decir. -¿Sigues molesto porque te deje?- su voz era sarcástica y para los oídos de algunos, era irritante. El hechicero soltó una risita y apretó el puño, provocando una leve explosión alrededor de los 6. Por unos segundos, el denso humo los cegó por completo. Jasper y Anthony se preparaban para una batalla. No creían que una simple explosión fuera a destruir a aquellos demonios y no se equivocaban.
               De la cortina de humo salió un bufido cargado de rabia. La explosión no había causado el más mínimo daño en los vicios. –Y aun no puedes hacer nada bien con las manos.- dijo Lujuria con ironía. Helliam Constantine vio como el humo comenzaba a disiparse. –Ni siquiera has logrado despertar a Pereza.- esta era la voz de Envidia. El brujo sonrió con malicia y al cabo, hablo. –La explosión no era para volverlos cenizas.- Comenzó –Era una mera distracción para lo verdaderamente peligroso. Vamos, traten de avanzar.- término la frase con una risa lacónica. Los hijos del averno se vieron sorprendidos al ver que se encontraban encerrados dentro de una barrera. Al cabo de unos segundos, Helliam soltó una carcajada y acto seguido, chasqueo los dedos dejando a los 6 envueltos en llamas dentro de la barrera.
               Alaridos de dolor salían de la barrera. Cuando el fuego se extinguio, los seis vicios se encontraban casi carbonizados. –Parece que al fin haz logrado encenderme.- dijo Lujuria con ironía. -¡¿Eso es todo?!- vocifero Ira. Para cuando el hechicero notro su presencia, este ya le tenía sujeto por el cuello. Noto que su mano estaba extremadamente cálida y vio como el vapor salía de su cuerpo ardiendo. -¡Basta!-. Vocifero de pronto Elizabeth Clawford. -¿Qué es lo que quieren aquí?- Ira soltó a Helliam y hecho una mirada penetrante al director del instituto. Seguido de la mirada de fuego, el vicio hizo una señal con la cabeza a Envidia. Su hermana sonrió de manera espeluznante y miro a Elizabeth vacíamente.
               La joven exorcista se sintió mareada de pronto. Sentía el sudor bajando por su espalda. Su garganta totalmente seca. Trago saliva, sintiendo que se  ahogaba en ella. Nunca antes había sentido tal nivel de horror cuando esa sombra se posó frente a ella. Elizabeth vio como el brazo de Envidia comenzaba a cambiar de forma, tomando la de un tentáculo. De pronto du vista se tornó roja. Se escuchó un gemido y Elizabeth sintió que se le escapa el aire.
                   -Ha sido una buena comida- espeto Edward Wickersham, al tiempo que le hacia una seña al camarero. Este se acercó rápidamente y hablando en una voz baja y suave, pregunto: -¿Puedo ofrecerles algo más?-. “Quizás el postre” pensó Edward, pero se sentía totalmente satisfecho al igual que sus amigos. –Solo díganos cuanto deberemos pagarle.- dijo. El camarero negó con la cabeza y al cabo dijo: -No se preocupen esto va por la casa.-
-No me molesta pagar.- dijo Edward.
-No se preocupen, es lo menos que podemos hacer después de todo lo que hacen por nosotros.- dijo el camarero y sonrió a los jóvenes. –Sé qué hace algunos días salvaron a un joven de un demonio en la iglesia, así que esta la forma de agradecerles.-
               Los exorcistas se levantaron de la mesa y se marcharon del restaurante, despidiéndose amablemente con la mano del amable camarero. La noche envolvía la ciudad y la luna inundaba las calles con su tenue luz. A lo lejos se escuchó una campana, marcando las 10 de la noche. –El museo cierra en dos horas.- comenzó Andrew. -Deberíamos entrar y escondernos hasta que cierre.- No era una mala idea, pensó Edward. Esconderse dentro, pasar como turistas y tomar la caja una vez que las entradas estén bloqueadas. Comenzaron a caminar por las iluminadas calles de Ferrengire en camino al museo. Una vez en la entrada, un amable guardia les advertiría que se apresurasen a contemplar las maravillas dentro. Pasaron junto a una exposición de arte, la cual exhibía cuadros de Leonardo Da Vinci como la Mona Lisa y La última cena. Más adelante se toparon con una obra de William Blake titulada como “El dragón de Blake”. Y más adelante a un, se encontraron con una vitrina de cristal y dentro de esta, una caja se encontraba en el medio. Tenía una tarjeta con una inscripción que titulaba la caja como “La caja de Pandora”.
               El reloj de la ciudad sonó, marcando la medianoche. Edward y sus compañeros habían pasado las últimas dos horas escondidos en el área de ocultismo. No era un área concurrida, la mayoría de las personas preferían ver arte y cultura en vez de aprender sobre magia negra y el infierno. Se habían topado con las pinturas del infierno descritas por Dante en “La divina comedia” y poco más adelante se habían encontrado con la imagen de un hombre que se trasformaba en un demonio, esa pintura había hecho a Edward estremecerse por dentro. Habían pasado desapercibidos y para las altas horas de la noche solo quedaban uno o dos guardias que merodeaban por los oscuros pasillos del museo, con ayuda de una lámpara de aceite. Los exorcistas comenzaron a caminar por los oscuros pasillos. Debían guiarse por sus instintos, su vista no sería de gran ayuda.
               Después de caminar un largo tramo, llegaron al área de antigüedades. A lo lejos se escuchaban los pasos de los guardias, vigilando dentro de la profunda oscuridad. De pronto se escuchó un alarido. Edward se volvió y su ojo se tornó rojo. –Toma la caja.- le espeto Faust. De un puñetazo, Edward rompió el cristal y tomo la caja, sintió que alguien más la sujetaba y las luces se encendieron.
               Volvió la mirada hacia arriba y vio un par de ojos rojos mirándolo. No sabría si era hombre o mujer, llevaba una capucha que cubría su rostro, pero dejaba al descubierto un mechón largo de cabello rojo. –Suéltala.- le dijo, pero Edward se aferró fuertemente a la caja. La figura lo fulmino con la mirada y saco algo del bolsillo. Súbitamente, la vista de los exorcistas se había cegado por un denso humo negro. A lo lejos, la sombra de la persona se alejaba a gran velocidad. –Vaya que es rápida.- dijo una voz conocida. Edward se volvió, detrás de él estaba Orgullo.
                   El cuerpo de Mikael Clawford cayó frente a su hermana. Elizabeth se quedó petrificada, preguntándose si se encontraba soñando. Por un instante, la joven sintió que el tiempo se detenía. Dejo de escuchar todo a su alrededor. Su atención se fijó en su hermano, desplomándose lentamente frente a ella. Por unos segundos, se vio aislada de todo lo demás. Esta ni siquiera noto cuando Anthony trato de atacar a Envidia y esta lo había arrojado al suelo como una fuerza descomunal. Después de unos minutos, Elizabeth dejo salir un alarido seguido de un llanto insaciable. -¡Qué demonios quieren aquí!- dijo al grito. Fulmino a los seis vicios con la mirada. Lujuria se acercó, en un rostro una mirada de lamento se proyectó. –Que lastima.- comenzó, llevándose la palma de la mano a la mejilla en un gesto de compasión. –Destruir un cuerpo tan joven y apuesto.- Elizabeth la fulmino con la mirada, apretó la quijada en un intento de evitar que sus gritos salieran de su boca. -¿Dónde está el chico?- pregunto Ira con una voz áspera y grave.
               El vicio se acercó a la joven y la tomo por el cuello, entonces pregunto de nuevo. -¿Dónde está el chico?- Elizabeth noto su mano extremadamente caliente. – ¡Dime!- grito Ira y comenzaba a levantar con su brazo a la joven. -¡No está aquí!- vocifero Jasper. Ira comenzaba a avanzar lentamente hacia el exorcista, hasta que Lujuria le detuvo. –Basta, el chico no está aquí. Volveremos después.- dijo. Su hermano la miro y luego al exorcista. A continuación los seis vicios salieron del instituto, dejándolo casi en ruinas.
               Elizabeth se arrodillo frente a s u hermano, que aún le quedaba un poco de vida y respiraba agitadamente. -¿Lizzie?- comenzó Mikael con apenas un hilo de voz. –Lo siento, olvide que no te gusta que te llamen así.- sonrió
-No importa.- dijo ella en un sollozo.
-Mi pequeña Lizzie. Promete que no descuidaras tu hermoso cabello y que jamás lo cortaras.- dijo Mikael y acaricio el rostro de su hermana. Ella noto que su mano estaba fría. Dejo que las lágrimas salieran de sus ojos, igual que al abrir un grifo de agua. El solo sonreía y la miraba. –Promete que cuidaras de todos, Lizzie.- dijo por último y Elizabeth vio como el brillo de sus ojos desaparecía poco a poco.
               Por unos segundos, que parecieron horas, la habitación se había quedado en total silencio, hasta que Elizabeth rompió en llanto. Sostenía el cuerpo de su hermano entre sus brazos y decía “No te vayas, no me dejes”. Helliam Constantine había tratado de apartarla de ahí, pero ella se negaba a dejar a su hermano. El brujo hizo una seña a los demás para que desalojaran el área y dejaran a Elizabeth en su momento de duelo.
                   Los exorcistas corrían a prisa por las calles de Ferrengire, Orgullo les seguía. Sabían que debían de recuperar la caja, pero nadie les había dicho que había dentro, ni que hicieran con ella una vez que la tuvieran en sus manos. Habían corrido ya varios kilómetros en busca de la persona que había tomado la caja y los había cegado con una bomba de humo. -¡Ahí está!- grito Faust y corrió de prisa hacia la figura encapuchada, tacleándola de manera que la llevo al piso. Sus compañeros se acercaron, corriendo y Edward tomo la caja. –Devuelve eso.- dijo la figura encapuchada. A continuación, dio un golpe certero a Faust en la nariz, haciéndole sangrar. Acto seguido corrió hacia Edward y en un intento de golpearlo, su rostro quedo al descubierto. -¿Una chica?- dijo Edward con asombro. Esta lo pateo en el estómago y la caja quedo  en el aire por unos instantes.
               La joven levanto los brazos en un intento por atrapar la caja, pero algo se interpuso en el camino. –Muchas gracias, pero yo tomare posesión de esta reliquia.- era la voz de Orgullo. Andrew blandió su espada contra el vicio, pero este la esquivo. -¡Estás loco!- le espeto. –Mi traje es nuevo, no dejare que lo arruines. Edward corrió hacia el vicio, golpeándole con la mayor fuerza posible. Su puño pareció cortar el aire y atravesó el cuerpo de Orgullo como si de una nube se tratara. A continuación, una risa lacónica  se escuchó detrás. –Ese no soy yo.- comenzó. –Es solo una ilusión. Y acto seguido, el vicio desapareció.
               -¡Lo dejaste ir!-le espeto la joven y miro a Edward con esos rojos. –No eres un brujo y no eres un demonio.- comenzó Edward. –Entonces, ¿Cómo es que tus ojos son rojos? La joven asintió con la cabeza y sonrió. –Mi visibilidad no es buena.- iba a decir algo más, pero Andrew le interrumpió: -Entonces, ¿Por qué no usas anteojos como la gente normal?- La joven suspiro, en un gesto de molestia. –Estos son lentes.-  comenzó al tiempo que abría uno de sus parpados y comenzaba a meter un dedo en el ojo. Los exorcistas la miraron con gesto de asco y un poco de miedo. –Yo misma cree estos lentes que mejoran mi vista y no se caen. Y bueno, el color es solo es solo para intimidar.- termino con una risilla y volvió a ponerse el lente. –Por cierto.- volvió a decir la joven. –Soy Cyra, Venatrix.- termino al tiempo que extendía su mano. A continuación, los jóvenes exorcistas se presentaron con ella. -¿Ahora qué sigue?- pregunto Faust.-Orgullo se llevó la caja ¿Qué hacemos?
-Deberiamos avisar a Mikael y esperar órdenes.- dijo Edward.
-Entonces ¿Regresamos?- pregunto Andrew, pero sabía que era una pregunta retórica. Los exorcistas comenzaron a caminar, pero Faust los detuvo súbitamente. –Esperen.- espeto -¿Qué hacemos con ella?- dijo señalando a la joven detrás de ellos.
-Que nos siga.- dijo Edward. Andrew y Faust se vieron sorprendidos ante aquella declaración.
-¿Estás seguro? No parece ser una exorcista.- dijo Andrew.
-¿No lo notaron?- comenzó Edward. –Puede ocultar su energía espiritual ¿No es así?- se giró hacia Cyra y esta le devolvió una sonría y asintió con la cabeza.
               Los exorcistas tomaron el tren de regreso a Ruttenburg, llegando de madrugada. Comenzaron a subir por el camino rocoso, notando el fresco aire que bajaba por las montañas.  Al llegar a la cima, una escena de horro se posó frente a ellos. Las puertas destruidas y junto a los escombros, dos brazos gigantes de piedra. Entraron en el instituto, esperando que todos se encontraran bien, pero no fue así. Elizabeth Clawford se encontraba hincada frente a una figura. El cuerpo sin vida de Mikael Clawford.
-Nate River-
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the4heretics · 8 years ago
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La Legion de Dios-9
La cadena del Diablo
               Los exorcistas caminaban a paso rápido por la ciudad de Ruttenburg. Llegaron al cementerio, un terreno grande y casi abandonado. -¿Qué hacemos aquí?- pregunto Andrew. Faust lo miro con rostro de fastidio. -¿En que otro lugar podría estar la puerta del infierno?- era una pregunta retórica pensó Andrew. –Aun así, no sabemos cómo abrirla o siquiera como encontrarla. Deberíamos buscar al ocultista del que hablo Helliam.- dijo Andrew con determinación. Faust lo miro con el rostro molesto y después hablo. –Nos llevara horas buscar al loco ese solo para que nos regrese aquí. Yo creo que si movemos algunas tumbas podemos encontrar la puerta.-
   Edward Wickersham escucho una profunda voz llamándole. –Acércate- decía en tono áspero. Comenzó a caminar lentamente cortando la densa oscuridad. Ojos en llamas lo miraban de frente, el joven se acercaba cada vez más. –La puerta pronto se abrirá- dijo la voz. Edward se sentía la boca completamente seca y cuando hablo las palabras parecían salir por si solas. -¿Cuál puerta?- pregunto confundido. –La puerta del infierno- Edward se despertó con un sobresalto y se sentó súbitamente sobre la cama. Se quedó mirando el espejo durante un largo rato antes de ponerse en pie. Se puso su vestimenta habitual que consistía en un pantalón largo color negro, camisa blanca y abotonada y un chaleco gris. Salió de su habitación y corrió a la sala de investigación en busca de Mikael Clawford.
El director se encontraba sentado y durmiendo como siempre. -¡Director!- grito Edward y en un movimiento brusco, Mikael Clawford cayó de su asiento. -¿Qué ocurre? ¿Por qué los gritos?- dijo aun somnoliento. –He tenido un sueño muy extraño, como si fuera una visión de lo que va a pasar- comenzó a decir. –Háblame de el- dijo una profunda voz detrás del exorcistas. Era Helliam Constantine, Edward no le había escuchado entrar en la habitación; se movía en completo silencio, como un fantasma. Se sentó con la pierna cruzada y una sonrisa de oreja a oreja proyectándose en su rostro. –Entonces, ¿Qué has visto?- pregunto. Edward se sentó en el asiento de al lado, una mirada de horror le cruzaba por el pálido rostro. –Dijo que la puerta del infierno se abrirá pronto- el brujo pareció interesarse aún más porque su sonrisa se amplió al escuchar tales palabras. Se quitó las oscuras gafas y miro a Edward con esos amarillo ojos de gato. -¿Quién te lo dijo?- Edward sentía estremecerse por dentro cada vez que veía aquellos ojos amarillentos.
Elizabeth Clawford abrió la puerta de golpe, entrando así en la habitación. –Oh, Lizzie llegas justo a tiempo- comenzó a decir el director del instituto. -¡Te dije que no me llames así!- dijo Elizabeth con una mirada de fuego en su rostro. –Como sea, necesito que llames a Andrew y a Faust- Elizabeth odiaba cuando su hermano le hacía encargos de ese tipo, como si de una secretaria se tratara, pero sin quejarse al respecto, dejo la habitación, obedeciendo a su hermano.
Al poco rato de haber salido, la joven volvió junto con dos personas que le seguían: Andrew y Faust. -¿Hicimos algo mal?- pregunto Andrew. El director lo miro con una sonrisa y después hablo. –No, de hecho no han hecho nada. Ahora tomen asiento y escuchen- los jóvenes exorcistas se sentaron confundidos. –Edward prosigue con el relato por favor- Edward lo miro confundido y resignado, hablo. –No hay nada más eso es todo-
-¿Con quién has hablado?- pregunto Helliam Constantine de nuevo.
-No lo sé, no pude escuchar su nombre pero sus ojos estaban prendidos en fuego y parecían salirle dos cuernos del cráneo- el hechicero se deleitaba con cada palabra que el joven decía, interesándose en el cada vez más. –Es muy probable que hayas tenido en efecto una visión del futuro, además hay reportes que indican que una pequeña esencia demoniaca fue liberada cerca de aquí, así que coincide-. Faust y Andrew parecían cada vez más confundidos con las palabras del director y Elizabeth no se quedaba atrás. -¿Qué está pasando?- pregunto Andrew-. –Edward ha sido informado de que la puerta del infierno se abrirá pronto. Asi que quiero que ustedes dos la busquen y la destruyan, claro que para eso deberán hacerlo desde adentro- el rostro de Andrew palideció por unos segundos. -¿Por qué nosotros y no Edward?- pregunto Faust algo molesto. –Le haremos algunos estudios, tal vez la esencia que lleva dentro sea más poderosa de lo que pensamos- dijo Mikael. –Yo llevare a cabo la investigación. Ahora ven conmigo niño- dijo Helliam emocionado tomando bruscamente el brazo de Edward y llevándolo fuera de la habitación. –Oh, por cierto- comenzó el brujo de nuevo –tengo un contacto en Ferrengire, es un ocultista. Quizas les sirva-
                   Faust comenzó a mover las pesada lapidas de formas brusca, pero la puerta no aparecía. Comenzó a destrozar cada una ellas mientas las lanzaba fuertemente. -¡Oigan! ¿Qué creen que hacen?- dijo una voz. Andrew volteo la mirada y vio a un anciano corriendo hacia ellos, sosteniendo una vara de madera en su mano. -¿Qué demonios creen que hacen?- dijo de nuevo el anciano. –Amm…pues nosotros- comenzó Faust, pero no término, pues la vara del anciano le golpeó fuertemente en la cabeza. –Golpearlo no arreglara nada, por favor déjenos explicarle- comenzó a decir Andrew. -¿Explicarme? No, no quiero sus malditas explicaciones- dijo y golpeo a Andrew en el cráneo –Los quiero fuera de mi panteón, vamos largo- ambos jóvenes, adoloridos, caminaron fuera del panteón. –Todo es tu culpa- vocifero Andrew molesto. –Te dije que buscáramos al anciano primero- Faust se limitó a cruzarse de brazos en un gesto molesto e indignado. –Vayamos a Ferrengire- dijo Andrew resignado.
                   Helliam Constantine hizo girar su llave en el pesado cerrojo de plata y entro en la habitación. -¿Qué es este lugar?- pregunto Edward curioso. El brujo se sentó y mostro una sonrisa de oreja a oreja. –Es la habitación que Mikael me ha asignado, parece que estaré un tiempo por aquí- a Edward no le emocionaba la idea, cada vez que se encontraba cerca de aquel hombre sentía estremecerse por dentro. –Ahora descúbrete el brazo izquierdo- dijo rápidamente y abriendo más de lo común sus amarillos ojos. El joven se arremango dejando al descubierto su brazo demoniaco, con largas y afiliadas uñas y un color rojizo. –Dime, ¿sabes cómo controlarlo?- pregunto Helliam. –Sí, eso supongo. Puedo disparar energía espiritual- dijo el exorcista. El hechicero le indico que tomara asiento y acto seguido encendió la luz de la habitación. El desorden era impresionante. Libros tirados por aquí y allá, una botella de escoces a medio tomar tirada en el suelo; una vitrina en uno de los estantes, había algo dentro, algo que tenía vida. Era la habitación de un loco pensó Edward. El olor era simplemente indefinible. Era una combinación de alcohol, libros viejos y comida de varios días. -¿Qué es eso?- pregunto Edward apuntado a la delicada vitrina. –Un hechizo fallido- dijo Helliam.
               Edward miro como uno de los estantes se movió de forma brusca. Helliam se irguió en la silla. –Sal de ahí- dijo el brujo. De detrás del estante se asomó una pequeña criatura, temerosa. –No seas tímido, vamos ven aquí- la criatura tenia las orejas puntiagudas y los ojos grandes y llevaba un pequeño gorro rojo que cubría su cabeza. Era pequeño y regordete y su mirada era hacia el piso. Jugaba con sus dedos mientras avanzaba. Edward se le quedo mirando. -¿Qué es eso?- pregunto. La criatura se detuvo y miro hacia los lados, nervioso. –Es un duendecillo, se llama Tikki- dijo Helliam. –Ahora ven, acércate más. Edward es un amigo- el duendecillo se acercó lentamente, temeroso estiro la mano. –Gusto en conocerle- dijo despacio. Edward sonrió. –Igualmente- dijo. -¿De dónde lo sacaste?- pregunto el exorcista. –Lo convoque por accidente- dijo Helliam. -¿Y porque no lo regresaste?- pregunto Edward. El brujo comenzó a reír a carcajadas y después hablo. –Solo míralo, el pobre no duraría ni dos segundos en el infierno, no duraría dos segundos afuera de esta habitación-
-Nate River-
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the4heretics · 8 years ago
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Primer boceto de Edward Wickersham -Donkachong-
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the4heretics · 8 years ago
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Primer boceto de Faust Allighieri
-Donkachong-
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the4heretics · 8 years ago
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Primer boceto de Andrew Grayson
-Donkachong-
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the4heretics · 8 years ago
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La Legion de Dios-8
El camino hacia el infierno
Después de varios días caminando, los siete hijos de Satanás continuaban buscando el camino hacia su padre. Caminaban a paso firme, en total silencio escuchaban los gritos de las almas torturadas. -¿Cuánto más tendremos que seguir caminando?- era la voz de Orgullo rompiendo aquel extremo silencio. –Siempre que venimos es lo mismo, este pedazo de cerdo nunca recuerda el camino corrector-. Gula volteo la mirada y ofendido por aquel descortés comentario hablo. -Quizás ese sucio espejo tuyo pueda decirnos como llegar- esto pareció molestar al vanidoso de su hermano, quien ahora se disponía a acertarle un golpe cuando la fuerte voz de Ira irrumpió en la discusión. -¡Ambos cierren la boca y sigan caminando!- el rostro de ambos palideció y acto seguido siguieron la senda.
   Edward Wickersham se encontraba sumido en los pensamientos de su pasado cuando una voz conocida lo hizo salir de su sueño. -¿En qué pensabas?- pregunto Elizabeth Clawford sentada a la orilla de la cama. El joven exorcista se sentó sobre la cama y con una sonrisa en el rostro hablo. –Recordaba el mundo antes de los demonios, mejor dicho antes de que su existencia se volviera publica-
-¿Antes de que te mordieran?- pregunto la joven, aunque sonaba más como una afirmación
-¿Cómo sabes que fue mordido?- pregunto Edward curioso
-Mientras tratamos de sanar tus heridas analizamos tu sangre y es totalmente diferente a la de nosotros. Es decir, posees sangre de demonio pero también de humano- la conversación fue interrumpida cuando Mikael Clawford abrió la puerta de golpe. –Lizzie hay una persona que te busca en la puerta- Elizabeth se levantó y siguió a su hermano por el largo pasillo hacia la entrada. En la puerta, un hombre conocido le hablo. –Buenos días señorita ¿Se acuerda usted de mí?- los ojos de la joven se abrieron sorprendidos. –Pero… por supuesto que lo recuerdo pero ¿Cómo me ha encontrado?- pregunto curiosa. El hombre se quitó las oscuras gafas que cubrían sus ojos, revelando una mirada penetrante. –Soy un hechicero señorita, podría encontrar la aguja en el pajar si quisiera- esto último lo dijo en un tono divertido y con una pequeña risilla al final. De pronto los ojos del hechicero comenzaron a brillar con un amarillo destellante. Miro por sobre los hombros de la joven a un hombre delgado que tenía la mitad del cabello de un color plateado brillante. -¿Qué ocurre?- le irrumpió Elizabeth.  El brujo le saco la vuelta a la señorita y camino hacia el joven. –Conozco ese olor- el brujo comenzó a olfatear al igual que un can. –Eres un Wickersham, pero ¿Qué es esto? No eres humano pero tampoco un demonio- el rostro del joven se vio sorprendido ante tal declaración y acto seguido le pregunto. -¿Quién es usted?- el brujo lo olfateaba al igual que un perro olía los zapatos de su amo. –Supongo que después de tantos años no tendrías por qué recordarme- dijo el hechicero. Los ojos de Edward lo miraron confundido. -¿Recordarlo?-
-Así es- dijo el brujo
-Pero, ¿recordarlo porque?-
-Obviamente no lo recuerdas, pero yo estuve en tu nacimiento- los ojos de Edward se abrieron más de lo habitual. –Eres hijo de James Wickersham y Alice Cloverfild. Tu padre y yo fuimos buenos amigos hace ya bastantes años- esto último lo dijo con una voz quebradiza y la cabeza gacha. Edward se le quedo mirando unos instantes, sentía una curiosidad tremenda por saber cómo era su madre antes de su nacimiento. – Disculpe- Elizabeth irrumpió en la conversación –No es que quiera que se marche pero ¿Por qué esta aquí?- el hechicero se puso sus oscuras gafas y después hablo –He venido a ver como se encuentran tus amigos-
                   Cargando sus pesadas piernas, Orgullo estaba asqueado por el aspecto putrefacto y descuidado de su hermano Pereza. Ira se encontraba hasta enfrente y Gula le seguía. –Amenos podrían ayudarme con el- dijo Orgullo en un tono quejumbroso. Envidia dejo soltar una pequeña carcajada y siguió avanzando.
               Más adelante, los 7 vicios vieron como el camino se dividía en dos diferentes senderos. Los hermanos se quedaron mirando por unos instantes, la confusión cruzaba los rostros de cada uno de ellos. –Si mal no recuerdo, siempre tomamos el de la izquierda- dijo Orgullo sintiéndose seguro de sí. –Pues yo recuerdo que es el de la derecha- dijo Envidia. Orgullo la contradijo una vez; comenzaban a discutir cuando Ira dejo salir un fuerte bufido, callando a ambos. –Tú y Envidia irán por la izquierda, los demás iremos por la derecha- dijo el líder. El rostro de Orgullo se tensó y lanzo una furiosa mirada a su hermana. –Caminaras detrás de mí- dijo y comenzó a avanzar por el camino de la izquierda.
               Por cada paso que daban, el calor se volvía más incandescente. El rio de lava se tornaba más agresivo y de cuando en cuando una pequeña gota brincaba sobre ellos. Después de unos cuantos pasos más, los dos vicios se encontraron frente a una gran puerta de metal. –Te dije que estaba en lo correcto- vociferó Orgullo. –El noveno circulo- dijo Envidia abrieron las pesadas puertas.
                   Los 5 vicios restantes seguían caminando por la senda. –Creo que nos equivocamos- dijo Gula. Ira dejo salir un bufido cargado de enojo. –Por tu bien, espero que no- dijo con voz áspera. Llevaban más de dos horas caminando por aquella senda y lo único que habían visto eran las almas de aquellos no habían tenido la oportunidad de conocer a Dios. – Creo que estamos en el Limbo- era la voz de Lujuria alzándose por detrás de sus 4 hermanos. Ahí, las almas de los muertos se encontraban flotando sin tener un rumbo definido. Se escuchaba el lamento de una que otra alma, pero la mayoría ya se habían resignado.- ¡Ascha! ¡Era por el otro camino! ¡Ineptos!- bufo Ira. Su cuerpo comenzaba a desprender un humo negro y caliente. –Calma, llegaremos- era Envidia acariciando el ardiente rostro de su hermano.
                   Dentro del noveno circulo, la temperatura era baja, lo suficiente para que el camino se encontrara cubierto por el hielo que contenía a aquellos que habían cometido el pecado de la traición. –Esto es peor que un aire polaco- dijo Envidia. Orgullo se cubrió los oídos en un gesto de asco. –Pero ¿Por qué debes usar ese lenguaje tan corriente y vulgar? ¡No es apropiado para una dama y tampoco para lo que sea que tú eres!- Su hermana dejo soltar una risilla seguida de un gesto grotesco con sus manos.
               Cuanto más avanzaban, el viento gélido se volvía más insoportable. -¿Cuántos no falta? A este paso la última forma que podre tomar será la del hielo- Envidia sentía como el viento penetraba por su piel mientras caminaba. –No seas impaciente querida, falta poco. Además, bien podrías tomar la forma de algún animal peludo- Orgullo se detuvo de golpe, sintió como algo se aferraba a su pierna. Bajo la mirada y vio una figura enterrada en el hielo hasta la cintura. –Oh lo siento pero no tengo tiempo de jugar- movió su pierna bruscamente y el brazo de la figura se vio desprendido. –Déjame salir- dijo la figura en un lamento y tomo a Orgullo por ambas piernas, llevándolo al suelo frio de esta manera. Envidia comenzó a reír a carcajadas, observando como su hermano luchaba en el hielo contra aquella figura. Cuanto al fin se soltó, la figura dejo salir un llanto aturdidor y acto seguido, su cuerpo se hundió en lo más profundo del hielo.
               A lo lejos, la sombra de un gigante se proyectaba sobre los frio cristales. Esta criatura, con cuernos y afilados dientes, se encontraba sumergido hasta la cintura. Orgullo se acercó impaciente, arrodillándose frente a él. –Padre- le dijo. El hielo en los ojos de la bestia comenzó a quebrarse. -666 días ¡Los he esperado durante 666 días! Espero que tengan un buen pretexto- su resonaba y parecía agrietar el hielo que lo rodeaba. –Pero ¿Y tus hermanos?- pregunto al final. Orgullo giro la cabeza hacia arriba y temeroso, hablo. –Ellos, no han encontrado el camino correcto. Han tomado la senda de la derecha- la bestia se echó a reír –Así que están en el Limbo. Que inútiles- Envidia se acercó con intenciones de hablar, pero Orgullo le interrumpió. –Pero en cambio, yo he recordado el verdadero camino Padre-
-Y serás recompensado por ello, en su momento- dijo la criatura –Y tú mi querida hija, parece que has superado a tu hermana en esta ocasión y serás recompensada de igual manera-
-Padre, los exorcistas continúan reclutando seguidores. Acabaran con nuestro mundo- era la voz de Orgullo.
-No teman hijos míos, en cuanto lleguen sus hermanos daremos inicio a la destrucción de los débiles- la bestia se echó a reír y se sumaron las risas de Envidia y Orgullo.
-Nate River-
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the4heretics · 8 years ago
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La Legion de Dios-7
Donde los cuervos lloran
               Una noche fría y lluviosa alcanzo a la joven Elizabeth Clawford al salir de Ruttenburg. Sentía las gotas caer como dagas sobre su rostro al subir al tren que la llevaría al distrito de Ferrengire. Una vez en su asiento, la joven dejo la mirada fija en la ventana, pensando en la historia de cada gota de lluvia que caía. Pensó que debía descansar, el recorrido hacia Ferrengire seria largo. La joven cerró sus ojos y se dejó caer en brazos de Morfeo.
                   Edward Wickersham abrió los ojos lentamente. Frente a él, la figura de Elizabeth Clawford cargaba una bandeja de comida. –Buen día- dijo la joven con un sonrisa en el rostro. -¿Cómo te sientes?- El joven se pasó la mano por la cabeza en un gesto de dolor y trato de sentarse en la cama. -¿Cómo esta Anthony?- pregunto. En ese momento la mirada de la joven se vio perdida. La sonrisa que había tenido hacia tan solo unos segundos se borró súbitamente de su rostro. –No lo sabemos. El tratamiento no está funcionando- la mirada de Edward mostro un gesto de preocupación antes de hablar. -¿El tratamiento?- pregunto. Elizabeth dejo caer la bandeja sobre el escritorio junto a la cama y se sentó. –Hay un tratamiento especial para sanar herida provocadas por demonios, pero no está funcionando esta vez- dijo la joven con la cabeza gacha. Edward se quedó mirando el techo durante unos momentos, después, cuando hablo lo hizo en tono calmo y preocupante. –Esas cosas no eran demonios- dijo.
               Mikael Clawford entro en la habitación con una mirada inquietante en el rostro. -¿Qué ocurre?- pregunto su hermana. El director del instituto se limitó a hacer una seña a Elizabeth para que le siguiera fuera de la habitación. La llevo a la sala médica del edificio. Anthony Hallward estaba tendió sobre una cama de metal, inconsciente. –Estuvimos investigando y la herida que tiene no fue provocada por un demonio- dijo Mikael Clawford. Elizabeth se sentó junto a su compañero que se encontraba al borde de la muerte. -¿Qué son entonces?- pregunto desconcertada. Su hermano se encogió de hombros, dando a entender que no tenía la respuesta. Permanecieron en silencio hasta que el hablo. –Tal vez puedas encontrar algo en Ferrengire, pero debes marcharte ahora- la joven salió de la habitación y se marchó hacia la estación de tren.
                   Cuando abrió los ojos la gente comenzaba a bajar del tren. El distrito de Ferrengire no tenía nada especial, salvo los edificios construidos en base a piedra y madera. Elizabeth sabía que debía buscar el hospital general. Había algo en el aire de aquella ciudad que le provocaba sentirse feliz. La gente caminaba de un lado a otro sonriéndose entre ellos y cargando una o dos bolsas en sus brazos. Era una ciudad, pensó Elizabeth, libre de los demonios.
Incluso de noche, la ciudad brillaba como si apenas estuviera amaneciendo. La joven se detuvo un momento frente a la catedral, observando las escrituras bíblicas talladas en piedra. Por unos segundos se sintió en paz, se sintió sin preocupación alguna. El sentimiento se esfumo tan pronto como recordó a sus compañeros tendidos en la cama, luchando contra la muerte. Se apresuró a encontrar el hospital general. El centro de la ciudad era grande y era fácil perderse entre tantos bufes y bazares. Se detuvo un momento frente a un pilar que tenía un mapa pegado en él. Lo observo detenidamente durante unos segundos y encontró la dirección hacia el hospital.
               Era un edificio construido a base de piedra. Sostenido sobre cuatro pilares y cuatro paredes. La joven entro por la puerta principal, se dirigió hacia una anciana de gesto malhumorado que no volteo la mirada cuando esta le hablo. –Busco al médico en jefe- antes de que la anciana pudiera responderle, una voz conocida la llamo desde lejos. -¿Elizabeth? ¡Eres tú!- Elizabeth giro la cabeza y vio a una joven de grandes anteojos que corría hacia ella. Ambas se abrazaron durante unos segundos. –Gabriela Lindley, cuanto tiempo- dijo la joven exorcista con una sonrisa en el rostro. -¿Qué te trae por aquí?- pregunto su amiga, curiosa.
-Estoy buscando algún tipo de medicina- dijo esta con algo de inseguridad.
-Claro, ¿Qué tipo de demonio es?- dijo su amiga mientras se acomodaba los anteojos.
-Ese es el problema, no sabemos si son demonios o no- los pequeños ojos de Gabriela Lindley se vieron sorprendidos al escuchar aquello.
-Imagino que tampoco son humanos, si lo fueran no estarías aquí-
-No sabemos que son, pensé que alguien podría ayudarme aquí-
-Ven conmigo, tomemos algo- Elizabeth Clawford siguió a su amiga por un largo pasillo que al final se cortaba en dos diferentes caminos. Entraron por una pesada puerta de madera en una habitación iluminada. –Es la biblioteca del hospital- dijo la joven. Siguió caminando hasta llegar a la sección de ocultismo. Ahí la luz era más tenue y los libros estaban sellados con candado. Gabriela Lindley se quedó pensativa mirando los estantes. -¿Qué ocurre?- pregunto Elizabeth. Su amiga no respondió, se quedó mirando por largos segundos. –Parece que no tengo el libro que necesitas, amenos no ahora-
-Supongo que seguiré buscando entonces- dijo Elizabeth con la cabeza gacha.
-Espera, ahora que recuerdo tenemos un contacto que puede ayudarte-  Gabriela tomo un pequeño libro rojo y comenzó a buscar algo en él. –Aquí está, Helliam Constantine-
-¿Tienes un mapa?-
-Si-fue hacia otro estante y tomo un mapa enrollado y lo extendió sobre una pequeña mesa de madera. –Es aquí. Cuando escuches a los cuervos llorar significa que llegaste- le tendió el mapa a Elizabeth Clawford y esta salió de la biblioteca.
               El camino que tomo era corto pero terroso. A lo lejos podía escuchar el sonido de los búhos. Pensaba en sus amigos heridos y como ella no había podido hacer nada para salvarles. La parte de la ciudad en la que ahora se encontraba era más oscura de lo normal. Pregunto por la dirección a una que otra persona que caminaba a paso lento por las empedradas calles de Ferrengire. El viento comenzaba a soplar un poco más fresco. Después de unas horas de camino, Elizabeth Clawford sentía que el frio cortaba su piel. Escucho un sollozo a lo lejos. Recordó lo que su amiga le había dicho acerca del llanto de los cuervos y supo que estaba cerca.
               Llego a una pequeña cabaña en medio de nada y en total penumbra. –Llegue muy tarde- dijo para sus adentros. Se disponía a dar media vuelta y regresar cuando un destello rojo salió de la pequeña casa seguido de un grito. Fue hacia la puerta con paso decidido y golpeo en la madera de esta. La puerta se entre abrió, Elizabeth distinguió un brillo amarillo. –Dígame- dijo un hombre con una voz grave y lenta. Elizabeth palideció y después hablo. –Estoy buscando a Helliam Constantine- la puerta se abrió de par en par. Frente a ella un hombre vestido con un abrigo desgastado y el cabello despeinado se posó frente a ella. –Entre- le dijo.
               Sentada el sofá y cubierta con una pequeña manta, la joven dijo. –Me han dicho que usted puede ayudarme- el hombre se sentó frente a ella, mirándola fijamente. -¿Qué quiere?- pregunto. Elizabeth no sabía realmente que era lo que buscaba pero igual hablo. –Mis amigos fueron atacados- el hombre le interrumpió con un tono tajante y sarcástico:
-Vaya que pena. ¿Qué tiene que ver eso conmigo?-
-No eran demonios pero tampoco eran humanos. Pensé que usted sabría decirme que fue lo que ataco a mis amigos- Helliam Constantine se levantó de su asiento y tomo una pesado libro del estante. –Existe una vieja historia sobre la creación. ¿La conoces?- la joven negó con la cabeza.
-Esta historia dice que Satanás “tuvo” siete hijos.-
-¿Eso tiene que ver con los siete vicios?- pregunto Elizabeth curiosa.
-En efecto, te estoy hablando de los siete vicios. Satanás creo estos homúnculos cuando sus demonios no fueron suficiente para destruir al mundo. Estos siete vicios corrompieron a la humanidad entera en aquella época. El orgullo provoco que los hombres pelearan entre sí. La codicia provoco que los humanos mataran por tener más. La envidia, provocando que las personas mataran por tener lo que otros poseían. La lujuria, provocando actos indecentes entre las personas. La pereza, provocando que las personas se volvieran ociosas. La gula, provocando que las personas comieran y comieran cada vez más. Y por último, la ira haciendo más fuerte cada uno de los otros seis.  Pero frente a esta oscuridad, un niño se paró frente a todos ellos, sellando a los vicios para siempre en el infierno.-
-¿Qué ocurrió con ese niño?-
-Murió, pero la esencia de su alma quedo esparcida por el mundo y hoy en día hay pocos que poseen esta esencia-
-¿Quiénes?-
-Brujos como yo y exorcistas como tú- esto último dejo a la joven sorprendida.
-¿Que hago con las heridas de mis amigos?-
-Mientras la esencia del alma no haya sido destruida, ellos sanaran.- estas últimas palabras dejaron a Elizabeth con un pensamiento inquietante y tranquilizador al mismo tiempo. Quedarse sentada y esperar que sus amigos sanaran, ahora tenía la certeza de que sanarían pero sentiría la impotencia de no poder ayudar.
-Nate River-
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the4heretics · 8 years ago
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La Legion de Dios-6
Viciosos y Maliciosos
La noche era oscura y fría. Los siete hijos del averno se posaron frente a las grandes puertas cubiertas por el fuego. El sonido de las almas en pena resonaba por el bosque entero. Los siete permanecieron en total silencio durante un instante. Luego, la voz de Orgullo irrumpió en el bosque. –Padre no estará contento- Envidia se sumó a la conversación, pero solo para iniciar una discusión. –Si hubieran hecho lo que  dije, esto no habría pasado- su hermano estaba a punto de responder cuando una voz grave y furiosa hablo. –Si ambos hubieran hecho su trabajo esto no habría pasado. ¡Ahora cierren la boca y abran la puerta!-  y así lo hicieron.
   Las voces resonaban en la cafetería. Los exorcistas bromeaban de aquí para allá. Edward Wickersham y Andrew Grayson caminaban por los largos pasillos del instituto. –Esta es la biblioteca- explico Edward. El joven junto a el parecía asombrado cada vez que cruzaban uno de los pasillos. –Este es el laboratorio de ciencias- Edward entre abrió la puerta y ambos miraron dentro. -¿Qué hacen ahí?- pregunto Andrew curioso. –Es donde te harán estudios y ver de done proviene tu poder- era la voz de Mikael Clawford. –Soy Mikael el director de este instituto- extendió al mano hacia Andrew y ambos se dieron un fuerte apretón. –Continuemos- dijo Edward. Ambos continuaron el recorrido por los largos pasillos, hasta escuchar el sonido estruendoso de los golem.
Rápidamente, los pasillos se inundaron de gente corriendo de un lado a otro. Edward y Andrew hicieron lo mismo hasta llegar al gran salón. -¿Ahora qué ocurre?- pregunto Edward. –No sabemos, nunca antes habían gritado de esta forma- respondió el director del instituto. Edward se acercó y tomo al golem, su ojo comenzó a brillar. -¿Qué ves?- era la voz de Elizabeth Clawford. –Es el hospital psiquiátrico Bedlam-.
   El hospital de Bedlam encerraba a los maniacos más peligrosos de Ruttenburg. –Si te transformas en uno de los guardias podremos entrar- dijo Orgullo. Su hermana pensó que era una buena idea, de hecho era la única manera en la que podrían entrar sin ser detectados. Se acercaron a la puerta e inmediatamente uno de los guardias se puso alerta. -¿Quiénes son?- pregunto tajante. –Vienen a hacer una visita- dijo Envidia que portaba el cuerpo de un humano en uniforme. Sin estar muy seguro, el hombre abrió la puerta dejándolos entrar en la sala.
Orgullo se dirigió hacia una joven de no más de 25 años que se encontraba detrás de una ventanilla cuidando el mostrador. –Disculpe bella dama- dijo el joven. La joven pareció reconocerle porque de inmediato su rostro se ruborizo. -¿No es usted el famoso actor de teatro Alexander Pierce?- el rostro de Orgullo se ilumino de pronto. –Pero por supuesto que soy yo- dijo soltando una risa. -¿En qué puedo ayudarle?- dijo la joven. El joven se le quedo mirando. –Podrías ayudarme aceptando una invitación para cenar- el rostro de la joven palideció. Iba a responder cuando la voz de Envidia interrumpió:
– ¡No estamos aquí para eso!- dijo furiosa.
-Cierto, será en otra ocasión entonces- dijo su hermano con la cabeza gacha.
-Estamos buscando a un paciente- dijo Envidia.
La joven se acomodó los anteojos y abrió una pequeña libreta. -¿Cuál es el nombre del paciente?- pregunto.
-Se llama Robert Berdella- el rostro de la joven detrás de la ventanilla palideció y sus ojos se vieron aterrados.
-Se encuentra en el segundo piso. En la habitación 1207- dijo la joven.
-Le agradezco su precioso tiempo hermosa dama- dijo Orgullo y se alejó de la ventanilla.
               Orgullo sentía las miradas de los pacientes posándose sobre él. Se deleitaba con cada una de ellas. La habitación 1207 era custodiada por dos guardias y un médico. En caso de que el paciente tuviera una ataque psicótico los guardias debían sostenerle y el medico aplicar un calmante. –Abra la puerta- dijo Envidia. -¿Quién ha dado la orden?- pregunto tajante uno de los guardias. Orgullo se acercó al hombre y lo miro fijamente en los ojos. Acto seguido el hombre desenfundo su arma y disparó contra su compañero y el médico. Abrió la puerta, dentro de la habitación un hombre se encontraba sentado con una camisa de mangas largas que se amarraban en su espalda, dejando sus brazos inmóviles. –Comenzaba a pensar que no llegarían- dijo el hombre. Su voz era áspera y sonaba aún más rasposa detrás del bozal que cubría su boca. –Lo siento- comenzó Orgullo –Tuvimos algunos retrasos-. El hombre se puso en y se acercó a su hermano. –Desátame- dijo y dio media vuelta. Las mangas estaban sujetas con un candado que fue hecho pedazos cuando Envidia disparo. –Debemos irnos, los guardias vienen- dijo Orgullo.
                   La cafetería permaneció en un silencio incomodo durante unos instantes. Edward Wickersham se había concentrado en la visión del golem. -¡Que ocurre en el psiquiátrico!- salto Elizabeth rompiendo el silencio total. –Creo que es el actor de teatro que vimos hace unas semanas- el joven soltó al golem y le permitió seguir aleteando por la sala. –Debemos irnos ahora-orden el joven exorcista y dejo la sala rápidamente. Le siguieron sus compañeros, uno detrás del otro.
               Una vez en el centro de la ciudad, la gente corría de un lado a otro aterrorizada. Elizabeth detuvo a una mujer que pasaba junto a ella. -¿Qué está ocurriendo?- le pregunto a esta. Edward sintió una incomodidad inusual al estar cerca de aquella mujer. –Ha ocurrido un ataque al hospital psiquiátrico- dijo la mujer con una voz temblorosa. Elizabeth le soltó y la mujer siguió corriendo con temor. –Hay algo extraño en esa mujer- dijo Edward. Había algo en el aura de la dama, algo que hacía que el joven exorcista se estremeciera por dentro. Despejo su mente y se concentró en llegar al hospital que se encontraba a tan solo unas cuadras de distancia.
               La calle se encontraba vacía y solitaria. Parecía un pueblo fantasma. Los jóvenes se posaron frente a la entrada del hospital. -¿Escuchan eso?- dijo Jasper. Se disponía a acercarse a la puerta cuando escucho el ruido de un cristal rompiéndose. Los exorcistas miraron hacia arriba y vieron tres figuras saltando por la ventana, cayendo justo frente a ellos. –Oh vaya, realmente esto es inesperado- dijo un hombre vestido en traje. –Sabía que era tu esencia la que sentí ese día en el teatro- dijo Edward. Anthony Hallward se disponía a atacar cuando de pronto sintió un dolor punzante recorriendo su pecho. –Amigos- dijo con voz ahogada. Los exorcistas giraron la cabeza y vieron como el cuerpo de su amigo caía sin fuerzas frente a ellos. –No pueden hacer una sola cosa bien- dijo una voz que sonaba familiar a los oídos de Elizabeth. Una mujer.
               La mujer se llevaba un rebozo alrededor del cuello y aunque su rostro lo cubría una capucha, Edward vio que el rojo de sus labios resaltaba con la luz del sol. –Son todos tuyos- dijo la mujer y detrás de ella, un hombre obeso apareció. Comenzó corriendo a toda prisa hacia los exorcistas. Faust corrió hacia el hombre, lo tomo del brazo y lo dejo tendido en el suelo. Miro a Elizabeth y esta le soltó un guiño. El hombre comenzó a ponerse en pie de nuevo. Edward comenzaba a acercarse, cuando  frente a él se posó una figura corpulenta desprendiendo humo del cuerpo. Tomo al joven del cuello y dejo soltar un bufido de aire caliente. Edward vio como los ojos del hombre se encendían en fuego; fue azotado brutalmente contra el suelo y ahí permaneció. -¡Padre los quieres vivos!- era la voz de Envidia. -¡Ipamis! ¡Buenos para nada no pueden seguir una simple orden!- su hermano se acercó a ella irradiando un calor extremo de su cuerpo. –Ten cuidado como hablas- dijo con una voz grave e intimidante. –Esiasch, deberíamos irnos- dijo Lujuria. Las bestias se alejaron con dirección al banco de Ruttenburg.
Cuando los vicios entraron en la sala, fue Ira quien se acercó a la ventanilla. Un hombre anciano y malhumorado le atendió sin apartar la vista de las monedas que sostenía entre sus arrugadas manos. -¿Qué quiere?- pregunto en un tono de fastidio. –Vengo a hacer un retiro- dijo Ira. El anciano levanto la vista y sonrió de oreja a oreja. –Oh pero si están todos aquí. Que alegría- dijo en un tono sarcástico. –Oh pero, ¿Y Pereza?- pregunto curioso. –Ese no mueve ni un dedo para nada- respondió Orgullo. El anciano hizo una seña a uno de sus empleados y este se acercó con una expresión de fastidio en el rostro. –Cuida mi dinero- le indico el hombre.
El sol comenzaba a esconderse por detrás de las nubes. A lo lejos, en un pequeño callejón sin salida, Orgullo observo una sombra tendida en el suelo. –Es Pereza- dijo. Los vicios se acercaron al hombre. Este tenía el cabello crespo y aceitoso. –No se moverá para acompañarnos, debemos cargarlo- dijo Gula. –Orgullo, tómalo de los pies y yo lo sujetare de los brazos- con un gesto de asco cruzándole el rostro, el vicio se acercó a Pereza y le tomo de los pies, tratando de no regurgitar. Los vicios siguieron el camino hacia el bosque, donde las puertas del infierno serian abiertas por los siete hijos del Averno.
-Nate River-
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the4heretics · 8 years ago
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La Legion de Dios-5
Siguiendo el rastro
La noche era fría, así como cualquier otra en el distrito de Fenningan. En esos momentos, cuando el viento gélido entraba por su ventana, Andrew Grayson sentía un terrible dolor en su brazo derecho. El brazo que había perdido durante una feroz batalla junto a su padre. Noche tras noche el joven luchaba contra aquel agotador dolor. Un tornillo flojo o talvez le faltaría un poco de aceite. El joven herrero se puso en pie y busco un desarmador. De vuelta en su cama, giro la herramienta en su brazo mecánico, ajustando unos cuantos tornillos. Se disponía a dormir una vez más pero el sonido de algo golpeando la puerta lo hizo ponerse en pie una vez más.
   Elizabeth Clawford abrió los ojos cuando la luz comenzó a penetrar en su habitación. Era extraño que los gritos de su hermano no la hubiesen despertado aquella mañana. – ¡Elizabeth! ¿Has despertado ya?- era la voz de Mikael Clawford al otro lado de la puerta. La joven se puso en pie y abrió la puerta de par en par, no sin antes acomodarse su largo cabello. -¿Qué sucede?- dijo la joven con la voz aun adormilada. Su hermano se limitó a sonreír y palmearle la cabeza en un gesto de cariño. –Es momento del desayuno, vístete- se marchó cerrando la puerta tras él.
Las voces de los demás exorcistas resonaban a lo largo de la enorme cafetería del instituto. Elizabeth sintió que alguien tocaba su hombro. Era Jasper Green. –Bastante ruidoso ¿No te parece?- dijo el joven. Elizabeth sonrió y después hablo. –Me gusta el ruido, al menos esta clase de ruido- el joven hizo un gesto de fastidio y camino fuera de la habitación. A lo lejos, la joven distinguía a alguien haciéndole una señal. Era Edward Wickersham, saludando desde del otro extremo de la sala. La joven cruzo la habitación hasta el otro extremo y se sentó junto a sus compañeros exorcistas. – ¿Ya han almorzado?- pregunto curiosa. –Sí, aunque parece que nuestro nuevo amigo terminara con todo- dijo Anthony Hallward en un tono burlón. -¿Tienes algún problema con que siga comiendo?- era la voz de Faust Allighieri, alzándose de pronto. Comenzaba a levantarse de su asiento cuando Elizabeth, desde el otro lado de la mesa, le hecho una mirada de fuego y el joven no tuvo otro remedio más que volver a sentarse.
La puerta de la cafetería se abrió de golpe. Miakael Clawford entro en la sala, portando una sonrisa de oreja a oreja en su rostro. -¿A dónde iremos el día hoy?- pregunto su hermana curiosa. El director del instituto le palmeo la cabeza en un gesto de cariño y después hablo. –Tu no iras a ningún lado- la joven hizo un gesto de confusión. – ¿Por qué no?- pregunto su hermana, confundida. –La misión de hoy es peligrosa, es el distrito de Fenningan- respondió Miakael Clawford. –He oído de ese lugar- era la voz de Faust. –Me alegro porque iras con Edward- el director volteo a ver al joven haciendo un guiño. El rostro de Edward se tornó pálido por un segundo.
El camino hacia Fenningan era largo y peligroso. Tal era el peligro que los trenes no solían pasar por aquel oscuro lugar. Faust y Edward empacaron unas cuantas cosas y se marcharon a pie. -¿Cuánto crees que tardemos en llegar?- después de dos horas de total silencio, Edward fue el primero en hablar. –Quizás un día- dijo su compañero y continuaron por el largo camino terregoso. El sol era abrazador y el aire extremadamente caliente. Edward Wickersham sentía que sus defensas bajaban y que podría desmayarse en cualquier momento.
El sol comenzaba a esconderse detrás de las nubes. El cielo comenzaba a nublarse. –Se acerca una tormenta- dijo Edward y no se equivocaba. Poco después, cuando el sol dejo de verse, el claro cielo se tornó gris. Los exorcistas sentían las gota de lluvia caer en sus rostros. Era algo positivo en aquel camino desértico.
La lluvia se intensificaba y de cuando en cuando el cielo era iluminado por un destello azulado. Los jóvenes decidieron tomar un pequeño descanso. –Podríamos entrar en aquella cueva- dijo Edward. Caminaban hacia la caverna cuando Edward tuvo una sensación inquietante. Su ojo comenzó a brillar con el rojo escarlata. –Nos están siguiendo- dijo. Faust tomo su pesada hacha entre sus manos y miro hacia la oscuridad. Frente a ellos apareció de pronto un hombre grande y obeso. –Ustedes dos huelen delicioso- dijo la figura en un tono burlón.
Sin pensarlo dos veces, Faust alzo su pesada arma y la blandió frente a él. La figura dejo escapar un alarido y rio a carcajadas. Edward observo como su el brazo volvía a crecerle. –Eso me ha dolido- dijo el hombre. –Ahora los comeré a ambos-. La figura comenzaba a avanzar hacia los exorcistas, cuando una voz lo detuvo. –Padre los quiere vivos- era la voz de Envidia. Los ojos de Edward se posaron en la sombra que se posó frente a él. Su brazo comenzó a tornarse rojo, sus uñas comenzaron a crecer y sus diente se afilaron. De pronto todo se oscureció, Faust no podía distinguir las figuras en la oscuridad, solo los alaridos que salían de esta.
   Jasper Green se encontraba sentado en la biblioteca. Frente a él un libro de música como siempre. –Te gusta mucho leer ¿no?- la voz de Elizabeth Clawford corto en el silencio de la biblioteca. –Me gusta la música- dijo Jasper sin apartar los ojos de su libro. –Sabes, hace algunos años tuve una amiga que solía pasar horas o incluso días enteros en esta sala. Me recuerdas un poco a ella- por más que la joven intentara, los ojos del joven seguían clavados en el libro. -¿Qué le sucedió?- pregunto, después de un largo silencio. –Se marchó, se fue de aquí hace unos años- la mirada de la joven se volvió nostálgica.
   Edward sintió como el agua fría corría por su rostro. Abrió los ojos, lo primero que vio fue a su compañero frente a él. -¿Qué ocurrió?- pregunto Edward. Se tocó la cabeza haciendo un gesto de dolor. -¿No lo recuerdas?- pregunto Faust. El joven se puso en pie y continuando el largo sendero junto a su compañero.
Una vez más Edward Wickersham sentía los rayos del sol como si quemaran su piel. -¿Falta mucho?- pregunto con una voz que parecía exhausta. –No, pero tal vez lleguemos hasta en la noche- respondió su compañero. Dichas palabras no eran nada alentadoras, para ninguno de los jóvenes exorcistas. –Necesito agua- hablo una vez Edward. Parecía estar deshidratándose, hasta que Faust distinguió a lo lejos, un pequeño estanque.
Ambos jóvenes, desesperados y sedientos, comenzaron a revolcarse sobre el agua. Bebían y mojaban sus rostros con ella en un acto desesperado de refrescarse, hasta que Edward sintió arena bajando por su garganta. Asqueado, el joven escupió la tierra de su boca y volvió a la cruda realidad. Seguían caminando, el viento comenzaba a soplar con más fiereza. –Es una tormenta de arena- dijo Faust.
Edward sentía los granos de arena cortando su piel. Sentía que el viento tenía la fuerza de llevarlo con él. -¿Cuánto tiempo llevara esto?- pregunto el joven. –Quizás cinco o seis- respondió Faust cubriendo su rostro de la tierra. -¿Cinco o seis qué? ¿Minutos? ¿Horas?- Edward parecía confundido y la respuesta de su amigo no fue de ayuda. –Tal vez siete- Edward se disponía a hablar de nuevo cuando su ojo se tornó rojo una vez más. -¿Ahora qué ocurre?- pregunto Faust. Edward giro la cabeza y vio una figura emergiendo de la arena. –Es un Clown- dijo. Escuchaba la risa burlona del demonio que los seguía. Más risas se unieron a esta, un ejército completo de Clowns.
Edward comenzó a disparar con su brazo izquierdo mientas Faust blandía de un lado a otro su pesada hacha.-Debemos irnos, mas podrían estar en camino- dijo Edward. Faust parecía disfrutar la batalla y no escucho a lo que su compañero decía. Poco después el terreno había quedado libre de demonios. –Lo siento ¿Qué decías?- pregunto y seco el sudor de su frente. El sol comenzaba ya a ocultarse por detrás de las nubes. –Parece que oscurecerá pronto. Debemos seguir antes de que lleguen más de ellos- Faust hizo un gesto de aceptación y siguieron avanzando mientas la clara noche caía sobre ellos. A lo lejos, Edward distinguía luces brillantes. –Hemos llegado- dijo.
El distrito de Fenningan tenía una característica particular. La mayoría de sus habitantes cargaban con una prótesis mecánica. Los edificios eran construidos con pesados bloques de acero. Faust y Edward entraron en la pequeña ciudad. Advirtieron que las miradas se posaban en ellos. Edward se acercó a un pequeño puesto de armas y luego hablo. –Buscamos la herrería de los Grayson-. El vendedor de armas, un hombre malhumorado y con una apariencia tenebrosa, se limitó a señalar el camino hacia la herrería.
Llegaron a una pequeña casa que se encontraba un poco alejada del distrito. Era oscura por fuera y por dentro. Edward se resignaba a que tendrían que esperar hasta el amanecer cuando escucho el sonido del metal. Escucho un pequeño rechinido y decidido se dirigió hacia la puerta. Esta se abrió de par en par por un joven de cabello rojo. Edward noto que el joven llevaba un guante en su mano derecha. –Mi nombre es Edward Wickersham, él es mi compañero Faust- extendió la mano y el joven pelirrojo hizo lo mismo. El exorcista noto que su mano derecha estaba helado y el joven advirtió el asombro de Edward. –Oh, si mi brazo es de metal- se quitó el guantelete, revelando una prótesis metálica. –Mi nombre es Andrew Grayson. ¿De dónde vienen?- continuo el joven. –Somos parte de una organización que se encarga de eliminar al mal del mundo- explico Edward. Andrew Grayson parecía interesado. –Vaya, suena interesante. Entren-
Una vez dentro, ambos exorcistas se sentaron y bebieron agua. Andrew Grayson se sentó frente a ellos. –Entonces ¿Qué los trae por aquí?- pregunto con interés. –Veras- comenzó a explicar Edward –Recibimos la señal de que había un exorcista aquí-. El joven pelirrojo rio por lo bajo y después hablo. –No, no, no es posible. Yo, soy un simple herrero o bueno lo seré algún día-
-Y puedes ser más si nos acompañas- hablo Faust.
-¿Acompañarlos? No, no puedo ¿Qué le dire a mis padres? ¿Qué hay de mi hermana? ¿Quién cuidara de ella cuando yo no este? Lo siento, pero se equivocaron de casa- Andrew comenzaba a ponerse de pie cuando Edward lo detuvo. –Si te quedas, tampoco podrás cuidar de ellos- Edward se levantó y se dirigió hacia la puerta, no sin antes decir unas últimas palabras –Si cambias de opinión, busca el instituto de All Hallows the Less en el distrito de Ruttenburg. Vamos Faust- los jóvenes exorcistas se marcharon, cerrando la puerta tras ellos.
   No era posible conciliar el sueño para Edward. Aun se preguntaba si el joven herrero lo buscaría. Habían pasado tres días y comenzaba a resignarse. El sonido de la puerta abriéndose rompió sus pensamientos. Era Ellizabeth Clawford -¿Te encuentras bien?- pregunto. Edward se sentó sobre la cama y sonrió –Perfectamente- la joven soltó una media sonrisa y se sentó junto a él. Ambos permanecieron en total silencio, cuando el sonido estruendoso de la alarma los hizo ponerse en pie de golpe.
               La entrada estaba del instituto estaba inundada de gente. Edward distinguió una voz de entre la multitud. -¡Suéltenme! Quiero ver a Edward Wickersham- era la voz de Andrew Grayson. El joven exorcista se abrió paso por la multitud y vio al joven herrero siendo sostenido por dos hombres corpulentos. –Déjenlo- dijo y los guardias le soltaron. –Has venido- Edward sonrió. –Si. Lo he pensado y quiero entrar- Edward se limitó a sonreír de oreja a oreja y ayudo al joven a ponerse en pie.
-Nate River-
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the4heretics · 9 years ago
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La Legion de Dios-4
Detrás de la cortina
               Su parte favorita de todo el acto era recibir las aclamaciones de los espectadores. Deleitarse con sus aplausos era algo fascinante. –Muchas gracias a todos por venir, ha sido un grato honor para ustedes el poder ver mi actuación- el joven actor hacia una reverencia por cada aplauso y se deleitaba con las aclamaciones, observando como la cortina escarlata se corría frente a sus claros ojos. De vuelta en su camerino, cansado y fastidiado después de un largo día de trabajo, el joven actor se miraba al espejo. Pasaba largo rato sin nada más que hacer, solo observarse a él. –Vaya, no podrías verte mejor ¿o sí?- soltó una risa burlona a todo volumen, siendo consciente de su soledad.
                    Un grito aturdidor despertó al instituto entero. Jasper Green se levantó de golpe y tomo su violín. Salió de su habitación y vio los pasillos repletos de gente corriendo de un lado a otro. Entre ellos iba Edward Wickersham. Jasper le tomo del brazo – ¿Qué sucede?- su tono era agitado. Edward se limitó a decirle que le siguiera. Llegaron a un gran salón, en medio de toda la conmoción se paró Mikael Clawford, quien comenzó con una disculpa. –Lamento haber despertado a todos de esta manera tan abrupta y poco convencional. Algo sucede en la ciudad- en su hombro una pequeña creatura con alas. -¿Qué es eso?- se apresuró a preguntar Edward Wickersham. –Es un golem, nos avisa si algo sucede en la ciudad y cuando es algo grave su chillido se vuelve más agudo- explico el director del instituto. Elizabeth se acercó a la ventana y miro hacia abajo. Algo caminaba por entre las sombras, pero la joven no distinguía lo que era.
               Una vez fuera del instituto y cargando sus armas, los jóvenes aspirantes a exorcistas se dirigieron hacia el pueblo colina abajo. Era un camino largo y rocoso y era mucho más difícil avanzar cuando llovía. Escucharon el aturdidor grito de una pequeña niña. Anthony Hallward corrió a toda prisa y entro en la profunda oscuridad. -¿Qué sucede?- pregunto Edward Wickersham. Anthony estaba petrificado ante el horror que se encontró frente a él. –Oh por Dios- era la voz de Elizabeth Clawford. Jasper Green se unió a la conversación y a pesar de estar igualmente aterrado hablo en un tono sereno y calmado. -¿Qué clase de monstruo sería capaz de hacer algo así?-. –Ese de ahí- la voz de Anthony se alzó de entre la oscuridad.
                   El joven actor dejo de contemplar su belleza al escuchar la puerta de su camerino cerrarse detrás de él. Cuando hablo, utilizo un tono suave y vanidoso. –Lo siento mucho la hora de los autógrafos término, vuelva después-
-Calma no he venido a conseguir tu firma- por el timbre de voz, el joven actor advirtió que era una mujer la que hablaba.
-Oh vaya si no es nadie menos que mi pequeña hermanita- giro su silla y observo a una mujer cubierta por un velo negro parada en la entrada. -¿Cuánto tiempo ha pasado querida?- continuo el joven mientras jugaba con su cabello.
-Padre no está contento con nuestro trabajo- dijo la mujer en tono áspero.
-¿Y porque no? Mi actuación ha sido magnifica esta noche- el joven actor continuo contemplándose en su pequeño espejo, ese que cargaba en su bolsillo todo el tiempo.
-Ascha. No me refiero a eso- dijo su hermana en un tono desesperado.
-¡Basta hermana! Sabes que no soporto que hables en enoquiano, no lo entiendo-
-Como sea. Padre quiere que apresuremos las cosas-
-¿Apresurarlas? Pero ¿Qué hay de mi gira? ¿Qué hay de mis admiradores? No, olvídalo. Dile a padre que no puedo-
-¡Harás lo que Padre ordene!- Envidiar lo tomo de la camisa arrojándolo al suelo.
-¡No arrugues mi ropa!- el joven actor se levantó rápidamente sacudiendo su saco y su camisa blanca.
-¡Cállate por un segundo y escucha! Las cosas se están complicando, “La orden santa” está reclutando exorcistas mientras hablamos. Si no hacemos algo van a destruirnos a todos, a cada uno de nosotros y no hablo solo de nosotros siete- el actor advirtió que el rostro de su hermana cambiaba mientras hablaba, pero no pudo verlo bien a través del negro velo que le cubría.
-Realmente eres alguien exasperante. ¿Has hecho ya contacto con los otros? Lo último de lo que me entere fue del encierro de Ira, pobrecillo- el joven actor se recostó sobre el sofá y permaneció ahí durante los próximo veinte minutos.
-Aun no, pero lo hare-
-Y ¿Cómo se encuentra tu hermana? Imagino que sigue siendo el centro de atención-
-Pff, ella está bien. Mi trabajo aquí ha terminado- camino hacia la puerta, pocos pasos antes de que su hermano le detuviera.
-Espera ¿No quieres esta foto mía? Te la firmare de gratis-
-Por supuesto que no, que horror- la mujer rio a carcajadas y destrozo la pequeña foto en trozos pequeños. Acto seguido, cruzo la puerta y se marchó.
                   El monstruo frente a los jóvenes exorcistas era grande y corpulento. En su mano cargaba una pequeña muñeca. Su brazo derecho, Edward advirtió, era una especie de daga que estaba unida a su cuerpo. La criatura los miro fijamente y entonces hablo –Leslie quiere jugar- su voz era suave e infantil, todo lo contrario a su apariencia. Los cuatro jóvenes le quedaron mirando hasta que un aturdidor grito los dejo atónitos. –Es la muñeca lo que grita- se apresuró a decir Jasper. Jasper Green era el más sensible a los sonidos agudos. –Hay que quitársela- dijo Anthony y comenzó a avanzar hacia la criatura.
               Con un movimiento ágil y rápido, Anthony Hallward logro tomar la muñeca. El monstruo dejo salir un grito ahogado al darse cuenta de lo que le habían quitado. -¿Edward?- era la voz de Jasper Green al ver el cambio en el ojo de su compañero. –Hay uno cerca. ¿Tú y Anthony pueden encargarse?- dijo el joven exorcistas. Aunque a Jasper no le agradaba la idea, estuvo de acuerdo al final. Después de todo Edward y Elizabeth tenían mucha más experiencia encontrando exorcistas.
               El sol comenzaba a salir de detrás de las montañas. Edward y Elizabeth llevaban largo rato buscando, pero no habían encontrado nada. Entonces escucharon a un hombre que gritaba por las calles -¡No se lo pierdan! ¡Hoy y solo hoy el magnífico Alexander Pierce presentando su nueva obra “Detrás de la cortina”!- Edward presto a la dirección del teatro donde la obra sería presentada. Era cerca de donde se encontraban –Tal vez lo encontremos ahí- hablo más para sí mismo que para ser escuchado por la joven.
                   Jasper Green frotaba la larga vara en contra de su violín. Cada vez  que aquel pedazo de madera rozaba con las duras cuerdas del instrumento, la bestia frente a ellos parecía aturdirse. Anthony Hallward logró acertarle un golpe; en un movimiento rápido logro cortarle el brazo con el hoz que sostenía entre sus manos. El monstruo dejo salir un grito aturdidor y chillante cuando fue cortado. –Leslie molesto- la bestia hablo una vez más en tercera persona y después desapareció. Los jóvenes exorcistas estaban exhaustos, Jasper Green se sentó un momento sobre el frio suelo de piedra debajo de él. –Deberíamos buscarlos- dijo Anthony. Jasper se le quedo mirando unos instantes antes de hablar. -¿Para qué? Ellos estarán bien por su cuenta-
                   El teatro era un mar de gente buscando un asiento. El ojo de Edward seguía estand rojo. Miraba a un lado y a otro esperando encontrar algo o alguien. –Sentémonos por ahí- dijo Elizabeth y llevo a su compañero hasta un asiento. –Está detrás de la cortina- dijo Edward y se levantó de su asiento, hasta que Elizabeth lo detuvo. –Espera un poco, no queremos atraer toda la atención-
               Una vez que la cortina se abrió, un joven se paró en el escenario. –Buenos días queridos admiradores- comenzó a hablar en un tono suave –Es un honor para ustedes el poder verme en este maravilloso día- Edward no identificaba si el joven actor bromeaba o simplemente era egocéntrico. Había algo fuera de lo normal en ese joven, pensó Edward. –Ustedes no se queden ahí como asnos y monten mi escenografía- hablo el joven de nuevo. Del lado izquierdo del escenario, un grupo de personas salían caminando cargando pesado muebles y demás. –Es el- dijo Edward y apuntaba a un hombre corpulento. Se levantó de su asiento, Elizabeth no fue capaz de pararlo esta vez. Se escabullo por entre un grupo de gente y llego a la parte trasera del escenario. El joven corpulento estaba sentado en el suelo de madera, secando el sudor de su frente. Edward se acercó al lentamente –Disculpa- comenzó. El joven miro a Edward Wickersham con ojos de fuego -¿Quién eres tú? ¿Qué quieres?- comenzó a decir en un tono de fastidio. –Mi nombre es Edward Wickersham- el hombre corpulento no lo dejo terminar de hablar y lo interrumpió de pronto. –No me importa quien sea. ¡Largo!- su voz se volvía cada vez más furiosa. –Edward- era la voz de Elizabeth Clawford -¿Seguro que es él? No parece una persona con el temperamento necesario para la orden- este comentario pareció molestar mucho el joven porque salto de pronto. – ¿Qué has dicho de mi temperamento?- se levantó del suelo y comenzó a avanzar hacia la joven. Edward se posó en medio de él y Elizabeth. –Tranquilo, no queremos problemas aquí- el hombre se limitó a empujar al exorcista, quien termino tendido en el suelo. –Ahora ¿Qué decías de mi temperamento?- Elizabeth se le quedo mirando, observando como el hombre cerraba las manos en forma de puños. Cuando alzo los brazos, en ademan de golpear, la joven lo tomo y lo derribo dejándolo tendido en el piso.
               Los aplausos resonaron en la sala entera. –Termino. Debemos irnos- dijo Edward apresuradamente. -¿Qué hacemos con él?- pregunto Elizabeth. Edward tomo una cuerda y le ato brazos y piernas. –Supongo que lo cargare hasta el instituto-
                   Anthony Hallward tomo un volante que se encontraba en el suelo. –Quizás estén aquí- dijo. –Nosotros luchando por vivir y ellos en una obra- la voz de Jasper transpiraba fastidios y enojo. Ambos jóvenes caminaron unas calles hasta ver una sombra a lo lejos. –Son ellos- dijo Anthony y corrió por las calles iluminadas por el rayo del sol. -¡Suéltame!- grito de pronto la persona en el hombro de Edward Wickersham. -¿Quién es?- pregunto Jasper. Se agacho para ver el rostro del hombre y hablo de nuevo. -¿Cuál es tu nombre?- le tomo del pelo. –Faust Allighieri- dijo el hombre y se desmayó de nuevo.
 -Nate River-
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the4heretics · 9 years ago
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La Legion de Dios-3
Desde las sombras
               Por los tejados saltaba, sus movimientos eran suaves y agiles. Así era como Anthony Hallward pasaba sus noches después de haber robado una o dos monedas de plata. Cada vez que caía sobre el techo de una casa, la madera desprendía una especie de polvo. De vez en cuando el joven ladrón se detenía sobre uno de los tejados y sentía el viento fresco pasar por su rostro. Miraba a las estrellas, la luz de la luna hacia brillar su negra cabellera. En esos momentos sentía paz, eso eran los momentos en los que recordaba a su pequeña hermana. La pequeña a la que no pudo salvar de la muerte. Disfrutaba del paisaje hasta que un recordatorio asalta su mente. Debía marcharse antes de que los guardias del distrito lo encontraran. Escuchaba el zapatear de los guardias acercándose a toda prisa. El joven ladrón se echó a correr una vez más. Su oscura capa se confundía con la negrura de la noche. De cuando en cuando, el joven ladrón echaba una mirada hacia atrás. Veía a los uniformados cargando sus pequeñas armas. Corriendo de aquí para allá y  gritando a las personas que regresan a sus casas. Anthony no era una persona fácil de atrapar, siempre encontraba un modo de ocultarse y esta no sería la excepción. Se encontró a sí mismo en un callejón sin salida. La guardia venía detrás de él empuñando sus pequeñas dagas recién afiladas.
                   Una vez el sonido de los gritos de MIakael Clawford sacaron a Edward de su placido sueño. Incluso después de dos semanas en el instituto el joven no podía acostumbrarse a la dinámica del grupo. Hacía tiempo que no veía a un clown paseándose por las calles, pero también hacía tiempo que no se dedicaba a buscar alguno. Últimamente estaba ocupado buscando exorcistas. Edward comenzaba a perderse en sus memorias cuando el rechinido de la puerta abriéndose lo hizo desviar la mirada. Era Elizabeth Clawford cargando entre sus manos una pequeña bandeja con comida. –Pensé que podrías tener hambre- su voz aún se encontraba un poco adormilada y el aspecto de la joven tampoco ayudaba a que se viera despierta. Edward se sentó sobre la cama e indico a la joven que dejara la bandeja en el escritorio junto a él.
               En la biblioteca, sentado y en total silencio estaba Jasper Green. Sus ojos se enfocaban en las notas musicales frente a él. -¿Qué estás leyendo?- pregunto Edward Wickersham con curiosidad. –Intento recordar donde aprendí aquella melodía- los ojos de Jasper no se apartaban del papel frente a él. De pronto y haciendo el mayor ruido posible, entro en la sala el director del instituto. –Encontramos otro- dijo con apenas una pizca de respiración en su voz.
                   Anthony Hallward se vio perdido así mismo. En callejón sin salida, estaba seguro que sería el fin. –Por aquí- una voz salía desde las sombras. El joven giro pero solo vio oscuridad detrás de él. El zapatear de la guardia se escuchaba cada vez más cerca. -¿Quién está ahí?- pregunto el joven empuñando su pequeña daga entre sus manos. Frente a él, una sombra se manifestó cortando la profunda oscuridad. –Soy el, soy ella, soy arriba y soy abajo. Soy todo lo que conoces y todo lo que quieres- su voz era algo femenina y burlona. Anthony se quedó mirando a la criatura frente a él. En un abrir y cerrar de ojos, la sombra cambio. Tomo la apariencia de un miembro de la guardia.
               La guardia se detuvo frente a su compañero. –Ha escapado- dijo el hombre en el callejón. El capitán de la guardia se limitó a pasarse la mano por la cara, haciendo ademan de frustración. La persona vestid con la ropa de la guardia se transformó una vez más. De regresos en su forma original, la sombra se marchó sin dejar rastro.
                   Edward Wickersham esperaba pacientemente la llegada del tren para partir hacia el distrito de Hampshire. El cielo sobre él estaba nublado y gris. Por alguna razón el joven sentía una presencia cerca de él. -¿Qué ocurre?- pregunto Elizabeth Clawford. La joven no parecía sentir nada fuera de lo común. Edward se limitó a hacer un gesto indicando que todo estaba bien. Cuando arribo el tren, con un retraso de diez minutos, Edward subió sintiendo aun la presencia de algo o alguien. Se sentó al lado de la ventana como siempre. Después de un rato, el silencio que había entre ambos jóvenes se volvió incómodo. Elizabeth fue la primera en hablar. –Has estado muy callado desde que el tren partió-. Edward se limitó a girar los ojos hacia la joven, pero su cabeza seguía enfocada en la ventana, mirando hacia afuera del tren. –No es nada, solo estoy algo cansado-. El cansancio era comprensible, el joven se había pasado los días enteros entrenando para ser un exorcista.
               El distrito de Hampshire era un distrito comercial. Las personas caminaban de un lado a otro cargando bolsas, cajas, entre otras cosas. Las calles estaban inundadas de mercaderes gritando para atraer gente. –Siento que está cerca- dijo Edward. Elizabeth y el joven caminaban a con paso apresurado, aunque la joven era quien debía seguirle el paso a Edward. A lo lejos escucho el taconear de las pesadas botas que usaba la guardia de Hampshire. Frente a el paso un hombre uniformado. – ¡Regresen a sus casas!- grito y las personas se echaron a correr. –Espere- lo detuvo Elizabeth -¿Qué está ocurriendo?- en ese momento se escuchó el estallido de un arma. Edward tomo a Elizabeth del brazo y se echó a correr.
Algo se movía por los altos tejados.  Edward no distinguía si era hombre o mujer, su cuerpo era cubierto por una capa oscura que también le cubría el rostro. –Ahí esta- dijo el joven. Su ojos izquierdo comenzó a brillas con un rojo escarlata. -¿Edward?- la voz de Elizabeth parecía nerviosa, era la primera vez que veía ese ojo, esa mirada.  Edward se echó a correr dejando a detrás a su compañera. A la joven no le fue posible seguirle el paso. Después de correr por unas cuantas calles estaba exhausta.
                 La guardia corría a toda prisa por las estrechas calles de Hampshire. Edward vio que se dirigían a un callejón sin salida. Los vio entrar en aquella oscura calle y minutos después los vio salir de nuevo. El rostro de uno de ellos emanaba frustración. Observo como le gritaba a uno de sus subordinados. El joven entro lentamente en la profunda oscuridad. En el fondo observo a una persona sentada en el suelo, sosteniendo una daga entre sus manos. -¿Quién eres? ¿Eres el mismo monstruo de hace unos momentos?- Edward percibió un poco de pánico en la voz temblorosa de Anthony. –Soy Edward Wickersham y estoy aquí para pedir tu ayuda-
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the4heretics · 9 years ago
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La Legión de Dios-2
El violinista del tejado
¿Qué es la música si no la manifestación de nuestros más profundo sentimientos? Incluso algunas veces es más dichosa que las palabras mismas. Ese era el pensamiento que Jasper Green tenía todas las noches. No era necesario hablar cuando se tenía la música. Esa noche le sería difícil encontrar un buen lugar, lo habían echado de tantos hogares que ya no sabía dónde podía expresarse. Cuando al fin encontró un buen lugar para posarse, el joven saco un delicado instrumento de una pequeña maleta que colgaba de su hombro. Un violín.
-Muy bien, ¡Arriba todo mundo! Gritaba el director de All Hallows the less. Su voz resonaba por los largos pasillo de la catedral. Edward Wickersham dormía profundamente cuando escucho los gritos. Se levantó de golpe y se dirigió al salón principal lo más rápido que pudo. Mikael Clawford estaba parado en el centro, miraba su reloj. Edward se acercó a él, se preguntaba a que se debían tantos gritos en una hora tan temprana-Ahí estas. Dijo el director y su cara se ilumino de alegría. A su lado se encontraba una joven. Ella es mi hermana menor, Elizabeth.
Edward la miro de reojo. No pudo evitar pensar que la joven era muy bella. –Es un placer. Dijo el joven con la voz temblorosa y le tendió la mano. La joven sonrió y se ruborizo un poco. – ¿Qué está ocurriendo? Pregunto el joven con curiosidad. –El General Fazzbear detecto la presencia de una bendición. Contesto el director de la organización. Aquí le llamamos bendición a todos los humanos que poseen un alma dañina para los demonios.
Edward lo miraba con curiosidad, no lograba entender completamente a que se refería con “bendición”. Elizabeth pareció darse cuenta y entonces explico al joven. –Una bendición es algo así como tu brazo. Es, de cierta forma un arma que nos ayuda a eliminar a los demonios. La joven sabia de lo que estaba hablando, pero el joven por otra parte parecía muy confundido. –Tú y Elizabeth serán enviado a Hustfridge en busca de la bendición, una vez que regresen veras de que estamos hablando. El director hablo con una voz firme y directa. Ambos jóvenes enseguida se marcharon. Elizabeth por delante y Edward detrás de ella siguiéndola.
Atravesaron las enormes puertas, afuera se encontraba un hombre que vestía con una túnica negra y cubría su rostro por completo. En su espalda llevaba un mecanismo un poco extraño, parecía una caja de metal. Juntos descendieron por la gran montaña y llegaron a la estación de trenes de Ruttenburg. Abordaron el tren de las 12 del mediodía hacia Hustfridge. En eso días no había muchas salidas debido a las recientes apariciones de demonios. Un hombre los llevo hasta su asiento. Se encontraba al final del largo pasillo. Edward se sentó junto a la venta y Elizabeth al lado de él. El hombre de la túnica negra se sentó enfrente de ellos y permaneció callado durante todo el viaje. Elizabeth fue la primera en hablar. –Es un guía. Dijo de repente. Cada misión a la que somos enviados, nos asignan un guía, una persona que conoce el lugar al que vamos. Edward no respondió, miraba el paisaje por la ventana y parecía sumergido en otro mundo.
El silbato sonaba y un hombre gritaba que debían bajar del tren. La ciudad de Hustfridge era muy distinta a Ruttenburg, pensó Edward. Aunque no estaba seguro, no había visitado muchas ciudades durante su vida. A diferencia de Ruttenburg, Hustfridge era un pueblo concurrido. Las calles estaban inundadas de gente comprando aquí y allá. Los vendedores gritaban para atraer gente a su negocio.
El cielo comenzaba a oscurecerse, llegaron a un pequeño hotel que se encontraba en la esquina de una calle. Al entrar, Elizabeth saco una pequeña fotografía de su bolsillo y se la tendió al dependiente. -¿Es posible que este hombre haya pasado por aquí? Le dijo al dependiente. El joven la miro durante unos instantes y después dijo: -Estuvo aquí hace unos dos días. Eso es todo lo que recuerdo-.
El joven les mostro las habitaciones. Una habitación para Elizabeth y otra para Edward y el guía. Un poco más tarde, cuando la luz de la luna cubría el pueblo de Hustfridge, Edward abrió la ventana. La noche era fría y un viento gélido entraba en la habitación. El pueblo entero se encontraba en silencio. Todo en penumbra, salvo alguna que otra panadería. Edward podía oler el cálido aroma de los hornos encendidos. Permaneció junto a la ventana, en total silencio durante unos minutos. Después de un rato, a lo lejos, escuchaba un sonido suave. Parecía provenir de uno de los tejados.
Decidió salir de la habitación e ir en busca del sonido. A medida que el joven avanzaba, el sonido se volvía más fuerte pero no perdía esa peculiar suavidad en el tono. Un violín, pensó Edward. En lo alto de una de las casas, que estaban hechas con madera algunas y otras con piedra, el joven aspirante a ser exorcista vio que algo se movía encima del tejado. La sombra sujetaba en una mano una vara de madera con una cuerda y en la otra sujetaba un violín. Con ayuda de la vara producía sonidos agudos y suaves a la vez. Edward Wickersham no sabía cómo reconocer una “bendición” pero algo le decía que ese joven la poseía.
Jasper Green rozaba la vara contra el violín. Cada vez que la cuerda de la vara y las cuerdas del violín se tocaban, emitían un bello sonido que envolvía el pueblo entero en una hermosa melodía. -¿Se te ha perdido algo?- Dijo el joven. Edward se había concentrado tanto en la música que había olvidado que había alguien produciéndola. –Aguarda unos minutos subiré- Dijo Edward. Se dirigió hacia una escalera de madera que se encontraba al lado de una de las ventanas de la casa. Cuando llego al tejado, el joven había dejado el violín a un lado y miraba fijamente hacia la escalera por la que subía Edward. –No dejes de tocar, es una melodía muy bella la que hacías hace unos minutos- Dijo Edward en un tono suave y sorprendido a la vez. –Yo toco para mí mismo- Dijo Jasper en un tono tajante. –JAJA- Comenzó a reír el joven del violín. –Mi nombre es Jasper Green- Dijo amablemente y comenzó a tocar de nuevo.
Elizabeth dormía profundamente cuando un sonido hermoso entro en sus oídos. Se levantó y abrió la ventana para escuchar. A lo lejos escuchaba una melodía, una hermosa melodía. Sus tonos parecían tristes, pero de cuando en cuando subían de alegría. Elizabeth Clawford salió del edificio para ir en busca del sonido. No se había percatado de que aun vestía con el camisón blanco de dormir. Llego a una casa de dos pisos, hecha con madera. En el tejado había dos sombras. Una de ella sujetaba un instrumento en sus manos y la otra solo estaba allí parada. La joven subió por una escalera y llego al tejado. -¿Edward?-  Dijo la joven Elizabeth sorprendida. -¿Eres tu quien toca el violín?-
-No, no soy yo. Es el- Dijo Edward apuntando al joven frente a él.
-¿Dónde has aprendido esa melodía?- Pregunto Elizabeth con curiosidad.
-Sinceramente, no lo sé o tal vez no lo recuerdo. Desde que tengo memoria, esta melodía ha sonado en mi cabeza- Dijo Jasper.
-¿Donde aprendiste a tocar el violín?- Pregunto Elizabeth con aun más curiosidad.
-Tampoco lo sé. La primera vez que me dieron este instrumento comencé a tocarlo como si la habilidad estuviera en mi sangre- Dijo el joven.
-Eso significa que…- Elizabeth no término la frase, se encontraba tan sorprendida que las palabras no le salían.
-¿Qué ocurre?- Pregunto Edward con curiosidad y un toque de preocupación al mismo tiempo.
-Es una “bendición”- Dijo Elizabeth al fin.
-Nate River-
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the4heretics · 9 years ago
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-Nate River-
La Legion de Dios
El joven del brazo rojo y el ojo de demonio
               La niebla era espesa y ni siquiera la luz de la luna lograba penetrarla. Edward Wickersham estaba atento a cualquier criatura que pudiera aparecer de entre las sombras. Su ojo izquierdo comenzó a brillar, era lo suficientemente brillante para poder ver a través de la espesa niebla. Escucho una risa,  la risa de un maniaco, pensó. Miraba alrededor, pero cada vez que miraba hacia el lugar del cual parecía provenir aquella macabra risa, la criatura que la producía parecía moverse de lugar. –Te atrape- susurro Edward y se escuchó un disparo. De su brazo izquierdo salía humo como si se hubiese prendido en fuego y luego extinguido. -¿Qué era esa cosa?- exclamo la señorita Lovelace. Edward volteo la mirada hacia ella y dijo en un tono serio –Era un “clown”-. Un clown era un tipo de demonio creado para divertir, pero no divertir a los humanos, si no divertirse colectando vidas de humanos y divertir a su amo. –Vendrán mas si no nos marchamos ahora mismo- exclamo el joven. Su cabello gris se confundía con el color de la espesa niebla. Edward se acercó a la señorita Lovelace, que se encontraba hincada sobre la sangre de sus compañeros y extendió su mano. Se alejaron lo más rápido que pudieron. A lo lejos, Edward podía escuchar las risas de los “clown” acercandose con rapidez. Eran demasiados para que el joven combatiera solo. Llegaron hasta una mansión que parecía haber estado abandonada los últimos 50 años. La hierba debería de tener unos dos metros de altura y toda puerta e incluso la pared se encontraban manchadas de moho. Edward no tuvo problema en abrir la puerta de entrada, en cuanto la toco esta se abrió, parecía faltarle un tornillo. Una vez dentro de la casona, fueron cubiertos por la oscuridad.
                 -Maestro despierte- dijo Edward. El general Cross había caído dormido súbitamente después de haber bebido más de lo que un hombre podría soportar la noche anterior. –No molestes- dijo en tono de fastidio. Cuando por fin despertó, con su larga cabellera roja y totalmente revuelta, le tendió a Edward un sobre. Era un sobre poco usual, era de color negro y tenía un sello en la parte de enfrente, era un pentagrama, una estrella de cinco puntas que mantenía el sobre sellado. –Lleva esto a “All Hallows the Less” en Ruttenburg y entrégaselo a James Lovecraft el té ayudara-. Antes de que Edward pudiera preguntarle en que lo ayudaría aquella persona, el general Cross se sumió en un profundo sueño y el joven no fue capaza de despertarlo. El camino hacia Ruttneburg era peligroso y más en aquella fecha que había reportes de “clowns” atacando a las personas durante la noche. Pero a Edward no le importaba, desde la muerte de sus padres, Ed deseaba convertirse en un exorcista y para ello derrotaría cualquier peligro necesario. Sin nada más que decir, Edward se marchó colina abajo donde se encontraba el pueblo de Ruttenburg.
                 La señorita Lovelace se estremecía, pero no porque tuviera miedo a la oscuridad, temía a lo que podía haber dentro de aquella casona. –Señorita Lovelace- dijo Edward en un susurro. –Parece que esa puerta está abierta-. Edward se dirigió hacia la puerta y detrás de él le seguía Katherine Lovelace. En efecto aquella puerta se encontraba abierta, era una habitación inusual. La casona parecía estar abandonada desde hacía varias décadas, pero esa habitación se encontraba en un estado impecable, como si hubiese alguien o algo viviendo allí. Era el único lugar en toda la casona en el que entraba un poco de la luz de la luna. Ambos decidieron quedarse hasta que la niebla se disipara o si no hasta que amaneciera. Las horas pasaban y la niebla parecía cada vez más espesa. Si ya había amanecido era imposible darse cuenta. Desde dentro de la oscuridad se escuchó un chirrido. Katherine estuvo a punto de soltar un grito, pero Edward le cubrió la boca y le indico que callara. Su ojo comenzó a brillar, con él podía ver a través de la pared. Del otro lado de la habitación se encontraba un “clown” pero este tenía un aspecto distinto. Tenía una apariencia huesuda y solo tenía un gran ojo en medio de su rostro. No tenía boca y tampoco nariz. Ed continúo observando a la criatura. Se estaba acercando a la puerta de la habitación. De pronto el brazo izquierdo del joven se transformó. Parecía un cañón. Edward Wickersham lo apunto hacia la puerta. De cierta forma, la criatura parecía percatarse de esto, pues se alejó de la puerta. La expresión del joven parecía confusa ¿Por qué se había alejado? No lo sabía, pero no le dio mucha importancia. Después de unos segundos, ambos se dieron cuenta de que la niebla había desaparecido. Se podía ver la luz sol entrando radiante por la ventana. -¿A dónde te diriges?- pregunto Katherine Lovelace en un tono curioso. Edward metió su mano en el bolsillo y saco el sobre que su maestro le había dado esa mañana. –Busco este lugar-. Edward le tendió el sobre a la joven, esta parecía confundida. –Lo siento, no… no puedo ayudarte-. La señorita Lovelace parecía asustada como si hubiera visto un fantasma.
               Al salir de la casona, Edward vio a lo lejos un edificio, parecía una catedral. –Ese debe ser- dijo en voz alta el joven del brazo rojo. Se despidió amablemente de la señorita de los ojos castaños. Sin pensarlo si quiera un segundo, Edward Wickersham se dirigía hacia la gran casona que se encontraba en lo alto de las montañas. El camino parecía muy largo, con cada paso que el joven daba, el camino parecía alejarse más. Edward pensó que eso podría ser un sistema de defensa de aquella catedral. Al cabo de unas horas, el camino se detuvo y Edward se encontró frente a una gran puerta que parecía tener remaches de oro y plata. La puerta era enorme, pensó el joven. Se quedó mirando durante unos segundos. Iba a golpear en ella, pero justo en ese momento escucho una voz. – ¿Quién desea entrar?- La voz era grave y resonante.
Edward miro hacia arriba. Parecía una mirilla. En vez de ser un cristal transparente, era un ojo. Un ojo que observaba todo lo que sucedida fuera de la casona. Estaba mirando a Edward. –Mi nombre es Edward Wickersham. Respondió el joven. El General Cross me envió- La puerta se fue abriendo poco a poco, no se podía ver mucho por dentro. La habitación estaba sumida en una profunda oscuridad.  –No temas. Dijo una voz proveniente de adentro. Sabíamos que vendrías- Edward entro lentamente en la casona, una vez dentro, la oscuridad se ilumino. –Mi nombre es Mikael Clawford y soy el director de esta institución.
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the4heretics · 9 years ago
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