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Camilo
Cam, han pasado 1.359 días desde la última vez que te vi al inicio de las escaleras de la casa de la abuela. A veces siento que no ha pasado ni un solo día desde que me despedí de ti en las escaleras y me iba de viaje. Solo recuerdo que me dijiste «no te vayas». Y yo solo respondí «no me demoro». Pero sí: me demoré. Yo debí decir el «no te vayas». Es curioso, quien realmente se estaba yendo eras tú. Así de extraños son los viajes, no sabemos donde comienzan, o quien los comienza. Voy a pensar en algo hermoso: quizá volvamos a encontrarnos, tú me enseñaste sobre los romanos, (contra mi voluntad) y me dijiste que para los romanos cuando uno se moría podía reencontrarse con los seres amados en los Campos Elíseos. Quisiera hacer una lista de las cosas que extraño de ti. Extraño escuchar tu risa, esa risa amplia y sonora que viajaba por todas las habitaciones de la casa, esa risa que ahuyentaba al dolor, a la duda. Esa risa que fue refugio, que fue el fuego sagrado del hogar. Extraño hablar contigo durante horas en el almuerzo, tus temas sobre la Guerra, sobre las estructuras militares del Imperio Romano, del Imperio Ruso, y las grandes dinastías Chinas. Extraño ver Avatar La Leyenda de Aang una vez cada año y reírnos de la gran frase «La muerte es una ilusión al igual que los pantalones». Extraño escucharte criticar a las personas, porque eras muy exigente con la mayoría del mundo, te enojaba la frivolidad, la falta de sentido común, que fuesen aburridos, que no aportaran verdaderamente al mundo y solo dijeran lo evidente y lo simple. Extraño escuchar como te quejabas, porque sí, lo hacías mucho. Eras muy gruñón pero eso me daba ternura. Extraño escuchar el sonido de las teclas de tu computador cuando jugabas World of Warcraft, o los otros juegos de Guerra que te gustaban. Extraño cuando me escribías que habías subido nuevo vídeo a tu canal, Juguemos a la Guerra. Me pedías opinión sobre las miniaturas, sobre el contenido del vídeo. Extraño como te reías de mis chistes. Extraño que aunque nunca me llamabas, ni me buscabas, ni me regalabas peluche alguno, y que aunque era yo la que siempre iba a ti, y te llamaba, y te daba regalos, nunca dudé por un momento en cuanto me amabas, que aunque éramos profundamente diferentes, el amor siempre se nota por más callado por mas reservado que sea. Extraño tomar cerveza en el balcón de la casa y escuchar Rammstein mientras intentábamos descubrir en qué consistía la justicia, la felicidad, o cualquier otro tema que merecía ser por lo menos mencionado una vez en la vida. Extraño estar sentada a tu lado y ver en la pantalla pequeña que tenías al lado de la pantalla principal de tu computador algún vídeo de Youtube sobre el Imperio Romano xddd. Extraño pasarnos publicaciones de Reddit. Extraño las imágenes de cachorros que me enviabas porque sabías que me hacia feliz. Extraño lo pésimo que eras para consolarme cuando estaba triste. Siempre me enviabas vídeos tiernos, o vídeos de lluvia porque pensabas que eso aliviaría mi dolor en lugar de hablar profundamente sobre mis sentimientos xdddd Extraño la carta que me escribiste cuando en contra de mi voluntad me encerraron durante dos semanas en una conversión católica en una finca. La mejor carta que alguien me ha podido escribir:


Mi parte favorita de tu carta, Cam, es que quitándole tu forma tan racional y tan ingeniero de interpretar la realidad me dijiste que me hiciera preguntas: ¿Por qué la luz entra a mi cuarto? ¿Por qué el día fue como fue? No puedo evitar hacerme esta pregunta: ¿Por qué fuiste mi hermano, por qué te perdí, por qué te amé? Amado hermano, te perdí, pero he intentado encontrarte. Vives en cada verdad que he dicho, en cada vez que he dado amor, vives en mi aliento, y aunque no he llevado bien tu pérdida, y me ha paralizado, y me ha hecho tener miedo, y le he tenido pánico al abandono, cosa que no ha dejado de sucederme: constantemente me siento incomprendida y abandonada por personas a las que intenté darles mi corazón, una cosa es cierta: nunca perderé mi capacidad de hacerme preguntas, como tu me enseñaste. Las respuestas son un final, son una muerte, no son creativas, no impulsan a seguir, solo son eso: puertas cerradas: viviré bajo el signo de la pregunta como tu me habías enseñado a hacerlo. Solo me queda decirte, que las palabras que le escribió Kyle Maclahlan a David Lynch cuando murió, resumen para siempre, lo que yo también siento por ti: «No le interesaban las respuestas porque entendía que las preguntas son el motor que nos hace quienes somos. Son nuestro aliento (...) Su amor por mí y el mío por él surgió del destino cósmico de dos personas que vieron lo mejor de sí mismas en la otra. Lo extrañaré más de lo que los límites de mi lenguaje pueden expresar y mi corazón puede soportar. Mi mundo es mucho más pleno porque lo conocí». Haber sido tu hermana, es el mayor orgullo que pude y puedo tener. Te amo profundamente Camilo, ayúdame a no tener más miedo, a volver a empezar de nuevo. A no vivir tanto en el signo de la respuesta sino el de la pregunta. En mis manos están las tuyas, en mi aliento estará tu lenguaje.
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Dime que no me amas.

Esta es mi foto favorita de mi papá. Fue tomada cuando él tenía unos treinta años. Pronto tendré esas edad, muchas veces me dijo que cumplir treinta años es una experiencia horrible. Me preguntó porqué pensó así de sus treinta. Mi madre me contó que cuando Iván, mi padre cumplió años lloró. Porque mi madre tenía cuatro meses de embarazo: se sentía insignificante frente a la responsabilidad de ser padre, no creía que iba a ser bueno, pensó que la enfermedad mental sería desde ya un fracaso. Yo siempre he pensando en la figura de mi padre como la de mi primer amigo y la de mi primer enemigo. Me enseñó, quizá demasiado pronto, el lenguaje del desprecio, del odio. Cosa terrible odiarse a uno mismo, como si fuera una sombra que oscurece cualquier lugar del mundo. Siempre he querido hacerle esta pregunta a mis seres amados, pero se me olvida una y otra vez: ¿Cuándo fue la ultima vez que te amaste verdaderamente a ti mismo? al ver mi vida en retrospectiva, noto como son contadas las veces en que me he sentido verdaderamente orgullosa de mí misma, donde de verdad me he amado por la persona que soy. Es mas siento que no han sido mas de dos veces y la última sucedió el último día de mayo del 2025. De por sí mayo fue un mes profundamente difícil. Quizá porque me di cuenta del amor que sentía y como éste no era correspondido. Me ha pasado varias veces que el amor que doy a veces es en vano, a veces no es observado, no es encarnizado, no es nada. O eso es lo que siento. Y cuando llegó el último día de mayo, pasó uno de mis grandes temores: Iba en el carro de un familiar a una reunión, yo iba en el asiento de atrás, bobeando, pensando en la música que escuchaba, cuando se sintió el ruido profundo y desgarrador de un perro: mi familiar habia pasado por encima del abdomen de un perro viejo que estaba tirado en el pasto, recibiendo los rayos del sol, intentando dormir, no escuchó la cercanía del carro, y lo inevitable pasó.
Cuando salí del carro y vi al perro en el pasto, sentí como un ataque de ansiedad se avecinaba. Hice lo posible por concentrarme en ayudar al perro, en buscar en internet que médico podía recibirlo, no importaba el gasto: estaba concentrada en salvarle la vida. Pero una familia opuso resistencia a que yo ayudara al perro: ella insistió en que el perro ya simplemente iba a morir, y que su agonía no debía arruinar la reunión familiar, la fiesta. Simplemente quería llevarlo lejos a una cabaña vacía donde muriera en unos minutos. Me gritó, me miró con odio, y ésta familiar solo recuerdo que dijo con fuerza abrumadora
«Cochina, usted esta obsesionada con la muerte».
Una vez dejaron el perro en la cabaña y esta familiar, histérica logró su cometido: que el perro no recibiera ayuda, y dejarlo para que la muerte llegara, por fin, se fue. Y lo único que pude hacer fue pedirle a una veterinaria que viniera a practicarle la eutanasia. Algo en mi interior me decía que nadie merece morir así: con dolor. Solo quería darle una muerte digna a un perro viejo que sin hacerle daño a nadie, estaba acostado en pasto recibiendo los rayos del sol. Me quede mirando al perro, la expresión de dolor y de agonía de su rostro. Y solo me quedó esperar, mientras un cachorro de la finca me acompañaba como un mensaje de la vida misma, incluso en la agonía había en la vida un cachorro el recordatorio de algún tipo de continuación. Tantos poemas que había guardado sobre la crueldad del mes de abril, me di cuenta mientras estaba al lado del perro esperando a que llegara la veterinaria, cuan desgarrador fue el mes de mayo.
Nunca olvidaré a esa mujer que atendió a mi llamado. Que no solo trajo un medicamento especifico para que el perro viejo se fuese, sino otro medicamento que le quito el dolor innombrable que sentía en el interior de su vientre. No se debería tomar fotos de algo así, pero me niego a olvidar esa otra parte de la vida, que es la crueldad que esta familiar tuvo con un perro, que lo condenó a morir con dolor, que luchó hasta su última fibra de que no recibiera ayuda. Cuando el medicamento estaba tomando efecto en el cuerpo del perro, yo sostenía su rostro entre mis manos, y solo pude decirle cuanto lo amaba, cuanto lo sentía y que no iba a sufrir más. Ese fue el momento en que sentí amor por mí misma, más allá de cualquier otro logro, de un beso, o de un te amo de alguien. El amor más puro hacia uno mismo se encuentra en el amor puro que se le da a otro, y aunque he tenido la oportunidad de amar, nunca como ese momento. Hubo en mi una mezcla de dolor pero también de alivio y no pude evitar regresar al poema de Hugo Mujica: «Vi un perro negro muerto en la calle, aplastado en medio de la acera, manchado, porque nevaba. Vi la vida, allí mismo, y no había más que eso: la coartada del inocente: pagarlo todo. Sentí en la nieve la vida y me vi morir como un animal que se resiste hasta lo último hasta el deseo de ser rematado, hasta el gemido final, el que pide perdón por todo crimen ajeno: el que ha perdonado a dios». No sé muy bien como amar o recibir el amor. Mi padre rompió ese vínculo que tengo con el amor, siempre es difuso y extraño. Pero hay algo que si sé: el 31 de mayo de 2025 logré amarme a mí misma, supe cuan valiosa y sagrada es la vida para mí. Lo que soy capaz de defenderla. Lo que me duele cuando es pérdida. En verdad amo la vida, y yo soy parte de ese amor. Sin tantos ritos, sin tantos cálculos. A veces amé y me regresaron el amor de vuelta. A veces amé y no regresaron el amor de vuelta. Los regresos y los encuentros, la correspondencia, o el silencio. La ansiedad y la paz. La vida y la muerte. Todo esto que pienso solo lo puedo resumir en la última imagen que tengo del perro: Mientras esperaba a la veterinaria el perro veía los campos boyacenses, donde nació, donde corrió siendo arrullados por la lluvia, miro con detenimiento esa tierra que lo recibió en su vida, y que lo recibía en su muerte. A pesar del dolor, inclusive del mismo final inalterable: observó un paisaje que no volvería a existir ante sus ojos. El verdadero amor es ese: qué eliges mirar, qué eliges sentir, a pesar del final. Yo quiero pensar, padre, a pesar de que lloraste porque yo iba a nacer y no sabías que iba a ser de mi vida, quiero que sepas que me aseguraré de que mi historia, sea una historia de amor. Si la vida me da la oportunidad de amar a una amiga, a un amigo, a mi abuela, a mi hermano, a alguien que vive a siete horas de mí, o a un perro que estaba acostado en el pasto: yo iré al llamado de la vida de amar, a pesar de saber que no dure años, que salga mal, pero haber amado a aunque sea por unos instantes nunca es una perdida: siempre es un encuentro.
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El amor después de la muerte

De nuevo anochezco en Sogamoso en la misma habitación, de hecho, es curiosa esta habitación. Cuando mi abuelo construyó esta casa, pensó en su hija, (la que aparece allá arriba en la foto) Martha, que es también mi madre. Mi abuelo pensó en una habitación grande y espaciosa con balcón, porque se imaginaba que varios muchachos le iban a hacer serenata cuando creciera. Al parecer nunca le hicieron una serenata. Esta fue también la habitación de mi hermano, y ahora es la mía. Tengo muchos recuerdos en esta habitación: como fue la primera vez que escuché los sonidos de amor de mis padres en las noches y yo observaba en la oscuridad aquel rito antiguo de dos cuerpos quizá convergiendo en otra cosa. Como cuando vi el cuerpo muerto de mi hámster, Dientes y quince años después, mi hermano decidiría ahí mismo en esa habitación de la infancia de mi madre, morir. Bien, puedo decirlo con tranquilidad, sin tanta vergüenza porque intento practicar algo muy sencillo pero profundo: aceptarme radicalmente como soy. Sin tanta baja autoestima, soy pésima sobrellevando heridas emocionales, cuando me siento infravalorada, disminuida o poco amada, me pongo furiosa, soy insegura, cambiante y profundamente inestable emocionalmente. Sí, eso soy. La habitación de mis sentimientos, que cursi suena cuando lo escribo: habitación de los sentimientos, es una habitación especialmente caótica, y supongo que se debe a que llevo tres años viviendo el cuarto donde mi hermano decidió morir, y donde mi madre decidió amar, y donde mi abuelo decidió construir un escenario en donde realmente daría paso a varias escenas de la condición humana de mi familia: odio, muerte y quizá también de vida. No sé si es porque hace un par de días tuve una pérdida reciente de alguien a quien amo, o por ver en retrospectiva qué ha sido de mí estos 29 años, pero no dejo de pensar en mi madre esta noche. Quizá porqué me pregunto por el amor, y cuando pregunto por el amor el rostro que viene es el de ella, Martha. Cuanto he querido replicar su forma de amar, pero no me sale, supongo que me ha acaparado demasiado esta habitación no solo vivir en ella, sino que la habitación vive en mí, nos hemos vuelto como dos identidades inseparables, como si la habitación de mi madre fuese una respuesta y yo una pregunta. Podría decir, con orgullo sin tanto dolor, aunque lo tenga, que estos seis meses amé algo mas que estas cuatro paredes, y por unas semanas enteras pude olvidarme de esta habitación y pensé en otra: en la de la persona amada: sus objetos, sus muebles, la luz de su cuarto, la oscuridad de su cuarto, los sonidos del garaje. También eso en parte me recuerda a Dr House y mi capitulo favorito no solo de la serie sino de todo lo que he visto en mi vida: One day, One Room. Sobre todo en este parlamento:
«House: Are you going to base your life on who you got stuck in a room with? Eve: I'm going to base this moment on whom I'm stuck in a room with. That's what life is. It's a series of rooms, and who we get stuck in those rooms with adds up to what our lives are». Me gusta también esa frase de Cesare Pavese, «No recordamos los días, sino los instantes». Y si podría cambiarla diría que recordarnos no los días sino las habitaciones. Por eso uno de mis mayores gestos de amor es preguntarle a los seres amados por lo que han soñado, porque en el fondo, los sueños solo son espacios: habitaciones lanzadas en la oscuridad del cerebro. Cuando pienso en mi madre, pienso en su habitación de la infancia, donde ahora escribo, donde escuché a mis padres los sonidos de su amor, donde hablé por primera vez, en una noche de octubre de 2024, con la persona de la cual me enamoré en esa misma habitación donde Camilo cayó. Sí, es una habitación extraña. Como un teatro, se han derramado tantas escenas, contradictorias, llenas de luz y de sombras. Llenas de la figura de mi madre y su útero, mi primera habitación. Algún día me iré de acá y entraré en otra habitación. Las puertas se abrirán y otras se cerrarán. «Voy en búsqueda del gran Quizá». Esa es la frase que me repetí cuando tomé mis maletas y fue a visitar a una ciudad lejana a quien logré llegar a amar este año. Independiente de como salió o como no salió: que las cosas hayan existido en lugar de que no, es más de lo que puedo pedir ahora, aunque lo haya perdido. Quiero pensar que en el amor nunca hay un final, aunque tu hermano no respire, aunque tu padre no respire, aunque quien hayas amado lo hayas tenido que dejar ir porque no eres una buena compañía, intentas ser como tu madre que ama como quien baila un vals con elegancia, pero tu amas intentando bailar con elegancia pero tus pies están rotos y solo le pisas los pies a quien amas. Quizá sea porque vives en esta habitación, porque no has cumplido tu misión, la vaina pendiente que tienes que cumplir acá, o porque crees que no mereces ningún amor. Solo puedo decirte: sí, existí para alguien, ojalá haya valido la pena. Un día: una habitación. Ese es el gran quizás.
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La persona que fui y que tuve que enterrar.

Hoy es 9 de junio de 2025. En 91 días cumpliré 30 años. 30 verracos años, en esta foto tenía 24 años, y había muchas cosas que no sabía que iban a pasar. No sabía que en menos de tres meses, una pandemia global azotaría el mundo dejándome encerrada sola con mi madre y nuestro duelo en la casa de mi padre, La Casa del Bosque. No sabía que me iba a enamorar y eso me haría viajar a Ecuador por primera vez en mi vida. Tampoco sabía que iba a publicar un libro en la pequeña editorial municipal de Tunja. Pero nada me preparó para el suicidio de mi hermano. Allá en el fondo de esa foto se ve una pila de fuego, la misma que él armó para celebrar el cumpleaños de mi abuela. Todo esto para decir un poco lo mismo y es que no reconozco a esa chica de la foto, sé que soy yo. Tiene mis facciones, quizá el color de mi cabello, y algunos pequeños sueños que quería cumplir antes de llegar a los 30 como haberse enamorado y casado para ese entonces, y ya haber tenido bebés para ese entonces. Incluso hasta puede decirse que la chica de la foto estuvo cerca a cumplir algunos sueños. Pero lo cierto es que es que esa chica de la foto ya no existe ni si quiera remotamente. ¿Cómo se le llama a esa pérdida especifica? ¿A esa pérdida de uno mismo? Ya no tengo la fuerza que tenía antes, ni la creatividad, ni la armonía, ni la felicidad. Me siento hoy a tres meses de cumplir 30 años, derramando sangre en la boca, como el animal que se resiste hasta lo último, hasta el deseo de ser rematado. Soy un animal recluido, y herido, ya las cosas que me eran fáciles, como hablar con las personas, conocerlas, amarlas, estar para ellas, se ha convertido casi como obligar a un fémur roto a correr. Ahora me atraen las personas que no me aman, como si quisiera de alguna manera que se demostrara la inferioridad que represento. En mis días lúcidos, y a lúcido me refiero totalmente a la etimología de la palabra «expresado claramente, brillante». Me decía a mí misma que la vida no es tanto la que uno tiene, sino la que uno crea. Y la creación también como acto de fe: de "creer" Antes de los 30 años ¿Qué vida debo crear? ¿Tinturarme el cabello es una forma de crear una nueva vida? ¿Comprar ropa distinta, ver películas o escuchar canciones distintas? ¿Buscar un affair y luego desaparecer? Siempre me ha parecido que los cambios mas profundos y significativos solo ocurren adentro y en el terreno invisible. Es hora de matar a lo muerto, de darle un fin a la misma muerte de uno mismo y dar nacimiento a otra forma de vida. Tengo noventa días, tengo cuarenta días, tengo diez días, tengo cinco, tengo tres, tengo dos, tengo un día, quince horas, tres horas: este segundo, para decidir cambiarlo todo. Y hoy he decidido cambiarlo todo, y darme una oportunidad. Las personas que sinceramente no me amaron se fueron. Las personas que me aman están. La personas que tuvieron que morir lo hicieron. No hay otra forma de escapar de la muerte que creando. Espero hoy sea el primer día del resto de mi vida.
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