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Vuelvo a empezar.
Acercándose mi cumpleaños me he visto, como cada año, reflexionando sobre mi vida, sobre lo que he hecho y lo que he dejado de hacer. Sobre todo lo que me ha salido bien y lo que no.
Existe en mí una ansiedad dicotómica entre aceptar que he vivido cosas increíbles y que, de acuerdo a mi proceso personal, he avanzado muchísimo en mi estabilidad emocional y mental. Y en su contraparte está el sentido de fracaso que cae constantemente sobre mí y ensombrece mi panorama.
¿A cuál hacerle caso? ¿A la parte que me dice que voy bien, que siga aguantando, soñando y trabajando en que esos sueños se cumplan? ¿O es mejor hacerle caso a mi parte fatalista que cree que a mis 28 años lo mejor ya ha pasado y que querer cambiar las cosas a estas alturas parece insensato?
De manera lógica y racional pienso en que la respuesta está justo en el equilibrio de ambos pensamientos. Equilibrio que siempre me ha costado encontrar.
Pienso que nunca es demasiado tarde para hacer las cosas diferentes y darle un giro a lo que crea un vacío en mí. Inmediatamente después el miedo toma protagonismo y sabotea mi mente, haciendo de ella un lugar oscuro, confuso y muy incómodo. Tan incómodo que es mejor salir de esa parte y entrar al lugar de mi cabeza reservada única y exclusivamente a Kim Kardashian; lugar ligero como unos yeezys y que huele a su nueva fragancia que tiene forma del emoji de melocotón que alude a su enorme trasero.
Quisiera ser más temeraria.
Temeraria, adjetivo. Que se piensa o se dice sin pensar en las consecuencias negativas.
Fuente: Barra buscadora de Google.
Quisiera ser más temeraria, mas no lo soy. Siempre pienso que no voy a poder aunque no lo piense. Ya está en mí. Ya es parte de mí.
Y entonces, ¿qué sigue? Me espero otros 28 años a que esta característica mía cambie automáticamente, ¿o cómo?
Un día normal de mi vida no puede comenzar con miedo porque me rehúso a pensar que un día normal para mí sea un día lleno de temor.
“Pues no tengas miedo, no pasa nada” Me dicen muchos de los que saben.
Fácil.
El único detalle es que la que me lo tiene que decir soy yo misma. Y no solamente basta con que me lo diga, me lo tengo que creer.
Caigo en cuenta entonces que entre decirlo y hacerlo, hay mucho trecho.
Y es aquí donde siento que me pega el aire de la rosa de Guadalupe y me acuerdo que en efecto, recorrer el trecho es lo que realmente importa. Y no importa si lo recorres con paso firme o temeroso, si lo recorres a pie o en el mejor vehículo, con los bolsillos llenos o vacíos, solo o acompañado, el mero chiste es seguirlo recorriendo.
Y al día o a la semana siguiente se me olvida. Se me olvida que ya le agarré la onda a esto de sobrevivir con ansiedad y se me olvida la emoción de los planes que tengo. Se me olvida que tengo muchas ideas que van acompañadas de un montón de esperanza. Desaparecen mis amigos y mi familia y me siento como que si estuviera muy sola. También mucho desaparece la energía.
Se me olvida y a la vez no se me olvida porque cuando voy olvidando a la par algo se va quedando, porque a punta de fregadazos la vida me ha ido enseñando que al final lo bueno sí gana.
Se quedan las palabras de aliento y se quedan el dejar de compararme con los demás. Se instalan las ganas de quererme más a mí misma que a cualquier otro y se incluye ahí el querer, valorar y aceptar la vida que tengo y no la que quiero o el ruido externo me dice que debería querer.
Así, cuando se me olvida, simplemente vuelvo a empezar.
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¿Con quién vivo?
23 de Enero del 2018
¿Con quién vivo?
El otro día se fue la luz de mi casa por segunda vez en la semana. Era miércoles y después de como media hora de haber llegado del trabajo, alrededor de las 10 de la noche, escuché como explotaba un transformador de la luz de manera ensordecedora. Me sorprendió que se escuchara tan fuerte, más supe enseguida de lo que se trataba porque, como dije, era la segunda vez que pasaba esa semana y la veinteava vez que pasaba desde hace 3 años que llegué a vivir ahí.
Yo estoy acostumbrada y aunque es un inconveniente que esto suceda, no pasa de ahí. Una de las veces en que se fue la luz por la tarde simplemente me fui a un bar con JuanJo y regresé ya de madrugada lo bastante borracha como para llegar a tirarme directo en la cama sin necesidad de prender alguna luz siquiera.
Josué, mi roomie desde hace 1 año y medio, también parece no inmutarse por esto nunca. El miércoles del que hablo él estaba cotorreando con uno de sus amigos en la cochera, tomando cerveza y hablando de lo que sea que estuvieran hablando. Pero Adriana sí que se asustó. Y yo no entiendo qué de que se vaya la luz en una casa en medio de la ciudad con otras tres personas contigo te puede provocar miedo.
El caso es que como Adriana se asustó, corrió a mi cuarto para ver lo que pasaba. Desde que llegó a la casa hace 2 meses la verdad es que nunca había platicado mucho con ella. Una vez, pero fue alguna platica no tan trascendental porque no me acuerdo de qué fue. Así que después de quemar el tema de “qué inconveniente es que se vaya la luz tan seguido” se me hizo super raro que siguiera ahí parada en la puerta de mi cuarto y no se fuera al suyo a sentarse en su cama a oscuras o algo. Igual no me sentía incómoda.
Después de un rato se animó a preguntarme que si tenía algún gallo ya forjado, porque como no había luz no podía hacerse uno ella, no tenía pipa y quería fumar para dormir a gusto.
Yo me acababa de enterar algunos días antes de que mi roomie nueva, la que yo pensaba que era una fresa, compartía mi gusto por la marihuana. Yo estaba feliz con eso. Desde JuanJo que no tenía un roomie con el que pudiera fumar. Además, el fumar marihuana con las personas te conecta de una manera muy especial. Es el compartir algo que sabes que no es para todos y es crea una especie de complicidad que a su vez dice mil cosas más que son intangibles. Solo los que han vivido este vínculo lo pueden entender. Mi hermana, por ejemplo, me diría que es una excusa más mía para seguir con mi vida de vicios y excesos y que esa conexión mágica no existe…son las drogas hablando. Cada quien.
Yo muy amablemente le ofrecí a Adriana que usáramos la bonguita hecha a mano que me había regalado Ivan para Navidad. Cuando se la enseñé se emocionó muchísimo y empezó la pachequera.
Fueron los humos y la oscuridad. Fue la causalidad que nos puso a compartir ese día, porque estoy segura que si la luz hubiera estado funcionando cada quien se hubiera quedado en su cuarto haciendo lo que cada quien hace en su privacidad. Netflix seguramente.
Terminamos de hablar dos horas después. La plática la interrumpió Josué y luego el que regresara la luz. Pero en esas dos horas en las que nada más estábamos Adriana, la bonga y yo conocí con quien vivo más que en los dos meses de compartir hogar.
Evidentemente esto me hizo mucho ruido. Me sorprendió, en la plática, el irme dando cuenta de que tanto no sabía de Adriana. Iba registrando expresiones de ella que se me hicieron increíbles y que nunca le había escuchado. Me decía, por ejemplo, “Chris, mi ex novio, es muy serio. Él refiere que su forma de ser viene de lo poco expresiva que es su mamá y toda su familia en general.” Y yo repetía “Él refiere, él refiere, él refiere…” dentro de mi cabeza.
Me contó mucho de ella y me di cuenta de que somos muy parecidas. Eso también me estalló un poco la cabeza. Yo siempre refiero a que me cuesta muchísimo vincularme con las mujeres y heme aquí, con una mujer muy parecida a mí en pensamiento y actitud viviendo en la misma casa y yo sin ni siquiera haber hecho el esfuerzo de conocerla porque ya sabía que no íbamos a tener una relación fuera de ser roomies.
Algo parecido me pasó con conocí a Celia cuando la conocí hace seis años al irme a vivir con ella y JuanJo. Juan José es mi amigo desde hace diez años y cuando me invitó a ocupar uno de los cuartos del Depa Prado yo no pensé en más que en que me urgía salirme de la casa de asistencia donde estaba viviendo después del accidente. El lugar donde viví con depresión seis meses seguidos.
Cuando me mudé conocí a la francesa que vivía en el tercer piso con su gato Tito. Al principio solo hablábamos cuando nos topábamos en la cocina. Poco a poco nuestras pláticas se fueron a hablar de nuestros gustos y cuando llegamos al tema de la música hicimos la conexión final. La música, como lo ha hecho infinidad de veces más, me acercó a Celia y me hizo a conocerla como la marihuana a Adriana.
Después de saber que teníamos los gustos y opiniones más similares comenzamos a ir a conciertos juntas. Después íbamos a fiestas y tuvimos nuestro boy drama por culpa de un ex mío que no sabe quedarse con el pito adentro del pantalón por mucho tiempo.
Poco a poco fuimos abriéndonos más y también descubrimos que nos unía una fuerte relación con nuestras enfermedades mentales. Otra de las cosas que te ligan in descriptivamente con las personas.
Aquella frase que dice que nunca conocemos a las personas realmente ha estado en mi cabeza desde el miércoles sin luz.
Han pasado a ver la casa un montón de personas cada vez que publico en internet que tengo un cuarto en renta. He conocido mucha gente rara. Uno de los más raros hasta vivió en la casa un mes y dejó el cuarto que ahora es de Adriana oliendo a patas, como ella lo describe.
A veces me da miedo cuando le paso la ubicación a algún interesado. No vaya a ser una trampa para que puedan entrar a robarme el único sillón que tengo, la computadora en la que escribo que tiene la pantalla quebrada, o la tele chiquita que me gané en un desayuno del Tec de Monterrey hace como diez años.
Bajo siempre a abrir con la incertidumbre de lo que me encontraré afuera del cancel, pensando que si noto algo muy raro me puedo meter sin decir nada y encerrarme en mi cuarto hasta que se vayan como lo hacía cuando llegaban los monstros que salían del closet en la noche cuando era niña. Luego también pienso que al Paco lo conocí así, solo que por Tinder y no por el cuarto, y terminé saliendo con él por casi dos años. Es un volado eso de sacar gente de “la internet”.
¿Con quién vivo? ¿Qué piensan? ¿Cuáles son sus planes y metas que no me comparten? ¿Qué pasado tienen y como es que sin saberlo les puedo abrir las puertas de mi casa como si nada, solo para no pagar todo yo sola?
Igual creo que no sabía quién era Alondra aun con casi veinte años de concoerla. Es mi amiga, claro. Por eso rentamos la casa juntas hace tres años. Pero no fue sino hasta que, al principio, compartimos una misma cama en mi departamento tipo estudio (apartamento tipo estudio que quiere decir apartamento increíblemente pequeño e incómodo) en Chapultepec que la empecé a conocer mejor. Ya en la casa, que es más grande, teníamos más independencia, más aun así estuvimos más juntas de lo que habíamos estado en años y eso inevitablemente nos hizo conocernos diferente.
El libro del lobo estepario tiene una teoría que dice que tenemos un plasma que vamos dejando en cada persona que conocemos, un poco o mucho dependiendo de la profundidad de la relación que mantenemos, y ese plasma no se recupera. Lo dejamos para siempre en alguien más. Y al parecer, eso tan nuestro que dejamos, tan único e irremplazable, se lo dejamos a personas que realmente no conocemos.
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