Tumgik
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If Classic Nintendo games were released in 2017
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Mira amur se parece al del anime... se parece un poquito nomas xd
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Amor esta te va a encantar Una niñera debe quedarse a cuidar el bebé de una familia que esa noche tiene una fiesta a la que no puede faltar. Antes de abandonar su casa la mujer detalla los cuidados que requiere su hijo y le facilita un número de contacto por si surge cualquier problema. La chica ya ha trabajado durante semanas con el niño y tiene experiencia con muchos otros bebés. Pero desde luego esta no es su casa favorita, ya que el padre ha ido recopilando una colección de payasos de juguete en sus diversos viajes. Los muñecos le producen escalofríos cuando debe entrar al cuarto del niño para vigilarlo en su cuna. La noche se presenta con normalidad hasta que de repente el bebé comienza a llorar en su habitación, por más cuidados y atenciones que le brinda, el niño no deja de llorar. La chica odia quedarse en ese cuarto porque siente como si todos los muñecos con forma de payaso la miraran fijamente mientras trata de consolar al bebé. Para colmo el padre parece que ha comprado un nuevo payaso casi del tamaño de un niño, una pieza terriblemente realista que han sentado en la mecedora que muchas noches la niñera usa para calmar al niñito hasta que se duerme. La chica tras mas de una hora intentando que el bebé se duerma decide llamar a sus padres para preguntarles si ha dormido la siesta más tiempo del debido y si le dieron el biberón que le correspondía antes de irse a la fiesta. Está desesperada por el incesante llanto de la criatura. La madre le indica que no existe motivo por el cual el niño deba llorar, pero que en todo caso le de un poco mas de leche y trate de dormirle meciéndole mientras descansa sobre la mecedora, así ella también podrá descansar. La chica le pregunta si puede retirar de la mecedora el payaso nuevo y que donde debe dejarlo, la madre desconcertada le pasa de inmediato el teléfono a su marido. El señor le pregunta como es la figura que le dijo a su esposa. Sin mediar mas palabras y profundamente preocupado le dice a la niñera que coja de inmediato a su hijo y cruce la calle hasta la casa de sus vecinos, una vez allí le debe llamar de nuevo. La niñera asustada cumple las órdenes que le acaban de dar, entra en la habitación del niño, le recoge de la cuna y sin girar la cabeza hacia la mecedora para mirar al payaso se le lleva en brazos escaleras abajo hasta salir a la calle. Al llegar a la casa de los vecinos llama nuevamente al señor de la casa. Este está realmente asustado y le contesta mientras conduce su coche a toda velocidad hacia su casa. Le explica que él nunca ha comprado un payaso de esas características y que probablemente alguien disfrazado entrara en la casa para robar, al sentir que subía las escaleras se sentara en la mecedora para confundirse entre la oscuridad. La chica totalmente aterrorizada observa por la ventana de la casa de los vecinos como a los pocos minutos el pequeño payaso escapa con una bolsa probablemente llena de objetos de valor. Por suerte, una hora después la policía, gracias a su descripción, detiene a un enano que al parecer trabajaba en un circo ambulante y acostumbraba a entrar en las habitaciones de los niños para robar cualquier objeto de valor que encontrara mientras las familias duermen. - La Estatua Del Payaso
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Ahora la sabe
Solo soy una persona con conocimientos en sistemas. En realidad trabajo para una empresa de tecnología y no soy especialmente creyente en nada paranormal, de hecho, soy poco religioso.
La razón por la que paso por aquí es precisamente porque me ha entrado cierta curiosidad en estos asuntos desde que un familiar que vive en el campo vino a mí a contarme una historia bastante particular. Por supuesto, es la primera vez que veo un sitio en el cual esta historia podría ser contada.
Javier y María son prácticamente dos campesinos, criados a la vieja usanza en una pequeña choza situada a unos treinta minutos a paso de caballo del pueblo más cercano. Javier es un primo lejano del lado de la familia de mi padre. Mi padre, a pesar de ser médico actualmente, viene de una familia muy humilde en el campo y él logró completar sus estudios de medicina con su propio esfuerzo; por esta misma razón aún tenemos bastantes familiares en zonas rurales que nunca han salido del campo.
La historia me la contó mi primo una temporada que hicimos el viaje hasta ese pueblo y decidimos de paso ir hasta donde el buen primo ya que le vemos prácticamente una vez al año en temporada de vacaciones. Usualmente nos genera pereza ir hasta donde él vive, porque a pesar de que el campo es muy bonito y la choza es muy acogedora, la vía para llegar no es precisamente apta para un vehículo moderno, aunque sea una camioneta como en la que vamos. De hecho, no es un carretera como tal, es solo un camino que se ha formado por el pasar de los animales y carretas o algunas motos, y que en invierno es inaccesible a menos que sea en vehículo de tracción animal de cuatro patas. También es posible que si dos carros se encuentran, alguno de los dos tenga que regresarse en reversa, por supuesto esto rara vez ha de pasar porque es muy poco transitado.
La última vez que lo visitamos, el buen primo tenía la espalda llena de cicatrices. Nuestra primera reacción fue preguntarle qué había pasado. Su respuesta me ha dejado atónito, es la primera vez que escuché algo similar.
«No sé si en el pueblo les contaron que me caí del caballo. Todo el mundo dice eso, pero María sabe lo que realmente pasó. No quisiera contarles porque están de visita y no quiero que vayan a pasar una mala noche».
Más que la razón por la cual nos lo decía, yo podía notar que tenía miedo de contar la historia. Sus ojos trataban de apartar la mirada y buscar otro tema de conversación; sin embargo, yo insistí, diciéndole que solo era una historia y que no me podía dejar con la intriga.
Bueno, siéntate aquí —me dijo al rato cuando los demás estaban haciendo otras cosas—. No quiero que tu pae se ponga nervioso manejando cuando estén de regreso.
Hace dos meses, como era de costumbre, yo tenía que ir al pueblo a comprar algunas cosas de la casa. Nunca lo hago muy entrada la tarde para que no me agarre la noche en el camino. Nunca le he tenido miedo a la noche, hasta ese día le tenía más miedo a los vivos que a los muertos y ya me habían robado antes por andar por el camino tan tarde. Parece que los ladrones no duermen.
«Eso es cierto», afirmé, mientras en mi cabeza quedó el eco de la frase «hasta esa noche».
Sin embargo, tenía varios animales enfermos —continuó—. Ya eran dos vacas que estaban bastante mal y no podía darme el lujo de que se murieran, así que tomé el caballo y comencé a ensillarlo. María inmediatamente me dijo: «Javier, ¿para dónde vas? ¿Que no ves que ya es tarde y me da miedo que vayas solo? Te va a coger la noche, tengo un mal presentimiento, espera hasta mañana».
Yo la ignoré por la misma razón que ya te comenté, no podía darme el lujo de un animal muerto, así que tomé una linterna para alumbrar, aunque yo sabía que era noche de luna llena y estaría bastante iluminada, y posiblemente no la usaría para no mostrarle mi posición a nadie.
Fui al pueblo lo más rápido que pude. Compré en el mercado lo necesario y en el camino me encontré con un par de amigos que me ofrecieron dos tragos de Ron. Luego seguí, y tal como estaba previsto, una cortina negra cayó sobre el campo. Apenas había comenzado la vía.
Claro, el caballo ve mejor que yo, así que solo me incliné y traté de ir lo más rápido posible con la luz apagada para no mostrarle mi posición a ningún bandido. Llevaba muy buen ritmo, estimo que debía ir al menos ya por la mitad del camino y me iba sintiendo más tranquilo en cuanto avanzaba; sin embargo, cuando llegué a la curvita por donde se llega al arroyo, algo extraño llamo mi atención —hizo una pausa, como tomando fuerzas para poder explicarme lo que seguía; mientras hacía eso su miedo me invadía a mí también—.
Cuando pasé por la curva vi una silueta, estaba casi seguro de que era una niña. Para este punto, mi vista ya se había adaptado un poco a la oscuridad y podía distinguir cosas, pero como pasé tan rápido por aquel punto no podía estar seguro de si era correcto lo que vi o no.
Por supuesto, la duda me estaba matando. ¿Y si era una niña que se había perdido? ¿Qué tal si la muerde una víbora?… Tal vez la pobre no se atrevía a caminar del miedo. En estas tierras tan alejadas es posible que hasta sea violada y nadie escucharía nada…
Tantos pensamientos invadieron mi mente que decidí dar la vuelta y asegurarme. Paré en seco el caballo y di la vuelta, encendí mi linterna y comencé a buscar. En menos de un minuto ya la podía ver, a pesar de que estaba seguro de que había andado bastante mientras decidía si regresar o no. En ese momento no le di gran importancia, pues pensé que tal vez ella había caminado un poco o habría intentado perseguirme y por eso había avanzado.
Era una pequeña niña. «Tendrá a lo mucho unos siete años», pensé. Estaba vestida completamente de blanco, su rostro parecía angelical aunque tenía una parte tapada por el cabello, y la verdad aún no recuerdo si podía ver sus pies, tal vez estaban confundidos con el pasto, y además, al encender la linterna perdí nuevamente la poca visibilidad que ya tenía y solo podía ver lo que alumbraba directamente.
«¿Y qué pasó?», pregunté; aunque el corazón me palpitaba rápidamente no podía dejar de escuchar.
Le pregunté: «¿Estás perdida?». Ella solo asintió con la cabeza sin mencionar una palabra. «¿Vives cerca?», nuevamente solo movió su cabeza hacia los lados.
Le dije: «Si quieres te llevo a mi casa y mañana buscamos a tus papás, porque no te quiero dejar sola aquí». Ella asintió de igual forma, solo moviendo su cabeza.
Giré el caballo y le pregunté que si sabía cómo subirse. No había terminado de hablar cuando ya la sentí detrás de mí. Me agarró fuerte de la cintura, obviamente pensé que debía estar aterrada, así que no le dije nada más y reanudé mi carrera hacia mi hogar que anhelaba ver mucho más en ese momento. Sentía como si de repente la temperatura hubiera descendido, y pensé: «Creo que ya ha entrado mucho la noche, debe ser muy tarde».
Aceleré nuevamente hasta lo que el pobre animal era capaz. Aún me daba más miedo encontrar a algún bandido llevando esta acompañante, ya no era solo mi seguridad, también la de esta niña —pausó nuevamente, sus manos comenzaron a temblar y su mirada estaba perdida en el recuerdo, como si lo estuviera viviendo de nuevo—.
Noté que algo no estaba bien, el caballo empezaba a bajar la velocidad y por más que intentaba no conseguía hacerlo regresar al ritmo que traía. Le dije a la niña: «No te asustes, ya casi llegamos». Ese fue el primer momento en que la escuché hablar, esa voz aún resuena en mis sueños y en mis pesadillas; no sonaba como ninguna persona, niño, adulto o anciano que hubiese escuchado antes, y me dijo: «Tú no vas para ninguna parte, tú te vas conmigo».
Impactado por sus palabras, miré hacia atrás; no podía ver su rostro, ya que estaba apoyado sobre mi espalda, pero sus piernas… sus piernas eran tan largas que arrastraban contra el suelo, era eso lo que no dejaba avanzar al caballo, lo estaba frenando.
Enseguida me di cuenta de que el frío que sentía no era normal, estaba temblando, mis manos estaban moradas, pero mi espalda estaba muy caliente. Sentía un olor a azufre que no desaparecía. De pronto… me habló de nuevo.
«Reza lo que te sepas si quieres, pero tú te vas conmigo».
A mi mente vinieron muchas oraciones, las que había escuchado en la iglesia, las decía así no creyera en nada de eso. Las que había escuchado cuando enterraban a la gente, las que había escuchado rara vez de algún religioso o en el colegio. El caballo iba cada vez más lento, casi que se detenía, y cada vez que terminaba alguna oración ella reía y solo decía: «Esa ya me la sé, tú te vas conmigo».
Hizo una última pausa… esta vez el tono de su voz cambió, parece que había más tranquilidad en su rostro…
En ese momento me recordé a la bisabuela, ella siempre hacía una oración cuando alguien se sentía triste o estaba enfermo, no sé cómo la recordé en ese momento puesto que yo aún estaba pequeño cuando ella falleció. Tampoco recuerdo que sea algo que haya escuchado en una iglesia convencional, era algo como un pedazo de una canción o algo muy, muy viejo.
Esperé que ella se riera aún más, pero solo había silencio. En un tono de disgusto, me dijo: «Te salvas, porque esa no me la sé».
De inmediato desapareció la presión del caballo y comenzó a andar un poco más rápido, aunque se escuchaba en su respiración que estaba muy agotado. La presión en mi espalda desapareció pero todavía me dolía un poco, estoy seguro de que por el miedo sentía menos el dolor. Cuando llegué a la casa, dejé el caballo afuera sin pensarlo y entré donde María. Le di un beso y le conté lo que me había pasado. Ambos estábamos petrificados. Ella miró mi espalda y me dijo que estaba quemado, pero parecía como si me hubiera quemado hace tiempo, solo eran cicatrices.
Habremos dormido un par de horas esa noche. En la mañana, cuando salí de la puerta, ahí yacía mi caballo muerto; sus patas traseras estaban calcinadas y el olor a azufre aún permanecía fresco.
Allí terminó la historia, solo se levantó y me dejó ahí. Yo no sabía qué decir ni qué pensar.
Por supuesto, también nos agarró la noche cuando íbamos de regreso, pero no sentía tanto miedo porque íbamos en carro. La radio estaba encendida e iba con toda mi familia. Aun así, no me atrevía a mirar por la ventana. Hacia afuera solo se veía oscuridad, las luces solo alumbraban por donde estábamos andando. Yo pensaba: ¿Serían solo inventos? ¿Alguna historia colorida que inventó porque había tomado algunos tragos esa noche?
Miré hacia el cielo nocturno; en el campo puedes ver muchas estrellas y era noche de luna llena, de esas en la que la luna por alguna razón luce un poco roja. Cuando volví la mirada hacia abajo, no pude evitarlo: eché un vistazo por la ventana y vi una silueta en la oscuridad… Íbamos bastante rápido y evidentemente no había razón para regresar, aunque sentí un horrible escalofrío al recordar la historia. En ese momento recordé lo que le había preguntado al buen primo antes de marcharnos: «¿Y cuál era la oración?».
Él respondió: «De nada sirve que te la diga… Esa ya se la sabe». - Ahora la sabe
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Levitación
Morris Hobster fue mi mejor amigo por aquellos años en los que la sociedad condenaba estoicamente la actitud tan impetuosa y dinámica de la juventud. No puedo decir que éramos rebeldes porque no era así: simplemente, teníamos otras ideologías más profundas y el bello don de la curiosidad.
Es que así éramos Morris y yo: nos encantaba experimentar cosas nuevas como a cualquier joven de nuestra etapa. Era normal que todos se comportasen así, ¿no? La verdad es que nunca pude comprender por qué nuestros padres y demás familiares se escandalizaban ante nuestras filosofías, actos y cuestiones. En realidad nos daba igual lo que creyeran acerca de nuestra mentalidad tan abierta e ilimitada, siempre dispuesta a conocer más cosas sobre la realidad que nos rodeaba. Y es que mi amigo y yo éramos de aquellos que gustaban de buscar nuevas expectativas y definiciones de la existencia que llevábamos, leyendo por aquí, tomando fotos por acá, y luego compartiéndolas entre los dos; sacábamos conclusiones desde nuestro punto de vista y más tarde buscábamos información sobre los resultados a los que habíamos llegado. Definitivamente, no me puedo quejar de mi juventud, pues disfruté tanto como jamás lo he hecho.
Si existía una palabra para definir la ideología de Hobster, esa era extraordinaria. Ni yo poseía tal habilidad para concebir las costumbres cotidianas como un mero escudo ante lo desconocido, ante aquello que el ser humano siempre temió. Él mencionaba constantemente en sus pláticas que el hombre no tenía la más mínima idea de lo que había más allá de sus actos, y que siempre estaba buscando la forma de evadir su decadente e inevitable destino. Sencillamente, Morris era de aquellos jóvenes que, si se lo hubiera propuesto, habría llegado a la cima más encumbrada entre los sabios del mundo. Debo admitir que me sentía muy bien a su lado, pues era el único que lograba comprender mi concepción de la vida e incluso compartíamos puntos de vista iguales que, de no haber sido porque no compartíamos ningún parentesco familiar, podría haber jurado que ese chico era mi «gemelo ideológico», por así decirlo.
Sin embargo, el tiempo, maldito verdugo que inevitablemente te obliga a enlazarte con tu inverosímil destino, quiso que ambos nos separásemos y mi amigo se mudó junto con su familia a otra ciudad. Cuando él fue a comunicarme la desagradable noticia, no pude contener la agonía que estaba experimentando en mis adentros, y juntos nos despedimos con muchas lágrimas; lo que más me dolió de aquel aviso fue que claramente sentí cómo se desgarraba una parte de mi ser y era extraída por algún ser desconocido que deseaba ver mi sufrimiento. No puedo describir con otras palabras lo que padecí en aquel instante en el que mi destino estaba por cambiar, quizá para siempre, o tal vez era solo una prueba de valor para ambos; pero todavía hoy me pregunto qué había que comprobar con esa separación. Actualmente, mi ilimitada imaginación me permite hacer una especulación sobre aquella circunstancia que decidió todo por nosotros. Tal vez la vida nos vio como una amenaza, algo que podía romper su cuidadosa y bien estructurada coreografía de falsedad y egoísmo. Siendo así, no había lugar para nosotros en este mundo.
Aún recuerdo bien esa sombría tarde en que lo vi irse: su cara transmitía una serenidad impresionante, aunque yo sabía perfectamente que aquello era una máscara que estaba usando para evitar mostrar su dolor ante su familia, la cual era muy severa y conservadora. Su caso familiar no era la excepción por aquellos tiempos: muchos jóvenes de nuestra edad pasaban por la misma experiencia, incluso yo lo vivía; aquel que no tuviera unos padres así podía considerarse afortunado, muy afortunado. Tengo bien plasmada en mi memoria su cara al momento en que el carro encendió con todo aquel maletero encima, casi marcada a fuego su expresión: me estaba comunicando con la mirada que ni la misma distancia nos separaría, y que algún día, en un futuro no muy lejano, volveríamos a vernos. Yo entendí su silencioso lenguaje, y con el mismo idioma le dije que así sería, y que tarde o temprano, estaríamos juntos de nuevo para descubrir más cosas.
Las cosas continuaron su marcha normal, desde el punto de vista de la sociedad que me rodeaba, claro. Pero desde que Hobster se fue, supe que mi vida, a pesar de su creciente monotonía, ya no sería la misma. Me resultaba imposible el concordar con los adultos, quienes aseguraban que las amistades de juventud eran fácilmente olvidadas, y los jóvenes de mi ciudad me daban los ánimos que necesitaba para afrontar a esa terrible ideología a la que llamaban madurez adulta.
¡Qué grande fue mi alegría cuando recibí una carta de Morris! Recuerdo que mi padre acababa de llegar de su trabajo, y siempre tenía por costumbre revisar el buzón antes de llegar a casa. Escuché sus pasos subiendo las escaleras y supuse que pasaría de largo por mi cuarto sin saludarme, como siempre lo hacía; me sorprendió sobremanera que tocara la puerta de mi habitación, pero después comprendí que solo lo había hecho porque entre las cartas que llegaron, había una para mí. Tengo que admitir que me extrañó demasiado que me enviaran algo, pero así era, mi padre me entregó el sobre y salió de mi cuarto. Me quedé observando la carta por un tiempo: ¡quien me la había escrito era Morris! Imaginen mi emoción cuando la comencé a abrir y descubrí, con total alegría, la pequeña pero fina letra de mi mejor amigo. Sin más tiempo que perder, comencé a leerla:
Mi muy apreciable e incomparable amigo Randolph Gordon:
No puedo concebir la emoción de este momento en el cual estoy redactando estas líneas, me siento feliz de poder escribirte por primera vez luego de que fuese forzado por mi familia a abandonar el lugar donde pasé los mejores momentos de mi vida, con el amigo que jamás podré olvidar. Te parecerá increíble, pero desde que estoy acá, no logro adaptarme a mi nueva forma de vida: la ciudad en la que vivo ahora es mucho más caótica que la tuya, los jóvenes se apegan ciegamente a las enseñanzas de los adultos y, por desgracia, no ejercen su libre albedrío como debería ser; si los adultos de mi anterior pueblo eran severos y conservadores, estos van más allá de esas erróneas y estúpidas ideologías. No puedes imaginarte la felicidad de mis padres al saber que sus vecinos tienen un hijo «bien educado» que nunca pone en duda la autoridad de sus mayores y que es obediente. Solo puedo pensar en la debilidad de pensamiento que posee ese pobre muchacho, y no lo culpo, la verdad no puedo hacerlo porque el ambiente en que ha crecido lo moldeó así y así se quedará para su eterna desgracia.
Por otro lado, mi familia a cada momento menciona que cuánto hubieran dado porque yo creciera desde un principio en esta maldita ciudad, y están diciéndomelo a cada momento del día. En la escuela soy visto como el «rebelde sin causa» y he tenido choques de personalidad con todos los profesores, incluso con la directora; me han llamado varias veces la atención por defender mis justos derechos y cada vez que me pongo en contra de los pensamientos tan cerrados de mis maestros, mis padres son citados para conversar con ellos, y los exhortan a que me pongan en mi lugar o alguien más lo hará un día. Ellos, como siempre lo has sabido y es costumbre del lugar donde estás, dicen que se avergüenzan de mí; que debería aprender a comportarme como el hombre que soy y que definitivamente tendrán que enseñarme a levitar. No entiendo a qué se refieren con eso, pero sospecho que no es nada bueno.
Randolph, sé que te sonará ridículo, porque jamás me escuchaste mencionar algo similar cuando estábamos juntos, pero por primera vez en mi vida tengo miedo, miedo hacia el destino que me depara con esta putrefacta sociedad. ¿De qué tengo pavor? Del modo de ver las cosas de los adultos: son tan ambiguos que se puede esperar cualquier cosa de ellos. Me decidí a escribirte esta carta a escondidas de mis padres, bien sabes que ellos nunca te vieron con buenos ojos porque eres igual a mí en pensamiento, del mismo modo en que tus padres me veían mal a mí. Supongo que algunos patrones de conducta siempre permanecen y ese es el caso de nuestras familias, ¿no lo crees? Tengo deseos de que vengas a visitarme, quiero verte: no sabes el terror que vivo día con día al saber que la juventud de este lugar en realidad no existe, solo son adultos en proceso de madurez; me aterra ver que nadie piensa por sí mismo y se apegan como un perro a su dueño a las ideas de los mayores, es simplemente macabro. ¿Hacia dónde va este decadente sistema? No tengo la menor idea, pero he decidido que en cuanto tenga mayoría de edad, me iré de este enfermizo lugar que no hace otra cosa más que reprimirme demasiado. Sé que te veré pronto porque responderás a mi llamado, sabiendo que tú tienes más posibilidades de venir a verme, y tienes conciencia de ello.
Junto con esta carta he anexado un mapa de mi ciudad actual, en él realicé unas señalizaciones para que encuentres mi casa; en el dorso se encuentra mi dirección completa, junto con instrucciones precisas para que no te equivoques de domicilio. Si hago todo esto es porque me urge verte, necesito hablar con una persona que me entienda y me ayude a soportar esta situación. Creo que empiezas a comprender cómo me siento, después de todo, admiro tu habilidad para ser empático, cosa que aquí nadie posee. Amigo mío, quisiera comunicarte más cosas por este medio, pero entiendo que las palabras que deseo compartir contigo no podrían ser escritas. Espero tu próxima venida y recuerda que siempre contarás con un amigo leal en la distancia y en la eternidad, así como yo sé que siempre estarás conmigo en las buenas y en las malas.
Tu mejor e incondicional amigo,
Morris Hobster.
Confieso que en un principio, la carta me llenó de mucha motivación y alegría, pero conforme me fui acercando a su desenlace, me sentí frustrado y a la vez preocupado: no sabía la difícil situación que estaba viviendo Morris, ¡y yo que pensaba que mi vida era terrible! Sin pensármelo dos veces, empecé a idear un plan para que mis padres me llevaran a visitar a mi amigo; les diría que en la carta que me envió me comunicaba que estaba enfermo y que el médico le había recomendado absoluto reposo, por lo cual me escribió y me solicitaba que le llevase algunos libros para su entretenimiento mientras permanecía en cama. Con aquella estrategia en mente, me dirigí al cuarto de mis padres y les dije sobre la supuesta enfermedad que tenía mi amigo, les rogué que fuéramos a verlo y, sorpresivamente, ellos accedieron sin que les insistiera demasiado. Me comentaron que primero tendrían que pedir permiso en el trabajo de mi padre y en mi escuela para ausentarnos, asunto que resolverían al día siguiente. Yo estaba que no cabía en mí de la emoción: ¡iría a ver a Morris después de tanto tiempo!
Al tercer día nos encontrábamos empacando algunas maletas para quedarnos unos días con la familia Hobster, pues mis padres consideraban que resultaría interesante relacionarse más con los progenitores de mi amigo. Salimos rumbo a la ciudad donde Morris se había mudado junto con su familia, y con ayuda del mapa que me envió, logramos dar con la casa sin equivocarnos de dirección.
Mi corazón saltaba de la indescriptible felicidad que sentía al saber que de nuevo vería a mi gran amigo de toda la vida. Me bajé del auto casi al mismo tiempo que mi padre se estacionaba, corrí hacia la puerta de entrada mientras gritaba el nombre de Morris. La puerta se abrió mientras la señora Hobster me dedicaba una sonrisa que, hasta hoy, no dejo de considerar que poseía una pequeña sombra de felonía. Pregunté por mi amigo, y con el tono más dulce e hipócrita que había escuchado jamás, su madre me contestó que él estaba en su habitación levitando. No sé por qué, pero en ese momento sentí una terrible punzada en el pecho, sobre todo porque Morris me había mencionado que esa palabra acrecentaba su temor con respecto a sus padres y la forma en que ellos la concebían.
Le pregunté a la señora Hobster en dónde estaba el cuarto de mi amigo. Ella seguía manteniendo su falsa sonrisa mientras señalaba hacia las escaleras que conducían al segundo piso, al tiempo que mencionaba que Morris había estado sumamente inquieto por mi llegada y que ahora se pondría feliz de verme. No había acabado de darme la información cuando corrí con mucha rapidez mientras ascendía hacia la segunda planta de la casa. Cuando llegué a la puerta que supuse que sería la de mi amigo, noté que estaba cerrada, así que toqué al mismo tiempo que le avisaba a Morris que ya había llegado.
Solo escuché la voz del señor Hobster contestándome que pasara, pues mi amigo estaba en esos momentos muy ocupado levitando; otra vez escuché esa palabra que me retorcía las entrañas. Con mucha lentitud abrí la puerta, pues pensé que Morris estaba quizá reflexionando sobre algo o muy sumido en sus pensamientos para que no me contestase, y además, ¿qué hacía su padre con él en su habitación? Mis pensamientos fueron cortados de tajo mientras observaba, boquiabierto, algo que jamás creí que vería en la vida real: ahí, en medio del cuarto, estaba mi amigo ¡literalmente levitando, tal y como lo habían mencionado sus padres! No lo podía creer, no lo quería creer; empecé a entrar en un estado de shock mientras seguía mirando a mi amigo, en su rostro se dibujaba esa misma expresión que me había dedicado el día que se fue de mi ciudad: serenidad, una tranquilidad infinita y esa particular sonrisa suya que me dedicaba cuando decía que todo iba a salir bien. Continué viéndolo, realmente levitaba, pues sus pies no tocaban el suelo; era increíble, pero cierto.
Recuerdo que escuché decir a su padre que ahora Morris, gracias a la levitación, aprendería a comportarse como un joven de buenos modales y que sería un gran ejemplo para mí de ahora en adelante. La cara del señor Hobster expresaba alegría y orgullo: no podría estar más feliz de su hijo.
Desperté en el hospital general de la ciudad, rodeado de las preocupantes miradas de mis padres. Me dijeron que me había desmayado por la emoción de volver a ver a mi amigo, pero sabía que decían eso para tranquilizarme. Como solo había sido un desvanecimiento temporal, el médico me dio de alta enseguida. En la sala de espera estaban los padres de mi amigo, felices de que mi desmayo no hubiese pasado a mayores. Pregunté una y otra vez por Morris a sus progenitores, y ellos, con una gran sonrisa de satisfacción, solo se limitaban a decirme que ahora él era un chico muy educado y obediente, y que debería estar orgulloso por ser amigo de un muchacho así. Yo simplemente no podía creerlo; me puse histérico y les grité enfrente de todos los que se encontraban ahí y de mis padres que estaban completamente locos, que su retorcida ideología no conocía límites y que no había ningún motivo para estar feliz por haberlo obligado a convertirse en lo que ahora era. Las personas del hospital se quedaron mirando conmocionados aquella escena, jamás habían visto a un joven alzarle la voz así a sus mayores. Mis padres estaban avergonzados por mi supuesto escándalo y me sacaron a rastras de aquel indiferente lugar; nadie hizo nada para defender mis ideas, nadie, y sé que nadie jamás lo hará, no en esa maldita y putrefacta ciudad.
Debido a mi «indecente» comportamiento, mis padres decidieron regresar a casa esa misma tarde, comunicándome que los padres de Morris no deseaban volver a verme, ya que me consideraban una mala influencia para su hijo. Yo solo quería despedirme de él por última vez y decirle que lamentaba no haber llegado antes para salvarlo de su levitación, ¡solo quería eso! Sentí un terrible dolor en mi pecho mientras nos alejábamos de aquella fatídica y repugnante ciudad. Mis padres, completamente decepcionados de mi forma de expresarme ante los Hobster, me dijeron que también deberían aplicar conmigo esa técnica de la levitación, pues así aprendería a ser un chico correcto y bien portado. Recuerdo que en ese instante comencé a odiar enfermizamente a mis padres, tanto como aborrecía a los de mi mejor amigo.
El tiempo, en su marcha incansable, hizo que ya no le diera motivos a mis padres para que cumplieran aquella terrible amenaza que tenía por objetivo despojarme de mis ideales. En cuanto cumplí la mayoría de edad, abandoné la casa porque no soportaba vivir con aquellos dos seres tan aborrecibles. Me mudé a un pequeño poblado, lejos de mi antiguo hogar. Puedo decir que ahora llevo una vida tranquila, pero no feliz: el recuerdo de la sorprendente levitación de mi amigo me persigue a todos lados. La última vez que lo vi, su cara me volvía a decir que algún día estaríamos juntos para siempre, y jamás lo dudé. Creo en su palabra y siempre seguiré creyendo en ella, a pesar de que él ya no será nunca lo que alguna vez conocí. Pensándolo bien, yo tampoco quiero seguir siendo lo que soy ahora. He leído su carta muchas veces en mis tiempos de soledad para sentirme acompañado, y siempre se ha quedado marcada en mí, tal y como si fuese un tatuaje, aquella palabra que le dio un sentido nuevo a la vida de mi amigo y estaba por formar parte de la mía. Seguramente, si me vieran mis padres, estarían orgullosos de mí. Sin dilación, termino de escribir estas líneas para decirles a todos ustedes que la experiencia de la levitación me servirá para comprender por qué mi amigo tenía esa expresión en su rostro aquél día: era muy pacífica.
Sé que ninguno de ustedes comprenderá el motivo que me lleva a hacer esto, pero solo quiero saber qué sintió mi amigo cuando su padre lo hizo levitar. Sin más demora, tomo una resistente soga y la amarro bien en el techo de mi casa, me aseguro de que esté bien atada y formo un nudo corredizo en su punta libre. Me colocaré ese lazo alrededor de mi cuello y entonces al fin estaré con mi amigo, al fin comprenderé a sus padres y al fin me sentiré libre para dejar este maldito mundo. Creo que por eso Morris estaba tan relajado mientras levitaba, ahora sentiré esa misma calidez que su familia le hizo sentir al convertirlo en un hombre de bien.
Levitaré, sí, para que mis pies jamás vuelvan a tocar este inmundo suelo… - Levitacion
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Sara y Antonio disfrutaban de su luna de miel en México, se habían casado apresuradamente porque ella se quedó embarazada, pero no por ello se querían menos que el resto de recién casados. Llevaban años hablando de la boda y el próximo nacimiento no hizo mas que acelerar un enlace que ellos deseaban desde hacía tiempo. Su viaje estaba resultando de lo más placentero, México les cautivaba, ambos caminaban durante horas por las playas de Cancún hasta que el sol caía, no habían visto un paraíso igual. Una tarde mientras caminaban por la playa decidieron alejarse un poco de la zona turística, a unos cientos de metros encontraron lo que parecía un vertedero. Una zona sucia con un olor nauseabundo y un riachuelo cubierto casi totalmente por espuma. Entre la basura vieron un pequeño cuerpo moverse, un perrito chiguagua que parecía muy enfermo, tenía los ojos rojos, probablemente por alguna infección, estaba muy delgado y apenas podía moverse. La pareja que era amante de los animales no pudo quedarse indiferente, recogieron al animal y lo llevaron al hotel. No les quedaba mucho tiempo de vacaciones y sabían que las normas del hotel eran muy estrictas con respecto a los animales así que no pudieron llamar a un veterinario. Sin embargo el amor y atenciones que dedicaron al perrito parecía tener sus frutos, lo alimentaron, limpiaron y al día siguiente parecía haber mejorado mucho, pues ya podía caminar y abrir los ojitos. Enamorados del dulce animal decidieron que no podían abandonarlo de nuevo a su suerte, mientras hacían la maleta para regresar a España hablaban de lo bien que se llevaría con su gato Baltasar. Metieron al perrito en un bolso y se dirigieron al aeropuerto. Como Sara estaba embarazada no tuvo que pasar por los filtros de seguridad por lo cual pudo pasar fácilmente al perrito escondido en su bolso, el animal aún estaba tan débil que no podía ladrar por lo que sería fácil llevarlo sin que nadie se diera cuenta. Una vez llegaron a su casa, su gato comenzó a comportarse de una manera extraña, tenía un comportamiento muy agresivo con el chiguagua, como si estuviera asustado. Pensaron que serían celos y que pronto serían amigos. Pasados unos meses nadie podría reconocer al chiguagua, el pequeño animal que parecía un esqueleto cuando lo encontraron había ganado peso y una poderosa musculatura, ya pesaba casi 8 kilos, un peso desde luego inusual para un perrito de sus características. El gato estaba muerto de miedo y no bajaba de los muebles para nada. El chiguagua se había convertido en el rey de la casa. Por otra parte Sara había tenido una niñita preciosa, debido a la preocupación de las últimas semanas de embarazo y la alegría del nacimiento la pareja casi ni se había percatado del comportamiento de sus mascotas. Hasta que un día Baltasar desapareció, el gato alguna vez había realizado alguna escapadita en busca de gatitas en celo pero era la primera vez que no regresaba en varios días. Antonio puso varios carteles por el barrio con la foto del gato pero no dieron sus frutos, el gato se había ido. Pasado un tiempo todo parecía haber vuelto a la normalidad, su bebé con dos meses estaba cada día más guapa. Su perrito ya pesaba 10 kilos y tenían un cuerpo rechoncho pero muy fuerte, era una verdadera máquina de comer que nunca parecía saciarse. Una tarde la comida del perro se acabó, por lo que Antonio tuvo que salir a comprar mas mientras Sara cuidaba de su hija. La madre aprovechando que el bebé se acaba de dormir se metió a la ducha. Mientras se enjabonaba escuchó el corto llanto de su hija, pero a los pocos segundo se calló de nuevo. Cuando Sara salio de la ducha su niña había desaparecido, no estaba en la cuna donde la había dejado. Como loca se puso a buscar por toda la habitación, debajo de la cama, en los armarios… nada, ¡ La niña había desaparecido!. Antonio que llegaba en ese momento encontró a su mujer gritando y llorando de desesperación, juntos revisaron hasta el último rincón de la casa, hasta que se dieron cuenta de que su perro tenía las patas llenas de barro y sangre en el hocico. Temiéndose lo peor salieron a su pequeño jardín donde encontraron oculto detrás de un seto un agujero en la tierra, como una madriguera. Aterrorizados por lo que pudieran encontrar cavaron con sus manos. Bajo tierra encontraron el cadáver de su hija parcialmente devorada y los restos de lo que parecía su gato desaparecido. Antonio encolerizado fue en busca del perro y con un bate de béisbol le golpeó varias veces matándolo en el acto. La policía llegó pocos minutos después y desconcertados por el caso llamaron a la perrera municipal para que se llevaran al animal, debían comprobar si tenía rabia y podría haber contagiado a sus dueños u otros perros del vecindario. El veterinario al llegar al lugar de los hechos dejó a todo el mundo estupefacto. “Esto no es un perro, es una rata enorme” Al parecer la rata había crecido junto a un riachuelo contaminado por lo que había perdido el pelo, su increíble tamaño también podría deberse a una mutación, motivo por el cual había crecido con un cuerpo deformado que se podría asemejar al de un perro. - El Perro De La Calle
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Friend: How was your day?
Me: 
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Mira amur, tu loli favorita
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Kobayashi-san Chi no Maid Dragon || Kanna Kamui Episode 10
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Mira amur, se que te gusta ¬u¬
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NieR: Automata Anime, coming December 2090.
You can see these cuts in better quality with audio here:
https://d-oppelganger.deviantart.com/art/NieR-Automata-Anime-703917761
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