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Sabrina
Mujer relativa a los sueños. Usted no comprende lo que quiero decir cuando le hablo dando traspiés y titubeos, tratando de decir sin decir, o mejor dicho declarando sin querer de plano confesarlo todo y por completo. Lo que pretendo explicar es que usted es algo más y va más allá. Ella fue mi amada, mi compañera de los días, incluso podría afirmar que sin importar las condiciones de los días. Usted sin embargo nunca lo fue, y probablemente, en este mundo que nos pudre las entrañas de a poco cuando anhelamos desesperadamente algo, nunca llegará a serlo; pero sin embargo, usted es a su modo (o a mi modo de ver las cosas), mucho más que eso. Usted llegó a tocar las fibras más sensibles y delicadas de mí ser.
Hay quienes dirán que carezco de corazón, que no merezco perdón por dejarme sentir lo que siento, ¡monstruo! Pero, no soy más que una proeza de la supervivencia existencial, ¿qué otra cosa voy a hacer?, no logro evitar decirle cuando menos lo que aquí manifiesto. Usted llegó a lo más profundo, y esta es una tragedia que desarrolló de un modo diferente, porque en primer lugar, yo nunca le permití que lo hiciera, y en segundo lugar, usted, dulce fruta sin piedad, nunca tuvo el más mínimo empeño en hacerlo.
Por eso le propongo una cosa querida mía: desaparezca de mi vida para siempre (le suplico haga el esfuerzo), y no vuelva nunca más. O mejor aún, véngase ya para mi casa, pero para tomar un café y conversar, y que conversemos todos los días un poco, y cada vez más. Seamos amigos Sabrina, los mejores amigos que hayan existido. Esto con el afán de que lleguemos a ser tan cercanos que yo me harte de usted, que pueda descubrir finalmente que no es tan especial, y pueda sacarla de esa esfera celestial en la que siempre la he velado y la he sufrido, es decir, ya poder dormir por las noches; o sino más bien que usted llegue a encontrar insoportables mis manías, que pueda darse cuenta de que soy terriblemente insufrible, y que ya para entonces quiera usted desaparecer para siempre, dejarme en paz.
Perdón, he sido muy injusto con usted al usar esas palabras.
Quise decir, dejarme yo vivir en paz dada su ausencia eterna. Obtener aquel aprendizaje que mi incompetencia emocional y mis pueriles caprichos me limitaron desde un inicio. Y le aclaro, Sabrina, que la invito a mi casa sólo para tomarnos un café, negro y sin azúcar, porque mi cordura no me permite soñar una vez más con que usted venga a mi casa, y amarnos tanto, que tal vez se extinga el fuego para siempre y nada más.
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Minuto
Hay un minuto al día en el que me quiero morir.  Llego al trabajo más temprano que el Sol para luego enfrentarme a él, y a lo que sea.
Incluso me enfrento a la certeza de saber que seré libre cuando menos al término de seiscientos minutos adicionales. A esa hora en que los autos son inmóviles y los buses más. 
Soy creyente devoto del ascensor, porque bajar escalones lesiona las rodillas y subirlos me rompe las pelotas.
La gastritis aparece oportunista: me desfigura las entrañas y el rostro,  me deja al borde del nocáut.
Luego,  con un suspiro resiliente me sobrepongo y tiendo mi presente en las delgadas hilachas de la voluntad. Pero ese minuto… 
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Venganza
Escribo el pasado porque duele. Tengo una cita frente a frente con la amargura y los recuerdos,  y les escupo en la cara.
Empapo las hojas de tinta, y de sudor, y de sangre. Con toda la furia, al crepitar de mis puños le prendo fuego a las historias y al dolor.
Y sonrío libre al renacer hecho de la roca y las cenizas. 
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“También para los nazis, el fútbol era una cuestión de Estado. Un monumento recuerda en Ucrania, a los jugadores del Dínamo de Kiev de 1942. En plena ocupación alemana, ellos cometieron la locura de derrotar a una selección de Hitler en el estadio local. Les habían advertido:
- Si ganan, mueren.
Entraron resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron aguantarse las ganas de ser dignos. Los once fueron fusilados con las camisetas puestas, en lo alto de un barranco, cuando terminó el partido.” 
                                                           - Eduardo Galeano  
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Maldición
Tiene frío aquella banca del parque,  donde nunca te volviste a sentar.  Ahí te vi, cruzando el aire,  echando el corazón a navegar. 
Es que las cosas son, casi siempre,  lo que parecen. 
Tiene miedo aquella acera  por la cual no corriste más. a coger mi futuro con los brazos,  y sin prisa en los labios, casi un beso para hacerme los nervios pedazos. 
Es que cuando la noche pinta hermosa, de repente,  amanece. 
Siente engaño aquel semáforo  que ya no cruzaste más.  Allá te vi, retando al viento descarada,  naufragando donde están  otras bancas, otra acera,  y un beso que no dudás en regalar. 
Es que los sueños en vida tienen la maldición,  de desvanecerse.
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Onírica
Mi belleza americana  de la Gran América, de habla hispana.  Onírica.  Allá jugás y destruís a tus anchas,  y tus sueños caminan.  Allá te me estrellás en la frente cada mañana, cira pumbera maldita. 
Poesía libre, poesía  con miradas macabras.  Onírica. No sos nada, sólo estás,  y me ganás siempre, sin mostrar tus cartas.  Con tu cadera me desarmás, tramposa y cínica. 
Pero yo quiero volver cada mañana.  Yo quiero perder sin ver las cartas.
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