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LA CINTA DE MOEBIUS

Publicada el sábado 6 de junio de 2020

Afuera, en la vereda, media docena de personas hacen la cola para entrar al Chino. Todos a dos metros de distancia y con la cara tapada por el barbijo. Ninguno habla, nadie se mira, cada uno desconfía de los otros. Parece una escena de alguna película de David Lynch o de esas bien aburridas que dan en el Bafici, pero no. Es la vida real.

Adentro, en los pasillos que se forman entre las góndolas, un festival de buenos modales.

—Adelante, pase. —No, por favor, usted primero.

Y a medida que uno se aproxima con su chango, el otro da un paso atrás y pega la espalda -a veces el pecho- a la estantería para dejarlo pasar. Cualquiera pensaría que están bailando una zamba o una chacarera, pero no. Es la vida real. Y todo sea por no rozarse.

Al volver a casa hay que quitarse el calzado, cambiarse la ropa, lavarse las manos, rociar con alcohol las llaves, el celular, la billetera, todo. Y si la paranoia no se diluye, ¡directo a la ducha!

Hace casi tres meses que arrancó esta locura y ya casi que nos acostumbramos a vivir así. La nueva normalidad, como le dicen. ¿Hasta cuándo va a durar? Ojalá supiéramos.

Hay dos sensaciones que nos atraviesan a todos. La primera es que el otro es una amenaza. La segunda, que cada uno puede ser portador asintomático del virus. Pero eso que nos une, que nos iguala, a la vez nos disocia.

Dejamos de saludar a los vecinos con la mano por miedo a contagiarnos. Tampoco abrazamos ni besamos a nuestros padres, hermanos o amigos por miedo a contagiarlos. El miedo rige todo. Es el nuevo Dios en quien hasta los más ateos eligieron creer.

“Durante muchos años, todas las evoluciones tecnológicas, ya sean menores (video on demand, pago sin contacto) o mayores (teletrabajo, compras por Internet, redes sociales) han tenido como principal consecuencia (¿objetivo principal?) la reducción de los contactos materiales, y sobre todo humanos. La epidemia de coronavirus ofrece una razón magnífica para esta fuerte tendencia: cierta obsolescencia que parece afectar las relaciones humanas”, opina el escritor francés Michel Houellebecq en un texto publicado hace unas semanas.

Y mientras teletrabajamos, y tenemos reuniones por Skype, y festejamos cumpleaños por Zoom, y miramos conciertos por Instagram, los medios nos bombardean las 24 horas hablándonos de muertos e infectados, y nos muestran cifras de un modo alarmante cuando no pareciera haber motivos suficientes para hacerlo: al día de hoy, en la Argentina se detectaron alrededor de 21 mil casos positivos de COVID-19 sobre algo menos de 200 mil testeos. Y los muertos no llegan a 700. Casi un chasquibum.

Por supuesto, uno puede adjudicarle el éxito que exhiben las estadísticas al aislamiento social preventivo y obligatorio que dispuso el gobierno nacional desde el 19 de marzo último y que se fue prorrogando en determinados distritos con el correr de las semanas. Pero así como Mauricio nos prometía brotes verdes, segundo semestre y luz al final del túnel, Alberto sigue hablándonos del pico de contagios, del aplanamiento de la curva y de que el virus no viene hacia nosotros sino que somos nosotros los que vamos a buscar el virus. Y mientras tanto la economía sigue derrumbándose, los pibes no van al colegio y los viejos viven atemorizados.

Una encuesta realizada en la última semana de marzo arrojó como resultado principal que el 80 por ciento de los argentinos estaba a favor de la cuarentena dispuesta por el gobierno nacional. La misma encuesta realizada dos meses después demostró que el nivel de adhesión disminuyó al 60%. Y mientras tanto, en la Ciudad de Buenos Aires, donde durante el confinamiento se oyó el tronar de las cacerolas en más de una ocasión, comenzaron a asomar los denominados “anticuarentena".

Desde el oficialismo volvieron a cometer el error de bajarle el precio a la protesta y calificar al fenómeno como resultado de una maniobra impulsada por sectores de la oposición, sin advertir que entre los miles de manifestantes seguramente hay muchas personas desesperadas. Una vez más, trazan una línea que pretende ubicarnos de un lado o del otro.

"Conducir es persuadir. Y al hombre siempre es mejor persuadirle que obligarle. En la conducción política esta es una regla que no se puede romper en ningún caso", decía Perón. Sería bueno que en la Rosada tomaran nota de eso.

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APUNTES DE QUARAN-TIME II

Publicada el jueves 7 de mayo de 2020

El supuesto origen del virus, los nuevos comportamientos regidos por la pandemia, cyber-control estatal, el miedo a la muerte o a la enfermedad, la ciencia como nueva religión, el éxodo de las grandes metrópolis a las zonas rurales, la incertidumbre de cara al futuro y mucho más en esta segunda selección de diez artículos sobre #Covid19 leídos durante la #cuarentena:

LA NUEVA NORMALIDAD - Por Martín Caparrós

“Nunca gobiernos democráticos tuvieron tanta cancha para ejercer su poder: hace dos meses que les permitimos cualquier cosa porque estamos asustados por la enfermedad, por la muerte presente y prematura. Lo hacen, por supuesto, por nuestro bien; no hay razón más eficaz para hacerte obedecer que convencerte de que es “por tu bien”, y ahora estamos, con razón o sin ella, convencidos”

MICHEL HOUELLEBECQ: "DESPUÉS DE LA PANDEMIA, TODO SEGUIRÁ SIENDO EXACTAMENTE IGUAL"

"Desde hace algunos años, todas las evoluciones tecnológicas, ya sean menores (video on-demand, pago sin contacto) o mayores (teletrabajo, compras por Internet, redes sociales), han tenido como principal consecuencia la reducción de los contactos materiales, sobre todo humanos. La epidemia de coronavirus ofrece una magnífica razón para esta fuerte tendencia: una cierta obsolescencia que parece golpear las relaciones humanas"

NUGGETS Y MURCIÉLAGOS: CÓMO COCINAMOS LAS PANDEMIAS DE HOY - Por Soledad Barruti

“Vacas, cerdos, gallinas, murciélagos, no importa de qué animal se trate. Si no los extinguimos mientras destruimos sus hábitats, los enjaulamos, hacinamos, mutilamos, traficamos, engordamos, medicamos y deformamos para aumentar su productividad”

BYUNG-CHUL HAN: “VAMOS HACIA UN FEUDALISMO DIGITAL Y EL MODELO CHINO PODRÍA IMPONERSE”

"Los señores feudales digitales nos dan la tierra y dicen: ustedes la reciben gratis, ahora árenla. Al final, ellos se llevan la cosecha. El capitalismo en su conjunto se está transformando en un capitalismo de vigilancia. Plataformas como Google, Facebook o Amazon nos vigilan y manipulan, con el propósito de maximizar sus ganancias. Se registra y analiza cada clic. Somos dirigidos como marionetas por hilos algorítmicos. Pero nos sentimos libres”

POR EL DERECHO AL BUEN MORIR - Por Marcela Turati

“El nuevo orden mundial regido por el virus que se contagia con el contacto nos impone velorios remotos, breves, higiénicos, individualizados, sin abrazos, condolencias al oído ni lamento colectivo, sin lágrimas presenciales y sin difuntos como protagonistas”

VOLVER A LA CALLE, RECUPERAR LA VOZ - Por Alberto Barrera Tyszka

"Le cedimos el poder a las autoridades y nos encerramos, nos quedamos en casa mirando las pantallas. Pasamos a ser fundamentalmente receptores solitarios de distintos contenidos, mientras la calle se quedaba sin voz, perdiendo su posibilidad de construir un debate, de ser y hacer política"

¿EN ALGO HAY QUE CREER? - Por Martín Caparrós

"Y aún así intentamos creer en la ciencia. Pero lo intentamos de forma equivocada: como si fuera una creencia. Querríamos una ciencia infalible como una religión. La ciencia es lo contrario de la religión: no está hecha para creer sino para dudar"

LA INDIA: UNA CUARENTENA PARA HUIR - Por Bernat Parera

"Gente que llegó a la ciudad en busca de un salario más digno para poder mandar las migajas sobrantes de vuelta a sus pueblos. Gente que construyó esta nueva India de la globalización, de macrociudades pobladas por obreros de las regiones más pobres del país. Gente a la que la economía obligó a migrar. Ahora vuelven, de momento, a casa. Pero no huyen del virus, sino otra vez del hambre”

EEUU: CUANDO LA FACTURA DEL HOSPITAL ASUSTA MÁS QUE EL CORONAVIRUS - Por Marta Martínez

“Una de las primeras cosas que aprende un inmigrante en Estados Unidos es a tener miedo de los hospitales. Aunque tengas seguro médico, sabes que después de la visita casi siempre llega una factura inesperada como una cuchillada fría en la espalda, y que raramente baja de las tres cifras”

CÓMO SEGUIR SIENDO CIUDADANOS DEL MUNDO - Por Jorge Carrión

“Penélope espera a Ulises en Ítaca. Y nosotros, ¿qué estamos esperando? ¿La vacuna? ¿La inmunidad? ¿La caída de la curva de contagios? ¿El regreso de la anormal normalidad? ¿El fin del capitalismo? En la congelación actual del tiempo, en una situación de intervalo y de final absolutamente abierto, no podemos hacer nada más que esperar sin saber muy bien a qué. Aunque nuestras vidas digitales sigan fluyendo, nuestras vidas físicas se han paralizado”

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AGUANTE EL CAPITALISMO

Publicada el lunes 4 de mayo de 2020

Como si el confinamiento y todo lo que eso implica (imposibilidad de trabajar, de asistir a clases, de juntarse con amigos y familiares, de salir a pasear con los hijos, etc.) no fuese ya suficiente, mi amigo Seba Marino me mandó un audio de WhatsApp advirtiéndome sobre un nuevo problema que al parecer está aquejando a buena parte de los argentinos.

"¡No hay puchos por ningún lado, guacho! ¿Vos podés creer? ¡Me quiero matar! ¡Estoy en el horno, amigo! Igual fui precavido, me armé un stock de 44 paquetes. Yo fumo casi un paquete por día, imaginate, así que un mes y medio tiro con esto. ¡Me la vi venir! Por eso fui comprando de a dos, de a tres, iba a dos kioscos distintos, y así...", me explicaba.

Marino es incapaz de hacerle mal a alguien. Reúne muchas de las mejores virtudes que puede tener un ser humano: atento, generoso, educado, respetuoso, solidario. Pero le encanta fumar. Y, ante la amenaza que representa que se terminen los cigarros, hizo lo que haría todo ejemplar de cualquier especie que se sienta en peligro: intentar preservarse.

La producción de tabaco es considerada una actividad agrícola, de las pocas tareas exceptuadas en la cuarentena. Es decir que en las plantaciones de Jujuy, Salta, Tucumán y Misiones siguieron cosechando y acopiando. El problema es que las productoras de cigarrillos están paradas desde el 20 de marzo y nadie sabe cuándo volverán a trabajar. Por eso se produjo la corrida.

Al igual que mi amigo Seba, muchos de los nueve millones de fumadores que hay en la Argentina procuraron abastecerse ante la inminente escasez de puchos, y terminó pasando lo mismo que pasó con el alcohol en gel al inicio de la cuarentena: se agotaron.

Los Marlboro, Camel, Lucky Strike o Phillip Morris volaron en minutos. Con suerte todavía se puede conseguir alguno de los que no fuma nadie: Parisiennes, 43/70, Pall Mall, Chesterfield o los saborizados convertibles.

Obviamente, en el medio del "sálvese quien pueda", algunos vivos ofrecían atados a 500 pesos por Mercado Libre. No debiéramos asombrarnos si en un par de días comienzan a aparecer publicaciones de lotes traídos de contrabando desde algún país limítrofe o saldos de Derby, Saratoga, Particulares o Jockey Club de algún mayorista fundido a finales de la década del ‘80.

Por supuesto que estamos hablando de algo tan innecesario como el tabaco. Hasta hoy, nadie se murió por no fumar, más bien todo lo contrario. Porque, como bien sabemos, el fumar es perjudicial para la salud (Ley Nº 23.344). Pero para los fumadores, los cigarrillos son un artículo de primera necesidad, más aún en tiempos de aislamiento, en los que el aburrimiento y el estrés hacen estragos.

Ahora, ¿qué pasaría si lo que empezara a escasear fuese la carne, el aceite, el pan, la leche, la nafta, la fruta, la verdura, el gas, la electricidad o el agua potable? Ahí sí que estaríamos en problemas.

El capitalismo siempre se esforzó en hacernos creer que necesitábamos cosas tan innecesarias como la Coca-Cola, el iPhone, las Nike o la comida de McDonald's. Hoy más que nunca comprobamos que eso no es así, aunque al mismo tiempo queda en evidencia que somos totalmente dependientes del sistema, que nos resulta imprescindible acudir al mercado de bienes y servicios a abastecernos de lo que sí es necesario. Y para que eso ocurra, tiene que existir una cadena de producción y comercialización en la que haya al menos una persona dispuesta a invertir su dinero para luego ganar más dinero, otra que aporte su fuerza de trabajo (también a cambio de dinero), y otra más dispuesta a intercambiar su dinero por la mercadería o el servicio que se le está ofreciendo.

Mientras algunos auguran el fin del capitalismo, la realidad nos demuestra que, ante un eventual escenario de desabastecimiento, somos capaces de pedir capitalismo a gritos. El que no logre ver esto, que se acomode mejor el barbijo, porque le está tapando los ojos.

Está muy bien soñar con derribar el sistema y hacer la revolución y todo eso a los 20 años. A los 40, roza la pelotudez.

El gran desafío para los seres humanos adultos debiera ser discutir un capitalismo más justo, donde exista una mejor distribución de la riqueza y del trabajo. Un capitalismo en el que todos podamos consumir los bienes y servicios escenciales para una vida digna. Un capitalismo en el que un plato de comida no sea más caro que una funda para el celular. Y en el que el acceso a la vivienda, la salud o la educación no resulte más costoso que entrar a despegar.com y comprar un vuelo a Dubai. Quizás de ese modo empecemos a escuchar más a menudo la frase: "Aguante el capitalismo".

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REVOLCADOS EN EL MISMO LODO

Publicada el miércoles 15 de abril de 2020

Ya lo había anticipado Discepolín: en el 2000, el mundo también será una porquería. Y el que avisa no traiciona.

Por momentos es como si estuviéramos atrapados en un capítulo de Black Mirror. Viviendo así, encerrados, y con la pantalla del celular como única ventana posible para observar lo que pasa allá afuera, los días transcurren muy lentamente en comparación a lo que la cotidianeidad nos tenía acostumbrados. Y del futuro, ni noticias.

Salir a la calle y cruzarse con gente caminando con un barbijo sujetado a la cara era, hasta hace veinte días, algo que pasaba del otro lado del mundo. No acá. Hoy es prácticamente imposible ver personas sin su tapabocas haciendo la cola en la verdulería de la esquina.

Como lo que sobra es tiempo, a veces me entretengo imaginando teorías conspirativas. Sospecho que todo esto es un experimento social, la fake news más grande de la historia, un despliegue de maldad insolente.

Primero, la clásica y recurrente: “Seguro que a este virus lo inventaron en un laboratorio, que a su vez ya tiene patentada la vacuna y recién la va a dar a conocer cuando estemos todos infectados. Entonces vacunarse será obligatorio y de ese modo nos irán implantando un microchip a cada uno para así poder controlar a toda la humanidad”. Al rato: “¿Y si, en realidad, lo de la pandemia es un fraude y el supuesto nuevo virus no existe? ¿Y si lo que están haciendo los gobiernos es contabilizar muertos y apestados, que son los mismos muertos y apestados de todos los años por neumonía u otras enfermedades respiratorias, solo que ahora nos dicen que es coronavirus y comunican las cifras de un modo más alarmante y en tiempo real gracias a la hiperconectividad digital que la humanidad viene experimentando hace décadas?”

Por supuesto, todo esto es filosofía barata que no se basa en ninguna evidencia empírica. Entonces sigo lavándome las manos cada quince minutos, y por las dudas me pongo a redactar mentalmente unos buenos epitafios.

Las estadísticas y las curvas exponenciales, obviamente, asustan a cualquiera. Al igual que el virus, la información no discrimina. Entonces, ante la psicosis colectiva, los gobiernos sienten que tienen luz verde para adoptar medidas excepcionales y avanzar sobre los derechos y las libertades de los ciudadanos, ejerciendo un control desmedido. Lejos de protestar, la ciudadanía reacciona con empatía y sumisión. Empatía, porque los seres humanos tendemos a ser solidarios con nuestros semejantes en situaciones de catástrofe. Sumisión, porque tenemos el culo fruncido de miedo.

En el mundo, hoy hay gobiernos de todos los colores. Populistas de derecha (Donald Trump, Jair Bolsonaro, Boris Johnson, Viktor Orbán), socialdemócratas (Angela Merkel, Emmanuel Macron, Alberto Fernández), socialistas (Nicolás Maduro, Andrés Manuel López Obrador), comunistas (Xi Jinping, Miguel Díaz-Canel), personalistas (Vladímir Putin)... Acá no existen buenos y malos. Casi todos compiten en una carrera descontrolada por ver quién sale, en el mejor de los casos, menos lastimado.

Entonces algunos deciden cerrar las fronteras, otros minimizan el problema para no tener que parar la economía, el petróleo se acumula en los depósitos como consecuencia de la fuerte caída de la demanda de combustible y eso hace que se derrumbe el precio del barril de crudo, los más poderosos les madrugan cargamentos con insumos médicos (respiradores, tests, barbijos) a los más pobres, y así... En el mundo, se  sabe, siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafados.

Con el objetivo de clasificar por lo menos a los cuartos de final del Mundial de la miserabilidad, en la Argentina algunos no tuvieron mejor idea que ponerse a hacer chanchullos en medio de la pandemia.

El Ministerio de Desarrollo Social realizó una compra con sobreprecios de alimentos que debían ser destinados a los sectores más vulnerables. También el PAMI y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires fueron acusados de emplear la misma práctica para la adquisición de sachets de alcohol en gel y barbijos, respectivamente. Apenas saltó el escándalo, todos se excusaron argumentando ser rehenes de los proveedores.

No les importó ponerse a contar guita delante de pobres y desesperados. No pudieron esperar ni siquiera a que aflojara un poco la cuarentena y buena parte de la sociedad recuperara al menos su derecho a trabajar. A las ratas que habitan las alcantarillas del Estado les cuesta reprimir el instinto cleptómano. Porque, obviamente, acá el que no afana es un gil. ¡Dale que va!

En los canales de noticias ya no se habla de rugbiers, veganismo o ideología de género. A la deuda externa, el riesgo país y el dólar apenas se los menciona. Hoy todo es COVID-19.

Por la pantalla desfilan médicos, funcionarios, economistas y referentes sociales. Se plantea el falso dilema "salud o economía", como si no fuesen las dos caras de una misma moneda. Se pronostica el fin de la meritocracia. Se discute sobre la necesidad de una renta universal financiada con un impuesto extraordinario a la grandes fortunas. Mientras tanto, los que tienen la tarasca se apuran a fugarla a través del mercado bursátil y entonces el dólar MEP y el Contado con Liquidación superan los 110 pesos.

Agotado de tanto escuchar frases como “hay que aplanar la curva”, “estamos peleando contra un enemigo invisible” o “al coronavirus le ganamos entre todos”, intento hacer zapping por los canales de deportes y los programas de la tarde pensando que podría ser una buena estrategia para abstraerse del monotema. Error.

En FOX Sports y TyC Sports la situación es desopilante: media docena de neandertales discuten a los gritos sobre si tiene que volver la Superliga, si la Champions hay que jugarla con o sin público, si estuvo bien que se suspendieran los Juegos Olímpicos, o si es justo que el Barcelona le reduzca el salario a Messi en un 70 por ciento. ¡Ay, estos periodistas deportivos! Parece que todavía no se enteraron que el mundo tiene problemas un poquitito más importantes.

En los canales de aire, un conductor gritón da por finalizada una nota telefónica con un médico infectólogo para dar paso a una entrevista vía Skype con una figura del espectáculo que está haciendo la cuarentena en su departamento de Puerto Madero y no sabe cómo hacer para llegar a fin de mes, en tanto que la patria panelista contribuye a la confusión generalizada. En la TV, da lo mismo un burro que un gran profesor.

Entonces apago la tele y chequeo el celular. En un grupo de WhatsApp me llegaron algunos links con información de dudosa procedencia que relaciona a la pandemia con la tecnología 5G. ¡Oh, nos quieren espiar, vaya novedad!

En su novela 1984, escrita a finales de la década del '40, George Orwell describió al Gran Hermano como un ente de carácter omnipresente que gobernaba un estado totalitario y vigilante, en clara alusión a la Unión Soviética de Stalin. Hoy, a setenta años de la publicación de aquella gran novela de Ciencia Ficción, está claro que controlar a los individuos es el sueño húmedo de cualquier gobierno, sea de derecha, de centro o de izquierda.

La construcción de un enemigo imaginario como pretexto para impulsar reformas políticas profundas o avanzar sobre las libertades civiles no es algo nuevo. Los que no somos población de riesgo ni generación millennial lo vivimos en los '80 y '90 con el derrumbe del bloque soviético. El fracaso del comunismo fue el argumento ideal para terminar de convencer a Occidente de que era necesario abrirle las puertas al neoliberalismo desregulando la economía y achicando el Estado.

Lo vivimos también en los últimos veinte años. A partir del ataque al World Trade Center de Nueva York (2001) y los atentados terroristas ocurridos en Madrid (2004) y Londres (2005), comenzaron a instalarse cámaras de seguridad en varios puntos estratégicos de las ciudades (calles, rutas, aeropuertos, estaciones, trenes, subtes, edificios públicos, shoppings, supermercados) y nos pareció una medida de lo más razonable. Todo sea por protegernos de esos barbudos de cara larga, túnica y turbante.

Mientras tanto, nos iban metiendo a cada uno un caballo de Troya en el bolsillo. Ese aparatito que se parece mucho a un teléfono, pero que en realidad es una supercomputadora que se roba buena parte de nuestro tiempo y consigue manipularnos permanentemente, porque sabe más de nosotros que nosotros mismos. Y así, sin darnos cuenta, fuimos resignando porciones cada vez más grandes de nuestra libertad, de nuestra intimidad, y de nuestro derecho a no ser controlados.

Tal vez ahora, con el pretexto de esta nueva peste, se esté inaugurando otra etapa del capitalismo, con mucho más control que el que ya conocíamos, y donde quizás no haya lugar para la desobediencia. Puede ser, aunque no hay manera de demostrarlo. Lo cierto es que, frente al miedo, hoy optamos por hacer lo que nos dicen: "Quedate en casa". Preferimos dejar de ver a nuestos padres, hermanos y amigos -quién sabe hasta cuándo- antes que exponernos al virus o al castigo del Estado.

¿Qué será mejor? ¿Morirnos ahora o vivir el resto de los días aislados del mundo? Personalmente, elijo la segunda opción. Total, más tarde o más temprano, allá en el horno...

¡Chan-chan!

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APUNTES DE QUARAN-TIME

Publicada el lunes 13 de abril de 2020

¿Hay vida real después de la #pandemia? ¿El #capitalismo saldrá herido o fortalecido? ¿Estamos frente a un #NuevoOrdenMundial basado en la hipervigilancia digital?

Una selección de diez artículos sobre #Covid19 leídos durante la #cuarentena, en los que -obviamente- no vas a encontrar respuestas a todos estos interrogantes que se plantean periodistas, escritores, historiadoes, sociólogos, filósofos y pensadores contemporáneos:

Slavoj Žižek “el Coronavirus es un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista”

“Es difícil perderse la ironía del hecho que lo que nos unió a todos y nos empujó a una solidaridad global se exprese de tal manera que haya que evitar el contacto entre personas. Tal vez solo la realidad virtual se considere segura”

La emergencia viral y el mundo de mañana. Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano que piensa desde Berlín

"China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza"

Así será el mundo tras la pandemia del coronavirus, según Yuval Noah Hahari

"Se ha declarado una batalla contra nuestra privacidad en los últimos años. La crisis del coronavirus podría ser un punto de inflexión en esta contienda. Cuando la gente tiene que elegir entre la privacidad y la salud, se suele elegir la segunda"

Crónica de la psicodeflación - Diario de la pandemia, primera parte (Por Franco “Bifo” Berardi)

"Hace tiempo que el capitalismo se encontraba en un estado de estancamiento irremediable. Pero seguía fustigando a los animales de carga que somos, para obligarnos a seguir corriendo, aunque el crecimiento se había convertido en un espejismo triste"

Reset - Diario de la pandemia, segunda parte (Por Franco “Bifo” Berardi)

"Los economistas que hace treinta años nos prometen que la cura para toda enfermedad social es el recorte del gasto público y la privatización deberán ser aislados socialmente; si intentan abrir la boca de nuevo, deberán ser tratados por lo que son: idiotas peligrosos"

La era de la mascarilla (Por Martín Caparrós)

“La enfermedad ha puesto al desnudo la fragilidad de un mundo interconectado e interdependiente. Si acaso hay alguna lección, es que la globalización nos hace a todos vulnerables: estamos más cerca del caos de lo que los poderosos pensaban”

La invención de una epidemia (Por Giorgio Agamben)

"Parecería que una vez que el terrorismo se agota como causa de medidas excepcionales, la invención de una epidemia podría ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites"

Srecko Horvat: "Dudo si tendremos las mismas libertades después del virus"

"Por ahora, la creciente pandemia de miedo es más peligrosa que el propio virus. El imaginario apocalíptico en los medios esconde la profunda relación entre la extrema derecha y la economía capitalista"

Por qué los ricos le temen a la pandemia (Por Walter Scheidel)

"La crisis actual podría originar reformas redistributivas parecidas a las que suscitaron la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, a menos que los intereses arraigados demuestren ser demasiado poderosos para ser derrotados"

El mundo es plano (Por Martín Caparrós)

"La crisis ha realzado el papel de los Estados, mostrando cómo, pese a todo, hay momentos en que el Estado se vuelve indispensable.  Quizás estos días en que vivimos con tanto menos nos convenzan de que podemos vivir con tanto menos"

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FÚTBOL PARA TODES

Publicada el viernes 28 de septiembre de 2018

La inserción de las mujeres en el universo futbolístico crece al calor del avance que el movimiento feminista viene expresando en la arena política, los medios de comunicación o el mercado laboral.

Cada vez hay más jugadoras, árbitras, juezas de línea, dirigentes, periodistas e hinchas. Sin embargo, el balompié siempre fue cosa de hombres, o al menos históricamente se lo consideró un espacio reservado exclusivamente a los varones.

No caben dudas de que el fútbol es un hecho cultural plagado de machismo, misoginia, homofobia, racismo y xenofobia. Basta con repasar algunas expresiones típicas del folclore futbolero para confirmarlo.

"Les rompimos el culo” es una frase que suelen utilizar los hinchas de algún equipo luego de vencer categóricamente a su oponente. El verbo romper significa, en este caso, penetrar. Y aunque la frase no hay que tomarla literalmente, es curiosa la elección de la palabra culo pudiendo haber utilizado arco, un sustantivo que guarda una relación mucho más directa con el fútbol.

Al margen de que es una verdadera incógnita el sexo del portador del culo roto, así se trate de un hombre o una mujer, la expresión contiene violencia y supone el sometimiento de un sujeto sobre otro. Lisa y llanamente, una violación. Pero, rigiéndose por los códigos de la tribuna, se da por sentado que, en caso de tratarse de un masculino, el único puto sería el penetrado, nunca el penetrador. El penetrador siempre será considerado bien macho, independientemente del sexo del dueño del culo.

“Eso no es un arquero, es una puta de cabaret” es el clásico cántico dedicado a casi todos los guardametas antes del inicio de alguna de las dos mitades que componen un match, dependiendo del arco que al Uno le toque defender y la cabecera en la que se ubiquen los hinchas contrarios.

Se desconoce el origen de la asociación entre “arquero” y “puta de cabaret”. Todo parece indicar que es consecuencia de una rima perfecta con los primeros versos de la canción, en el que la horda sugiere “que lo vengan a ver”. Lo que queda claro es que, para estos ilustrados simpatizantes, ser una puta de cabaret es algo humillante y por eso funciona muy bien como insulto.

“¡Era el 2 de Mandiyú!” es una frase que quedó inmortalizada a partir de un spot de cerveza Brahma realizado hace diez años por la agencia CraveroLanis (click para ver).

En el comercial, además de exhibirse a la mujer como un objeto, medir tamaños de penes y demás rauleadas de manual, uno de los protagonistas observa con libidinosidad un trasero que se mueve al compás de la música de una comparsa en el carnaval de Gualeguaychú, que resulta ser el de una chica trans, poseedora de unos rasgos típicamente guaraníes. Homofobia, machismo y racismo en apenas 60 segundos.

Y así podríamos seguir hasta mañana…

Lo cierto es que el mundo está cambiando y el fútbol es una expresión cultural que no puede ni debe quedar aislada de los contextos sociales. Es por eso que vale la pena destacar una serie de casos, algunos de larga data y otros un poco más recientes, que nos demuestran que otro fútbol es posible.

TODO LO QUE ESTÁ BIEN

El FC Sankt Pauli es un modesto club alemán de segunda división. Fue fundado en Hamburgo en 1910 por un grupo de trabajadores portuarios, pero a mediados de la década del ’80, en una Europa azotada por la violencia de los hooligans, la institución redactó un nuevo estatuto en el que se manifestó abiertamente “en contra del racismo, el sexismo, el fascismo y la homofobia". A partir de ese momento, se convirtió en el equipo insignia de punks, gays, prostitutas, artistas y militantes de izquierda.

Hace más de 30 años viajaron a Nicaragua para jugar un amistoso en apoyo a la Revolución Sandinista. También realizaron algunas pretemporadas en Cuba, y a partir de entonces en las tribunas puede verse siempre alguna imagen del Che Guevara.

En 2002, un empresario teatral llamado Corny Littmann, gay declarado y militante del colectivo LGTB, fue electo presidente de la institución, cargo que ocupó hasta 2010.

Cada 27 de enero, St. Pauli conmemora la liberación de Auschwitz y sus hinchas acuden al estadio con banderas con la esvástica tachada. Además, fueron los primeros en organizar un Mundial de países no reconocidos por la FIFA en 2006 y un torneo con refugiados en 2017.

Otro dato particular es que, desde hace dos años, el club produce miel natural dentro de su estadio, con la idea de proteger y aumentar la población de abejas en el mundo, que viene disminuyendo considerablemente como consecuencia de la fumigación indiscriminada.

LOS JUGADORES AL PODER

Corría el año 1981 cuando Corinthians, el club más popular de todo Brasil, tocó fondo, deportiva y económicamente hablando.  El país era gobernado desde 1964 por una violenta dictadura militar, como sucedió en casi todas las demás naciones de América Latina, y la democracia parecía una utopía lejana.

En abril de 1982, un tal Waldemar Pires fue electo presidente del Timão y designó como director general de fútbol a Adílson Monteiro, un exmilitante y joven sociólogo que del tema entendía poco y nada, pero que traía consigo ideas revolucionarias.

Cuenta la leyenda que en la primera reunión que mantuvo con el plantel, les dijo a los jugadores: “El país lucha por la democracia. Si lo logra, el fútbol quedaría al margen porque aún en los países democráticos el fútbol es conservador. Tenemos que cambiar eso”.

A partir de entonces, se instauró la Democracia Corinthiana, un sistema de autogestión mediante el cual jugadores, cuerpo técnico, dirigentes y empleados votaban y decidían todo, desde los sistemas de juego, hasta los horarios y los métodos de entrenamiento, o el reparto del dinero.

Contra todos los pronósticos, el método fue un éxito. Corinthians desplegó un fútbol vistoso de la mano de jugadores como Sócrates, Wladimir, Casagrande y Zenon, convocó multitudes, ganó dos veces el Campeonato Paulista de manera consecutiva (1982 y 1983), y canceló todas sus deudas.

Pero el máximo logro de la Democracia Corinthiana quizás haya sido el efecto inspirador que tuvo en la sociedad brasileña. En ciertos partido, los jugadores saltaban al campo de juego luciendo alguna consigna política en sus camisetas, instando a la población a despertar de su letargo.

Dos años más tarde, la dictadura cayó.

PROHIBIDOS LOS CHORIPANES

El Forest Green Rovers es un club fundado en 1890 en el sudoeste de Inglaterra que actualmente compite en la quinta división del fútbol británico. En 2010 fue adquirido por un empresario llamado Dale Vince, activista ecológico y dueño de Ecotricity, una compañía de energía sustentable, y se propuso impulsar un profundo cambio conceptual, dando forma al primer club ecológico y vegano del mundo.

La única comida que tiene cabida en este club, tanto para los jugadores como para los hinchas, es la vegana. El plantel se alimenta a base de una dieta libre de productos de origen animal, y los puestos en el estadio los días de partido ofrecen hamburguesas de quínoa, ensaladas de vegetales y café con leche de soja o avellanas.

En el estadio del Forest Green Rovers hay paneles solares por todos lados que ayudan a alimentar el sistema de iluminación y también son fuente de energía del robot inteligente que se encarga de cortar el césped, para el cual no se utiliza ningún tipo de pesticida ni herbicida en su cuidado, sino algas, bacterias y otros productos naturales.

A la hora de regar el campo de juego, emplean agua de lluvia que es almacenada previamente en cisternas. También hay puntos de carga para coches eléctricos diseminados por todo el predio.

Pero Vince va por más y sueña con un Eco-Estadio construido íntegramente en madera, algo que fue prohibido en Inglaterra luego de la tragedia de Valley Parade en 1985, en la que murieron 56 personas y 265 resultaron heridas como consecuencia del incendio de una tribuna.

MÉS QUE UN CLUB

Desde el año 2012, a los 17 minutos 14 segundos de cada partido importante que juega el Barcelona en el Camp Nou, los hinchas blaugranas agitan sus senyeras y esteladas, al tiempo que claman por su independencia desde las cuatro gradas del estadio.

Los 17 minutos 14 segundos simbolizan el año 1714, en el que Cataluña fue sometida al régimen de los Borbones de Felipe V.

Como su lema lo indica, el FC Barcelona es más que un club.

Tanto el Camp Nou como el viejo Les Corts (el estadio en el que jugó desde 1922 a 1957) han sido escenario de reivindicaciones independentistas a lo largo de la historia.

La primera de la que se tenga registro ocurrió en 1925, en un amistoso entre Barça y Esportiu Júpiter, un club anarquista del barrio Poblenou, el pulmón industrial de Cataluña, que llegó a esconder armas en los balones y debajo de su tribuna para combatir las dictaduras de Miguel Primo de Rivera y Francisco Franco.

Por esos días, un barco inglés se encontraba amarrado en el puerto de Barcelona. Antes del partido, la banda de la Royal Navy tocó el himno británico God Save the Queen y la Marcha Real, creyendo que el público lo recibiría con agrado, pero la silbatina fue ensordecedora. ¿Cómo terminó la historia? Les Corts fue clausurado por seis meses, el Barça no pudo competir durante ese período, y el presidente de entonces, Joan Gamper, fue condenado al exilio por el régimen de Primo de Rivera.

En tiempos de la dictadura franquista, se llegaron a oír anuncios en catalán por los altoparlantes del estadio, burlando las leyes y la censura. El Generalísimo falleció en 1975 y recién al año siguiente los partidos pudieron volver a ser narrados en catalán durante las transmisiones radiales.

En 1974, el rebelde Johan Cruyff, el jugador más amado por la afición blaugrana junto con Messi, estaba a punto de ser padre por tercera vez. El holandés se sentía un catalán más y quería ponerle Jordi a su hijo. Pero ese nombre estaba prohibido en toda España porque Franco había declarado ilegal cualquier simbología nacionalista catalana. Debía ponerle Jorge. ¿Qué hizo el Flaco? Viajó a Amsterdam, esperó a que nazca el niño, lo inscribió como Jordi, y volvió a Barcelona. Un auténtico “pito catalán”.

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LA ESTRELLA QUE LES FALTA

Publicada el jueves 23 de agosto de 2018

Aterrizamos en La Habana a las 14.10 de un lunes de abril soleado y muy caluroso. Lo primero que aprendés al llegar a Cuba es a tener paciencia. Sobre todo si sos un porteño apurado, acostumbrado a otros ritmos.

El aeropuerto José Martí se parece más a la terminal de micros de Retiro que a Ezeiza. Olvidate del aire acondicionado. Además, a los cubanos les gusta mucho conversar. Entonces, las colas en migraciones pueden ser eternas.

Lo segundo que uno aprende es que en Cuba no entienden el significado de la palabra “no”. Les habíamos aclarado a Alejandro y Nelly, los dueños de la casa de familia en la que nos íbamos a hospedar, que no hacía falta que nos fueran a buscar al aeropuerto. Pero ahí estaba Gilberto, con el cartelito en la mano.

Personalmente, cuando llego a una ciudad que no conozco, me gusta sentarme un rato a mirar a la gente, estudiar el terreno, fumarme un pucho, tomarme una birra, cambiar plata. Por eso no quería que nos fueran a buscar, para poder movernos con libertad. Le expliqué a este buen hombre, casi excusándome, y me miró raro, como no entendiendo mi enrosque. “Claro, chico. ¿Qué apuro hay? Ahí tú tienes una CADECA”, me dijo, señalando con su mano a la izquierda.

Las CADECA son las casas de cambio, y en La Habana hay una cada diez cuadras. En ese instante recibí la tercera lección: que el equivocado era yo, que Gilberto tenía todo el tiempo del mundo, y que si no lo tenía no se hubiese comprometido a ir a buscarnos, y que no se iba a fastidiar ni nos iba a querer cobrar más por esperar, porque su trabajo consistía en ayudarnos, no en luquearnos. El error siempre es suponer. Y más en un país tan diferente al tuyo.

Caminamos hasta el taxi de Gilberto, que estaba estacionado fuera del aeropuerto porque los taxis particulares tienen prohibido entrar a levantar pasajeros (esa zona es exclusiva para los taxis del Estado). Era un LADA rojo destartalado, traído de la Unión Soviética a principios de los ’80, pero andaba fenómeno. Acomodamos los bultos en el baúl y arrancamos.

En el trayecto, Gilberto nos explicaba lo de los taxis. La noche anterior la policía lo había llevado detenido por levantar a dos turistas alemanas dentro del aeropuerto. Pero parece que en Cuba es normal que la policía te detenga por ese tipo de contravenciones. Solo tenés que ir a dar las explicaciones correspondientes y listo, te vas a tu casa. Un trámite.

Gilberto tiene arriba de 70 años. Ingeniero agrónomo, aunque ya jubilado. Fue militante de la Revolución, pero hoy está un poco desencantado de todo. No es para menos. Ser ingeniero agrónomo en un país que sólo cultiva azúcar y tabaco y con tanta tierra ociosa debe ser un poco decepcionante.

Llegamos a Casa Concordia, la casa de familia de Alejandro y Nelly. Está ubicada en Centro Habana, a cinco cuadras del Malecón, a unas quince de La Habana Vieja, y justo enfrente del edificio donde se filmó la famosa película cubana Fresa y Chocolate, nominada al Oscar en 1994. Allí, hoy funciona un paladar.

Los paladares son pequeños restaurantes privados reservados al turismo que los cubanos pueden instalar en el living de su casa. Al igual que las casas de familia, comenzaron a aparecer a mediados de la década del ‘90, en los últimos años del “período especial”.

En Cuba llaman así a la gran crisis económica que les tocó transitar luego de la caída del bloque soviético, años en los que el PBI se redujo un 36%, hubo escasez de alimentos y combustibles, y un rebrote del mercado negro y la prostitución. Frente a tal desastre, el gobierno se vio obligado a impulsar reformas en los modelos de producción, permitir inversiones extranjeras, fundar empresas mixtas y promover iniciativas privadas vinculadas al turismo, como son los paladares, las casas de familia o los taxis particulares, como el de Gilberto. No hubo otra alternativa. Para sostener el socialismo, era necesario abrirle una hendija al capitalismo.

En La Habana la gente siempre está en la calle, todo el tiempo, a toda hora. No se entiende muy bien qué hacen, pero ahí están. Se los ve en grupos, de a tres, de a cuatro, de a cinco. Algunos conversan a los gritos, otros discuten vaya a saber de qué, más allá hay unos que cantan alrededor de otro que toca la guitarra, otros están en la vereda arreglando un coche viejo, y así.

Uno tiende a suponer que la gente está en la calle porque no hay tantos elementos de distracción como en los países capitalistas. Si bien Cuba cuenta con telefonía celular e Internet, son muy pocos los que pueden acceder a estos servicios. Los canales de TV y las estaciones de radio son estatales y mayormente dan noticias, programas culturales o partidos de beisbol. Leen el Granma o alguna revista literaria o de ciencia. Nada de Netflix, ni Facebook, ni WhatsApp. No existen los famosos, no hay un Tinelli, no hay prensa del corazón, ni escándalos mediáticos. Y es ahí cuando uno empieza a comprender la razón por la cual lograron ser un pueblo tan culto.

A diferencia de lo que ocurre en Argentina, en Cuba no hay una grieta. Hay varias. Están los que defienden la Revolución, están los que la cuestionan, están los gusanos (opositores acérrimos al socialismo), y también los parásitos del Estado. Estos últimos no cuestionan ni defienden, pero chupan desde hace años la teta de la vaca cubana sin aportar absolutamente nada. Los resignados.

Basta con caminar por la peatonal Obispo, donde está repleto de restaurantes del Estado y paladares privados, para darse cuenta quién es quién. Los que trabajan en los paladares te persiguen varias cuadras para convencerte de ir a comer ahí. Los que trabajan en los restaurantes del Estado, en cambio, ni saben cuál es el menú.

En el Museo de la Revolución, por ejemplo, consulté en mesa de entrada si se hacían visitas guiadas y me respondieron que sí, pero que no sabían a qué hora era la próxima. No parece ser la manera más efectiva de difundir las virtudes del socialismo.

El contraste más notorio se da entre jóvenes y adultos. Los Sub 30, hijos del “período especial”, ya no creen en el socialismo. Los más grandes, sobre todo aquellos que fueron testigos del triunfo de la Revolución y otras hazañas como el combate de Playa Girón, tienen una mirada un tanto más romántica.

En los jardines de la emblemática heladería Coppelia, ubicada en el coqueto barrio de El Vedado, frente al hotel Habana Libre, que alguna vez fue el Hilton, un pibe de 20 años me contaba que sus tíos viven en Miami y que tiene un primo de su misma edad nacido allí. Y que a él le gustaría poder irse de la Isla algún día, porque “en los Estados Unidos se vive mejor”. Obviamente, él ya olvidó aquello de “seremos como el Che” que le enseñaron en la escuela.

Faltaba poco para el 1 de mayo y La Habana estaba alborotada por un rumor de iba a hablar Fidel en la Plaza de la Revolución, en el acto por el Día Internacional de los Trabajadores. Nosotros ya nos estábamos yendo.

Camino al aeropuerto, le comentaba a Gilberto que nunca me cerró del todo la figura del Comandante, básicamente porque no entendía cómo un líder que gastó tanta tinta y saliva hablando de revolución, libertad y autodeterminación, haya gobernado Cuba durante casi medio siglo y jamás le haya permitido a su pueblo elegir representantes. Gilberto asintió con la cabeza, pero aclaró que “la revolución hay que hacerla cada día”. Porque “algún día Fidel ya no estará y el pueblo tendrá que seguir construyendo su destino”.

Mientras descargábamos el equipaje, hablábamos de lo similares que son las banderas de Cuba y Estados Unidos, dos países tan cercanos y al mismo tiempo tan enemistados. “Es cierto, tenemos banderas parecidas, con los mismos colores. La de los yanquis tendrá muchas estrellas, pero nosotros tenemos la estrella que les falta. ¡Y que nunca podrán tener!”, exclamó, con una sonrisa pícara. Y nos despedimos con un abrazo revolucionario.

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FAVELA EXPERIENCE

Publicada el sábado 18 de agosto de 2018 

Subir o bajar de la favela Vidigal es convivir a cada instante con la idea de que alguien está a punto de ser atropellado. A toda velocidad y sin ningún atisbo de prudencia, decenas de vans y mototaxis serpentean la sinuosa calle principal, que conecta la base de este humilde barrio carioca con su punto más alto, desde donde pueden apreciarse las vistas más privilegiadas de Río de Janeiro.

Son el medio de transporte que utilizan varios moradores da comunidade para ir a trabajar y volver a sus hogares. Y, al mismo tiempo, es la forma de ganarse la vida de muchos otros que prefieren no tener que desplazarse tanto.

Lejos de prohibirlo o de hacer la vista gorda a este precario servicio, las autoridades municipales decidieron regularlo. Cada motorista luce una pechera con un número que lo identifica, hay horarios y recorridos estipulados, y tarifa plana: la subida cuesta 3,50 reales y la bajada 2r$. Para aquellos que no residen en el barrio, el pasaje es un poco más caro.

Vidigal es uno de los morros 'pacificados' del sur de Río, en el que habitan unas 10 mil personas. Está al lado de la famosa favela Rocinha, pero también de los barrios más top y exclusivos de la capital fluminense. Aquí, la riqueza y la miseria son vecinas.

La política de pacificación de las favelas de Río de Janeiro se inició hace una década, en tiempos de Lula, cuando Brasil fue confirmado como organizador del Mundial 2014 y la ciudad fue elegida sede de los Juegos Olímpicos 2016.

El objetivo principal era expulsar al narcotráfico y bajar la tensión entre las organizaciones criminales y la policía. Los resultados iniciales fueron positivos: en las favelas donde se instalaron las UPP (Unidad de Policía Pacificadora) la tasa de homicidio disminuyó un 75 por ciento y la de robo un 50%, según datos del Instituto de Seguridad Pública (ISP).

El barrio fue mutando a partir de 2011, año en que se logró la pacificación. Con la construcción de un polideportivo y un anfiteatro en la parte alta del morro -antes territorio narco-, el deporte, el arte y la cultura fueron ganando terreno, al tiempo que proliferaban algunos emprendimientos comerciales como hostels, bares y restaurantes. De a poco, la favela comenzó a captar el interés de turistas extranjeros, cariocas de las zonas más pudientes, y celebridades como Madonna y David Beckham, que en este último tiempo adquirieron propiedades en el morro.

Vidigal es un barrio como cualquiera. Hay centro de salud, escuela, jardín de infantes, iglesias evangélicas, oficina de correo, cajero automático, estudio jurídico, locutorios, locales de ropa, salones de belleza, supermercados, lavanderías, gimnasios, bares, pizzerías, heladerías... Sin embargo, el Estado arribó hace apenas quince minutos y muchos vecinos aún no tienen cubiertas las necesidades básicas. Hay zonas que no cuentan con agua potable, cloaca, asfalto ni alcantarillado. Y la recolección de la basura sigue siendo un trastorno.

Pero ninguno de estos avatares resultó un obstáculo para la burbuja inmobiliaria. Cada año que pasa, el metro cuadrado cotiza más alto. Una casa pequeña con dos habitaciones cuesta como mínimo US$ 40.000. Y los alquileres no bajan de los US$ 300 por mes, lo cual se convirtió en un problema para muchos inquilinos del morro, que se ven en la disyuntiva de tener que pagar más o mudarse de barrio.

Ya son varios los vecinos que, apenados, imaginan en un par de décadas a su querido Vidigal reconvertido en un complejo de viviendas de lujo habitadas por familias adineradas. Saben que ese día, más temprano que tarde, va a llegar.

Cuando el sol comienza a ponerse detrás del morro Dois Irmãos, la Ciudad Maravillosa adquiere unos colores fantásticos. Las luces de los barracos (así les llaman a esas casas precarias construidas sin ningún tipo de planeamiento urbano) se van encendiendo lentamente y, ya entrada la noche, Vidigal luce como un arbolito de navidad. Es entonces cuando los chicos ricos de Ipanema, Leblon, São Conrado, Gávea y Barra da Tijuca trepan hasta lo más alto del morro montados en sus motos BMW o en sus 4x4 para asistir a esas fiestas exclusivas que organiza algún millonario en alguna terraza de la favela, siempre vigiladas por personal de seguridad vestido de riguroso negro, y donde suelen tocar DJs de renombre. No les dan trabajo a los vecinos. Tampoco les permiten asistir a la fiesta. Para ellos, la ñata contra el vidrio. Casi una metáfora de lo que puede llegar a venir.

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TODOS MIENTEN

Publicada el viernes 10 de agosto de 2018

Milagros tiene 29 años y le encanta viajar por el mundo. No trabaja, tampoco estudia, pero sus padres tienen mucho dinero y le bancan todo. Hasta el alquiler del dos ambientes en el que vive desde hace algunos años, cerca del Jardín Botánico. No porque sean generosos, sino porque prefieren no tener que aguantarla en casa.

Es depresiva y va al psiquiatra. Casi no tiene amigos en la vida real, pero en su Instagram la siguen miles de desconocidos que le likean cada una de las fotos que postea. En las playas de Ipanema, en la Torre Eiffel, en la Quinta Avenida de Nueva York o en la Costa Amalfitana. Da igual. Ella toma su selfie stick, infla el pecho, mete panza, saca culo, se acomoda el pelo, tuerce los labios para un duck face bien logrado y gatilla varias veces. Luego elige la que más le gusta, la tunea con algún filtro, la publica… ¡Et voilà! ¡Lluvia de corazones!

Mili se siente una auténtica it girl. Una referente para un montón de chicas y un objeto de deseo para otro montón de muchachos.

Salió con varios de esos muchachos y no se enamoró de ninguno. Está más sola que un perro, y no logra ser feliz. Pero sobrevive gracias al clonazepam que le receta el médico y a los corazones que su público le regala a diario.

En Villa Urquiza es la hora de la siesta y a Gabriela todavía le quedan un par de horas para ir a buscar a sus hijos al colegio. Entonces aprovecha su propio recreo y se tira en el sillón a chusmear el celular.

Ella no es amiga de Milagros, pero hicieron toda la secundaria juntas en el Santa Teresa de Las Heras y Scalabrini Ortiz. Por eso la sigue en Instagram. Al ver su última publicación, explota de la envidia y susurra: “¡Qué trola de mierda!”. Igual le da corazón y le comenta la foto con emojis de llamaradas y la frase: “Estás hecha un fuego! Cada día más diosa!”.

Gaby supone que Mili es feliz por cómo luce en las fotos y la cantidad de likes que tienen su posteos. Y, automáticamente, siente que su vida no es tan buena como la de los demás. Obviamente, eso la pone de mal humor.

Para sacarse la bronca, publica una tierna imagen junto a los hijos y el marido en su cuenta de Facebook, donde la siguen familiares, amigos, mamis y maestras del colegio de los nenes. Ella hoy también se va a ir a dormir contenta porque le dieron muchos “Me gusta”.

Guillermo es el hermano mayor de Gabriela. Tiene 38 años y labura en una multinacional, de lunes a viernes de 9 a 18. Siempre va de traje. Los viernes un poco más casual.

Es un ferviente antikirchnerista, de esos que todos los días mandan memes por WhatsApp de ‘La Yegua’, De Vido, Boudou, etc.

En su hora de almuerzo aprovecha para chequear Twitter y se trenza en discusiones políticas con unos niveles de violencia que asustan.

A Guille le encanta odiar. Odia a los políticos, a los empleados públicos, a los piqueteros, a las feministas, a los extranjeros, a los mapuches, a los docentes, a los artistas populares. Guille es un odiador serial. Y, obviamente, votó a Macri.

Hace dos años se separó de su ex, Valeria, con quien tuvo a Francisco, que está por cumplir siete y va a primer grado.

Se llevan como el orto. No se ponen de acuerdo en casi nada. Hace un par de meses que Valeria le reclama actualizar la cuota de alimentos que fijaron de común acuerdo en enero porque, con tanta inflación, ya no le alcanza para nada. Guille cobra un muy buen sueldo, pero se hace bien el boludo. Eso sí, el Día del Padre publicó en Instagram una hermosa foto con Francisco acompañada de un texto tan emotivo que cualquiera que no conoce la interna pensaría que es el mejor papá del mundo.

Nicolás tiene 25 y es sobrino de Valeria, la ex de Guillermo. Se considera a si mismo como un anarcopunk. Básicamente, está en contra de todo.

Es vegano, no fuma y tampoco toma alcohol. Le encanta andar en skate y escuchar a Boom Boom Kid. Estudia Antropología en la UBA y hasta hace un año militaba en el Partido Obrero, pero ya no cree en la política. Es más, no piensa ir a votar nunca más.

Pasa sus días publicando en Facebook videos y artículos que nos advierten lo perverso y dañino que puede llegar a ser el sistema capitalista. Si lo agarrás en un momento luminoso, quizás se le da por compartir alguno sobre alimentación sana, permacultura o ecología. Pero vive apesadumbrado porque, según él, el mundo está enfermo de consumo.

Nico atiende un kiosco, donde venden cigarrillos, gaseosas y golosinas. Vive con sus padres en Belgrano y está ahorrando para comparse un iPhone 8.

Milagros, Gabriela, Guillermo y Nicolás tienen algo en común: Todos mienten.

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‘FAKE NEWS’ ERAN LAS DE ANTES

“Los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice”

(Mariano Moreno, Plan de Operaciones - Buenos Aires, 1810)

 Publicada el martes 7 de agosto de 2018

La noche del 30 de octubre de 1938, la CBS Radio estaba transmitiendo un concierto musical en vivo desde el Hotel Meridian Plaza de Nueva York, cuando de repente la emisión fue levantada por una supuesta información de último momento.

“Damas y caballeros, interrumpimos nuestro programa de baile para comunicarles una noticia procedente de la agencia Intercontinental Radio. El profesor Farrel del Observatorio de Mount Jennings de Chicago reporta que se ha observado en el planeta Marte algunas explosiones que se dirigen a la Tierra con enorme rapidez... Continuaremos informando”, fueron las primeras palabras del locutor.

El flash informativo marcó el inicio de un experimento sociológico liderado por el actor, director y productor de cine estadounidense Orson Welles, que consistió en adaptar la novela clásica de ciencia ficción La guerra de los mundos, del escritor británico Herbert George Wells, a un guion radial, en el que los hechos fueron narrados en formato de noticias.

En aquel entonces no existía la televisión, y si bien todavía faltaba un año para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, era algo que se veía venir y eso hacía que la humanidad estuviera expectante y suceptible a cualquier tipo de amenaza.

Pese a que la CBS advirtió que se trataba de una dramatización teatral, algunos oyentes desprevenidos y otros que sintonizaron la emisora unos minutos más tarde del inicio del programa creyeron estar oyendo una serie de boletines informativos reales, lo cual desató el pánico en las calles.

Casi 12 millones de personas escucharon la transmisión y otras tantas se enteraron de la “noticia” de manera indirecta. Las líneas telefónicas de emergencia, de las radios y de las redacciones de los diarios colapsaron por varias horas, al igual que las carreteras, las estaciones de trenes y las centrales de policía. Muchas familias abandonaron sus hogares aterradas y hasta se reportaron algunos suicidios. La psicosis era total.

Welles le había hecho creer a los Estados Unidos que el mundo estaba siendo invadido por aliens, aunque en realidad se trataba de una broma pesada en la víspera de Halloween.

A partir de ese suceso quedó demostrado el inmenso poder que tienen los medios de comunicación, y lo fácilmente manipulables que pueden llegar a ser las masas.

EL DÍA QUE PERGOLINI ‘MATÓ’ A PHIL COLLINS

En la Argentina, el experimento de Welles tuvo su versión vernácula, bastante más acá en el tiempo.

Corría el mes de octubre de 1992 y Mario Pergolini conducía “Podría ser peor”, en las tardes de la Rock & Pop. Esa semana se había suicidado el actor Carlos Parrilla y también había fallecido el relator de fútbol José María Muñoz. Alguien de la mesa dijo: “Qué bueno que hoy no murió nadie”. Pergolini miró a su compañero Conrado Geiger, que tenía puesta una remera de Phil Collins, y –rápido de reflejos- lanzó una gran mentira al aire: “Sí, murió Phil Collins… Acaba de suceder. No se sabe bien por qué, pero vamos a poner unos temas en su honor”.

Apenas arrancó la música, los teléfonos de la radio comenzaron a sonar, pero nadie los atendió. A los pocos minutos, otras emisoras radiales y algunos canales de televisión replicaban la noticia de la muerte de Phil Collins con más detalles. Algunos decían que había fallecido en un accidente de autos, otros hablaban de sobredosis y hasta precisaban con una irresponsabilidad absouta la cantidad de droga que el músico había consumido.

Todavía no existía Internet, ni Twitter, ni Facebook, ni Google, ni WhatsApp, ni nada que se les parezca. Tampoco existían los celulares, y para llamar a Londres había que discar primero el número de una operadora internacional, quien se encargaba de establecer la comunicación.

Todos cayeron en la tentación de dar la noticia sin antes chequearla y la información corrió como reguero de pólvora, hasta llegar a los oídos del propio cantante y baterista de Genesis.

Pero esa no fue la única travesura de Pergolini. Hubo otra mucho más reciente y aggiornada a las nuevas tecnologías, solo que esta vez contó con la complicidad de su audiencia.

Sucedió en abril de 2017. El conductor pidió a sus oyentes que tuitearan supuestas declaraciones de Lionel Messi con el hashtag #MessiEnVorterix.

"No tengo problemas con Icardi", o "De Riquelme aprendí mucho" fueron algunos de los textuales inventados. ¿El resultado? #MessiEnVorterix fue trending topic mundial y varios medios se hicieron eco de la falsa entrevista con la estrella del Barcelona.

TWO TO TANGO

“Para bailar el tango se necesitan dos”, dice el refrán. Y con las ‘fake news’ ocurre algo parecido. Para que una mentira se convierta en noticia se necesita un farsante capaz de contar una historia más o menos verosímil y un idiota dispuesto a tragársela. Del mismo modo, una información verdadera puede ser tildada de opereta con argumentos medianamente convincentes.

Estos tiempos de posverdad son el caldo de cultivo perfecto para cualquiera de las dos cosas. Poco importa si realmente el Hombre llegó a la Luna o si todo fue una puesta en escena dirigida por Stanley Kubrick desde el desierto de Arizona y transmitida por televisión vía satélite para todo el mundo. Probablemente nunca sepamos si Nisman se suicidó, si lo mandó a matar Cristina, o si alguien quiso tirarle un fiambre a la exmandataria, y buena parte de la sociedad argentina seguirá repitiendo que José López revoleaba bolsos con guita por encima de la medianera de un convento, pese a que los videos difundidos lo muestran apoyándolos prolijamente en el suelo.

Como con las religiones, cada uno creerá lo que quiera creer.

Sin ir más lejos, hace poco más de un año falleció un hincha de Belgrano llamado Emanuel Balbo, luego de haber sido linchado y arrojado desde una de las tribunas del estadio Kempes durante el entretiempo del clásico cordobés. Todo se originó cuando otro hincha del club 'pirata' acusó a Balbo de ser un simpatizante de Talleres infiltrado, lo cual no era cierto. Otra ‘fake news’, pero en la vida real.

Lo único que parece importarnos hoy es si lo que nos están contando confirma o refuta nuestras creencias previas, se trate de una noticia periodística, una leyenda urbana, un aviso de Sprayette, o un cartel que dice: “CUIDADO: PINTURA FRESCA”. Algunos preferirán no mancharse, y otros querrán pasar el dedo para comprobarlo.

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CEAUCESCU, EL ABORTO Y LOS HIJOS POR DECRETO

Publicada el martes 31 de julio de 2018

Corría el año 1967 cuando Nicolae Ceaucescu, entonces presidente de la República Socialista de Rumania, firmó el Decreto 770 mediante el cual obligaba a las mujeres a parir la mayor cantidad de hijos posibles (al menos cuatro), además de prohibir el aborto y cualquier método anticonceptivo.

El dictador rumano soñaba con una nación grande y pujante, y el crecimiento demográfico era el paso inicial para alcanzarla. O al menos eso imaginaba.

Su política fue todo un éxito desde el punto de vista estadístico (nacieron más de dos millones de niños en los primeros tres años). Sin embargo, también hubo consecuencias trágicas: miles de esas criaturas fueron abandonadas a su suerte y casi diez mil mujeres fallecieron a causa de los abortos practicados en centros clandestinos, sin ningún tipo de higiene y control.

No asumir el deber de traer hijos al mundo significaba en Rumania ser un desertor. O, en este caso, una desertora. ¿O une deserter? Bueno, eso es para otro debate… La cuestión es que Ceaucescu estaba convencido de que “el embrión humano es propiedad de toda la sociedad”. Un disparate.

La mayoría de los matrimonios rumanos no disponían de los medios económicos como para mantener a tantos hijos. Por tal motivo, algunos decidían abortar clandestinamente, otros terminaban abandonando a esos niños al poco tiempo de nacer, y muchos se resignaban a criar hijos no deseados, condenándolos a una vida infeliz.

La gran paradoja de todo esto es que, dos décadas más tarde, esos millones de rumanos nacidos por decreto se convirtieron en la generación de jóvenes que -imposibilitada de acceder a un empleo, una vivienda, o una vida digna- dio origen a las protestas sociales que encendieron la mecha de la revolución que terminó por derrocar y fusilar tanto a Ceaucescu como a su señora esposa. O sea, a Nicolae lo devoró el mounstro que él mismo engendró.

JUVENTUD, DIVINO TESORO

Ser joven es (en realidad lo fue siempre) no aceptar lo establecido. Es cuestionar. Es protestar. Es rebelarse. Es no conformarse. No importa la edad. Uno es joven hasta que deja de hacer todas estas cosas.

Las grandes revoluciones de los últimos cien años fueron impulsadas por jóvenes: la bolchevique, la cubana, la sandinista, el nacimiento del rock and roll, la revolución sexual, la de los hippies y su amor libre, el Mayo Francés, el punk rock, la Primavera Árabe, y también las de finales de la década del ’80 que terminaron llevándose puesto al Muro de Berlín, la URSS y casi todos los demás estados socialistas.

El debate que se está dando por estos días en el Senado argentino sobre el proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo también es el resultado de una lucha impulsada por jóvenes. Mujeres jóvenes, en su inmensa mayoría.

A comienzos de este año, los medios de comunicación comenzaron a hablar de "la revolución de los pañuelos verdes" para referirse a esa marea de muchachas que copaba cada vez más seguido las inmediaciones del Congreso.

Desde la vereda de enfrente, un grupo de personas (mujeres y hombres) con un promedio de edad mucho más avanzado comenzó a agitar pañuelos celestes y consignas visiblemente reaccionarias.

Hablan de "estar a favor de la vida" o "salvar las dos vidas", pero en ningún caso mencionan la palabra "revolución". Y quizás la razón sea que, para emprender revoluciones, primero hay que tener sueños. Y para que haya sueños, resulta indispensable ser joven. Y viceversa.